El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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martes, 1 de agosto de 2017

El convento de monjas dominicas de San Idelfonso de La Alberca de Záncara: propiedades en Castillo de Garcimuñoz

Claustro convento dominicas en Belmonte (web de El País)
El convento de monjas dominicas de San Idelfonso de La Alberca de Záncara fue fundado por el infante don Juan Manuel en 1335. El momento aquí estudiado se centra en 1490. Los recursos económicos que sustentaban el convento giraban en torno a unas casas de molinos que las monjas poseían en el término de Castillo de Garcimuñoz, junto al río Júcar, y las propiedades anejas a las mismas.

Los molinos llamados de las monjas eran el centro de las propiedades del convento en torno a la ribera del río, que consistían en huertas, árboles frutales, prados y tierras de pan llevar. El heredamiento era explotado en régimen censual, creemos que en enfiteusis, por los vecinos de Castillo Garcimuñoz, que se habían comprometido a pagar ciento veinte fanegas de trigo, convertidas en harina, cada año a las monjas.

Detalle del claustro (foto Laura Mainar)
Las monjas del convento eran celosas en la defensa de sus intereses, en la escritura de censo firmada con los vecinos de Castillo de Garcimuñoz había introducido una cláusula que, en caso de impedimento, por cualquier hecho fortuito o causa mayor, las obligaciones de pago se mantenían, obligándose los vecinos con sus bienes y personas. Ese caso de fuerza mayor, se dio en 1488, cuando el río Júcar se desbordó, llevándose la presa y parte de los molinos, quedando únicamente dos ruedas. Los vecinos dejaron de pagar y dos años después el convento exigió las obligaciones contraídas: las ciento veinte fanegas adeudadas de cada uno de los dos últimos años, para cuyo pago no era impedimento qualesquier caso fortuyto acaesçido de fuerça maior o menor.

Las propiedades de las monjas dominicas junto al Júcar venían a complementar otras propiedades. Estaban en posesión de unos molinos en Robledillo, sobre el río Záncara, concedidos en 1385, que se sumaban a las propiedades concedidas por su benefactor, en el momento de la fundación del Convento en 1335, el Canciller Alfonso Pérez, vasallo de don Juan Manuel: seis mil almudes de tierra en el término de La Alberca y el poblado de El Amarguillo*. Las monjas, sin poder jurisdiccional sobre la villa de La Alberca, actuaron como verdaderas señoras de la villa; poder no exento de conflictos entre los vecinos y las mencionadas monjas. En 1499, las monjas se trasladan a Belmonte a instancias de don Diego López Pacheco, señor de Villena, estableciendo nuevo convento bajo la advocación de Catalina de Sena. Hoy, restaurado el convento, compartiendo espacio con los restos del palacio del Infante don Juan Manuel, conserva uno de los mejores claustros del Renacimiento español. El antiguo convento de San Idelfonso en la Plaza de San Pedro de la villa de La Alberca de Záncara, prácticamente está desaparecido.

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*Algunas propiedades de las monjas en La Alberca, recogidas varios siglos después en el Catastro de Ensenada de 1751 son, entre las tierras de regadío:

El convento relixiosas dominicas de Belmonte tienen nueve celemines de primera calidad que anualmente se siembran de ceuada y los seis celemines por ser de riego también se plantan de hortaliza.
Aunque no son tierras de regadío, recoge también un cercado de tres celemines. A ello había que sumar las tierras cargadas con censos y las rentas decimales a favor de la religiosas dominicas
y están entendidos que los más de los diezmos que producen las tierras del combento de carmelitas calzados de esta villa y el de relixiosas dominicas de la villa de Velmonte que en lo antiguo estuuo en esa villa los perciuen dichos combentos por especial privilegio que tiene sin entrar en la tercia general de todos los demás diezmos como también tienen por tal carga las memorias y aniversarios perpetuas de misas que están cargadas como también las de los diuersos censos así perpetuos como redimibles a que se hallan muchas de ellas afectas e ypotecadas que constarán de las relaciones de los censualistas,...
... y los diezmos que perciue dicho combento de relixiosas le parece llegará en cada un año a setenta y seis fanegas de trigo, veinte y dos de cevada, veunte y ocho de centeno, quarenta y dos de escaña, dos de garvanzos y cinco de guijas, y dos arrobas de aceite
Sobre el molino harinero que las monjas poseían en la ribera del Júcar, nos aparece ya enajenado, en manos de diversos propietarios, en el Catastro de Ensenada de la población de Castillo de Garcimuñoz
y un molino arinero que llaman del lizenciado, distante de esta población legua y media, sito en la rivera del río Júcar de quatro piedras 
Sobre el molino harinero en el despoblado de  Robledillo, también enajenado por estas fechas, nos dice el Catastro de Ensenada de la villa de Las Pedroñeras
En el dicho término despoblado de Robredillo hai siete paradas de molinos arineros de agua... otro nombrado de las monjas, situado en dicho río y riuera (del Záncara) que se compone de dos piedras, dista a dicho despoblado media legua y a esta villa (de Las Pedroñeras) una legua. (Por estas fechas es propiedad de un vecino de Las Pedroñeras llamado José Montoya y Pernía)
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Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 149009, 280. Comisión a petición del convento de San Ildefonso de Alberca que reclaman la renta de unas casas de molinos en la ribera del Júcar a unos vecinos de Castillo de Garcimuñoz. 1490
SANZ FUENTES, Mª Josefa: "Aportación documental al conocimiento de los monasterios dominicanos conquenses de San Ildefonso de La Alberca de Záncara y Santa Catalina de Siena de Belmonte".  Estudios en memoria del profesor Dr. Carlos Sáez: Homenaje / coord. por María del Val González de la Peña, 2007, págs. 353-370

domingo, 9 de julio de 2017

Fray Julián de Arenas, guardián del convento de San Francisco de la Observancia de la villa de San Clemente

Fraile franciscano. Rembrandt
Corría el Corpus de 1719 cuando Fray Julián de Arenas subió al púlpito de la iglesia parroquial de Santiago de la villa de San Clemente. Con él se iniciaba el primero de los sermones de la octava del Corpus de ese año. El franciscano comenzó su discurso reconociendo la dificultad de articular palabra ante el esplendor del Santísimo Sacramento presente en el altar mayor. Era simple argucia para iniciar un discurso cuyas implicaciones teológicas provocarían un terremoto en la villa de San Clemente. Mudo se quedaba el fraile al igual que, tal como explicaba, mudo se quedó San Juan, cuando, junto a la Virgen María, a los pies de Cristo en la Cruz, escuchó de su boca el mulier ecce filius tuus ... ecce mater tua. ¡Y más le hubiera valido callarse! Pero no lo hizo, continuando con unos razonamientos teológicos que seguramente casi ninguno de los presentes entendía. Pero entre los feligreses aquel día había un carmelita descalzo que pronto se dio cuenta del peligroso zarzal donde se estaba metiendo el franciscano.

Apenas hacía cincuenta años que los carmelitas descalzos se habían instalado en la villa de San Clemente. En un principio dos o tres frailes carmelitas descalzos se habían instalado en la hospedería de monjas de la misma orden, administrándoles la confesión y demás sacramentos. Pero en agosto de 1670 los carmelitas consiguieron licencia del cabildo sanclementino para instalarse en la villa. El pueblo se dividió en dos sobre la conveniencia o no de un nuevo convento. A la cabeza de los opositores, los franciscanos observantes que se echaron literalmente a la calle para obtener los apoyos de los vecinos contra los carmelitas. Ya en 1662 habían conseguido evitar el traslado de los carmelitas calzados de la Alberca alegando la superabundancia de doctrina en la villa. Ahora, las razones eran bastante prosaicas: en la villa, empobrecida y necesitada, no había lugar para sustentar a dos conventos de frailes, y menos para un convento que no admitía la posesión de bienes raíces para su sustento (condición que pronto incumplirían, pues poseían tierras en la Alberca y huertas junto al convento de monjas carmelitas). El pueblo se dividió en dos. Las familias tradicionales, encabezadas por los regidores José Rosillo, Pedro de Oma, Bernardo de Oropesa y Francisco Pacheco, se opusieron a las pretensiones carmelitas; Francisco Caballón, Juan de Ortega, Antonio Sanz de los Herreros y otros dieron su voto favorable al establecimiento de la orden. Las razones declaradas de los opositores eran que había ya demasiado monje para tan escasa vecindad de 800 vecinos. Las razones profundas eran otras: los derechos de patronazgo y control que de hecho ejercían las viejas familias sobre los franciscanos, en cuyo estudio de gramática formaban a sus hijos, y cuyos conventos eran lugar de enterramiento de sus familiares. Recordemos que familias como los Pacheco tenían capilla propia en el el convento de monjas clarisas y que habían heredado el patronazgo de los Castillo sobre el ochavo del convento de Nuestra Señora de Gracia.

Los carmelitas ganarían la batalla en 1673, poniendo al año siguiente la primera piedra de su convento, que para 1687 ya estaba terminado y erigido. Los derrotados eran los franciscanos observantes que, llegados a la villa en 1503, vieron cómo se establecían nuevos rivales. Curiosamente el caballo de Troya de los carmelitas para introducirse en la villa había sido un fraile de la familia de los Pacheco, el padre Juan de Jesús María. Hecho poco significativo, pues los Pacheco andaban a la gresca entre ellos, divididos en tres ramas familiares, por la herencia del mayorazgo. La tensión entre los frailes es muestra de la tensión que se vivía en la villa de San Clemente, donde la decadencia del pueblo iba acompañada de una crisis social e institucional con las principales familias de la villa enfrentadas. Es en este contexto en el que produce en 1672 el asesinato de de Juan de Ortega y Agüero, de la rama santamarieña de esta familia, que ocupaba el alguacilazgo mayor de San Clemente. En el asesinato participaron Antonio de Oma y Villamediana y Juan Rosillo, entre otros. Las élites dirigentes del pueblo se recomponían a cuchilladas y la villa se deshacía con sus campos arruinados. Sobraban hidalgos y monjes y faltaban manos para el trabajo en el campo. Venían monjes y se iban agricultores. La transformación que se estaba produciendo era radical. Los orgullosos hidalgos sanclementinos, tan advenedizos como arruinados, se establecían en la calle Boteros. El poder compartido por cualquier advenedizo a la riqueza o persona talentosa, se cerraba ahora, anunciando el señorío de los Valdeguerrero y de los Oma. Los viñedos se arruinaban y con ellos los agricultores. El agricultor devenía en pobre,  endeudado, vendía sus tierras; la propiedad se concentraba en pocas manos. La ruina de la villa era la ruina de sus agricultores y artesanos, que cayendo en la pobreza pronto se convertirán en el lumpen,  transformados en el siglo XVIII en masa de jornaleros, proveerán de brazos para el campo al servicio de los nuevos amos, una nobleza regional, cuyos intereses y propiedades escapan de los límites de las villas. El proceso de transformación fue trágico en el reinado de Carlos II: masas de pobres en las villas más populosas del Marquesado, sin oficio ni beneficio, huían hacia el Reino de Valencia; surgían nuevas aldeas, las llamadas Casas, levantadas por esta masa depauperada que ofrecía sus brazos para cultivar unos campos abandonados. La pequeña corte manchega se rendía ante el campo, único remedio con sus frutos de la pobreza, pero propiedad de la tierra y trabajo se habían divorciado definitivamente. Es en esta situación de pobreza donde aparecen los carmelitas descalzos. En un principio simples confesores de monjas, ocuparon el espacio abandonado por los frailes franciscanos, que no era otro que el cuidado de una masa de pobres desvalidos y enfermos. Los carmelitas descalzos ayudaron a vertebrar una sociedad descompuesta por el hambre y la guerra, dirigiendo el proceso social que conducía a la conversión de los marginados en jornaleros al servicio de los Oma, Valdeguerrero o Melgarejo. Ni siquiera fueron conscientes estas élites de un proceso del que salieron como grandes beneficiarios. Daba igual: un Marqués de Valdeguerrero se presentará como vencedor de los campos de batalla, pero quien realmente había ganado era su antecesor Rodrigo de Ortega, sin necesidad de salir de su pueblo. La reconciliación del moribundo don Juan de Ortega con su asesino don Antonio de Oma Villamediana adquiere una simbología manifiesta.

Los franciscanos, que convirtieron su convento en estudio de gramática prestigioso, formaban a las familias sanclementinas de una sociedad abierta, pero en la medida que esta misma sociedad se cerró, se hizo más desigual y la permeabilidad entre los diferentes estratos sociales desapareció, la labor educativa franciscana se hizo innecesaria. Su educación devino en escolástica cada vez más incomprensible y, en lo que podía tener de inteligible, peligrosa, pues introducía cuñas en un orden mental muy cerrado. Había otra razón más: la labor educativa de los franciscanos en el siglo XVI se había visto sustituida por los jesuitas desde la fundación de su Colegio. Los franciscanos caminaban por los derroteros de la  marginalidad como lo hacía la sociedad sanclementina.

El convento de los frailes había nacido con el despertar del pueblo y con sus limosnas; pronto había sustituido como lugar predilecto de enterramiento para las familias a la iglesia de Santiago; la última voluntad de los sanclemetinos, aquéllos que podían, era enterrarse con el hábito y el cordón franciscano, y que una comitiva de observantes siguiera su ataúd. Encomendar las últimas voluntades y las donaciones a los franciscanos les daba demasiado poder y secretos para dominar la sociedad sanclementina. Con la rivalidad jesuita, el estudio de gramática franciscana se reconvierte en un centro de formación superior en artes, filosofía y teología. Cuanto más complejos se hacían sus estudios más se aislaba el convento del pueblo. Cuando hacia 1670 el convento se reforma, ningún vecino aporta un solo real de los 8.000 que vale la obra. Hasta su patrona, la Marquesa de Valera, se negará setenta años después a financiar las obras necesarias para su reconstrucción. Los otrora cuarenta monjes, ahora reducidos a la mitad, entablan pleitos con sus patrones e inician durante todo el siglo XVIII una andadura propia.

Es en este contexto, un convento aislado de los centros de poder, cuando se inicia el proceso inquisitorial contra el guardián del convento: Fray Julián de Arenas. La octava del Corpus era una fiesta, que salvo en algún pueblo, ha caído hoy en desuso en España; comenzaba el sábado siguiente al jueves del Corpus. El sermón de la noche del sábado marcaba el inicio de las fiestas, al que seguían representaciones religiosas de carácter alegórico y otras más profanas de carácter lúdico. El año de 1719, el sermón correspondió al guardián del convento de Nuestra Señora de Gracia. Fray Julián de Arenas hizo gala de la formación teológica de su orden y la suya propia, con fama de hombre sabio y docto, graduado por la Universidad de Salamanca. Ante el monumento eucarístico levantado en el altar el fraile reconoció quedarse sin palabras, tal como enmudecido se había quedado San Juan escuchando la Tercera de las Palabras de un Cristo agonizante en la Cruz.
a vista de Cristo sacramentado, los sentidos se entorpecen, los ojos ven y no ven, los oídos oyen y no oyen y la lengua habla y no habla
La parangone intencionada le llevó a la formulación de una proposición, que tal vez inadvertida para el público, no pasó inadvertida a los monjes carmelitas descalzos presentes en el coro:
la 1ª, citando a su doctor seráfico (San Damiano), que aquellas palabras Mulier ecce fillius tuus fueron efectivas y que hicieron en la realidad lo mismo que hacen estas: hoc est corpus meum; pasa a ser la susbtancia de pan substancia de Cristo, quedando solo los accidentes, así por virtud de aquellas Mulier ecce fillius tuus pasó realmente la substancia de Juan a ser substancia de Cristo, quedando solos los accidentes de Juan
La 2ª que mediante la transubstanciación que así mismo afirmó haber habido pasó San Juan a ser hijo natural de María  
Entre los presentes en el sermón estaba el carmelita descalzo fray Cristóbal de la Concepción, que el 24 de junio se presentó ante el Santo Oficio denunciando tales proposiciones heréticas tanto por su contenido como por sus consecuencias. A juicio del carmelita con la transubstanciación de Cristo en San Juan antes de morir y el reconocimiento de este último como hijo de María, se reconocía que la Virgen había tenido dos hijos naturales, Cristo y Juan. Escándalo doble, pues siendo España (y aún más la villa de San Clemente) como era en aquella época defensora del dogma de la Inmaculada Concepción, reconocía a San José como padre, ya no putativo de Cristo, sino natural de dos vástagos.

Tales disquisiciones teológicas eran ajenas al pueblo que asistió al sermón del Corpus sin enterarse mucho del contenido. Pero vigilantes en el coro estaban el citado fray Cristóbal de la Concepción, otro carmelita llamado fray Francisco de José y María y el padre Miguel Pérez, vicario de las religiosas trinitarias. En seguida se pusieron de acuerdo con el cura del pueblo para reconvenir al franciscano, encargando al vicario trinitario primero que se hiciera con el sermón y luego a don Gaspar Melgarejo la misión de conseguir del religioso que se retractara de sus palabras.

No cabe duda que el sermón de fray Julián pasó sin pena ni gloria ante unos feligreses que no entendieron palabra del mismo. Incluso el teniente de cura Alonso de Sevilla reconocía que San Pedro Damiano y el tema de la transubstanciación era algo incomprensible para él. Aunque también reconocía como los carmelitas aprovechaban sus momentos de relajo a la fresca por las noches para divagar sobre el sermón y encontrar nueva materia de acusación contra el franciscano. La suspicacia carmelita, una vez conseguido el sermón escrito, se encaminaba por denunciar asimismo, tras concienzudo análisis caligráfico, como el guardián había adulterado el texto del sermón para suavizar sus palabras. También tenía dudas don Gabriel Fernández de Contreras, cura del pueblo, sobre que el franciscano hubiera cometido herejía en sus palabras, pues similares proposiciones las había escuchado de joven en la universidad de Alcalá. Ya se encargaron los carmelitas de ganarse la opinión del cura mandando a convencerle a don Gaspar Melgarejo. El cura ya había llegado a un compromiso con el fraile para que retractándose con una corrección de términos salvara su honor y su autoridad. Era una corrección jurídica más que teológica, insinuada por la formación de jurista del cura, licenciado en Leyes por Alcalá. Justamente para eso había ido Gaspar Melgarejo a casa del cura, para recordarle que el tema iba a acabar en el Santo Oficio y allí tendría oportunidad de demostrar sus consejos de jurista.

Ante las dudas de los curas, los carmelitas no dudaron en buscar el apoyo de la sociedad civil de la época, y qué mejor apoyo que don Félix Manuel Pacheco de Mendoza, el cual en su declaración hizo un alarde de Teología que debió sorprender a los propios inquisidores. Advertía don Félix que la Iglesia no podía permitir la existencia de dos Santísimos Sacramentos. ¿Acaso habrían de comulgar los fieles con dos Hostias, una con el cuerpo de Cristo y otra con el de San Juan? Ni don Gaspar Melgarejo Ponce de León fue tan radical en sus afirmaciones. Sin duda, muy inferior intelectualmente a fray Julián, se dejó ganar en su opinión, pero pronto le pondrían en su sitio los carmelitas amenazándole si persistía en su actitud tibia con la excomunión.

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Las posturas eran entre carmelitas y franciscanos irreconciliables. La declaración de guerra era total. Fray Julián de Arenas, olvidando la actitud tibia de un principio se preparó para la confrontación. En el pueblo no había cabida ni coexistencia entre las dos órdenes. El guardián volvió provocadoramente a pronunciar otro sermón en el mismo término que el del Corpus el primer domingo de octubre en la parroquial de Santiago y, allí mismo, invitó a todo el pueblo, incluido sus enemigos a un nuevo sermón para el cuatro de octubre, celebración de San Francisco de Asís,, en el convento de Nuestra Señora de Gracia. Fray Julián de Arenas, se quitó la piel de cordero y lanzó toda el poder de su oratoria contra la comunidad carmelita
los delatores eran unos ignorantes, idiotas e imprudentes, nuevos teólogos y nuevas columnas de la Iglesia
Durus est hic sermo, añadió, dando a entender que sus enemigos carmelitas eran duros de mollera, burlándose de sus dotes intelectuales, comparándoles con el tonto del pueblo
miren señores, Agustinico, ese que va por las calles,a saber señor uno del todo fatuo, no hubiere hecho el reparo en cosa tan trivial y común
Es más, fray Julián se reivindicó a si mismo. Él, padre guardián del convento, era mucho hombre en aquel puesto para necesitar defender sus proposiciones con padrinos. Esta última palabra era clara afrenta a todos aquellos que habían firmado contra él, a los que acusó uno por uno:  a los consabidos carmelitas, añadió al rector de los jesuitas y a varios miembros de la sociedad civil, entre ellos a don Antonio Pacheco, al síndico Francisco López, al cirujano Antonio Martínez, a Custodio el boticario o a los licenciados Parra, Sevilla y Pedro Yuste. Los estratos medios de la comunidad sanclementinos, a la sombra del poder, se decantaban por los carmelitas.

Fray Cristóbal de la Concepción y su compañero fray Mateo del Espíritu, prior de la congregación, recordarían ahora un decreto de 9 de marzo de 1634, que castigaba a aquellos religiosos que injuriaren a otros miembros de comunidades religiosas. Respecto a las proposiciones heréticas, afirmaba que por más que los hombres doctos de la Iglesia habían filosofado sobre el mulier ecce filius tuus, esa divagaciones debían quedar en el seno de la Iglesia, pues expuestas ante un pueblo ignorante y analfabeto podrían dejar en muy mal lugar a San José, a la Virgen, al mismo Cristo y, en menor medida, a Zebedeo, tenido por padre natural de San Juan. En el fondo, lo que se estaba poniendo en cuestión era el dogma de la Inmaculada Concepción, que el mismo Vaticano solo reconocería en 1855, pero que España ya defendía a ultranza, aunque con la incredulidad de los franciscanos. Muestra de esta resistencia franciscana al dogma es que el Santo Oficio había condenado hacía poco a otro franciscano en Guadalajara por palabras similares a las de fray Julián. Pero sobre todo, el conflicto religioso tenía un fuerte matiz social. Fray Julián de Arenas denunciaba a los carmelitas por intentar suplantar la inteligencia del pueblo, cuya voz y pensamiento se arrogaban. Esa transubstanciación de la inteligencia del pueblo sí que era peligrosa, pues el mismo Cristo había bajado hasta el pueblo predicando en el lenguaje común de las parábolas.

Permítanme el atrevimiento, pero este fray Julián se adelantó con su discurso a esa obra maestra de la literatura universal, inserta en los Hermanos Karamazov de Dostoievski, que es La leyenda del Gran Inquisidor. Este es el gran debate. Fray Cristóbal de la Concepción asume el papel de Gran Inquisidor; Fray Julián de Arenas el de Jesucristo que vuelve de nuevo a la Tierra y ya no reconoce en su Iglesia la religión natural que siglos atrás predicó. Fray Cristóbal defiende que los pobres han de seguir siendo ignorantes, pues sapientes serían desgraciados e infelices. Fray Julián responderá a los carmelitas con el valor del silencio; al igual que Cristo fue mero espectador silencioso ante el discurso del Inquisidor dostoievskiano,  fray Julián permanecerá mudo ante el Santísimo Sacramento como mudo se quedó San Juan al escuchar la Tercera Palabra y mudo permanece el pueblo. La palabra obra en poder de los carmelitas, pero no es la inteligencia lo que han arrebatado al pueblo sino su ignorancia, reduciendo su saber a sus esquemas y arrebatándole el pensar por sí mismo. Por eso, los carmelitas se asemejan al Agustinico, aunque al menos el tonto del pueblo tiene ese don de la locura que le falta a los carmelitas y es motivo de diversión para los críos.

El debate del carmelita y del franciscano es de sustancia y no de meros accidentes, pues es un debate que tiene su raíz en la reafirmación del franciscano a no renunciar a su libertad. La libertad del fraile, como la de cada uno de los vecinos sanclementinos, no es renunciable en esos garantes del orden social que son los carmelitas. Fray Julián se queda solo, incluso es traicionado por un compañero de orden, fray Miguel Herrera, confesor de las clarisas. El rector de los jesuitas, el padre Juan Martínez Clavero, también se posiciona en su contra. Fray Julián los sabe. No en vano ha sido el jesuita el que con motivo del sermón del Corpus murmuró aquello de ¡vaya, nos han añadido un nuevo sacramento!, y posteriormente eso otro de dura, dura es la proposición. El guardián no se muerde la lengua y es contra el jesuita contra el que van las palabras de durus est hic sermo. El debate sube de nivel y el jesuita lo sabe, reconociendo la superioridad intelectual del franciscano. No discurro inteligencia en otro clérigo, que no sea usted, le dirá a fray Julián.

Hoy nos rendimos ante la valentía del padre Arenas. Emotivas resultan las palabras con las que comenzó su sermón en el convento de Nuestra Señora de Gracia, tras la lectura del Evangelio
es cierto tenía ánimo de asentar la mano y ensangrentarme, mas me han pedido que no me enoje y he de cumplir la palabra, que es fuerte rigor haber uno de venir a reñir y decirle esté templado
la moderación del sermón fue acompañada de un torbellino de citas de doctores de la Iglesia, pues en palabras del guardián con el calor de los libros se aprendía, que apabulló a los carmelitas descalzos
han perdido de su estimación, crédito y buena opinión los padres carmelitas, y más entre la gente común, que entre ellos se habla todo lo declarado como entre los primeros de esta villa
El sermón se pronunció en la Iglesia de San Francisco, la más querida por el pueblo, llena a rebosar por los vecinos de San Clemente, cuya voluntad supo ganarse el padre guardián. Así lo reconocía el vicario de las trinitarias, pues este sermón, sin poner en duda ningún dogma de fe, se había ganado al pueblo, ya que ponía en duda el mismo principio de autoridad. Muestra de que el debate había bajado al pueblo es que la discusión escapó del ámbito de la villa de San Clemente. Los carmelitas acudieron a buscar apoyos a la vecina Santa María del Campo, donde se encontraron con una respuesta no esperada del trinitario padre Alarcón
¿qué cuidado les da a ustedes que María Santísima tenga dos hijos naturales, por ventura han de sustentar a alguno?
Esto ya era inaceptable, del debate teológico se había pasado a la incredulidad. El pirronismo ganaba adeptos en tierras manchegas. Una ola de solidaridad se extendió en el pueblo en favor de Fray Julián y señalando a esos Judas de los carmelitas que delataban a un convecino. En su delirio, el franciscano había llegado a asumir el papel de Jesucristo; al igual que éste, cuando los judíos le pedían milagros, el padre Julián respondía a sus interlocutores tratándolos como gente depravada y adúltera. De los apoyos del franciscano entre el pueblo llano no cabe duda. Gabriel Díaz, de oficio labrador, no se mordió la lengua a la hora de defender al fraile ante el Santo Oficio
se alegró este testigo el oírlas (las proposiciones del fraile) por si alguno dándose por sentido, sacaba la cara a defenderla
Tales desacatos no podían quedar sin respuesta. Ya lo decía don Rodrigo de Ortega, principal de la villa, aseverando que hay cosas delicadas que no se pueden predicar desde el púlpito. El Santo Oficio mandó a Pedro de Losa, comisario de Minaya, a hacer averiguaciones  a la villa de San Clemente, informaciones que prepararon los cargos que el fiscal elevó a los Inquisidores contra fray Julián de Arenas. Los cargos tenían mucho de reflexión y justificación de la ortodoxia de la Fe católica. Debía quedar claro que en la Tercera Palabra de Cristo en la Cruz
constituyó Cristo a San Juan especial hijo adoptivo de María Santísima y a esta Señora su especial Madre adoptiva desde entonces para su asistencia y consuelo
Cristo era el único hijo de María, y de Dios Padre, acudiéndose a la autoridad de los Evangelios de San Mateo y San Lucas, que se referían a Cristo como el Unigénito. San Pedro Damiano hablaba de la relación entre San Juan y la Virgen como adopción maravillosa y perfectísima. Mantener que San Juan era hijo natural de la Virgen era caer en la herejía de los sacramentados. Se trajo a colación la autoridad de San Pablo, auténtico edificador de la Iglesia cristiana, a quien por simple cuestión cronológica, nadie podía acusar de ser hermano de Cristo,  y sus palabras vivo ego, iam non ego, vivit vero in me Christus.

La Inquisición se empleó a fondo para demostrar los errores heréticos de fray Julián de Arenas. La fundamentación teológica la hizo el jesuita Pedro Francisco de Ribera. Una defensa del misterio de la Eucaristía y de la Inmaculada Concepción, digna de estudio para teólogos. Indagando, aseveró que el franciscano había sacado sus proposiciones de fray Hortensio Félix Paravicino, pero yendo más allá que éste, pues fray Hortensio, arrepintiéndose de sus proposiciones, las había zanjado con un no digo yo tanto. Reinterpretó en sentido ortodoxo a Pedro Damiano y a Tomás de Buenaventura y concluyó pidiendo la excomunión de fray Julián de Arenas. Desconocemos la sentencia de los Inquisidores de Cuenca, allá por diciembre de 1726, aunque debió ser condenatoria. Pero sabemos que fray Julián no se rindió. Este hombre prosiguió su lucha particular durante nueve años más, hasta conseguir la suspensión de su causa en la Suprema de la Inquisición. El testarudo fraile, émulo de su maestro Jesucristo, no se resignó a la pasiva actitud del silencio, defendiendo en aquellos tiempos difíciles la libertad de conciencia y pensamiento.




Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN, 1929, Exp.1.  Proceso de fe de Julián de Arenas. 1719-1726
TORRENTE PÉREZ, Diego. Documentos para la Historia de San Clemente. 1975. Tomo II, pp. 257-264

sábado, 25 de febrero de 2017

El convento de los frailes o de Nuestra Señora de Gracia de San Clemente

Iglesia de San Francisco (web del Ayuntamiento, http://www.sanclemente.es/)
Los días seis y siete de julio de 1971 el padre franciscano Juan Messeguer se pasa por San Clemente, visitará el llamado convento de los frailes, ocupado por los padres carmelitas, que no tardarían en abandonarlo. Ha estudiado la documentación existente en el Archivo Histórico Nacional, que hace referencia a los años de la Guerra de la Independencia y los previos a la desamortización y exclaustración en 1835. Será coincidiendo con estos años de la década de los treinta del siglo XIX, cuando se produzca el primer abandono del monasterio, ocupado desde su fundación en 1503 por los frailes franciscanos. De la importancia del convento da fe el número de religiosos, que osciló entre treinta y cuarenta. Aunque hubo momentos que se pasó de esa cifra, de tal manera que en el capítulo de la orden, celebrado en Villanueva de los Infantes el 17 de mayo de 1760, se asignaron al convento de San Clemente un máximo de 35 moradores, de los que veinticinco serían sacerdotes, tres coristas, cinco hermanos y dos donados.

Integrado primero en la custodia de Murcia (división menor a la de la provincia en la organización monacal), acabaría integrado en la provincia de Cartagena, sucesora de la custodia, una vez emancipada de la provincia franciscana de Castilla.  Alonso del Castillo recibiría de una congregación capitular de la custodia de Murcia las escrituras que le reconocían el patronazgo de la capilla mayor de la Iglesia del convento. Tal decisión pronto sería rechazada por el concejo de San Clemente, que reduciría los derechos de Alonso del Castillo al ochavo de la capilla mayor, y reconocería el derecho de patronazgo al concejo de la villa. Es decir, a los principales de la villa, que marginados de las capillas que unas pocas familias poseían en la iglesia mayor de Santiago, veían reconocido en la de San Francisco el derecho a un lugar de enterramiento, privilegio de asiento en las celebraciones religiosas y lugar donde se preservara su memoria.

El convento de San Francisco se construyó sobre un solar cedido por don Alonso del Castillo, pero su construcción solo fue posible por las aportaciones, o limosnas, de los vecinos de San Clemente. Ahora en 1515, doce años después de su fundación, el concejo de la villa de San Clemente, en pleitos con don Alonso del Castillo por los molinos y Perona, se arrogará ante el provincial y custodio franciscano el derecho de patronato sobre el convento, haciéndoles rectificar la concesión anterior a favor de don Alonso del Castillo. El convento que se ha iniciado a construir una década antes, se ha erigido gracias a las aportaciones monetarias de los vecinos de la villa. En el momento de las disputas estaba finalizada la cabecera de la iglesia, de inconfundible estilo gótico; es de presuponer que en este momento se edifica el cuerpo restante de la iglesia con un estilo ya de ruptura con las viejas tradiciones, ruptura que también se manifiesta en el claustro. Las rupturas de estilo coinciden con el gobierno municipal de un patriciado urbano que se erige en el principal impulsor del desarrollo económico de la villa, triunfante sobre los intentos de dominio señorial de los Castillo o los Pacheco, señores de Minaya. Esta minoría de principales enriquecida amenazará con paralizar las obras del monasterio: en acertada expresión dirán que su fe religiosa se resfriaba. Ese resfriarse nos muestra a una nueva élite dirigente, incrédula en su fe, que veía en los edificios que por esta fecha se levantaban, ya fueran civiles o religiosos, el símbolo de su triunfo personal. Consciente de su poder, amenazó al capítulo de frailes franciscanos de Murcia con detener las obras y dejar inacabado el convento.

Licencia de 1563 para establecer un estudio de Gramática (AMSC. AYUNTAMIENTO)

El convento, ejemplo del contrapoder pechero a las familias hidalgas, que habían elegido la iglesia de Santiago y las capillas destinadas para ello como lugar de sepultura, se convirtió durante tres siglos en centro de estudios de gramática, donde se formarían los hijos de las familias principales sanclementinas. La licencia par la concesión del estudio de gramática se concedió por carta real de 1563, viniendo a dotar la villa de un centro regular de estudios, completando la licencia real, obtenida en 1494, para dotar al pueblo y su comarca de un bachiller de gramática. Los estudios de gramática, tal como constataba el padre Ortega en 1740, se ampliarían a estudios de arte, o filosofía, y teología moral. Nos cuenta el padre Messeguer que en el convento de Nuestra Señora de Gracia recibió formación religiosa y científica el franciscano irlandés Patricio O'Hely. Aquí estudió filosofía durante tres años, entre 1560 y 1570, martirizado en su tierra natal el 22 de agosto de 1578.


Portada con el cordón franciscano (http://sanclemente.webcindario.com)
El padre Messeguer nos da una visión del convento en 1971, tal como lo encontró en en su visita, todavía ocupado por los padres carmelitas. Antes, da fe del estado de abandono que ha sufrido este convento a lo largo de la historia. Así, recogía el  testimonio del padre Ortega en 1740, que recriminaba a la Marquesa de Valera, sucesora en el patronato del ochavo de Alonso del Castillo, que anduviera en pleito con los frailes y descuidara sus obligaciones cristianas para ayudar a la conservación del edificio. Las disputas estériles hoy continúan, sin que aprendamos nada del pasado, mientras el edificio languidece. Dejamos pues las palabras del padre Messeguer en el recuerdo de su visita de julio de 1971
Del edificio queda el claustro central, grande; si no mal recuerdo, cuadrado o casi, con dos aljibes y sendos brocales modernamente retocados. Le adornan bellas columnas, sobre las que se apoyan arcos -¿escarzanos?- embutidos en obra de ladrillería, quizás en el siglo XVIII. Del resto del convento se conservan pequeñas partes aprovechadas por los actuales moradores que han construido un convento nuevo. Si el antiguo ya estaba sumamente deteriorado en 1740, no estaría mejor ciento sesenta años después (momento de la ocupación por los pp. carmelitas). La iglesia dedicada a Santa María de Gracia, se conserva en su ser primitivo con retoques inevitables que el tiempo impone. Portada gótica, blasonada con el cordón franciscano ciñendo el arco de entrada, según costumbre bastante extendida en la época
Claustro (foto José García Sacristán)

El documento que abajo presentamos fue cedido por el cura don Diego Torrente Pérez al padre Juan Messeguer durante su visita el seis y siete de julio de 1971. que transcribió el documento y lo publicó en la revista franciscana ARCHIVO IBERO-AMERICANO. Reproducimos esta transcripción con el fin de darla a conocer. Completa la que el propio Diego Torrente público en sus Documentos para la Historia de San Clemente. En ambos casos la base es el documento existente en el Archivo Histórico de San Clemente. Nos quedará la duda sobre cómo fue el encuentro entre el padre Messeguer y don Diego Torrente. Para el primero su visita al convento de San Clemente era una escala más en su estudio del franciscanismo; trató mal la hospitalidad del cura sanclementino, del que solo parecía interesarle la información que atesoraba y ese desprecio se plasmó en que citó mal su apellido a pie de página (Torres por Torrente). El cura sanclementino era ávido y supo aprovechar la visita del murciano para ampliar sus conocimientos, tener acceso a los estudios del padre Ortega o captar lo que el franciscano le contaba sobre el libro de cuentas que de 1812 a 1835 de dicho monasterio existe aun hoy en el Archivo Histórico Nacional. No le contó el franciscano al sanclementino cómo, durante la ocupación napoleónica del pueblo, los frailes ocultaron sus ahorros, dos mil doscientos reales, entre las tumbas de sus muertos y lo ávidos que fueron los franceses por encontrarlos.
Primeramente dos mil doscientos reales que se llevaron los franceses del panteón de los religiosos donde los encerraron con toda cautela el P. Guardián y Fr, Gerónimo Fernández, quien se quedó con la llabe de la cueba que era su entrada
Desconocemos si ambos religiosos compartían el conocimiento del padre Tomás, que tras la exclaustración de los frailes se hizo cargo de la iglesia, ayudando a su preservación. Este cura decimonónico era  especialmente querido en el pueblo, donde todos le llamaban el padre Tomasito. Los franciscanos tuvieron la posibilidad de volver a San Clemente en 1878, tras la restauración de la provincia de Cartagena, pero no aceptaron. Su lugar lo ocuparon en 1899 los padres carmelitas.

A uno y otro, franciscano y cura, se les escapó, creemos el verdadero valor histórico del documento que ambos leyeron y transcribieron: el pueblo estaba viviendo su edad de oro, su despertar. Comenzaba un primer impulso que tenía su reflejo en una primera implosión arquitectónica, que pronto abandonaría las trazas góticas de la cabecera de la iglesia gótica para internarse por los caminos del Renacimiento. Decían las Relaciones Topográficas, sesenta años después, que la construcción del convento de Nuestra Señora de Gracia (y posteriormente el de las clarisas) solo había sido posible en un momento de la historia de la villa con más población y posibilidades. La apreciación era incierta, pues el San Clemente de 1515 tenía la tercera parte de población del de 1575. Sin embargo, los sanclementinos de 1515 tenían una fuerza de voluntad y determinación que era ajena a sus paisanos de sesenta años después.



Yn nomine Domine, amen

A todos los que el presunto trasunto vieren e oyeren, yo,  fray Pedro de Molins, custodio de la custodia de Murçia de la orden de San Françisco de la observançia, vos notifico e hago saber cómo vi e diligentemente examiné unas cartas de la donaçión fecha al conçejo de la villa de San Clemente, del patronadgo del monesteryo que nuevamente se edifica en la dha villa, para freyres de la dicha orden, so ynvocaçión de Sancta Marya de Graçia otorgadas en el capítulo e congregaçión, fecha por el muy rreverendo padre fray Juan de Marquina, vicaryo provinçial de la dicha horden de la provinçia de Castilla, en uno con otros frayres e religiosos de la dha horden en el monesteryo del señor San Françisco extra muros de la çibdad de Murçia, el día e fiesta de la Conçebçión de nra Señora la Virgen María, escriptas en pergamino, e firmadas del nombre del dho muy reverendo padre provinçial e del custodio de la dha custodia, que por entonçes hera, e de los nonbres de otros religiosos difynidores de las cosas tocantes al dho capítulo, e selladas con el sello de la dha provinçia, e con otro sello de la dha custodia, no rraydas ni chançeladas ni en parte alguna de ellas sospechosas, mas caresçentes de todo viçio e error, según que por ellas propia façie, paresçía; el thenor de las quales es éste que se sigue:

Nos, fray Juan de Marquina, vicaryo provinçial sobre los frayres menores de la observançia de la provinçia de Castilla e fray Alvaro de Santisso, custodio de la custodia de Murçia, e fray Pedro Molins, electo en custodio de la dha custodia e difynidor con los otros difynidores desta nra capitular custodia e congregaçión, fecha en el convento de San Françisco de la çibdad de Murçia, en la fiesta de la Conçebçión de nra Señora, de año de (1515) años,
visto que vos, el honrrado conçejo de la villa de San Clemente, movidos por zelo del serviçio de Dios e devoçión a nra sagrada horden, fundastes en la dha villa, con vras propias lymosnas, el monesterio de Sancta Marya de Graçia, para que fuese morada de frayres de nra horden, la qual obra avéys continuado e continuays,
e allí mesmo, oyda la informaçión que por el discreto del dho monesterio nos fué fecha diziendo que vos, los suso dhos, os aclamavades e deziades padeçer agravio en esto que syendo fundado e edificado el dho monesterio a vras espensas, hizyesen a ninguna persona particular patrón dél, y que esto deziades, porque sabiades que en otra congregaçión o congregaçiones capitulares desta nra custodia avyan seydo conçedidas çiertas letras del señor Alonso del Castillo, vezino de la dha villa, las quales que savían que le hizieron patrón de la capilla mayor del dho monesteryo,
e que a esta cabsa se rresfriava a vosotros la devoçión que a la dicha casa thenés, e gana de acabar el edifiçio en ella començado, e que protestavades que, si el patronado sobredho no fuese a todos común, de çesar de hazer lymosnas para la dha obra,
lo qual thenemos por muy çierto ser e pasar ansy como nos fue dho, e relatado por el dho discreto, porque muchos de vos, prinçipales del pueblo, hizieron la mesma ynformaçión e protestaçión al uno de nos los suso dhos;
por ende, acatando a vra devoçión e justiçia que thenés, vyendo que, sobre las conçesiones del patronado susodho, no fue bien consultado ni por quien las procuró fecha devida ynformaçión, e se dixo que el dho Alonso del Castillo aver dado todo el sitio e solar para el dho monesteryo y ser prinçipal fundador e ayudador a la obra suso dha, lo qual pareçe por verdad no ser ansy como dho es,
nos, los susodhos, husando de la abtoridad apostólica a nos cometida para defynir, determinar e consultar en las cosas e negoçios de nro capítulo, dezimos que no obstante qualesquier letras que en contrario paresçieren conçedidas en nros capítulos, hazemos patrón del dicho monesteryo a vos el dho conçejo de la villa de San Clemeynte, para que cada uno de vos podáys elegir sepoltura e asyento do quiera que ovyere lugar, dentro e fuera de la capilla mayor, a donde por el guardián del monesterio os fuere señalado,
excebto el ochavo de la dha capilla, de la una esquina a la otra, el qual damos e señalamos al dho señor Alonso del Castillo para su enterramiento.
En testimonio de lo qual, damos esta carta firmada de nros nombres, e sellada con el sellode la dicha probinçia, fecha en el dho convento de Murçia, en nra capitular e custodial congregaçión, día mes e año susodhos.
Fray Juan de Marquina, vicaryo provinçial, fray Alvaro de Santisso, fray Pedro Molins, custodyo, fray Pedro de Ayala, fray Antonio del Puerto, fray Gonzalo de Soto.

Las quales dhas letras, por mi diligentemente vistas e examinadas por parte del dho conçejo de la dha villa de Sant Clemeynte me fue pedido las mandase trasladar e les mandase dar dellas trasunto o trasuntos, uno o dos e más, en pública forma para guarda del derecho del dho conçejo,
e yo visto el dho pedimento, e vistas las dhas letras de donaçión, e examinadas como es, aquéllos mandé trasladar, y en pública forma de trasunto tornar poe el notaryo ynfrascripto,
el qual dho trasunto e trasuntos quiero e es mi voluntad que sea dada e atribuyda entera fee, como sy las mesmas letras originales paresçieren,
a lo qual ynterpongo la abtoridad de la dha orden e decreto, para que valan e sean firmes en todo tienpo e lugar e para mayor corroboraçión del dho trasunto le mande sellar con el sello de la dha custodia, e le firme de mi nonbre
que fue fecho y pasó lo susodho en el dho monesteryo de San Françisco, a 15 días del mes de dizienbre, año de 1515 años.
A lo qual fueron presentes por testigos, para ello llamados e rrogados, Alonso de Alvaçete, e Françisco de Sabahún, vezinos de la dha çibdad de Murçia. Frater Petrus Molins custos.
Yo Alonso Balacana, escrivano y notaryo público por la abtoridad apostólica, que presente fui ante el dho rreverendo padre custodyio, en uno con los dhos testigos, e todo lo susodho, e a cada una cosa e parte dello, e asy lo vy, e oy, e non corresçila, e de mandamiento del dho custodyo este dho trasunto de mano de otro escrypto saqué, y en esta pública forma lo torné, e de mi signo acostunbrado, en uno con el sello de la dha custodia pendiente e firma del dho custodio, lo signé en fee de testimonio de verdad, rrogado e rrequerydo.


MESSEGUER FERNÁNDEZ, Juan, O.F.M.: "El convento de S. Francisco de S. Clemente. Fundación y últimos años de existencia" en Archivo Ibero-Americano, pp. 461-473. Año XXXVI, Octubre-diciembre, nº 144. 1976

ADENDA

Hoy es 30 de julio de 2018, el vetusto convento de los frailes nos sigue presentando ese aspecto destartalado que amenaza ruina, pero quién sabe si en su abandono ha despertado las conciencias o simplemente se ha convertido en testigo del pasado que ha recordado a los sanclementinos su historia. Hoy nace la esperanza de su recuperación. Por supuesto habrá disputas y corrillos en la plaza y calles del pueblo sobre qué hacer con el viejo edificio. Más allá de las opiniones encontradas el convento de Nuestra Señora de Gracia habrá ganado una batalla más, que no será la última. En los próximos dos años recuperará su esplendor de antaño.

Cuando los restauradores recuperen cada uno de sus muros, cuando se enfrenten a su claustro oculto por los vanos tapiados, no deben olvidar una cosa. El convento de Nuestra Señora de Gracia es un convento del pueblo. El pueblo lo levantó con sus limosnas. La iglesia de Santiago era la iglesia principal, pero desde hace quinientos años la misa mayor dominical se celebraba en la iglesia de los franciscanos. La plaza mayor era el lugar de confrontaciones públicas y cierre de negocios, pero nuestro convento, y su olvidado claustro era el escondido sitio de los encuentros deseados y de las confidencias ocultas. La iglesia de Santiago era el lugar de las homilías y las deslumbrantes octavas del corpus, pero el convento de los frailes era tribuna del sermón heterodoxo y del verbo libre. La iglesia de Santiago era el lugar de enterramiento de las grandes familias que querían subyugar al pueblo. El convento de los frailes era sitio de descanso eterno de quiénes en el pueblo dudaban de todo o habían llegado a él sin nada. Alonso Castillo, el hombre del marqués de Villena, en la villa tuvo que claudicar ante unos sanclementinos que no aceptaban más señores. Pretendía todo el convento y tuvo que quedarse con un ochavo. Martín Ruiz de Villamediana vino de Tierra de Campos como mercader, en San Clemente se forjó su riqueza, su fama y su hidalguía, pero en su hora final solo buscó el regazo de paz de una capilla del convento de los frailes por sepultura. Sabía que su memoria sería olvidada, por eso, creó un convento de clarisas. Dentro de poco, cuando se descubra la belleza cegada y callada de los arcos del convento de los frailes, empezaremos a desear ver el inaccesible claustro de las clarisas. Entonces comprenderemos el verdadero espíritu sanclementino: los edificios, incluso los religiosos se hacían a la medida del hombre. Aquí, llegó Vandelvira dispuesto a hacer una cúpula en la iglesia de Santiago que deslumbrará a todos, incluso a Dios. Dicen que desdeñó de su idea, porque Rodrigo Pacheco vio desaparecer su capilla de San Antonio. Pero no es verdad, los sanclementinos no querían que nada apagara el espacio abierto de su plaza.

Porque los sanclementinos son amantes, a pesar de lo que se diga, de los espacios abiertos. Y si un espacio era símbolo de esa apertura, ese era el convento de los frailes. Cuando en 1517 Luis Sánchez de Origüela fue quemado por sus ideas luteranas, pues que era su pensamiento sino avanzado protestantismo de quien creía que el hombre en su soledad solo necesita de su fe para hablar con Dios y cuando maldecía esas imágenes en los que veía ídolos. Él que, al igual que el resto de los sanclementinos solo se amaba a sí mismo. Para qué necesitaban los sanclementinos la iglesia de Santiago si con sus manos ya estaban levantando otra. Se lo hicieron pagar y su infame memoria se conservó en el sambenito que colgaba entrando por la puerta de Santiago. Los Origüela dieron la espalda a su iglesia y a su cementerio aledaño y se fueron al convento de Nuestra Señora de Gracia. En él, levantaron su capilla de enterramiento. Les siguieron otros como los Ortega y los ya consabidos Villamedianas. Todos creían en lo mismo: el futuro se lo labra uno mismo y la memoria que ha de llegar a nuestra muerte no se labra en mármol, sino en el recuerdo que dejamos en nuestros vecinos. Se intentó hacer de los frailes unos comparsas, pues ellos daban el crédito y la buena fama en el siglo XVI. Pero los sanclementinos sabían que ni filas de franciscanos detrás de los ataúdes ni kilos de cera fundidos ganaban el Paraíso. Por eso hacia 1650, un vecino desafió a todo el pueblo: cambió su deseo de ser enterrado en el convento de los frailes por una simple fosa cavada en la puerta sur de la iglesia de Santiago. Envuelto en una estera, debía ser pisoteado por todo el mundo, para a todos recordarles que era un hombre, a pesar de la arrogancia con que se presentaba en vida.

De gestos estaba llena la vida de San Clemente, y de esos gestos se valió fray Julián de Arenas, el prior del convento de Nuestra Señora de Gracia, cuando con valentía expuso sus ideas heterodoxas. Fue repudiado y condenado, pero nos enseño una verdad: el valor del silencio, a imitación de Cristo, es preciso guardar silencio para que la verdad se abra camino. Su silencio era el de la resignación de todo un pueblo, pero también el símbolo del escepticismo del que nace el libre pensamiento. Es ese silencio, guardado durante siglos, el que hace del convento de Nuestra Señora de Gracia el símbolo de todo un pueblo y de cada uno de los vecinos de la vieja villa de San Clemente.


viernes, 16 de diciembre de 2016

María Martín y Arnao, monja franciscana (1772)




La hermana doña María de Martín y Arnao recibe el hábito de interior de la Venerable Orden Tercera de Penitencia de N. S. P. S. Francisco en el Convento de la Regular Observancia de Madrid, después de superar su año de noviciado (1772). Uno de los singulares documentos que conserva el Archivo Histórico de San Clemente  (AMSC. AYUNTAMIENTO. Leg. 4/8)

lunes, 25 de abril de 2016

El legado de los Castillo y las monjas clarisas de San Clemente (1627) - (III)

Doña Elvira Cimbrón no había tenido intención de cumplir con las obligaciones testamentarias de Francisco Mendoza. Desde la muerte de su viuda, Juana Guedeja, había evitado cumplir con el legado de las memorias encomendadas por el difunto. Para defender sus derechos la monjas clarisas habían apoderado al guardián de San Francisco el padre fray Francisco de Quirós para representarlas. Éste denunciará la escasa intención de doña Elvira para legar al convento de las clarisas los bienes de la memoria fundada por Francisco de Mendoza

y aviendo como a veinte años poco más o menos que doña Elvira Zimbrón, patrona de las dichas memorias, gasta y consume la renta y usufruto de la dicha hazienda y por goçar y aprouecharse de ella asta agora ni a querido azer la dicha fundazión aunque por buletos y letras del señor nuncio la an descomulgado

Obligada a hacer la fundación a favor de las clarisas, doña Elvira será presionada por las monjas para que el legado se ajuste a las mandas del testador Francisco de Mendoza, pues denunciaban a la señora

pidiéndoles muchas más condiciones y pedidas de las que el fundador pasó e dexó por su testamento tratando de quedarse y aprouecharse de los réditos de la dicha hazienda cossa que ni la susodicha lo puede hazer con buena conzienzia ni las dichas monxas perdellas siendo suyas

Se referían las monjas, en concreto, a la negativa de doña Elvira a la obligación testamentaria de fundar dos capellanías de clérigos, provistas de las rentas necesarias para sustentar dos capellanes que dijeran misa diaria y administraren los sacramentos, excusándose que dicha condición solo era preceptiva para el caso de fundación de un convento de carmelitas descalzas, cosa que no había tenido efecto. Es llamativo como apoyando las pretensiones de las monjas, expresadas por su procurador el padre guardián fray Francisco de Quirós ya antes, el 22 de agosto, de la donación de doña Elvira, se encontraban dos miembros de una de las ramas familiares de los Castillo, que había mantenido su autonomía de los Pacheco: don Francisco del Castillo Inestrosa y don Diego del Castillo.

Doña Elvira Cimbrón amagó con anular la fundación y agregación de bienes al convento de clarisas, pero el debate sobre las cargas que debía soportar y rentas que debía gozar el convento se alargó durante todo el otoño de 1627, pidiéndose la intercesión del padre fray Juan Bautista Sánchez, ministro provincial de la orden franciscana en la provincia de Cartagena, que abogaría por la aceptación de la donación de bienes en los términos dispuestos por la otorgante por considerar leves los gravámenes y las cargas.

Finalmente las monjas acabarían renunciando a su pretensión de dotarse de dos  capellanes en el capítulo celebrado el 12 de enero de 1628. La renuncia se hacía extensiva a pedir cualquier indemnización por las rentas que de los bienes de la memoria habían cobrado doña Elvira Cimbrón y su marido don Juan Pacheco y Guzmán, el alférez mayor, durante veinte años, y por cuya cobranza existían condenas y penas de excomunión dictadas por el provisor del obispado de Cuenca.

Ese día  doce de enero, reunidas las 28 monjas y presididas por la abadesa doña Ana de Hermosa (que en breve periodo de medio año ha sucedido a otras dos abadesas, María Montoya y María Pacheco),  en la parte de arriba de la reja del locutorio, a campana tañida y en una especie de concejo abierto conventual, deciden aceptar la donación en las condiciones fijadas por doña Elvira Cimbrón. Pero para esa fecha el traspaso de los principales bienes legados por Francisco Mendoza a favor de las clarisas es un hecho irreversible y se han vencido las resistencias en las que han estado involucrados otros actores y que han generado nuevos conflictos judiciales.

Ya el mismo 6 de septiembre de 1627 se había presentado, ante el alcalde mayor, el licenciado Rodrigo de Cantos Royo, el procurador del convento de las clarisas, Amador de Celada, pidiendo la posesión para dicho convento de las casas principales de Francisco de Mendoza, que como ya hemos comentado estaban sitas en la calle que bajaba desde el convento de San Francisco a la calle de la Feria, justo hasta la plazuela llamada de las Almenas, junto a la Torre Vieja. La viuda de Francisco de Mendoza, Juana de Guedeja, conservaba la propiedad de una casa lindante. Pero estas casas ya no eran morada de la viuda, sino que en siete de junio de 1625 las había cedido en arrendamiento y por un período de seis años, a razón de veinte ducados anuales, al joven don Juan Pacheco y Guzmán, señor de Valdosma y Tejada y que en 1626 conseguiría el hábito de Calatrava. Éste no se mostraba muy dispuesto a cederlas a las monjas, alegando que se había gastado alrededor de
1.300 reales en su reparación y construcción de un cuarto de caballeriza, obras que habían corrido a cargo del albañil Pedro de Peñarrubia. Durante todo el otoño, las peticiones y memoriales del licenciado Tribaldos, en nombre de Juan Pacheco, y Juan Ruiz del Castillo, mayordomo del convento, que ha sustituido al procurador Amador de Celada, se suceden ante el alcalde mayor Rodrigo de Cantos. El 16 de diciembre el mayordomo tomaba posesión de las casas en favor de las clarisas, en cumplimiento de un mandamiento del licenciado Cantos; poco después, el 9 de enero al mismo mayordomo Juan Ruiz del Castillo se le hacía entrega de la escritura de juro de 2.100.000 maravedíes de principal. La escritura de juro a un interés del 14 al millar, es decir, un siete por ciento, garantizaba a las clarisas un ingreso de 150.000 maravedíes a cobrar a partes iguales sobre las alcabalas de San Clemente, Albacete, Villanueva de la Jara, Iniesta, Chinchilla y Hellín.

A cambio, doña Elvira Cimbrón vería reconocida, como patrona que era de las memorias y obras pías de don Francisco de Mendoza, la posesión de la capilla familiar en la Iglesia del convento de la Asunción y de la que formalmente se le haría entrega el 12 de enero de 1628 a don Pedro Pacheco, regidor perpetuo de San Clemente, en nombre de doña Elvira. Don Pedro Pacheco haría de la formalidad del acto de toma de posesión de la capilla una calculada interpretación de los gestos para dejar claro que la capilla era un espacio privado de la familia de los Pacheco:

es a saber de la capilla y demás sitio para asiento entierro suyo y de los demás patrones que la suzedieren que es la señalada por el dicho conuento sita en la dicha Yglesia que la dicha capilla es la que está al lado del evangelio la última linde del coro bajo de las dichas monjas y conuento para que en ellos tengan sus entierros los dichos patrones del sitio para asiento de estrado y sillas que los dichos patrones y lo demás de sus suzesores an de tener que se entiende es de espazio y campo que tomare la rexa vaja de aquel lado començando desde la pared del dicho coro vajo como se va a la ventana y rrexa caminando azia el altar mayor todo el güeco que aze el arco de la dicha capilla boluiendo el cuadro azia el pilar y pared de ella donde ponen un listón de madera o piedra en que aga dibisión que esto es la capilla y sitio señalados por las dichas escrituras y el dicho don Pedro Pacheco en el dicho nombre tomó y apreendió la dicha posesión y se dio por puesta y amparado en ella y en señal de tomarlas se paseó por la dicha capilla y sitio a ella anejo e hizo una cruz en una pared de la pared de la dicha capilla y las rayas y señales por dende se a de poner el dicho listón




AGS. CONTADURIA DE MERCEDES (CME). 273, 47. Juro a favor de don Francisco de Mendoza

domingo, 24 de abril de 2016

El legado de los Castillo y las monjas clarisas de San Clemente (1627) - (II)

La cesión de los bienes vinculados a las memorias fundadas por don Francisco de Mendoza en su testamento de 1598 se hizo veintinueve años después por escritura de donación firmada por doña Elvira Cimbrón  a favor del convento de monjas franciscanas clarisas de la Asunción y el padre fray Juan Bautista Sánchez, de la provincia de Cartagena. Dicha escritura se protocolizó ante el escribano Bartolomé de Celada el cinco de septiembre de 1627

ynstituyo, doto, fundo y agrego (doña Elvira Cimbrón) al dicho convento y monjas de nuestra señora de la absunzión desta dicha villa de San Clemente de la orden de San Francisco todos los vienes y hazienda que quedaron por fin y muerte del dicho señor don Francisco de Mendoça mi primo que pertenecen a la dicha agregación que son los siguientes

primeramente una escritura de preuillegio escrita en pergamino pendiente con sello de plomo despachado en toda forma por los señores presidente y contadores de su magestad y su consejo de Hazienda su data en Madrid en xiiii días del mes de abril año del nascimiento de nuestro salbador Jesuchristo de mdxc años refrendada de Jorxe de Olat de Vergara notario mayor del Reyno de Toledo tomada la razón por los contadores de relaziones y maravedís su prinzipal dos quentos y zien mil ympuesto a razón de a xiiii mill el millar que de presente por la nueva pragmática está reduzido a razón de a xx en caueza del dicho señor don Francisco de Mendoça, situado sobre las rentas de las alcaualas y terzias de los partidos del marquesado de Villena, villa de San Clemente y su partido
yten las casas prinzipales y azesoria que están en dicha villa en la calle que va de las almenas de la Torre Vieja al conuento de San Francisco, linde de las cassas de la viuda de Domingo López y tres calles públicas que son las mismas que fueron del dicho señor don Francisco de Mendoça
yten xcv (mil) dcxii maravedís en dinero que fueron adjudicados a la dicha memoria demás del juro de los dichos ii quentos c (mil) maravedís que fue lo que resultó por alcanze líquido por la dicha memoria en las quentas que se tomaron  al doctor don Grauiel Ayllón de Peralta heredero que fue (como sobrino suyo) de doña Juana de Guedexa, muger que fue del dicho señor don Francisco de Mendoça ... a xxiii del mes de jullio del año pasado de i (mil) dcviii
yten se adjudicaron a la dicha memoria y agregazión todos los derechos y aziones que le tocan y pueden tocar y pertenezer por la quenta y partizión que se hizo el dicho año de dcviii por ante el dicho Christóual Aguado escriuano por quanto dellas costa que ay algunas paridas de que se hizo cargo el dicho doctor don Grauiel de Ayllón Peralta heredero de la dicha doña Juana Guedeja que son de mucha considerazión y por la dada que ubo en el descargo de ellas quedó el dinero en la dicha memoria el qual a de seguir el dicho conuento de nuestra señora de la Asunbzión
... los dichos vienes que así se agregan al dicho conuento sobre que se funda esta dotazión y pía memoria están tanvién afectos y obligados a la ynstituzión de dos capellanías de clérigos

Capitulaciones y condiciones de la donación

primeramente es condición que los dichos vienes que ansí ban agregados al dicho conbento de nuestra señora de la absunzión de tal manera an de quedar unidos y agregados a él que en ningún tiempo se puedan vender cambiar trocar ni enaxenar en manera alguna salbo las dichas casas con tanto que lo de ellas procediere se ayan de echar en renta con la del dicho juro y demás hazienda de manera que en todo tiempo coste los vienes que se dan y agregan al dicho conuento

las dichas dos capellanías las quales tengo de poder fundar en las partes y lugares que me pareziere (las capellanías habían sido fundadas para el servicio de las monjas carmelitas descalzas, al  no haberse fundado este convento, doña Elvira no se ve obligada a agregar estas dos capellanías al convento de clarisas)

y es mi inatenzión que el dicho convento de las dichas monjas de nuestra señora de la Absunzión me an de dar en señal de patronazgo sobre que se funda esta pía memoria en la yglesia prinzipal del dicho convento una capilla a el lado del de el evangelio que es la última guerta junto al coro bajo de las dichas monxas con todo el espazio e campo que toma la rexa baja de aquel lado comenzando desde la pared del dicho coro como se va al comulgatorio y del prinzipio de la zdicha rexa a de ir derecho azia el altar mayor que se a de zerrar por la parte de arriua por el prinzipio del pilar de la dicha capilla en donde para que se conozca y está dividido del demás cuerpo de la dicha Yglesia se a de poner un listón de madera o piedra según a mi me pareziere a raíz del suelo y parejo con él y no de otra manera
... porque todo ello a de quedar por asiento nuestro y de los patrones mis suzesores en donde podamos poner estrado almoadas y sillas donde nos sentar sin que para ello nos puedan poner estoruo ni ympedimento alguno
... y tener condición que en la dicha capilla que ansí queda por mía y de los dichos patrones mis suzesores tengo de poner una rexa con sus puertas donde a de aver dos llaves una que tengo de tener yo y otra la avadessa del dicho conuento para la poder abrir las vezes que quisiere usar de confesionario que esté dentro de la dicha capilla dentro de la qual me e de poder enterrar yo y los dichos patrones mis suzesores ... que enzima de la dicha capilla en el lienzo de la pared y dentro de ella en el retablo si le pusiéremos y en qualquiera de ella y ansimismo en la rexa que ai se a de poner en la dicha capilla y en otra qualquiera cosa que por nuestra voluntad hiziéremos para el seruicio de ella yo y los dichos patrones y qualquiera dellos podamos poner un escudo de nuestras armas y de las del dicho fundador las quales no se an de poder tidar quitar ni borrar en tiempo alguno

yten... tengamos derecho a poder presentar y presentemos dos plazas de monxas en el dicho conuento de nuestra señora de la Absunzión que an de ser para dos doncellas de nuestro linaxe ... an de entrar sin docte alguno excepto el ajuar ordinario que an de llebar

yten es condizión que yo ni los dichos patrones mis suzesores podamos vender ni cambiar ni en ninguna manera enajenar este dicho patronazgo en persona alguna y si se vendiere o enajenare por qualquiera de nos la venta que así se hizesen en si ninguna y de ningún valor y efecto porque a de andar agregado y junto yndiuisiblemente con el maiorazgo del señorío de los heredamientos del dicho lugar de Perona y si por qualquier caso la mitad de los dichos heredamientos de que yo soi señora por mí i como sucesora del señor Francisco del Castillo Ynistrosa mi señor y padre se dividiere entre mis herederos o en otro alguno de ellos o por otra causa se enaxenaren a de quedar el dicho patronazgo junto y agregado sin que se pueda dividir ni apartar la mitad del señorío de los dichos heredamientos de dicho lugar de Perona y al subzesor y maiorazgo dellos según que lo deja ynstituido el dicho señor don Francisco de Mendoça de buena memoria

yten ... el dicho convento le an de dezir en él por el ánima del dicho don Francisco de Mendoça en cada un año dos missas cantadas la primera con su noturno y oficio el día de su muerte y fallecimiento, la otra en el día de su infraotaba de nuestro seráfico padre San Francisco ...

En San Clemente a v días del mes de setiembre de i (mil) dcxxvii años, testigos don Rodrigo Pacheco de Guzmán (hijo del difunto alférez mayor Juan Pacheco de Guzmán y Elvira Cimbrón), Christóual Ángel de Olibares familiar y notario del Santo Oficio, Cosme Ciruelo y Salas, Juan Ruiz y Francisco Moreno, vecinos desta dicha villa y lo firmo la señora otorgante a quien yo el escriuano doy fee que conozco doña Elvira Castillo Ynestrosa y Zimbrón, ante mí Bartolomé Zelada


La donación de los bienes del difunto don Francisco de Mendoza sería aceptada por la monjas clarisas del convento de la Asunción el día siguiente, seis de septiembre, entre los testigos de la aceptación estaba el presbítero Antonio García de Tébar, sobrino del doctor Tébar




AGS. CONTADURIA DE MERCEDES (CME). 273, 47. Juro a favor de don Francisco de Mendoza

sábado, 23 de abril de 2016

El legado de los Castillo y las monjas clarisas de San Clemente (1627)- (I)

El convento de las monjas franciscanas clarisas, llamado de la Asunción, de San Clemente era el refugio preferido por las grandes familias de la villa para sus hijas. Por la misma razón, sus monjas, a pesar de su condición de  discretas, traducían los conflictos de intereses entre los grupos familiares sanclementinos. En la panoplia de apellidos de las monjas que vivían en el convento no faltaba ninguno de los grandes linajes y la presencia de alguno foráneo. Basta ver la relación de monjas que nos da alguna escritura de septiembre de 1627:  doña Isabel de Montoya, abadesa, doña Ana y doña María Pacheco, doña Gabriela Villasinda, doña Inés de Montoya, doña Inés Lasso, doña Francisca Vázquez de Haro. doña Bárbara de los Ángeles, doña María del Catillo, doña Catalina y doña Inés de Hermosa, doña Catalina de Santacruz, doña María de Haro,  doña María y doña Ana de Buedo, doña Ana de Ortega, doña María de Rosillo, doña María y doña Beatriz de Nieva, doña María de Tébar o doña Guiomar de Busto. Apellidos que apenas si dejan hueco a otros más comunes como doña Ana Gallego, doña María de Contreras, doña Ana de Olivares o Ana de Pontones.

La muerte del alférez mayor de la villa, don Francisco Pacheco Guzmán, hacia 1625 (sin que podamos concretar la fecha exacta) debió dejar a su viuda doña Elvira Cimbrón o Castillo e Inestrosa, en una posición muy débil dentro del juego de intereses y rivalidades sanclementinos. El primogénito del matrimonio, don Rodrigo, había desaparecido de la primera línea de la política de San Clemente; su matrimonio con una prima del duque del Infantado le había alejado de la villa. Otra rama de los Pacheco parece ocupar el espacio, no sólo político sino también la casa familiar, dejado por el desaparecido alférez mayor, pero el joven de su mismo nombre, don Juan Pacheco y Guzmán, señor de Valdosma y Tejada, es una sombra de aquel. A pesar que, desde 1626, ostenta el título de caballero de Alcántara y que ese mismo año intentará impresionar a la villa con grandes fiestas para la octava del Corpus, las desmesuradas celebraciones de dos años después por don Rodrigo de Ortega para la misma fiesta mostrarán cuánto había cambiado la relación de poder en San Clemente.

Nuestra protagonista es doña Elvira Castillo e Inestrosa y Cimbrón, aunque lo normal es que siempre nos aparezca como doña Elvira Cimbrón sin más, olvidando el apellido de Castillo, quizás como una imposición propia o de su marido Juan Pacheco y Guzmán, que no quería resucitar las viejas polémicas inquisitoriales sobre su origen converso que los hermanos Hernando, Francisco y Alonso Castillo habían sido víctimas a mediados del quinientos con motivo de su pleito de hidalguía en la Chancillería de Granada.

De Hernando del Castillo y su descendencia poco sabemos y su protagonismo desaparece de la vida de San Clemente después de su omnipresencia en los años que giran hacia 1550. Si podemos dar continuidad a los otros dos hermanos, que heredarán los bienes vinculados familiares y por azares matrimoniales trasladarán la herencia a los Pacheco. Alonso del Castillo casará con Juana de Mendoza, de cuya unión nacerá Francisco de Mendoza, regidor perpetuo de San Clemente, y que fallecerá en 1598; casado con doña Juana Guedeja y Peralta, procedente de una familia que dará funcionarios del más alto rango en la Corte y los Consejos, después que el licenciado Agustín de Guedeja abandone la casa familiar en San Clemente para ocupar un bien remunerado oficio de relator en el Consejo y Cámara de su Majestad.

Francisco del Castillo e Inestrosa casará con una Cimbrón de Ávila. La sucesión será femenina, con dos hijas, María y Elvira. Pero la fortuna hará que toda la herencia familiar recaiga en Elvira. Al incremento del patrimonio de doña Elvira Cimbrón, contribuyó en gran medida el legado de su primo hermano Francisco de Mendoza y Castillo. Cuando Francisco de Mendoza muere en Madrid deja como principal beneficiaria de su testamento, escriturado en Madrid el 13 de octubre de 1598, a su prima Elvira. Ésta que ya poseía la mitad del término de Perona, agregará la otra mitad cedida por su primo. Con el término de Perona heredaría el pleito con la villa de San Clemente sobre la jurisdicción de este lugar

mando la mitad que tengo y poseo con los términos y casas con lo demás anejo y con la jurisdicción del dicho lugar que trato pleyto con la villa de San Clemente, con la jurisdicción de la mi prima y sus herederos lo ayan y tengan y posean juntamente con la otra mitad del dicho lugar que es de la dicha doña Elvira Zimbrén, sin que en ningún tiempo se puedan diuidir ni enajenar sino siempre suzeda en todo el dicho lugar los nombrados por la dicha señora Elvira Zimbrón en su mitad pues con el fauor de Dios serán los propios que yo nombrare por ser como somos hijos de dos hermanos

El testamento nombraba como albacea a doña Elvira, y la posesión de Perona se supeditaba a algunas cargas, entre las que figuraban la obligatoriedad de algunas misas, por el alma de Francisco Mendoza, en la capilla que los abuelos, Alonso del Castillo y María de Inestrosa, habían fundado para la familia en el Monasterio de Nuestra Señora de Gracia de San Francisco: la misa mayor del domingo, por su memoria, la misa del sábado por su madre Juana de Mendoza y una misa los viernes por su hermano mayor el licenciado don Ginés del Castillo y Mendoza. La cesión de bienes a doña Elvira tenía como reserva la condición que seguiría disponiendo de ellos, como usufructuaria y mientras viviera, la viuda de Francisco Mendoza, doña Juana de Guedeja y Peralta (su muerte debió acaecer en 1608).

Como albacea testamentaria, doña Elvira adquiría el ya citado compromiso de fundar un convento de monjas carmelitas descalzas, en la villa de San Clemente, al que cedía sus casas principales y un juro de 150.000 maravedíes de renta anual, con condición de que dos monjas profesas fueran necesariamente de la familia y se reservara una capilla para el enterramiento de su los patrones familiares de dicha fundación. En caso de que no pudiera llevarse tal fundación, los bienes se agregarían a las clarisas.

El traspaso efectivo de la memoria para la fundación conventual no se haría efectivo hasta 1627, hasta entonces, disfrutaría de ellos, casas principales de morada en el pueblo y renta de 150.000 maravedíes, doña Elvira Cimbrón y su marido el alférez mayor Juan Pacheco y Guzmán. En la persona de la mujer, se acumulaban los títulos, aunque con unos derechos jurisdiccionales negados y pleiteados por la villa de San Clemente, de señora de las villas de Valera de Abajo y de la Losa y de los heredamientos de los lugares de Perona y Sotuélamos. De la primera herencia recibida de su padre indirectamente por la muerte de su hermana María, doña Elvira recibía la mitad de Perona restante.


AGS. CONTADURIA DE MERCEDES (CME). 273, 47. Juro a favor de don Francisco de Mendoza

jueves, 21 de abril de 2016

La malograda primera fundación del convento de carmelitas descalzas de San Clemente (1598)

Es conocida la historia de la fundación del convento de monjas carmelitas descalzas de San Clemente. La comunidad religiosa de Valera fundada por Ana de San Agustín se acabaría mudando a San Clemente en 1617, buscando una población de mayor número de vecinos que los escasos trescientos de Valera, pues al fin y al cabo la propia supervivencia del convento dependía de las limosnas. Pero es desconocido que veinte años antes hubo un intento de fundación de un convento de monjas de carmelitas descalzas. Su benefactor era Francisco de Mendoza y así lo dejó legado en su testamento proveyendo para su sostén un juro situado sobre las alcabalas del Marquesado de Villena y sus casas principales en San Clemente. La herencia malograda acabaría agregándose en 1627, por donación de doña Elvira Cimbrón, heredera de su primo hermano don Francisco Mendoza, al convento de franciscanas clarisas de la Asunción, donde profesaban las hijas de los principales señores del pueblo. La riqueza de este convento no dejaba de ser una afrenta para las humildes carmelitas descalzas venidas de Valera, alojadas, después de estar temporalmente en una morada cedida por don Alonso de Oropesa, en las casas que en la calle de la Herroyuela les había cedido Melchor Tébar, tal vez el hermano del doctor Cristóbal Tébar  y también el hermano pequeño de los Tébar, que había acudido a América a petición de su hermano Diego. Nuestra duda, que hoy no podemos contestar, es hasta qué punto en la decisión de abandonar Valera por las monjas carmelitas se pudiera esconder una rivalidad entre los Tébar y doña Elvira Cimbrón que, no hemos de olvidar, era señora de Valera. Así el éxito de los Tébar se corresponde con el fracaso de los Castillo en su intento de fundación del Carmelo en San Clemente.

Don Francisco de Mendoza, hijo de don Alonso Castillo y Juana  de Mendoza y esposo de doña Juana Guedeja y Peralta, y de cuya riqueza y linaje tendremos ocasión de hablar, había legado por su testamento de 13 de octubre de 1598 entre sus obras pías su deseo y también los medios materiales para la fundación de un convento de monjas carmelitas descalzas en San Clemente:

es que mando que en la dicha villa de San Clemente se funde e ynstituya un monesterio de monjas de la orden de carmelitas descalzas, el qual ha de estar en las mismas casas principales que tengo en la dicha villa de San Clemente y quiero que de los dichos mis vienes y hazienda se fabriquen e rrepare en las dichas mis cassas lo que fuere necesario para la comunidad del dicho convento e lo demás de mi hazienda sea para que la dicha renta de ella se tenga en el dicho monesterio dos capellanes que digan cada día missa, uno de ellos por mi ánima e por mi yntenzión y se dé de limosna lo nezesario para ornamento y cossas de la sacristía y lo que restare sirua la cantidad que por dar e para sustento de las monjas que a de aver en el dicho monesterio del qual a de ser patrono el señor de Perona (en aquel momento, Juan Pacheco de Guzmán, casado con Elvira Cimbrón) que por tiempo fuere perpetuamente para siempre xamás y cometo a la dicha doña Elvira Cimbrón mi prima a quien mando el dicho mandado haga de persona y a sus suzesores y qualquiera de ellos que obre la fundazión del dicho monesterio e perpetuidad dél agan y ordenen las escrituras  y cláusulas e firmezas que fueren nezessarias y ellos quien para más seguridad y perpetuydad  que yo se lo remito y an de poner clausal que perpetuamente para siempre en el dicho monesterio de carmelitas descalzas an de tener reciuidas dos monjas de mi linaxe la una de parte de mi padre y la otra de mi madre y no la abiendo sus ambas sea del un linaje o del linaje que fuere el señor de Perona  para de coro sin docte que siempre a de aver el dicho número de las dichas dos monjas y como fueren bacando las an de ir rezibiendo nombradas por el señor de Perona por manera que siempre continuamente an de tener en el dicho monesterio las dichas dos monxas de mi linaje de padre y madre o del linaje del señor de Perona

En el testamento se incluía una cláusula que sería determinante en el legado de Francisco Mendoza y que determinaría que doña Elvira Cimbrón en 1627, como patrona de las obras pías y memorias fundadas por su primo, decidiera dar una finalidad distinta al legado

y si la dicha orden de carmelitas descalzas no quisieran fundar el dicho monesterio para en tal caso quiero y mando que la dicha mi hazienda se dé al monesterio y convento de monjas de nuestra señora de la Absunzión de la orden de Santa Ysauel de la dicha villa de San Clemente para que sea obligado el dicho monesterio y convento a cumplir lo mismo que el dicho convento de carmelitas a de tener ... y si el dicho monesterio de nuestra señora de la Asunbzión de la orden de Santa Ysauel no quisieran pestar ni pasar por lo de suso referido quiero y mando que en los dichos mis vienes y hazienda suzeda el ospital del señor San Sebastián de la dicha villa de San Clemente para que tengan los dichos capellanes que siempre el uno dellos cada día diga missa por mi ánima e yntenzión administre sacramentos a los pobres y lo demás se gaste en camas y curar pobres naturales que se an de curar en el dicho ospital

Conocemos también donde estaban situadas las casas principales de don Francisco de Mendoza y que ahora cedía para la fundación del convento

las casas principales y acesoria que están en esta dicha villa en la calle que va desde las almenas de la torre vieja al convento de San Francisco, linde de las cassas de la viuda de Domingo López y tres calles públicas que son las mismas que fueron del dicho señor don Francisco de Mendoça

Así el primer fracaso de la fundación de las carmelitas descalzas de San Clemente iría en beneficio de las franciscanas clarisas (el tercero en discordia era el hospital de San Sebastián). Eso ocurriría ya en septiembre de 1627. Pero la agregación de los bienes de las memorias fundadas por Francisco de Mendoza al convento de clarisas, no era un acto voluntario de su patrona, la viuda Elvira Cimbrón. Durante más de veinte años, doña Elvira, en vida de su marido, había gastado en beneficio propio la hacienda legada para fines religiosos de Francisco Mendoza. Muerto su marido, Juan Pacheco y Guzmán, alférez mayor de San Clemente, la viuda se vio asediada y acosada por las denuncias, que llevarían a su excomunión. Obligada por la presión se vería forzada a entregar el legado piadoso a las monjas clarisas. Es más, quizás el traslado de las carmelitas descalzas de Valera a San Clemente en 1617 fuera una decisión motivada por la propia presión ejercida por familias rivales, como los Origüela, sobre doña Elvira Castillo e Inestrosa y Cimbrón, que era su nombre completo, y su marido entonces con vida, para cumplir con el mandato testamentario de don Francisco Mendoza. ¿Acaso no se había visto obligado unos pocos años antes el doctor Tébar a ceder su fortuna para la fundación de un Colegio de la Compañía de Jesús, tras una campaña acusatoria de sus enemigos que ponían en duda la limpieza de su sangre? De modo más claro, la donación de doña Elvira Cimbrón ante el escribano Bartolomé de Celada vino precedida de una petición ante la justicia ordinaria de las monjas clarisas que exigía el traspaso forzoso de los bienes vinculados a las memorias.



AGS. CONTADURIA DE MERCEDES (CME). 273, 47. Juro a favor de don Francisco de Mendoza

jueves, 11 de febrero de 2016

Fundación del Convento de Carmelitas Descalzas de Villanueva de la Jara (1580)


                 CAPITULO XII

Parte la Venerable Madre Ana en compañía de N. S. M. Teresa de Iesús a la fundación de Villanueua y sucesos del camino


Muy consolada se hallaua nuestra Santa Madre  en Malagón, por ver que en aquel espiritual Paraíso, que ella auía plantado, cogía Dios tan gustosos frutos de virtudes, y deseosa de trasplantar a otras partes tan fecundas plantas, estaua disponiendo en su ánimo las fundaciones de otros conventos. Auianle pedido en Villanueua de la Iara, fuesse a aquella villa a fundar uno por instancias de nueue personas virtuosas, que en trage de Beatas viuían juntas en una misma casa con grandes exercicios de virtud; y deseosas de darle forma de Conuento, instauan a Santa Teresa, que las recibiesse debaxo de su obediencia, y disciplina, y fuesse allí a fundar. Las conuenencias, y medios, que para este efecto se le ofrecían, eran muy pocas, y pesándolas con su mucha prudencia, le pareció no ser conveniente empeñarse en fundación, que no auía de poder perseuerar y así estaua algo remissa, ó por mejor dezir, determinada a no admitit esta fundación, sino ir a Llerena, a donde le ofrecían otra, y dauan para ella seiscientos ducados de renta. Con este ánimo  estaua la Santa, quando vino un propio segunda vez a Villanueua de la Iara, pidiéndole con más apretadas instancias la Villa, que fuesse. Y sintiendo en sí las mismas dificultades, que en este punto tuuo, lo encomendó a Nuestro Señor, y apareciéndosele la dixo: Hija, con pobres fundé yo mi Iglesia. Estas palabras, y el manifestarle su voluntad, la reduxeron que a toda priessa partiesse de Malagón para Villanueua de la Iara, aunque al presente se hallaua en la cama con perlesía y otros achaques penosos. Pero como ninguno en ella era impedimento para cumplir la voluntad de Dios, dispuso desde luego la jornada, señalando su diuina Magestad las Religiosas, que auía de lleuar consigo; y entre ellas, en primer lugar, a la Venerable Madre Ana de San Agustín, como ya se dixo. Salieron, pues, de Malagón con Nuestra Madre Santa Teresa, la Venerable Madre Ana de San Bartolomé, María de los Mártires, Constança de la Cruz, Elvira de San Angelo y Beatriz de Iesús. Luego que salieron de casa, se halló la Santa buena de todos sus males. Y así se aliuiaron sus hijas de la pena con que iban a verla tan mala. Experimentaron en el camino muy particulares prouidencias. Una noche después de auer pasado un día muy penoso, llegaron a un lugarcillo pequeño, hospedaronlas lo mejor que fue posible, y estando la Santa recogida, y con ella en una misma pieza la Venerable Madre Ana de San Agustín, y Ana de San Bartolomé, su secretaria, empeçaron a oír una música celestial, que mucha multitud de Ángeles, que estauan en  el aposento dauan a las esposas de el Cordero. El mote de la música, y lo que contenía la letra, eran agradecimientos de parte de Dios, por el seruicio que le hazían en aquella fundación. Era tanta la dulçura, y la suauidad de esta música, que con durar grande parte de la noche, les pareció auía durado sólo un instante, sintiendo en sus coraçones, y particularmente nuestra Venerable Madre Ana de San Bartolomé para hazerla participante de aquel fauor de el cielo, y entrambas con igual agradecimiento lo estuuieron escuchando.

Saliendo el día siguiente de este lugar, llegaron al Conuento del Socorro, que era de Religiosos de la Órden adonde la prodigiosa virgen Catalina de Cordoua auía hecho vida tan penitente y rara, que pudo competir con la de S, María Egipciaca, y a otras santas, que fueron en admiración de los desiertos. Aquí fueron recibidas la Santa Madre, y sus hijas con toda estimación y cariño de religiosos de aquella Casa, saliéndolas a recibir en procesión con notable gozo. Grande le tuuo la Santa Reformadora en ver la vida Santísima, y penitente  que en aquel Conuento hazían sus religiosos. Detúuose en aquel sitio dos días para aferuoriçarlos con su enseñança; y uno dellos, acabando de comulgar, y estando con ella la Venerable Madre Ana, se quedó arrobada, echando de su rostro resplandores las luzes que en su alma ardían. Buelta del arrebatamiento, le dixo a la Venerable Madre, como a quien más fiaua sus secretos, lo que nuestro señor auía dado a entender en aquel arrobamiento; y entre otras casas, fue una a dezirle, que se auía de seruir mucho Su Magestad en aquella Casa que iban a fundar a Villanueua.

Partieron de aquí para esta villa, y los religiosos del Socorro les dieron algunas pobres alhajas de lo poco que tenían para componer el nueuo Monasterio. Dieronles también alguna ropa de Sacristía, y Ornamentos, y entre ellos a un Niño Iesús pequeñito para que les hiziesse compañía, el qual después hizo muchos milagros, y finezas con la Venerable Madre Ana, como adelante se dirá. Llegaron este día temprano a Villanueua, y se fueron derechas la Santa Madre, y sus hijas a la Iglesia Mayor de la Villa, adonde se pusieron en Oración, estando en ella como unos Serafines ardiendo en el amor de Dios. Concurrió la mayor parte del Lugar a la nouedad, y todos quedauan admirados de la Santidad, que en sus acciones mostrauan. Tenían dispuesta una solemne Procesión para lleuarlas a su casa desde la Iglesia, y en ella lleuauan el Santísimo Sacramento en sus andas, como suele hazerse en aquel lugar, quando se celebra la Fiesta. Començando a andar la Procesión, le hizo nuestro Señor un fauor singular a la Venerable Madre Ana, y fue ver al Niño Jesús, que iba entre las andas del Santísimo Sacramento, y entre nuestra Santa Madre andando, y se llegaua hasta su querida Esposa, y le hablaua mostrando el Santísimo Niño grande hermosura, y alegría en su diuino rostro; y que leuantando su mano iba hechando la bendición a las Religiosas, y al pueblo, que tan afectuoso las acompañaua. Admiróse del caso la Venerable Madre Ana, y llegándose a su Santa Madre le dixo lo que le pasaua. A lo qual la Santa le respondió: Yo os mando en virtud de Santa Obediencia, no digáis nada a nadie de esto, que aquí pasa, La sierua de Dios, como tan obediente lo calló, y fue prosiguiendo en gozar de aquella tan apacible vista, absorta en la contemplación de la bondad de aquel diuino Señor, que tantas demostraciones haze por quien de veras le sirue. Auiendo llegado a la pobre capilla, a donde se hauía de fundar el Monasterio, colocaron el Santísimo Sacramento. Despidióse la gente, y la Santa con las religiosas que lleuaua, y las nueue Beatas que allí viuían se quedó encerrada, estando todas aquella noche en oración, que era el principal sustento de que se alimentauan, dando Su Magestad muchas gracias por el beneficio recibido; y pidiendo por la conseruación, y aumento de aquella Casa, que por voluntad suya auía fundado.


BIBLIOTECA DE CASTILLA Y LEÓN. Signatura: G-E 960. Vida, virtudes y milagros de ... Ana de San Agustin, Carmelita Descalza ... / por el M.R.P. Fr. Alonso de San Gerónimo, Carmelita Descalço ... Madrid, por Francisco Nieto, 1668, pp. 26-28
http://bibliotecadigital.jcyl.es/i18n/consulta/registro.cmd?id=4080