El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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lunes, 2 de noviembre de 2015

Linajes de San Clemente: Origüela, Valenzuela, Araque, Oma, Granero, Garnica y de la Fuente

Linajes de San Clemente según el manuscrito 3251 de la Biblioteca Nacional de España. Se aporta una relación de linajes de San Clemente según el licenciado Juan de Villanueva Merchante, comisario de la Inquisición, que vivió a mediados del siglo XVII. La veracidad de las ascendencias hay que tomarlas con cierta prudencia, conociendo la relativa sinceridad de nuestro licenciado en el expediente de hidalguía de Francisco de Astudillo, aunque aquí se guía por las ejecutorias de hidalguía de las diferentes familias; las cuales, por supuesto, bien se guardarían de forjarse un pasado glorioso.



Mi señora doña María de Valderrama natural de la villa de San Clemente, casó con el señor don Jorge de Mendoça, marqués de agrópoli, hermano del marqués de Mondéjar, su cuñado de dicha doña María fue hermana entera de fray Fernando de Garnica, religioso agustino de don Gaspar de Garnica, calificador del Santo Oficio y prior de la Iglesia del Sr Santiago en Galicia y de doña Gerónima de Valderrama, monxa franciscana en San Clemente y fueron hijos legítimos y de legítimo matrimonio de Fernando de Avilés y de doña Juana de Valderrama, naturales de la dicha villa de San Clemente, a quien este que escriue conoció algunos años que dicho Fernando de Avilés tubo por hermano a el bachiller Gonçalo de Avilés, legista que casó en Montalbanejo cinco leguas de San Clemente con doña Isabel Xaraba que no tubieron sucesión y a Andrés González que casó en Velmonte con Catalina Inés de Molina, segundo en el Probencio con Francisca Ruiz, tercero en San Clemente con Quiteria Ximénez y dicho Fernando de Avilés y tres hermanos referidos fueron hijos de Gonçalo de Origüela, natural de San Clemente, y de Francisca Fernández de Valençuela, natural de la villa del Castillo, vivieron en San Clemente y dicho Gonçalo fue hermano de Hernán Gonçález de Origüela, presbítero, y de Alonso de Origüela, que murió en la guerra, y

miércoles, 7 de octubre de 2015

Los Piquinoti: la herencia de Pedro González Galindo (II)

No siempre don Pedro González Galindo prestó dinero, en ocasiones, lo recibió prestado. La falta de liquidez, no solía atesorar su fortuna, era lo común en un hombre que solía invertir rápidamente el dinero. Es lo que ocurrió en 1614, cuando recibió dinero prestado para prestar.
El 17 de septiembre de 1614, se firma escritura de censo ante el escribano Juan de Santillana entre don Francisco del Castillo y el matrimonio formado por Pedro González Galindo y María de Tébar. Ambos firmarían la escritura; en realidad, ella lo haría por medio de un testigo, pues no sabía escribir. Una muestra del papel secundario de las mujeres en aquel tiempo. Caso sangrante

sábado, 3 de octubre de 2015

Los Piquinoti: la herencia de Pedro González Galindo

Escudo de armas de Pedro González Galindo
Nos es difícil desentrañar el origen de la fortuna que amasó Pedro González Galindo. Intuimos que en el origen de la misma está su mujer María de Tébar, como heredera de su padre Diego, alguacil de la Audiencia de Lima, aunque no se debe despreciar la capacidad de un hombre como Pedro González Galindo para forjarse un destino y una hacienda, pues determinación no le faltaba. La solidaridad familiar de los Origüela y los Tebar contribuiría a consolidar la fortuna. La consulta de los documentos nos desvelan día a día que el contacto entre los hermanos Tébar, el párroco doctor Cristóbal y el indiano Diego, se mantuvo a pesar de los años y la distancia de miles de kilómetros que los separaban.
Como ya hemos señalado, Antonia, la hija de Pedro González Galindo, casaría con el asentista genovés Francisco María Piquinoti, y acabaría heredando la mayor parte de la fortuna de su padre.
El 21 de enero de 1639, Francisco María Piquinoti, caballero de la orden de Calatrava y como marido de Antonia González Galindo, pide tomas posesión de los bienes, juros, censos, rentas y hacienda del mayorazgo que, junto a su marido Pedro, había fundado la viuda María de Tébar. La herencia de Pedro González Galindo fue muy disputada. A su muerte se inició un pleito entre la viuda y su hijo Pedro González Galindo por la posesión del mayorazgo. El mayorazgo, fundado en un primer momento, se había modificado para concederse en 1630 como carga onerosa al primogénito Pedro con motivo de su matrimonio con Aldonza Fernández de Castilla. No sabemos que pasó bien entre 1630 y 1634, salvo que debió morir la mujer del primogénito, Aldonza, y que antes de morir en la primera mitad de 1634, don Pedro González Galindo dio poder a su mujer para disponer de los bienes del mayorazgo hasta que ésta muriera. Conocemos las alegaciones en derecho del pleito, aunque no la sentencia final; pero por la petición de Francisco María Piquinoti en 1639, podemos deducir que existió en los últimos días de la vida de Pedro González Galindo un deseo de marginar a su hijo primogénito y fortalecer la línea sucesoria del matrimonio formado por su hija Antonia y su marido Piquinoti. Doña María de Tébar refundaría el mayorazgo en favor de su hija Antonia.
Enumeramos los bienes de esta toma de posesión de bienes de Francisco María en 1639, a sabiendas que se deberían completar con la herencia de otros hijos de la familia González Galindo:
  • Censo de diez mil ducados de plata de principal contra los propios de la villa de San Clemente, de 17  de julio de 1607.
  • Un juro de 200.195 maravedíes de renta anual sobre las rentas y alcabalas del marquesado de Villena, de fecha en Valladolid de 22 a abril de 1606. El juro pertenecía a partes iguales a Antonia, que había heredado esa mitad por la muerte de su hermana Lorenza, y al primogénito Pedro. Con un interés anual del 5 por ciento, su principal era de superior a los diez mil ducados
  • Un juro de 20.833 maravedíes de renta anual (principal 1.100 ducados de principal), situado en los millones de Salamanca, su fecha en Madrid a 30 de diciembre de 1632.
  • Un censo de 4.136 reales de renta anual contra el Marqués y estado de Santa Cruz y otros fiadores, escriturado en Malagón a dos de septiembre de 1600. La mitad del censo corresponde a Antonia, por muerte de su hermana Lorenza, y la otra mitad a su hermano Pedro.
  • Un censo de 5.200 reales de principal contra Martín López y su mujer, vecinos de Tébar, en San Clemente a 7 de abril de 1634.
  • Un censo de 3.000 ducados de plata de principal contra el pósito y vecinos particulares de la Roda, fechado en San Clemente a 20 de septiembre de 1607.
  • Un censo de 400 ducados de plata de principal contra los bienes de don Luis Benegas Perlín y su mujer Ana de Esquivel, en Madrid a 7 de diciembre de 1618.
  • Un censo de 2.000 ducados de plata de principal contra el capitán Caballón Remírez y Cristóbal Galindo y consortes, vecinos de San Clemente, dado en esta localidad a 23 de enero de 1606. A mitad entre Antonia, tras muerte de Lorenza, y su hermano Antonio.
  • Un censo de 9.000 reales de plata de principal contra el capitán Caballón y doña Elvira Muñoz, vecinos de San Clemente, dado en esta villa a 7 de septiembre de 1607.
  • Una escritura de venta judicial y un juro de 95.076 maravedíes de venta impuesto sobre las hierbas de Alcántara a favor del licenciado Juan Vázquez de Buda y Diego Paredes, que se cobran en virtud de recados puestos en la Contaduría Mayor.
  • Una heredad, casas, pajar, y caballería, casilla de horno, bodega, cueva y jaraíz, ocho tinajas, aljibe para agua de lluvia, pozo manantial, eras, ejido, viña cerrada con árboles dentro y tierras trigales en que hay 620 almudes de siembra de trigo y 9.200 vides, que el doctor Tébar y Diego de Tébar tenían en término de Villarrobledo, llamado de Matas Verdes, adquiridos por escritura de venta de 1605.
  • Una heredad de tierras trigales con dos casas y dos eras y parte de un pozo, que el doctor Tébar y Diego de Tébar, tenían en el término de Villarrobledo, en las casas que llaman de los Lozanos, Matas Verdes, que hay 375 almudes de siembra de trigo, adquiridos por escritura de 23 de octubre de 1605.
  • Una heredad de tierra de pan llevar que era de Diego de Tébar y el doctor Tébar, en término de Villarrobledo, en Matas Verdes, con casas, pajares, eras y pozo de agua dulce; 900 almudes, adquiridos el 9 de marzo de 1605.
  • Un censo de principal de 6.000 ducados de plata contra doña Isabel de Tébar, difunta, que hoy paga el Colegio de la Compañía de Jesús de Madrid, escriturado en Madrid, el 17 de noviembre de 1614.
  • Un censo de principal de 3.000 ducados de plata, contra Isabel de Tébar, pagada como heredero por el mencionado Colegio de la Compañía de Jesús, escriturado el 3 de abril de 1614.
  • Una escritura de censo de 1.000 ducados de plata de principal, contra el capitán Juan de la Plaza y Alonso Bernardo Gallego y consortes, vecinos de Villarejo de Fuentes, escriturado en San Clemente, el 13 de octubre de 1604.
Este es el conjunto de bienes dados en posesión en 1639 a favor de Francisco María Piquinoti, marido de Antonia, del mayorazgo fundado en favor de ésta, aunque se reconoce faltan más efectos que añadir.
Además se reconocen como patrimonio perteneciente a la casa de negocios del señor Andrea Piquinoti, que dirigía la casa en Flandes, y que tomará el control de los negocios tras la muerte de su hermano en 1641. Estos bienes aparecerán incorporados al condado de Villaleal a finales del siglo XVII.
  • En el cuarto uno por ciento de Plasencia de 392.647 maravedíes en cabeza de Eseban Palavesín.
  • En el tercer uno por ciento de Villanueva de la Serena de 64.286 maravedíes en cabeza de los administradores de la casa de Andrea Piquinoti; en cabeza de Andrea Piquinoti, 1.648.000 mrs.
  • En el cuarto uno por ciento de Trujillo, en 1ª, 2ª y 3ª situación en dicho derecho en cabeza de Esteban Palavesín 852.000 maravedíes.
  • En el servicio ordinario de la ciudad de Trujillo, 1ª y 2ª situación en cabeza de Juan Bautista Palavesín 884.000 maravedíes
  • Tercer uno por ciento de Calatrava de Andalucía, juro de 352.000 maravedíes en cabeza de Estebán Palavesín.
  • Dos juros situados en el tercer uno por ciento de Carmona, uno de 112.284 maravedíes y otro de 100.000 maravedíes más, ambos en cabeza de Andrea Piquinoti.
Aunque no aparece en la toma de posesión de 1639, acabaría en manos de la familia también el juro de 1950 fanegas sobre las tercias del Marquesado de Villena, cuyas rentas vemos cobradas por estas fechas por, Pedro, el hermano primogénito de Antonia. Habría que añadir el molino del concejo de San Clemente, las escribanías del concejo y la dehesa Redonda.

El grueso de los bienes, sobre todo censos, fueron adquiridos por Pedro González Galindo en 1607; aunque ya  en 1605 se adquieren las propiedades de Matas Verdes y Alcolea, en Villarrobledo, por los dos hermanos Tébar. No obstante hay un censo escriturado en Malagón en 1600, lo que nos crea la duda sobre fecha de la vuelta a España de Pedro González Galindo. De momento, la única seguridad que tenemos, por los datos aportados por Lohmann, es que el hijo de Diego de Tébar, Fray Pedro de Tébar, volvió en 1602.

La entente de los hermanos Diego de Tébar, alguacil de la Audiencia de Lima, y el doctor Cristóbal de Tébar, parece estar en el origen de la riqueza familiar. Pensamos que la aportación principal a la fortuna correspondió a Diego. Esto nos plantea el origen de los dos legados del doctor Cristóbal de Tébar para la fundación del colegio de la Compañía de Jesús en San Clemente, cuyos patrones eran los hijos de Pedro González Galindo. Como es sabido, el doctor Tébar legó en 1613 la heredad llamada de las Cruces, en Casas de Hernando Alonso, con una renta de 2.500 ducados, que en 1620 se amplió con 53.000 vides de majuelo nuevo y 500 almudes de trigo y cebada, además de unos molinos harineros en el Záncara, término de Socuéllamos.

FUENTES:

ARCHIVO GENERAL DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA. FONDO PÉREZ SEOANE. Familia Piquinoti, Posesión por parte de don Francisco María Piquinoti, como marido de Dª Antonia González Galindo, del mayorazgo fundado a favor de su mujer. 21 de enero de 1639.
AMSC. AYUNTAMIENTO. Leg. 4/14. Expediente de fundación del Colegio de la Compañía de Jesús de San Clemente, en virtud de los legados del doctor Cristóbal de Tébar, cura propio de la Iglesia Mayor de Santiago. Años 1613-1620 (hay transcripción de los documentos en Diego Torrente Pérez, Documentos para la historia de San Clemente, tomo II, 1975, pp. 289-295

viernes, 2 de octubre de 2015

El censo de 10.000 ducados a favor de Pedro González Galindo (II)

En alivio de la villa de San Clemente vino en 1607 don Pedro González Galindo, ofreciendo saldar sus deudas con un nuevo préstamo a menor interés. Se trataba de racionalizar la hacienda municipal, pues los diversos censos contraídos por la villa tenían diversos plazos en los cobros y tipos de interés diferentes, aunque el más común era de catorce mil maravedíes el millar, el 7%. El ayuntamiento pedirá licencia real para reducir todos estos préstamos a un único censo a 18 o 20 el millar. La facultad real será concedida el 20 de septiembre de 1606.
En la reunión del ayuntamiento de San Clemente de 12 de junio de 1607, se decide apoderar a dos de sus regidores para formalizar la escritura de censo con Pedro González Galindo, que delegará en su cuñado Francisco de Oviedo. De esa reunión y de los signatarios de la carta de poder conocemos la composición del ayuntamiento en ese momento: Presidía el corregidor Diego de Mendoza Mudarra y el alcalde ordinario Juan de Perona Montoya; eran regidores perpetuos el licenciado Diego de Montoya, don Rodrigo de Ortega, inmerso en pleitos con el ayuntamiento por ver reconocida su hidalguía, Diego Cantero, Bernardo Remírez de Oropesa, Francisco de Serrano, Francisco de Astudillo, Pedro de Monteagudo, don Juan de Castañeda, Bautista García Monteagudo, Miguel de Perona, Miguel de Perona, Diego de Agüero, Gómez de Valenzuela, don Diego de Valenzuela, Francisco de Montoya, Francisco Martínez de Perona y, por último, los dos que actuarían como apoderados del concejo, Alonso Martínez de Perona y Cristóbal de Ávalos. También acudió el alguacil mayor Pedro de Huerta y era notoria la ausencia del alférez mayor de la villa, don Juan Pacheco y Guzmán. Un ayuntamiento, que aunque con pretensiones hidalgas, estaba formado por pecheros con fuertes intereses ganaderos o que habían hecho fortuna en el ejercicio de oficios públicos.
Reconocía la villa tener obligados sus propios y los bienes de los regidores y contraídos otros censos sobre las rentas del pósito de don Alonso de Quiñones, el alhorí municipal y las carnicerías. La nueva escritura de censo a favor de Pedro González Galindo por valor de diez mil ducados se destinaría a redimir los censos mencionados anteriormente de doña Catalina Muñoz, doña Juana de Guedeja, de García de Medrano y otras personas, por un montante de 10.000 ducados. Se trataba de un censo redimible o al quitar con un interés de 18.000 maravedíes al millar, aunque después se renegociaría el interés a la baja, hasta 20 al millar, o sea, el cinco por ciento. Teniendo en cuenta el precedente del censo de Juan Guedeja, también ahora redimido, se hipotecaban la totalidad de rentas y propios del concejo:
  • La escribanía pública de la villa, con una renta anual de 600 ducados, y que en el futuro garantizaría el pago de intereses.
  • La escribanía del ayuntamiento.
  • La caballería de la sierra, de los pinares, montes, dehesas y términos baldíos, con una renta anual de 100 ducados.
  • Almotacenía, 200 ducados.
  • Correduría, 300 ducados.
  • Los aprovechamientos de los dos pinares en los caminos de Munera y Villarrobledo, el monte de encinas del Cadozo y San Ginés, camino de Villar de Cantos y Santa María del Campo.
  • Las rentas de los sitios y hornos.
  • Los censos perpetuos sobre las heredades y tierras de la cañada de camino de Villarrobledo.
  • Renta de 12.000 maravedíes sobre los oficios de fieles ejecutores.
  • Penas impuestas en virtud de ordenanzas.
  • El molino harinero, una barca en la ribera del Júcar, en término de Vara del Rey, que rentaba 100.000 maravedíes anuales.
  • Las casas del cabildo y ayuntamiento.
  • La casa de la carnicería, red de peso, cámaras y graneros para pósito y alholí.
La escritura de censo se firmó en San Clemente el 17 de julio de 1607, ante el escribano Francisco Rodríguez de Tudela. Los 10.000 ducados en reales de plata fueron recibidos de Francisco de Oviedo en mano por Alonso Martínez de Perona y Cristóbal García de Ávalos, un mes después se destinarían a redimir los censos comprometidos. Pedro González Galindo recibiría anualmente cada 17 de julio unos réditos de 207.777,5 maravedíes y, en caso de impago, además de someterse ambas partes a la justicia de corte, se procedería al envío de ejecutores con cargo a la villa de San Clemente y 600 maravedíes diarios de salario. Una cláusula curiosa es que en caso de daño o destrucción de las casas del concejo, éste se comprometía a arreglarlas en dos meses.
El censo sería garantía de otro censo de 3.500 ducados de vellón tomado por Pedro González Galindo el 18 de junio de 1631, pero sobre todo sería el origen de un pleito interminable con la villa de San Clemente.
Posteriormente San Clemente vería confirmado el 31 de mayo de 1634 por el Consejo de Castilla la decisión tomada por el concejo de la villa de 26 de noviembre del año anterior para que las rentas de la almotacenía, correduría y las escribanías se dedicaran íntegramente a pagar los réditos del censo de Pedro González Galindo. La  existencia  de  10  escribanías  del  número  y  una  de apelaciones  como  propios  del ayuntamiento se correspondía un privilegio otorgado por Felipe III, el 25 de diciembre de 1598, a cambio de la concesión de un servicio de 8.200 ducados, que debió pesar en
los orígenes del endeudamiento de la villa. A pesar de que la villa conseguiría ejecutoria en  el  año  1606  para  la  revocación  de  tres  de  esas  escribanías  del  número,  las  siete escribanías restantes y la de apelaciones pasarían  a ser propiedad del primer conde de Villaleal,  Benito  Galindo  Piquinoti,  que  las  acabaría  incorporando  al  mayorazgo fundado por su abuelo, junto a la almotacenía y la correduría y reconocida su propiedad por provisión de la Junta de Incorporación en 7 de marzo de 1716. A partir de aquí, los pleitos entre el conde de Villaleal, sucesor del mayorazgo fundado por Pedro González Galindo, y la villa de San Clemente serían continuos. En 1723, la villa de San Clemente consigue en la Chancillería de Granada nulidad de esta  venta,  entendiendo  que  el  conde  de  Villaleal  tenía  las  escribanías  por  prenda predatoria,  aunque  no  por  eso  se  acabaron  los  conflictos  con  el conde,  al  paso  que comenzaban nuevos conflictos con el marqués de Valdeguerrero. Tenemos constancia que  en  1744,  el  marqués  don  Vicente  Sandoval, aprovechando  su  control  del ayuntamiento,  subastaba  a  su  antojo los oficios de escribanos a favor  de  sus  fieles, removiendo a sus enemigos y acrecentado el número de escribanos a su antojo. Esta es la historia de la relación fiscal de los galindos y piquinotis con la villa de San Clemente, pero incapaz de explicar el odio que, al igual que los Astudillo, generaron en el pueblo.

Fuentes:

ARCHIVO GENERAL DE NAVARRA. FONDO PÉREZ SEOANE. FAMILIA PIQUINOTI. Censo de 10.000 ducados a favor de Pedro González Galindo y contra los propios de la villa de San Clemente. 17 de julio de 1607
AMSC. AYUNTAMIENTO, Leg. 49, Censos contra los propios de la villa de San Clemente. Años 1545 a 1775
Diego TORRENTE PÉREZ. Documentos para la Historia de San Clemente. Tomo II. 1975. Pp. 129-147
AHN. CONSEJOS. Leg. 25.537, Sobre consignación de la escribanía y almotacenía por deudas de réditos de un censo. 1634

jueves, 1 de octubre de 2015

El censo de 10.000 ducados a favor de Pedro González Galindo


Los inicios del seiscientos nos presentan a San Clemente como una villa endeudada. Se acaba de salir de la mortífera peste y de la destructora riada del año 1600 y de años de carestía que han creado un estado de necesidad en la villa, que ha obligado a hipotecar lo propios de la villa y el caudal del pósito y de las carnicerías. Ha contribuido también a este estado una reciente confirmación en 1598 de los privilegios otorgados a la villa sobre la propiedad de algunas rentas como la escribanía, la correduría la almotacenía y la caballería de la sierra. El endeudamiento se acrecentará con el pleito de la villa sobre el consumo de los dos oficios de alcaldes ordinarios, respondiendo a intereses ganaderos enfrentados, entre los regidores y el alférez mayor de la villa, don Juan Pacheco y Guzmán.
No era la primera vez que la villa tomaba dinero prestado a censo. A mediados del quinientos ya lo había hecho del licenciado Melgarejo y su madre Juana de Olivares, vecinos de Castillo de Garcimuñoz, para la compra de trigo, y otros préstamos de forasteros, vecinos de Albacete como Pablo Carrasco, habían hecho posible la remodelación arquitectónica en torno a la Plaza Mayor para construir ese espacio renacentista que hoy nos asombra. Pero la villa de San Clemente siempre había redimido estos censos con celeridad, a pesar de los vaivenes e intermitentes crisis del quinientos, como la penuria de mediados de siglo que denunciaba el procurador Tristán Calvete o los años más críticos en torno a 1570 y el enorme esfuerzo en hombres y recursos económicos que supuso la guerra de Granada.
Los préstamos para la compra de trigo era algo común y repetitivo en una villa atrapada por el monocultivo de la vid y necesitada del trigo de otras villas excedentarias como Villarrobledo o Albacete. El problema se hizo crónico en el último tercio del siglo XVI. Es entonces cuando se suceden las tomas de censos por la villa con los prestamistas, poniendo como garantía bien sus propios o bien el caudal del pósito de Alonso de Quiñones, creado en los setenta, complementariamente al más modesto alhorí de la villa, para regular el abasto de la villa y dar estabilidad a los precios del grano. No debió ser ajeno a este proceso de endeudamiento la sublevación de los moriscos de Granada, tanto por los prestamos tomados para la compra de armas o trigo con destino a esa guerra como por el estado lastimoso en que quedó la villa.
A la familia Melgarejo, se suman otros prestamistas en los años setenta, como los señores de Valera de Abajo o Isabel de Solís. No siempre el dinero va destinado al abasto de trigo; así, en 1575, la mencionada Isabel de Solís presta a la villa 925.000 maravedíes para pago de los oficios de fieles ejecutores, y en 1573 y 1586, Catalina Carrasco, viuda del regidor de Albacete Pablo Carrasco, amplía los prestamos que para la compra de trigo había hecho su marido a otros censos para la construcción del nuevo edificio que albergará el pósito y las carnicerías. La misma finalidad tendrá el préstamo de 4.000 ducados del doctor Olivares, vecino de Madrid, en 1577.
Es en la década de los noventa cuando el proceso de endeudamiento de la villa se acelera y, sobre todo, surgen las dificultades para devolver el dinero prestado. Muestra de ellos, es que empiezan a aparecer entre los censalistas vecinos de la villa para paliar el rigor de las condiciones de los censalistas foráneos. En 1586, el que tiene que socorrer a la villa es su alférez mayor, Juan Pacheco y Guzmán, con una cantidad de 6.000 ducados, que la villa sólo podrá redimir treinta años después de un fuerte contencioso con la familia. La misma cantidad prestará en 1599 el capitán Francisco González de Santacruz.
Así en la primer década del seiscientos hay una complementariedad entre prestamistas locales y foráneos, prefiriendo los primeros como garantía el caudal del pósito o de las carnicerías. Así lo había hecho Juan Pacheco, y ese dinero del caudal del pósito se empleará también para pagar las deudas de los prestamistas albaceteños, aunque sus censos tuvieran como garantía los propios. El pósito de don Alonso de Quiñones con un caudal de diez mil ducados era una garantía para la villa, que permitía la devolución rápida de los censos. A igual que Juan Pacheco lo sabían otros que en 1604 y 1605 acudieron con su dinero, tales como el indiano Diego de Tébar, que aportó 3.000 ducados, o Bautista García de Monteagudo y Francisco de la Torre, que aportaron otros tantos.
Pero otros no sólo buscaban garantías inmediatas sino más a largo plazo en los propios de la villa. Un concejo acuciado en 1601 por la necesidad de pagar el privilegio de la escribanía pública concedida a la villa tres años antes, empeñaba sus dehesa de Villalpardillo y los Pinares, como garantía de los 1.300 ducados prestados por Juana Guedeja de Peralta, viuda del regidor Francisco de Mendoza; previamente, había prestado otros 2.050 ducados para compra de trigo. Su hermano Juan de Guedeja, por entonces escribano mayor de rentas en Valladolid, prestará en 1605 la suma 4.000 ducados con el mismo fin, pero las garantías ahora serán desorbitadas. Prácticamente la totalidad de los propios de la villa, excluidos aquéllos ya hipotecados a su hermana, además del caudal del pósito. Diego Torrente Pérez ha calculado en cerca de 10.000 ducados la garantía; aunque podamos dudar del cálculo, tomamos como buena una cifra que marcará dos años después el umbral deficitario de la villa.
Nuevos prestamistas acudieron en socorro de la villa. Catalina Muñoz, viuda del capitán Oropesa, prestó 2.700, al igual que el canónigo de la catedral de Cuenca, García Medrano. Incluso el regidor Diego Montoya participó en este juego con 200 ducados. Los nuevos préstamos fueron acompañados de condiciones más gravosas no sólo para la villa, sino para los regidores, que hipotecaron sus bienes particulares y oficios públicos por valor de 32 millones de maravedíes.
 La situación creada fue de descontrol financiero. Aunque los intereses de la deuda se habían suavizado, respecto a la tasa del 10% de los antiguos préstamos de los Melgarejo; todavía el interés rondaba los catorce mil, o, en el menor de los casos, los dieciséis mil maravedíes al millar, es decir, el 7%. Incluso la tasa del censo de Juan de Guedeja había vuelto de nuevo al 10%. Más grave era la hipoteca de las rentas de los propios, que dejará huérfano al concejo en un momento de nuevas imposiciones fiscales y, sobre todo, más sentido era el problema por los propios regidores que habían dado con sus huesos en la cárcel a consecuencia del impago de los réditos de los censos, como reconocerán a la hora de tomar un nuevo censo con Pedro González Galindo en 1607.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Don Pedro González Galindo y Origüela, el doctor Cristóbal de Tébar y Origüela, la Compañía de Jesús y una lámpara de plata

Genealogía de los Glez. Galindo
De don Pedro González Galindo ya hemos hablado en otros artículos, de la relación familiar de su mujer María de Tébar, como sobrina del doctor Cristóbal de Tébar también, así como de su misma pertenencia al clan de los Origüela. Ahora trataremos de un aparente asunto anodino, pero que demuestra el afán de esta familia por defender su buena fama en la sociedad y en el lugar que les vio nacer: la donación de una lámpara de plata a la Iglesia Mayor de Santiago de la villa de San Clemente.

El trece de junio de mil seiscientos diecinueve, don Pedro González Galindo concede ante el escribano Bartolomé de Celada escritura de donación de una lámpara de plata a la Iglesia Mayor de Santiago. En la decisión de don Pedro debió pesar mucho limpiar de injurias el apellido Origüela de su familia y, en especial, el recuerdo infame de su antepasado Luis Sánchez de Origüela, condenado a la hoguera por la Inquisición en 1517 y cuyo sambenito colgaba en la mencionada Iglesia. Pero tanto o más debió pesar el deseo de reconocimiento personal de aquel crío, vejado y humillado por los parientes de su madre Isabel García de Monteagudo, únicamente protegido por su abuela María Galindo la Galinda, y que, perdiendo la batalla por sus derechos y hacienda, tuvo que tomar el camino de Indias en 1586. Allí, en el virreinato de Perú, fruto de sus méritos y de su matrimonio con María de Tébar, hija de Diego de Tébar, consiguió amasar la riqueza que hiciera de él un hombre respetado en su pueblo.

Este hombre ocultará el deseo de que la lámpara borre la infame memoria de su antepasado Luis Sánchez de Origüela, pero manifestará el orgullo de un hombre hecho a sí mismo, y que se acordará de Dios para agradecerle haberle salvado de los peligros de las tormentas de sus travesías a Indias como de los enemigos de la fe católica. Agradecimiento interesado de un hombre para mejor presentar sus méritos personales: por muchos bienes temporales que me a dado para mexor honrrar, ylustrar y enriquezer mi casa familiar o dezendenzia. Donación a una Iglesia, que además de ser la casa de Dios es la cabeza de mi patria donde me crie los primeros años de mi hedad y a imitación de mis abuelos y acendientes que tubieron  particular deboción a esta Santa Yglesia donde fueron sepultados. La alusión era clara; en la iglesia de Santiago estaban enterrados los primeros Origüela, los que habían tenido conflictos y sufrido el Santo Oficio, pues sabemos que el padre de Pedro, el licenciado González Galindo, fue enterrado en el convento de frailes franciscanos. A imitación de ellos dice haberse criado de niño este hombre que triunfante reivindica a sus denostados ascendientes.

Su intención de hacer olvidar la raíz infecta de su apellido le llevará a ser admitido en la cofradía de Nuestra Señora de Septiembre, donde sólo se admiten los cristianos viejos, a iniciar un pleito de siete años contra el concejo de San Clemente para su reconocimiento como hidalgo por fin en 1623 y a presentar desafiante cuatro años después su título de familiar del Santo Oficio ante los regidores de la villa. Este año de 1619, y en pleno enfrentamiento por su hidalguía con las viejas familias sanclementinas, que impúdicamente le acusan de bastardo y auido de dañado y punible ajuntamiento, don Pedro González Galindo ordenará la fabricación de una lámpara de plata valorada en 6.000 reales de castellanos o 204.000 maravedíes, para ser colgada del techo de la iglesia de Santiago, frente al altar mayor, con sus velas encendidas a todas las horas para servicio del Santísimo Sacramento, y sobre la misma lámpara labrado con letras el nombre del donante, es decir, el suyo, incluido el apellido Origüela. Una donación para siempre jamás, sin que se pueda quitar ni la lámpara de su sitio ni las letras de su nombre borradas.

Pero, el siempre xamás también tiene una excepción. Esa excepción es la voluntad impuesta por la familia Origüela a la villa de San Clemente. Una familia que aparece cohesionada, como si la fundación del colegio y casa de la compañía de Jesús por el doctor Cristóbal de Tébar y las acciones de Pedro González Galindo fueran al unísono. Efectivamente es así. Aunque se nombra, con cargo al mayorazgo ahora fundado, un mayordomo para cuidado de la lámpara, un próximo de los Origüela y pariente de los Astudillo, Martín Ruiz de Villamediana (¿quién podía dudar de estos apellidos?), en caso de que éste o sus cuidados falten, la lámpara se podrá trasladar y colocar en la Iglesia de la Compañía de Jesús de la villa, que fundó en ella el doctor Xrual de Tébar Origüela, cura propio de esta villa, quien por las escripturas de la dicha fundación dejó por patrones del dicho colegio e capilla mayor de él a mis hijos e decendientes como deudos suyos.

La solidaridad de la familia Origüela ya se había manifestado cuando Diego, emigrado a Indias y alguacil en la Audiencia de Lima, procuró mantener el contacto con sus tres hermanos en España, con una viva correspondencia y solicitando la presencia junto a él de uno de los hermanos, Melchor. Un hijo de Diego, el franciscano fray Pedro de Tébar, con fama de predicador abrirá las puertas de la corte al resto de la familia, y, por supuesto, a su hermana María de Tébar y a su marido, nuestro protagonista. Solidaridad que de nuevo se manifestará con el nombramiento por el doctor Cristóbal de Tébar como patrones del colegio de la Compañía de Jesús a los hijos de su sobrina María, también se acordará de su sobrino Antonio con un beneficio curado y de su hermano indiano Diego con una renta anual de 150 ducados.

La lámpara de plata de la Iglesia Mayor de Santiago era el símbolo ostentoso de los Origüela, pero también de lo efímero de su triunfo. En cualquier caso, allí estaba con su brillo argénteo y sus velas encendidas permanentemente en medio de las diversas capillas consagradas a las viejas familias.


*Pedro González Galindo es el antecesor de los Piquinoti (o Piquirroti) de San Clemente; fundador del mayorazgo familiar


Fuentes:
  • ARCHIVO GENERAL DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA. FONDOS PÉREZ SEOANE. Familia Piquinoti. Donación de Pedro González Galindo ante Bartolomé de Celada de una lámpara de plata a la Iglesia Mayor de Santiago de la villa de San Clemente. 1619.
  • AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 45/5. Tasación de gastos de limpieza de lámpara de plata de la Iglesia de Santiago, para servicio del Santísimo Sacramento, por el platero Lorencio Caldés, a pedimento del mayordomo de dicha iglesia. 1619

domingo, 27 de septiembre de 2015

La caída de Francisco de Astudillo Villamediana, tesorero de rentas reales

La ligazón de Francisco Astudillo Villamediana con la política monárquica fue causa de su caída. Las exigencias en hombres y dineros de Olivares, fruto de la guerra de Cataluña, provocó la ruina de
los pueblos, incapaces de asumir los pagos exigidos. Astudillo lo sintió en su tesorería de rentas reales, siendo incapaz de afrontar los compromisos contraídos con los dueños de juros situados sobre las alcabalas y tercias del Marquesado de Villena. La quiebra se produjo en 1643 (1). Después de verse obligado al embargo de los juros y de las tercias reales en 1641, los impagos se suceden. Ese año de 1641 debió ser terrible para la villa de San Clemente y un anuncio de la miseria de los años posteriores: el fruto de las tercias reales sería embargado por la Hacienda real, el Superintendente de milicias Rodrigo de Santelices y el corregidor Antonio Sevillano Ordoñez actuaban con mano de hierro para conducir a los vecinos hacia la guerra de Cataluña, apresando a los desertores y amenazando a los alcaldes ordinarios y regidores, las rentas del pósito embargadas con fines militares y las de montes y dehesas destinadas al pago de conducción de soldados, se embargan carros y mulas para las necesidades militares, la Corona pide nuevos donativos. Astudillo, para recomponer ingresos decide aprovechar las necesidades de abasto a las tropas para pasar ganado de contrabando a los reinos limítrofes de Aragón y Valencia, pero es denunciado (2). Los años de 1644 a 1646 tiene que hacer frente a varios pleitos ejecutivos promovidos por los asentistas de la corona, los portugueses y los herederos de los Sanguinetti y los Fúcares (3). En 1647 sufre prisión y embargo de bienes.
A partir de aquí luchará por recomponer su fortuna exigiendo el pago de las deudas de rentas reales de años anteriores, pero los esfuerzos son baldíos, teniendo que rendir cuentas en un largo proceso ejecutivo que dura varios años y que culmina con la humillación personal de ver embargado su oficio de regidor perpetuo de la villa de San Clemente en 1655  (4)
Desde el punto de vista fiscal, la quiebra de Astudillo coincide con una revolución fiscal en el Marquesado, que será territorio de experimentación para la nueva planta de las superintendencias en 1648. Juan de Olivera es comisionado por el Consejo de Hacienda como administrador y juez de cobranza de las alcabalas y tercias del Marquesado de Villena y se formas arcas de dos llaves para la recaudación de rentas en las casas de Diego Jiménez del Olmo, un año antes de la generalización de este sistema de arcas a todo el Reino. En los años 1646 a 1648, las villas de marquesado sufrirán las continuas visitas de alguaciles ejecutores, mandados por el juez de cobranzas Juan de Olivera, para el pago de rentas reales; situación desesperada de una Hacienda real incapaz de pagar los asentistas y dueños de juros, cuyas exigencias se han multiplicado en los dos años anteriores.
Los años cincuenta y sesenta debieron ser amargos. El inicio de estos años debió coincidir con la muerte de su anciana madre. La alianza matrimonial de su hermana con los Melgarejo se rompe. Ángela de Astudillo Villamediana, residente en Madrid, había casado con don Tomás de Melgarejo Ponce de León, vecino de San Clemente, pero en 1657 se rompe el matrimonio, quizás por la falta de hijos. El 12 de junio de 1658 otorga nuevo testamento haciendo definitiva la ruptura, reiterando las dos revocaciones hechas a favor de su marido el 15 de mayo de 1657, declarando como heredero universal al hijo de su hermano, también llamado Francisco De Astudillo Villamediana. Además de las misas habituales de rigor, y respetando la herencia dejada a su sobrino, no se olvidó de otros beneficiarios. Cedió un censo de 4.000 reales de principal a favor del colegio de la compañía de Jesús, cargado contra los bienes de Fernando de Iniesta y Olivares e hizo cesión de otro censo a favor de la cofradía del Santísimo Sacramento cargado contra los bienes de Juan de Montoya Caballón e hizo donación de 100 ducados a favor de María Martínez, hija de Juan de Palo y Catalina de Ortega. Por último, saldó las deudas contraídas con su marido, obligándose a pagar 24.000 reales a favor de don Pedro Bernal de la Fuente, vecino de Madrid (5).
Pero Astudillo siempre defendió hasta su muerte y frente a las adversidades su posición social. Las últimas noticias que tenemos de Astudillo Villamediana es una petición al contador mayor de cuentas de 1664. La fecha de su muerte no debe estar muy lejana. A partir de aquí el vacío lo llena su hijo del mismo nombre, que se intitulará como gentilhombre de la casa de su Majestad y regidor perpetuo de San Clemente. Al que vemos metido en pleitos con los Herrero sobre la capilla donde se han de celebrar las reuniones en la Iglesia de Santiago para la elección de alcalde de la hermandad, y en 1674 haciéndose cargo de traer a la villa un escudo con las armas reales para la sala de plenos del ayuntamiento.
Francisco de Astudillo Villamediana, el nieto de la saga familiar, muere el 20 de septiembre de 1679. Sus últimos años son de soledad; sólo encuentra la compañía de su criada Juana de Bustamante y el apoyo espiritual de su pariente el presbítero Francisco Pérez de Tudela. En la indecisión de a quien dejar sus bienes, firmará solamente en el lecho de la muerte su testamento. El testamento es abierto el día siguiente de su muerte, 21 de septiembre, acordándose en él de la criada, que lo ha cuidado sus últimos años, con una renta de 37.500 mrs. procedentes de un juro y dejando por heredero universal al mencionado Francisco Pérez de Tudela (6). La soledad es el sentimiento que parece inundar el texto del testamento tanto de Francisco de Astudillo Villamediana hijo como de su padre. Clérigos y criadasparecen ser su última compañía. Los albaceas de un testamento ratificado por el testador el mismo día de su muerte son Manuel Gregorio Santos, comisario del Santo Oficio, el padre José de Oma, el padre Alonso de Ygarza, de la Compañía de Jesús, y el gran beneficiario del testamento, el presbítero y primo de Francisco de Astudillo Villamediana, Francisco Pérez de Tudela, que será el heredero único y universal de la herencia de los Astudillo. Llama la atención en el testamento su voluntad de sobriedad para su entierro para el que encarga la habitual misa de réquiem cantada con diácono y subdiácono en la iglesia de Santiago y para el que desea se haga con la menor ponpa que sea posible. Su cuerpo debería ser enterrado en la capilla de Nuestra Señora de la Concepción, sita en el convento de Nuestro Padre San Francisco. La preocupación por la salvación de su alma, con mil quinientas misas a terceras partes entre la Iglesia Mayor de Santiago y los conventos de padres franciscanos y carmelitas descalzos de la villa (complementadas por quinientas misas más para sus padres y abuelos) contrasta con la inexistencia de cualquier fundación de vínculo, memoria o capellanía. Para pago de las limosnas de las diferentes misas lega dos reales por cada una. Meticuloso hasta el final en sus cuentas, Francisco de Astudillo Villamediana dejará dos memoriales con lo adeudado y lo que le es debido para administración del clérigo Francisco Pérez de Tudela. Las criadas, que ha cuidado de él y de su padre serán las primeras beneficiarias del testamento. En especial, Juana de Bustamente, que ha servido al fallecido durante más de treinta y seis años, su compañía en todo tiempo y en todas enfermedades, pero también su asistencia económica en época de dificultades, lo socorrió con 6.500 reales de vellón para su pleito, son recompensadas con el citado juro de 37.500 maravedíes de renta anual, que fuera comprado por su abuelo en 1626 a Bernardo Remírez de Oropesa, y unas casas accesorias a las principales que tenía el fallecido. Una sobrina de Juana de Bustamante, Antonia González, recibiría 500 ducados, por cuidarle de niño y a la que tenía especial afecto por haberse criado juntos en la casa principal. Lucía Simarro, que también había servido a su padre, 8una cama ordinaria de ropa y 400 ducados; y finalmente, una familiar, Francisca de Astudillo, hija de Amador de Celada y de María de Astudillo, por la asistencia que hizo a su padre 200 ducados. De los bienes heredados por Francisco Pérez de Tudela poco sabemos, aunque por las noticias que disponemos está claro que sería el antiguo administrador de la fortuna de Astudillo, que con seguridad acabaría en manos religiosas. Así, el 8 de diciembre de 1679, recibe poder de Juana de Bustamante, que ha decidido abandonar la villa y reside  en Madrid, para vender las casas legadas y el juro de 37.500 maravedíes de renta anual. La venta efectiva del juro será a favor de las monjas del convento de San José y Santa Ana, que por entonces contaba con diecisiete profesas, por suma de 22.000 reales de vellón, el 11 de octubre de 1680. De las casas de la criada no conocemos su destino, pero los papeles nos dicen que estaban situadas en la calle que llaman Destudillo. Ello nos lleva a plantear la alternativa de que nuestra calle de la Amargura esté situada en la plaza del misma nombre en dirección al actual cementerio o de la Celadilla, cercana al puente de Santa Ana; lugar por el que Francisco de Astudillo Villamediana padre tenía tanta predilección (7)
Setenta años después no quedará en el pueblo del todopoderoso Astudillo, sino un vago recuerdo y una casa deshabitada (8). Deshabitada y en ruina estará también la casa de los González Galindo, pero para esta familia el odio permanecerá sobre el olvido. Hoy, modestamente y con este estudio, creemos que hemos ayudado a conocer un poco quiénes eran esos Astudillo, cuyo recuerdo ha pervivido en la memoria gracias al nombre de una de las plazas de la villa de San Clemente.

(1) AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 115/19
(2) AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 96/36. Pleito contra Francisco Destudillo por pasar ganado de
contrabando a la Corona de Aragón
(3) AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 102/12. De oficio contra Francisco Destudillo por deudas con los dueños de juros. 1646
AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 101/44. Pleito ejecutivo de los herederos de Francisco Sanguinetti
contra Francisco Destudillo, 1644
AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 101/47. Pleito ejecutivo de Diego de Oña, en nombre de los Fúcares, contra Francisco Destudillo, 1646
(4) AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 95/54. año 1655
(5) Información extraída de M. Aguiló Cobo.  http:/galeondenoviembre.blogpost.com.es
(6) AGS, CM, Leg. 555/33
(7)AGS, Contaduría de Mercedes. Leg. 1365 y Leg. 555/33. La redacción más completa del testamento de Francisco de Astudillo Villamediana hijo aparece en el segundo de los documentos.
(8) Respuestas Generales del Catastro de Ensenada

sábado, 19 de septiembre de 2015

Los hermanos del doctor Cristóbal de Tébar

La figura del párroco de San Clemente, doctor Cristobal de Tébar Valenzuela y Origüela, se nos presenta ajena, pero poco a poco vamos desvelando su círculo familiar. Ya nos referimos a su padre y los sucesos de San Clemente de 1553; hemos mencionado a Diego de Tébar, su hermano. Pues bien, sabemos que Diego de Tébar Valenzuela, que había pasado a las Indias en 1569 con el alcalde de corte de la Real Audiencia de Lima, licenciado Altamirano, seguía carteándose con sus dos hermanos residentes en San Clemente, uno de ellos sin duda Cristóbal de Tébar, y con otro hermano residente en Madrid llamado Melchor.
A petición de su hermano Diego, Melchor de Tébar solicitará licencia para pasar a la ciudad de los Reyes en 1575, seis años después que lo hiciera su hermano. Por las informaciones de testigos conocemos que Diego de Tébar para ese año estaba casado muy principalmente, con doña Mariana Aldana y Oviedo, procedente de Almagro,  y que servía vara de alguazil de corte en Lima, que sus padres eran Gonzalo de Tébar y fulana Valenzuela,  y que ambos hermanos se criaron con otros dos en la villa de San Clemente.

Fuente.

ARCHIVO GENERAL DE INDIAS. INDIFERENTE,2087, N. 90. Expediente de concesión de licencia para pasar a Lima a favor de Melchor de Tébar, criado del licenciado López de Sarriá (fiscal del Consejo de Indias), hijo de Gonzalo de Tébar y fulana Valenzuela para vivir con su hermano Diego de Tébar.
Revista del Instituto Peruano de Investigaciones genealógicas. Vols. 7 y 8.1954

jueves, 17 de septiembre de 2015

Los Tébar y los Origüela

Si hay un personaje de la historia de San Clemente que resulta enigmático y atractivo por su desconocimiento, ése es el doctor Cristóbal de Tébar y Origüela. Su fortuna patente en la donación doble que hizo para el establecimiento de la Compañia de Jesús en San Clemente está por descifrar. Pero si que podemos avanzar en su genealogía.
En 1455 se avecinda en San Clemente Pedro Sánchez de Origüela, procedente del Castillo de Garcimuñoz. Ya hemos tratado su orígen converso y la prolífica descendencia que dejó. Responsable de esa múltiple descendencia fue uno de sus hijos: Pedro. Del mismo nombre y apellidos que su padre casó dos veces. La primera vez con Elvira López Tendero, de quien tendría cinco hijos. El primogénito seguiría la saga familiar, casando con María Galindo, natural de Santa María del Campo. De ahí que toda la descendencia (que conducirá a Pedro González Galindo y los Piquinoti) sería conocida por el nombre de los Galindos en el pueblo.
Pero Pedro casaría una segunda vez con Ana de Tébar. De este matrimonio nacerían seis hijos. El mayor sería Cristóbal de Tébar y hay otro llamado Gonzalo. De un Gonzalo de Tébar, creemos que de una generación posterior procederían tanto el doctor Cristóbal de Tébar como Diego de Tébar,fruto de un matrimonio de Gonzalo de Tébar con María de Araque, aunque en las  informaciones de testigos de su hermano Melchor la madre aparece como fulana Valenzuela. La razón es que el nombre completo de la madre era María de Araque Valenzuela. El matrimonio tuvo cuatro hijos: Diego, el doctor Cristóbal Tébar, Melchor y un cuarto hermano del que no tenemos noticias.
Diego de Tébar emigraría en 1569 a las Indias, donde sería alguacil de la Audiencia de Lima. Casaría con Mariana Aldana y Oviedo, natural de Almagro, y tendrían tres hijos. Cristóbal, nacido en 1577, moriría de la peste adolescente, fue admitido a primera probación en la Compamñía de Jesús. Pedro, nacido en 1578, sería conocido como fray Pedro de Tébar, fraile franciscano, calificador del santo oficio y confesor real, alcanzaría fama como predicador y teólogo. María, nacida en 1584, casaría con Pedro González Galindo. La hija de ambos casaría con el banquero genovés  Francisco María Piquinoti.
Los tres hijos nacieron en América. Fray Pedro de Tébar llegaría a España en 1602, aunque desconocemos si esa sería la fecha de llegada  del resto de la familia.
Pero el doctor Cristóbal de Tébar sigue siendo un desconocido,al menos de momento.

Francisco de Astudillo Villamediana, una rectificación

Hasta ahora pensábamos que Francisco de Astudillo Villamediana, tesorero de rentas reales del Marquesado de Villena, vecino de San Clemente,había vivido 77 años, desde su nacimiento en 1602 hasta la fecha de su muerte el 20 de septiembre de 1679.
El hallazgo de una copia del testamento nos da a entender que quien murió en esa fecha fue su hijo del mismo nombre y apellidos. Francisco de Astudillo Villamediana hijo fue regidor perpetuo de San Clemente y gentil hombre de boca de Su Majestad. Asī sobrevivió a su padre, del que desconocemos la fecha de su muerte.
Aunque ampliaremos los datos, podemos decir que la saga de los Astudillo, está formada por el abuelo Francisco de Astudillo y el hijo y el nieto de segundo apellido Villamediana.
Creemos que la fortuna del abuelo se forjó con alianzas familiares como los Rodríguez Garnica, pero también por una håbil alianza con Bernardo Remírez de Oropesa, regidor de San Clemente, y su mujer Ana de Santa Cruz, que había tenido como primer marido a Alonso Gonzålez de Santa Cruz (prestamista de la villa de San Clemente y albacea testamentario  del licenciado Pedro González Galindo, padre de otro de nuestros protagonistas).
Sabemos que en 1679, la calle donde estaban las casas de la familia, ya se llamaba o era conocida como de Astudillo. Así, si ha persistido el nombre, nos replanteamos donde estaba la calle de la Amargura, que confundíamos con la actual de los Galindos.

domingo, 13 de septiembre de 2015

San Clemente, 1553 (IV)

 (Cont.) Es el 26 de julio y en apenas cuatro días los agresores han revertido la interpretación de los hechos. Los partidarios del alcalde ordinario  Hernando de Montoya renunciarán a buscar la justicia del la mano del alcalde mayor doctor Cordobés. Al unísono, Hernando de Origüela, Francisco de Origüela, Juan González de Garnica y Gonzalo de Tébar recusarán al licenciado Cordobés, al que acusan de amistad y parcialidad con los agresores y de pusilanimidad en el ejercicio de la justicia en el Marquesado, permitiendo los desacatos y la impunidad del bando de Francisco Rosillo. Hernando de Montoya y Pedro de Montoya darán su poder al procurador Tristán Calvete para que se querelle ante el Consejo Real, que nombrará juez de comisión para entender en el caso. El elegido es el licenciado Cisneros que ya está entendiendo en el pueblo por el caso de las heridas causadas al vicario del Provencio. Desconocemos el resultado final de su comisión. Ahora bien, sabemos que al año siguiente los Origüela se hallan inmersos en nuevos procesos inquisitoriales. El acusado es Hernando Origüela, uno de los protagonistas del año 1553.
Tanto la familia Montoya, como los Origüela y los Tébar, tenían un tronco familiar común y una misma procedencia de Pedro Sánchez de Origüela, el primero de la saga que había llegado a San Clemente en 1455. El rechazó que provocaba el acceso de esta familia a los oficios municipales ya les había llevado a enfrentarse con la oligarquía local hacia 1515. Sus adversarios siempre sacaron a relucir su origen converso para frenar sus aspiraciones.
Destacamos entre los protagonistas de esta historia a Gonzalo de Tébar. Pensamos que estamos ante el padre del doctor Cristóbal de Tébar, fundador de la Compañía de Jesús en San Clemente, y también de Diego de Tébar, que, emigrado a América, sería el padre de María de Tébar y Aldana, mujer de Pedro Gonzålez Galindo.
La cainita enemistad que a esta familia guardaron los Rosillo pervivirá cien años más. Pero el dinamismo de la sociedad sanclementina a mediados del quinientos era imparable, como lo era el acceso de nuevos grupos al poder local. La minuciosa mención de nombres de protagonistas de este suceso de 1553 es intencionada, todos ellos serán protagonistas de la historia sanclementina del próximo siglo. Solo habían permanecido ajenos al conflicto los Castillo y los Pacheco, presos en las disputas sobre su hidalguía, que les recordaba sus orígenes conversos; los Herrero que empezaban a tener sus miras en la corte, y los Ortega, siempre cautelosos e inmersos en el acrecentamiento de su hacienda. Pero su neutralidad era engañosa, pues sus disputas por el control de la vida municipal era la causa directa del conflicto.

Fuente.
AGS. CONSEJO REAL. Leg. 132, fol. 6, foliado

San Clemente, 1553 (III)

(Cont.) La acción brutal de Francisco Rosillo y consortes había sido cortada por Pedro Garnica, que ha bajado de su casa semidesnudo, y su hijo Juan que les arremetieron con lanzas. Tras vencer la resistencia de Diego de Oviedo, se enfrentaron con Francisco Rosillo, Antón de Ávalos y parientes arrinconándolos en la puerta de la Iglesia. Pero a partir de este momento, y ante un alcalde mayor pasivo y expectante, los hechos se agravan. La gente del arrabal acude alertada al lugar de los hechos. Treinta hombres al grito de mueran, mueran los traidores arremeten en las inmediaciones de la Iglesia contra Rosillo y sus secuaces, pero también contra otros que o bien habían acudido a  ayudarles, como Antón Barriga, que recién llegado de Osa de Montiel, se encuentra en casa de Diego Pacheco, que le presta su espada para sumarse a la reyerta; o bien como Diego de Alfaro, Antón García o Ginés de Llanos se ven envueltos en los hechos, sin comprender la gravedad de la situación.
Encabezando los hombres del arrabal venían los Origüela al completo: Hernando de Origüela, Gonzalo de Tébar y su hermano Andrés González de Tébar, acompañados de sus respectivos hijos, Alonso Remírez y Pedro Sainz; también venían Francisco de Origüela y Alonso de Caballón, a los que se había sumado un Valenzuela de nombre Alonso. Su objetivo es linchar a los Jiménez y los Rosillo y así hubiera sido de no haber intercedido los clérigos abriéndoles la puerta de la iglesia. El joven Juan Rosillo que ha quedado rezagado es acuchillado hasta tres veces y salva la vida por la mediación del alcalde mayor al grito de paz, paz, paz. Atemorizados Antón García, Ginés de los Llanos  y Diego de  Alfaro consiguen refugiarse en la torre. Gonzalo de Tébar y Hernando de Origüela no pudiendo apresarlos, se dirigen a casa del regidor Francisco García, con intención de matarle pero está ausente.
Estos tres jóvenes alcanzarán en la segunda mitad del siglo una posición principal en el pueblo, en especial Antón García Monteagudo, pero esta noche únicamente les queda esperar en el interior de la torre a que se vayan los Origüela para descender con una soga de una ventana de la torre y ponerse en manos del alcalde mayor que los encarcelará por su propia seguridad.
Francisco Rosillo y los Jiménez, junto a su primo Antón Barriga permanecerán en la torre. Sus parientes desde fuera no descansarán para apaciguar los ánimos y buscar una salida. El joven Juan Rosillo es sacado de la cárcel bajo fianza 1000 maravedies y llevado a casa de su padre Francisco Rosillo el viejo para restablecerse de sus heridas. Diego de Oviedo pacta con el alcalde mayor un arresto domiciliario que aprovechará para huir y no volver por la villa en algún tiempo. Por la noche se pactará asimismo una entrega ordenada de los refugiados en la torre.
La entrega tiene lugar a primera hora de la mañana. Los oficios religiosos de los clérigos, que sospechosamente son seguidos por una presencia inusual de feligreses, denunciados desde la torre por Francisco Rosillo como partidarios de Hernando Montoya. Son suspendidos los oficios y curas y feligreses expulsados de la iglesia. Únicamente permanecerá en la iglesia el presbítero Tristán Pallarés, es un hombre próximo a los Pacheco y a quien se ha encargado la mediación. Uno a uno se van entregando y depositando sus espadas, no sin antes protestar que su detención implica le violacion de la inmunidad conferida por el lugar  sagrado. Francisco Jiménez el mozo alega su condición de estudiante de la universidad de Salamanca para acogerse a esta jurisdicción privativa. Todos son llevados a la cárcel de la villa, donde gozarán de un régimen presidiario muy relajado. Las constantes protestas del representante de los Montoya, un Juan, pidiendo se les ponga a los presos cadenas y grillos y la vigilancia de cuatro guardias pagados si es necesario a su costa son aceptadas por el alcalde mayor sobre el papel, pero no se ejecutan en la realidad.
En la cárcel uno de ellos, Antón de Avalos representará a los demás en su defensa. Hábilmente hace una nueva lectura de los hechos. Se denuncia el nepotismo del alcalde ordinario Hernando de Montoya que rompiendo el tradicional reparto de las carnicerías en una equitativa distribución entre ricos y pobres y el respeto a la parte reservada a los regidores, pretende beneficiar en el reparto sus amigos el vicario del Provencio y al bachiller Avilés. Su arrogancia insultando a Francisco Jiménez, su falta de respeto a la justicia del alcalde mayor, su complicidad con los Origüela, responsables de los disturbios, y la violación del espacio sagrado de la iglesia.

jueves, 10 de septiembre de 2015

San Clemente, 1553 (II)

(Cont.) La situación creada se consideró tan grave que el juez licenciado Cisneros y el alcalde mayor aunaron voluntades con decisiones determinantes. Primeramente, se procuró aislar a los sediciosos encerrados en la Iglesia, con un cuerpo de guardia de veinticuatro personas armadas al mando del alguacil de la comisión del pesquisidor Cisneros. Ocho se situaron junto a la puerta de la Torre, cinco junto a la puerta de Santiago, cuatro en la puerta que miraba a la plaza, cinco más en medio de la plaza, en la obra nueva de la iglesia y, por último, otros dos en la esquina de la Iglesia que miraba al Real Peso. Los voluntarios no faltaron y allí estaban miembros de una misma familia como eran los Origüela y los Tébar o de otras familias, como los Oropesa o los Remírez de Caballón, que se prestaban a la colaboración con la justicia llevados de su odio a los Rosillo o simplemente del oportunismo de quienes buscaban un lugar junto a las clases dirigentes de la villa.
Se declara un auténtico estado de excepción en el pueblo; estableciéndose turnos rotatorios para las guardias de la iglesia, se prohíbe al resto de los veçinos portar armas y se ordena a los clérigos y tenientes de cura de la iglesia de Santiago, Tristán Pallarés y Hernando de Juera, que no den de comer ni beber a los internados en la torre. Sabemos que el segundo de ellos había ayudado a los prófugos a refugiarse en la torre.
Al día siguiente se pone en marcha todo el proceso judicial, supeditado al más estricto legalismo. Informe del cirujano Juan de Mérida, que certificó la gravedad de la herida de la cabeza de Hernando, informaciones de los testigos y secuestro de bienes.
La declaración del alcalde mayor, licenciado Cordobés, vino apoyada por el testimonio de su criado Lucas Méndez, y las minuciosas aportaciones de Cristóbal de Tébar y Hernando de Origüela, y, sobre todo, de la familia Garnica al completo, tanto del padre Pedro como de los hijos Juan y el menor de 15 años Cristóbal, que además de ser testigos de los hechos, desde su casa situada junto a la iglesia, habían sido determinantes para evitar el linchamiento de los Montoya.
Posteriormente se procedió al secuestro de bienes de los encerrados en la torre. De las relaciones de bienes sabemos que los prófugos eran hombres con haciendas ricas, sin ser las principales del pueblo. Sus casas se situaban junto a familias de primera línea de la villa. Diego de Avalos junto a Pedro Barriga, cuyo hijo Antón se había sumado a la reyerta, y a las de su enemigo Cristóbal de Tébar; Francisco Jiménez era vecino de uno de los hombres más ricos del pueblo, el licenciado Guedeja, y Juan Jiménez tenía sus casas lindantes con Pedro Caballón y los herederos de Rodrigo Ortega el rico, destinados a dominar la política local en la centuria siguiente.
La fuente de su riqueza se fundaba en las dos actividades principales de la economía sanclementina: las viñas y el ganado. Francisco Jiménez poseía en el momento de secuestro de bienes 1000 cabezas de ganado lanar y cabrío, 40 arrobas de lana prieta y 20 tinajas de vino de a 30 arrobas. Francisco Rosillo, 400 cabezas de ganado lanar, lo mismo que Juan López de Garcilópez. Ni qué decir tiene que se constituyeron en depositarios de los bienes secuestrados los familiares de los perseguidos.
Francisco Jiménez se prestaba a aumentar su hacienda con el monopolio conseguido desde San Juan de junio como abastecedor de carnicerías. Aquí empezaron las diferencias  con Montoya y Origüela, que de la mano de Hernando dominaban la alcaldía, algo que no aceptaban ni los Jiménez ni los Rosillo. De hecho, el incidente de las carnicerías tenía su origen real en que el acto de partición de la vaca había comenzado ante el alcalde mayor, pero en ausencia de Hernando Montoya, cuya autoridad como alcalde ordinario era ninguneada por sus adversarios. La figura del alcalde mayor licenciado Cordobés se nos presenta como una persona pusilánime en manos de los dos bandos del pueblo. En un principio las medidas que toma están determinadas por la presión de los Montoya: encarcelamiento de Francisco Jiménez el viejo y posteriormente de sus hijos y parientes, así como secuestro de bienes. Pronto la presión del otro bando le haría mudar su acción judicial. ¿Por qué estos vaivenes? El alcalde mayor se veía sobrepasado por la virulencia alcanzada por la lucha de bandos de la noche del 22 de julio de 1553.

martes, 8 de septiembre de 2015

San Clemente, 1553

Ayuntamiento, 1962
Aquel sábado 22 de julio de 1553 la villa de San Clemente viviría una jornada tumultuosa que destaparía los odios latentes tanto tiempo soterrados y que ahora estallaban por un trivial asunto de carnicerías.
Aquel año detentaban la varas de justicia Hernando de Montoya y Juan de Oma, alcaldes ordinarios. La justicia del Marquesado la detentaba el alcalde mayor licenciado Cordobés, que daba cierta presencia institucional a la Corona a falta de residencia de un gobernador, que había declinado tres años antes fijar su sede institucional en San Clemente.
Era hacia la una o dos del mediodía cuando Hernando Montoya y Juan de Oma veían como el cortador de las carnicerías Miguel Morillo procedía por orden de los dichos alcaldes a dar un trozo de vaca al criado del vicario del Provencio licenciado del Pozo. Fue entonces cuando ocurrió la acción inesperada de Francisco Jiménez, que pretendiendo cobrarse una deuda del vicario, arrebató el trozo de carne al cortador. El enfrentamiento entre Hernando Montoya y Francisco Jiménez fue inmediato.  Estos diablos le espetó burlonamente Hernando. No ay aquí diablos respondió Francisco. Baladrón le insultó Hernando, que obtuvo por respuesta el más baladrón soys vos. Francisco Jiménez fuera de sí provocó un auténtico alboroto voceando y haciendo caso omiso al licenciado Cordobés que acababa de llegar y le mandaba callar.Un decidido Hernando de Montoya pediría la prisión del alborotador, que sería ordenada por el alcalde mayor, bajo acusación de desacato y palabras injuriosas. La orden que ejecutó un temeroso Juan de Oma provocó la reacción airada de los familiares de Francisco Jiménez presentes allí, en especial la de su yerno Francisco Rosillo, que con la colaboración de Juan Jiménez, hermano de Francisco Jiménez, y en menor medida de Diego de Ávalos, también hermano de los Jiménez, y Juan López de Garcilópez inician una trifulca en el interior de las carnicerías donde a costa improperios y empujones consiguen soltar a Francisco Jiménez.
Pero no le faltaban voluntarios al alcalde Hernando Montoya para cumplir las órdenes que eran incapaces de ejecutar las autoridades. Allí se presentó uno de los Origüela, conocido como Hernando del arrabal, que por su cuenta y riesgo decidió apresar a Francisco Rosillo y ponerlo en manos del alcalde Juan de Oma para conducirlo a la cárcel. Lejos de amedrentarse Rosillo y Jiménez formaron grupo para rodear amenazantes a Hernando de Origüela, que impotente pedía favor a la justicia, mientras Juan Jiménez y Juan López de Garcilópez le arrebataban a Francisco Rosillo y lo conducían al cementerio anejo a la antigua iglesia de Santiago, donde, como lugar sagrado que era, la justicia no podía pasar.
Hasta la noche se vivió una situación de tensa calma, provocada más por el temor que se tenían los contendientes que por el respeto al lugar sagrado. Pero hacia las nueve de la noche, Hernando de Montoya, acompañado de su primo Pedro, decidió hacer una ronda por la plaza. La intención era detener a Juan López por ayudar a Francisco Rosillo, pero huye; decide pedirle al alcalde mayor que detenga a Francisco Rosillo, pues tiene una causa pendiente por desacato al alguacil mayor del Marquesado Juan Muñoz. Al volver a su casa, aneja a la iglesia, encuentra sentados a los perseguidos en unas piedras, sin duda destinadas a la construcción de la nueva iglesia de Santiago. El grupo estaba ahora formado por Juan Jiménez hermano  de Francisco, acompañados de los hijos del segundo, Francisco Jiménez y Antón de Ávalos, y del yerno Francisco Rosillo junto a  Juan, hijo de Francisco Rosillo el viejo. A ellos se había sumado, el escribano Diego Oviedo, Antón Barriga, y seguramente, pues poco después entrarían en la pelea, Diego de Alfaro,hijo de Alonso de Oropesa, y también Antón García Monteagudo. Es difícil saber si estaban o no en lugar sagrado en aquel espacio caótico que debía ser la plaza del pueblo, que iniciaba un proceso de remodelación arquitectónica. Ni parece que estos subterfugios jurídicos preocuparan a los Montoya, que fueron recibidos con burlones cánticos por los prófugos. Hernando de Montoya que había acudido con vara de justicia decidió el arresto de Francisco Rosillo. Es entonces cuando comienza la pelea por los Jiménez y Rosillo, que han desenvainado sus espadas. El primero en recibir un golpe en la cabeza es el joven Pedro de Montoya de veintiséis años, golpeado por Antón de Ávalos con el pomo de su espada. Pero la brutalidad se desata contra Hernando que recibe golpes y cuchilladas, hasta que una de ellas le rompe el casco, abriéndole una herida en la cabeza y dejándolo sangriento. La trifulca y las voces de Pedro Montoya pidiendo justicia atrae a los vecinos y al alcalde mayor Cordobés. Pero el grupo se mantiene desafiante: al que llegaré acá le mataremos, porfía Antón Dàvalos. Solo la acción del joven Garnica que armado con lanzón ha bajado de la casa que su padre tiene en la plaza del pueblo, cambia la situación. Aparece también el padre Pedro Garnica que durante media hora se enzarza en una pelea con el escribano Diego de Oviedo. La pelea solo acaba cuando aparece el alcalde mayor para poner fin a la riña.El grupo atacante aparece acorralado en el cementerio, pero en ese momento unos clérigos les abren la puerta de la Torre de la Iglesia. Allí se refugian los prófugos, salvo Juan Rosillo, hijo de Francisco el viejo, que es apresado antes.
La situación creada no había surgido de la nada. Algunos vecinos se quejaban de los desórdenes y clima de inseguridad que reinaba en el pueblo y en la comarca por la acción de bandos como los Rosillo. Es más, acusaban de pusilanimidad, cuando no de complicidad, al alcalde mayor licenciado Cordobés. Era sabido por todos, la amistad que le unía al escribano Diego de Oviedo. Además el Consejo de Castilla había nombrado un juez pesquisidor, el licenciado Cisneros, para un caso similar por heridas causadas al vicario de El Provencio. En palabras de Pedro de Tébar, se habían extendido los delitos contra las justicias de la comarca, especialmente por parte de Francisco Rosillo, y los desacatos contra el alguacil mayor del gobernador.


Imagen. Biblioteca Pública de Cuenca Fermín Caballero, Cartel de las fiestas de 1962

sábado, 5 de septiembre de 2015

Los Origüela, los Castillo y los Pacheco (III)

(cont.) cuya línea recaería el señorío de Valdosma. A ambas familias, Castillo y Pacheco, los vemos en la elección de oficios del año anterior, 1549, aislados respecto al resto de los regidores, en un momento en que el control de la vida municipal parece estar en manos de la familia de los Herreros y Oropesa (7). Un siglo después, los Castillo, que como hemos dicho habían hecho su fortuna al calor de la protección del marqués de Villena, estaban presentes en la principal familia del pueblo: los Pacheco. En 1612, Juan Pacheco, señor de Perona y alférez de la villa de San Clemente, a la sazón casado con la referida doña Elvira Cimbrón o del Castillo, manifestaba en una prueba de limpieza de sangre de un familiar, no sin cierto rubor, su ascendencia (el primer señor de Perona había sido Hernando del Castillo, el antecesor de la saga), y debiendo tener presente que otro pariente Alonso de Pacheco, casado con otra Castillo, de nombre María, había sido acusado de seguir los preceptos de la ley mosaica en 1563. Sus parientes de Minaya no podían olvidar que su ascendiente directo era Alonso del Castillo, el hermano de Violante González. Pero los Pacheco tuvieron éxito en borrar las huellas que sus enemigos trataban de desenterrar. Unas veces haciendo desaparecer los procesos inquisitoriales, tal como ocurrió con el proceso original de Violante González; otras, a costa de matrimonios con familias de cristianos viejos y la extensión de sus señoríos. Además no dudaron en construirse una genealogía, donde el patrón de la familia ya no se le buscaba origen en Santander, sino que al igual que los Orihuela, era el doctor Pedro Sánchez del Castillo, es decir, un descendiente directo de Clemén Pérez de Rus, el fundador de la villa de San Clemente. Otros descendientes de los Castillo, como los Piñán del Castillo, no tenían tanto éxito al estar encerrados en uniones endogámicas (8).



(7) AMSC. AYUNTAMIENTO. Acta municipal de 29 de septiembre de 1549.
(8) Sobre la genealogía y vínculos familiares de los Castillo es imprescindible el estudio de PARELLO, Vincent: “Une famille converse au service du marquis de Villena: les Castillo de Cuenca (XVe-XVIIe siècles)” en Bulletin Hispanique, 2000, Volumen 102, nº 1, pp. 15-36

Los Origüela, los Castillo y los Pacheco (II)

(cont.) conversos de sus familias no faltaban en la oscura genealogía del antecesor Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón y al servicio del marqués de Villena, apodado el aceitero, y vecino de Castillo de Garcimuñoz (4). Esta rama de los Castillo al igual que los González Orihuela había abandonado pronto el apellido paterno, que se desconocía o no se quería conocer. Hernando supo encumbrarse en la nobleza de la zona por sus servicios como paje del marques de Villena y hacerse con los señoríos de Altarejos y Perona. Tanto él como su hijo Diego tuvieron que hacer frente a sendos procesos inquisitoriales por judaísmo en 1498 y 1519, resueltos de forma expeditiva por el hijo echando a patadas al comisario de la Inquisición enviado a Alarcón, de donde era alcaide. Pero mientras Diego sufría los embates de la inquisición su hermano Alonso del Castillo medraba en silencio, creando por alianzas matrimoniales un patrimonio del que serían herederos los Pacheco de San Clemente. Alonso casó con María Hinestrosa, hija del comendador Alonso de Iniesta, que llevaría al matrimonio, por muerte de la hermana Elvira, el señorío de Valera de Yuso, al que se uniría un gran patrimonio que empezaba a tener como centro la villa de San Clemente: el señorío de Perona, con una dehesa, heredades en San Clemente, La Roda. El Cañavate, Vara del Rey y El Picazo, diversos censos y las dehesas de la Losa y Villalgordo y molinos de la Losa. Una herencia nada despreciable que recaería en el hijo Alonso del Castillo Hinestrosa el 2 de junio de 1517(5). Los nietos de este Hernando, el citado Alonso y sus hermanos Hernando y Francisco estaban avecindados en San Clemente hacia 1550 e inmersos en un pleito para ver reconocida su hidalguía con la invención de una fabulosa genealogía que les hacía proceder de Santander, negada por el concejo de San Clemente presto en recordar que los huesos de la madre del abuelo, Violante González, alias Blanca o Blanquilla, habían sido exhumados por la Inquisición y quemados en un auto de fe en la Plaza de Santa María de Cuenca el 21 de diciembre de 1491, auto de fe en el que estuvieron presentes todas las autoridades de la ciudad. Con estos Castillo, muy activos a mediados de siglo en la política municipal de mano de la regiduría perpetua que ostentaba Hernando, entroncarían los Pacheco. Juan Pacheco casaría con Elvira Castillo o Cimbrón, hija de Francisco (6), uno de los litigantes por su hidalguía en Granada, heredando los títulos de regidor y alférez mayor de San Clemente, señor de Perona y de la Losa. Unos años antes, el abuelo de Juan, Alonso Pacheco, regidor de San Clemente, señor de Santiago de la Torre y hermano del señor de Minaya, casaría con una hermana de los litigantes, Juana de Toledo. De esta línea a través de su hijo Diego, procederían las tres líneas de los Pacheco de San Clemente: Juan, señor de Perona, Alonso, señor de Santiago de la Torre, y Francisco, en


(4) RODRÍGUEZ LLOPIS, M.: op, cit. pp. 70-75. La persecución de los Castillo ha sido estudiada por PÉREZ RAMÍREZ, D.: “Don Diego del Castillo, alcaide de Alarcón, caballero a la española”, Cuenca, nº 11, 1977 y por PARELLO, V.: “Los Castillos ante el tribunal de la Inquisición de Cuenca (siglos XV-XVII)”, Les Cahiers de Framespa, 18, http//framespa.revues.org/3220, para la persecución de los herederos de Violante González y, en especial, Hernando y su hijo Diego del Castillo.
 (5) RODRÍGUEZ LLOPIS , M.: op, cit. pp. 74 y 75
(6) Este Hernando había casado con Elvira Portocarrero, fundando mayorazgo en 1545 con los bienes de Valera y La Losa. Se incluían entre estos bienes la Losa, la Losilla y la Noguera, con sus molinos en la ribera del Júcar (molinos conocidos por su ubicación como de la Noguera y de la Losilla) y sus dehesas. Francisco del Castillo, su hermano, se casó con doña Ana Cimbrón Ávalos. Su hija Elvira Cimbrón o del Castillo, aportaría al matrimonio con don Juan Pacheco y Guzmán, o Herreros, los señoríos de Perona, la Losa y Valera. Su hijo primogénito Rodrigo casaría en Guadalajara con María Mendoza, esa es la razón por la que desaparecen estos Pachecos de la primera línea de la vida política de San Clemente, aunque seguirían presentes como grandes hacendados de pueblo. La nieta de Rodrigo Pacheco y María Mendoza, María de Mendoza e Inestrosa se convertiría en I Marquesa de Valera en 1679.

Los Origüela, los Castillo y los Pacheco

Las controversias del origen medieval del linaje Origüela y sus relaciones con los Castillo y Pacheco: origen converso de la nobleza regional

En realidad, las controversias del origen del linaje de los Origüela afectaba tanto a la rama infecta, procedente del escribano Sánchez Origüela como a la rama limpia de los caballeros de la banda y la espuela de oro. Los orígenes medievales del linaje han sido estudiados por el profesor RODRÍGUEZ LLOPIS (1). Los Origüela eran oriundos del Castillo de Garcimuñoz y su holgada posición va ligada a la corona desde el reinado de Enrique II. Ya en 1381 tenemos constancia de la existencia de Pedro Sánchez Orihuela como alcaide del Castillo de Garcimuñoz y de otros miembros del linaje con cargos en la corte. Aunque la familia comienza a adquirir notoriedad con el doctor Pedro González del Castillo, que inicia el proceso de patrimonialización de la familia al conseguir el señorío sobre Santa María del Campo y Santiago de la Torre, comprada a la familia Rodríguez de Avilés el 3 de enero de 1428, además de propiedades en Alarcón, Garcimuñoz y San Clemente y molinos en la ribera del Júcar. Prueba del origen converso del linaje es que el apellido Orihuela tendió a desaparecer sustituido por el de Castillo, del lugar de origen. No obstante, Pedro González Galindo procuró atenerse a la línea de uno de los hermanos del doctor Pedro, ascendiente directo y que siempre mantuvo el apellido de Orihuela. La razón está quizás en la persecución inquisitorial que sufrió en el pasado la familia Castillo, otra rama familiar del mismo origen en el Castillo de Garcimuñoz, que contaba con la protección del marqués de Villena. Muestra de ello es que las acusaciones pasarían el umbral del cambio del siglo y unos pocos años antes del comienzo del pleito de hidalguía de Pedro González Galindo, en 1613, había sido acusado de judaísmo por la Inquisición el regidor Francisco Castillo Inestrosa, descendiente de esta rama familiar2. Es aventurado apostar por la relación de estos señores de Santa María del Campo y sus parientes de San Clemente. La vinculación de los Orihuela con la villa de Santa María de Campo, que permanecería como aldea de señorío de esta familia hasta su paso a realengo en 1578, está demostrada por las vinculaciones familiares con vecinos de esa localidad: ejemplos claros son los Galindos, recuérdese el caso de María Galindo, o los Ortega3. Pero los Castillo de Santa María del Campo, sin duda inducidos por sus familiares de San Clemente, fueron más allá e inventaron una genealogía que les hacía proceder de Clemén Pérez de Rus, el fundador de la villa de San Clemente. Algo que Pedro González Galindo, sin duda conocedor, no se atrevió a mencionar en el origen de su genealogía. La afrenta de esta genealogía era mayúscula para familias como los Perona y Rosillo, otros como los Pacheco quizás preferían mirar para otro lado, pues los orígenes


(1)RODRÍGUEZ LLOPIS, M.: “Procesos de movilidad social en la nobleza conquense: la Tierra de Alarcón en la Baja Edad Media” en Tierra y familia en la España Meridional, siglos XIII-XIX, FRANCISCO GONZÁLEZ GARCÍA (ed.), Universidad de Murcia, 1998, pp. 62-65
(2) PARELLO, V.: “Los Castillos ante el tribunal de la Inquisición de Cuenca (siglos XV-VII”, Les Cahiers de Framespa, 18, http//framespa.revues.org/3220. Este autor cita cómo la persecución contra los Castillos llegó a uno de sus descendientes en San Clemente. Francisco del Castillo e Hinestrosa, regidor de San Clemente y miembro de la compañía de Jesús, acusado de criptojudaísmo y blasfemia, que mantenía estrechas relaciones con la comunidad de marranos portugueses en la villa, en especial uno de nombre Simón Rodríguez, con tienda de sedas y especias, y había estado al servicio del marqués de Villena en Roma. Se solía vanagloriar de su ascendencia judía: boto a Dios que sé mui bien que soi judío de señal o descendiente de judíos de señal.
3Expediente de limpieza de sangre de Antonio Ortega Galindo, colegial de la Universidad de Alcalá de Henares. 1652 (AHN. UNIVERSIDADES. Leg. 419)

martes, 1 de septiembre de 2015

Los Origüela de San Clemente: Astudillos y Piquinotis

En la villa de San Clemente, durante el quinientos, vivía en el arrabal, en la calle despectivamente llamada de la Amargura, una importante comunidad conversa que tenía por apellido Origüela.

El primero de esta familia Pedro Sánchez de Origüela había llegado procedente de Castillo de Garcimuñoz y se había avecindado en San Clemente en 1455. Daría lugar a una prolífica descendencia de diez hijos. Aunque a nosotros nos interesan cuatro. De la hija María, descenderían los Montoya, familiares y calificadores del Santo Oficio; del hijo Pedro, descenderían los González Galindo, que vía matrimonial acabarían enlazando en los años treinta del siglo XVII con los Piquinoti, asentistas genoveses, y de Alonso vendría la saga de los Astudillo. Un cuarto hijo de nombre Luis sería quemado por la Inquisición y su sambenito colgaría de la Iglesia de Santiago como estigma acusador de toda la familia.

La fama de poco limpios de esta familia estaba acreditada, se buscase su origen en un Juan González Orihuela, caballero de la banda y de divisa dorada, o se remontase esa ascendencia al escribano Hernán Sánchez de Orihuela, como hacían los detractores. Los enemigos, fundamentalmente familias como los Rosillo o los Perona, supieron aprovechar la memoria colectiva para hacer del recuerdo de la penitencia de Luis Sánchez Orihuela en 1517, un arma arrojadiza para intentar arrinconar en la vida municipal a la familia Orihuela. Sabemos que cortaron de forma tajante, con el proceso inquisitorial mencionado, la participación de los Orihuela en los cargos de alcaldes ordinarios. Que nuevos procesos inquisitoriales se incoaron a mediados del quinientos para frenar su influencia y que las acusaciones por la rayz infecta judaica afloraron a partir de 1616 con motivo del pleito de Pedro González Galindo para obtener ejecutoria de hidalguía.

Las acusaciones de falta de limpieza de sangre fueron demoledoras contra Francisco de Astudillo Villamediana, tesorero de rentas reales del Marquesado de Villena, en el expediente de 1641 para la obtención del hábito de Santiago. En su caso, el estigma de la infamia era doble, pues a las acusaciones de judío se añadían las de moro. Además al recuerdo del oprobio de Luis Sánchez de Orihuela, se sumaba otro sambenito colgado en la iglesia de Santiago, el de su tía bisabuela Juana Fernández de Astudillo.

Su padre había consolidado la riqueza familiar y el reconocimiento público como alcalde, escribano del ayuntamiento y regidor de la villa de San Clemente, uniendo el codiciado cargo de tesorero de rentas reales del Marquesado de Villena, logrado en 1615 a costa de su declarado enemigo Rodrigo de Ortega,  futuro señor de Villar de Cantos y antecesor de los Valdeguerrero.

 Francisco de Astudillo Villamediana sería objeto de las acusaciones viscerales de Juan Rosillo, el licenciado Villanueva o los Perona; pero no sólo sufrió el odio de las viejas familias del pueblo sino el vacío de muchos  regidores que, menospreciando su origen, envidiaban su riqueza y no aceptaban ni su reconocimiento social ni su participación en la vida pública. Al final de su vida, cuando muere (de momento hemos localizado el testamento de su hijo en 1679), el todopoderoso Astudillo del año 1640, es un hombre solo y derrotado. Los acreedores, asentistas y dueños de juros, lo han perseguido en interminables pleitos, ha visto embargado su título de regidor y su descendencia se extinguirá con la muerte de su hijo y único heredero pocos años después. De aquel hombre que se atrevía a encarcelar a los regidores, colaboraba con la monarquía en la ambiciosa política de Olivares o deslumbraba a sus vecinos con fastuosas fiestas del Corpus, apenas si queda nada.

Veinticinco años antes, su pariente Pedro González Galindo se enfrentó a un largo pleito con el concejo de San. Clemente para su aceptación como hijodalgo. A las ya consabidas acusaciones judaizantes se sumaron otras más groseras de bastardía. Pero don Pedro González Galindo no era hombre que se dejara humillar. Con unos veinte años, en 1586 se había ido a América, huyendo de la familia de su madre, los García Monteagudo, poco dispuestos a compartir con el hijo el patrimonio familiar. Las Indias fue la tierra talismán donde hizo fortuna, en cuyo origen no faltó la aportación de su mujer María deTebar, perteneciente a otra rama de los Origüela. La misma de la que procedería el omnipotente doctor Cristóbal de Tébar, párroco de la villa y fundador del colegio de la Compañía de Jesús.

Su vuelta a España fue avasalladora, estableciendo su casa en la calle de Alcalá, creemos que no muy lejos de otros asentistas como Octavo Centurión, que vivía en la próxima Caballero de Gracia. Asentado en el hoy derruido palacio de los Piquirroti, participó en la vida sanclementina desde la distancia, hipotecando los bienes de la villa a un préstamo de 10.000 ducados o controlando el excedente del trigo de las tercias reales del Marquesado con un juró de 1950 fanegas.

Consolidado su poder económico impuso su aceptación en la vida pública de San Clemente, como cofrade de Nuestra Señora de Septiembre, donde sólo se admitían cristianos viejos, como hidalgo en una sesión del ayuntamiento de mayo de 1623 y, en el mismo lugar cinco años después, como familiar del Santo Oficio.

Su ascensión en la corte no era menor. Estableció alianza con los Piquinoti, asentistas genoveses de los reinados de Felipe IV y Carlos II, con el matrimonio de su hija Antonia con Francesco María. El hijo de este matrimonio sería el primer conde de Villaleal.

FUENTES:

  • AHN.ÓRDENES. CABALLEROS DE SANTIAGO. Exp. 2798
  • Véase artículo en PDF (en proceso de redacción)
https://www.academia.edu/20361548/Los_Orig%C3%BCela_de_San_Clemente