El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

miércoles, 12 de octubre de 2016

Los Vargas y el crimen en el Villarrobledo de 1611 (II)

El proceso por la muerte de Catalina Martínez fue llevado en primera instancia por los alcaldes ordinarios de Villarrobledo Antonio Moreno de Palacios y Bartolomé Gómez Ortiz. Las primeras pesquisas ratificaban las complicidades de Juan García de Vargas que, después del asesinato había estado escondido en casa de varios vecinos del pueblo, entre ellos su cuñado Gregorio Millán, su concuñado Mateo Díaz sastre, el batanero Pedro Martínez y el tundidor Cristóbal Coronado. Todos ellos huyeron y contra todos ellos los alcaldes ordinarios emitieron órdenes de prisión.

Fue una mujer, Catalina López, quien con su testimonio implicaría a Ginés de Haro Cueva, familiar del Santo Oficio de la villa de San Clemente*. En la casa de Ginés servía como ama María de Vargas, la madre de Juan y viuda del pintor Cristóbal García; en esta casa se había refugiado el asesino tres semanas antes de cometer el crimen. Juan había mantenido una conversación con Catalina López en la que reconocía su voluntad de matar a Catalina y a su hermano el escribano Francisco Rodríguez. Pero la palabra de Catalina López, una expresidiaria valía muy poco y no era creíble. A pesar de que Francisco Rodríguez fue avisado de las aviesas intenciones y las comunicó a su hermana y de que los bandoleros andaluces fueron vistos por un mesón del pueblo propiedad de Baltasar Ortiz, Catalina Martínez volvió con su marido poco antes del crimen, quizás por los buenos sentimientos que albergaba hacia él o simplemente por la debida obediencia que la mujer debía al esposo; obediencia impregnada en el pensamiento de la época de resignación cristiana, tal como reconocía Catalina en sus palabras: no sé lo que se tiene en su coraçón, yo estoy confiada en la Virgen de los Ángeles, que en su bendito día me junte con él con buen pecho e para seruir a Dios y ella me a de librar. 

Aunque no todos en el pueblo tenían de Catalina una imagen de mojigata y buena cristiana. Algunas habladurías del pueblo, de las que se hacía eco el alguacil Alonso Pérez, contaban que la ruptura del matrimonio hacía cuatro o cinco años fue causada por la mujer que había cometido adulterio con un vecino llamado Juan Parra. Ante el escarnio público, Juan García Vargas había abandonado el hogar familiar y después de errar por Andalucía, había sentado cabeza en Zahara. A principios de julio de 1611 había vuelto a su tierra a recomponer su vida y después de unos días en casas de familiares, primero en casa de su hermana tres o cuatro días y luego en casa de su madre en San Clemente otros doce días y otros tantos en la feria de Villanueva de los Infantes, el primero de agosto había vuelto al hogar hasta el desenlace fatal de tres días después.

¿Cuál era el verdadero rostro de Catalina Martínez de Arce? Su matrimonio con Juan García Vargas era su tercer matrimonio; de sus dos matrimonios anteriores había enviudado: tanto del primero con Diego Martínez, vecino del Bonillo. como del segundo con el escribano Miguel Fernández, vecino de Villarrobledo. Que en el concierto de estos matrimonios debía estar Francisco Rodríguez de Arce es muy plausible, pues aparte del segundo marido, el tercero, nuestro Juan García de Vargas, también era escribano. Aunque Francisco Rodríguez negaba la concertación en este matrimonio,  era evidente que el interés importaba más que el amor o al menos de eso acusaba Francisco Rodríguez a su cuñado que había llegado al matrimonio no solo por la buena fama de su mujer sino por poseer gran cantidad de bienes muebles e rrayzes que tenía con promesas e halagos e otros tratos la atrajo a que se casase con él contra la voluntad de todos sus parientes. Catalina Martínez era una viuda rica codiciada por casamenteros, favorecida por la muerte de sus dos primeros maridos y con una amplia hacienda repartida entre el Bonillo y Villarrobledo (unas casas principales en la primera villa y bienes muebles por valor de 5.000 reales en la segunda). Esa era la visión de Francisco Rodríguez, que denunciaba el papel de su hermana en el matrimonio como la de una víctima, aunque consideraba que los ataques iban contra él. Francisco Rodríguez recordaba el pretendido caso de adulterio de Juan Parra con su hermana para denunciarlo como una trama organizada por sus enemigos, donde además de los Vargas estaban implicados otros amigos de esta familia como el alcalde Isidro Merchante y el escribano Alonso Ramírez, para dar fe del escándalo, que se habían presentado en el domicilio pillando juntos a Juan Parra y Catalina. La adúltera sería conducida a prisión donde permanecería ocho meses hasta confesar, vería embargados parte de sus bienes por valor de 500 ducados que acabarían en manos de Gregorio Millán, el cuñado de Juan García Vargas y solo conseguiría la libertad después del arreglo que le procuró su hermano. El marido de Catalina, Juan García de Vargas, que tenía bastante que callar, pues mantenía relaciones con otra viuda de nombre Isabel de Espinosa, retiraría la querella por adulterio, abandonaría la villa y a cambio el escribano Francisco Rodríguez de Arce le procuraba 1.000 reales. A partir de aquí comienza el periplo de Juan García de Vargas, que según la versión de Francisco Rodríguez, se asienta en Zahara, presentándose como hombre soltero y consiguiendo los favores de una mujer del lugar, conocida por el intachable nombre de doña Mariana la discreta. A pesar de su discreción doña Mariana, otra viuda rica, quedó preñada, para gran escándalo de una familia conocida por su buena fama y hacienda en la villa de Zahara. Como era costumbre en estos casos, y después de comprender lo inútil de mantenerlo preso durante seis meses en la cárcel o de enviarlo a galeras y de que el honor familiar solo se limpiaba con el matrimonio, que en esta situación exigía la muerte de la esposa legal. Así volvería Juan García de Vargas en abril de 1611 desde Zahara con los dos bandoleros y alojándose en Villarrobledo en casa de su hermana María y en San Clemente en casa de Ginés de Haro, intentaría matar a su mujer, aunque previamente se exigía asesinar a su hermano el escribano que desconfiaba de su presencia. El fracaso de este primer plan, llevó a Juan García de Vargas a presentarse de nuevo el mes de julio, esta vez como el marido arrepentido vuelto al hogar conyugal para rehacer con su mujer una vida cristiana, en el sentido literal de la palabra, pues no era raro ver a Juan García de Vargas esos tres primeros días de agosto rezando con un rosario en sus manos. Previamente se intentó vencer las resistencias del desconfiado Francisco Rodríguez con una inventada carta de arrepentimiento procedente de Socuéllamos y la intervención de algunos vecinos que abogaban por la reconciliación del matrimonio, entre ellos el batanero Pedro Martínez y el mayordomo del pósito Alonso Valero. Así hasta la noche del crimen que con el subterfugio de buscar un candil en la bodega de la casa, Juan García de Vargas había conducido a Catalina hasta la mencionada bodega, donde le aguardaban para matarla los dos bandoleros (en realidad uno de ellos era un criado de doña Mariana y el otro el propio Juan García de Vargas) y Gregorio Millán. Cometido el crimen Juan García de Vargas había acudido a Zahara para casarse con doña Mariana; dejaba tras de sí el cadáver de su mujer ensangrentado y semidesnudo con una camisa, unas calzas y unos zapatos y olvidados sus pocos objetos personales, testimonio de su oficio de escribano: unos papeles y un libro de prácticas de escribano.

Huidos los asesinos, el juez  Casillas ordenó la prisión de sus colaboradores y encubridores. Entre ellos, Gregorio Millán, Cristóbal Coronado en Villarrobledo, en Villarrobledo, y Ginés de Haro y María Vargas en San Clemente. Los dos últimos habían huido cuando llegó el alguacil Martín Mondragón, que se tuvo que conformar con recibir la noticia de la huida de boca de la criada Ana Rodríguez y el embargo de los bienes de Ginés. Del detalle de estos bienes, nos aparece la parquedad de la existencia vital de las personas en aquella época: seis sillas de nogal, un banco y una mesa de pino, una cama con su ropa y cortinaje, dos cofres herrados y un arca y dos paños azules. Era de más valor el embargo de diecisiete tinajas conteniendo cuatrocientas arrobas de vino, testimonio de la fuente de ingresos del familiar del Santo Oficio. Las malas relaciones entre Villarrobledo y San Clemente se manifestaron en los obstáculos de la comisión del alguacil Martín Mondragón. Ginés de Haro había encontrado acogida en la iglesia de San Sebastián para evitar a la justicia; en la subasta posterior de su bienes, a pesar de la concurrida asistencia de personas en la plaza del Ayuntamiento no se hizo postura alguna, teniendo que conformarse el alguacil con confiscar los dos paños azules, lo más llevadero, para pago de su salario. Huidos los principales actores villarrobletanos, las actuaciones del juez Casillas fueron obsesivamente contra Ginés de Haro, que por precaución había huido a Murcia. El auto del juez para el embargo de todos los bienes del familiar no llegaría a ejecutarse pues el pleito derivó a un conflicto de competencias entre el juez de comisión y la Inquisición. Esta derivación era intencionada, la Inquisición no entendió del pleito, pero Ginés de Haro consiguió dejar en un punto muerto con sus recursos al tribunal de Cuenca los autos del juez de comisión. Dicha comisión, a pesar de que se prorrogó por veinte días más, no llegó a acabar los autos y el caso quedaría por resolver. Es de suponer, que finalizado el plazo de la comisión, el juez Casillas, volvería a la corte, Ginés de Haro a San Clemente, Francisco Rodríguez de Arce obtuvo poca o ninguna compensación económica de la muerte de su hermana (pedía 1.600 ducados, que al fin y al cabo de dinero es de lo que se trataba); sobre la viuda María de Vargas no sabemos nada de su destino, pero había tenido la astucia de vender la mayor parte de los bienes de su hijo, que huido es de sospechar que rehizo su vida con doña Mariana la discreta.

Los autos judiciales nos muestran al escribano Francisco Rodríguez, contra lo que pudiera parecer, carente de rencor u odio. Francisco Rodríguez nos aparece como un hombre bastante frío, sabedor del peligro que para su vida supone Juan García de Vargas, pero lo considera un vecino más, compañero de gremio, con el que siempre es posible un arreglo. Evita el trato directo con él, pero mantiene la comunicación a través de intermediarios. Intenta un arreglo ofreciéndole cualquiera de la escribanías de El Bonillo, Lezuza o Peñas de San Pedro, pero Juan lo rechaza. Se vale de Mateo Díaz, para que durante ocho días de julio mantenga contactos con Juan en la feria de Villanueva de los Infantes, donde se encuentra. Del expediente judicial se entrevé que Villarrobledo en esta época mantiene una relación distante con San Clemente (y tirante como hemos estudiado en otro sitio) y se vuelca hacia los pueblos de lo que hoy es provincia de Ciudad Real, como Socuéllamos y Villanueva de los Infantes, más lejano, pero con una importante feria el 25 de julio. Incluso tiene la vista más allá: cuando Juan García de Vargas abandona el pueblo, acude a Sevilla. La razón es es que en esta ciudad hay una importante comunidad villarrobletana, entre los cuales intentan indagar los familiares de doña Mariana la discreta los lazos familiares de Juan. Los referidos Mateo Díaz, sastre, y el tundidor Cristóbal Coronado o el boticario Baltasar Moreno viajaban a menudo a Sevilla por negocios. La principal entrada al pueblo era el camino de Socuéllamos a Villarrobledo, que estaría muy transitado y la venta de Baltasar Ortiz debía ser un lugar muy concurrido.

Se nos presenta toda esta trama como un enredo de escribanos y de gente relacionada con el negocio de la lana: bataneros, cardadores, tundidores y sastres. No es casualidad, es más que probable que los negocios y escrituras del oficio del escribano Francisco Rodríguez de Arce se moviera en estos ambientes. Cuando una noche de agosto, Juan García de Vargas, ya juntado con Catalina, se presenta en casa del escribano Francisco Rodríguez, éste redacta unas ejecuciones por impagos de transacciones entre estos personajes. Juan García de Vargas quiere integrarse en ese mundo con su matrimonio, pero parece que este hijo de pintor tenía más dotes como don Juan que como redactor de testimonios notariales. El pleito derivó hacia la petición de responsabilidades en San Clemente; no es casualidad. Villarrobledo mantenía un enconado pleito con San Clemente, no tanto por su exención del corregimiento, como por el respeto de la primera instancia, y por la aportación de soldados de milicia. Muestra de la rivalidad entre ambas villas fue el encarcelamiento del alcalde mayor, doctor Vázquez, y tres alguaciles enviados desde San Clemente unos meses antes. Villarrobledo vivía una declinación irremediable; a las escasas cosechas de comienzos de siglo, se unían ahora otras de suma abundancia en todo el Reino; el trigo villarrobletano no encontraba salida por los precios tan bajos (tal como se reconoce el expediente); San Clemente era el polo opuesto, ser cabeza política del corregimiento le procuró ventajas suficientes para convertirse en centro de actividades diversas y mantener un renacer económico que se prolongó en el primer tercio del siglo.

La persecución y secuestro de bienes a los que se vio sometido el sanclementino Ginés de Haro Cueva contrastan con la inacción del juez Casillas en Villarrobledo. Aquí todo se arreglaba con transacciones. Las mediaciones para evitar que Juan García de Vargas llevase a término sus criminales intenciones fueron constantes durante el mes de julio, una vez detectada su presencia. Destacan las actuaciones en este sentido de Diego Muñoz de la Calera, procurador de la villa en la corte. Pero estos intentos parecían más encaminados a salvaguardar los intereses y la vida del escribano Francisco Rodríguez de Arce que la persona de Catalina Martínez de Arce. Catalina había vivido toda su vida encerrada desde que se casó en su casa, a la que se accedía por una calle que daba a unas puertas cerradas de noche y que daban paso a su hogar pero también al de un alguacil del pueblo y a un horno. Yendo de marido en marido en los matrimonios concertados que le preparaba su hermano, acabó llevando una vida desgraciada junto a la familia Vargas; su corta aventura con Juan Parra fue incluso preparada intencionadamente por su marido. El ensañamiento de su muerte era muestra del odio que se tenían las diferentes personas de esta historia, incapaces de resolver sus diferencias cara a cara y hacer víctima de esos rencores y odios a Catalina.



Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN, 1923, Exp. 17. Proceso criminal de Ginés de Haro Cueva. 1611-1612


*El cuatro de septiembre de 1602, Ginés de Haro presenta ante el ayuntamiento de la villa de San Clemente el nombramiento que le confiere el título de familiar de la Inquisición para ser aceptado como tal y exigiendo se respeten las prerrogativas que tal título confiere. En la sala se hallaban presentes el corregidor don Antonio López de Calatayud, el alcalde ordinario Alonso de Guevara, y los regidores licenciado Miguel de Herreros, Jerónimo Martínez, Francisco de Astudillo, Pedro de Monteagudo, Pedro de Tébar Ramirez, Antonio García Monteagudo, Miguel de Perona Rosillo,

sábado, 8 de octubre de 2016

Los Vargas y el crimen en el Villarrobledo de 1611


El matrimonio entre Juan García de Vargas y Catalina Martínez de Arce, la hermana del escribano Francisco Rodríguez de Arce, se había contraído a comienzos de 1600. El matrimonio había sido un calvario para la mujer, sometida a un maltrato continuo de palabras injuriosas y agresiones físicas de un marido despreocupado de los asuntos familiares y de la hacienda familiar, que, habiendo sido en parte aportada por la mujer, menguaba de forma continua por los sucesivos derroches del marido. En 1608, este hombre, poco apegado a su familia, había marchado a Andalucía, donde había vagado por la ciudad de Sevilla y otros lugares hasta asentarse en un lugar próximo a Ronda llamado Zahara, allí se había amancebado con una moza, con la que había tenido un hijo. La aventura pasajera había tornado para nuestro inconstante personaje en obligación permanente, incapaz de escapar a las redes familiares de la joven zahareña y preso de una bigamia de hecho, aunque simple amancebamiento y no plasmada en matrimonio como era el deseo de la amante.

Juan García de Vargas tenía que elegir: o su matrimonio con la villarrobletana o regularizar su relaciòn con la zahareña. Una de las dos mujeres sobraba en sus planes y como estos planes eran trazados desde Zahara, era evidente que el destino jugaba en contra de Catalina Martínez de Arce. Su desaparición y asesinato fue planeado en tierras andaluzas en los círculos familiares de la amante zahareña, pero la ejecución se había de hacer en Villarrobledo. La planificación y ejecución del asesinato merecería ocupar la primera página de, valga el atrevimiento, El Caso de la época. En la comisión del asesinato se implicaron tanto la familia de la amante zahareña como la de Juan García de Vargas. Los primeros pondrían el dinero para pagar a dos sicarios andaluces, en palabras del expediente bandoleros, que se desplazaron hasta Villarrobledo. En la casa de la hermana de Juan García Vargas se refugiarían los sicarios andaluces a la espera de cometer su crimen.

Aunque la preparación del crimen tenía tanto de descabellado como de torpeza, el lugar elegido, Villarrobledo, era el más adecuado. Esta villa manchega se extendía por varias hectáreas, sus típicas casas de un sola planta, y un segundo falso piso ocupado por una cámara, se desparramaban apiñadas en una amplia superficie. Contaban con patios interiores, que daban acceso a cuevas o bodegas subterráneas, donde se conservaban los alimentos y vino para consumo doméstico. Un pueblo cuya extensión se desparramaba por el horizonte y cuya existencia vital se recogía en torno a los patios interiores, ocultaba multitud de actos violentos que quedaban sin castigo. Sus secretos quedaban en el interior de sus encaladas paredes. Cuando los delincuentes y asesinos eran descubiertos, aprovechaban las colisión de las jurisdicciones privativas de los lugares de señorío cercanos que chocaban con la real de los alcaldes ordinarios para huir a lugares próximos como El Provencio o Minaya. La justicia local impotente debía elegir entre la intromisión del corregidor en la primera instancia local o el envío desde la Corte de jueces de comisión propios, que solían estar actuando en la comarca. La lentitud de los procesos judiciales provocaban la acumulación de casos sin resolver y que los delitos quedaran impunes o que los delincuentes tuvieran tiempo suficiente para escapar a tierras de señorío, donde se encastillaban los delinquentes. Mientras pueblos como Villarrobledo, cuya producción cerealista, símbolo de su riqueza y poder empezaba a declinar, y mostraban la estampa de una villa en crisis, en la que los actos violentos se multiplicaban:

por ser la dicha villa grande y rrepartida y donde se solían cometer grandísimos delitos de noche y de día sin que pudiesen ser hauidos los delinquentes en todo lo qual abían cometido atrocísimos delitos dignos de exemplar castigo para lo qual convenía que nos fuésemos servido de que se proueyese un juez que castigase los culpados y los sacase de los lugares de señorío donde se encastillaban los dichos delincuentes por no ser castigados y ser hombres temerarios 

Pero al lugar perfecto para un crimen se unió la torpeza de su traza. Incompresible, teniendo en cuenta, como veremos, que los agentes implicados eran muchos y de lugares ajenos a Villarobledo, como San Clemente, y que entre las potenciales y deseadas víctimas estaba también el escribano Francisco Rodríguez de Arce. La presencia de los dos sicarios andaluces fue avisada por Gregorio Millán, marido de la hermana de Juan García Vargas, a las presuntas víctimas: Catalina Martínez de Arce y su hermano el escribano. Pero pronto se había desdicho de sus palabras; Catalina Martínez, engañada inocentemente con buenas palabras, pronto había vuelto, después de la ruptura con su infiel marido,al hogar matrimonial. La noche del miércoles 11 de agosto de 1611 fue el momento elegido para el crimen: Juan García Vargas sacó desnuda del lecho conyugal a su mujer, arrastrándola hasta la bodega situada bajo el patio de la casa, donde estaban los dos bandoleros andaluces, que apuñalaron hasta catorce veces el cuerpo de Catalina hasta dejarlo exánime. Dejaba una niña huérfana, llamada Ana, que, en los planes de los homicidas, sería la mensajera que, por no tener noticias de su madre, avisaría a su tío, el escribano Francisco Rodríguez de Arce. Éste, receloso con razón de ser la próxima víctima, evitó personarse en la casa del crimen, avisando a la justicia y salvando de este modo la vida.

Para entender en el crimen de Catalina se otorgaría comisión al licenciado García Pérez de Casillas, que ya entendía en la cercana localidad de Montalbanejo de otro asesinato: el de Marcos de Lara. Marcos era un labrador al servicio de Pedro de Vargas, alcalde de la hermandad en Montalbanejo. Su propio amo con la implicación de varios familiares había sido el autor de su muerte, intentado evitar así el pago de una deuda contraída con Marcos de Lara por Pedro de Vargas, que le había comprado dos mulas. El cadáver del desgraciado labrador había sido abandonado en un olivar de Villarrobledo para ser devorado por los buitres. El asunto que se había tratado ocultar por el inculpado Pedro de Vargas y algunos deudos de éste, entre ellos su tío Francisco Montoya, alcalde ordinario de Montalbanejo, finalmente había salido a la luz por denuncia de los familiares de Marco de Lara. Pedro de Vargas era hombre rico y se creía inmune a la justicia. Sus lazos familiares se extendían por toda la comarca, sobre todo en Villarrobledo, incluido el citado Juan García de Vargas. Se decía de la familia Vargas que controlaba la justicia de Montalbanejo y algún otro pueblo de la comarca y que no era ajena al control de esa misma justicia en Villarrobledo.  Así el licenciado Casillas, alcalde de casa y corte, veía como en el oficio de su escribano Pedro de Mata iban cayendo las causas contra la familia Vargas. Para actuar contra los Vargas, el licenciado Casillas recibiría los plenos poderes de una justicia privativa, con poder para nombrar alguaciles, secuestrar bienes y encarcelar las personas de los acusados, aunque, como se decía en el mandamiento judicial que le confería tal comisión, de las prisiones debían encargase los propios alguaciles del licenciado Casillas pues el caso era tan grave y la prisión tan flaca.

El juez Casillas pronto sacaría la conclusión que toda la familia Vargas mantenía una estrecha solidaridad entre sus miembros, cuyos delitos mancomunadamente procuraban encubrir. La primera en garantizar el secreto en la familia era María de Vargas, la madre de Juan García de Vargas. Contra ella fueron las acusaciones del licenciado Casillas, pasando por alto que estaba sirviendo en casa de Ginés de Haro Cueva, familiar del Santo Oficio de la Inquisición en la villa de San Clemente. Este conflicto de jurisdicciones no parecía preocupar al licenciado Casillas ni a su escribano que en un momento del proceso llegó a decir: estos dineros de los familiares que buenos son.


El proceso por la muerte de Catalina Martínez fue llevado en primera instancia por los alcaldes ordinarios de Villarrobledo Antonio Moreno de Palacios y Bartolomé Gómez Ortiz. Las primeras pesquisas ratificaban las complicidades de Juan García de Vargas que, después del asesinato había estado escondido en casa de varios vecinos del pueblo, entre ellos su cuñado Gregorio Millán, su concuñado Mateo Díaz sastre, el batanero Pedro Martínez y el tundidor Cristóbal Coronado. Todos ellos huyeron y contra todos ellos los alcaldes ordinarios emitieron órdenes de prisión.


Fue una mujer, Catalina López, quien con su testimonio implicaría a Ginés de Haro Cueva, familiar del Santo Oficio de la villa de San Clemente*. En la casa de Ginés servía como ama María de Vargas, la madre de Juan y viuda del pintor Cristóbal García; en esta casa se había refugiado el asesino tres semanas antes de cometer el crimen. Juan había mantenido una conversación con Catalina López en la que reconocía su voluntad de matar a Catalina y a su hermano el escribano Francisco Rodríguez. Pero la palabra de Catalina López, una expresidiaria valía muy poco y no era creíble. A pesar de que Francisco Rodríguez fue avisado de las aviesas intenciones y las comunicó a su hermana y de que los bandoleros andaluces fueron vistos por un mesón del pueblo propiedad de Baltasar Ortiz, Catalina Martínez volvió con su marido poco antes del crimen, quizás por los buenos sentimientos que albergaba hacia él o simplemente por la debida obediencia que la mujer debía al esposo; obediencia impregnada en el pensamiento de la época de resignación cristiana, tal como reconocía Catalina en sus palabras: no sé lo que se tiene en su coraçón, yo estoy confiada en la Virgen de los Ángeles, que en su bendito día me junte con él con buen pecho e para seruir a Dios y ella me a de librar.

Aunque no todos en el pueblo tenían de Catalina una imagen de mojigata y buena cristiana. Algunas habladurías del pueblo, de las que se hacía eco el alguacil Alonso Pérez, contaban que la ruptura del matrimonio hacía cuatro o cinco años fue causada por la mujer que había cometido adulterio con un vecino llamado Juan Parra. Ante el escarnio público, Juan García Vargas había abandonado el hogar familiar y después de errar por Andalucía, había sentado cabeza en Zahara. A principios de julio de 1611 había vuelto a su tierra a recomponer su vida y después de unos días en casas de familiares, primero en casa de su hermana tres o cuatro días y luego en casa de su madre en San Clemente otros doce días y otros tantos en la feria de Villanueva de los Infantes, el primero de agosto había vuelto al hogar hasta el desenlace fatal de tres días después.

¿Cuál era el verdadero rostro de Catalina Martínez de Arce? Su matrimonio con Juan García Vargas era su tercer matrimonio; de sus dos matrimonios anteriores había enviudado: tanto del primero con Diego Martínez, vecino del Bonillo. como del segundo con el escribano Miguel Fernández, vecino de Villarrobledo. Que en el concierto de estos matrimonios debía estar Francisco Rodríguez de Arce es muy plausible, pues aparte del segundo marido, el tercero, nuestro Juan García de Vargas, también era escribano. Aunque Francisco Rodríguez negaba la concertación en este matrimonio, era evidente que el interés importaba más que el amor o al menos de eso acusaba Francisco Rodríguez a su cuñado que había llegado al matrimonio no solo por la buena fama de su mujer sino por poseer gran cantidad de bienes muebles e rrayzes que tenía con promesas e halagos e otros tratos la atrajo a que se casase con él contra la voluntad de todos sus parientes. Catalina Martínez era una viuda rica codiciada por casamenteros, favorecida por la muerte de sus dos primeros maridos y con una amplia hacienda repartida entre el Bonillo y Villarrobledo (unas casas principales en la primera villa y bienes muebles por valor de 5.000 reales en la segunda). Esa era la visión de Francisco Rodríguez, que denunciaba el papel de su hermana en el matrimonio como la de una víctima, aunque consideraba que los ataques iban contra él. Francisco Rodríguez recordaba el pretendido caso de adulterio de Juan Parra con su hermana para denunciarlo como una trama organizada por sus enemigos, donde además de los Vargas estaban implicados otros amigos de esta familia como el alcalde Isidro Merchante y el escribano Alonso Ramírez, para dar fe del escándalo, que se habían presentado en el domicilio pillando juntos a Juan Parra y Catalina. La adúltera sería conducida a prisión donde permanecería ocho meses hasta confesar, vería embargados parte de sus bienes por valor de 500 ducados que acabarían en manos de Gregorio Millán, el cuñado de Juan García Vargas y solo conseguiría la libertad después del arreglo que le procuró su hermano. El marido de Catalina, Juan García de Vargas, que tenía bastante que callar, pues mantenía relaciones con otra viuda de nombre Isabel de Espinosa, retiraría la querella por adulterio, abandonaría la villa y a cambio el escribano Francisco Rodríguez de Arce le procuraba 1.000 reales. A partir de aquí comienza el periplo de Juan García de Vargas, que según la versión de Francisco Rodríguez, se asienta en Zahara, presentándose como hombre soltero y consiguiendo los favores de una mujer del lugar, conocida por el intachable nombre de doña Mariana la discreta. A pesar de su discreción doña Mariana, otra viuda rica, quedó preñada, para gran escándalo de una familia conocida por su buena fama y hacienda en la villa de Zahara. Como era costumbre en estos casos, y después de comprender lo inútil de mantenerlo preso durante seis meses en la cárcel o de enviarlo a galeras y de que el honor familiar solo se limpiaba con el matrimonio, que en esta situación exigía la muerte de la esposa legal. Así volvería Juan García de Vargas en abril de 1611 desde Zahara con los dos bandoleros y alojándose en Villarrobledo en casa de su hermana María y en San Clemente en casa de Ginés de Haro, intentaría matar a su mujer, aunque previamente se exigía asesinar a su hermano el escribano que desconfiaba de su presencia.

El fracaso de este primer plan, llevó a Juan García de Vargas a presentarse de nuevo el mes de julio, esta vez como el marido arrepentido vuelto al hogar conyugal para rehacer con su mujer una vida cristiana, en el sentido literal de la palabra, pues no era raro ver a Juan García de Vargas esos tres primeros días de agosto rezando con un rosario en sus manos. Previamente se intentó vencer las resistencias del desconfiado Francisco Rodríguez con una inventada carta de arrepentimiento procedente de Socuéllamos y la intervención de algunos vecinos que abogaban por la reconciliación del matrimonio, entre ellos el batanero Pedro Martínez y el mayordomo del pósito Alonso Valero. Así hasta la noche del crimen que con el subterfugio de buscar un candil en la bodega de la casa, Juan García de Vargas había conducido a Catalina hasta la mencionada bodega, donde le aguardaban para matarla los dos bandoleros (en realidad uno de ellos era un criado de doña Mariana y el otro el propio Juan García de Vargas) y Gregorio Millán. Cometido el crimen Juan García de Vargas había acudido a Zahara para casarse con doña Mariana; dejaba tras de sí el cadáver de su mujer ensangrentado y semidesnudo con una camisa, unas calzas y unos zapatos y olvidados sus pocos objetos personales, testimonio de su oficio de escribano: unos papeles y un libro de prácticas de escribano.

Huidos los asesinos, el juez Casillas ordenó la prisión de sus colaboradores y encubridores. Entre ellos, Gregorio Millán y Cristóbal Coronado en Villarrobledo, y Ginés de Haro y María Vargas en San Clemente. Los dos últimos habían huido cuando llegó el alguacil Martín Mondragón, que se tuvo que conformar con recibir la noticia de la huida de boca de la criada Ana Rodríguez y el embargo de los bienes de Ginés. Del detalle de estos bienes, nos aparece la parquedad de la existencia vital de las personas en aquella época: seis sillas de nogal, un banco y una mesa de pino, una cama con su ropa y cortinaje, dos cofres herrados y un arca y dos paños azules. Era de más valor el embargo de diecisiete tinajas conteniendo cuatrocientas arrobas de vino, testimonio de la fuente de ingresos del familiar del Santo Oficio. Las malas relaciones entre Villarrobledo y San Clemente se manifestaron en los obstáculos de la comisión del alguacil Martín Mondragón. Ginés de Haro había encontrado acogida en la iglesia de San Sebastián para evitar a la justicia; en la subasta posterior de su bienes, a pesar de la concurrida asistencia de personas en la plaza del Ayuntamiento no se hizo postura alguna, teniendo que conformarse el alguacil con confiscar los dos paños azules, lo más llevadero, para pago de su salario. Huidos los principales actores villarrobletanos, las actuaciones del juez Casillas fueron obsesivamente contra Ginés de Haro, que por precaución había huido a Murcia. El auto del juez para el embargo de todos los bienes del familiar no llegaría a ejecutarse pues el pleito derivó a un conflicto de competencias entre el juez de comisión y la Inquisición. Esta derivación era intencionada, la Inquisición no entendió del pleito, pero Ginés de Haro consiguió dejar en un punto muerto con sus recursos al tribunal de Cuenca los autos del juez de comisión. Dicha comisión, a pesar de que se prorrogó por veinte días más, no llegó a acabar los autos y el caso quedaría por resolver. Es de suponer, que finalizado el plazo de la comisión, el juez Casillas, volvería a la corte, Ginés de Haro a San Clemente, Francisco Rodríguez de Arce obtuvo poca o ninguna compensación económica de la muerte de su hermana (pedía 1.600 ducados, que al fin y al cabo de dinero es de lo que se trataba); sobre la viuda María de Vargas no sabemos nada de su destino, pero había tenido la astucia de vender la mayor parte de los bienes de su hijo, que huido es de sospechar que rehizo su vida con doña Mariana la discreta.

Los autos judiciales nos muestran al escribano Francisco Rodríguez, contra lo que pudiera parecer, carente de rencor u odio. Francisco Rodríguez nos aparece como un hombre bastante frío, sabedor del peligro que para su vida supone Juan García de Vargas, pero lo considera un vecino más, compañero de gremio, con el que siempre es posible un arreglo. Evita el trato directo con él, pero mantiene la comunicación a través de intermediarios. Intenta un arreglo ofreciéndole cualquiera de la escribanías de El Bonillo, Lezuza o Peñas de San Pedro, pero Juan lo rechaza. Se vale de Mateo Díaz, para que durante ocho días de julio mantenga contactos con Juan en la feria de Villanueva de los Infantes, donde se encuentra. Del expediente judicial se entrevé que Villarrobledo en esta época mantiene una relación distante con San Clemente (y tirante como hemos estudiado en otro sitio) y se vuelca hacia los pueblos de lo que hoy es provincia de Ciudad Real, como Socuéllamos y Villanueva de los Infantes, más lejano, pero con una importante feria el 25 de julio. Incluso tiene la vista más allá: cuando Juan García de Vargas abandona el pueblo, acude a Sevilla. La razón es es que en esta ciudad hay una importante comunidad villarrobletana, entre los cuales intentan indagar los familiares de doña Mariana la discreta los lazos familiares de Juan. Los referidos Mateo Díaz, sastre, y el tundidor Cristóbal Coronado o el boticario Baltasar Moreno viajaban a menudo a Sevilla por negocios. La principal entrada al pueblo era el camino de Socuéllamos a Villarrobledo, que estaría muy transitado y la venta de Baltasar Ortiz debía ser un lugar muy concurrido.

Se nos presenta toda esta trama como un enredo de escribanos y de gente relacionada con el negocio de la lana: bataneros, cardadores, tundidores y sastres. No es casualidad, es más que probable que los negocios y escrituras del oficio del escribano Francisco Rodríguez de Arce se moviera en estos ambientes. Cuando una noche de agosto, Juan García de Vargas, ya juntado con Catalina, se presenta en casa del escribano Francisco Rodríguez, éste redacta unas ejecuciones por impagos de transacciones entre estos personajes. Juan García de Vargas quiere integrarse en ese mundo con su matrimonio, pero parece que este hijo de pintor tenía más dotes como don Juan que como redactor de testimonios notariales. El pleito derivó hacia la petición de responsabilidades en San Clemente; no es casualidad. Villarrobledo mantenía un enconado pleito con San Clemente, no tanto por su exención del corregimiento, como por el respeto de la primera instancia, y por la aportación de soldados de milicia. Muestra de la rivalidad entre ambas villas fue el encarcelamiento del alcalde mayor, doctor Vázquez, y tres alguaciles enviados desde San Clemente unos meses antes. Villarrobledo vivía una declinación irremediable; a las escasas cosechas de comienzos de siglo, se unían ahora otras de suma abundancia en todo el Reino; el trigo villarrobletano no encontraba salida por los precios tan bajos (tal como se reconoce el expediente); San Clemente era el polo opuesto, ser cabeza política del corregimiento le procuró ventajas suficientes para convertirse en centro de actividades diversas y mantener un renacer económico que se prolongó en el primer tercio del siglo.

La persecución y secuestro de bienes a los que se vio sometido el sanclementino Ginés de Haro Cueva contrastan con la inacción del juez Casillas en Villarrobledo. Aquí todo se arreglaba con transacciones. Las mediaciones para evitar que Juan García de Vargas llevase a término sus criminales intenciones fueron constantes durante el mes de julio, una vez detectada su presencia. Destacan las actuaciones en este sentido de Diego Muñoz de la Calera, procurador de la villa en la corte. Pero estos intentos parecían más encaminados a salvaguardar los intereses y la vida del escribano Francisco Rodríguez de Arce que la persona de Catalina Martínez de Arce. Catalina había vivido toda su vida encerrada desde que se casó en su casa, a la que se accedía por una calle que daba a unas puertas cerradas de noche y que daban paso a su hogar pero también al de un alguacil del pueblo y a un horno. Yendo de marido en marido en los matrimonios concertados que le preparaba su hermano, acabó llevando una vida desgraciada junto a la familia Vargas; su corta aventura con Juan Parra fue incluso preparada intencionadamente por su marido. El ensañamiento de su muerte era muestra del odio que se tenían las diferentes personas de esta historia, incapaces de resolver sus diferencias cara a cara y hacer víctima de esos rencores y odios a Catalina.



Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN, 1923, Exp. 17. Proceso criminal de Ginés de Haro Cueva. 1611-1612




*El cuatro de septiembre de 1602, Ginés de Haro presenta ante el ayuntamiento de la villa de San Clemente el nombramiento que le confiere el título de familiar de la Inquisición para ser aceptado como tal y exigiendo se respeten las prerrogativas que tal título confiere. En la sala se hallaban presentes el corregidor don Antonio López de Calatayud, el alcalde ordinario Alonso de Guevara, y los regidores licenciado Miguel de Herreros, Jerónimo Martínez, Francisco de Astudillo, Pedro de Monteagudo, Pedro de Tébar Ramirez, Antonio García Monteagudo, Miguel de Perona Rosillo







Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN, 1923, Exp. 17. Proceso criminal de Ginés de Haro Cueva. 1611-1612

lunes, 3 de octubre de 2016

Los caminos en el corregimiento de San Clemente




Mapa elaborado por Gonzalo Menéndez Pidal para su obra Los Caminos de España, según los itinerarios fijados por Villuga. Hay algunos errores: donde dice El Pedroso, debe decir El Pedernoso; donde dice Molina, debe decir Motilla
(Real Academia de la Historia. Colección: Departamento de Cartografía y Artes Gráficas. Signatura: C-030-030. Nº de registro: 01101. Signatura antigua: C-V n 30). También en el siguiente enlace http://cartotecadigital.icc.cat/cdm/ref/collection/espanya/id/2618


En la red viaria de mediados del quinientos, la villa de San Clemente no ocupaba un lugar central. El mapa de caminos ya estaba diseñado de mucho antes y la Mancha conquense era lugar de paso desde el Reino de Toledo hacia Levante, sus puertos de Valencia y Alicante y la ciudad de Murcia. Tan solo una vía principal cruzaba la villa de Norte a Sur: era el camino que desde Cuenca se dirigía a Granada. Pero los principales caminos se dirigían en sentido Oeste a Este:

  • El camino de Guadalupe a Valencia (pasando por Toledo) en el repertorio de Villuga, se internaba desde el Toboso por tierras de Santiago hacia Mota del Cuervo, para continuar por Santa María de los Llanos, El Pedernoso, La Alberca, El Cañavate, Alarcón, Motilla del Palancar (Montilla en el original de Villuga y Molina en la transcripción de Gonzalo Menéndez Pidal), Campillo de Altobuey y Pesquera, para continuar hacia Valencia por Utiel y Requena.
  • El itinerario anterior se encontraba en Campillo, con el itinerario procedente de Madrid, que también iba hacia Valencia. Antes de llegar a Campillo, se internaba en Cuenca por Belinchón y Tarancón (donde un ramal se desviaba por Uclés hasta El Hito), y tras pasar por Saelices, el Hito  y Villar de Cañas, se internaba en la venta de Talayuelas y los pueblos de Buenache, Barchín y Gabaldón. Una desviación de este camino por Almodóvar del Pinar, Villar del Saz y Arcas subía hasta Cuenca.
  • Uno de los caminos más utilizados era el itinerario que procedente de Toledo llegaba hasta Murcia y el puerto de Cartagena, en especial por los soldados que se embarcaban en este puerto con destino a Italia y los presidios de África. Procedente de Toledo, y desde el Toboso, se internaba por Manjavacas en dirección a Las Mesas, El Provencio y Minaya, para continuar por tierras albaceteñas hacia La Roda, La Gineta (que soportaba los soldados que no querían sus vecinas), Albacete y Chinchilla, donde se bifurcaba hacia Alicante y Murcia. Con el tiempo el camino que iba hacia Valencia por el Pedernoso se desvío hacia Las Pedroñeras para unirse al camino murciano en El Provencio
Itinerarios alternativos que se valoraron en el viaje de Felipe IV a Valencia en 1645, según Gonzalo Menéndez Pidal**


En el sentido Norte-Sur destacaban dos caminos:
  • El más importante es el que desde Cuenca tenía por destino Granada. Pasando por Valdeganga, La Parra de las Vegas, Albaladejo del Cuende, Valverde del Júcar, atravesaba el río Júcar por el Puente de Talayuelas en dirección a Honrubia, San Clemente y Villarrobledo, desde donde por Osa y Montiel se dirigía hacia el Sur.
  • Más al Oeste, otro itinerario llevaba desde Cuenca a Alcázar de San Juan. Recorría las localidades de La Parrilla, Cervera del Llano, Villaescusa de Haro, Monreal del Llano, Mota de Cuervo, Campo de Criptana y Alcázar de San Juan
    Repertorio de Meneses de 1576
    Enlace para la consulta de la obra de Meneses

Los caminos descritos por Villuga nos indican la red viaria hacia 1540, en 1575 poco había cambiado la situación en el repertorio de caminos de Meneses de 1576, aunque incluye en el ámbito peninsular quince nuevos itinerarios; pero las Relaciones Topográficas nos dan a entender la integración de algunos pueblos, que hasta entonces habían quedado al margen, en los caminos reales, paralela a la marginación de algunos otros. Barchín del Hoyo figuraba todavía en el camino real (está en el camino real de Valencia para ir a Madrid y a Toledo), allí hizo noche en su viaje Felipe IV en 1632, camino de Valencia

estando como está la dicha villa siete leguas distante de la de San Clemente y es el paso desde nuestra Corte al Reyno de Valencia, y en muchas ocasiones avéis servido a los Reyes nuestros Progenitores: Y últimamente en la Jornada que hize a Valencia el año pasado de seiscientos y treinta y dos hize noche en la dicha villa

El Cañavate seguía siendo un lugar privilegiado como cruce de caminos (es pasajera desde Toledo a Valencia y de Murcia a Cuenca). Su importancia como núcleo de comunicaciones está atestiguado por los múltiples restos arqueológicos desde la antigüedad. Sin embargo, no disponía de venta alguna para hospedaje de viajeros. Si disponía de venta La Alberca, que situada antes de El Cañavate en el camino a Valencia, era además encrucijada de caminos comarcales entre Belmonte, las Pedroñeras, Castillo de Garcimuñoz y San Clemente.

Las Relaciones Topográficas nos muestran también la marginalidad de Iniesta (no es muy pasajero, pasan algunos especial de Toledo, y aquella partida para Valencia por más derecho camino) frente a su antigua aldea de Minglanilla, convertida en lugar de paso obligado (es muy pasajera y está en camino real para Valencia y Toledo). Aun así, Iniesta seguía siendo lugar de paso hacia Valencia por Requena y contaba con una venta propiedad del concejo, cerca del puente de Vadocañas sobre el río Cabriel, que se había construido hacía poco y dejado a la villa endeudada

En la parte occidental del corregimiento el declinar de Las Mesas, que no pasa por él otro camino real sino es de Toledo a Murcia y que no hay venta ninguna en el camino por estar cerca de aquí los pueblos a un cabo y al otro, dirán despectivamente las mismas Relaciones, mostrándonos el olvido del camino, pero sobre todo, el papel privilegiado que tenía como lugar de entrada al Marquesado de Villena desde el Reino de Toledo (porque está diez y ocho leguas de Toledo a la orilla y entrada del Marquesado de Villena). La razón era el mayor peso en la red viaria de dos poblaciones: Las Pedroñeras y El Pedernoso. Ambas poblaciones eran punto de encuentro de los caminantes que desde Madrid y Toledo se dirigían hacia Murcia. Posiblemente en el caso de Las Pedroñeras el hecho de tener que soportar el alojamiento de soldados, una carga demasiado pesada para la villa, jugaría en el futuro a su favor: está en el camino real que va de Toledo y Madrid a Murcia y que es plagado de soldados del tal manera que antes se despuebla que puebla.

El camino que iba de Cuenca a Alcázar de San Juan y de allí a Andalucía, junto al trayecto descrito por Villuga, que iba de Villaescusa de Haro a Mota del Cuervo, por Monreal del Llano, tenía otro alternativo que iba desde Villaescusa de Haro a El Pedernoso, pasando por Belmonte. Esto convertía al Pedernoso en un centro nodal de las comunicaciones

... pueblo pasajero, porque desde los puertos de Cartagena, Alicante y Valencia vienen a esta villa para ir a Toledo y a Madrid y también pasan por esta villa las gentes de Cuenca e Güete para ir a Granada y a Andalucía y a otras partes

El papel de San Clemente como capital del Marquesado de Villena le daría una importancia fundamental como centro comarcal. Las Mesas dirá que está cinco leguas de donde está la silla , que es la villa de San Clemente. Contribuía también a su carácter central el mercado franco concedido por privilegio real por los Reyes Católicos y la feria de septiembre. Aunque no parece que los caminos que recorrieran los verederos y alguaciles para llevar los mandamientos del corregidor al resto de las dieciséis villas constituyera una red de comunicaciones integrada con San Clemente como centro. No obstante, de San Clemente salían ocho caminos que comunicaban a la villa con las comarcanas (Belmonte, Pedroñeras, Provencio, Villarrobledo, Minaya, Vara de Rey, Villar de Cantos (y El Cañavate) y Santa  María del Campo Rus (o La Alberca?)


Inicio de la obra de Villuga (1)
Enlace para la consulta de la obra de Villuga

Los itinerarios de Hernando de Colón, hacia 1515 (Hernando de Colón: Descripción y Cosmografía de España, Tomo II, Padilla Libros, Sevilla, 1988, pp. 145 a 151 y 330 a 331)

Descripción de los caminos locales y sus paisajes en la Mancha de Montearagón


  • Desde Villarrobledo salía un camino de tres leguas largas hasta San Clemente, de atochares y romerales, la última media legua era de viñas y la media anterior de un carrascal: otro camino salía hacia El Provencio, dos leguas, era tierra llana y de atochares, y llegaba hasta Santiago de la Torre o el Quebrado, una legua más; un último camino iba hacia Las Mesas, era una tierra doblada de atochares, aunque la labranza tenía una presencia importante, igual paisaje se ofrecía en el camino que partía hacia Las Pedroñeras, tres leguas, de donde continuaba hacia Belmonte, dos leguas más.
  • Desde El Provencio, pueblo dominado por la fortaleza de don Alonso de Calatayud y el río Záncara, que se secaba en verano, salía el mencionado camino de Santiago el Quebrado, una legua de tierra llana, la primera mitad ocupada por viñas; otro camino salía hacia Las Pedroñeras, dos leguas llanas de atochares sobre cerros y montes bajos y tierras de pan llevar; un tercer camino salía hacia San Clemente, tres leguas (la media primera y la última de viñas, la legua y media restante inculta); otro camino salía hacia La Alberca, dos leguas de tierras dobladas, atochares y salpicadas de labranzas hasta llegar a la última legua que era de monte de encinares. Al sureste, el camino que partía hacia Las Mesas se unía al que partía de Villarrobledo. 
  • Desde Las Pedroñeras, en medio de un pedregal, un camino partía hacia Belmonte, dos leguas, que pasaban por Martín Ovieco, un depoblado en una laderuela, a una legua de romerales y atochares. Por contra Robledillo de Záncara, que no de la Vega, todavía estaba poblado, a una legua de tierra doblada de romerales y atochares. Un camino salía hacia El Pedernoso de tierra doblada y vallejuelos con tierras de labranza; por contra el camino de una legua grande que se dirigía hacia Las Mesas era tierra llana de romerales y encinares. La comunicación entre Las Pedroñeras y San Clemente se hacía por Santiago de la Torre, población que quedaba a media legua a la izquierda en el camino que comunicaba Las Pedroñeras con El Provencio, dos leguas de tierras dobladas y montes bajos. 
  • Santiago de la Torre era otro centro nodal de las comunicaciones heredadas del medievo, Situado en un llano, a tres tiros de ballesta del Záncara, era propiedad de don Bernardino Castillo Portocarrero. Un camino salía hacia Belmonte; tres leguas de cerros y montes bajos, que a media legua de Belmonte eran tierras de pinares. Un camino de dos leguas llanas iba hasta San Clemente, era un paisaje más humanizado de tierras de labranza y vega pero lavajos o aguachares en torno al arroyo que bajaba de Majara Hollín y destacaba un collado a un cuarto de legua de el Quebrado. Un camino bajaba de Santiago de la Torre a El Provencio dejando a cuatro tiros de ballesta el río Záncara a la izquierda (por tanto por la parte oriental), era tierra de ribera, y se dirigía hacia Socuéllamos en medio de tres leguas de tierras llanas todavía incultas en gran parte. El camino hacia Las Mesas era tierra de atochares y encinares, mientras que el camino que iba hacia Las Pedroñeras y El Pedernoso presentaba mayor cultivo de la tierra en las proximidades a esta última localidad. Hacia La Alberca salía un camino de dos leguas llanas, salpicado de cerros, con un montecillo de cuarto de legua a la salida de Santiago y otro de encinares en la legua antes de llegar a La Alberca.
  • San Clemente, ya con novecientos vecinos en 1515 (cifra que creemos inflada) ya era un centro comarcal. Se mantenía el viejo camino que unía al pueblo con la vieja villa de Alarcón, cuatro leguas que pasaban por Vara de Rey y se encaminaban hacia Tébar y de allí a Alarcón, cinco leguas en total. El camino de dos leguas hasta Vara de Rey era de tierra doblada pero labrada y cultivada con cereales; por contra las tres legua del camino hacia el sur que iba hasta Minaya era de tres leguas de tierras incultas atochares, chaparrales y donde la recolección de la grana era una fuente de sustanciosos ingresos; de allí el camino real llegaba hasta La Roda. Un camino directo iba durante cinco leguas hasta Castillo de Garcimuñoz, pasaba por Villar de Caballeros, ya sin población, distante dos leguas, tierra de labranza alternada con cerros y tierras dobladas, ariscas al cultivo; a una legua más de distancia, Santa María del Campo Rus, camino circundado de cerros, valles llanos y donde la presencia de la encina dominando el paisaje era notable. Hasta La Alberca había dos leguas de distancia: la primera media legua y los tres cuartos postreros de legua, encinares, el espacio intermedio tierras dobladas pero labradas. Hasta Santiago de la Torre, dos leguas llanas y el espacio próximo a esta villa, de tierras de vega. El camino hasta El Provencio, dos leguas muy llanas, ya ganadas en su mayor parte por las viñas, al igual que la media legua primera que salía camino de Villarrobledo, punto intermedio en el camino hacia Alcaraz, distante cuatro leguas.
  • El camino entre San Clemente y la ciudad de Cuenca era un camino principal, doce leguas de distancia, que iban por El Cañavate, Honrubia, Valverde del Júcar, Albaladejo, Parra de las Vegas, Valdeganga y Olmedilla de Arcas. 
  • Desde San Clemente salía un camino que iba hasta Villanueva de la Jara y desde allí llegaba a Iniesta. El principal problema de ese camino era el paso del río Júcar; por esa época Villanueva de la Jara intentaba levantar un puente, aunque con la oposición de Alarcón y los Castillo, mientras San Clemente estaba levantando los molinos del Concejo y se proveía un sistema de barcaza para pasar el río Júcar. El camino que iba de San Clemente a Sisante, bordeaba y evitaba la villa de Vara del Rey que quedaba a corta distancia al norte; eran tres leguas de distancia, pero si hasta Vara de Rey el espacio agrario estaba conquistado por la labranza, el paisaje de hermosos campos que se nos presenta hoy entre Vara del Rey y Sisante era de atochares. Ese carácter de espacio inculto se extendía hasta el Júcar y cruzándolo hasta Villanueva de la Jara. Al sur de estas tierras se extendían amplios pinares: a la izquierda del Júcar y a la derecha del viejo camino romano, el de Azaraque que se extendía por tierras de las actuales Casas de Benítez: a la derecha del Júcar y llegando hasta media legua de Villanueva de la Jara, el pinar de la Losa.
  • Los cortos recorridos desde San Clemente tomaban dirección hacia El Cañavate. Si la salida del San Clemente dominaba una legua de encinares, las dos leguas siguientes eran de tierras de labranza, salpicadas de algún cerro y valle inculto alrededor del río Rus. En Villar de Cantos y Perona las tierras de pan llevar dominaban el paisaje, aunque en las inmediaciones de Perona se extendía una dehesa.
  • La Alberca de Záncara,en un altillo y sobre unas peñas, era otro núcleo nodal de viejos caminos, que salían hasta Santa María del Campo, una legua de tierra doblada y de monte; hasta San Clemente, Belmonte, Santiago de la Torre y El Provencio. El paisaje que rodeaba a estos caminos era de encinares, salvo el camino de San Clemente, ganado en algunos puntos para la labranza y las proximidades de El Provencio, ganado por las viñas, y Las Pedroñeras, en este caso, tierras de labranza en medio de cerros y tierras dobladas e incultas. Pero de La Alberca, salían también viejos caminos hacia núcleos en otro tiempo con gran importancia militar. Un camino de tres leguas, que pasaba por el Pinarejo, llegaba hasta Castillo de Garcimuñoz, el monte bajo y las tierras de labranza se alternaban. Otro camino salía hasta Vara de Rey, atravesando el río Rus, a cuya vera se levantaba un antiguo castillo derrocado; era tierra de vallejuelos y cerros.
Hoy no nos podemos imaginar la barrera que el Júcar era para las comunicaciones en sentido este-oeste. De ahí, las comunicaciones rotas y difíciles entre las poblaciones nacidas en torno al río Záncara y su afluente el río Rus, de una parte, y las nacidas en el valle del río Valdemembra, más volcadas hacia tierras de Iniesta. La única unión era Alarcón y sus tierras y molinos en torno a las riberas del río Júcar un nexo de unión vertical, nacido del viejo dominio. Pero también un elemento de separación, solo roto por el impuslo imparable de San Clemente y Villanueva de llegar hasta el río Júcar.

La descripción de las tierras entre el río Júcar y el Cabriel nos aparece separada de las anteriores tierras descritas (que tienen en la narración con los paisajes que se extienden más allá de Belmonte). Los criados de Hernando del Castillo llegan a Iniesta, aunque no sabemos desde dónde. Se toma esta villa, en tierra llana, como centro de referencia de una serie de caminos que salen hacia las poblaciones de Valdemembra por el este o hacia el sur por tierras albaceteñas. Al norte de Iniesta quedan las salinas de la Cueva de la Sal, a cuatro leguas y en peña; a tres leguas, Campillo de Altobuey, es tierra llana de labranza y de algunos montes, y cinco leguas hasta Enguidanos, al comienzo de tierras llanas incultas y las postreras agra abajada.. Desde Iniesta salía un camino hasta El Peral, era tierra doblada e inculta, con algunos llanos, alternos con montes bajos y altos de chaparrales y atochares. Hacia Villanueva de la Jara salía otro camino de tres leguas de distancia, donde el espacio agrario dominaba: el primer cuarto de legua saliendo de Iniesta era de viñas, a continuación se abría una llanura de tierras de labranzas, pero donde las extensiones de chaparrales aún no habían desaparecido. El esfuerzo roturador desde Iniesta era antiguo e igual que se había dirigido hacia el este, también los había hecho por el camino de seis leguas hasta Mahora y de siete leguas hasta Jorquera. El paisaje de estas tierras era de dominio de labranzas, abriendo el espacio agrario entre montes de chaparrales.

Desgraciadamente, de las comunicaciones norte sur en torno al río Valdemembra no se dice nada.

Los caminos del reclutamiento militar

El camino que seguían los soldados reclutados por los capitanes en la comarca y en la Mancha y el reino de Toledo era el camino murciano que ya hemos visto y que tenía como destino el puerto de Cartagena, desde allí los soldados (también los galeotes y los condenados a presidios) se embarcaban con destino a los presidios de África o hacia Italia. El puerto de Málaga, para el que se llegaba en sus inicios por el camino granadino, era una alternativa para el embarque de soldados de presidios.

Hacia los años treinta, el destino de los soldados cambió y el camino también. La declaración de guerra a Francia y posterior rebelión de Cataluña inauguró un nuevo camino hacia Aragón y Cataluña que tenía salida de Cuenca por los tortuosos caminos de la Sierra. El punto final era Barcelona, distante de San Clemente 69 leguas. El camino se realizaba en tránsitos diarios, en los que se recorría a pie o en carro  tres leguas, es decir, algo menos de veinte kilómetros. Un punto intermedio en el camino era Molina de Aragón, distante 30 leguas de San Clemente. Los pueblos por donde debían pasar los soldados tenían que tornarse en soportar la carga, pero la realidad era otra. Pueblos como Honrubia, Arcas o Tórtola soportaban a menudo el paso de soldados antes de llegar a Cuenca capital. Desde el punto de concentración de tropas en que se había constituido Molina de Aragón, los soldados se encaminaban hacia Daroca, población que evitaba los soldados, siendo otras menores como Romanos las que soportaban las cargas militares

Hacia mediados de la década de los cuarenta se fue abriendo como alternativa al camino serrano hacia Cataluña, otra vía con concentración de soldados en Requena, desde donde se dirigían por la costa mediterránea hacia Tortosa.

Los caminos locales (en construcción)


  • San Clemente y Villanueva de la Jara estaban unidos por un camino que saliendo de San Clemente llegaba a Vara de Rey, desde donde se dirigía a Sisante, Desde allí atravesaba el río Júcar por los molinos de la Losa y pasando por medio del pinar que llegaba hasta la ribera del Júcar y acababa a una legua de Villanueva, llegaba  a este pueblo. El camino era suficientemente ancho como para que circularan carros por él. Destacar que Sisante al situarse en medio de dos poblaciones principales haría fortuna, alcanzando un desarrollo demográfico y económico que acabaría eclipsando a su villa madre, Vara de Rey. Desde los molinos de La Losa hasta Sisante había dos leguas, y de Sisante a San Clemente, tres leguas. Este camino seguía una vía secundaria romana: En el pueblo de Iniesta manifestaron también había existido otro camino romano que se dirigía a Vara de Rey o enlazaba con el nº 1 (véase camino romano de Vara de Rey) en su término, que pasaba por Villanueva de la Jara, cruzaba el río Júcar y por el término de Sisante enlazaba o llegaba a Vara de Rey. En la Jara tuve el gusto de ver que en la parte de la vega ha existido antigua población, así como en otros puntos de la misma dirección. En el río Júcar conocí el año 60 restos de un puente de piedra entre la Losilla y el Picazo. (J. SANTA MARIA: Itinerarios romanos de la provincia de Cuenca. Boletín de la RAH. Tomo XXXI, julio-septiembre de 1891). Otros autores como Palomino Coello ponen en duda que el camino pasara por Villanueva y cree que enlazaba con el camino principal en Pozoamargo. A lo largo del siglo XVI el viejo camino hacia Vara de Rey, fue obviado para ir a Sisante y los molinos de la ribera del Júcar, por un nuevo camino que pasaba por el sur de la villa de Vara de Rey, sin cruzarla.
  • Siguiendo el recorrido de Santa Teresa, tras su fundación de Villanueva de la Jara, sabemos que hacia el 20 o 21 de marzo de 1580 abandona la villa para coger el camino de Toledo. Para llegar hasta este camino, de Villanueva de la Jara se dirige a Casasimarro y de allí a Villalgordo del Júcar, donde cruza el puente del Júcar, para dirigirse a La Roda, desde allí las etapas obligads hasta Toledo, Minaya, El Provencio, Manjavacas y EL Toboso.
  • Motilla estaba unida a Alarcón por un camino, que pasaba por la aldea de Valhermoso, que era cruce de caminos con otro que procedía de Tarazona 
  • Santiago de la Torre, ya casi inhabitada estaba en el cruce de caminos de Las Pedroñeras a San Clemente y del Provencio a San Clemente.




El camino romano de Vara de Rey (2)

Junto a los itinerarios anteriores es de destacar la pervivencia en esta época del antiguo camino romano, que partiendo de Carthago Nova se dirigía a Segóbriga, centro de la minería del lapis specularis, para continuar hasta la antigua Complutum.

Vara de Rey, villa sita y poblada en el camino muciano que dicen haber hecho los romanos. Así se refieren las Relaciones Topográficas al camino que de Vara de Rey conducía hacia Murcia y que nos presentan como una vía todavía viva en ese momento. Su trazado tomaba como referencia una de las principales antiguas calzadas romanas, la que iba desde Carthago Nova hasta Complutum, pasando por la ciudad de Segóbriga, centro productor del lapis specularis. La calzada romana se adentraba en tierras conquenses después de recorrer la mansio de Saltigi, cerca del núcleo de Chinchilla y el llamado aljibe, construcción romana que está en el origen de la población de la Gineta, tal como recuerdan las mencionadas Relaciones Topográficas y la Carta Puebla que don Juan Manuel concedió a esta localidad en 1348. La entrada a tierras del Obispado de Cuenca se hacía bordeando la villa de la Roda, a una legua de esta localidad. De nuevo las Relaciones nos reconocen esta vía romana o camino murciano como eje de primer orden en la Edad Media:

que en término de esta villa, una legua de ella hacia la parte do sale el sol y al norte, traviesa un camino real que dicen el Murciano, que en su hechura es muy notable, porque va todo empedrado en forma de calzada con muchos aljibes. Viene desde Cartagena y pasa a Castilla la Vieja y es camino muy antiquísimo y se tiene memoria en esta tierra que lo hicieron los romanos cuando venían a conquistar España y se defendía el paso de dicho camino desde este castillo de Roda

El carácter vivo del camino se mantuvo en la Edad Moderna, como vía pecuaria y de paso de soldados para embarcar en Cartagena. Casa de los Prietos, importante yacimiento arqueológico, y Casa de Buedo son etapas intermedias antes de que la calzada llegue primero a Pozoamargo (identificada con la mansio ad Puteas) y luego a Vara de Rey, donde los restos romanos perviven en el yacimiento de los Villares, que se extiende por el casco urbano y las alturas adyacentes. La presencia de estos restos no pasó inadvertida en las Relaciones Topográficas

...junto a esta villa, en los Villares, que dicen, paresce haber sido edificio de los moros antiguos, que es lo más alto del pueblo, hay paredes recias de cal y canto donde estuvo un castillo en tiempo de los moros que parescía ser cosa fuerte, aunque de él hay poco de presente

La referencia parece indicar, más que restos romanos, un primer núcleo repoblado de la reconquista (¿sobre asentamiento musulmán previo?), que desaparecería sin duda por la intensa inmigración que provocó la conquista de Andalucía y el despoblamiento de esta zona o, simplemente por el alejamiento de la frontera que hacía innecesario un enclave defensivo. Al carácter estratégico del poblado de los Villares, se uniría la explotación de vetas de hierro, relacionadas con el relleno de cavidades cársticas existentes en el término de Vara de Rey.*

El camino continuaría por nuestra zona hacia Villar de Cantos, Villar de Caballeros y Santa María del Campo, donde se unía pasada esta villa una derivación procedente de San Clemente y La Alberca. La calzada continuaría hasta la antigua Segóbriga.


                                                                 
RODRÍGUEZ MORALES, J. et alii: "La calzada romana de Carthago Nova a Complutum: síntesis de su recorrido". El nuevo Miliario. 13. Diciembre 2011

Ventas en el camino de Madrid a Valencia






(1) Repertorio de todos los caminos de España. Autor: Villuga, Pedro Juan, Madrid, 1546. Signatura: 1152980 Res/Hisp. 148 Bayerischen Staatsbibliothek


(2) Seguimos en la exposición el trabajo de RODRÍGUEZ MORALES, J. et alii: La calzada romana de Carthago Nova a Complutum: síntesis de su recorrido. El nuevo Miliario. 13. Diciembre 2011,


* MATA PERELLO, JM, FONT SOLDEVILLA, J.: Breve introducción al estudio de las mineralizaciones industriales conquenses: los materiales geológicos metalúrgicos. GEOGACETA, 13, 1993, p. 85

Sobre la repoblación de Vara de Rey y su carácter estratégico, MARTINEZ VARA DE REY, Carlos: Cronología de la repoblación de Vara de Rey. https://independent.academia.edu/CarlosMtzVaradeRey
**MENÉNDEZ PIDAL, Gonzalo: España en sus caminos. Caja de Madrid. 1992. pág. 144

domingo, 2 de octubre de 2016

San Clemente: una sociedad fundada en el mérito

Cada uno es hijo de sus obras
Yo no estoy preñado de nadie -respondió Sancho- ni soy hombre que me dejaría empreñar del rey que fuese, y aunque pobre, soy cristiano viejo y no debo nada a nadie; y si ínsulas deseo, otros desean otras cosas peores, y cada uno es hijo de sus obras; y debajo de ser hombre puedo venir a ser papa, cuánto más gobernador de una ínsula...

Los Haro habían llegado a San Clemente en la segunda mitad del siglo XV. La concesión del título de villa había creado las condiciones para un rápido despegue poblacional y económico y la llegada de numerosas familias. En apenas medio siglo la villa pasó de los ciento treinta vecinos en 1445 a los setecientos vecinos de setenta y cinco años después. Los segundones y bastardos de familias principales eligieron San Clemente por lugar de residencia: Pedro Sánchez de Origüela, venido de Castillo de Garcimuñoz en 1455, sin duda contaba con la protección de Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón y hombre del Marqués de Villena en la zona. Coetáneamente llegaría Miguel Sánchez de los Herreros desde Segovia, tal vez en compañía de su padre Alonso; arraigaría en el pueblo, casando con Teresa López Macacho, y haría tal fortuna que intentaría unir su familia con los Pacheco, con el matrimonio de dos de sus nietas con miembros de esa familia. De Juan López Rosillo desconocemos todo; convertido en paladín y hombre de confianza de los intereses de la reina Isabel la Católica en la villa de San Clemente y en todo el Marquesado, su linaje sería incapaz de imponerse al resto de familias en el pueblo y acabaría diluyéndose en la comarca. Los Valenzuela llegarían desde Toledo, aunque la familia procedía de Córdoba, Por último, los Vázquez de Haro llegarían de Ocaña, en Toledo. Procedían de la línea bastarda de Juan de Haro, señor del Busto, o eso decían, pues el licenciado Villanueva, comisario de la Inquisición y azote de la buena fama de las familias sanclementinas, les otorgaba un origen más humilde, procedente de la localidad de Ocaña. Desde esta villa, acompañando a su padre Francisco, Diego de Haro había llegado a San Clemente, donde casó con Urraca Ludeña, es de suponer que de la familia de los antiguos propietarios de Minaya, que habían vendido en 1444 su jurisdicción a los Pacheco.

Capilla de San José o Pallarés (1)


A excepción de Juan López Rosillo, el hombre de la Corona en San Clemente (y en el Marquesado) y los Granero, que procedentes de Alarcón, remontaban sus orígenes a Calatayud (llegados primero a Iniesta, habían adulterado el apellido Granado en Granero), el resto de personajes nobiliarios citados eran declarados partidarios del Marqués de Villena. Su llegada a San Clemente estaría sin duda ligada a su servicio a los criados reconocidos del Marqués de Villena: García Pallarés, alcaide de Chinchilla, y Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón; sin olvidar a los Pacheco de Minaya, receptores de la herencia de Hernán González del Castillo en San Clemente, el artífice de la Torre Vieja. GARCIA MORATALLA ha señalado la oposición entre almagrados y sebosos durante la Guerra del Marquesado, apelativos que trasladan el conflicto político al de la limpieza de sangre, en lo que era clara acusación contra el origen converso de la baja nobleza del sur de Cuenca. Almagrados eran los Rosillo, pero también hidalgos rancios de Vara de Rey como los Palacios o los Peralta; sebosos eran Montoyas u Origüelas. Sin embargo, en San Clemente, el conflicto entre ambos bandos nunca alcanzó la virulencia de Villanueva de la Jara, Iniesta o Jorquera ni las personas se definían por adscripción a bandos, pues vivían en una sociedad tan dinámica y cambiante que sus lealtades estaban supeditadas a sus fortunas personales, fruto de su mérito y de sus obras. Quizás la razón esté en que en San Clemente siempre se mantuvo a raya a los hombres del Marqués de Villena, bien por la exclusión bien por el compromiso. Desde 1445, en el mismo momento de entrega de la villa a don Juan Pacheco, su criado Hernando del Soto, se veía impotente para imponer un gobierno afín en la villa y obligado a aceptar una república de pecheros; Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón , fracasaría en su intento de convertir en señorío el lugar de Perona en 1480, como fracasaría su hijo Alonso treinta y cinco años después en su intento de patronazgo sobre le convento de Nuestra Señora de Gracia, llamado comúnmente de los frailes o el intento de monopolizar el derecho feudal de maquila sobre los molinos que de La Noguera a La Losa  poseía en la ribera del Júcar. Las extensas propiedades territoriales que los Pacheco o los Castillo poseían en los términos de San Clemente nunca fueron correspondidas con derechos señoriales. Tanto para el caso del convento como de los molinos, Alonso debió buscar la fórmula del compromiso con el concejo de San Clemente.

La baja nobleza sanclementina, sobre todo en el caso de Pachecos y Castillos, tenía la posesión de tierras pero estaba al margen del gobierno local. Los pecheros tenían el poder y gobierno de la villa, pero no tenían las tierras, o no tanto como era su deseo. Pero bien supieron aprovechar su dominio del poder local para iniciar un proceso de expolio y rapiña de los bienes concejiles. La apropiación de las dehesas y roturación de montes del pueblo es una constante en el último cuarto de siglo del cuatrocientos. Pero el poder de los pecheros no es triunfo del común de la república sino la oligarquización del gobierno municipal en manos de quince o veinte familias. Algunos como los Origüelas o los Herreros, tan versátiles como camaleónicos han renunciado a sus pretensiones hidalgas. Saben que el ejercicio del poder desde la pechería les reporta más beneficios.

Frente a este ejercicio usurpador del poder por los pecheros, los hidalgos protestan. Consiguen una primera entrada en el gobierno de la villa, reviviendo un oficio impropio de su condición; el de procurador del común. Revivir la idea de Comunidad es peligroso pero ahora la solidaridad pechera comienza a resquebrajarse: los Herreros no están presentes en el pleito que inician en 1512 los hidalgos por su acceso a los oficios públicos, pero en la lucha por el poder local van cambiando de alianzas. todavía en los años 1514 y 1515 comparten el gobierno de la villa con los Origüela, pero a partir de 1517, con el proceso inquisitorial de Luis Sánchez de Origüela, los marginan y no ocultan sus ansias de ennoblecimiento. Antonio de los Herreros que en 1514 ha sido alguacil y en 1515 procurador del común, se hace con un hábito de la orden de San Juan y pide que se le exima de tributos y borre de los padrones de pecheros.

En la marginación de los Origüela (que coincide con los compromisos que los Castillo se ven obligados a alcanzar con el concejo sobre patronazgo del convento de franciscanos y molinos de la ribera del Júcar) ha debido pesar el recelo de sus adversarios por el poder conseguido, con una hábil política de alianzas matrimoniales. La prolífica descendencia que les lleva a extenderse y mezclarse con nuevos matrimonios con todas las familias sanclementinas son fruto de dos afortunados enlaces de Pedro Sánchez de Origuela, el hijo del primer Origüela que llega a la villa. El primer matrimonio con Elvira López Tendero, la hija de uno de los pecheros dominadores de la villa de finales del siglo XV, les da el acceso al poder municipal. Aunque es el segundo matrimonio con una vecina de Castillo de Garcimuñoz, Ana de Tébar, la que consolida su poder económico. La riqueza familiar, mal vista por sus enemigos, fue pareja a las disputas por la herencia entre los herederos de las dos ramas familiares. El símbolo de la caída de la familia es la condena a la hoguera en 1517 de Luis. Un hombre que imbuido de una mezcla de escepticismo y luteranismo avant la lettre dudaba del valor religioso de las imágenes de Semana Santa que se paseaban en procesión por el pueblo.

La familia Castillo o los Origüela siempre fueron rechazados en la villa de San Clemente. Alonso Castillo nunca consiguió capilla propia en la Iglesia de Santiago, eligiendo como lugar de enterramiento del convento de San Francisco. Los Origüela tampoco dispondrían de capilla, aunque las primeras generaciones fijarían su sepultura en esta Iglesia, pero el reavivamiento de los procesos inquisitoriales contra la familia les llevan a fijar desde mediados de siglo los enterramientos en el convento de San Francisco. También los Ortega, encumbrados al poder local tardíamente, buscarán allí su sepultura. Por contra, el resto de familias que tantos obstáculos vieron por ver reconocida su hidalguía en el pueblo, procurarán hacer visible sus cualidades diferenciadoras allí donde eran más visibles: en las capillas de la Iglesia Mayor de Santiago.

La capilla de San Antonio o del Santo Cristo quedará fijada como el espacio familiar reservada a los Pacheco de Minaya (y también sus deudos de San Clemente). La fundación había correspondido a Hernán González del Castillo, que como última voluntad había dispuesto ser enterrado en este lugar junto a los huesos de su padre, Lope Martínez Macacho, nieto según la genealogía familiar del fundador de la villa, Clemén Pérez de Rus. La capilla de San Antón será el lugar de enterramiento de los Herreros. Había sido fundación de Miguel Sánchez de los Herreros y su mujer Teresa López Macacho hacia 1500. Allí serán enterrados los miembros de la familia y cumplirá la función de ser lugar de elección de los alcaldes de la hermandad por el estado de los hijosdalgo. La capilla de San José, o de Pallarés como se le conoce, será el lugar de enterramiento de García de Pallarés, el antiguo alcaide de Chinchilla, que no dudaría en mutar su fidelidad al Marqués de Villena en favor de la Corona. Hoy en la magnífica decoración de la capilla, que incluye el epitafio del fundador, nos aparece en el escudo inserto en el frontón el recuerdo de los Sotomayor, testimonio de la mujer de García Pallarés, doña Catalina María de Sotomayor. El caso es que el patronazgo de la capilla está en manos de un Hernán Vázquez de Haro a finales del siglo XVI. Entre tantos rivales, los Rosillo, que tenían sus propiedades vinculadas en Pozoamargo, tendrán su capilla propia, la de Santa Ana, fundación del hijo de Juan López Rosillo, el reductor del Marquesado; testimonio de una preeminencia social lograda, a diferencia del resto de familias, por su lealtad a la Corona. Habría que hacer mención, por último, a la capilla de Santa Catalina, adquirida por Alonso de Valenzuela en 1598.

Unos se hicieron con un nombre y otros lo dejaron en el olvido en aquella revolución económica y demográfica que convirtió el desierto manchego, que veía Pretel en tiempos de don Juan Manuel, en la nueva tierra de las oportunidades de la época de los Reyes Católicos. Pero San Clemente fue en el quinientos una sociedad abierta, una sociedad del mérito fundado en el trabajo, y por qué no decirlo en el arribismo, donde cada uno era hijo de sus obras y podía recordar a los demás sus orígenes, poco envidiables en la mayoría de los casos. Cuando los vascos llegan a comienzos de siglo como simples picapedreros o plateros en la fiebre constructora de comienzos del quinientos harán recordar a los sanclementinos su condición de recién llegados y advenedizos a la villa, como ellos. Pero los Oma o los Mondragón tienen su casa solar en pie, allá en tierras vascas, dando testimonio de sus orígenes y, caso de los Oma, como atestiguará la ejecutoria de hidalguía reconocida en 1535, a media legua del árbol de Guernica. Los sanclementinos, por contra, les podían recordar que debajo de ser hombres podían venir a ser cualquier cosa.



(1) Imagen tomada de JIMENEZ HORTELANO, Sonia: La Iglesia Parroquial de Santiago (San Clemente, Cuenca). Nuevos datos para su estudio. Ars Longa. nº 22, 2013

sábado, 24 de septiembre de 2016

Regulación de mesones y ventas en tiempo de los Reyes Católicos

La regulación del establecimiento y actividad de mesones y ventas se hizo por pragmática de 22 de julio de 1492. La tendencia a establecer mesones implicaba la consolidación de un monopolio en esta actividad, reservándose sus propietarios el derecho de hospedaje de los forasteros y caminantes, pero también otras actividades asociadas como la venta de ciertos productos de consumo. Esto chocaba con la costumbre consuetudinaria de las villas del Marquesado de Villena, entre ellas el Alberca, de la libertad de los vecinos para hospedar en sus casas a esos transeúntes. Derecho de acogida que les suponía una fuente de ingresos complementarios. La colisión de intereses quedó recogido por la mencionada pragmática de 22 de julio de 1492

... algunos caualleros e personas de nuestros rregnos en deseruiçio de nuestro señor en grand cargo de sus conçiençias e en dapno de nuestros súbditos e naturales fasen mesones en sus tierras e lugares e mandan que ninguno pueda acoger en su casa a forasteros ni caminantes ni vender pan ni vino ni çebada ni otras cosas de mantenimiento salvo el que tiene arrendado su mesón  o mesones e que los caminantes e mercaderes rrecueros e otras personas neçesytadas de yr a casa señalada 

Los mesones unían a su papel de posadas la función de tiendas de venta al detalle, donde se podía encontrar todo tipo de productos. Tendían a convertirse en establecimientos que monopolizaban y estancaban la venta de mercancías, restringiendo la libertad de ventas fuera de estos ámbitos y aprovechando para fijar unos precios elevados.

... han de conprar lo que han menester en ella fasen grandes gastos e asy por lo mucho que les lleuan de posada en los mesones como por el presçio que les venden los mantenimientos más caros que en otras partes e que asymismo ponen estancos en los otros mantenimientos e en las tiendas de espeçería, aseyte, pescado e calçado e otras cosas defendiendo que otro ninguno no pueda vender cosa alguna della a estranjeros ni naturales saluo la persona que tiene arrendado el dicho estanco

Los Reyes Católicos se pronunciarán con el carácter de universalidad de la pragmática contra estas prácticas monopolísticas

... hordenamos e mandamos a todos e a cada uno de vos que luego quitéys todos los estancos e vedamientos semejantes e desfagays todos los arrendamientos que tenéys fechos çerca de lo susodicho o qualquier cosa dello e que de aquí adelante no pongades semejantes estancos e vedamientos ni otros algunos ni fagades arrendamientos dellos e dexéys e consintáys libremente a los veçinos e moradores desas dichas villas e lugares e a cada uno dellos acoger en sus casas los caminantes que quisiere de los que pasaren por vuestras tierras e les dexéys conprar los mantenimientos que ouieren menester do quisyeren e que por bien touieren

A esta pragmática se acogería la villa de Alberca de Záncara seis años después para seguir con la costumbre de los vecinos de acoger a forasteros y caminantes frente al mesón establecido en el pueblo. Alberca del Záncara, sin estar en camino real principal, tenía sin embargo, una posición privilegiada de cara a las comunicaciones comarcales, situándose en medio de los caminos de los pueblos de la comarca, que de Belmonte iban a San Clemente o de las Pedroñeras, por Santa María del Campo Rus, a Castillo de Garcimuñoz. De hecho la Alberca tenía una posición principal en el camino de Toledo hacia Levante, que a la altura del Toboso se bifurcaba en dos ramales, uno sur hacia Murcia y otro norte hacia Valencia. Este ramal del camino toledano hacia Valencia, desde el Toboso se dirigía hacia Mota del Cuervo, Santa María de los Llanos, El Pedernoso, La Alberca, El Cañavate y Alarcón para unirse bien en Alarcón bien en el Campillo de Altobuey al camino que desde Madrid iba hacia Valencia. Las Relaciones Topográficas en 1576, presentan a la villa como lugar de descanso, pues la dicha villa del Alberca está a catorce leguas de la raya del reino de Valencia y allí repostan los caballos que pasan a Valencia y Aragón por aquel viaxe. La queja ante el Consejo Real había venido de un vecino del pueblo, Francisco Gallego, un principal de la villa sin duda con intereses propios, que estaba enfrentado a los miembros del concejo, que usaban de un mesón existente en el pueblo como un bien propio más, arrendándolo al mejor postor o, realmente, a personas próximas a los intereses de los oficiales del concejo. Las condiciones del arrendamiento impedían a los vecinos alojar en sus casas a transeúntes, perjudicados además por el estanco de venta de productos que gozaba el dicho mesón. Todo ello, contraviniendo lo mandado por la pragmática arriba reseñada

E agora Françisco Gallego, veçino desa dicha villa del Aluerca nos fiso rrelaçión diziendo que el conçejo de la dicha villa contra el thenor e forma de la dicha nuestra carta premática sançión tyene un mesón en la dicha villa e que lo arrienda e da a las personas que quiere e por bien tyene e que no consienten ni dan lugar a otras algunas personas, saluo el que arrienda e tyene el dicho mesón

Ahora bien, los tiempos iban a favor de ventas y mesones que estratégicamente situados en los caminos acabarían ganando la partida y monopolizando el hospedaje de viajantes. Si el pueblo estaba situado en el paso de un camino (los casos más señalados son El Provencio en el camino real de Madrid y Toledo a Murcia o Hellín en el paso a Murcia) los mesones podían situarse no solo en las afueras sino en la misma plaza del pueblo, caso constatado en El Provencio. Pero estas villas situadas en caminos de tránsito continuo de forasteros, mercaderes, soldados y arrieros solían tener muy mala fama y, caso, de las Pedroñeras o Hellín altas grados de delincuencia. Mala fama tenía en Hellín la venta llamada del Mojón Blanco, lugar de altercados y delitos de sangre y fuente inagotable para reclutamiento de delincuentes para las galeras. En el caso de Las Pedroñeras, al margen del camino real hacia Murcia pero camino de tránsito de las compañías de soldados, la mala fama se extendía a todo el pueblo, siendo también lugar preferido para la leva forzosa de mozos con destino a los presidios. Por eso, caso de San Clemente, se prefería situar las ventas y mesones fuera del pueblo, donde se iniciaban los caminos del Provencio y Las Pedroñeras, que entonces eran las entradas naturales al pueblo desde el Oeste, allí donde finalizaba la calle de San Sebastián.



Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 149805, 149. Que el gobernador del marquesado de Villena y los alcaldes de La Alberca guarden la pragmática sanción que se inserta -su fecha: Valladolid, 20 de Julio de 1492- y que prohíbe estancos y vedamientos de mesones. 4 de mayo de 1498

martes, 20 de septiembre de 2016

Capilla de San Antonio o de los Pachecos de la Iglesia Mayor de Santiago de San Clemente

La capilla de los Pacheco, de San Antonio o del Santo Cristo, era la capilla que poseían los Pacheco en la Iglesia Mayor de San Clemente. El patronato correspondía al señor de Minaya. En San Clemente tuvieron notoriedad tres ramas de los Pacheco. Los descendientes de Juan Pacheco y Guzmán, alférez de la villa, señores de Valera, los descendientes de su hermano Francisco, señores de Valdosma y Tejada y Santiago de la Torre (ambos eran nietos de Alonso Pacheco, hermano del señor de Minaya hacia 1500), y, por último, otra rama procedente de los señores de Minaya, descendientes del matrimonio de Fernán González Pacheco, primo hermano de los anteriores, y María de los Herreros, en cuyos sucesores recaería el mayorazgo de Santiago de la Torre hacia finales de siglo XVII.

A la altura de mediados del siglo XVII, los Pacheco habían hecho olvidar las acusaciones de judaísmo que un siglo antes pesaban sobre el linaje, pasando en San Clemente por la familia más antigua y principal. La Torre Vieja* era el símbolo de su abolengo y de su descendencia directa del fundador de San Clemente a través de Hernán González del Castillo (al que intencionadamente se empezará a suplantar el apellido Castillo por el de Avilés), a decir de uno de los testigos,  por ser unos caualleros que así en esta villa como en su tierra no abrá otros en su calidad y antigüedad, pues no ay en esta villa posesión, casa principal que no lo manifieste y aunque no tubiera otra antigualla que la torre biexa que poseen era bastante para prueba de su grande antigüedad, pues el escudo de sus armas que está en dicha torre apenas se reconoze. Los Pacheco habían heredado de Hernán González de Avilés la capilla de San Antonio, donde Hernán había fijado el lugar de su enterramiento. Torre Vieja y capilla de San Antonio eran las dos señas de identidad de su calidad y antigüedad en la villa de San Clemente, que les permitiría dejar en el olvido los papeles acusadores que la Inquisición conservaba en su cámara del secreto.

                                                                     ***

(Juan Pacheco de Mendoza) declaro que yo y Don Francisco Pacheco de Mendoza mi hermano y el Conde de Fontanar, señor de la villa de Minaya, tenemos una capilla en la Yglesia Mayor del señor Santiago de esta villa de San Clemente, que en lo antiguo llamaron San Antonio y al presente se llama del Santo Christo y de los Pachecos, de la qual es patrono el dicho Conde y tenemos parte en la propiedad de ella el dicho mi hermano y yo, por auer sido de Doña Mencía de Mendoza, muxer de Don Rodrigo Pacheco, señores de Minaya, mis quartos abuelos los quales tubieron por hixos lexítimos al señor Don Francisco Pacheco el cojo, señor de Minaya, de quien desciende dicho Conde de Fontanar y al señor Fernán González Pacheco, marido de la señora Doña María de los Herreros, mis terceros abuelos y estos tubieron por su hijo lexítimo al señor Don Fernando Pacheco y Abilés, que casó con la señora doña Ysabel de Obregón, mis bisabuelos quienes tubieron por hijo lexítimo a Don Pedro Pacheco de Guzmán, marido de la señora Doña Ysabel de Resa, mis bisabuelos (quiere decir abuelos), los quales tubieron por su hixo lexítimo al señor don Fernando Pacheco de Mendoza, marido de la señora doña Cathalina de Teuar, mis padres, de cuyo matrimonio con otros hixos que tubieron solo emos quedado yo y el dicho Don Francisco Pacheco mi hermano segundo= Y respecto de que el dicho señor Fernán González Pacheco mi tercero abuelo zedió al dicho señor don Francisco Pacheco, señor de Minaya, el patronato de dicha capilla solo nos quedó la propiedad, y para que coste deste derecho a mi hixo, nietos y demás descendientes y que no tengan pleitos con el señor que es o fuere de dicha villa de Minaya, lo declaro para el descargo de mi conciencia que el dicho Conde tiene dicho patronato y propiedad y yo y dicho mi hermano tenemos también propiedad en dicha capilla

(Testamento de Juan Pacheco de Mendoza, 5 de febrero de 1704, fol. 113)

                                                             ***

Si sauen que el dicho don Juan Pacheco de Mendoza, su padre, abuelo y demás ascendientes, siempre an sido auidos, thenidos y reputados por de la familia de los Pachecos, señores de Minaya sin auerse sauido ni entendido jamás cosa en contrario y que como tales parientes an siso nombrados y obtenido y gozado las capellanías fundadas por los señores de Minaya sin auerse sauido ni entendido jamás cosa en contrario, y que como tales parientes an sido nombrados y an obtenido y gozado las dichas capellanías fundadas por los señores de Minaya, cuyos capellanes espresarán y asimismo todos los ascendientes del ducho Don Juan Pacheco de Mendoza se an enterrado en la capilla propia de esta familia que antiguamente se llamaba de San Antonio y ahora se llama del Santo Christo de la Parroquial de Santiago de San Clemente y en el entierro de los señores de Minaya en aquella villa sin que otro de diuersa familia se aya enterrado jamás en dichos entierros si no es en la Capilla del Santo Christo de la Parroquial de Santiago, con licencia de los señores de Minaya o de dicho Don Juan Pacheco, su padre y abuelos como señores de dicha capilla juntamente con los de Minaya, por lo qual unos y otros an estado haciendo y azen siempre los gastos y reparos de dicha capilla por mitad, lo qual saben por el mucho conocimiento que an tenido y tienen de esta familia (fols. 133 vº y 134 rº)




AHN. INQUISICIÓN, 1391, Exp.5. Informaciones genealógicas de Andrés Cerdán de Landa, natural de Cuenca, pretendiente a oficial del Santo Oficio, y de su mujer, Rosa María Portillo Pacheco y Mendoza, natural de Picazo (Cuenca). 1709





*Sobre la Torre Vieja, construida por Hernán González del Castillo y su sucesión en los Pacheco de Minaya

Casa de Hernán González del Castillo, hermano del doctor Pedro Gonçález del Castillo, hijo de Lope Martínez y de Teresa Martínez su mujer. De este cauallero hace mención la corónica del Rey don Juan el segundo en el capítulo 155 del año de 29 donde dice que viendo el maestre de Santiago don Álvaro de Luna que el castillo de Montánchez que estaua por el Ynfamte don Henrique no se podía sin largo tiempo tomar dejo ende un cauallero de su casa que se decía Hernán Gonçález del Castillo, hermano del doctor Pedro Gonçález del Castillo con harta gente de armas y uallesteros para que no diesen lugar que los del castillo robasen como solían ni pudiesen tener más mantenimientos del que tenían, en el capº 27 del año 42 dicela dicha corónica que el rey entregó la llaue de la torre al corregidor que entonces en Ábila tenía que se decía Hernán Gonçález del Castillo, hermano del doctor Pedro Gonçález del Castillo del conxejo del Rey.
No se pone la sucesión de este cauallero porque no la tuuo aunque fue casado con Mencia López de Mendoza señora de mucha calidad y christiandad y viuieron en la Clemente en la Mancha donde edificaron unas casas muy principales con una torre que llaman la torre uieja, tuuieron muchos heredamientos, bienes y haciendas y fundaron una capilla en la iglesia maior de San Clemente la más principal que ay en ella de la aduocación del señor San Antonio en la qual se mando enterrar en su testamento el dicho Hernán Gonçalez y que metiesen consigo los güesos de su padre el patrón de la capellanía es don Francisco Pacheco señor de Minaia, dexó ansimismo una memoria y dotación en la cofradía de Nuestra Señora de los Coronados de la dicha villa donde él y su mujer fueron cofadres como parece por la tabla de las memorias que se an de hacer y decir en aquella iglesia por los cofadres dellas donde el primero capítulo dice desta manera: primeramente por Hernán Gonçález del Castillo y por su dueña se a de decir una uigilia de seis liciones cada año e el mismo capítulo está en el libro de las memorias que la dicha iglesia tiene. (BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA, Mss. 3251, Linajes de España, fols 304-312)


Y como no tuvieron hixos de su matrimonio los dichos Hernán Gonçález y su mujer Mencia López acordaron de criar en su casa un sobrino de la muxer que se llamó Francisco de Mendoça y una sobrina del marido que se llamó doña Catalina de Bustos, hixa de doña Ysabel Mejía y de García de Bustos y nieta de doña Ysabel Martínez del Castillo hermana del dicho Hernán Gonçález a los quales los sobrinos prohijaron y los casaron por horden de Gonçalo Chacón de quien arriua hemos tratado que fue sobrino del dicho Hernán Gómez, hijo de su hermana Ynés Martínez. La carta de prohijamiento está en poder de don Francisco Pacheco, señor de Minaya, porque goça del patronazgo y uienes que quedaron del dicho Hernán Gonçález del Castillo y su mujer como descendiente de Mencia López y de don Francisco Mendoça y doña Catalina de Bustos su mujer, la qual descendencia es desta manera ... Francisco de Mendoça y doña Catalina de Bustos su muger tubieron de su matrimonio dos hixas que se llamaron doña Mencía de Mendoça y doña Juana de Mendoça. Doña Mencía de Mendoça casó con don Rodrigo de Pacheco señor de MInaya del qual matrimonio procrearon a don Francisco Pacheco señor de Minaya
BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA, Mss. 3251, Linajes de España, fols 304-312.