El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

martes, 29 de noviembre de 2022

Cañada Juncosa contra El Cañavate (1541)

 No sabemos cuántos eran los vecinos de Cañada Juncosa en 1541, pero sí sabemos que la mayoría de ellos estaban presentes cuando decidieron defender la dehesa del lugar frente a la villa de la que dependían. El pleito se sustanció en un primer momento en San Clemente ante el gobernador del marquesado de Villena, licenciado Mercado, y su alcalde mayor, bachiller Saavedra a finales de 1540, aunque se dictaría sentencia en el mes de marzo de 1541, con el alcalde mayor Graciano Sánchez, en Villanueva de la Jara. Pero el pleito venía de antes, cuando varios moradores de Cañada Juncosa habían presentado una petición ante el alcalde mayor del marquesado Juan Ruiz de Almarcha el 25 de febrero de 1539, pidiendo el uso exclusivo de la dehesa boyal de ese lugar en favor de sus moradores. Los peticionarios eran Gonzalo de Araque, Juan de Alarcón, Francisco Gómez, Alonso de Villora y Francisco Sánchez. El viejo uso como dehesa boyal estaba siendo negado por los cañavateros, cuyo concejo estaba vendiendo la dehesa para obtener ingresos y dar salida a la falta de tierras de sus vecinos.

La dehesa boyal estaba situada "alinde del camino que va desta villa del Cañavate a la villa de Alarcón con la vega abaxo hasta una pontezilla que dizen de Cañada Yncosa"; entre los caminos de Alarcón y el del Molino, se decía que el camino de Alarcón era lo único que separaba a las casas de los vecinos de la dehesa. El alcalde mayor Juan Ruiz de Almarcha, creyendo el conflicto menor, comisionó al escribano Juan de Blasco, vecino de El Cañavate, para entender en el asunto, que escuchó las alegaciones de El Cañavate, la dehesa era, como el lugar de Cañada Juncosa, de su señorío, y de los moradores de Cañada Juncosa, el lugar tenía derechos previos a su integración como aldea de El Cañavate en la guerra del marquesado. Es más, los moradores de Cañada Juncosa afirmaban su derecho a echar de su dehesa a los cañavateros y no reconocerles el derecho de arrendamiento y venta de la misma. 

Cañada Juncosa era una aldea que se estaba quedando pequeña, se decía en 1539, que, de dos o tres años a esta parte, el pueblo había aumentado en población. Hemos de creer que quizás el incremento demográfico se debiera a la presencia de nuevos vecinos de Castillo de Garcimuñoz como colonos en el lugar. La aldea había pasado de cinco, seis o diez vecinos a veinticinco vecinos, todos ellos labradores. Una constante en estos años, El Castillo se despuebla, los pueblos vecinos crecen a su costa. Los apellidos que defendieron la causa de los de Cañada Juncosa así lo delatan: Gonzalo de Araque y el bachiller Francisco Melgarejo de Mula (al que costaba desprenderse de su segundo apellido). Aunque Juan de Barchín señala la llegada de pobladores procedentes de Buenache de la Sierra y Almodóvar del Pinar:

que se vienen e an venydo de la sierra que es de Buenache e de Almodóvar e de otros lugares a vivir al dicho Cañada Yncosa

En Cañada Juncosa vivía hasta la época de las Comunidades un hidalgo y uno de los principales de la villa de El Cañavate, Arias de Tébar, y al que perdemos la pista después del movimiento comunero. Y en el momento del pleito, en 1541, un hombre de armas llamado Villarroel.

El Cañavate tenía varias dehesas y casi todas ellas de uso común para sus vecinos y los de sus aldeas de Atalaya y Cañada Juncosa: el Torrejón, el Atalaya, la Vega Mayor, la Saceda, la de Nuestra Señora, la del Molinillo, y la que estaba a ojo de la villa. A ellas había que añadir la dehesa Cerrada, que no era de uso comunal. Existían también los llamados cotos: los cotos de las viñas del Retamal , los cotos de las viñas del Castillo y los cotos del Gachero. Los cotos se cedían a los carniceros para el abasto de carne de los vecinos. Al igual que las dehesas de EL Cañavate, la dehesa de Cañada Juncosa pagaba un tributo anual de doscientos cincuenta maravedíes a los caballeros de Alarcón por la guarda. A mediados de la década de 1530, aprovechando una provisión real que facilitaba el arrendamiento de bienes comunales si esas rentas iban a sufragar un empréstito a la Corona, la dehesa de Cañada Juncosa se arrendará a particulares por el concejo de Cañavate desde enero a marzo y desde san Juan a San Miguel; hasta seiscientas cabezas de ganado comían las yerbas de esta dehesa. Los testigos también mencionan la labranza de heredamientos por sus señores.

Concejo de El Cañavate de 22 de marzo de 1541

Juan Martínez de Piqueras y Alonso Piqueras Escribano, alcaldes ordinarios

Francisco de Lozuza, alguacil

Diego Martínez Bermejo, regidor

Andrés Martínez, Alonso Piqueras, Francisco Jareño, Cristóbal Prieto, Francisco de Flomesta, Juan Prieto Escribano, Martín López de Pascual López, Alonso López, Juan de Blasco, todos oficiales diputados.

Concejo de El Cañavate de 6 de octubre de 1538

Martín López de Pascual López, Martín Martínez Bermejo, alcaldes ordinarios

Miguel Cañete, alguacil

Juan Martínez de Piqueras, Diego Martínez Bermejo, Alonso López Cañavate, regidores

Esteban Sánchez de Alarcón, Juan Sánchez del Ramo, Mateo Sánchez de Santiago, Alonso López de Pascual López, Juan López del Toro, Alonso Martínez de Piqueras, Marco Jareño, Pedro de Lomas, Juan De Blasco, Diego Martínez Cañavate, Juan Gómez Herrero; diputados

Testigos favorables a Cañada Juncosa en 1539

Juan García de Olivares, vecino de El Cañavate, 75 años

Cristóbal de Alarcón, vecino de El Cañavate, 60 años

Lope de Alarcón, vecino de El Cañavate, 68 años

Martín Sánchez de Honrubia, vecino de Vara de Rey, 75 años

Juan de Barchín, 50 años

Juan Martínez Serrano, 65 años

Alonso de la Jara, vecino de El Cañavate, 70 años

Pedro de Cuenca, vecino de El Cañavate, 60 años

Andrés López de la Roda, vecino de El Cañavate, 65 años


ACHGR, Pleitos civiles, 12064-11

domingo, 20 de noviembre de 2022

ISABEL DE PEDROLA

 La herencia del comendador Tristán Ruiz de Molina y su mujer Catalina Suárez fue disputada por su hija Isabel de Pedrola y su nieto Sancho Sánchez de Pedrola. El pleito comienza en enero de 1533

Isabel de Pedrola estaba casado con Rodrigo Pacheco, hijo de Diego Pacheco, alcaide de Belmonte, y María Castillo, hijo de Hernando del Castillo, era su segunda mujer, pues, antes, Rodrigo había estado casado con la hija del arcediano Gómez Ballo. El matrimonio entre Rodrigo e Isabel duró poco, por falta de herederos y por desavenencias, dados los amores de Rodrigo con una tal "muñoza". A la altura de 1526, el matrimonio estaba dirimiendo sus diferencias ante la justicia en lo que debía ser una anulación de hecho.

Cuando muere Tristán Ruiz de Molina (su mujer lo había hecho unos años antes), Isabel de Pedrola se niega a reconocer el testamento paterno que es bastante gracioso con el nieto Sancho Sánchez de Avilés, al que se reconoce el quinto de los bienes, y con sus criados Alonso de Belmonte (y luego su hija María de Mendoza) y Hernando de Avilés, a los que deja sustanciosas cantidades de maravedíes. Isabel como heredera universal se resiste a dividir la herencia familiar entre su sobrino, hijo de hermano bastardo, y los dos criados de origen converso. Sus oponentes acusaban a Isabel de Pedrola de esconder bienes muebles y joyas de oro y plata que en el testamento había correspondido a Sancho Sánchez de Pedrola.

Agustín de Pedrola, que se dice Sancho Sánchez de Pedrola, nieto de Tristán Ruiz de Molina y Catalina Suárez 

El pleito, que todavía seguía en 1544, se sustanciaría a favor de Isabel de Pedrola.

Catalina Suárez es hija de María de Alcaraz. El testamento de Catalina Suárez es de 23 de septiembre de 1528 y el testamento del comendador Tristán Ruiz de Molina de 14 de marzo de 1532, dejaban el quinto de sus bienes a Agustín de Pedrola (llamado Sancho Sánchez de Pedrola), criado y paje del marqués de Escalona

Bienes que, en un principio correspondieron a Sancho Sanchez de Pedrola, en sentencia conta Isabel de Pedrola, y correspondientes a bienes de su madre Catalina Suárez, heredados de la madre de esta (total 250000 maravedíes):

  • 160000 mrs. que se le dieron en casamiento a Catalina Suárez y llevó en dote, correspondiente al valor de la dehesa de los Palacios
  • 10000 maravedíes que doña Catalina fue mejorada en el testamento de su madre
  • 7000 maravedíes en plata que Catalina heredó de su madre en plata
  • 70000 maravedíes de su madre en joyas
  • Una viña, en los Llanos, término de Castillo de Garcimuñoz, 3000 mrs.
Catalina Suárez había llevado al matrimonio con Tristán Ruiz Molina
  • Dehesa de la Nava de los Aragoneses en Moya
  • Un solar que "está do San Juan que confina con San Lorencio"
  • Un brial de terciopelo carmesí valorado en 15000 maravedíes
  • Un brial de florentín verde con guarnición muy ancha de terciopelo, 4000 mrs.
  • Una sarta grande de granos de oro con grecas de aljófar, 10000 maravedíes. Sería enterrada con ella
  • Una alfombra de 3000 maravedíes
  • 70000 maravedíes en joyas
Bienes del comendador Tristán Ruiz de Molina
  • Casas principales en la plaza del Castillo: 101500 mrs y una cueva en los bajillos. Otras casas eran de la abuela María de Alcaraz, al lado de la ermita de San Lorenzo y Alonso Sánchez de Olivares con una huerta aneja, que se cerca con paredes altas; su valor 25000 mrs.
  • Dehesa de los Palacios y el Cuarto (es la de cuarta parte de la Nava de los Aragoneses que compra por 160000 mrs el comendador), por un valor 547633 mrs. que renta cerca de veinte mil maravedíes anuales. Sita en Moya, para la parte correspondiente al marqués de Moya
  • 3400 maravedíes de su escribanía
  • 17000 maravedíes de la renta de la yerba del año 1532 por cobrar
  • 9000 mrs. de la merced de los 18000 mrs. en cada un año
  • 8000 mrs. de la renta del pan y agua que se da a los comendadores del año 1532
  • 290 fanegas de trigo en Valtablado y 90 de camuña en el mismo lugar.
  • Un cebadal encima de la puerta de los Canales, cuatro ducados
  • Una viña en los Llanos
  • 1020 mrs. de un rentero en Valtablado
  • 916 mrs. de cierto ganado
  • 30192 mrs. de 296 fanegas de trigo
  • 2187 mrs. de 42 fanegas y diez celemines de centeno y cebada
  • Bienes muebles por valor de 36000 mrs, incluido el esclavo Antón que se tasó en 6000 mrs.
La herencia del comendador se valoró en 785547 mrs (254500 mrs corresponden a su esposa Catalina)

Bienes pertenecientes a la abuela María de Alcaraz: dehesa de la Nava de los Aragoneses en Moya
  • En el momento del morir en El Castillo de Garcimuñoz, María de Alcaraz dejó 8000 maravedíes de renta de la mencionada dehesa; previamente había dejado otros siete mil maravedíes de renta entre sus tres hijas: La mencionada Catalina Suárez, casada con el comendador Tristán Ruiz (2000 mrs.); la mujer de Diego Ruiz (2000 mrs), la mujer de Diego Cherino (2000 mrs) y mil mrs. más para una nieta de este último matrimonio. Los ocho mil maravedíes de renta anual de la abuela acabarían en Catalina Suárez como dote de casamiento, acrecentados en otros 160000 mrs.
Bienes cedidos por el comendador Tristán Ruiz de Molina en vida a su nieto Agustín de Pedrola, llamado Sancho Sánchez de Pedrola, en el momento que estaba como paje del marqués de Villena en su castillo de Escalona
  • Un caballo castaño
  • Corazas de brocado
  • Jaez de caballo
  • Caparazón de terciopelo negro
  • Tres pares de vestido, los unos de velarte guarnecidos de terciopelo negro, los otros de frisado, y los otros pardos
  • Un capuz valenciano con un capuz ancho de terciopelo
  • Armas de mallas y de otro tipo
Bienes cedidos en dote a Isabel de Pedrola por su padre Tristán Ruiz de Molina, con motivo del casamiento
  • La tercera parte de la dehesa que se llama cuarto de los Palacios en la Nava de los Aragoneses, con sus 2000 mrs. de renta anual, que están empeñados por su marido Rodrigo Pacheco por un censo de 47000 mrs.
Bienes dados por Andrés Jiménez a su hijo Tristán Ruiz de Molina cuando se casó con Catalina Suárez (año 1489?)
  • Un cofre, dos camisas, una cofia y un estuche 12500 mrs.
  • Una cadena, de cincuenta doblas, 17000 mrs
  • Unas manillas, que con otras que le dio Gonzalo Olivares (su suegro?), 3750 mrs.
  • Nueve varas de raso leonado para un brial, 4500 mrs.
  • 25 varas de terciopelo negro, 20700 mrs.
  • Una vara para un jubón, 1700 mrs.
  • Dos varas de terciopelo negro y 54 varas de damasco, 4625 mrs.
  • 4 varas de contray, 2480 mrs.
  • 10 varas de perpignan, 3300 mrs.
  • Dos forros para dos monjiles, 1500 mrs.
  • 28 varas de lienzo para dos briales, 700 mrs.
  • Tres pares de chapines, 450 mrs.
  • Tres pares de calzas de paño morado, 1500 mrs.
  • 10000 mrs. de mejora
  • Plata, 4150 mrs.
  • De deudas, 3000 mrs.
  • "Hubo este año de 83 de los de la Parrilla, 7000 mrs."
  • De los portadgos, 3000 mrs.
Desarrollo de los hechos

Hemos dicho que los conventos sanclementinos nacen entre discordias y disputas, por aquello de que Dios escribe con los renglones torcidos. El convento de clarisas surgió en 1523 del legado de un comerciante zamorano, Martín Ruiz de Villamediana, y el impulso de unas beatas, la Melchora y las toledanas, que se resistieron a someterse no se sabe bien si a orden monástica o a la monja que desde Villanueva de los Infantes se había desplazado a San Clemente para meterlas en vereda.
El caso es que entre tanta disputa la obra franciscana sanclementina andaba camino de la ruina y la desaparición, Hasta que llegó, en esas, Isabel de Pedrola. Sus padres, el comendador Tristán Ruiz de Molina y Catalina Suárez, le habían buscado un buen matrimonio, con Rodrigo Pacheco, dueño de la mitad de El Cañavate, hijo del alcaide de Belmonte y de María del Castillo, hija del alcaide de Alarcón. El matrimonio prometía y anunciaba un nuevo poder señorial en la zona, pero hemos de presuponer que el dicho Rodrigo era impotente, Ya había fracasado en su primer matrimonio con la hija del arcediano Gómez de Ballo, y ahora a la altura de 1526, de nuevo fracasó en su segundo matrimonio con Isabel de Pedrola. El matrimonio ni se hablaba ni cohabitaba: Rodrigo Pacheco andaba de flirteos con la muñoza o, es de temer, haciendo el primo entre los tejemanejes de esta moza y el señor de Buenache, e Isabel de Pedrola, que poco se asemeja a la imagen transmitida de beata y religiosa, en Granada, intentando quedarse con la herencia íntegra de su padre.
El padre de Isabel, el comendador Tristán, pasaba sus últimos días en Castillo de Garcimuñoz, viendo como sus proyectos familiares de futuro, que ya había diseñado su padre Andrés Jiménez, se venían abajo. Cuando en 1532 muere, su alma atormentada solo busca el descanso en la capilla familiar de Jesús, en la iglesia de San Juan Bautista. Nos tememos al comendador Tristán como hombre solitario en su hora final, se acuerda de sus criados y de su esclava, a los que deja un buen pellizco de la fortuna, para desazón de su hija Isabel de Pedrola. Aunque lo que molesta a Isabel es que un quinto de la fortuna familiar quedará para un sobrino suyo, llamado Agustín de Pedrola, aunque este prefiere llamarse Sancho. Francisco del Castillo, alcaide de Castillo de Garcimuñoz, alababa a estos criados: el servicio doméstico de María de Mendoza, el servicio como pajes y escuderos de Alonso de Belmonte y Hernando de Avilés, que criaban potros que costaban cinco mil maravedíes y que luego vendían por 35000 al marqués de Villena. Julián se convirtió en fiel servidor de sus señores en los momentos finales, llevando a cuestas al comendador cuando la enfermedad le acosaba y provocaba un mal hedor.
Agustín, o Sancho es hijo de Sancho Sánchez de Pedrola, el hijo fallecido de Tristán y Catalina. Hay otra hermana de Isabel, llamada Francisca. Francisca ha pasado desde joven al monasterio de comendadoras de Granada, fundado por Isabel la Católica, para colocar a las hijas de los caballeros de Santiago.
El abuelo, y la abuela, que falleció un poco antes, se acordaron del nieto Agustín. Demasiado, en opinión de Isabel de Pedrola, que no estaba dispuesta a renunciar el quinto de los bienes de sus padres. Esta Isabel de Pedrola debía ser una mujer de armas tomar, se quedó con la herencia de la esclava y de los criados de su padre y, luego, desplumaría a su sobrino. Para 1545, ya había acabado con ellos. Ahora nos falta saber qué pasó después y cómo la herencia de Tristán Ruiz de Molina acabó en la construcción del convento de clarisas de San Clemente



 personas más
La primera en sufrir la ira de Isabel de Pedrola fue la esclava María Suárez, ahora horra, que vio como salía en subasta las sartenes, asadores, manta y alfombra, que había recibido en herencia. Los bienes acabaron en manos de Isabel de Pedrola, lógicamente.

Los enemigos de Isabel alegaron que, por ser mujer, debía obtener licencia de su marido para actuar en pleitos. Pero todos reconocían que el matrimonio no hacía vida maridable y daban por hecho que doña Isabel de Pedrola se iba a defender por sí misma. No tenía Isabel muchos cargos de conciencia y se apresuró a pedir que los gastos de los entierros de su padre y madre se pagaran del quinto recibido por su sobrino. 

Entre los enemigos de Isabel de Pedrola se encontraban Pedro Piñán, Francisco del Castillo, alcaide de la fortaleza, o Luis de Arboleda.  Aunque quien más sabía del comendador era Juana la serrana que le había servido como criada, recordaba que Hernando de Avilés había pasado al servicio del comendador el año de la muerte de doña Ana de Cabrera, mujer de Alonso Sánchez de Olivares, o que Julianico lo había hecho el año de la mortandad (1523?), cuando la familia se había desplazado a la hoya de Valera. Isabel de Pedrola se negó a dar los dineros cedidos por su padre a sus criados, con la excusa que los había mantenido en vida y justificaciones peregrinas. Así, Julián o María de Mendoza habían cuidado al comendador en los tres últimos años de su vida, enfermo, pero Isabel decía que la tal María a veces se iba a casa de sus padres durante quince o veinte días o iba cuando quería a San Cristóbal y Nuestra Señora de la Concepción a escuchar misa. En el caso de Hernando de Avilés, decía que su manutención había costado cien ducados al comendador

Había otros problemas, la cesión testamentaria a Isabel de Pedrola del cuarto de la dehesa que dicen de los Aragoneses, quedaría anulada "si vos la dicha doña Isabel de Pidrola mi hija entraredes en rreligión e allí hizieredes profesión" (seis de noviembre de 1510, carta de legación de Catalina Suárez a favor de su hija Isabel de Pedrola, ante el escribano Diego de Peñafiel), 

Uno de los testimonios más fieles es el de Inés Jiménez de Pedrola, hermana del comendador Tristán, y casada con Pedro de Ayala. Tristán y Catalina habían tenido tres hijos: Sancho, Francisca e Isabel. Sancho Sánchez de Pedrola había fallecido en Italia, en la batalla de Rávena, el 11 de abril de 1512; diez años después había fallecido Francisca, monja en las comendadoras de Granada.




Testigos favorables a Isabel de Pedrola en 1533

Gonzalo Sánchez de Inestrosa, prior de Belmonte, arcipreste de Alarcón y canónigo de Cuenca. 75 años
Jerónimo de Inestrosa, 43 años
Inés Jiménez de Pedrola, mujer de Pedro de Ayala, 70 años, hermana del comendador
Luis de Arboleda, 45 años
Garci Hernández de Alcaraz, clérigo, 67 años, primo hermano de Isabel de Pedrola
Juan de Peralta, 57 años
Hernando de Pedrola, 40 años
Catalina de Ayora, mujer de Cañizares, 50 años

Testamento de Tristán Ruiz de Molina, 

Son dos los comendadores de la orden de Santiago que las Relaciones Topográficas declaran como vecinos de Castillo de Garcimuñoz. Uno de ellos es Tristán Ruiz de Molina, que otorgará su testamento un miércoles once de septiembre de 1532 y se protocolizará un lunes 16 de septiembre de 1532.
Su testamento, más allá de las últimas voluntades, es la de un hombre atormentado en su hora final. Son cláusulas quizás normales y reiterativas, pero expresadas con un lenguaje y sentimiento propio.
El hombre caído por el pecado original de Adán y condenado a la muerte: "acatando que después del pecado de nuestros primeros padres todo hombre es obligado a la muerte y ninguno se puede escapar como no ay cosa más çierta que la muerte ni más ynçierta que la ora della"
La futilidad de la vida temporal: "El tienpo en el que el cuerpo apartado del ánima podra obrar cosa alguna que meritoria sea"
La más común intercesión como abogada de la virgen ante su hijo Jesucristo.
Jesucristo como redentor por su sacrificio y dar su sangre en la Cruz y al que se encomienda para salvar el alma de un hombre que se tiene por sí mismo como un pecador irremediable y condenado de antemano, más allá de sus actos aquí en la tierra, en una visión profundamente pesimista de la naturaleza humana: "mis grandes pecados e defetos que en mi ay, por lo quales a su Majestad ofendí como hijo desobidiente quiera conmigo usar de sus acostunbradas misericordia y piedad coo hizo con Santa María Madalena a la que remitió todos sus pecados"
Referencia a la virgen, como inmaculada y ejemplo de salvación: encomiendo mi ánima a la gloriosa virgen sin manzilla su gloriosa madre a la qual yo sienpre tuve e agora con mayor ervor de devicón tengo por espeçial señora y abogada".
Búsqueda de protección de la virgen: "quiera rresçibir mi ánima quando de mi cuerpo saliere so la sonbra de sus alas"
Temor por el juicio final: "delante del trono e acatamiento de su preçioso hijo"
Búsqueda, como hombre indigno, de la intercesión del apóstol Santiago y de los padres de la Iglesia: a los doctores San Agustín y San Agustín, luz y decano de la Iglesia, al padre devoto San Francisco y al arcángel San Miguel.
Persistencia de fórmulas medievales: "y no me dexe más estar en este valle de lágrimas y tiniebras". Pero de nuevo, imagen pesimista del hombre: "su siervo sin provecho"

Disposiciones

Manda ser enterrado en la capilla fundada por el padre de su esposa, Andrés Jiménez, capilla llamada de Jesús, en la iglesia de San Juan Bautista.
Las consabidas misas y otras con monjes de San Agustín
Memoria perpetua en su capilla, 1300 maravedíes de censo sobre las casas en las que vive y 26000 mrs. más para pago del cabildo de clérigos de San Juan por las misas que han de decir
Manda dar a la fábrica de la iglesia de San Juan un real, y a los otros santuarios, un cuartillo de plata a cada uno.
A Mari Juárez (o Suárez), que le ha servido durante cuarenta años y a la que hace horra, ante el escribano Gregorio de Origuela, una cama de ropa, y tres mil maravedíes a sumar a los otros tres mil maravedíes dados con motivo de su libertad. Y treinta fanegas de trigo en Valtablado, Además, por un codicilo recibe una manta valencia y una alfombra
A un pastor de la Almarcha, que ahora vive en Valera de Yuso, 400 mrs. por las fallas que hizo
Para su hija y de su mujer, llamada Francisca, que la reina Católica mando recibir en el monasterio de Santiago de la Madre de Dios con otras comendadoras, 60000 mrs. para la dicha casa. Dicho convento fue fundado en 1501 por Isabel la Católica con los bienes de la madre de Boabdil, para recibir a las hijas de los comendadores de la orden de Santiago
A su criado Alonso de Belmonte, quince mil maravedíes, que ya le prometió con motivo de su desposorio y no se le pidan cuentas como mayordomo de su hacienda
A su criado Hernando de Avilés, quince mil maravedíes
A su criada, María, hija de Pedro de Moraga, vecina de Valtablado, 4000 mrs, para su ayuda y casamiento
Se paguen a Pedro de Tamayo, 5000 mrs. que le prestó
A Pedro de Mendoza lo que se le debiere, pues ha tenido algún tiempo su persona y bienes
A su criado Julianico, hijo de Gonzalo de Belmonte, 10000 mrs.
A Juan de Cotillas, dos mil maravedíes
Encomienda a su hija isabel de Perola a su sobrino Pedrola y sus hijos
A María de Mendoza, hija de Alonso de Belmonte, 10000 mrs.
Deja como heredera universal de todos sus bienes a Isabel de Pedrola
Como cabezaleros testamentarios: Isabel de Pedrola, al clérigo Alonso de Araque
Testigos: Pedro de Piñán, el bachiller Pallarés, Juan Alvarez de Herriega, Juan del Pozo el mozo, Francisco del Castillo tejedor, vecinos del Castillo. Escribano, Gonzalo de la Rambla

Testamento de Catalina Suárez de 22 de mayo de 1514

"En el nombre de dios padre hijo e espíritu santo tres personas un solo dios verdadero y de la bienaventurada virgen María por quanto el derecho y buena rrazón todo buen cristiano y fiel es tenido de hazer conosçimiento a su Dios trino e uno que lo crío e hizo denonada a su ymagen y semejança y señaladamente por otros benefiçios e graçias que de él rresçibió que es para aver la primera que el hizo y creó en este mundo a su ymagen y semejança la segunda porque le dio seso y entendimiento para le conosçer y amar y loar porque bien obrando es para aver salvaçión en la su gloria e acatando que toda persona viva en carne es obligada a la muerte y della no se puede fallesçer"

Se hace llamar Catalina Jiménez en el testamento
Sea su cuerpo enterrado en la capilla de Santiago de la iglesia de San Juan del Castillo de Garcimuñoz (su marido será enterrado en la capilla de Jesús), donde está enterrada su madre Inés de Alcaraz, " e los clérigos de la dicha yglesia del señor San Juan y los frayles del monesterio del señor Santo Agustín de la dicha villa vengan con la cruz a llevar mi cuerpo e que me entierren en el ábito del señor San Francisco y que para el dicho mi enterramiento se hagan nueve çirios e dos hachas para acompañar la cruz e que en otra semejante mi señor y rredentor Ihesuchristo fue puesto y crusçificado y los nueve cirios acompañen mi cuerpo en rreverençia de santo gozo que nuestra señora rresçibió quando se vido madre de Dios"
Deja las misas acostumbradas y añal de pan y vino para su aniversario. Destaca una misa cada miércoles en la capilla de Santiago de la iglesia de San Juan a pagar de las rentas de la dehesa de los Aragoneses y catorce misas en la capilla de los Remedios del monasterio de San Agustín, en honor de la virgen cuando se vio madre de Dios y en honor de la quinta angustia que la virgen sintió cuando recibió el cuerpo de Jesús, y otra misa en dicha capilla para el día de la visitación, deja dinero para mantener la lámpara de aceite de la dicha capilla
Limosnas para la fábrica de San Juan, las cuatro casas del señor San Lázaro del obispado de Cuenca y las ermitas del Castillo
Deja una cantidad para que se siga manteniendo una procesión de la que se declara devota: el cuerpo de nuestro redentor Jesucristo era sacado una vez al año de la iglesia de San Juan Bautista para visitar enfermos. También se dejan 150 mrs. para pagar a aquel que tañe cada noche la campanilla de las ánimas del Purgatorio. Deja pagadas misas para sacar las ánimas del purgatorio en la capilla del señor Santiago y en la capilla de Jesús, que dice hizo su padre Andrés Jiménez (al que tenemos por tal y no de su marido, de hecho, en el testamento se hace llamar Catalina Jiménez)
Deja a Tristán Ruiz de Molina el quinto de sus bienes y como heredera de todo los demás a su hija Isabel de Pedrola
Juana, su criada del Almarcha, recibe unas faldillas blancas
A Juana de Mendoza una losa de Contrai
A María Suárez, su esclava, ahora horra, una cama de ropa

Codicilo de 23 de mayo de 1514

La dote matrimonial de Catalina Suárez que dio a su marido el comendador (160000 mrs. correspondientes a la cuarta parte de la dehesa de los Aragoneses) ha de pasar a la muerte de este a su hija Isabel de Pedrola
Junto a Isabel de Pedrola (que por esas fechas ya está casada con Rodrigo Pacheco) se deja como heredera universal a Francisca, hermana de la anterior y monja en las comendadoras de Granada, reservando para la primer el tercio y quinto de mejora de la herencia
Se funda una capellanía dotada con 20000 mrs.

Codicilo de 23 de septiembre de 1528

Deja a Agustín de Pedrola, su nieto el quinto de sus bienes. Hemos de deducir que este Agustín es hijo de un hijo fallecido del matrimonio de Catalina con Tristán, llamado Sancho Sánchez de Pedrola. Declara que sus señores son Andrés Jiménez de Pedrola y Violante Olivares. Sus padres serían Inés de Alcaraz y ...

GENEALOGÍA
Andrés Jiménez de Pedrola y Violante Olivares, padres del comendador Tristán Ruiz de Molina
... e María de Alcaraz, padres de Catalina Suarez

Inventario de bienes del comendador Tristán Ruiz de Molina en el momento de su muerte:

  • Unas casas principales en Castillo de Garcimuñoz en la plaza, surco de Diego Vázquez, Juan de Monteagudo, hortelano y Hernán González Cañizares, cargada con 1300 mrs. de censo a favor del cabildo de la iglesia de San Juan Bautista, para unas misas para sus padres Andrés Jiménez de Pedrola y Violante Olivares, en la capilla de Jesús. Las casas se tasaron en 100000 maravedíes y contaban con una cueva con cuatro tinajas grandes y dos pequeñas.
  • Un esclavo que se dice Antón de color negro
  • Una jaca de color castaño. Antes Sancho Sánchez de Pedrola recibe un caballo morcillo valorado en 50 ducados.
  • Chamarras, capuces, bonetes, pantuflas, guarnición de mulas, gualdrapas, espuelas, arboledas, arcas, sargas, mantas valencianas, cueros, sillas, manteles, sábanas, paños, almohadas, sábanas, maseras, cueros de vino, tinajas, calderos, sartenes, bacinas, asadores, trebedesas, parrillas, badiles, cucharas, azadas, pesos, arreles, quitara, portacartas, almofrez, mesas, colchones, escribanía (con tres mil cuatrocientos mrs), candeleros, candiles, torno, arneses, testeras, platos, cubiertos, ballestas (el valor de una ballesta es de tres ducados), armatoste de ballesta, bancos, camas, lanza de hierro, cuchillos y tenedores, martillos, tenazas, látigos, piezas de vidrio, dos gallos, seis gallinas, capacho, 17000 mrs. de la renta del cuarto de los Palacios, 1800 mrs. de un labramiento de la Orden, 9000 maravedíes de los 18000 que tiene de merced real sobre las rentas reales, otros 9000 mrs. de pan y agua de la renta de dehesas, otros 13000 mrs de otra renta.
Estos bienes se venden en almoneda un cinco de febrero de 1533, entre ellos el esclavo por seis mil y sesenta y ocho maravedíes y la jaca en tres mil maravedíes, tres cabras, 480 mrs, una tinaja, un real; seis gallinas, cinco reales y dos gallos, real y medio. Un cordero apenas si llegaba a los 30 reales


CABILDO DE LA IGLESIA DE SAN JUAN BAUTISTA del CASTILLO DE GARCIMUÑOZ

Se reunía en la capilla de Santiago (que era de la familia Alcaraz). Una composición de ese cabildo nos ha quedado para el año 1528, 17 de octubre. Un abad, un prior o cura propietario de la iglesia y cinco capellanes. Gregorio de Alcaraz, abad mayor, Sancho de Quintana, prior y cura del cabildo, Garci Hernández de Alcaraz, Hernando de Belmonte, Ambrosio Hernández de la Cañada, García Hernandez de Vera y Diego de Belmonte, todos capellanes intitulados en esa iglesia. Es de presuponer que el cargo de abad mayor quedara reservado a la familia conversa de los Alcaraz, que tenía por capilla propia y lugar de enterramiento la capilla de Santiago.

ACHGR, 10873-3

lunes, 7 de noviembre de 2022

Conferencia pronunciada el 29 de octubre de 2022 en la iglesia de Nuestra Señora de Gracia

 Buenas noches,

Hoy en esta iglesia de Nuestra Señora de Gracia me viene a la memoria un viaje con mi mujer hace años a Praga. Visitamos entonces la iglesia de Belén, de la que poco queda de su original y en su estado actual reconstruida en la época comunista, pero el sentimiento al pasar a su interior es que estamos en un espacio creado para la evangelización y predicación. Ese mismo sentimiento es el que hoy tengo en esta iglesia franciscana de Santa María de Gracia. Aunque presuntuoso me atrevería a establecer un parangón entre la Praga de principios del siglo XV, donde Jan Hus predicaba sus doctrinas, y el San Clemente de inicios del mil quinientos, donde un niño llamado Constantino de la Fuente, luego el más grande de los predicadores, aprendía la oratoria de los frailes franciscanos observantes. Hoy, quiero hacer un recorrido por la historia de San Clemente, comenzando en 1586, para retroceder a 1439, y detenerme en el año 1503, fecha nodal en la que San Clemente se hizo como comunidad y adquirió una identidad indeleble.

El veinte de noviembre de 1586 es el año y el día que se establece el corregimiento de las 17 villas, con capital en San Clemente. Ese año, la iglesia de Santiago ya está levantada, un nuevo ayuntamiento se eleva sobre el viejo edificio que viene de la década de 1490, el edificio del pósito está recién acabado bajo los auspicios de mosén Rubí de Bracamonte, último gobernador del marquesado de Villena y con fama de masón o al menos es lo que nos dicen los símbolos familiares de su capilla de enterramiento en Ávila. No están los grandes palacios barrocos, pero las familias pudientes ya levantan sus casas de ricos, con fachadas adinteladas entre grandes sillares y patios interiores para diferenciarse socialmente del común y de sus casas de tapial.

Ese año de 1586 es el comienzo del esplendor de San Clemente, que inicia su camino como capital  política y fiscal. El San Clemente que hoy conocemos es el de los grandes espacios públicos y sus monumentos, capital antaño de un distrito político que reunía todo el sur de Cuenca, desde Las Mesas a Minglanilla, y también capital fiscal de un amplio territorio, legado del marquesado de Villena, y que se extendía por Albacete, Chinchilla, Almansa o Hellín hasta Yecla, Sax o Villena, y en algún momento Requena y Utiel.

Aquellos hombres de 1586, no obstante, no estaban orgullosos de nada. Habían adecentado el pueblo, pero eran conscientes de sus deudas con sus abuelos. Cuando describían su pueblo en las Relaciones Topográficas de 1575, destacaban por encima de todo sus conventos franciscanos, símbolo de una auténtica época gloriosa ya pasada, en la que, según se decía, la villa tuvo más población y posibilidades entre las gentes que vivían en aquel tiempo. Se equivocaban, pero los hombres de 1586 recordaban acomplejados a sus abuelos de 1500.

Aquellos hombres de 1500 habían creado una comunidad nueva, transformando la vieja villa de doscientos vecinos o casas en un pueblo recio de mil vecinos, tan solo en el espacio de una única generación. Se trataba de gentes heterogéneas, venidas de toda España, con una religión que les proporcionaba un mundo y un universo comunes de ideas, un lenguaje y un pensamiento que daba unidad a la diversidad de sus procedencias y creencias. Fue ese lenguaje común, nacido de la Biblia, no en vano era el único que conocían, el que les predestinó en un proyecto común: levantar una iglesia, la iglesia de Nuestra Señora de Gracia. Ese año de 1503, cuando se levanta una nueva iglesia, San Clemente se hizo como comunidad: como comunidad civil y como comunidad religiosa. Su nacimiento como comunidad, como tantos otros pueblos, está envuelto en la leyenda de un personaje mítico: Clemén Pérez de Rus, pero su hacimiento, en bella expresión del siglo XVI, como comunidad ocurre hacia 1500. Los sanclementinos de entonces, llegados de toda España, pusieron su voluntad y trabajo para levantar la nueva comunidad, aunque el elemento catalizador que lo hizo posible fueron unos pocos frailes franciscanos llegados al pueblo sin nada, como sin nada llegaron la mayoría de los nuevos sanclementinos. Una máxima de San Pablo: Nihil habentes et omnia possidentes, los que no tienen nada y lo poseen todo, unas palabras muy apegadas a los franciscanos y una expresión que define al San Clemente y sus vecinos de 1503.

Si hemos de elegir una fecha de nacimiento de San Clemente para la Historia de España ese año es el año 1439. Los sanclementinos se reunían en concejo junto a su iglesia, la de Santiago, y más probablemente en el camposanto anejo donde reposaban sus antepasados. Ese año comenzaron a dejar huella escrita de lo que trataban y hablaban en actas municipales. Las pocas más de un centenar de familias  sanclementinas fueron conscientes que debían dejar testimonio de su pasado. La Historia de España se les impuso, el corregidor González del Castillo levantaba la conocida Torre Vieja, mientras que el doctor Pedro González del Castillo levantaba el castillo de Santiago de la Torre. Una familia, los González del Castillo, que parecía iba a dominar toda la región, dadas sus buenas relaciones con don Álvaro de Luna. Los cambios de la fortuna relegaron a esta familia y en 1445 San Clemente cae bajo el dominio del hombre ascendente en la política castellana, don Juan Pacheco, maestre de Santiago y marqués de Villena. San Clemente nace como un “estado”, demasiado territorio para tan poca aldea de ciento treinta familias. Decimos estado, pues responde a la visión geopolítica de don Juan Pacheco y al hecho consciente de fortalecimiento de algunos núcleos, entre ellos, Villarejo de Fuentes o San Clemente, al que se dota de cuatro aldeas. El sueño quedó en nada, pues el gran desarrollo de Castillo de Garcimuñoz en el siglo XV convirtió a la nueva villa de San Clemente, con título desde diciembre de 1445, en pueblo dependiente de la fortaleza. Pero en estos años el alma de San Clemente cambió: los Pacheco definían a San Clemente como pueblo de pocas casas y muchas rosas, tal vez porque San Clemente fue lugar preferido de descanso de la mujer de don Juan Pacheco, doña María Portocarrero: aquí residía con sus hijos, en especial, el pequeño Juan. Con los Pacheco llegaron nuevas gentes y el alma de San Clemente se hizo dual. Aquel pequeño pueblo de campesinos y pastores vio cómo se asentaban los criados de don Juan Pacheco: paniaguados de hoy e hidalgos y grandes apellidos del día de mañana. Se les recompensó con grandes extensiones de tierra, en Villar de Cantos, y, en especial, uno de ellos fue muy favorecido: hablamos de Fernando del Castillo, alcaide luego de Alarcón, que recibió tierras en Perona y molinos en La Losa. El alcaide de Alarcón sería el hombre más rico y poderoso de la Mancha conquense, trescientos pares de mulas tenía; a sí mismo se llamaba el mayor de los diablos de este mundo, pues reconocía que no había familia a la que no hubiese hecho algún mal. Sus aliados, reconociendo su maquiavelismo, le llamaban el sabio; sus enemigos, sencillamente, lo conocían por el puto judío.  Al fin y al cabo, nadie sabía de su padre, que pasaba por un judío de Castillo de Garcimuñoz que vendía aceite, y todos sabían de su madre, cuyos huesos fueron desenterrados de la capilla de Santa Catalina del convento de San Agustín de Castillo de Garcimuñoz para ser quemados por practicar la fe judía. Recalcamos a este hombre, pues su hijo Alonso del Castillo y Toledo fue el fundador de la iglesia y convento que hoy nos acoge.

Además de los criados de don Juan Pacheco, a San Clemente llegaron otras gentes, de tierras de Belmonte, como la Rubia, criada de los marqueses, y gracias a cuyos testimonios conocemos muchas de las cosas que hasta aquí les hemos contado, y, de tierras de Castillo de Garcimuñoz, en 1455, llega la familia Origüela, con Pedro Sánchez de Origüela, y su mujer, y sus cuñados, los Rodríguez, es el embrión del San Clemente con fama de judío, establecido en el Arrabal, y que infectará, la expresión es de un vecino del siglo XVII, la sangre de todo el pueblo de San Clemente. Ese San Clemente tradicional y cristiano viejo, apegado a la libertad que da el terruño, tendrá que convivir con ese otro San Clemente del arrabal, ajeno a la tradición, de cuya fe se duda y de cuya naturaleza de bien nacidos también. Ambos mundos chocan en la guerra del Marquesado en 1476-1480, agitado el San Clemente tradicional por ese removedor de pueblos que fue Juan López Rosillo. Hasta hubo complot contra los judaizantes del pueblo al grito de que no queden mamantes ni piantes. La guerra la ganó Isabel la Católica, pero si en villas como Villanueva de la Jara ya no hubo lugar para hidalgos y conversos, villa enemiga de hidalgos se autodenominará; en San Clemente es difícil saber quién ganó la guerra, pues viejos criados del marqués, como García Pallarés, el del bello sepulcro de la iglesia de Santiago, o Lope Rodríguez, con oficio real, se paseaban orgullosos por el pueblo. De hecho, las disputas continuaron acabada la guerra y hasta la próxima guerra de Granada, intervención de la Inquisición incluida, pero a pesar de los procesos inquiistoriales, los cristianos nuevos de San Clemente aguantaron y con la expulsión de los judíos de 1492 buscaron una sinceridad religiosa que les posibilitara su integración en la comunidad. San Clemente, a pesar de todo, seguía siendo un lugar de pocas casas y muchas rosas, apacible para la vida. Valga como ejemplo, Don Jorge Manrique, el poeta, en los cuatro meses que estuvo en esta tierra, a comienzos de 1479, rehuyendo de la guerra se refugiaba en San Clemente. Dos testimonios directos tenemos de la presencia de Jorge Manrique en San Clemente, al que imaginamos como un melancólico poeta, que escribía sus últimas estrofas en esta villa, y no el capitán de guerra que fue por obligación.

Es así como llegamos al sueño que vivió San Clemente. Un sueño materializado por una generación que tuvo que rehacer sus vidas tras la guerra de Granada, en el periodo tan desconocido como fascinante, que va del año 1492 a los años previos a las Comunidades de Castilla en 1520. Acabada la guerra de Granada, los hombres vuelven a sus casas, pero la guerra ha provocado tales desplazamientos que los hombres están desarraigados, muchos no vuelven y buscan nuevos hogares. Uno de estos hombres, relacionado directamente con este convento, es Alonso del Castillo y Toledo, vuelto de Granada, busca casa en San Clemente. En 1493 se instala en la llamada calle de las Almenas, junto a la Torre Vieja, donde edifica su casa familiar. No llega con las manos vacías, su padre le ha legado amplias extensiones de tierras en El Cañavate, Perona, los molinos en La Losa y los censos o préstamos concedidos  a los campesinos en Villanueva de la Jara. Sería falso decir que su llegada es una novedad, se le recibe con recelo, su padre, el alcaide de Alarcón, es odiado, y su hijo Alonso ha recibido sangre judía por los cuatro costados: nada se sabe de su abuelo, un judío seguramente, su abuela, Violante González, la Blanquilla, es condenada por la Inquisición en 1491, sus huesos desenterrados y quemados; su madre es Juana Toledo, hija del llamado doctor Franco, cristiano nuevo y contador mayor del rey Juan II. La mujer de Alonso del Castillo, María de Inestrosa, da el buen nombre a la familia, es hija de Alonso Sánchez de Inestrosa, comendador de Santiago y señor de Valera de Yuso, tal vez los dos lobos superpuestos que se intuyen en una de las ménsulas del ochavo de esta iglesia sean de la familia Inestrosa. La suegra de Alonso del Castillo es Inés de Alcaraz, con ascendencia judía y condenas inquisitoriales en la familia y de la que se decía que embarazada se había refugiado en el hogar familiar de Castillo de Garcimuñoz y evitaba pasar a la iglesia de San Juan Bautista con la excusa de que no podía subir los escalones que daban acceso al templo, dado su estado de gestación.

Es en esos años de la década de 1490, cuando se plantan viñas nuevas, por los testimonios que nos han quedado del pueblo vecino de El Provencio. Con los nuevos cultivos, nuevas oportunidades y nuevos recién llegados: muchos son anónimos, otros no tanto, pero todos ellos ven en San Clemente una tierra de oportunidades. Destacamos a dos familias que llegan con los comienzos del siglo, andan vendiendo paños por la Mancha y son de Tierra de Campos: Martín Ruiz de Villamediana, que luego funda el convento de clarisas, y los de la Fuente, sus criados en un negocio de paños que tiene su centro en tierras vallisoletanas y zamoranas, pero cuyos tentáculos se extienden al vecino Reino de Portugal. El caso es que Ruiz de Villamediana y los de la Fuente se quedan en San Clemente en 1502, después de unos años de venta ambulante, casi con seguridad aprovechando las franquicias del mercado de los jueves.  Llegan con sus familias, los de la Fuente con su madre ciega, Martín Ruiz de Villamediana con su mujer e hijo pequeño a cuestas. Se quedan y ponen tienda, porque ven en San Clemente un pueblo prometedor. Es solo el inicio, tiendas y más tiendas; San Clemente es mediado el siglo XVI un pueblo de tiendas: al calor de los llegados de Tierra de Campos, otros sanclementinos, muchos de ellos cristianos nuevos, imitan su ejemplo, luego en 1570, los moriscos, hábiles en oficios, ponen tienda al lado de sus talleres y, por fin, llegado el siglo XVII, llegan los judíos portugueses que introducen a San Clemente en la economía mundo con centros en Lisboa y Holanda.

El camino de estos comerciantes lo recorren otros hombres con un mismo destino: San Clemente. Y allí donde hay comerciantes, siguen sus huellas los frailes franciscanos. Estos frailes viven de la tradición de su fundador San Francisco de Asís: se sienten a gusto en la calle y entre el pueblo. Se cuenta que a San Francisco de Asís le gustaba pasear por la ciudad y al volver al convento solía decir a uno de sus discípulos: ya hemos predicado. Los franciscanos gustarán de esta predicación entre el bullicio de las tiendas del mercado de los jueves, o en el momento de la recogida de la cosecha, cuando reciben la llamada limosna del pan. Andan más sueltos que en las obligadas predicaciones de Cuaresma o Adviento, donde compiten con los dominicos llegados desde Villaescusa.

Pero volvamos a 1503, año de la instalación en el pueblo de los franciscanos. Se dice que la fundación del convento es el legado de una bula papal de 1446, del papa Eugenio IV, que daba licencia para la fundación de quince conventos en España, cinco en Castilla. Esa afirmación puede valer para Belmonte o Villanueva de los Infantes, aquí en San Clemente el franciscanismo nace por dos razones: una profunda, los franciscanos saben que llegan a un pueblo en crecimiento y necesitado de evangelización; otra accidental, la familia Castillo debe arreglar sus asuntos con la Iglesia. El alcaide de Alarcón ha sido condenado en 1499 por acoger judíos de Ciudad Real en el castillo de Alarcón; es condenado por la Inquisición y cumple su condena haciendo penitencia en el convento franciscano de Belmonte. Los Castillo buscan esa profesión de fe que se les niega donando sus cosechas para mantenimiento de los conventos de la custodia franciscana. Alonso del Castillo y Toledo asume la política de su padre, el alcaide, de buenas relaciones con el franciscanismo, aunque no puede esconder su alma tacaña. Ya no solo con sus chantajes al pueblo de San Clemente al que cede 560 fanegas de trigo para su alimentación a cambio de que no construyan nuevos molinos que compitan con los suyos de la Losa, también porque su cicatería llega a la misma fundación del convento: cede a los frailes un espacio reducido e inhabitable de cuatro paredes, el conventico del que nos habla el cronista de la tradición franciscana.

Ese legado será visto por los sanclementinos como ofensa a unos frailes que se están ganando el apoyo de sus vecinos, viéndose obligado el concejo de San Clemente a ceder terrenos, suyos propios y aledaños, a los frailes. Aunque no se entiende nada si no pensamos en aquellos años que van de 1504 a 1508, momento de los primeros balbuceos del convento, años de sufrimiento para el pueblo de San Clemente y años de solidaridad desprendida de los unos frailes recién llegados. Son años malos, así quedan en la memoria de los hombres: malas cosechas, hambres, y, llegado el año 1508, la peste; una de las peores pestes que ha sufrido Castilla. 1503, 1504 y 1505 fueron años que se arruinaron las cosechas y 1506 el año que las lluvias excesivas arruinaron las yerbas y los ganados. Las familias, nos lo cuenta el cronista de la época, andaban con sus hijos a cuestas deambulando por los caminos exhaustos y hambrientos. Los años siguientes son penosos hasta que llega la peste de 1508 y las comunidades se juegan su propia existencia. En aquellos tiempos, en los pueblos el símbolo de continuidad de una comunidad era la lámpara de aceite encendida delante del Santísimo Sacramento. Había miedo, si la lámpara se apagaba se acababa la existencia de la comunidad. En este clima apocalíptico, todo cambió de repente y algo lo hizo posible. Ese posible fue el espíritu de solidaridad que infundieron los frailes al resto de vecinos con un mensaje de esperanza. De nuevo, el nihil tenentes et omnia possidentes. Los que nada tenían y se amparaban en un mensaje franciscano de salvación; los que nada tenían y se aferraban a la esperanza que la comunidad y pueblo de San Clemente tenía una continuidad en el tiempo, que le había hecho superar todas calamidades. En esos tiempos de dureza, la solidaridad de gentes diferentes, guiadas por el mensaje de unos frailes que han vuelto al mensaje primitivo del Evangelio, acaba con las suspicacias de antaño. El alma dual de los sanclementinos que les persigue en el tiempo deviene en alma colectiva que fija la identidad de todo un pueblo. Y llega el milagro: la gente deja de comer pan, siembra el poco trigo que tiene con la esperanza de una buena cosecha, que llega en abundancia nunca vista en el verano de 1508. Es ahora cuando el pequeño conventico, una casa maltrecha, es el objeto de las miradas de los sanclementinos, que, en agradecimiento, deciden levantar una iglesia y un gran convento.

Alonso del Castillo y Toledo es el protagonista. Él, que se ha malgastado parte de su hacienda en un sastre para recibir a Felipe el Hermoso y la Reina Juana, y él, que se ha refugiado en Vara de Rey, mientras sus vecinos padecían la peste. Alonso del Castillo sabe, sin duda de la construcción de San Juan de Reyes unos años antes en Toledo, una renuncia del franciscanismo a la mayor gloria de los reyes y debe pensar en levantar un convento franciscano como desafío a un pueblo que le odia y ensalzamiento de sí mismo. Por su cabeza debió pasar el imitar el convento franciscano de Cuenca. Allí, y por las vistas de Wyngaerde que nos han quedado de la ciudad, una torre poligonal cerrada domina la nave del convento; la torre era la capilla de la familia de los Gibaja o Madrid, antecesores de los marqueses de Moya. Es probable que Alonso del Castillo y Toledo pensara en un ochavo cerrado como capilla familiar de enterramiento y en su propia torre, pero el conflicto surgió enseguida. Si Alonso del Castillo y Toledo había puesto la primera casa y terreno, el templo que se edificaba lo hacía con las limosnas de los sanclementinos, que pidieron que el patronazgo sobre la iglesia fuese compartido. Se habla de una concordia el día de la Inmaculada de 1515: el ochavo de esquina a esquina para don Alonso del Castillo; el resto del convento para los sanclementinos, con derecho, al igual que don Alonso, a enterramientos en el resto del templo. La planta del templo, sin embargo, nos habla en su dibujo de las disputas entre don Alonso y el pueblo sanclementino y de la ingeniosa solución para hacer de la iglesia una iglesia de todos. El altar mayor en su medio ochavo aparece violentamente sesgado transversalmente por un transepto de poco desarrollo, antes de dar paso a la nave longitudinal y única. Si bien, lo que es intención de ruptura da lugar a unidad e integración bajo el signo de la TAU. La Tau es el signo de los elegidos para la salvación, es lo que dibujaron los judíos con la sangre de sus animales sacrificados en las jambas y dintel de las puertas de sus viviendas en Egipto para salvar a sus primogénitos y será adoptada por San Antonio abad y los cristianos, y en especial por San Francisco de Asís, representada en la letra T mayúscula. La Tau nos aparece, ya muy desgastada, en un pequeño escudo a la entrada de la iglesia sobre una columna, y la Tau la adivinamos en la planta del transepto y los dos tramos más próximos de la nave única. Es el espacio para la iglesia de los laicos, para la comunidad nacida y hecha en los comienzos del mil quinientos, y es el elemento que vale de nexo a la unión para el resto de la iglesia: uniendo el lugar sagrado del altar mayor o presbiterio y el coro alto, donde están los frailes en un plano superior, a la entrada, mientras a sus pies están los fieles laicos y, en un segundo plano, en los laterales están las capillas de enterramiento familiar de los sanclementinos. La Tau es el elemento que da unidad a la ecclesia de los laicos y la ecclesia de los religiosos. La Tau es el elemento de unión entre las nacientes comunidades de laicos y de religiosos, integradas en una única comunidad. San Clemente durante unos años vive un sueño hecho realidad, las palabras dominantes en el lenguaje son las de universidad y comunidad. Decenas de personas huyen de sus pueblos de señorío: de Minaya, El Provencio, Santa María del Campo o El Castillo, para refugiarse en San Clemente, como si fuera la Tierra prometida o la Jerusalén celeste aquí en la Tierra. La imagen de esa libertad es la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, que en su entrada y en una leyenda ya casi ilegible recuerda el valor del sacrificio para alcanzar la salvación: en su cuerpo renovó los estigmas de la pasión. Es tal la ilusión de los hombres que hasta intentan fundar un pueblo nuevo el año 1510, entre El Provencio y San Clemente y una vez más, comienzan el pueblo, construyendo una iglesia. Lo llamarán Villanueva de la Reina, en honor de la reina Juana la Loca. ¡Cuánto le deben los sanclementinos a esta Reina, y cómo se ha olvidado la devoción que tenían por ella! El proyecto de Villanueva de la Reina fracasa por unas minorías asustadas, pero el sueño milenarista de aquellos hombres de fundar nuevas Jerusalén y nuevos espacios de libertad, no. Ni los procesos inquisitoriales de 1517 consiguen romper ese sueño; en el otoño de 1520, cuando San Clemente vive sus Comunidades, las alteraciones están imbuidas de milenarismo: se destituye a las autoridades y se elige una junta, encabezada por un capitán y con doce representantes, en una referencia a Jesucristo y sus doce apóstoles que no es necesario explicar.

San Clemente, cuya historia es una dualidad entre la integración guiada por una identidad común y los impulsos que arrastran a su disgregación, siempre ha estado tentado de deshacerse hasta llegar a su destrucción. Pero en el año 1503, el franciscanismo da al pueblo un lenguaje de dignidad y libertad, lo expresa bien Juan de León, emparentado con los León de Belmonte, un hombre errante, pues como descendiente de judío se le rechaza en todas partes, y que ha debido escuchar las palabras de los franciscanos belmonteños: el que no es negado a Dios no sea negado a las gentes. Un lenguaje, en la mente de sus enemigos, que se puede deslizar a la arrogancia del hombre que se siente como un Dios y desea comer del árbol de la ciencia: lo que no es negado a Dios no sea negado al mundo. Pero en ese año de 1503, los sanclementinos aun creyéndose dioses saben que son hombres.

El pensamiento individual da lugar a una cosmovisión colectiva. La nueva comunidad ha de tener nuevos espacios y un nuevo pueblo. Los franciscanos tienen su concepción de ciudad, su urbanismo ha de responder a principios cristianos. Los expresará bien el franciscano Francesc de Eiximenis y su concepto ideal de ciudad; esa concepción se la apropian los sanclementinos para levantar un nuevo pueblo. Hacia 1500, San Clemente es un pueblo feo, un lugar desarreglado. No existían los espacios públicos, junto a la iglesia estaba el camposanto y enfrente se ubicaban las carnicerías donde se degollaban las reses en un tufo maloliente; mesones, tiendas de abasto de pescado o carne se mezclaban con las mesas de los escribanos donde redactaban los protocolos; la iluminación no existía y hasta la década de 1520, las calles estaban embarradas, las casas eran de una única planta, no todas con tejas y la inmensa mayoría de tapial, el espacio habitable se compartía con un corral tapiado para animales, donde se acumulaba el estiércol. Ese oscurantismo se acrecentaba por las cuevas excavadas debajo de las casas, donde se guardaban las tinajas de vino y donde se sospechaba que los judaizantes extendían su fe. Ni los franciscanos ni la construcción de la iglesia de Nuestra Señora de Gracia cambiaron mucho esta realidad lúgubre, pero la concepción franciscana del espacio urbanístico cambió radicalmente, preparando ya los espacios públicos de la segunda mitad del siglo XVI.

San Clemente respondía a la ciudad ideal planteada por Francesc de Eiximenis cien años antes: un pueblo en llano, aunque en un pequeño altozano, huyendo del río Rus, si bien el crecimiento posterior lo aboca a sus aguas estancadas, los propios caminos que vienen de Chinchilla, por el puente del Remedio, o de Alarcón, por San Cristóbal, dan sin buscarlo ese diseño de una cruz que divide sus a cuatro barrios, que todavía en los inicios del siglo XVI son barrios balbucientes. En los extremos de Este a Oeste, San Cristóbal y Santa Ana; de Sur a Norte, el Remedio y San Roque. Eiximenis creía que los conventos se debían situar al este del pueblo, mientras iglesia y ayuntamiento debían presidir la plaza central. San Clemente responderá a esos principios, el convento franciscano estaba en el extremo oriental del pueblo, a un lado del camino principal, pero recibiendo a los nuevos habitantes, mientras que el espacio público de la plaza se empieza a configurar desde muy temprano, hacia 1495 las reuniones del concejo se divorcian de la iglesia de Santiago en unas casas de ayuntamiento que deberían estar ubicadas donde hoy está el ayuntamiento viejo. Se preparaba así el futuro espacio de la plaza donde se intentará integrar el ayuntamiento y una iglesia de Santiago, en principio pensada por Vandelvira con una gran cúpula oval y que para respetar el espacio de la plaza se vio obligada a tomar el tipo de iglesia salón con esa típica fachada palaciega. Se dice que en 1550 se invitó a tiendas y comerciantes a abandonar la plaza, y es así, si bien fue en un proyecto de renovación urbanística. El impulsor de este proyecto creemos que fue el gobernador Francisco de Zapata de Cisneros, el que nos aparece  en la inscripción del ayuntamiento de 1558 y del que conocemos que fue impulsor de remodelaciones urbanísticas en Sevilla. Este hombre era de la misma familia del Cardenal Cisneros, un franciscano, al que los genealogistas ven relacionado con esta zona de la Mancha y a nosotros nos gustaría ver como impulsor de nuestro convento de Nuestra Señora de Gracia, algo que no es descabellado.

En la ciudad ideal de Eiximenis no faltan los comerciantes y en San Clemente tampoco. Ya sabemos de sanclementinos en Sevilla y su feria de los Molares alrededor de 1500. Los jueves, los comerciantes ponen sus tiendas en la calle de las Almenas, que sale de la Torre Vieja, confluyendo con aquellos comerciantes que vienen por el viejo camino de Chinchilla desde el puente del Remedio. El convento los recibe a la entrada del pueblo y el mercado es lugar predilecto de predicación de los frailes. Por último, Eiximenis nos presenta una sociedad donde el trabajo es valorado, reivindicación del trabajo que ya ensalzó San Francisco, se ayuda a los pobres, no hay lugar para los ociosos y se funda la sociedad en unos principios cristianos que han de guiar la acción de los oficiales del concejo, a los que llama ministros de Dios y ojos del bien común. No muy lejos de esos principios rectores debían estar los alcaldes y regidores de San Clemente a comienzos del siglo XVI, que juraban después de ser elegidos sobre los Santos Evangelios la defensa del bien común y erradicar los pecados de la vida social. Recojamos un testimonio con motivo de la elección de oficios del año 1519: E luego los dichos alcaldes mandaron pregonar e se pregonaron los pecados públicos; que ninguno juegue juegos vedados ni blasfeme ni sea rrufián ni puta lo tenga ni sea amançebado ni trayga armas ni ande vagabundo so las penas de las leyes del Rreyno.

La ciudad ideal de la villa de San Clemente vivió en el tiempo lo que vivió el proyecto común de construcción de su iglesia. Y es que los ideales aguantan mientras hay proyectos comunes. Sabemos que hacia 1510 Pedro de Oma estaba construyendo la Torre del Reloj de Villanueva de la Jara, un edificio civil símbolo de la prepotencia de los jareños; tal vez el mismo Pedro de Oma, un vasco analfabeto, pero con gran habilidad como maestro de cantería, levantara la iglesia de Nuestra Señora de Gracia sin arrogancia, con la misma humildad que il poverello de Asís construyó la suya en 1209, y con la ayuda de todo el pueblo sanclementino. Los jareños construían torres civiles sabiéndose hombres; los sanclementinos construyen iglesias, creyéndose dioses. Los jareños edifican para vivir en la Tierra; los sanclementinos edifican, creyendo trasladar a la Tierra el Cielo. Cuando despiertan de su sueño, es decir, cuando el proyecto común de construcción de una iglesia se acaba, solo les queda su naturaleza humana. Es entonces, cuando renace en ellos esa alma dual de cincuenta años antes que tenían olvidada. Nadie expresará ese fracaso mejor que el más grande de los sanclementinos: Constantino de la Fuente, que en su niñez vivió el sueño milenarista de San Clemente y en su mocedad padeció su fracaso. Su imagen pesimista del hombre, como imago diaboli, su visión de la naturaleza humana llena de miseria y poquedad es reflejo de la sociedad que vivió. La sociedad sanclementina de mil quinientos tenía a la virgen de Nuestra Señora de Gracia como referente de una nueva sociedad recién nacida que veía la luz. Hacia 1580 en el retablo de Pedro de Villadiego, ya desaparecido, de esta iglesia se colocará la virgen de las Angustias con el cuerpo yacente de Cristo, símbolo de una sociedad que sufre en su ocaso. Pero en los doscientos cincuenta años siguientes el pueblo de San Clemente no estuvo solo en su sufrimiento, una y otra vez estaban más vivas que nunca las palabras de San Francisco de Asís: tanto es el bien que espero que en las penas me deleito.

El acceso a esta iglesia nos hace humildes, pues no se entra, se desciende, bajando unos escalones, y una vez pasado el cancel y entrada, el creyente o el agnóstico queda preso del camino ascendente que le lleva visualmente hasta la bóveda del altar mayor, ese camino es ascendente y guiado por unas capillas que van ganando en altura gradualmente y es continuo por la línea de impostas corrida, que hay encima de ellas. Ese es el milagro de este templo, que hace bajar al fiel la cabeza antes de pasar al templo para obligarle a elevar los ojos una vez pasado su umbral.

Hoy la iglesia en su pobreza nos recuerda al templo de sus inicios. Despojada de retablos y de altares, el espacio está destinado de nuevo para la reunión y para la predicación. Si la iglesia de Santiago era lugar de prédicas ininteligibles, en Nuestra Señora de Gracia se habla con la palabra fácil, Fray Julián de Arenas nos dice que hasta Agustinico, el más simple del pueblo, entiende la palabra de Dios que aquí se predica. Pero sencillez no es estulticia, sino transmisión del Evangelio tal como lo enseñó Cristo. Nuestra Señora de Gracia es un templo de la palabra y un templo del silencio. Silencio nacido del reposo de los antepasados sanclementinos, cuyos cuerpos yacen en sus tumbas. Ustedes, anunciando las capillas laterales, ven los escudos heráldicos pintados de grandes familias, los Herreros o los Buedo, ven pequeñas leyendas de presentación de la familia Ortega en sepulcros profanos y si afinan la vista verán, en las ménsulas de las que nacen las líneas que dibujan las bóvedas, escudos que quizás sean de los Inestrosa o tal vez los Castillo, si es que los Castillo tenían escudo para el apellido familiar. No verán el panteón familiar de esta familia de los Castillo, en otro tiempo en el altar mayor en el lado del Evangelio, ni el sepulcro de los Ortega a mano izquierda al pasar a la Iglesia, ni mucho menos las tumbas que hoy se ubican bajo el suelo de tablas que pisan sus pies ni los restos de los franciscanos en la cripta. No queda nada de la memoria de las viejas familias, cuyos apellidos se han olvidado tanto como el nombre de las capillas que tenían como propias: los Monteagudo, los Villamediana y su capilla del Descendimiento, los Origüela y su capilla de San Juan, los Buedo y su capilla del Nazareno o los Astudillo y su capilla de la Concepción. Las capillas quedan y los apellidos no. De la fama pretendida solo queda el hábito franciscano con el que se vestían los hombres para sus entierros, creyendo la promesa de San Francisco de rescatar las almas, tal como cuentan las Florecillas. De algunos no quedan ni sus huesos, como aquel de apellido Sevilla, que escondía ese otro de los Abravaneles, familia judía y monopolizadores de las finanzas reales de varios reinos, cuyos huesos fueron desenterrados para ser quemados. Y es que mientras los franciscanos acogían y hacían, otros deshacían y siguen deshaciendo.

Los retablos de antaño están deshechos. La acción pictórica de los Gómez queda residual y las veintisiete tablas pintadas de los santos franciscanos ajenas a su ubicación original. La rica biblioteca del convento, destrozada por los franceses y lo poco que queda de ella diseminada entre el Seminario Conciliar de San Julián y la Biblioteca Nacional. El bello claustro del convento, mutilado por un incendio y corroído por las heces de las palomas. Las treinta y una celdas de los monjes, vacías; el refectorio, preso de las humedades, y la misma iglesia protegida por un tejado, aunque con miedo por desvelar sus secretos. ¿Y qué decir de la Historia del convento? Las inscripciones, pendientes de un estudio epigráfico o simplemente esperando se quite la capa de cal que las oculta. En la iglesia de Nuestra Señora de Gracia todavía hay demasiado blanco, demasiado yeso, ocultando la piedra arenisca y caliza donde residen los testimonios de su nacimiento. La escritura fundacional del convento y el llamado libro becerro, según Enrique Fontes, se hallaban todavía en 1931 en la casa parroquial, para desaparecer en 1936, según Cirac Estopañán. Aunque nosotros dudamos de cualquier destino que se atribuya al rico patrimonio documental de esta villa y mantenemos la esperanza.

Nuestra Señora de Gracia sigue siendo, no obstante, espacio de encuentro y reunión como antaño; espacio de predicación y evangelización, aunque ya no están esos frailes de los que aprendió, siendo niño, el más grande de los predicadores de todos los tiempos, el sanclementino Constantino de la Fuente. Dicen que a Constantino se le permitía echar un trago de vino en medio de su prédica, al fin y al cabo, fue el vino lo que hizo de San Clemente un gran pueblo. Esta iglesia fue y es un espacio de solidaridad: de la ayuda a los apestados de 1508 quedó un hospital, de la conmiseración a delincuentes y pecadores quedó el derecho al refugio, acogimiento y el derecho universal en su espacio a un entierro digno; ya lo decía Fernando del Castillo, padre del fundador de este convento, no se le puede negar un entierro cristiano a nadie sea cual sea su fe o raza. Este convento fue un centro de educación, aquí aprendían los sanclementinos las letras, las cuentas y los rudimentos de la doctrina cristiana y hoy debería ser fuente del conocimiento de su pasado para el pueblo de San Clemente.

Este convento franciscano comenzó con la ilusión de dos frailes y acabó con la exclaustración de cinco en 1835. Al igual que todos los conventos observantes masculinos tenía por destino la ruina, piensen en lo que queda de los conventos franciscanos de Villanueva de la Jara, Iniesta, Villarrobledo, Valverde del Júcar, San Lorenzo de la Parrilla, Moya o Valera de Abajo, nada o casi nada. Nuestra Señora de Gracia estaba predestinado a la ruina, el voto de pobreza de sus inquilinos se reflejaba en el inventario de bienes con motivo de la Desamortización, solo cosas inútiles, mas su destino ruinoso no fue tal: un hombre, antes que sacerdote, salvó el convento de la ruina en los años centrales del siglo XIX, el padre Tomás, o Tomasito como le llamaban cariñosamente los sanclementinos. Este hombre mantuvo el espíritu de sacrificio, abnegación y esperanza de los sanclementinos de mil quinientos y supo mantener el símbolo de esa identidad: este edificio conventual, antes de que en 1899 pasará a estar de nuevo ocupado por los carmelitas.

Son hombres como Tomasito los que han mantenido esta iglesia y convento. Ni el olvido ocasional del concejo sanclementino ni el desprecio de sus fundadores pudo con esta iglesia: la más necesitada de toda la provincia franciscana por la falta de cuidados que ya presentaba en el siglo XVIII. Saqueada en 1706, luego por las tropas napoleónicas en dos ocasiones, 1809 y 1812, diezmando su biblioteca, y destrozados sus retablos en la guerra de 1936, el convento de Nuestra Señora de Gracia sigue en pie, gracias a nuevos Tomasitos, que repiten una y otra vez el mensaje que recibió San Francisco del crucifijo de San Damián: Ve y repara mi iglesia, que amenaza ruina.