En un principio, San Clemente enterraba a sus vecinos en el cementerio aledaño a la iglesia de Santiago en su lado oeste. Los cementerios eran lugar de enterramiento, en su función primordial, pero asimismo lugar de recogimiento y oración y, hecho menos conocido, lugar de reunión de los ayuntamientos de los concejos. Tenemos constatada la celebración de ayuntamientos en los cementerios anejos a las iglesias de El Peral o Motilla del Palancar y, avanzado el siglo XVI, en Las Pedroñeras. El cementerio era lugar donde reposaban los antepasados y su memoria y tradición estaba presente. La celebración del concejo pasó del cementerio al pórtico de la Iglesia. En el pórtico de la puerta sur de la iglesia de Santiago, dedicada al mencionado apóstol, se celebraron los ayuntamientos de la villa de San Clemente hasta iniciada la década de 1490, cuando se construyen unas casas nuevas de ayuntamiento, anteriores a las actuales de la fundación Antonio Pérez, en cumplimiento de una ordenanza de los Reyes Católicos de 1486. Ni qué decir tiene que el urbanismo de la actual plaza del Pósito o de la Iglesia poco tenía que ver con el actual. Un olmo, acorde con la rancia tradición castellana, dominaba la entrada por la puerta de Santiago al templo parroquial. El olmo servía como improvisado patíbulo, así durante el año 1477, cuando colgaron de una de sus ramas a un tal Peñasco, líder de un plan meditado por Juan López Rosillo para matar a los conversos de la villa. Es probable que se trasladara a esta plaza el rollo o símbolo jurisdiccional de la villa, tal como nos aparece en documentos gráficos de 1920 (antes de ser sustituido al acabar la guerra civil por un monumento a los Caídos) pero eso sería ya avanzado el siglo XVI. En cualquier caso, el símbolo jurisdiccional de la villa, la horca de tres palos, se situaba a la entrada del pueblo por los caminos que conducían a Alarcón o Vara de Rey, en una pequeña elevación, donde se situaba la ermita de San Cristóbal. Tal vez la razón no fuera otra que, más allá de fundaciones legendarias, el origen de San Clemente estuviera en el pozo de la Herroyuela, lugar de tránsito de pastores y abrevadero de sus ganados. Es en esta parte del pueblo, apartados a un lado, donde se ubicarán los conventos franciscanos buscando la limosna de los viajeros. Esa era la entrada principal a la villa que llegaba hasta la plaza de la iglesia y luego la plaza mayor, presidida por el ayuntamiento, por la calle mayor, que no es otra que la comercial calle Boteros actual. Otros caminos unían a San Clemente con los pueblos vecinos, pero la importancia de los mismos era subsidiaria de los nuevos centros poblacionales y de poder que nacían en la zona; las ermitas se localizaban en estos puntos de entrada al pueblo, tales como la del Remedio al sur o la de San Roque en la salida hacia Belmonte, aunque si le viajero se encontraba la imponente cruz de alabastro, visible en los arcos abiertos de San Roque, viniendo de Belmonte, la impresión al entrar a la villa debía ser bastante pobre en el resto de caminos. Nos hemos de preguntar qué pensarían los Reyes Católicos al cruzar el insignificante río Rus y encontrarse a unos villanos plantados en el puente del Remedio exigiendo la jura de unas cartas reales dadas doce años antes. Y es que, a pesar de estar en un suave altozano, la imagen de un viajero que visitara San Clemente el año 1500 era la de un horizonte plano, sin edificio destacable, más allá de su vieja iglesia y su torre aneja y esa otras más imponente Torre Vieja levantada por el corregidor Hernán González del Castillo. Si existían casas principales, destacaban por su extensión horizontal que por su altura, poco que ver con los palacios de dos pisos del siglo XVII, cuya altura solo se empieza a ensayar el siglo anterior, en el que predominan las casas palacio rodeadas de tapias, con entrada principal de sillares a un patio, dominado por un aljibe o pozo, donde se distribuyen las estancias domésticas y, tanto o más, las dedicadas a los animales y utensilios agrarios. Son casas de una planta, sobre las que se eleva una falso segundo piso o cámara con finalidad de granero; estructura que se repite con menos pretensión en las casas del común, donde a pesar de todo, la teja se impone sobre el adobe de la pared. Es mediados del siglo XVI cuando aparece un tipo de casa importada y organizada en torno a patio cuadrangular porticado, al que se accede por zaguán, con columnas rematadas por zapatas sobre las que descansa piso superior y del que la casa de los Picos nos ha quedado como ejemplo. Esa es la razón por la que el sanclementino de 1510 vería con ojos asombrados la erección del convento de los Nuestra Señora de Gracia, que hoy nos parece un templo achaparrado, como vería estupefacto las nuevas casas del ayuntamiento levantadas a comienzos de siglo, de dos plantas y con un corredor superior desde el que se salvaban los tejados de las casas de la villa para ver extenderse los campos en el horizonte.
domingo, 24 de octubre de 2021
sábado, 16 de octubre de 2021
BIBIANO HELLÍN Y LA CONSPIRACIÓN DE 1831
Contestando a los particulares que V. me pregunta en su
precedente oficio y por el mismo orden de su extensión, debo manifestar:
No ha llegado a mi noticia que en los meses de febrero,
marzo y abril últimos se hayan presentado en esta villa ni sus términos partida
alguna de caballería ni de infantería con objeto del horrendo crimen de
conspiración contra nuestro legítimo soberano, ni tampoco don Víctor Hernández y
demás personas que V. cita; que don Bibiano Hellín según se decía de público
estaba designado para jefe de un cuerpo, en el caso de haber hecho explosión la
revolución proyectada, que Antonio López el Dragón cumplió su condena en
presidio por desafecto a S. M. y con efecto hace bastante tiempo se ausentó de su
casa en esta villa y pasó a la de el Pedernoso, de donde es natural y tengo
entendido ha hecho algunos viajes al Provencio y esta población a ver su
familia, no siéndome repugnante su ocupación como emisario de don Bibiano
Hellín, pero no tengo datos positivos en qué apoyarlo, que el Hellín estuvo
efectivamente en el mes de marzo o abril en la Roda, a curarse de un brazo,
pero no con pasaporte mío, porque como militar cuya impurificación en 2ª instancia
no se me ha comunicado todavía de oficio, depende de la autoridad militar, y
por entonces llegué a entender, que este comandante de armas le dio un pase al
indicado objeto; que ningún pasaporte he librado a vecino alguno de este pueblo
para la Mota del Cuervo a curarse de un brazo, cuyo hecho tal vez sea una
equivocación y aplicable al don Bibiano Hellín, por lo que dejo referido, que aunque
ha sido la conducta que este ha observado, ha sido muy política y recatada,
siempre es tenido como sospechoso y decidido por el sistema abolido, en cuyo
caso, a el primero, el de haber sido comunero y pertenecido al Escuadrón Franco
de Cuenca sin que dejaren las armas a la secreta que ya se disolvió, se hallan
también José Mª Roldán, Julián Montero Moreno, Proceso y Juan Girón, con
Doroteo y Cayetano Montero, que don Diego de Haro, José Martínez Cabrera, don Manuel
Camuñas, Juan Francisco Calvo, Francisco Maldonado, don Sebastián Martínez,
José Clemente Villanueva, Antonio López el Dragón y José Cantero fueron
voluntarios nacionales decididos con exaltación por el abolido sistema, pues
aun cuando hubo otros, algunos de ellos no manifestaron tal adhesión y los
demás se inscribieron por conservar el buen orden y tranquilidad pública amenazada
por los que componían el Tercio que en un principio hubo, contrarrestando su
fuerza, con la que casi en un día se aumentó quitando el mando al comandante
que tenían, cuya disposición proyectada por personas adictas a Nuestro Soberano
tuvo los mejores resultados, sin que pudiera puntualizarse sus nombres, con
motivo de que a virtud de real orden se remitieron a la Junta reservada de
Estado los libros de acuerdos de el Ayuntamiento y todos los papeles correspondientes
al gobierno llamado Constitucional y que aun cuando don Isidoro López Denia,
don Joaquín María y don Joaquín Melgarejo don Ramón Pradas, don Pedro José
Risueño, Nicolás Mateo, Bartolomé y Marcos Girón, Veremundo Medrano, son
tenidos por adictos al abolido sistema, no se han pronunciado con hechos que
puedan corroborar tal opinión, desde que aquel fue extinguido.
Único que con la verdad que me es propia puedo y debo informar
Dios guarde a V.M., a San Clemente, 22 de julio 1831
Ignacio Mariano de Mendoza, Sr. Comisionado en Causa de Estado
AMSC, CORREGMIENTO, Leg. 7/10
martes, 12 de octubre de 2021
HERNANDO DEL CASTILLO E INESTROSA CONTRA JUAN ROSILLO, ESCRIBANO
Hernando del Castillo e Inestrosa
vivía en 1549 el cénit de su poder y poco hacía presagiar las desgracias
familiares que llegarían a él y sus hermanos en la década siguiente. Hernando
era señor de Valera de Yuso y La Losa y regidor perpetuo de San Clemente, pero
sus enemigos ya andaban al acecho. La Losa no dejaba de ser un paraje junto al
río Júcar en torno a los molinos familiares. Los Castillo habían fracasado en
su intento, ya desde el abuelo el alcaide de Alarcón, de apropiarse un
territorio adehesado y perdido en 1528 el pleito con la villa de Alarcón.
Ahora, los enfrentamientos eran con Vara de Rey, que había conseguido el
villazgo en 1537. Martín de Buedo, alcalde de Vara de Rey, como acompañado del
juez de mestas, Antonio Carrascal, habían sentenciado que un terreno que
intentaba apropiarse Hernando del Castillo, junto a las vertientes del río
Júcar, era vereda de paso y abrevadero de los ganados mesteños. El pleito de
Hernando del Castillo se remontaba a 1547 e iba referido al que mantenía con
los alcabaleros de Vara de Rey por el pago de alcabala por las moliendas del
molino de la Losa y la pretensión del concejo de Vara de Rey para cobrar esa
alcabala. Hernando del Castillo había buscado el amparo del concejo de San
Clemente, asentando con dicho concejo el pago de alcabala y no con el de Vara
de Rey. A pesar de este asiento, Hernando del Castillo sería condenado a pagar
cuarenta mil mrs. por el concejo de Vara de Rey, mientras el concejo de San
Clemente olvidaba sus compromisos. Confluían en este pleito tanto las
necesidades financieras de Vara de Rey, tras la compra de su villazgo y de la aldea
de Sisante, como el recelo que inspiraba Hernando del Castillo y su control de
la política concejil sanclementina.
En San Clemente, el recelo contra
Hernando iba en aumento, se veía con desconfianza su proximidad a los
gobernadores del marquesado. Los Rosillo no habían olvidado sus odios a esta
familia de conversos, en especial Juan Rosillo, escribano del ayuntamiento, al
que Hernando acusaba de perder, en su oficio, los papeles de los pleitos en los
que Hernando estaba implicado con el concejo de San Clemente, que le debía en
concepto de alcabala 40000 maravedíes. Hernando del Castillo ganó sentencia favorable
que obligaba a Juan Rosillo a pagarle los 40000 maravedíes que le debía el
concejo. La razón era que el pleito entendido por el alcalde mayor hacía dos
años obraba en los papeles de la escribanía de Rosillo, que ahora se negaba a
entregarlos ante el nuevo alcalde mayor para hacer cumplir la sentencia. Sin
papeles no había pleito, sin pleito no había sentencia definitiva y sin
sentencia no había reparación en su derecho para Hernando del Castillo. El
problema no era menor, pues los gobernadores y alcaldes mayores entendían en
primera instancia, violando aquella que por privilegio tenían los alcaldes
ordinarios, pero los pleitos llevados ante los escribanos de las villas por
donde pasaban quedaban en su poder, quedando los pleitos inconclusos.
El pleito se había desarrollado
en junio de 1547, ante Juan Rosillo, pero había desaparecido de su poder. La
pérdida de pleitos por escribanos no era algo nuevo. Los escribanos lo eran del
número, es decir, para dar fe en asuntos entre particulares, pero, cuando eran
nombrados, también lo eran del concejo, pasando ante ellos los pleitos en los
que entendían los alcaldes ordinarios y justicia del marquesado. Era normal que
los escribanos confundieran entre los papeles de su oficio y esos otros
generados en la acción judicial, saliendo los pleitos de los ayuntamientos de
las villas, aunque, al menos en este caso, lo que ocurrió es que se sacó del
ayuntamiento y su archivo el pleito original para que diera su parecer el
bachiller Rodríguez, letrado de prestigio en San Clemente, aunque el pleito
volvió al ayuntamiento y a poder de su escribano, Juan Rosillo, posteriormente
sería entregado por este al licenciado Perona, letrado de Hernando del
Castillo. A partir de aquí, nadie sabía dónde paraban los papeles.
El pleito, apelado por Juan
Rosillo, acabaría el año 1550 en la Chancillería de Granada, donde quedaría
inconcluso
Testigos:
Francisco Huerta, 35 años, lleva
los negocios de Hernando del Castillo
Francisco Jiménez, 49 años,
regidor
Licenciado Perona, 49 años
Bachiller Avilés, 36 años,
abogado por la villa de San Clemente en el pleito
Cristóbal de Tébar, 53 años, regidor
Alonso García, 42 años
Ruy González de Ocaña
Alonso de Belmonte y Francisco de
Ocaña, 30 años, procuradores de la villa de San Clemente
ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA, PLEITOS, 13986-7
domingo, 3 de octubre de 2021
Lope Rosillo
Archivo de la Real Chancillería de Valladolid,REGISTRO DE EJECUTORIAS,CAJA 69,14
sábado, 2 de octubre de 2021
Los herreros de la villa de San Clemente
Era 1549 y los herreros de San
Clemente andaban revueltos, bajo sospecha del alcalde mayor del marquesado que
requisaba las herraduras que se vendían en las tiendas del Arrabal con un peso
menor al estipulado por las leyes y pragmáticas del Reino y capítulos de Cortes.
La denuncia contra los herreros era agravio gremial frente al comercio no
regulado que se desarrollaba en las tiendas abiertas al pie de calle en las
casas de morada de los vecinos del Arrabal sanclementino.
Las quejas iban contra el herrador
Alonso de Torres, que se sometió al control del almotacén de la villa,
Francisco de Ávalos, que pesó sus herraduras como no ajustadas a la pragmática
que fijaba su peso. Así fue, pues no cumplía con la vieja pragmática y sisaba
en el peso de las herraduras. Presentó nueve herraduras mulares
Que pesaron las dichas nueve
herraduras dos libras y seys honças y media en que falta a rrata de docena diez
y ocho honças y más de media
La pragmática mandaba que una
docena de herraduras debían pesar catorce libras la docena, entendiéndose por
docena, doce grupos de cuatro herraduras. Y las herraduras se dividían en
caballares, mulares y asnales. Sin embargo, Alonso de Torres no era un
advenedizo en el oficio, pues llevaba en él cuarenta años. Alonso era herrero
examinado, que compraba sus herrajes y clavazones, para fabricar sus
herraduras. La pragmática de los herreros reconocía la imposibilidad de que las
herraduras tuvieran el mismo peso, de ahí, que se tomara como patrón la docena
de cuatro herraduras, correspondiente al herraje de cada bestia. Los herreros
compraban la materia prima, lo más ajustado a ese patrón, y alegaban que en el
proceso de fabricación y modelado de las herraduras se generaban herraduras de
distinto peso y se perdía material férrico.
Las explicaciones no debieron
convencer al alcalde mayor del marquesado, licenciado Ayora, que ordenó al alguacil
mayor del marquesado que metiera en la cárcel al herrero Torres. Si algo nos
llama la atención del proceso es la presencia de hombres del mundo converso
como testigos o implicados. Hernando de Avilés, carcelero de Torres, tomó a la
vez su representación en el pleito, y la presencia de Juan de Origüela o Juan
de Robledo se repite una y otra vez. El mundo converso sanclementino veía la
intromisión de la justicia en los negocios del Arrabal como intolerable. Y el
gremio de los herreros, que mostraron su solidaridad con Alonso de Torres. Y es
que el negocio de las herraduras estaba en manos de conversos como Francisco de
la Carrera y Valeriano y Luis de Molina, padre e hijo.
Los herreros (y los conversos)
cerraron filas con su camarada Torres, convirtiendo el proceso en una discusión
técnica y profesional, sobre si el peso de las herraduras se debía tomar con el
producto en bruto o una vez atarragadas y horadadas las claveras para la
clavazón y aprovechaban para denunciar que el precio del hierro estaba tan alto
que apenas si daba para construir la mitad de herraduras con la calidad que
mandaba la pragmática. Así describía el proceso de fabricación de herraduras
Luis de Molina, maestro herrero de 24 años:
Porque este testigo es maestro
herrador del dicho arte e a visto y conprado mucho herraje e por dozenas para
gastar y lo a visto conprar a otros muchos herradores y que lo traen ansy como
la pregunta lo dize y está claro que los dichos herradores lo tarragan y
horadan las claveras y lo adoban y por esto están faltas de algún colyndre por
lo que les hazen y adoban después de conpradas y porque algunas dellas las
despuntan de los callos y hazen lo que más conviene
La solidaridad de los herreros no
impidió la condena de Alonso Torres, que se vio obligado a pagar 3000 mrs. de
multa y vería sus herraduras quebradas en la plaza mayor de San Clemente. En
estos pleitos pesaban mucho los intereses, enemistades y luchas banderizas de
la villa, pero los únicos beneficiarios era el estamento de los escribanos, que
hacían su agosto en los contenciosos: los escribanos Ginés Sainz y Juan Rosillo
daban fe de las actuaciones judiciales del alcalde mayor; Juan Robledo,
testimoniaba las declaraciones de los herreros; a Rodrigo de Ocaña se le hacían
pequeñas sus tareas como escribano del ayuntamiento, y Lope González y Alejo
Rubio iban de aquí para allá, junto a los alguaciles, asentando en sus
registros las notificaciones judiciales.
Alonso Torres no se arredró y
llevó su asunto a Granada. La apelación en sí y los costes que llevaba eran
signo de los intereses económicos en juego. El asunto pronto derivó a un
intento de control de los oficios por las autoridades, o algunas de ellas, que
veían con recelo la pujanza de los oficios del Arrabal, mientras la riqueza de
los campos se hundía. El siguiente herrero en caer fue Miguel Gálvez, con
cuatro años de antigüedad en el oficio, que vio requisadas de su tienda diez
herraduras asnales que no se ajustaban al peso. De nuevo el almotacén pesó
nueve herraduras, treinta y nueve onzas en total, determinándose que faltaba
una libra por docena del herraje para cumplir con la ley. Gálvez no era
converso, pero sí un trabajador consciente de que su vida y ganancias dependían
de un trabajo diario. Se presentó ante el alcalde mayor como un paupérrimo
herrero, acusó a las autoridades, alcalde mayor Ayora y alguacil Francisco
Guerra, de excesivo celo en sus diligencias, no estaban pesando oro sino
hierro, así como ignorantes en materia de herrería: las pragmáticas decían que
el peso a tomar en cuenta era el de una docena de cuatro docenas de herraduras
y tomar simplemente nueve desvirtuaba el peso final. De malicia acusaría el
alguacil al herrero, pues discutir la proporcionalidad de la parte con el todo,
era echar por tierra todas las leyes del Reino, que establecía patrones para
aplicar a cada caso concreto.
El caso de Gálvez era diferente
al de herreros como Francisco de la Carrera que hizo una auténtica fortuna como
herrero y estableció lazos con otras
familias del Arrabal como los Tébar. Gálvez era, en palabras de Miguel Mateo un
pobre al que veía comprar hierro viejo y hazer cosas de menudencias y es herrero e hombre que vive de su trabajo
e no tiene con qué se sustentar si no trabaja. Estas apreciaciones eran
corroboradas por el zapatero que vivía al lado del herrero. Ricos o pobres los
herreros, vemos una solidaridad en el Arrabal, forjada en la pertenencia al
oficio y el ejercicio de un trabajo manual; solidaridad acrecentada por esa
otra del mundo converso que se erige en dirigente del crisol de hombres y
oficios del Arrabal. Hasta don Alonso del Castillo e Inestrosa nos aparece
apoyando a los herreros en algún momento. Enfrente, las viejas familias que
ocupan el estrato medio de la sociedad sanclementina. El enfrentamiento entre
ambas posiciones era extremo: en el momento que Gálvez es acusado comparte
cárcel con Andrés de Ávalos y el escribano Juan Rosillo. Las solidaridades no
salvó a Gálvez de una condena igual a la de Alonso Torres.
Una regulación excesiva,
condicionada por viejas leyes medievales, acabó en San Clemente con la
iniciativa de oficios individuales. El ascenso de una minoría menestral de los arrabales
provocó las envidias de aquellos que, sin despuntar, mantenían una posición de
privilegio en los gobiernos concejiles. Su posición era la del propietario medio
de tierras; sin llegar a alcanzar las cotas de riqueza de las grandes familias,
eran el sostén de las repúblicas pecheras nacidas en 1480. Ahora, setenta años
después, las haciendas agrarias de estos labradores estaban arruinadas por la
crisis de la década de 1540; mientras sen el Arrabal, los oficios artesanos
eran la oportunidad y forja de nuevas élites. Entre unos y otros, la vieja
aristocracia hidalga aprovechará la oportunidad para acabar con las repúblicas
pecheras e implantar sus cortes manchegas.
Rodrigo de Ocaña, escribano, 32
años
Francisco de Ávalos, almotacén,
32 años
Valeriano Molina, herrero, 50
años
Luis de Molina, herrero, 24 años
Hernando de Avilés, 34 años
Francisco de la Carrera, 36 años
Miguel Mateo, 30 años
Pedro Ruiz, zapatero, 35 años
viernes, 1 de octubre de 2021
El bachiller Rodríguez contra Sancho López de los Herreros
El bachiller Rodríguez era el
último de una saga de conversos en 1540. Del palacio que Lope Rodríguez
construyo hacia 1470, ahora quedaba media casa en propiedad de sus
descendientes; la otra mitad había quedado en manos de Sancho López de los
Herreros. Sancho era hijo de Miguel Sánchez de los Herreros, uno de tantos
enemigos de Lope Rodríguez. Si Lope Rodríguez era un seboso, partidario
declarado del marqués de Villena, Miguel Sánchez de los Herreros había luchado
en el partido isabelino. Es más, cuando los primeros comisarios de la
Inquisición llegan a San Clemente, Miguel les ofrecerá su casa como sede para
las indagaciones. Es de creer que supo aprovechar la ocasión, pues su hijo
Sancho López de los Herreros se haría con la mitad de la casa embargada a Lope
Rodríguez.
La familia de los Herreros decía
proceder de Segovia, descendientes de los conquistadores de Madrid, aunque los
orígenes constatados nos dicen únicamente que el padre de Miguel Sánchez de los
Herreros se había afincado en Santiago de la Torre y el hijo se había
desplazado a San Clemente. El nieto Sancho se había afincado en El Provencio,
aunque no debió acabar muy bien con el señor de la villa, pues sabemos que
participó en 1510 en la aventura fallida de fundar Villanueva de la Reina. No se
lo debieron perdonar los provencianos que obligaron a Sancho a abandonar EL
Provencio, aunque Sancho tenía ya lazos muy fuertes con San Clemente, derivados
del asentamiento de su familia en esta villa.
En las luchas intestinas que
vivió San Clemente en el último cuarto del siglo XV, la familia de los Herreros
tomaron un perfil bajo; incluso el patriarca Miguel Sánchez de los Herreros se
retiró a Villar de Cantos, pero actuaron sagazmente para encumbrarse en el
poder concejil de la villa y eliminar a sus enemigos. Convertir su casa en
posada de los inquisidores sería aprovechado por los Herreros para eliminar a
sus enemigos. Estos eran los Rodríguez; Lope Rodríguez, macero real, antiguo
partidario del marqués de Villena y sus descendientes. Los Rodríguez de San
Clemente estaban emparentados con los Origüela, concretamente con la mujer de
Pedro Sánchez de Origüela. Si la familia Origüela-Rodríguez había mantenido una
solidaridad familiar durante la guerra del marquesado, esta se rompió con el
establecimiento del Santo Oficio. De hecho, en las primeras persecuciones
inquisitoriales, los Origüela consiguieron una inmunidad a costa de acusar a la
familia de su madre, constatado en el caso de las acusaciones de Pedro Sánchez
Origüela contra su tío Lope Rodríguez. Mientras los Herreros intentaban
aniquilar a los Rodríguez, compartían el poder concejil sanclementino con los
Origüela.
Que las ambiciones eran
descarnadas es muestra que de la acusación se pasó a la eliminación física y a
la usurpación de bienes, aprovechando la confiscación de bienes de la
Inquisición. Los Herreros se harían con la mitad de la casa palacio que había
construido Lope Rodríguez, situada en la plaza que da a la iglesia por la
puerta de Santiago. Las acusaciones no eran nuevas, pero repetidas una y mil
veces eran creídas por el pueblo: se decía que Lope Rodríguez azotaba un
crucifijo y que predicaba la fe mosaica en el interior de una cueva en el
interior de su casa. Es más, años después, Sancho López Rodríguez, aprovechando
el proceso contra Teresa Rodríguez mostrará el supuesto lugar de la cueva, una
vez se ha hecho con la mitad de la casa de los Rodríguez. La rivalidad de los
Herreros contra los Rodríguez continuará años después, esta vez entre el
mencionado Sancho López de los Herreros y el bachiller Rodríguez. Su odio le
impedía hablar cara a cara, se comunicaban por terceras personas y reconocían
su mala vecindad. En el límite colindante de sus casas, el bachiller Rodríguez
había construido una larga tapia, mientras que juntamente a la misma tapia,
Sancho acumulaba estiércol e improvisaba una balsa de agua para socavar los
cimientos de la casa de su vecino
Que yo tengo e poseo en esta
villa unas casas de morada que alyndan con casas de Sancho López de los
Herreros y la plaça e calles públicos y en ansí que en las dichas mis casas yo
tengo edificado de mucho tiempo un cuerpo de seys tapias en largo y más armado
a hilera en el qual tengo en lo baxo un establo y pesebreras para mis azemilas
e bestias, ençima una cámara e pajar, es ansí que toda la pared a la larga del
dicho cuerpo de establo y casa devide mis casas y las parte con casas del dicho
Sancho López y es ansí que de pocos días a esta parte el dicho Sancho López
dentro de sus casas e corral junto a la dicha mi pared a hecho de nuevo un
barranco en que rrecoge las aguas de las dichas sus casas y puesto que los çimientos
del dicho cuerpo de casas y establo los tengo hecho de piedra y tal por tener
el dicho barranco junto a la dicha mi parte me la tiene toda humeçida y se
trasmana por debaxo de los çimientos e el agua e se entra en el dicho cuerpo de
casa y establo syn lo poder yo rremediar y está para hundirme el dicho cuerpo
de casa y el establo está sin poder en él tener mis bestias y las tengo por
esta cabsa fuera y allende que tiene en el dicho corral espaçio e suelo do
puede desviar e hazer el dicho barranco porque es su tras corral do lo tiene y
echa el estiércol y syn perjuyçio lo puede hazer
Dos albañiles, Diego de
Santamaría y Francisco Gómez, declararon a favor del bachiller Rodríguez,
denunciando la mala fe de Sancho López a la hora de cavar un barranco frente a
las tapias y llenarlo con paja y estiércol para evitar que las aguas tuvieran
salida y fueran directas a socavar las propiedades del bachiller. El alcalde mayor
Graciano Sánchez sentenciaría a favor de Francisco Rodríguez entre las
protestas de Sancho López de los Herreros que se negó a cumplir sus
mandamientos y recurrió su decisión a la Chancillería de Granada. Apelado el
asunto en Granada, Francisco Rodríguez debió dar el pleito por perdido, a
sabiendas que ante el gasto económico en la Chancillería no valía la pena
defender un establo y cámara