El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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domingo, 9 de julio de 2017

Fray Julián de Arenas, guardián del convento de San Francisco de la Observancia de la villa de San Clemente

Fraile franciscano. Rembrandt
Corría el Corpus de 1719 cuando Fray Julián de Arenas subió al púlpito de la iglesia parroquial de Santiago de la villa de San Clemente. Con él se iniciaba el primero de los sermones de la octava del Corpus de ese año. El franciscano comenzó su discurso reconociendo la dificultad de articular palabra ante el esplendor del Santísimo Sacramento presente en el altar mayor. Era simple argucia para iniciar un discurso cuyas implicaciones teológicas provocarían un terremoto en la villa de San Clemente. Mudo se quedaba el fraile al igual que, tal como explicaba, mudo se quedó San Juan, cuando, junto a la Virgen María, a los pies de Cristo en la Cruz, escuchó de su boca el mulier ecce filius tuus ... ecce mater tua. ¡Y más le hubiera valido callarse! Pero no lo hizo, continuando con unos razonamientos teológicos que seguramente casi ninguno de los presentes entendía. Pero entre los feligreses aquel día había un carmelita descalzo que pronto se dio cuenta del peligroso zarzal donde se estaba metiendo el franciscano.

Apenas hacía cincuenta años que los carmelitas descalzos se habían instalado en la villa de San Clemente. En un principio dos o tres frailes carmelitas descalzos se habían instalado en la hospedería de monjas de la misma orden, administrándoles la confesión y demás sacramentos. Pero en agosto de 1670 los carmelitas consiguieron licencia del cabildo sanclementino para instalarse en la villa. El pueblo se dividió en dos sobre la conveniencia o no de un nuevo convento. A la cabeza de los opositores, los franciscanos observantes que se echaron literalmente a la calle para obtener los apoyos de los vecinos contra los carmelitas. Ya en 1662 habían conseguido evitar el traslado de los carmelitas calzados de la Alberca alegando la superabundancia de doctrina en la villa. Ahora, las razones eran bastante prosaicas: en la villa, empobrecida y necesitada, no había lugar para sustentar a dos conventos de frailes, y menos para un convento que no admitía la posesión de bienes raíces para su sustento (condición que pronto incumplirían, pues poseían tierras en la Alberca y huertas junto al convento de monjas carmelitas). El pueblo se dividió en dos. Las familias tradicionales, encabezadas por los regidores José Rosillo, Pedro de Oma, Bernardo de Oropesa y Francisco Pacheco, se opusieron a las pretensiones carmelitas; Francisco Caballón, Juan de Ortega, Antonio Sanz de los Herreros y otros dieron su voto favorable al establecimiento de la orden. Las razones declaradas de los opositores eran que había ya demasiado monje para tan escasa vecindad de 800 vecinos. Las razones profundas eran otras: los derechos de patronazgo y control que de hecho ejercían las viejas familias sobre los franciscanos, en cuyo estudio de gramática formaban a sus hijos, y cuyos conventos eran lugar de enterramiento de sus familiares. Recordemos que familias como los Pacheco tenían capilla propia en el el convento de monjas clarisas y que habían heredado el patronazgo de los Castillo sobre el ochavo del convento de Nuestra Señora de Gracia.

Los carmelitas ganarían la batalla en 1673, poniendo al año siguiente la primera piedra de su convento, que para 1687 ya estaba terminado y erigido. Los derrotados eran los franciscanos observantes que, llegados a la villa en 1503, vieron cómo se establecían nuevos rivales. Curiosamente el caballo de Troya de los carmelitas para introducirse en la villa había sido un fraile de la familia de los Pacheco, el padre Juan de Jesús María. Hecho poco significativo, pues los Pacheco andaban a la gresca entre ellos, divididos en tres ramas familiares, por la herencia del mayorazgo. La tensión entre los frailes es muestra de la tensión que se vivía en la villa de San Clemente, donde la decadencia del pueblo iba acompañada de una crisis social e institucional con las principales familias de la villa enfrentadas. Es en este contexto en el que produce en 1672 el asesinato de de Juan de Ortega y Agüero, de la rama santamarieña de esta familia, que ocupaba el alguacilazgo mayor de San Clemente. En el asesinato participaron Antonio de Oma y Villamediana y Juan Rosillo, entre otros. Las élites dirigentes del pueblo se recomponían a cuchilladas y la villa se deshacía con sus campos arruinados. Sobraban hidalgos y monjes y faltaban manos para el trabajo en el campo. Venían monjes y se iban agricultores. La transformación que se estaba produciendo era radical. Los orgullosos hidalgos sanclementinos, tan advenedizos como arruinados, se establecían en la calle Boteros. El poder compartido por cualquier advenedizo a la riqueza o persona talentosa, se cerraba ahora, anunciando el señorío de los Valdeguerrero y de los Oma. Los viñedos se arruinaban y con ellos los agricultores. El agricultor devenía en pobre,  endeudado, vendía sus tierras; la propiedad se concentraba en pocas manos. La ruina de la villa era la ruina de sus agricultores y artesanos, que cayendo en la pobreza pronto se convertirán en el lumpen,  transformados en el siglo XVIII en masa de jornaleros, proveerán de brazos para el campo al servicio de los nuevos amos, una nobleza regional, cuyos intereses y propiedades escapan de los límites de las villas. El proceso de transformación fue trágico en el reinado de Carlos II: masas de pobres en las villas más populosas del Marquesado, sin oficio ni beneficio, huían hacia el Reino de Valencia; surgían nuevas aldeas, las llamadas Casas, levantadas por esta masa depauperada que ofrecía sus brazos para cultivar unos campos abandonados. La pequeña corte manchega se rendía ante el campo, único remedio con sus frutos de la pobreza, pero propiedad de la tierra y trabajo se habían divorciado definitivamente. Es en esta situación de pobreza donde aparecen los carmelitas descalzos. En un principio simples confesores de monjas, ocuparon el espacio abandonado por los frailes franciscanos, que no era otro que el cuidado de una masa de pobres desvalidos y enfermos. Los carmelitas descalzos ayudaron a vertebrar una sociedad descompuesta por el hambre y la guerra, dirigiendo el proceso social que conducía a la conversión de los marginados en jornaleros al servicio de los Oma, Valdeguerrero o Melgarejo. Ni siquiera fueron conscientes estas élites de un proceso del que salieron como grandes beneficiarios. Daba igual: un Marqués de Valdeguerrero se presentará como vencedor de los campos de batalla, pero quien realmente había ganado era su antecesor Rodrigo de Ortega, sin necesidad de salir de su pueblo. La reconciliación del moribundo don Juan de Ortega con su asesino don Antonio de Oma Villamediana adquiere una simbología manifiesta.

Los franciscanos, que convirtieron su convento en estudio de gramática prestigioso, formaban a las familias sanclementinas de una sociedad abierta, pero en la medida que esta misma sociedad se cerró, se hizo más desigual y la permeabilidad entre los diferentes estratos sociales desapareció, la labor educativa franciscana se hizo innecesaria. Su educación devino en escolástica cada vez más incomprensible y, en lo que podía tener de inteligible, peligrosa, pues introducía cuñas en un orden mental muy cerrado. Había otra razón más: la labor educativa de los franciscanos en el siglo XVI se había visto sustituida por los jesuitas desde la fundación de su Colegio. Los franciscanos caminaban por los derroteros de la  marginalidad como lo hacía la sociedad sanclementina.

El convento de los frailes había nacido con el despertar del pueblo y con sus limosnas; pronto había sustituido como lugar predilecto de enterramiento para las familias a la iglesia de Santiago; la última voluntad de los sanclemetinos, aquéllos que podían, era enterrarse con el hábito y el cordón franciscano, y que una comitiva de observantes siguiera su ataúd. Encomendar las últimas voluntades y las donaciones a los franciscanos les daba demasiado poder y secretos para dominar la sociedad sanclementina. Con la rivalidad jesuita, el estudio de gramática franciscana se reconvierte en un centro de formación superior en artes, filosofía y teología. Cuanto más complejos se hacían sus estudios más se aislaba el convento del pueblo. Cuando hacia 1670 el convento se reforma, ningún vecino aporta un solo real de los 8.000 que vale la obra. Hasta su patrona, la Marquesa de Valera, se negará setenta años después a financiar las obras necesarias para su reconstrucción. Los otrora cuarenta monjes, ahora reducidos a la mitad, entablan pleitos con sus patrones e inician durante todo el siglo XVIII una andadura propia.

Es en este contexto, un convento aislado de los centros de poder, cuando se inicia el proceso inquisitorial contra el guardián del convento: Fray Julián de Arenas. La octava del Corpus era una fiesta, que salvo en algún pueblo, ha caído hoy en desuso en España; comenzaba el sábado siguiente al jueves del Corpus. El sermón de la noche del sábado marcaba el inicio de las fiestas, al que seguían representaciones religiosas de carácter alegórico y otras más profanas de carácter lúdico. El año de 1719, el sermón correspondió al guardián del convento de Nuestra Señora de Gracia. Fray Julián de Arenas hizo gala de la formación teológica de su orden y la suya propia, con fama de hombre sabio y docto, graduado por la Universidad de Salamanca. Ante el monumento eucarístico levantado en el altar el fraile reconoció quedarse sin palabras, tal como enmudecido se había quedado San Juan escuchando la Tercera de las Palabras de un Cristo agonizante en la Cruz.
a vista de Cristo sacramentado, los sentidos se entorpecen, los ojos ven y no ven, los oídos oyen y no oyen y la lengua habla y no habla
La parangone intencionada le llevó a la formulación de una proposición, que tal vez inadvertida para el público, no pasó inadvertida a los monjes carmelitas descalzos presentes en el coro:
la 1ª, citando a su doctor seráfico (San Damiano), que aquellas palabras Mulier ecce fillius tuus fueron efectivas y que hicieron en la realidad lo mismo que hacen estas: hoc est corpus meum; pasa a ser la susbtancia de pan substancia de Cristo, quedando solo los accidentes, así por virtud de aquellas Mulier ecce fillius tuus pasó realmente la substancia de Juan a ser substancia de Cristo, quedando solos los accidentes de Juan
La 2ª que mediante la transubstanciación que así mismo afirmó haber habido pasó San Juan a ser hijo natural de María  
Entre los presentes en el sermón estaba el carmelita descalzo fray Cristóbal de la Concepción, que el 24 de junio se presentó ante el Santo Oficio denunciando tales proposiciones heréticas tanto por su contenido como por sus consecuencias. A juicio del carmelita con la transubstanciación de Cristo en San Juan antes de morir y el reconocimiento de este último como hijo de María, se reconocía que la Virgen había tenido dos hijos naturales, Cristo y Juan. Escándalo doble, pues siendo España (y aún más la villa de San Clemente) como era en aquella época defensora del dogma de la Inmaculada Concepción, reconocía a San José como padre, ya no putativo de Cristo, sino natural de dos vástagos.

Tales disquisiciones teológicas eran ajenas al pueblo que asistió al sermón del Corpus sin enterarse mucho del contenido. Pero vigilantes en el coro estaban el citado fray Cristóbal de la Concepción, otro carmelita llamado fray Francisco de José y María y el padre Miguel Pérez, vicario de las religiosas trinitarias. En seguida se pusieron de acuerdo con el cura del pueblo para reconvenir al franciscano, encargando al vicario trinitario primero que se hiciera con el sermón y luego a don Gaspar Melgarejo la misión de conseguir del religioso que se retractara de sus palabras.

No cabe duda que el sermón de fray Julián pasó sin pena ni gloria ante unos feligreses que no entendieron palabra del mismo. Incluso el teniente de cura Alonso de Sevilla reconocía que San Pedro Damiano y el tema de la transubstanciación era algo incomprensible para él. Aunque también reconocía como los carmelitas aprovechaban sus momentos de relajo a la fresca por las noches para divagar sobre el sermón y encontrar nueva materia de acusación contra el franciscano. La suspicacia carmelita, una vez conseguido el sermón escrito, se encaminaba por denunciar asimismo, tras concienzudo análisis caligráfico, como el guardián había adulterado el texto del sermón para suavizar sus palabras. También tenía dudas don Gabriel Fernández de Contreras, cura del pueblo, sobre que el franciscano hubiera cometido herejía en sus palabras, pues similares proposiciones las había escuchado de joven en la universidad de Alcalá. Ya se encargaron los carmelitas de ganarse la opinión del cura mandando a convencerle a don Gaspar Melgarejo. El cura ya había llegado a un compromiso con el fraile para que retractándose con una corrección de términos salvara su honor y su autoridad. Era una corrección jurídica más que teológica, insinuada por la formación de jurista del cura, licenciado en Leyes por Alcalá. Justamente para eso había ido Gaspar Melgarejo a casa del cura, para recordarle que el tema iba a acabar en el Santo Oficio y allí tendría oportunidad de demostrar sus consejos de jurista.

Ante las dudas de los curas, los carmelitas no dudaron en buscar el apoyo de la sociedad civil de la época, y qué mejor apoyo que don Félix Manuel Pacheco de Mendoza, el cual en su declaración hizo un alarde de Teología que debió sorprender a los propios inquisidores. Advertía don Félix que la Iglesia no podía permitir la existencia de dos Santísimos Sacramentos. ¿Acaso habrían de comulgar los fieles con dos Hostias, una con el cuerpo de Cristo y otra con el de San Juan? Ni don Gaspar Melgarejo Ponce de León fue tan radical en sus afirmaciones. Sin duda, muy inferior intelectualmente a fray Julián, se dejó ganar en su opinión, pero pronto le pondrían en su sitio los carmelitas amenazándole si persistía en su actitud tibia con la excomunión.

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Las posturas eran entre carmelitas y franciscanos irreconciliables. La declaración de guerra era total. Fray Julián de Arenas, olvidando la actitud tibia de un principio se preparó para la confrontación. En el pueblo no había cabida ni coexistencia entre las dos órdenes. El guardián volvió provocadoramente a pronunciar otro sermón en el mismo término que el del Corpus el primer domingo de octubre en la parroquial de Santiago y, allí mismo, invitó a todo el pueblo, incluido sus enemigos a un nuevo sermón para el cuatro de octubre, celebración de San Francisco de Asís,, en el convento de Nuestra Señora de Gracia. Fray Julián de Arenas, se quitó la piel de cordero y lanzó toda el poder de su oratoria contra la comunidad carmelita
los delatores eran unos ignorantes, idiotas e imprudentes, nuevos teólogos y nuevas columnas de la Iglesia
Durus est hic sermo, añadió, dando a entender que sus enemigos carmelitas eran duros de mollera, burlándose de sus dotes intelectuales, comparándoles con el tonto del pueblo
miren señores, Agustinico, ese que va por las calles,a saber señor uno del todo fatuo, no hubiere hecho el reparo en cosa tan trivial y común
Es más, fray Julián se reivindicó a si mismo. Él, padre guardián del convento, era mucho hombre en aquel puesto para necesitar defender sus proposiciones con padrinos. Esta última palabra era clara afrenta a todos aquellos que habían firmado contra él, a los que acusó uno por uno:  a los consabidos carmelitas, añadió al rector de los jesuitas y a varios miembros de la sociedad civil, entre ellos a don Antonio Pacheco, al síndico Francisco López, al cirujano Antonio Martínez, a Custodio el boticario o a los licenciados Parra, Sevilla y Pedro Yuste. Los estratos medios de la comunidad sanclementinos, a la sombra del poder, se decantaban por los carmelitas.

Fray Cristóbal de la Concepción y su compañero fray Mateo del Espíritu, prior de la congregación, recordarían ahora un decreto de 9 de marzo de 1634, que castigaba a aquellos religiosos que injuriaren a otros miembros de comunidades religiosas. Respecto a las proposiciones heréticas, afirmaba que por más que los hombres doctos de la Iglesia habían filosofado sobre el mulier ecce filius tuus, esa divagaciones debían quedar en el seno de la Iglesia, pues expuestas ante un pueblo ignorante y analfabeto podrían dejar en muy mal lugar a San José, a la Virgen, al mismo Cristo y, en menor medida, a Zebedeo, tenido por padre natural de San Juan. En el fondo, lo que se estaba poniendo en cuestión era el dogma de la Inmaculada Concepción, que el mismo Vaticano solo reconocería en 1855, pero que España ya defendía a ultranza, aunque con la incredulidad de los franciscanos. Muestra de esta resistencia franciscana al dogma es que el Santo Oficio había condenado hacía poco a otro franciscano en Guadalajara por palabras similares a las de fray Julián. Pero sobre todo, el conflicto religioso tenía un fuerte matiz social. Fray Julián de Arenas denunciaba a los carmelitas por intentar suplantar la inteligencia del pueblo, cuya voz y pensamiento se arrogaban. Esa transubstanciación de la inteligencia del pueblo sí que era peligrosa, pues el mismo Cristo había bajado hasta el pueblo predicando en el lenguaje común de las parábolas.

Permítanme el atrevimiento, pero este fray Julián se adelantó con su discurso a esa obra maestra de la literatura universal, inserta en los Hermanos Karamazov de Dostoievski, que es La leyenda del Gran Inquisidor. Este es el gran debate. Fray Cristóbal de la Concepción asume el papel de Gran Inquisidor; Fray Julián de Arenas el de Jesucristo que vuelve de nuevo a la Tierra y ya no reconoce en su Iglesia la religión natural que siglos atrás predicó. Fray Cristóbal defiende que los pobres han de seguir siendo ignorantes, pues sapientes serían desgraciados e infelices. Fray Julián responderá a los carmelitas con el valor del silencio; al igual que Cristo fue mero espectador silencioso ante el discurso del Inquisidor dostoievskiano,  fray Julián permanecerá mudo ante el Santísimo Sacramento como mudo se quedó San Juan al escuchar la Tercera Palabra y mudo permanece el pueblo. La palabra obra en poder de los carmelitas, pero no es la inteligencia lo que han arrebatado al pueblo sino su ignorancia, reduciendo su saber a sus esquemas y arrebatándole el pensar por sí mismo. Por eso, los carmelitas se asemejan al Agustinico, aunque al menos el tonto del pueblo tiene ese don de la locura que le falta a los carmelitas y es motivo de diversión para los críos.

El debate del carmelita y del franciscano es de sustancia y no de meros accidentes, pues es un debate que tiene su raíz en la reafirmación del franciscano a no renunciar a su libertad. La libertad del fraile, como la de cada uno de los vecinos sanclementinos, no es renunciable en esos garantes del orden social que son los carmelitas. Fray Julián se queda solo, incluso es traicionado por un compañero de orden, fray Miguel Herrera, confesor de las clarisas. El rector de los jesuitas, el padre Juan Martínez Clavero, también se posiciona en su contra. Fray Julián los sabe. No en vano ha sido el jesuita el que con motivo del sermón del Corpus murmuró aquello de ¡vaya, nos han añadido un nuevo sacramento!, y posteriormente eso otro de dura, dura es la proposición. El guardián no se muerde la lengua y es contra el jesuita contra el que van las palabras de durus est hic sermo. El debate sube de nivel y el jesuita lo sabe, reconociendo la superioridad intelectual del franciscano. No discurro inteligencia en otro clérigo, que no sea usted, le dirá a fray Julián.

Hoy nos rendimos ante la valentía del padre Arenas. Emotivas resultan las palabras con las que comenzó su sermón en el convento de Nuestra Señora de Gracia, tras la lectura del Evangelio
es cierto tenía ánimo de asentar la mano y ensangrentarme, mas me han pedido que no me enoje y he de cumplir la palabra, que es fuerte rigor haber uno de venir a reñir y decirle esté templado
la moderación del sermón fue acompañada de un torbellino de citas de doctores de la Iglesia, pues en palabras del guardián con el calor de los libros se aprendía, que apabulló a los carmelitas descalzos
han perdido de su estimación, crédito y buena opinión los padres carmelitas, y más entre la gente común, que entre ellos se habla todo lo declarado como entre los primeros de esta villa
El sermón se pronunció en la Iglesia de San Francisco, la más querida por el pueblo, llena a rebosar por los vecinos de San Clemente, cuya voluntad supo ganarse el padre guardián. Así lo reconocía el vicario de las trinitarias, pues este sermón, sin poner en duda ningún dogma de fe, se había ganado al pueblo, ya que ponía en duda el mismo principio de autoridad. Muestra de que el debate había bajado al pueblo es que la discusión escapó del ámbito de la villa de San Clemente. Los carmelitas acudieron a buscar apoyos a la vecina Santa María del Campo, donde se encontraron con una respuesta no esperada del trinitario padre Alarcón
¿qué cuidado les da a ustedes que María Santísima tenga dos hijos naturales, por ventura han de sustentar a alguno?
Esto ya era inaceptable, del debate teológico se había pasado a la incredulidad. El pirronismo ganaba adeptos en tierras manchegas. Una ola de solidaridad se extendió en el pueblo en favor de Fray Julián y señalando a esos Judas de los carmelitas que delataban a un convecino. En su delirio, el franciscano había llegado a asumir el papel de Jesucristo; al igual que éste, cuando los judíos le pedían milagros, el padre Julián respondía a sus interlocutores tratándolos como gente depravada y adúltera. De los apoyos del franciscano entre el pueblo llano no cabe duda. Gabriel Díaz, de oficio labrador, no se mordió la lengua a la hora de defender al fraile ante el Santo Oficio
se alegró este testigo el oírlas (las proposiciones del fraile) por si alguno dándose por sentido, sacaba la cara a defenderla
Tales desacatos no podían quedar sin respuesta. Ya lo decía don Rodrigo de Ortega, principal de la villa, aseverando que hay cosas delicadas que no se pueden predicar desde el púlpito. El Santo Oficio mandó a Pedro de Losa, comisario de Minaya, a hacer averiguaciones  a la villa de San Clemente, informaciones que prepararon los cargos que el fiscal elevó a los Inquisidores contra fray Julián de Arenas. Los cargos tenían mucho de reflexión y justificación de la ortodoxia de la Fe católica. Debía quedar claro que en la Tercera Palabra de Cristo en la Cruz
constituyó Cristo a San Juan especial hijo adoptivo de María Santísima y a esta Señora su especial Madre adoptiva desde entonces para su asistencia y consuelo
Cristo era el único hijo de María, y de Dios Padre, acudiéndose a la autoridad de los Evangelios de San Mateo y San Lucas, que se referían a Cristo como el Unigénito. San Pedro Damiano hablaba de la relación entre San Juan y la Virgen como adopción maravillosa y perfectísima. Mantener que San Juan era hijo natural de la Virgen era caer en la herejía de los sacramentados. Se trajo a colación la autoridad de San Pablo, auténtico edificador de la Iglesia cristiana, a quien por simple cuestión cronológica, nadie podía acusar de ser hermano de Cristo,  y sus palabras vivo ego, iam non ego, vivit vero in me Christus.

La Inquisición se empleó a fondo para demostrar los errores heréticos de fray Julián de Arenas. La fundamentación teológica la hizo el jesuita Pedro Francisco de Ribera. Una defensa del misterio de la Eucaristía y de la Inmaculada Concepción, digna de estudio para teólogos. Indagando, aseveró que el franciscano había sacado sus proposiciones de fray Hortensio Félix Paravicino, pero yendo más allá que éste, pues fray Hortensio, arrepintiéndose de sus proposiciones, las había zanjado con un no digo yo tanto. Reinterpretó en sentido ortodoxo a Pedro Damiano y a Tomás de Buenaventura y concluyó pidiendo la excomunión de fray Julián de Arenas. Desconocemos la sentencia de los Inquisidores de Cuenca, allá por diciembre de 1726, aunque debió ser condenatoria. Pero sabemos que fray Julián no se rindió. Este hombre prosiguió su lucha particular durante nueve años más, hasta conseguir la suspensión de su causa en la Suprema de la Inquisición. El testarudo fraile, émulo de su maestro Jesucristo, no se resignó a la pasiva actitud del silencio, defendiendo en aquellos tiempos difíciles la libertad de conciencia y pensamiento.




Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN, 1929, Exp.1.  Proceso de fe de Julián de Arenas. 1719-1726
TORRENTE PÉREZ, Diego. Documentos para la Historia de San Clemente. 1975. Tomo II, pp. 257-264

sábado, 25 de febrero de 2017

El convento de los frailes o de Nuestra Señora de Gracia de San Clemente

Iglesia de San Francisco (web del Ayuntamiento, http://www.sanclemente.es/)
Los días seis y siete de julio de 1971 el padre franciscano Juan Messeguer se pasa por San Clemente, visitará el llamado convento de los frailes, ocupado por los padres carmelitas, que no tardarían en abandonarlo. Ha estudiado la documentación existente en el Archivo Histórico Nacional, que hace referencia a los años de la Guerra de la Independencia y los previos a la desamortización y exclaustración en 1835. Será coincidiendo con estos años de la década de los treinta del siglo XIX, cuando se produzca el primer abandono del monasterio, ocupado desde su fundación en 1503 por los frailes franciscanos. De la importancia del convento da fe el número de religiosos, que osciló entre treinta y cuarenta. Aunque hubo momentos que se pasó de esa cifra, de tal manera que en el capítulo de la orden, celebrado en Villanueva de los Infantes el 17 de mayo de 1760, se asignaron al convento de San Clemente un máximo de 35 moradores, de los que veinticinco serían sacerdotes, tres coristas, cinco hermanos y dos donados.

Integrado primero en la custodia de Murcia (división menor a la de la provincia en la organización monacal), acabaría integrado en la provincia de Cartagena, sucesora de la custodia, una vez emancipada de la provincia franciscana de Castilla.  Alonso del Castillo recibiría de una congregación capitular de la custodia de Murcia las escrituras que le reconocían el patronazgo de la capilla mayor de la Iglesia del convento. Tal decisión pronto sería rechazada por el concejo de San Clemente, que reduciría los derechos de Alonso del Castillo al ochavo de la capilla mayor, y reconocería el derecho de patronazgo al concejo de la villa. Es decir, a los principales de la villa, que marginados de las capillas que unas pocas familias poseían en la iglesia mayor de Santiago, veían reconocido en la de San Francisco el derecho a un lugar de enterramiento, privilegio de asiento en las celebraciones religiosas y lugar donde se preservara su memoria.

El convento de San Francisco se construyó sobre un solar cedido por don Alonso del Castillo, pero su construcción solo fue posible por las aportaciones, o limosnas, de los vecinos de San Clemente. Ahora en 1515, doce años después de su fundación, el concejo de la villa de San Clemente, en pleitos con don Alonso del Castillo por los molinos y Perona, se arrogará ante el provincial y custodio franciscano el derecho de patronato sobre el convento, haciéndoles rectificar la concesión anterior a favor de don Alonso del Castillo. El convento que se ha iniciado a construir una década antes, se ha erigido gracias a las aportaciones monetarias de los vecinos de la villa. En el momento de las disputas estaba finalizada la cabecera de la iglesia, de inconfundible estilo gótico; es de presuponer que en este momento se edifica el cuerpo restante de la iglesia con un estilo ya de ruptura con las viejas tradiciones, ruptura que también se manifiesta en el claustro. Las rupturas de estilo coinciden con el gobierno municipal de un patriciado urbano que se erige en el principal impulsor del desarrollo económico de la villa, triunfante sobre los intentos de dominio señorial de los Castillo o los Pacheco, señores de Minaya. Esta minoría de principales enriquecida amenazará con paralizar las obras del monasterio: en acertada expresión dirán que su fe religiosa se resfriaba. Ese resfriarse nos muestra a una nueva élite dirigente, incrédula en su fe, que veía en los edificios que por esta fecha se levantaban, ya fueran civiles o religiosos, el símbolo de su triunfo personal. Consciente de su poder, amenazó al capítulo de frailes franciscanos de Murcia con detener las obras y dejar inacabado el convento.

Licencia de 1563 para establecer un estudio de Gramática (AMSC. AYUNTAMIENTO)

El convento, ejemplo del contrapoder pechero a las familias hidalgas, que habían elegido la iglesia de Santiago y las capillas destinadas para ello como lugar de sepultura, se convirtió durante tres siglos en centro de estudios de gramática, donde se formarían los hijos de las familias principales sanclementinas. La licencia par la concesión del estudio de gramática se concedió por carta real de 1563, viniendo a dotar la villa de un centro regular de estudios, completando la licencia real, obtenida en 1494, para dotar al pueblo y su comarca de un bachiller de gramática. Los estudios de gramática, tal como constataba el padre Ortega en 1740, se ampliarían a estudios de arte, o filosofía, y teología moral. Nos cuenta el padre Messeguer que en el convento de Nuestra Señora de Gracia recibió formación religiosa y científica el franciscano irlandés Patricio O'Hely. Aquí estudió filosofía durante tres años, entre 1560 y 1570, martirizado en su tierra natal el 22 de agosto de 1578.


Portada con el cordón franciscano (http://sanclemente.webcindario.com)
El padre Messeguer nos da una visión del convento en 1971, tal como lo encontró en en su visita, todavía ocupado por los padres carmelitas. Antes, da fe del estado de abandono que ha sufrido este convento a lo largo de la historia. Así, recogía el  testimonio del padre Ortega en 1740, que recriminaba a la Marquesa de Valera, sucesora en el patronato del ochavo de Alonso del Castillo, que anduviera en pleito con los frailes y descuidara sus obligaciones cristianas para ayudar a la conservación del edificio. Las disputas estériles hoy continúan, sin que aprendamos nada del pasado, mientras el edificio languidece. Dejamos pues las palabras del padre Messeguer en el recuerdo de su visita de julio de 1971
Del edificio queda el claustro central, grande; si no mal recuerdo, cuadrado o casi, con dos aljibes y sendos brocales modernamente retocados. Le adornan bellas columnas, sobre las que se apoyan arcos -¿escarzanos?- embutidos en obra de ladrillería, quizás en el siglo XVIII. Del resto del convento se conservan pequeñas partes aprovechadas por los actuales moradores que han construido un convento nuevo. Si el antiguo ya estaba sumamente deteriorado en 1740, no estaría mejor ciento sesenta años después (momento de la ocupación por los pp. carmelitas). La iglesia dedicada a Santa María de Gracia, se conserva en su ser primitivo con retoques inevitables que el tiempo impone. Portada gótica, blasonada con el cordón franciscano ciñendo el arco de entrada, según costumbre bastante extendida en la época
Claustro (foto José García Sacristán)

El documento que abajo presentamos fue cedido por el cura don Diego Torrente Pérez al padre Juan Messeguer durante su visita el seis y siete de julio de 1971. que transcribió el documento y lo publicó en la revista franciscana ARCHIVO IBERO-AMERICANO. Reproducimos esta transcripción con el fin de darla a conocer. Completa la que el propio Diego Torrente público en sus Documentos para la Historia de San Clemente. En ambos casos la base es el documento existente en el Archivo Histórico de San Clemente. Nos quedará la duda sobre cómo fue el encuentro entre el padre Messeguer y don Diego Torrente. Para el primero su visita al convento de San Clemente era una escala más en su estudio del franciscanismo; trató mal la hospitalidad del cura sanclementino, del que solo parecía interesarle la información que atesoraba y ese desprecio se plasmó en que citó mal su apellido a pie de página (Torres por Torrente). El cura sanclementino era ávido y supo aprovechar la visita del murciano para ampliar sus conocimientos, tener acceso a los estudios del padre Ortega o captar lo que el franciscano le contaba sobre el libro de cuentas que de 1812 a 1835 de dicho monasterio existe aun hoy en el Archivo Histórico Nacional. No le contó el franciscano al sanclementino cómo, durante la ocupación napoleónica del pueblo, los frailes ocultaron sus ahorros, dos mil doscientos reales, entre las tumbas de sus muertos y lo ávidos que fueron los franceses por encontrarlos.
Primeramente dos mil doscientos reales que se llevaron los franceses del panteón de los religiosos donde los encerraron con toda cautela el P. Guardián y Fr, Gerónimo Fernández, quien se quedó con la llabe de la cueba que era su entrada
Desconocemos si ambos religiosos compartían el conocimiento del padre Tomás, que tras la exclaustración de los frailes se hizo cargo de la iglesia, ayudando a su preservación. Este cura decimonónico era  especialmente querido en el pueblo, donde todos le llamaban el padre Tomasito. Los franciscanos tuvieron la posibilidad de volver a San Clemente en 1878, tras la restauración de la provincia de Cartagena, pero no aceptaron. Su lugar lo ocuparon en 1899 los padres carmelitas.

A uno y otro, franciscano y cura, se les escapó, creemos el verdadero valor histórico del documento que ambos leyeron y transcribieron: el pueblo estaba viviendo su edad de oro, su despertar. Comenzaba un primer impulso que tenía su reflejo en una primera implosión arquitectónica, que pronto abandonaría las trazas góticas de la cabecera de la iglesia gótica para internarse por los caminos del Renacimiento. Decían las Relaciones Topográficas, sesenta años después, que la construcción del convento de Nuestra Señora de Gracia (y posteriormente el de las clarisas) solo había sido posible en un momento de la historia de la villa con más población y posibilidades. La apreciación era incierta, pues el San Clemente de 1515 tenía la tercera parte de población del de 1575. Sin embargo, los sanclementinos de 1515 tenían una fuerza de voluntad y determinación que era ajena a sus paisanos de sesenta años después.



Yn nomine Domine, amen

A todos los que el presunto trasunto vieren e oyeren, yo,  fray Pedro de Molins, custodio de la custodia de Murçia de la orden de San Françisco de la observançia, vos notifico e hago saber cómo vi e diligentemente examiné unas cartas de la donaçión fecha al conçejo de la villa de San Clemente, del patronadgo del monesteryo que nuevamente se edifica en la dha villa, para freyres de la dicha orden, so ynvocaçión de Sancta Marya de Graçia otorgadas en el capítulo e congregaçión, fecha por el muy rreverendo padre fray Juan de Marquina, vicaryo provinçial de la dicha horden de la provinçia de Castilla, en uno con otros frayres e religiosos de la dha horden en el monesteryo del señor San Françisco extra muros de la çibdad de Murçia, el día e fiesta de la Conçebçión de nra Señora la Virgen María, escriptas en pergamino, e firmadas del nombre del dho muy reverendo padre provinçial e del custodio de la dha custodia, que por entonçes hera, e de los nonbres de otros religiosos difynidores de las cosas tocantes al dho capítulo, e selladas con el sello de la dha provinçia, e con otro sello de la dha custodia, no rraydas ni chançeladas ni en parte alguna de ellas sospechosas, mas caresçentes de todo viçio e error, según que por ellas propia façie, paresçía; el thenor de las quales es éste que se sigue:

Nos, fray Juan de Marquina, vicaryo provinçial sobre los frayres menores de la observançia de la provinçia de Castilla e fray Alvaro de Santisso, custodio de la custodia de Murçia, e fray Pedro Molins, electo en custodio de la dha custodia e difynidor con los otros difynidores desta nra capitular custodia e congregaçión, fecha en el convento de San Françisco de la çibdad de Murçia, en la fiesta de la Conçebçión de nra Señora, de año de (1515) años,
visto que vos, el honrrado conçejo de la villa de San Clemente, movidos por zelo del serviçio de Dios e devoçión a nra sagrada horden, fundastes en la dha villa, con vras propias lymosnas, el monesterio de Sancta Marya de Graçia, para que fuese morada de frayres de nra horden, la qual obra avéys continuado e continuays,
e allí mesmo, oyda la informaçión que por el discreto del dho monesterio nos fué fecha diziendo que vos, los suso dhos, os aclamavades e deziades padeçer agravio en esto que syendo fundado e edificado el dho monesterio a vras espensas, hizyesen a ninguna persona particular patrón dél, y que esto deziades, porque sabiades que en otra congregaçión o congregaçiones capitulares desta nra custodia avyan seydo conçedidas çiertas letras del señor Alonso del Castillo, vezino de la dha villa, las quales que savían que le hizieron patrón de la capilla mayor del dho monesteryo,
e que a esta cabsa se rresfriava a vosotros la devoçión que a la dicha casa thenés, e gana de acabar el edifiçio en ella començado, e que protestavades que, si el patronado sobredho no fuese a todos común, de çesar de hazer lymosnas para la dha obra,
lo qual thenemos por muy çierto ser e pasar ansy como nos fue dho, e relatado por el dho discreto, porque muchos de vos, prinçipales del pueblo, hizieron la mesma ynformaçión e protestaçión al uno de nos los suso dhos;
por ende, acatando a vra devoçión e justiçia que thenés, vyendo que, sobre las conçesiones del patronado susodho, no fue bien consultado ni por quien las procuró fecha devida ynformaçión, e se dixo que el dho Alonso del Castillo aver dado todo el sitio e solar para el dho monesteryo y ser prinçipal fundador e ayudador a la obra suso dha, lo qual pareçe por verdad no ser ansy como dho es,
nos, los susodhos, husando de la abtoridad apostólica a nos cometida para defynir, determinar e consultar en las cosas e negoçios de nro capítulo, dezimos que no obstante qualesquier letras que en contrario paresçieren conçedidas en nros capítulos, hazemos patrón del dicho monesteryo a vos el dho conçejo de la villa de San Clemeynte, para que cada uno de vos podáys elegir sepoltura e asyento do quiera que ovyere lugar, dentro e fuera de la capilla mayor, a donde por el guardián del monesterio os fuere señalado,
excebto el ochavo de la dha capilla, de la una esquina a la otra, el qual damos e señalamos al dho señor Alonso del Castillo para su enterramiento.
En testimonio de lo qual, damos esta carta firmada de nros nombres, e sellada con el sellode la dicha probinçia, fecha en el dho convento de Murçia, en nra capitular e custodial congregaçión, día mes e año susodhos.
Fray Juan de Marquina, vicaryo provinçial, fray Alvaro de Santisso, fray Pedro Molins, custodyo, fray Pedro de Ayala, fray Antonio del Puerto, fray Gonzalo de Soto.

Las quales dhas letras, por mi diligentemente vistas e examinadas por parte del dho conçejo de la dha villa de Sant Clemeynte me fue pedido las mandase trasladar e les mandase dar dellas trasunto o trasuntos, uno o dos e más, en pública forma para guarda del derecho del dho conçejo,
e yo visto el dho pedimento, e vistas las dhas letras de donaçión, e examinadas como es, aquéllos mandé trasladar, y en pública forma de trasunto tornar poe el notaryo ynfrascripto,
el qual dho trasunto e trasuntos quiero e es mi voluntad que sea dada e atribuyda entera fee, como sy las mesmas letras originales paresçieren,
a lo qual ynterpongo la abtoridad de la dha orden e decreto, para que valan e sean firmes en todo tienpo e lugar e para mayor corroboraçión del dho trasunto le mande sellar con el sello de la dha custodia, e le firme de mi nonbre
que fue fecho y pasó lo susodho en el dho monesteryo de San Françisco, a 15 días del mes de dizienbre, año de 1515 años.
A lo qual fueron presentes por testigos, para ello llamados e rrogados, Alonso de Alvaçete, e Françisco de Sabahún, vezinos de la dha çibdad de Murçia. Frater Petrus Molins custos.
Yo Alonso Balacana, escrivano y notaryo público por la abtoridad apostólica, que presente fui ante el dho rreverendo padre custodyio, en uno con los dhos testigos, e todo lo susodho, e a cada una cosa e parte dello, e asy lo vy, e oy, e non corresçila, e de mandamiento del dho custodyo este dho trasunto de mano de otro escrypto saqué, y en esta pública forma lo torné, e de mi signo acostunbrado, en uno con el sello de la dha custodia pendiente e firma del dho custodio, lo signé en fee de testimonio de verdad, rrogado e rrequerydo.


MESSEGUER FERNÁNDEZ, Juan, O.F.M.: "El convento de S. Francisco de S. Clemente. Fundación y últimos años de existencia" en Archivo Ibero-Americano, pp. 461-473. Año XXXVI, Octubre-diciembre, nº 144. 1976

ADENDA

Hoy es 30 de julio de 2018, el vetusto convento de los frailes nos sigue presentando ese aspecto destartalado que amenaza ruina, pero quién sabe si en su abandono ha despertado las conciencias o simplemente se ha convertido en testigo del pasado que ha recordado a los sanclementinos su historia. Hoy nace la esperanza de su recuperación. Por supuesto habrá disputas y corrillos en la plaza y calles del pueblo sobre qué hacer con el viejo edificio. Más allá de las opiniones encontradas el convento de Nuestra Señora de Gracia habrá ganado una batalla más, que no será la última. En los próximos dos años recuperará su esplendor de antaño.

Cuando los restauradores recuperen cada uno de sus muros, cuando se enfrenten a su claustro oculto por los vanos tapiados, no deben olvidar una cosa. El convento de Nuestra Señora de Gracia es un convento del pueblo. El pueblo lo levantó con sus limosnas. La iglesia de Santiago era la iglesia principal, pero desde hace quinientos años la misa mayor dominical se celebraba en la iglesia de los franciscanos. La plaza mayor era el lugar de confrontaciones públicas y cierre de negocios, pero nuestro convento, y su olvidado claustro era el escondido sitio de los encuentros deseados y de las confidencias ocultas. La iglesia de Santiago era el lugar de las homilías y las deslumbrantes octavas del corpus, pero el convento de los frailes era tribuna del sermón heterodoxo y del verbo libre. La iglesia de Santiago era el lugar de enterramiento de las grandes familias que querían subyugar al pueblo. El convento de los frailes era sitio de descanso eterno de quiénes en el pueblo dudaban de todo o habían llegado a él sin nada. Alonso Castillo, el hombre del marqués de Villena, en la villa tuvo que claudicar ante unos sanclementinos que no aceptaban más señores. Pretendía todo el convento y tuvo que quedarse con un ochavo. Martín Ruiz de Villamediana vino de Tierra de Campos como mercader, en San Clemente se forjó su riqueza, su fama y su hidalguía, pero en su hora final solo buscó el regazo de paz de una capilla del convento de los frailes por sepultura. Sabía que su memoria sería olvidada, por eso, creó un convento de clarisas. Dentro de poco, cuando se descubra la belleza cegada y callada de los arcos del convento de los frailes, empezaremos a desear ver el inaccesible claustro de las clarisas. Entonces comprenderemos el verdadero espíritu sanclementino: los edificios, incluso los religiosos se hacían a la medida del hombre. Aquí, llegó Vandelvira dispuesto a hacer una cúpula en la iglesia de Santiago que deslumbrará a todos, incluso a Dios. Dicen que desdeñó de su idea, porque Rodrigo Pacheco vio desaparecer su capilla de San Antonio. Pero no es verdad, los sanclementinos no querían que nada apagara el espacio abierto de su plaza.

Porque los sanclementinos son amantes, a pesar de lo que se diga, de los espacios abiertos. Y si un espacio era símbolo de esa apertura, ese era el convento de los frailes. Cuando en 1517 Luis Sánchez de Origüela fue quemado por sus ideas luteranas, pues que era su pensamiento sino avanzado protestantismo de quien creía que el hombre en su soledad solo necesita de su fe para hablar con Dios y cuando maldecía esas imágenes en los que veía ídolos. Él que, al igual que el resto de los sanclementinos solo se amaba a sí mismo. Para qué necesitaban los sanclementinos la iglesia de Santiago si con sus manos ya estaban levantando otra. Se lo hicieron pagar y su infame memoria se conservó en el sambenito que colgaba entrando por la puerta de Santiago. Los Origüela dieron la espalda a su iglesia y a su cementerio aledaño y se fueron al convento de Nuestra Señora de Gracia. En él, levantaron su capilla de enterramiento. Les siguieron otros como los Ortega y los ya consabidos Villamedianas. Todos creían en lo mismo: el futuro se lo labra uno mismo y la memoria que ha de llegar a nuestra muerte no se labra en mármol, sino en el recuerdo que dejamos en nuestros vecinos. Se intentó hacer de los frailes unos comparsas, pues ellos daban el crédito y la buena fama en el siglo XVI. Pero los sanclementinos sabían que ni filas de franciscanos detrás de los ataúdes ni kilos de cera fundidos ganaban el Paraíso. Por eso hacia 1650, un vecino desafió a todo el pueblo: cambió su deseo de ser enterrado en el convento de los frailes por una simple fosa cavada en la puerta sur de la iglesia de Santiago. Envuelto en una estera, debía ser pisoteado por todo el mundo, para a todos recordarles que era un hombre, a pesar de la arrogancia con que se presentaba en vida.

De gestos estaba llena la vida de San Clemente, y de esos gestos se valió fray Julián de Arenas, el prior del convento de Nuestra Señora de Gracia, cuando con valentía expuso sus ideas heterodoxas. Fue repudiado y condenado, pero nos enseño una verdad: el valor del silencio, a imitación de Cristo, es preciso guardar silencio para que la verdad se abra camino. Su silencio era el de la resignación de todo un pueblo, pero también el símbolo del escepticismo del que nace el libre pensamiento. Es ese silencio, guardado durante siglos, el que hace del convento de Nuestra Señora de Gracia el símbolo de todo un pueblo y de cada uno de los vecinos de la vieja villa de San Clemente.