El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

domingo, 12 de noviembre de 2017

Martín de Gabaldón, un rico hacendado de Motilla del Palancar a comienzos del quinientos

En los años postreros del reinado de los Reyes Católicos y en los primeros del reinado de su hija Juana, la recaudación de la alcabala en el Marquesado de Villena, impuesto teóricamente de un diez por ciento ad valorem sobre la venta de las mercancías, fue llevada en régimen de arrendamiento por vecinos en su mayoría foráneos al Marquesado. Tal es el caso de Pedro de Barrionuevo, vecino de Alcalá de Henares, o Fernán Manuel. vecino de Guadix.

Para garantizar los pagos, estos arrendadores presentaban fiadores, que en muchos casos eran vecinos de los pueblos del Marquesado de Villena, dotados de una hacienda abonada. Hemos de suponer que además de poner su patrimonio como garantía participaban en la recaudación del impuesto y en sus beneficios. El arrendador de las alcabalas del año de 1507, junto a Martín de Córdoba, era el mencionado Fernán Manuel; entre los fiadores que presentó destacaba un vecino de la villa de Motilla del Palancar, llamado Martín de Gabaldón.

Hasta la villa de Motilla del Palancar se desplazó el 15 de julio de 1507, Fernán Manuel para recabar una información de testigos ante el alcalde del lugar, Juan García de Bonilla, que presente, junto a los hermanos Guilleme Catalán y Pedro Serrano, obedece la carta receptoría que acompaña el arrendador de Guadix. Fernán Manuel, para responder por Martín de Gabaldón, presentará por testigos a varios vecinos de la villa de Motilla: Alvar García, Juan García de la Casa y Pascual de Cuenca.


El patrimonio de Martín de Gabaldón


Martín de Gabaldón era natural de la Motilla, llevaba, al igual que sus padres, toda su vida en ella. Su apellido posiblemente delate su origen, sabemos que la aldea de Gabaldón se despobló durante la guerra del Marquesado por la huida de sus vecinos, aunque el asentamiento de los Gabaldón era muy anterior a los años del conflicto. Martín de Gabaldón vivía en unas casas valoradas en 45.000 maravedíes, que lindaban con otras dos casas, propiedad de unos vecinos llamados Alonso Cejalbo y Alonso Valiente del Moral; todas ellas en la denominada calle pública. El patrimonio de Martín se había forjado con las ganancias del cultivo de la tierra, algo compartido con otros vecinos del lugar y con vecinos de otras villas como la de San Clemente, pero a diferencia de esta villa, contaba más el cereal que la vid. En el caso de los vecinos motillanos, el cultivo de cereal tenía un gran peso. Disponía de una viña en el pago de las Olivas, valorada en quince mil maravedíes, lindaba con otras de Pedro Rubio y Pedro Navarro; otra viña, situada en el camino de Alarcón, valorada en otros quince mil maravedíes, lindera de viñas de Alonso Leal y Juan de Portillo; otro majuelo, radicaba en el pago de Benito García el viejo, valorada en veinte mil maravedíes, y lindante con otras de Pascual de Cuenca y Benito Cortijo. Los tres pagos estaban arbolados. Antes que las propiedades se sumaran en un gran patrimonio, el núcleo del origen familiar de las tierras procuraban dar de todo en un modelo autárquico.




El cultivo de la vid era complementario del de los cereales. Martín Gabaldón disponía de diversas hazas, al igual que las viñas, dispersas por el termino de la villa. Señal de una adquisición de bienes por compras sucesivas o, caso de la mayor parte de las tierras, herencia de la roturación de un espacio agrario inculto por sus progenitores y ancestros. Siendo además más pausible lo segundo, dado la proximidad de los campos a la villa y lo exiguo del término de Motilla. Los campos de cereal que poseía Martín Gabaldón eran:

  • Una haza en la vega del Pozo de Arriba de doce mil maravedíes, lindante con otras de Gil de Solera y Gil Tejedor.
  • Una haza de ochenta almudes, camino del Campillo, valorada en dieciocho mil maravedíes, lindante con otras de Juan Navarro y Bernal Leal.
  • Una haza de cincuenta almudes en la Robla, su valor doce mil maravedíes, lindante con otras de Juan de Bonilla y Martín Moreno.
  • Una haza en el sitio de Santa María, de sesenta almudes, su valor quince mil maravedíes, lindante con otras de Miguel Valverde y de los herederos de Pascual de las Heras.
  • Una haza en el camino de Villanueva de la Jara, en los Navajos, de cuarenta fanegas y valorada en doce mil maravedíes, lindante con otras de Pedro Barja y de Miguel Alonso Sánchez.
  • Una haza en la Pedrosilla, de cincuenta almudes y quince mil maravedíes, lindante con otras de Alonso Aparicio y Juan de Cuenca el viejo.
  • Una haza en el camino de Valverdejo, de sesenta fanegas y diecisiete mil maravedíes, lindante con otras de Juan Templado y de los herederos de Lope Martínez
  • Una haza en el camino de Gabaldón, de sesenta almudes y trece mil maravedíes, lindante con otras de Lope Martínez de Alvar Martínez y de Blas de Aparicio.
  • Otra haza en el Río Seco, aneja a la dehesa de Gabaldón, de ochenta fanegas y veinte mil maravedíes de valor, junto a la senda que va hacia Paracuellos.
  • Una haza en la cañada de la Atalaya, de sesenta almudes y quince mil maravedíes de valor, lindante con hazas de Pedro de Toledo y de Martín Sánchez de los Paños.
  • Una haza cerca de las eras de Alonso Valiente y Benito Albaladejo, valorada en quince mil maravedíes.
  • Una haza en la cañadilla de Gil López, de treinta almudes y ocho mil maravedíes de valor, lindante con hazas de Alonso de la Viuda y Gil Tejedor.
  • Un haza en el camino del Moro, junto al majuelo de Martín Moreno, lindando con hazas de Juan Cejalbo y el vallejo de Palomares, su valor veinte mil maravedíes y ochenta almudes de superficie.
  • Una haza en el campo de Arribas, lindante con hazas de herederos de Juan Bermejo y herederos de Juan Palomares, de setenta almudes y dieciocho mil maravedíes de valor.

La sociedad motillana a comienzos del quinientos


Los bienes de Martín Gabaldón eran en su mayoría el legado familiar de sus padres. Su aportación a la hacienda familiar se reducía a la compra de un majuelo y tres hazas. Su mujer, Agueda Leal, aportó al matrimonio un ajuar por cuantía de ocho mil maravedíes, pero no arras ni bienes raíces. La herencia familiar de las tierras beneficiaba a los varones. El reparto de estas tierras entre varios hijos explica el carácter diseminado de los campos. El paisaje agrario es todavía heredero de la segunda mitad del cuatrocientos. La organización del espacio todavía debe mucho a la roturación de la tierra de siglos atrás. Pero ese paisaje primario se ha reflejado en el que hoy día vemos presente: una organización de los campos en tornos a los ejes radiales que cruzan el término redondo de Motilla del Palancar y que en su mayoría responden a los caminos que se dirigían a otras poblaciones comarcanas. El pequeño núcleo urbano de Motilla, con sus casas en torno a la llamada calle pública, no debía albergar por estas fechas más allá del centenar de familias. Los campos, tales los existentes en la vega del Pozo Arriba, se confundían con la población urbana. Estamos en el año 1507, justo en el punto de inflexión en el que se producirá la llamada por nosotros la revolución de mil quinientos, a partir de estas fechas se produce un intenso movimiento roturador que acaba con los espacios forestales de Motilla y se extiende por su aldea Gabaldón, entrando en colisión como ya sabemos con los intereses de Barchín del Hoyo, fundamentalmente ganaderos, y con los derechos comunales de la tierra de Alarcón. Pero ahora, la hacienda de Martín Gabaldón todavía es heredera de las disputas de las familias por controlar el espacio agrario ya existente en torno a los núcleos urbanos. Las nuevas roturaciones no van más allá de los tímidos intentos de conquistar algunos espacios incultos de las aldeas.

Motilla, a comienzos del quinientos es una sociedad de propietarios. Por supuesto, no todos tan ricos como Martín Gabaldón, pero de la enumeración de apellidos de los propietarios de hazas, se deduce un núcleo importante de agricultores medianos que poseían sus tierras en plena propiedad, libres de toda servidumbre y de toda carga hipotecaria, llámense censos, memorias o patronatos. Este grupo de agricultores con capacidad de acumular excedentes agrarios será el que se lance a la ocupación del agreste paisaje de pinares y carrascas que se extiende no muy lejos de los espacios urbanos. El resultado será su desaparición completa y salvaje cuarenta años después.

Martín Gabaldón era un hombre casado, de cuarenta años. Un agricultor, que gobernaba su casa como hombre cuerdo. No poseía caballo ni quería saber nada de aventuras ni obligaciones militares. Era un hombre de transición entre dos épocas, aunque él todavía se ve veía reflejado en la sociedad de antaño. Una sociedad que había vivido las guerras de hacía una treintena de años, y que Martín Gabaldón vio con sus propios ojos siendo un rapaz. Una sociedad conservadora que buscaba la estabilidad de casa, mujer y hacienda. Pero una sociedad con un capital acumulado por las ganancias generadas por la explotación de las tierras familiares en el período de paz del reinado de los Reyes Católicos. Dos fueron las alternativas que se dieron en aquel momento. La primera fue el ansia de rapiña de una baja nobleza que, a la muerte de la reina Isabel, intentó recomponer su hacienda a costa de la población pechera de las villas exentas del Marquesado. Era volver a los viejos tiempos, pero ahora las villas de realengo no estaban dispuestas a renunciar a su libertad alcanzada veinticinco años antes. Dueños de su destino, los labriegos de la Manchuela aprovecharon los recursos acumulados para lanzarse a una aventura ensoñadora que les llevaría a una implosión económica y demográfica insólita y novedosa. Fue el take off de la Mancha conquense. Una revolución prometedora que se traicionará a mediados del siglo por las mismas élites que la habían provocado. ¿La razón? No había más espacio inculto que conquistar. La minoría privilegiada se aferró al poder de la mano de las regidurías perpetuas. Aún así hubo intentos de revertir el capital acumulado en el comercio y una incipiente manufactura de paños, con fama en Motilla, pero pudo más la mentalidad parasitaria de un mundo de representación y valores de la ostentación. La sociedad, a falta de oportunidades, se hizo más desigual.

Pero estamos en el inicio del siglo. En Motilla del Palancar, todos se conocen. Con sus envidias y diferencias de intereses, los problemas se resuelven sin  necesidad de llegar al litigio judicial o, en caso de necesidad, ante el alcalde ordinario Juan García de Bonilla. De las pendencias y diferencias da fe el único escribano existente en el pueblo, Francisco Sánchez, con fama de fiel en su oficio. La escribanía, oficio objeto de disputas en otras villas más grandes como San Clemente y también de duplicidades por estas fechas, en Motilla aún es respetada; sencillamente, porque las diferencias entre los vecinos por las propiedades de la tierra, todavía están en un estado primario. Parece que nada ha cambiado en Motilla del Palancar, pero los herederos de Martín Gabaldón, en su ancianidad, recordarán como irreconocible esta Motilla de comienzos de siglo.


AGS, EMR, leg. 568. Fianzas presentadas por Martín de Córdoba, vecino de Úbeda, y por Fernán Manuel, vecino de Guadix, arrendadores de las alcabalas de los lugares por encabezar del Marquesado de Villena, durante los años 1506-1508.

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