El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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sábado, 25 de junio de 2022

Juan Antonio Gracia, el sanclementino convertido a la fe mahometana (1732)

 Hoy vemos el pasado de las villas del sur de Cuenca como un conjunto de pueblos atrasados y sin historia, ajenas a lo que pasaba en el resto del mundo, pero a los hombres de los siglos XVI, XVII o XVIII se les hacían pequeños estos pueblos e iban en busca de fortuna por esos mundos. Así, es natural encontrar expedientes de sus vecinos repartidos por los archivos de otros países,

Tal ocurre en el Archivo Nacional de Portugal o de la Torre de Tombo, donde es posible encontrar las andanzas de varios vecinos del obispado de Cuenca. Uno de ellos es el sanclementino Juan Antonio Gracia, detenido por la Inquisición lisboeta, bajo la acusación de haberse convertido a la fe mahometana y vestir y practicar las costumbres de los moros. Juan Antonio Gracia era natural de San Clemente, hijo de Juan Gracia y Lorenza Sepulveda. Su padre era un asalariado, y en el primer tercio del siglo XVIII no debía ser ajeno a los constantes tratos comerciales de la villa conquense con la capital lisboeta; el hijo, trató de evitar el trabajo a jornal del padre y buscar la fortuna en la aventura militar como soldado, pero un hecho le cambiaría la vida: su apresamiento por los moros en la ciudad de Ceuta. Iniciaría nuestro hombre un periplo por ciudades Marruecos como cautivo de la morisma: primero en Tetuán, luego en Mequinez, para ser reducido a esclavo del Jerife y condenado a trabajos forzados. Nuestro paisano tuvo que adaptarse a las circunstancias para mejorar su situación, así que en los tres años de su estancia en Marruecos aceptó la fe musulmana y empezó a vestir y adoptar las costumbres de los moros.

Nuestro hombre, Juan Antonio Gracia, era un hombre nacido hacia 1700, y criado en el barrio del Arrabal de San Clemente. Sus padres lo habían bautizado en la iglesia de San Juan, una pequeña ermita en el mencionado barrio, situado en la calle del mismo nombre que hoy persiste, aunque este pequeño templo fue saqueado y destruido por las tropas napoleónicas. La advocación de San Juan es santo preferido del mundo converso, minoría muy presente, de la mano de la familia Origüela, en este barrio. Pero las indagaciones del Santo Oficio lisboeta iban en otra dirección: el barrio del Arrabal era un foco de marginalidad; sabedores de ello, los inquisidores lisboetas llevaron sus pesquisas a descubrir la genealogía de Juan Antonio Gracia. Pero nuestro protagonista tenía memoria olvidadiza; a igual que apenas si se acordaba de detalles de su cautiverio moro, más allá de andar vagando tres años por toda la Berbería en busca de una oportunidad para pasar a reinos cristianos, tampoco recordaba quiénes eran sus abuelos paternos o maternos. Se presentaba como un joven analfabeto, reconocía por su patria la villa de San Clemente, pero olvidaba toda su infancia y mocedad, para rememorar su presencia en tierra de moros, Mequinez y otras tierras de la Berbería. Decía no haber renegado de su fe católica, para declarar, a continuación, su fingimiento, "fingirse mouro". Afirmación vista por la Inquisición como apostasía, por más que Juan Antonio confesaba mantenerse apartado de las fiestas y solemnidades de moros y comer carne de cerdo a la menor ocasión. Pero los inquisidores lisboetas desconfiaban una y otra vez de este sanclementino, al que veían como un converso hábil, que había mutado su cautividad por sus servicios leales al jerife de Mequinez y gozado de una libertad de acción por todas las tierras de Berbería. No en vano, nuestro hombre empezó a ser conocido en tierras moras como Alí.
Juan Antonio Gracia se rindió a los inquisidores y comenzó a relatar su conversión al islam: tras una estancia de veinticuatro días en Tetuán había llegado cautivo a Mequinez; allí se le dio la bienvenida con una soga la pescuezo y atemorizado de morir colgado se aprestó a abrazar la fe de Mahoma, "temendo morte dijo e que nao matasen porque queria ser mouro". Convertido, consiguió la libertad, se casó con una mora, tuvo libertad de movimientos y pudo huir a tierras cristianas. Poco importaba a los inquisidores, a los que mantener la fe cristiana en su interior era una afrenta para quien había tenido la oportunidad de elegir el martirio en ese momento que la soga apretaba su pescuezo.

La realidad era que Juan Antonio García había conseguido escapar de tierras moras y llegado a Lisboa se había presentado voluntariamente ante el Tribunal del Santo Oficio, para "legalizar" su situación.

PROCESSO DE JOÃO ANTÓNIO GARCIA, Archivo nacional de Tombo, portugal, PT/TT/TSO-IL/028/00014