El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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domingo, 3 de febrero de 2019

El Corregimiento de las diecisiete villas, una administración bajo el signo de la corrupción (III)

Las intromisiones del corregidor en la villa de Santa María del Campo Rus continuaban, después de la desgraciada intervención del último gobernador mosén Rubí de Bracamonte, que acabó con tumultos sangrientos en la localidad. Es más, solo se conocía desde esta rebelión santamarieña la visita de un corregidor, Melchor Pérez de Torres; visita, al parecer, muy apresurada y en un contexto de visita del resto de las villas. El día de Año Nuevo de 1592, el encargado de vigilar la correcta elección de oficios concejiles fue el alguacil Alonso Lafuente Zapata, que llevó de salarios diez ducados. La villa protestó por los diez ducados del alguacil en un poco exitoso pleito que mantuvo en su poder el fiel escribano Francisco de Astudillo. Mientras a la villa se le quitaban tantas razones como maravedíes, los alguaciles del corregimiento veían en los contenciosos una fuente de ingresos. Diego de Agüero, nuestro ya conocido alguacil, prefería ahora recibir salario en especie de capones y cabritos. El caso de Alonso Lafuente es ejemplo de los abusos de estos alguaciles. Su comisión en la elección de oficios duró tres días; el salario cargado sobre la villa fue de diez ducados, es decir, 3750 maravedíes. El corregidor intentó mediar en el conflicto, imponiendo un salario de quinientos maravedíes diarios; sin embargo, el salario marcado por las provisiones ganadas por las villas marcaban un salario de seis reales o doscientos maravedíes. Los abusos de los oficiales del corregimiento en Santa María del Campo Rus venían de antaño, de los últimos tiempos de la gobernación del Marquesado.

No hemos de considerar a los regidores santamarieños, sin embargo, defensores de las libertades municipales. Sabemos que los regidores Hernando Gallego Patiño, Hernán González, Pedro de Ortega y Juan Galindo Castillo aprovecharon una provisión del Consejo Real que intentaba aliviar la necesidad de los labradores, prestando trigo de los pósitos, para hacerse con el grano del alhorí municipal. El corregidor los llevó presos a la villa de San Clemente, aunque al final hubo una solución concertada: su libertad de prisión a cambio del pago de una multa de tres mil maravedíes. Su relación con la autoridad real sedente en la villa de San Clemente había mejorado mucho en los años finales del corregidor Antonio Pérez de Torres. Si al comienzo del corregimiento las autoridades habían apoyado a la familia Rosillo, en 1592 el alcalde elegido es Hernando de Chaves, de una familia rival; conocemos de las actuaciones favorables de la justicia del partido contra el concejo de El Cañavate por entrar sus vecinos en los montes de Santa María del Campo Rus.

La villa de El Cañavate nos aparece como un pueblo celoso de su buen gobierno. Las preguntas de la secreta son comunes, pero hay que diferenciar entre aquellas que denuncian los abusos y esas otras que refieren la administración del gobierno local. En las respuesta de estas últimas, El Cañavate se presenta como una villa respetuosa con las ordenanzas, los aranceles que aparecen colgados en sus tiendas y mesones, el cuidado de sus calles y mesones, la escrupulosidad en las pesas y medidas, registro de sus presos en un libro del alcaide de la cárcel, el abasto de sus tiendas y pósito o la correcta aplicación de las penas de cámara. Especialmente cuidado y diligencia se tenía en la administración de pósito, tanto en la custodia de caudales y panes como en su registro en libros:
ay un arca con tres llabes en el pósito desta villa adonde se echa el dinero dél e que las llabes las tienen un alcalde y un rregidor diputados por el ayuntamiento e la otra el mayordomo e sabe que la panera tiene dos llabes y la una tiene en su poder un rregidor diputado y la otra un mayordomo e como se va cobrando el trigo se va echando en la panera e ansimismo y luego que el dinero entra en poder del mayordomo se entra en el arca de tres llabes y ay dos libros uno en poder del rregidor que tiene las llabes del dinero y alhorí y otro en poder del mayordomo e que cada uno en su libro asientan las partidas de trigo que se sacan y en que día y quién lo manda y ansimismo que en el arca de tres llabes ay otro libro donde se asientan las partidas del dinero que se mete y se saca de la dicha arca y que dentro el dicho dinero entran luego el libro y se cierra luego el arca quedando debajo de tres llabes donde está de ordinario.
Esta villa celosa de sus libertades y franquezas, guardadas en el arca de tres llaves de su archivo, que en otro lugar hemos definido como república de labradores, y que se asemejaba a la alegoría que tiempo después y en otro lugar intemporal el barón de Mandeville nos presentará como ejemplo de colmena de abejas incorruptas, donde no tiene cabida el principio de vicios privados, virtudes públicas, mostraba ya los primeros signos de aristocratización y desigualdad, aunque sus vecinos todavía veían a estos Ortega-Montoya o Cañavate como ejemplo de familias virtuosas
Pedro de Montoya alcalde ordinario desta villa tiene un hijo que es alférez mayor del ayuntamiento y el otro hijo rregidor perpetuo pero que cada uno bibe en su casa con su muger y familia de por sí y que este testigo los tiene por jente de tanto balor que antepondrán el bien público a sus bidas y de sus padres y Francisco López Cañabate rregidor desta villa tiene un hijo alcalde hordinario en esta villa el qual no fue nombrado por su boto ni parescer y otro hijo rregidor y que el uno y el otro son tan celosos del bien público que por él pospondrán el amor paternal y que el dicho Francisco López Cañabate tiene otro hermano rregidor que se dize Juan López Cañabate el qual es tan celoso de la rrepública que meritoriamente se le puede llamar padre della
El narrador, el regidor Bartolomé Gallego, era un hombre de los viejos tiempos. En su cabeza, no había otros principios que aquellos valores de la virtud, el bien común y el buen gobierno, pero la colmena virtuosa ya mostraba los primeros signos de un cuerpo estratificado, donde los vicios privados eran el fundamento del bien común. La vieja república de El Cañavate, que había sobrevivido a la sangre comunera que tiñó de rojo las aguas de su río Rus, cedía al dominio de los Ortega y los Cañavate, patricios y padres de la nueva república. El escribano Cristóbal Jareño ya denunciaba las primeras irregularidades en la administración del pósito el año 1590 a cargo de su mayordomo Andrés Redondo, ajeno a lo que marcaba la pragmática en la custodia y guarda de caudales y panes. El escribano denunciaba sin ambigüedades el control del gobierno municipal por Pedro de Montoya y Francisco López del Cañavate, así como las irregularidades en el ejercicio de sus compañeros escribanos, como Alonso Roldán, que falsificaban probanzas a favor de Juan López de Cañavate y contra un vecino llamado Diego Lezuza. Tampoco faltaba en las denuncias las talas nocturnas en el monte por un alcalde ordinario de la familia Cañavate con la ayuda de un caballero de sierra llamado Pedro de Cuenca.

sábado, 2 de febrero de 2019

El Corregimiento de las diecisiete villas, una administración bajo el signo de la corrupción (II)

Las relaciones del licenciado Melchor Pérez Torres con la justicia villarrobletana era buena. El alcalde Andrés Peralta encomiaba al corregidor, ejemplo de buen gobierno. Recordaba cómo en la casa del cabildo había hecho construir una alhacena para la custodia de los privilegios de Villarrobledo. O al menos eso decía uno de los bandos favorables al corregidor, pues la realidad de la villa era más compleja. La relación del corregidor con los vecinos de Villarrobledo era más agria de lo que se quería presentar, pues sus intereses colisionaban  si no con los del corregidor sí con los de la villa de San Clemente. La razón residía en la negativa a dejar plantar viñas a los villarrobletanos en un momento que estos habían entendido el callejón sin salida en el que se encontraba el monocultivo de trigo.

En la secreta de Villarrobledo la afabilidad de su alcalde no coincidía con la del resto del vecindario. Pedro Montoya acusaba, en lo que se habría de convertir en agrio conflicto que se extendió durante dos décadas, que el corregidor no respetaba la primera instancia de la villa. De hecho, Villarrobledo reconocía haberse gastado quinientos reales en la Chancillería de Granada para frenar las intromisiones del corregidor en su jurisdicción. Sobre el pleito, que el mismo padre Cavallería consideró causa de la ruina de Villarrobledo, ya hemos hablado en otro lugar, así como de los intereses en torno al trigo villarrobletano. San Clemente y Villarrobledo tenían una relación complementaria e interesada en sus estructuras agrarias. Si Villarrobledo era granero de la comarca, y de la Corte; San Clemente se había especializado en las viñas. La extensión del cultivo de trigo a tierras poco aptas para ello, por el adehesamiento de nuevas tierras provocará el hundimiento de los rendimientos de la producción. Sin embargo, los terrenos que eran malos para el trigo no lo eran tanto para el viñedo. Algunos vecinos como Mateo Saiz Lozano o Francisco Vázquez lo vieron, desmontando sus cultivos y plantando en sus hazas viñas el año 1591. El corregidor, incapaz de aguantar la presión sanclementina ordenó arrancar los majuelos e impuso fuertes multas a los agricultores de Villarrobledo. El caso era de oportunidad económica, pero planteaba un grave contencioso jurídico. La licencia para plantar viñas fue otorgada por el concejo villarrobletano; la denegación obra del corregidor que se entrometía en la primera instancia de la justicia local y juzgaba por sí mismo. Además hacía caso omiso de una conquista de las villas del Marquesado: los juicios que el corregidor iniciase en las villas debían pasar ante los escribanos locales. En los años cincuenta, los gobernadores intentaron dotarse de un escribano de provincia; no lo consiguieron, pues la oposición de las villas desbarató la implantación del oficio. Como sucedáneo se creó la figura de un escribano de comisiones para entender en los pleitos en los que los gobernadores y luego corregidores fueran cometidos en delegación por los Consejos y Chancillerías. El cargo recayó en un personaje que haría gran fortuna, el escribano Francisco Rodríguez de Garnica, que acompañaba al corregidor de un lado para otro para entender de cualesquier pleitos, entre los que primaban aquellos de causas en primera instancia en contravención de los privilegios de las villas. Allí donde no llegaba Francisco Rodríguez Garnica, echaba una mano un primo suyo llamado Francisco Rodríguez de Tudela. Tal era el odio que despertaba la familia, a la que se hacía proceder de Hellín, que era conocida como los pelagatos, pues se consideraba que el antecesor de la familia era un hombre de origen valenciano, llegado a Hellín muerto de hambre y que sobrevivía despellejando a estos felinos. Como la cosa iba de escribanos, a este círculo pronto se unió el sanclementino Francisco de Astudillo, un escribano tan huraño como valiente (no en vano era el único que desafiaba las pedradas de los vecinos de Santa María del Campo, cuando algún aguacil o escribano asomaba por el pueblo). Este personaje tuvo tal ascenso social que en su vejez su familia era reconocida como la más rica de la villa de San Clemente, superando a los Ortega o a los Pacheco (incluida hacienda de los Castillo sobrevenida). Con la riqueza llegaron los odios, Astudillo sería acusado de ser descendiente de moros y de judíos. Los ataques arreciarían cuando la generación siguiente de Astudillos y Garnicas se aliaron matrimonialmente.

La parcialidad de los corregidores en Villarrobledo era manifiesta, interviniendo en su justicia, ya sea llevándose las informaciones a San Clemente, caso del asesinato de Alonso Morcillo o las de una riña entre el señor de El Provencio y los Gutiérrez, ya fuera interviniendo en la elección de oficios, como Melchor Pérez de Torres, apoyando el bando de Blas Ortiz de Vargas o Francisco Díaz frente a Juan López de Ávila, Antonio Sedeño, Pedro de Montoya y Diego de Vizcarra. Estas parcialidades se alternaban en el gobierno municipal de Villarrobledo, haciendo de la gobernanza pública un servicio a sus intereses privados. Se denunciaba al regidor Francisco Díaz por haber empleado los quinientos ducados recibidos en depósito para el pósito de la villa en la compra de unos borregos para sí. Las luchas banderizas acababan a veces a cuchilladas. El mencionado Francisco Díaz estaba acusado, junto a dos compinches, de intentar matar a cuchilladas al regidor Gabriel de León, que previamente había denunciado las irregularidades del mayordomo del pósito, Andrés de Losa, a la hora de prestar el trigo a los labradores.

Era tal el clima de rivalidades, que la elección de oficios menores, como alguaciles, caballeros de sierra o mayordomos se hacía al margen del ayuntamiento y fuera de su sala. No era extraño que los regidores acapararan los cargos de arrendamientos de rentas; sabemos del caso del regidor Juan Merchante, el año 1591. Aunque lo que estaba en juego era la apropiación de tierras llecas y montes, sobre todo por regidores como Francisco Díaz y Juan Merchante. Se burlaban las residencias que sufrían los escribanos. Así, con motivo de la practicada por el licenciado Marañón hacia 1590, el escribano Gálvez escondía sus escrituras en casa de un abogado, el doctor Belloso.

No siempre eran los principales de las villas los que esquilmaban los montes. En ocasiones, caso de Las Pedroñeras, se hacía por el mandato del propio corregidor. No sabemos los motivos, pero el corregidor ordenó la tala masiva de árboles en el monte de la Vacariza, pasando por encima los intentos del concejo de Las Pedroñeras de limitar la corta con la concesión de una licencia y supervisión de dos guardas. Las tres carretas que se permitieron en un principio se convirtieron en una tala de 196 carrascas bajo el control de un alguacil del partido. En El Pedernoso, las denuncias por cortas en el monte del Arenal vinieron de vecinos particulares e iban dirigidas contra los regidores de la villa. En lo que todos estaban de acuerdo era en mantener bien provistos de camas los mesones de El Pedernoso, una villa situada en el cruce de caminos, en el que desde Belmonte bajaba hacia el sur y el camino real hacia Murcia. Aunque si algo asemejaba a las villas de Las Pedroñeras y el Pedernoso era la homogeneidad de las minorías rectoras de sus concejos. Especialmente este hecho era notorio en la villa de Las Mesas, donde no se presentó ningún cargo en la secreta, a sabiendas de que la villa estaba demasiada alejada para ser molestada. Las respuestas a las preguntas fueron contestadas por el escribano Mateo Hernández Gallego, corroboradas por algunos testigos.

No ocurría tal cosa en La Alberca, donde el dominio de la política municipal por el regidor Francisco Sánchez era muy contestado por otros regidores. En su favor, como en tantos otros casos y para acabar con las luchas banderizas o favorecerlas, intervino el corregidor de San Clemente. El corregidor no intervenía directamente, sino que enviaba dos alguaciles con una misión puramente ejecutiva, para el cobro de deudas o el apresamiento de encausados. Quien padeció estas actuaciones en La Alberca fue el escribano del concejo Juan Manuel. En el origen de las presiones recibidas estaría su negativa a entregar los papeles de su oficio. Pagó sus negativas con multas de doce ducados y con el encarcelamiento de su persona. Pero su actitud díscola era muestra de una oposición más generalizada a la intromisión del corregidor en los asuntos de la villa
que este testigo era el que buscaba (el escribano Juan Manuel) y entonces el dicho Antonio Rromero (alguacil del corregidor) diziendo muchas palabras soberbias echó mano de este testigo para llebalo preso y el dicho alcalde que estaba presente dijo que él lo tomaba a su cargo y sin embargo desto el susodicho en gran desacato del dicho alcalde dijo que votaba a Dios que él lo abía de llebar rrastrando a la carzel y que sin ser alguazil por su persona se mataría con diez desta villa haçiendo fieros
El escribano acabaría preso en la cárcel, ante las miradas y alboroto de todo los vecinos. Aunque la situación se tensó por la actitud despreciativa que el alguacil Romero tuvo con el alcalde Garcilópez y el apoyo que prestaron al alcalde sus deudos y partidarios, que debían ser muchos.

El enfrentamiento entre el corregidor y La Alberca traspasaba las fronteras del pueblo y afectaba a los contenciosos que mantenía con sus vecinos sanclementinos por el uso del monte albequeño, aunque de uso comunal para los pueblos integrantes del suelo de Alarcón. Pedro Gallego se quejaba que su trigal era comido por los ganados del alcalde sanclementino Rojas, que tenían su paridera en dicho monte. Iguales quejas venían de otros vecinos, un tal Peñaranda y Miguel Rubio. El conflicto no venía tanto porque el corregidor fallara a favor del alcalde sanclementino, sino porque se entrometía en un asunto, la guarda de montes propios más allá de sus servidumbres comunales, perteneciente en exclusiva a la jurisdicción de la villa de La Alberca. No obstante, la idea de una villa enfrentada al corregidor sería errónea. Antonio Pérez de Torres se apoyaba en el poder del mencionado Francisco Sánchez para entrometerse en la jurisdicción de La Alberca. La contrapartida es que éste se aprovechaba de los montes de La Alberca en beneficio propio y con la fidelidad de algunos caballeros de sierra: Alonso del Castillo, Juan López de Perona o Francisco Cantarero

lunes, 28 de enero de 2019

El Corregimiento de las diecisiete villas, una administración bajo el signo de la corrupción (I)

La llegada de Juan Gudiel a la villa de San Clemente fue anunciada por los pregoneros. En la plaza mayor de la villa, en la calle de Nuestra Señora de Septiembre, junto a la plaza de la cárcel, y en el extremo de la calle de San Francisco, junto a las casas del corregidor Juan de Benavides y Mendoza. Al lado del convento, enfrente, tenía la casa el corregidor, quizás donde hoy se levanta casa de nueva planta con preciosa ventana de celosía, usurpada a antiguo palacio y, tal vez residencia de los Castillo. Era un veinte de junio de 1592. El licenciado Juan Gudiel, venía a tomar residencia a los corregidores Melchor Pérez de Torres, fallecido en el cargo, y a su hijo Antonio Pérez de Torres.

Su llegada fue anunciada a voz de pregonero, en altas e inteligibles voces, en cada una de las diecisiete villas que conformaban el corregimiento de San Clemente. En Villarrobledo, en la plaza de la iglesia de Madre de Dios y en la plazuela, junto a la iglesia de San Sebastián. En las Mesas, en la plaza mayor, en la placeta de las Herrerías y en la plaza del Parador. En El Pedernoso, en la plaza pública, en la plazuela del horno del concejo y junto a la casa de don Diego Pacheco. En Las Pedroñeras y La Alberca no se hizo pregón alguno. En Santa María del Campo Rus se hizo un pregón en la plaza pública, al igual que en El Cañavate, pero aquí se pregonó dos veces. Tres pregones se dieron en Vara de Rey, en la plaza, en la placeta de Andújar y junto a las casas de Gaspar de Figueroa. Mientras en Tarazona, el pregonero partió de la plaza mayor para dar voces por todo el pueblo.  En Quintanar del Marquesado, los pregones se daban en la plaza y en una pequeña plazuela, al pie de la ermita de la Concepción. En Villanueva de la Jara, los pregones comenzaban por la plaza mayor, para repetirse en las llamadas cuatro calles y en la plaza de Santa Clara. En Iniesta, en su plaza mayor. En Minglanilla, en la plaza pública y delante de las casas del salero de la cueva. En El Peral, Motilla y Barchín, en sus plazas públicas.

Juan Gudiel juzgaba la actuación de unos corregidores que habían hecho pocos amigos en un momento que se recogían informaciones para el establecimiento del que sería más impopular de todos los impuestos: el servicio de millones. Al desnudo quedaba también una sociedad corrupta, donde las enemistades y rencillas eran el pan de cada día. Sobre todo, allí donde residía el poder: en la villa de San Clemente. Hacía seis años que la gobernación de los reducido del Marquesado de Villena había desaparecido. Los últimos años de la gobernación habían sido turbulentos, con rebeliones violentas en Santa María del Campo Rus. Unos años antes, el administrador de rentas reales, Rodrigo Méndez, había trasladado un panorama desolador de las dos ciudades y veintiséis villas que conformaban la gobernación: los fraudes a las rentas reales eran continuos y lo poco que se recaudaba iba directamente a pagar a los Fúcares; las villas eran coto privado de unas minorías de ricos que monopolizaban el poder municipal, esquilmando los propios y las rentas concejiles. Para poner orden, la Corona, después del mandato del primer corregidor, Francisco de Castill, mandó a los Pérez Torres, padre e hijo, como corregidores. Su función asegurar el cobro de las rentas reales y el saneamiento de las haciendas concejiles, para hacerlo tuvieron que gobernar con parcialidad, pues tuvieron que apoyarse en parte de esos regidores que participaban de la corrupción generalizada y en unos escribanos y alguaciles que veían en el servicio público una forma fácil de medrar. Al final, los corregidores acabaron integrados en las mismas redes que perseguían. Como en toda acción de gobierno, fundada en la parcialidad, junto a los beneficiados estaban los agraviados, que no dieron rienda suelta a sus quejas en la residencia que Juan Gudiel cometió al acabar el mandato de los corregidores.

La secreta o información reservada de testigos de San Clemente vio sucederse las declaraciones de los principales de la villa. Abundaron los silencios; como los de los regidores Pedro de Montoya o Hernando de Avilés. Otros como el bachiller Alonso Ruiz de Villamediana denunciaron las redes de favores que crecían a la sombra del poder del corregidor. Aunque todos coincidían en dirigir los dardos envenenados contra Juan Pacheco, alférez mayor de la villa, al que acusaban de usurpación de la dehesa boyal de la villa. No obstante, el bachiller Ruiz de Villamediana, en las acusaciones de otros, veía culpabilidad compartida de una minoría rectora que aprovechaba los cargos concejiles para saltarse las ordenanzas, tanto en la intromisión de los ganados en panes y viñas como en la tala anárquica de los montes. Los regidores sanclementinos habían convertido a los caballeros de sierra de la villa en paniaguados que en vez de velar por la preservación de los montes ayudaban a su tala en beneficio de aquellos, y al alcaide de la cárcel, Juan de Moya, en un servidor que hacía del lugar de encierro una simple burla de la justicias, con su relajación de juegos y salidas nocturnas de los presos.

Quienes podían hablar o callar eran los escribanos, por ellos pasaban o dejaban de pasar todas los negocios de la villa. Gaspar de Llanos veía y denunciaba las irregularidades; Francisco de Astudillo, a la sombra de corregidores, hacía fortuna con ellas. La intervención parcial del corregidor se manifestaba en la elección de oficios públicos, apoyando a los Rosillo frente a los Chaves en Santa María del Campo. Se contravenían las ordenanzas del pósito de don Alonso de Quiñones en San Clemente, cobrando las deudas desde julio y no esperando a la Virgen de Agosto. Quienes protestaban como el hidalgo Hernán Pérez de Lerín, que denunciaban los salarios que pretendían llevar los alguaciles, era insultado públicamente como bellaco mentiroso. El corregidor se entrometía en la primera instancia reservada a las villas, llevando un real en las sentencias de remate de dos mil maravedíes para arriba. Se le acusaba de cohecho con el mayordomo del pósito de Villanueva de la Jara y a la hora de poner alcaldes en Iniesta, sacando en ambos casos una ganancia de 300 reales. Otras veces, la intromisión era en las sentencias dadas por los alcaldes de la hermandad, como cuando se le perdonó el castigo de galeras a un ladrón en Tarazona, condenado por Juan de Mondéjar.

La intromisión del corregidor Antonio Pérez Torres iba más allá de la jurisdicción privativa de las villas, ocupándose del control de mercancías. En Motilla del Palancar, existían al final del siglo XVI, al menos dos posadas: la de Benito Serrano y la de Jerónimo de Correas. En esta última se alojaban los arrieros que trasladaban mercancías desde Valencia a Madrid; con una recua de estos arrieros chocó el alguacil Francisco de Cárdenas al intentar inspeccionar unas sedas y chapines, al no considerar válidos los registros de los pagos en los puertos secos. El conflicto se sustanció con unas cuantas monedas para callar al alguacil, aunque quien no calló fue la mujer del mesonero que acusó de cohecho a Francisco de Cárdenas. El alguacil, lejos de impresionarse, acusó al mesonero de no tener cédula de la compra de la paja y cebada del mesón, exigiendo diez reales por su silencio. Por no entender en los casos de deudas al pósito solía conformarse con tres azumbres de miel. En beneficio de la justicia real, decir que sus actuaciones estaban guiadas por el afán de acabar con el contrabando entre los reinos de Castilla y Valencia. Era común que el trigo se vendiera antes de llegar a los puertos secos, correspondiendo a otros meterlo en Valencia sin pagar los derechos aduaneros. No obstante, era tal la yuxtaposición de intereses que lo conseguido era el efecto contrario, como ocurrió con cien fanegas de trigo de las tercias reales, destinadas a los puertos de Valencia. Los motillanos pidieron comprar para sí el trigo, dada la necesidad de los labradores y vecinos, a catorce reales; acabarían haciéndose con el trigo, pero a veintiséis reales la fanega.

En San Clemente, a la sombra del corregidor había crecido un grupo de personas con gran presencia en el presente y, en algún caso, con gran proyección en el futuro: el capitán Martín de Abuedo (o Buedo), Diego de Agüero, Ginés de la Osa o el escribano Francisco de Astudillo. A esto se unía la gestión privada de lo público por los Pérez Torres. En vida de su padre Melchor, el hijo Antonio actuaba como alcalde mayor, y siendo corregidor este último se valía de su hermano Luis Bernardo para dicho cargo. En torno a la función pública se arrimaban advenedizos que acumulaba pingües beneficios. Conocido era el caso de Diego de Aguero, que participaba en la mayoría de la toma de cuentas de los pósitos y propios de las villas o en la elección de los oficios públicos. En Villanueva de la Jara había llevado derechos por su oficio de trescientos reales; otras veces, como en Tarazona, se hacía pagar con capones y miel. Otro alguacil, Cristóbal de Mendoza, era acusado de llevar tres o cuatro reales por fanega de cada ejecución de deudas del pósito. Una institución que había sido creada apenas unos años antes por un beneficiado salmantino, don Alonso de Quiñones, para remedio y menester de labradores, se había convertido en sostén de funcionarios parasitarios que vivían de sus mordidas. En Motilla del Palancar, los alguaciles del partido llevaban un salario superior a los doscientos maravedíes diarios, que esta villa tenía asignados por provisión real ganada, entre ellos, el mencionado Diego de Aguero, que llevaba un salario de cuatrocientos maravedíes. En materia de salarios, el caso de Motilla no debía ser único, pues en Santa María del Campo, con motivo de la residencia de mosén Rubí de Bracamonte, los alguaciles cobraban nueve reales en vez de los seis estipulados. La vejación era mayor porque Motilla y en esto no estaba sola, negaba la intervención del corregidor en sus cuentas de propios y pósitos

Los intentos de preservación del monte chocaban con las deforestaciones masivas de los principales de los pueblos, que compraban las voluntades y oficios de los caballeros de sierra. Unas veces los destinatarios de la leña eran los regidores Francisco Pacheco o Pedro de Castañeda; otras, simplemente el destinatario era el corregidor, que obtenía su leña en el monte nuevo de San Clemente o en los montes de Las Pedroñeras o La Alberca. En ocasiones, la indefinición jurídica de las tierras llecas era aprovechada por algún alcalde ordinario, como Pedro López de Tébar, para hacerse con tierras incultas al lado de las hazas de su propiedad, o se incorporaban a las propiedades privadas los senderos para paso de ganados, que hasta entonces eran respetados. La avaricia no entendía de la puesta en explotación de tierras marginales que provocarán rendimientos decrecientes o nulos. La avaricia de los principales no tenía límites, pues introducían sus ganados en los campos una vez derrotadas las mieses o vendimiada la uva. Se rompía así con una vieja tradición que era dejar a los pobres las sobras de unos campos, espigas caídas o uvas remanentes en las cepas, que ayudaban a su sustento. El proceder de los regidores sanclementinos, con sus ganados pastando por doquier era causa de ruina de vecinos como Pablo González, que había visto como las ovejas se comían su olivar de cuatrocientos olivos. El caso de Pablo González era el ejemplo de campesino acomodado, al que la injusticia de los nuevos tiempos, conducía a la ruina. Hombre valiente se había enfrentado al marqués de Villena por un juicio por deudas y a una señora llamada doña Beatriz, mujer de don Alonso Pacheco, por la tasación de unas tinajas. En un caso y otro la justicia del corregidor actuó parcialmente en contra suya. Y es que los tiempos vinieron torcidos, no solo por la justicia, sino porque Pablo González, como otros muchos, vio hundida su casa y cueva en el diluvio que azotó la villa de San Clemente en 1588 y el desbordamiento del río Rus.

Las denuncias venían de Francisco Galindo o Juan Garnica, procuradores de la villa de San Clemente, aunque éste había cambiado de gran beneficiario de cohechos como escribano en tiempos del corregidor a acusador de los mismos. En torno a la vieja familia de los origüela se canalizaban las quejas, recogidas por Francisco de Origüela o el tintorero Cristóbal de Zaragoza. Manifestaban el malestar del común ante una tesitura nueva. Ya Rodrigo Méndez, administrador de rentas reales, había denunciado la rapiña de los ricos de las villas, propietarios de cuatro mil cabezas de ganado, o medianos hacendados, que burlaban la recaudación tributaria de la Corona: apenas si pagaban el diez por ciento de las rentas reales. La solución, llevada de la necesidad, fue el establecimiento de un nuevo impuesto, el servicio de millones, que, antes de centralizarse en las ciudades con voto en Cortes, en el caso que nos ocupa Cuenca, quedó en manos de los corregidores y la necesaria colaboración de las oligarquías locales. La solución propuesta fue obtener los ingresos de la venta y arrendamiento de los bienes propios de los ayuntamientos. Irremediablemente, las operaciones de enajenación quedarían en manos de esas mismas oligarquías locales.

El caso más sonado era la pretensión de don Juan Pacheco, alférez de la villa de San Clemente, de hacerse con una parte de la dehesa de Perona, junto a la vega del río Rus. Un total de sesenta almudes arrebatados a la dehesa propia del concejo, aprovechando su arrendamiento para el servicio de millones. Aunque sería injusto centrar en una figura el clima de corrupción. Las luchas de bandos en los ayuntamientos servía para destapar los casos de corrupción. En Villanueva de la Jara, Ginés Rubio, Hernando de Utiel y Francisco Sancho, regidores todos ellos, ahora marginados por el ascenso de familias como los Clemente, denunciaban cómo se había dado en mano cuatrocientos reales al alguacil Francisco Cárdenas por no tomar las cuentas de los propios de la villa. Además, los dieciocho días que el corregidor Antonio Pérez Torres se había procurado que no apareciese por el ayuntamiento, ofreciéndole un estrado para impartir justicia de forma continuada y así poder cobrar las penas de cámara de los juicios. Cuando el alguacil Diego de Agüero fue acusado de corrupción y cohecho en la plaza, espetó a sus acusadores jareños de ser partícipes de lo que le acusaban
que si cohecho he hecho que lo he hecho por vuestra mano
En otros casos, el corregidor no participaba, tejiéndose las irregularidades en las conveniencias entre regidores y escribanos. En San Clemente, la viuda Catalina Carrasco había quedado en la pobreza y andaba arrastrada con sus hijos huérfanos. Su marido Sebastián Ruiz había tenido cierta pendencia con Hernando de Avilés, un origüela que pasaba por ser una de las personas más ricas del pueblo. Castigado Sebastián a pena corporal y fallecido; el pleito había continuado en la Chancillería de Granada. La viuda para llevar los trámites había apoderado a su cuñado el clérigo Francisco Ruiz, que a su vez había sustituido el poder en beneficio del corregidor Alonso Muñoz. La muerte inesperada del clérigo dejó las manos libres al regidor, que en connivencia con el escribano Juan Garnica redactó un falso documento por el que la timada viuda venía a reconocer haber recibido un dinero que regidor y escribano se habían quedado. La viuda había dejado de recibir alrededor de setecientos reales, correspondientes al concierto al que se había llegado para zanjar el pleito, según la confesión del tintorero Cristóbal Zaragoza.

El hartazgo con la acción gubernativa del corregidor venía de las clases medias: labradores y viticultores que veían sus campos y viñas hollados por los ganados de los ricos; tejedores, carpinteros o tundidores que habían confiado en la justicia, y ahora veían el derecho en manos de escribanos o alguaciles, que hacían del cohecho su oficio; gente de bien, que se escandalizaba por la degradación de las costumbres (una de las acusaciones al corregidor es de connivencia con una tal Isabel y otras compañeras de mal vivir), y una mayoría de vecinos que veían como las instituciones concejiles y los bienes comunales eran mal administrados o simplemente arrebatados. Las dehesas concejiles eran expropiadas por los ricos y el caudal de los pósitos malversado.

Imagen: https://sanclemente.webcindario.com



martes, 14 de agosto de 2018

Los términos de las villas del corregimiento de San Clemente

Esta es una entrada abierta. Se trata de dar una visión de los términos municipales de las 17 villas del corregimiento de San Clemente. Las imágenes están extraídas del Catastro de Ensenada, elaborado entre 1750 y 1754,  y de los mapas corográficos elaborados por Tomás López en 1787

Son croquis y corografías posteriores en doscientos años al momento que nosotros estudiamos. Por tanto la realidad del siglo XVI ya está muy distorsionada, pues numerosas aldeas ya están segregadas de sus villas madres y el inmenso territorio que Alarcón aun conservó tras la concordia de 1480 está muy cercenado. Si algunas villas como San Clemente o su aldea de Vara de Rey vieron fijados sus términos con la concesión del villazgo en 1445, otras como Villanueva de la Jara, El Peral, Motilla o Barchín vieron delimitados sus fronteras por el amojonamiento hecho por el enviado real licenciado González Molina en 1480. En la parte oriental del corregimiento de las 17 villas, la gran beneficiaria en los amojonamientos tras la guerra del Marquesado fue Las Pedroñeras, que consiguió revocar las concesiones del capitán Jorge Manrique a favor de La Alberca.

Fosman y Medina, Gregorio (fl. 1653-1713) Chorographia del Obispado de Cuenca Que dedica, y ofrece al Yllmo. Sor. Mi Sor. D. Alonso Antonio Des. Martin, Obispo de esta Diocesis del Consejo de su Magd. El Ldo. Bartholome Ferrer Pertussa cura de la Villa de Olmeda y anejos natural de este obispado Gregorius Fosman et Medina Matritensis faciebat Matriti 1692.
BNE. MV/7 http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000035362


Términos actuales de los pueblos del corregimiento de las 17 villas o de San Clemente






Visión de parte de Cuenca en el mapa de 1787 de Tomás López







San Clemente


Término de San Clemente, incluye San Clemente, Perona, Casas de Fernando Alonso, Casas de los Pinos y Casas de Haro. Lindante al este con Vara de Rey y La Roda, al mediodía con Villarrobledo y por el poniente con los términos de El Provencio y Santiago de la Torre, por el norte aunque es cierto que alindaba con los términos de  El Provecio y Las Pedroñeras por haberse introducido y usurpado alguna parte alinda con los términos de la villa de la Alberca, Santa María, Alarcón, Cañavate, Villar de Cantos y Atalaya. El título de villa le fue concedido por don Juan Pacheco, maestre de Santiago y marqués de Villena, en 1445. Hasta 1537 poseyó como aldea Vara de Rey
Término de Villar de Cantos, perteneciente a San Clemente hasta 1626 y desde esa fecha señorío de don Rodrigo de Ortega.
Se acabaría integrando en el término de Vara de Rey 
Término de Santiago de la Torre. Mayorazgo de los Castillo Portocarrero de Santa María del Campo y desde 1603 mayorazgo de los Pacheco de San Clemente, en cuyo término se integraría en el siglo XIX



Vara de Rey


Término de Vara de Rey. Lindante a oriente con Sisante, Villargordo, y el río Júcar, al sur con Fuensanta, La Roda y San Clemente, a poniente con San Clemente y Villar de Cantos. Al norte con la Atalaya y Tébar. Se separa de San Clemente en 1537, consiguiendo el título de villa. Tenía varias aldeas, las más importantes Sisante y Casas de Guijarro, también otras nacidas a inicios o mediados del siglo XVI como Pozoamargo y Casas de Benítez


Término de Sisante. Se separa de Vara de Rey en 1653 , consiguiendo el villazgo
Corografía de Sisante

Casas de Guijarro. Se separa de Vara de Rey en 1736, consiguiendo el título de villa




Motilla del Palancar



Término de Motilla del Palancar, incluye Gabaldón


Término de Gabaldón, aldea de Motilla del Palancar. Gabaldón nos aparece al menos fiscalmente como entidad propia, desde comienzos del siglo XV. Quizás por eso se ha querido ver que en algún momento gozó del título de villa. Pero no es así, Gabaldón salió arruinada y despoblada de las guerras del Marquesado. Objeto de disputas entre Barchín y Motilla, sería integrada como aldea en esta última. Por haber un camino mejor se dice en las relaciones topográficas; en nuestra opinión, por haber sido repoblada por renteros motillanos desde fines del siglo XV



Mapa corográfico de Gabaldón




Villanueva de la Jara



Término de Villanueva de la Jara. Para entender mejor su trazado reproducimos lo que nos dice el Catastro de Ensenada: linda al saliente con el término de Villagarcía y ensancha de Alarcón, al mediodía del dicho Villagarcía y el del Quintanar del Rey, poniente con el río Júcar, término de Casasimarro y el de Alarcón y norte los términos de Pozoseco y El Peral. El término de Villanueva de la Jara, tras el villazgo de 1476 era muy extenso, comprendía además de la propia Villanueva, los términos de Pozoseco, Rubielos, Casasimarro, Quintanar, Tarazona, Madrigueras o Gil García. Sin embargo tal extensión era irreal, pues los términos de estos lugares (y Villalgordo de Júcar) eran propios de la villa de Alarcón que los mantuvo después de la concordia de 1480. Para entender la intromisión de Alarcón en los términos de Villanueva es fundamental analizar el mapa inferior de los términos de Alarcón
Término de Alarcón, en un momento que no recoge algunas de sus granjas como Gascas o Tébar y deja entrever sus dehesas del sur, insertas en el término de Villanueva de la Jara: confronta dicho término por Levante con los términos de Gabaldón, Pozoseco y la Motilla, por poniente con el de Tébar, y Sisante por el Sur con el de Villalgordo y Río Júcar y por el norte con el de Barchín y la Olmedilla


Término de Pozoseco, lindante con El Peral, Villanueva de la Jara y Alarcón


Término de Casasimarro. lindante al levante con Quintanar, al poniente con el río Júcar, al norte con Villanueva de la Jara, y por el sur con término de Alarcón. Desgajada como villa de Villanueva de la Jara en 1653, año en el que obtiene el villazgo


Corografía de Casasimarro


Término de Rubielos Altos. Lindante por Levante con Pozoseco, por el poniente con el río Júcar y Batán Viejo, por el sur con Villanueva de la Jara, por el norte con una casa vieja de campo propiedad de la Marquesa de Valera, sita de la Fuente de la Mora y al otro lado con la cañadade Valdemorillo



Término de Rubielos Bajos. Lindante. Por el norte con Villanueva de la Jara, por el poniente con Alarcón,


Término de Gil García o Villagarcía. Antigua aldea de Villanueva de la Jara. Lindante a oriente con Alarcón, a poniente con Quintanar, a mediodía con Tarazona y Alarcón, y al norte con El Peral y Villanueva de la Jara



Término de Villalgordo del Júcar. Creemos que la referencia que se hace en términos de la época a la dehesa de Villalgordo se refiere al otro lugar deominado del Marquesado. Alarcón recuperó en 1526 la dehesa de Villalgordo concedida a Hernando del Castillo por el marqués de Villena. Los Castillo mantuvieron la dehesa de La Losa, de donde eran señores pero se reconocía un derecho de propiedad eminente a la villa de Alarcón a la que tenían que pagar un censo de 3000 mrs, anuales.

Corografía de Villalgordo del Júcar. Se hizo villa en 1672, por concesión de Mariana de Austria, desgajándose de Villanueva de la Jara
Esta villa dista quince leguas mirando al norte de la ciudad de Cuenca, capital de este obispado e intendencia y de la villa de San Clemente, que es cabeza de este partido se halla separado cinco leguas al poniente, dos lugares confinantes son por el saliente Tarazona y el Quintanar del Rey, cada una a la distancia de dos leguas y a la mitad se hallan las caserías de las Escobosas, despoblado y que únicamente sirven en el día para habitación de los labradores en las temporadas que se ocupan en este sitio. Mirando al norte y a la distancia de dos leguas y media está el Picazo por las márgenes del río Júcar y subiendo el dicho río a los tres cuartos de él molino de seis piedras que llaman el Batanejo con una huerta y arboleda bien frondosa y más arriba como legua y media hay otra rueda de molino de cuatro piedras que dicen de los Nuevos. Por el poniente están las casas de Benítez y Casas de Guijarro cada una distante una gran legua y finalmente al mediodía y distante dos leguas se halla la Roda y a la de una está Fuensanta y en medio del camino mira a esta, están las casas del Carmen que son de la jurisdicción de Vara del Rey, en estas casas como a doscientos pasos se mira la cueva do hizo ejemplar penitencia en hábito de hombre la venerable doña Catalina Cardona de la casa de este nombre por los años de 1560 y la que fundó en el mismo sitio un convento del Carmen descalzo en tiempo de Santa Teresa, el cual después se trasladó y se halla en Villanueva de la Jara, lo está igualemente el cuerpo de esta Venerable.

El término y jurisdicción de esta villa se extiende del mediodía al norte legua y media y de saliente a poniente una legua,

Quintanar del Rey o del Marquesado



Término de Quintanar. Lindante a oriente con el de Villagarcía, al mediodía con el de Villanueva de la Jara, al poniente con las villas de Alarcón y Casasimarro y al norte con el de Villanueva de la Jara. Obtiene el villazgo en 1561, hasta entonces había sido aldea de Villanueva de la Jara




Tarazona de la Mancha


Término de Tarazona de la Mancha. Lindante al oriente con la Ensancha de Alarcón, a poniente y mediodía con el Júcar, que divide los términos de Fuensanta, La Roda, La Gineta y Albacete, y al norte con Villagarcía, Villalgordo, Quintanar y Alarcón. Antigua aldea de Villanueva de la Jara que obtiene privilegio de villazgo el 11 de octubre de 1564
Término de Madrigueras. Lindante a oriente con Mahora y a norte, poniente y sur con Alarcón, con el paraje nombrado la Ensancha



Mapa corográfico de Tarazona de la Mancha



Barchín del Hoyo



Término de Barchín del Hoyo. Lindante a poniente con Alarcón y Buenache; Solera y Gabaldón al oriente, al mediodía Alarcon, al norte Piqueras y Chumillas. Tenía a Valverdejo por aldea, aunque Alarcón conservó la propiedad sobre la dehesa. En algún momento se constituyeron núcleos de población menores en Navodres y Alcool. Navodrés ya nos aparece como poblado en las cuentas del Rey Sancho a finales del siglo XIII


El Peral


Término de El Peral. Lindante con Iniesta al poniente, al sur Villagarcía y Villanueva de la Jara, al poniente Alarcón, Pozoseco y Villanueva de la Jara, al norte Motilla.

Cañavate


Término de Cañavate. Lindante con al este con Atalaya, Alarcón y Tébar, al sur con San Clemente, al oeste con Santa María del Campo, y al norte con Honrubia. Sus aldeas eran Atalaya del Cañavate y Cañadajuncosa. La primera pasaría a jurisdicción señorial. El antiguo núcleo de Torralba estaba en manos de los Pacheco de Belmonte


Término de Atalaya. Era villa de realengo, pero el marqués de Villena, que ya tenía 18 casas de vecinos decidió comprar la aldea. Lindante al este con Tébar, al norte con Cañavate y al sur con Vara de Rey




Transcripción del texto
Planta orixinal de la villa de Atalaia, jurisdicción que era de la villa de S. Clemente, que de su magestad ha comprado el Sr. marqués de Villena, duque de Escalona, etc. toda la qual suma y monta 28906182 varas quadradas que hacen una legua un sexto de legua legal con más 781182 varas= en la qual medida el dicho sr. marqués pretendió que sólo se le midiese lo que pertenecía a su Md. por decir que la maior parte del término suio de lo qual hiço ynformación y mandó que después de aberlo medido se midiese con la dha. distinción como en los autos consta y en esta planta lo colorado es lo realengo que tubo 13275682 varas quadradas y la verde es del dho. sr. marqués y tubo 15630500 varas como más largo consta en la declaración y auto que consta presentó en Madrid a 14 de julio de 638
Luis Carduchi (rúbrica)
AGS. DIRECCIÓN GENERAL DEL TESORO. Inventario nº 24, 00671, 01. Planta de la villa de Atalaya de Cañavate por Luis Carducci. m. 1657


Santa María del Campo Rus



Término de Santa María del Campo Rus. Lindante con Honrubia al oriente, poniente la Alberca, al sur San Clemente y al norte Castillo de Garcimuñoz. Desde 1428 señorío del doctor Pedro González del Castillo, junto a Santiago el Quebrado o de la Torre, comprada a Rodrigo Rodríguez de Avilés. Los Castillo Portocarrero conservarían el señorío hasta 1579 en que la permutan por Fermoselle. Desde esa fecha hasta 1608 permanece bajo jurisdicción real, pero en 1608 es vendida a Diego Fernando Ruiz de Alarcón

La Alberca del Záncara


Término de Alberca de Záncara. Lindante a saliente con Santa María del Campo y San Clemente, a mediodía con San Clemente y el Provencio, a poniente Las Pedroñeras, al norte Villaescusa de Haro y Santa María del Campo: Jorge Manrique le concedió un término mayor con el Amarguillo, Martín Ovieco y Robredillo de Zancara, pero no sería respetado tras la concordia de 1480


Las Pedroñeras



Término de Las Pedroñeras. Lindante al oriente con su agregado el Robledillo de Záncara,  al sur con Villarrobledo y El Provencio, al oeste con Las Mesas y El Pedernoso, y al norte con Belmonte y Villaescusa




Término de Robredillo de Záncara, junto a Martín Ovieco agregado a Las Pedroñeras


Corografía de Las Pedroñeras




El Pedernoso



Término de El Pedernoso. Lindante al oriente con Las Pedroñeras, al oriente con Santa María de los Llanos, al sur con Las Mesas y al norte con Belmonte y Monreal


Mapa corográfico de El Pedernoso


Las Mesas



Término de Las Mesas. Lindante a oriente con Las Pedroñeras, al sur con Villarrobledo, al poniente con Souéllamos y al norte con Santa María de los Llanos y El Pedernoso.
Corografía del término de Las Mesas


Villarrobledo



Término de Villarrobledo. Perteneciente a la antigua tierra de Alcaraz
Tomás López 1765



Iniesta




Corografía de Iniesta




La Puebla de San Salvador

Graja de Iniesta
Castillejo de Iniesta
El Herrumblar


Ledaña



Minglanilla



Término de Minglanilla. Lindante por saliente con Requena y Villargordo, partiendo el río Cabriel, por poniente La Graja y La Puebla, al sur Villargordo e Iniesta, y al norte La Pesquera. Antigua aldea de Iniesta, se separa de la misma en 1564, aunque no hay constatación del privilegio en ese año y el siguiente tiene lugar el amojonamiento.