El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

sábado, 25 de febrero de 2017

El convento de los frailes o de Nuestra Señora de Gracia de San Clemente

Iglesia de San Francisco (web del Ayuntamiento, http://www.sanclemente.es/)
Los días seis y siete de julio de 1971 el padre franciscano Juan Messeguer se pasa por San Clemente, visitará el llamado convento de los frailes, ocupado por los padres carmelitas, que no tardarían en abandonarlo. Ha estudiado la documentación existente en el Archivo Histórico Nacional, que hace referencia a los años de la Guerra de la Independencia y los previos a la desamortización y exclaustración en 1835. Será coincidiendo con estos años de la década de los treinta del siglo XIX, cuando se produzca el primer abandono del monasterio, ocupado desde su fundación en 1503 por los frailes franciscanos. De la importancia del convento da fe el número de religiosos, que osciló entre treinta y cuarenta. Aunque hubo momentos que se pasó de esa cifra, de tal manera que en el capítulo de la orden, celebrado en Villanueva de los Infantes el 17 de mayo de 1760, se asignaron al convento de San Clemente un máximo de 35 moradores, de los que veinticinco serían sacerdotes, tres coristas, cinco hermanos y dos donados.

Integrado primero en la custodia de Murcia (división menor a la de la provincia en la organización monacal), acabaría integrado en la provincia de Cartagena, sucesora de la custodia, una vez emancipada de la provincia franciscana de Castilla.  Alonso del Castillo recibiría de una congregación capitular de la custodia de Murcia las escrituras que le reconocían el patronazgo de la capilla mayor de la Iglesia del convento. Tal decisión pronto sería rechazada por el concejo de San Clemente, que reduciría los derechos de Alonso del Castillo al ochavo de la capilla mayor, y reconocería el derecho de patronazgo al concejo de la villa. Es decir, a los principales de la villa, que marginados de las capillas que unas pocas familias poseían en la iglesia mayor de Santiago, veían reconocido en la de San Francisco el derecho a un lugar de enterramiento, privilegio de asiento en las celebraciones religiosas y lugar donde se preservara su memoria.

El convento de San Francisco se construyó sobre un solar cedido por don Alonso del Castillo, pero su construcción solo fue posible por las aportaciones, o limosnas, de los vecinos de San Clemente. Ahora en 1515, doce años después de su fundación, el concejo de la villa de San Clemente, en pleitos con don Alonso del Castillo por los molinos y Perona, se arrogará ante el provincial y custodio franciscano el derecho de patronato sobre el convento, haciéndoles rectificar la concesión anterior a favor de don Alonso del Castillo. El convento que se ha iniciado a construir una década antes, se ha erigido gracias a las aportaciones monetarias de los vecinos de la villa. En el momento de las disputas estaba finalizada la cabecera de la iglesia, de inconfundible estilo gótico; es de presuponer que en este momento se edifica el cuerpo restante de la iglesia con un estilo ya de ruptura con las viejas tradiciones, ruptura que también se manifiesta en el claustro. Las rupturas de estilo coinciden con el gobierno municipal de un patriciado urbano que se erige en el principal impulsor del desarrollo económico de la villa, triunfante sobre los intentos de dominio señorial de los Castillo o los Pacheco, señores de Minaya. Esta minoría de principales enriquecida amenazará con paralizar las obras del monasterio: en acertada expresión dirán que su fe religiosa se resfriaba. Ese resfriarse nos muestra a una nueva élite dirigente, incrédula en su fe, que veía en los edificios que por esta fecha se levantaban, ya fueran civiles o religiosos, el símbolo de su triunfo personal. Consciente de su poder, amenazó al capítulo de frailes franciscanos de Murcia con detener las obras y dejar inacabado el convento.

Licencia de 1563 para establecer un estudio de Gramática (AMSC. AYUNTAMIENTO)

El convento, ejemplo del contrapoder pechero a las familias hidalgas, que habían elegido la iglesia de Santiago y las capillas destinadas para ello como lugar de sepultura, se convirtió durante tres siglos en centro de estudios de gramática, donde se formarían los hijos de las familias principales sanclementinas. La licencia par la concesión del estudio de gramática se concedió por carta real de 1563, viniendo a dotar la villa de un centro regular de estudios, completando la licencia real, obtenida en 1494, para dotar al pueblo y su comarca de un bachiller de gramática. Los estudios de gramática, tal como constataba el padre Ortega en 1740, se ampliarían a estudios de arte, o filosofía, y teología moral. Nos cuenta el padre Messeguer que en el convento de Nuestra Señora de Gracia recibió formación religiosa y científica el franciscano irlandés Patricio O'Hely. Aquí estudió filosofía durante tres años, entre 1560 y 1570, martirizado en su tierra natal el 22 de agosto de 1578.


Portada con el cordón franciscano (http://sanclemente.webcindario.com)
El padre Messeguer nos da una visión del convento en 1971, tal como lo encontró en en su visita, todavía ocupado por los padres carmelitas. Antes, da fe del estado de abandono que ha sufrido este convento a lo largo de la historia. Así, recogía el  testimonio del padre Ortega en 1740, que recriminaba a la Marquesa de Valera, sucesora en el patronato del ochavo de Alonso del Castillo, que anduviera en pleito con los frailes y descuidara sus obligaciones cristianas para ayudar a la conservación del edificio. Las disputas estériles hoy continúan, sin que aprendamos nada del pasado, mientras el edificio languidece. Dejamos pues las palabras del padre Messeguer en el recuerdo de su visita de julio de 1971
Del edificio queda el claustro central, grande; si no mal recuerdo, cuadrado o casi, con dos aljibes y sendos brocales modernamente retocados. Le adornan bellas columnas, sobre las que se apoyan arcos -¿escarzanos?- embutidos en obra de ladrillería, quizás en el siglo XVIII. Del resto del convento se conservan pequeñas partes aprovechadas por los actuales moradores que han construido un convento nuevo. Si el antiguo ya estaba sumamente deteriorado en 1740, no estaría mejor ciento sesenta años después (momento de la ocupación por los pp. carmelitas). La iglesia dedicada a Santa María de Gracia, se conserva en su ser primitivo con retoques inevitables que el tiempo impone. Portada gótica, blasonada con el cordón franciscano ciñendo el arco de entrada, según costumbre bastante extendida en la época
Claustro (foto José García Sacristán)

El documento que abajo presentamos fue cedido por el cura don Diego Torrente Pérez al padre Juan Messeguer durante su visita el seis y siete de julio de 1971. que transcribió el documento y lo publicó en la revista franciscana ARCHIVO IBERO-AMERICANO. Reproducimos esta transcripción con el fin de darla a conocer. Completa la que el propio Diego Torrente público en sus Documentos para la Historia de San Clemente. En ambos casos la base es el documento existente en el Archivo Histórico de San Clemente. Nos quedará la duda sobre cómo fue el encuentro entre el padre Messeguer y don Diego Torrente. Para el primero su visita al convento de San Clemente era una escala más en su estudio del franciscanismo; trató mal la hospitalidad del cura sanclementino, del que solo parecía interesarle la información que atesoraba y ese desprecio se plasmó en que citó mal su apellido a pie de página (Torres por Torrente). El cura sanclementino era ávido y supo aprovechar la visita del murciano para ampliar sus conocimientos, tener acceso a los estudios del padre Ortega o captar lo que el franciscano le contaba sobre el libro de cuentas que de 1812 a 1835 de dicho monasterio existe aun hoy en el Archivo Histórico Nacional. No le contó el franciscano al sanclementino cómo, durante la ocupación napoleónica del pueblo, los frailes ocultaron sus ahorros, dos mil doscientos reales, entre las tumbas de sus muertos y lo ávidos que fueron los franceses por encontrarlos.
Primeramente dos mil doscientos reales que se llevaron los franceses del panteón de los religiosos donde los encerraron con toda cautela el P. Guardián y Fr, Gerónimo Fernández, quien se quedó con la llabe de la cueba que era su entrada
Desconocemos si ambos religiosos compartían el conocimiento del padre Tomás, que tras la exclaustración de los frailes se hizo cargo de la iglesia, ayudando a su preservación. Este cura decimonónico era  especialmente querido en el pueblo, donde todos le llamaban el padre Tomasito. Los franciscanos tuvieron la posibilidad de volver a San Clemente en 1878, tras la restauración de la provincia de Cartagena, pero no aceptaron. Su lugar lo ocuparon en 1899 los padres carmelitas.

A uno y otro, franciscano y cura, se les escapó, creemos el verdadero valor histórico del documento que ambos leyeron y transcribieron: el pueblo estaba viviendo su edad de oro, su despertar. Comenzaba un primer impulso que tenía su reflejo en una primera implosión arquitectónica, que pronto abandonaría las trazas góticas de la cabecera de la iglesia gótica para internarse por los caminos del Renacimiento. Decían las Relaciones Topográficas, sesenta años después, que la construcción del convento de Nuestra Señora de Gracia (y posteriormente el de las clarisas) solo había sido posible en un momento de la historia de la villa con más población y posibilidades. La apreciación era incierta, pues el San Clemente de 1515 tenía la tercera parte de población del de 1575. Sin embargo, los sanclementinos de 1515 tenían una fuerza de voluntad y determinación que era ajena a sus paisanos de sesenta años después.



Yn nomine Domine, amen

A todos los que el presunto trasunto vieren e oyeren, yo,  fray Pedro de Molins, custodio de la custodia de Murçia de la orden de San Françisco de la observançia, vos notifico e hago saber cómo vi e diligentemente examiné unas cartas de la donaçión fecha al conçejo de la villa de San Clemente, del patronadgo del monesteryo que nuevamente se edifica en la dha villa, para freyres de la dicha orden, so ynvocaçión de Sancta Marya de Graçia otorgadas en el capítulo e congregaçión, fecha por el muy rreverendo padre fray Juan de Marquina, vicaryo provinçial de la dicha horden de la provinçia de Castilla, en uno con otros frayres e religiosos de la dha horden en el monesteryo del señor San Françisco extra muros de la çibdad de Murçia, el día e fiesta de la Conçebçión de nra Señora la Virgen María, escriptas en pergamino, e firmadas del nombre del dho muy reverendo padre provinçial e del custodio de la dha custodia, que por entonçes hera, e de los nonbres de otros religiosos difynidores de las cosas tocantes al dho capítulo, e selladas con el sello de la dha provinçia, e con otro sello de la dha custodia, no rraydas ni chançeladas ni en parte alguna de ellas sospechosas, mas caresçentes de todo viçio e error, según que por ellas propia façie, paresçía; el thenor de las quales es éste que se sigue:

Nos, fray Juan de Marquina, vicaryo provinçial sobre los frayres menores de la observançia de la provinçia de Castilla e fray Alvaro de Santisso, custodio de la custodia de Murçia, e fray Pedro Molins, electo en custodio de la dha custodia e difynidor con los otros difynidores desta nra capitular custodia e congregaçión, fecha en el convento de San Françisco de la çibdad de Murçia, en la fiesta de la Conçebçión de nra Señora, de año de (1515) años,
visto que vos, el honrrado conçejo de la villa de San Clemente, movidos por zelo del serviçio de Dios e devoçión a nra sagrada horden, fundastes en la dha villa, con vras propias lymosnas, el monesterio de Sancta Marya de Graçia, para que fuese morada de frayres de nra horden, la qual obra avéys continuado e continuays,
e allí mesmo, oyda la informaçión que por el discreto del dho monesterio nos fué fecha diziendo que vos, los suso dhos, os aclamavades e deziades padeçer agravio en esto que syendo fundado e edificado el dho monesterio a vras espensas, hizyesen a ninguna persona particular patrón dél, y que esto deziades, porque sabiades que en otra congregaçión o congregaçiones capitulares desta nra custodia avyan seydo conçedidas çiertas letras del señor Alonso del Castillo, vezino de la dha villa, las quales que savían que le hizieron patrón de la capilla mayor del dho monesteryo,
e que a esta cabsa se rresfriava a vosotros la devoçión que a la dicha casa thenés, e gana de acabar el edifiçio en ella començado, e que protestavades que, si el patronado sobredho no fuese a todos común, de çesar de hazer lymosnas para la dha obra,
lo qual thenemos por muy çierto ser e pasar ansy como nos fue dho, e relatado por el dho discreto, porque muchos de vos, prinçipales del pueblo, hizieron la mesma ynformaçión e protestaçión al uno de nos los suso dhos;
por ende, acatando a vra devoçión e justiçia que thenés, vyendo que, sobre las conçesiones del patronado susodho, no fue bien consultado ni por quien las procuró fecha devida ynformaçión, e se dixo que el dho Alonso del Castillo aver dado todo el sitio e solar para el dho monesteryo y ser prinçipal fundador e ayudador a la obra suso dha, lo qual pareçe por verdad no ser ansy como dho es,
nos, los susodhos, husando de la abtoridad apostólica a nos cometida para defynir, determinar e consultar en las cosas e negoçios de nro capítulo, dezimos que no obstante qualesquier letras que en contrario paresçieren conçedidas en nros capítulos, hazemos patrón del dicho monesteryo a vos el dho conçejo de la villa de San Clemeynte, para que cada uno de vos podáys elegir sepoltura e asyento do quiera que ovyere lugar, dentro e fuera de la capilla mayor, a donde por el guardián del monesterio os fuere señalado,
excebto el ochavo de la dha capilla, de la una esquina a la otra, el qual damos e señalamos al dho señor Alonso del Castillo para su enterramiento.
En testimonio de lo qual, damos esta carta firmada de nros nombres, e sellada con el sellode la dicha probinçia, fecha en el dho convento de Murçia, en nra capitular e custodial congregaçión, día mes e año susodhos.
Fray Juan de Marquina, vicaryo provinçial, fray Alvaro de Santisso, fray Pedro Molins, custodyo, fray Pedro de Ayala, fray Antonio del Puerto, fray Gonzalo de Soto.

Las quales dhas letras, por mi diligentemente vistas e examinadas por parte del dho conçejo de la dha villa de Sant Clemeynte me fue pedido las mandase trasladar e les mandase dar dellas trasunto o trasuntos, uno o dos e más, en pública forma para guarda del derecho del dho conçejo,
e yo visto el dho pedimento, e vistas las dhas letras de donaçión, e examinadas como es, aquéllos mandé trasladar, y en pública forma de trasunto tornar poe el notaryo ynfrascripto,
el qual dho trasunto e trasuntos quiero e es mi voluntad que sea dada e atribuyda entera fee, como sy las mesmas letras originales paresçieren,
a lo qual ynterpongo la abtoridad de la dha orden e decreto, para que valan e sean firmes en todo tienpo e lugar e para mayor corroboraçión del dho trasunto le mande sellar con el sello de la dha custodia, e le firme de mi nonbre
que fue fecho y pasó lo susodho en el dho monesteryo de San Françisco, a 15 días del mes de dizienbre, año de 1515 años.
A lo qual fueron presentes por testigos, para ello llamados e rrogados, Alonso de Alvaçete, e Françisco de Sabahún, vezinos de la dha çibdad de Murçia. Frater Petrus Molins custos.
Yo Alonso Balacana, escrivano y notaryo público por la abtoridad apostólica, que presente fui ante el dho rreverendo padre custodyio, en uno con los dhos testigos, e todo lo susodho, e a cada una cosa e parte dello, e asy lo vy, e oy, e non corresçila, e de mandamiento del dho custodyo este dho trasunto de mano de otro escrypto saqué, y en esta pública forma lo torné, e de mi signo acostunbrado, en uno con el sello de la dha custodia pendiente e firma del dho custodio, lo signé en fee de testimonio de verdad, rrogado e rrequerydo.


MESSEGUER FERNÁNDEZ, Juan, O.F.M.: "El convento de S. Francisco de S. Clemente. Fundación y últimos años de existencia" en Archivo Ibero-Americano, pp. 461-473. Año XXXVI, Octubre-diciembre, nº 144. 1976

ADENDA

Hoy es 30 de julio de 2018, el vetusto convento de los frailes nos sigue presentando ese aspecto destartalado que amenaza ruina, pero quién sabe si en su abandono ha despertado las conciencias o simplemente se ha convertido en testigo del pasado que ha recordado a los sanclementinos su historia. Hoy nace la esperanza de su recuperación. Por supuesto habrá disputas y corrillos en la plaza y calles del pueblo sobre qué hacer con el viejo edificio. Más allá de las opiniones encontradas el convento de Nuestra Señora de Gracia habrá ganado una batalla más, que no será la última. En los próximos dos años recuperará su esplendor de antaño.

Cuando los restauradores recuperen cada uno de sus muros, cuando se enfrenten a su claustro oculto por los vanos tapiados, no deben olvidar una cosa. El convento de Nuestra Señora de Gracia es un convento del pueblo. El pueblo lo levantó con sus limosnas. La iglesia de Santiago era la iglesia principal, pero desde hace quinientos años la misa mayor dominical se celebraba en la iglesia de los franciscanos. La plaza mayor era el lugar de confrontaciones públicas y cierre de negocios, pero nuestro convento, y su olvidado claustro era el escondido sitio de los encuentros deseados y de las confidencias ocultas. La iglesia de Santiago era el lugar de las homilías y las deslumbrantes octavas del corpus, pero el convento de los frailes era tribuna del sermón heterodoxo y del verbo libre. La iglesia de Santiago era el lugar de enterramiento de las grandes familias que querían subyugar al pueblo. El convento de los frailes era sitio de descanso eterno de quiénes en el pueblo dudaban de todo o habían llegado a él sin nada. Alonso Castillo, el hombre del marqués de Villena, en la villa tuvo que claudicar ante unos sanclementinos que no aceptaban más señores. Pretendía todo el convento y tuvo que quedarse con un ochavo. Martín Ruiz de Villamediana vino de Tierra de Campos como mercader, en San Clemente se forjó su riqueza, su fama y su hidalguía, pero en su hora final solo buscó el regazo de paz de una capilla del convento de los frailes por sepultura. Sabía que su memoria sería olvidada, por eso, creó un convento de clarisas. Dentro de poco, cuando se descubra la belleza cegada y callada de los arcos del convento de los frailes, empezaremos a desear ver el inaccesible claustro de las clarisas. Entonces comprenderemos el verdadero espíritu sanclementino: los edificios, incluso los religiosos se hacían a la medida del hombre. Aquí, llegó Vandelvira dispuesto a hacer una cúpula en la iglesia de Santiago que deslumbrará a todos, incluso a Dios. Dicen que desdeñó de su idea, porque Rodrigo Pacheco vio desaparecer su capilla de San Antonio. Pero no es verdad, los sanclementinos no querían que nada apagara el espacio abierto de su plaza.

Porque los sanclementinos son amantes, a pesar de lo que se diga, de los espacios abiertos. Y si un espacio era símbolo de esa apertura, ese era el convento de los frailes. Cuando en 1517 Luis Sánchez de Origüela fue quemado por sus ideas luteranas, pues que era su pensamiento sino avanzado protestantismo de quien creía que el hombre en su soledad solo necesita de su fe para hablar con Dios y cuando maldecía esas imágenes en los que veía ídolos. Él que, al igual que el resto de los sanclementinos solo se amaba a sí mismo. Para qué necesitaban los sanclementinos la iglesia de Santiago si con sus manos ya estaban levantando otra. Se lo hicieron pagar y su infame memoria se conservó en el sambenito que colgaba entrando por la puerta de Santiago. Los Origüela dieron la espalda a su iglesia y a su cementerio aledaño y se fueron al convento de Nuestra Señora de Gracia. En él, levantaron su capilla de enterramiento. Les siguieron otros como los Ortega y los ya consabidos Villamedianas. Todos creían en lo mismo: el futuro se lo labra uno mismo y la memoria que ha de llegar a nuestra muerte no se labra en mármol, sino en el recuerdo que dejamos en nuestros vecinos. Se intentó hacer de los frailes unos comparsas, pues ellos daban el crédito y la buena fama en el siglo XVI. Pero los sanclementinos sabían que ni filas de franciscanos detrás de los ataúdes ni kilos de cera fundidos ganaban el Paraíso. Por eso hacia 1650, un vecino desafió a todo el pueblo: cambió su deseo de ser enterrado en el convento de los frailes por una simple fosa cavada en la puerta sur de la iglesia de Santiago. Envuelto en una estera, debía ser pisoteado por todo el mundo, para a todos recordarles que era un hombre, a pesar de la arrogancia con que se presentaba en vida.

De gestos estaba llena la vida de San Clemente, y de esos gestos se valió fray Julián de Arenas, el prior del convento de Nuestra Señora de Gracia, cuando con valentía expuso sus ideas heterodoxas. Fue repudiado y condenado, pero nos enseño una verdad: el valor del silencio, a imitación de Cristo, es preciso guardar silencio para que la verdad se abra camino. Su silencio era el de la resignación de todo un pueblo, pero también el símbolo del escepticismo del que nace el libre pensamiento. Es ese silencio, guardado durante siglos, el que hace del convento de Nuestra Señora de Gracia el símbolo de todo un pueblo y de cada uno de los vecinos de la vieja villa de San Clemente.


domingo, 19 de febrero de 2017

Conflictos sociales y crisis de subsistencias en Motilla y El Peral en torno a 1600

Pórtico de la iglesia de El Peral
A finales del siglo XVI el poder de la villa de Motilla del Palancar, como la de tantas otras, recaía en unas pocas familias. El monopolio del poder local iba parejo al disfrute de ciertos privilegios y, por contra, a una discutida administración de los bienes públicos en perjuicio de la res publica y la mayoría de la vecindad.

El proceso de concentración del poder local había llegado con retraso a la villa de Motilla, al igual que a la de El Peral, pero en sus formas era un remedo de lo acontecido en el resto del corregimiento de las diecisiete villas. La sustitución de los regidores elegidos a suertes o elegidos por los cargos salientes por oficios perpetuos se había iniciado en 1543 en las villas principales, extendiéndose la compra de oficios y su disfrute de por vida al resto de villas. Pronto al disfrute vitalicio de los cargos seguiría la sucesión hereditaria de los mismos. Sin embargo, las sociedades locales de la Mancha conquense de la segunda mitad del siglo XVI y de comienzos del siglo XVII estaban formadas por grupos muy dinámicos, donde las nuevas fortunas luchaban por acceder al poder. Estos conflictos, unas veces daban lugar a luchas banderizas entre las viejas familias y las nuevas, otras simplemente la divergencia de intereses confluían vía matrimonial.

La venta de regidurías perpetuas en la villa de Motilla. o al menos la consolidación de dicha forma de gobierno se había producido poco antes de 1590. El hecho, se enmarcaba en un contexto de reforzamiento de los poderes locales frente a un poder de la Corona, que aparentemente iniciaba, sobre todo en el plano fiscal, un intento de centralización administrativa (léase, nuevo servicio de millones), pero que nacía del propio reconocimiento por la Monarquía de su debilidad en la zona: fracaso y desaparición de la Gobernación de lo reducido del Marquesado de Villena y su sustitución por dos corregimientos en 1586 y fracaso de los intentos de establecer un embrionario orden fiscal en el Marquesado en el campo de las rentas reales de la mano del administrador Rodrigo Méndez.  Hay que reconocer que la solución dada en este campo, con la creación de una Tesorería de rentas reales, cuyo oficio recayó en el capitán Martín Alfonso de Buedo, fue un acierto, pero el importe de alcabalas y tercias de los pueblos del Marquesado iba íntegramente al pago de los juros de Fúcares y genoveses; la recaudación del nuevo servicio de millones que se creó para procurar nuevos ingresos a la Corona recayó desde sus inicios en manos de las oligarquías locales. De los memoriales de agravios, que en 1590 los concejos presentaron en nombre del bien común y sus vecindades, pronto se pasó a la oportunidad de negocio que ofrecía la nueva fiscalidad: los bienes propios, caudal de los pósitos, repartimientos concejiles y los propios privilegios y cargos concejiles, objeto de compra y venta, se supeditaban al pago del nuevo impuesto. La gestión de todos estos recursos recayó en manos de unas pocas familias en cada pueblo, por la compra de regidurías perpetuas y otros cargos. Del expolio de los bienes y recursos municipales nacerían las minorías oligárquicas que controlarían el poder local de los pueblos, cuyo dominio alcanzaría, vía alianzas matrimoniales, una extensión regional. La lucha por la gestión de estos recursos municipales provocó fuertes enfrentamientos de bandos en el primer tercio del siglo XVII, antes de la consolidación definitiva de algunas familias en el poder de los pueblos. En la mayoría de los casos, dado el carácter pleiteante de la sociedad española de la época moderna, que nos recordaba KAGAN, los conflictos acababan en largos y costosos pleitos en la Chancillería de Granada, pero otras veces, caso de la villa de El Peral en 1630, las tensiones derivaban en sucesos sangrientos.

Hoy analizaremos la lucha por el poder local en las villas de Motilla y El Peral poco antes de la peste del año 1600. La crisis del seiscientos, desgraciadamente muy ignorada, fue unos de esos puntos de inflexión que marcaría los rumbos de unas sociedades locales por derroteros que a fines del siglo anterior difícilmente hubieran sido imaginables. Motilla y El Peral nos aparecen como dos pueblos que conviven en perfecta ósmosis, pero Motilla el pueblo nuevo en crecimiento constante acabará absorbiendo a El Peral, la villa antiquísima y de rancio abolengo. Sus familias acabarán buscando su fortuna en Motilla, lugar de encrucijada de caminos hacia Levante y Albacete y más afortunada. El peso demográfico de Motilla, quinientos vecinos, frente a los ciento cuarenta de El Peral, es reflejo del peso de ambas villas.

La venta de regidurías perpetuas hacia 1590, en un momento de la nueva exacción fiscal del servicio de millones, había sido funesto para el difícil equilibrio que vivía la sociedad motillana. Los siete regidores perpetuos que ejercieron el poder en la década de los noventa lo habían hecho en beneficio propio. Cuando en los últimos años del siglo XVI, las condiciones económicas devinieron adversas con las malas cosechas y las derivadas crisis de subsistencias, las acusaciones contra los regidores se hicieron más visibles. Miguel de Dueñas puso voz a los vecinos motillanos* que acusaron a sus regidores de esquilmar los bienes del pueblo y ejercer el uso del poder arbitrariamente. Se acusaba a los siete regidores motillanos de encabezar una camarilla de cincuenta vecinos que se habían confederado para comprar los oficios municipales. Desde el monopolio que detentaban del poder local, se eximían a sí mismos y sus parientes del repartimiento de cargas y hospedaje de soldados. Las acusaciones partían de un contexto de escasez y crisis de subsistencias que había situado el precio de la fanega de trigo, comprado lejos de la villa, en la desorbitada cifra de treinta reales; el caudal del pósito, valorado en seis mil ducados, se había dilapidado. Se acusaba a los regidores de pagar con el caudal del pósito el precio de sus oficios y de apropiarse 35.000 reales, de apropiarse de las rentas concejiles y de comprar el oficio de escribano a favor de un particular para encubrir y dar naturaleza legal a sus delitos. Además, Miguel de Dueñas y sus consortes, amparándose en la obligación de los oficios públicos de someterse a un juicio de residencia, pedían que el corregidor de San Clemente pasará a la villa de Motilla a juzgar a sus regidores y tomar cuentas de su administración en los últimos diez años.

Igual proceder que los vecinos motillanos siguieron algunos vecinos de El Peral que denunciaron a sus regidores**. Los vecinos de la villa de El Peral para mitigar la necesidad de sus ciento cuarenta vecinos había hecho un pósito hacia 1583; la operación supuso un primer endeudamiento de la villa que se vió obligada a tomar un censo de 1.500 ducados. Un segundo endeudamiento vino por igual cuantía de un donativo real, cuyo importe sacado en un primer momento de la tesorería de millones de Cuenca, acababa obligando el caudal del pósito de la villa. La acusación de El Peral adquiere un fuerte matiz de clase, expresado como veremos en el lenguaje usado por las partes contendientes. En el Peral no había regidores perpetuos, pues, aun siendo la villa de escasa vecindad, había decidido consumirlos poco después de su implantación. Un vecindario, agraviado por la actuación de estos oficiales, había elegido el peor momento para amortizar estos cargos, pues el precio fue un nuevo endeudamiento por cuantía de 530 ducados. La villa se vio obligada a adehesar y arrendar a particulares por diez años un término propio del pueblo llamado el Pinar. Los beneficiarios del arrendamiento habían sido los propios regidores denunciados, en cuyos bolsillos acabaron las rentas destinadas en un principio al consumo de las regidurías, privando al pueblo, a decir de los denunciantes, de unas rentas valoradas en mil cien ducados.

Los denunciantes de ambas villas llevaron sus causas a la Corte, un siete de mayo de 1599, dando su poder al motillano Miguel de Dueñas. Los regidores motillanos defendieron su causa, alegando que las acusaciones venían por el reparto de trigo y cebada a los denunciantes con motivo de la jornada del rey Felipe III y su hermana Isabel Clara Eugenia a Valencia, donde habían acudido un mes antes para desposarse respectivamente con la reina Margarita de Austria y el archiduque Alberto. Las cuentas de las dos villas y su pósitos ya se habían tomado en 1597 por el alcalde mayor de San Clemente, el doctor Francisco Pimentel. Aunque sus sentencias no habían convencido y estaban apeladas en la Corte ante el Consejo de Castilla. No obstante, quien nos ayuda a comprender realmente lo que estaba pasando era el regidor peraleño Pedro García; aunque en tono exculpatorio se reconocía que los abusos de las oligarquías locales coincidían en el tiempo con años aciagos de malas cosechas, que habían provocado la pauperización del común de los pueblos

como a cinco o seis años que la cosecha de pan y vino a seydo muy poca en esta villa por aber faltado los tenporales y por causa de piedra y niebla y otros casos fortuitos y en particular este año presente a seydo muy estéril y que desta causa todos los vecinos desta villa están muy gastados y necesitados y se espera un año de muncho trabaxo para los vecinos desta villa
La afirmación del regidor venía corroborada por vecinos notables de la villa, tal como Pedro López Chavarrieta de cincuenta años, que reconocía que las acusaciones de los peraleños hacían leña del árbol caído, acusando a unos regidores ya condenados por el doctor Pimentel y cuyas sentencias estaban pendientes en el Consejo de Castilla. Las tensiones en el pueblo eran para agosto del año de 1599 muy graves, coincidiendo con una pésima cosecha. En ese diagnóstico, tan real como interesado a decir verdad, coincidían otros notables, que sin desempeñar los cargos públicos no por ello habían dejado de beneficiarse de los propios y rentas concejiles, tal era el caso de Andrés Luján.

Lo cierto es que, aprovechando el estado de necesidad que se vivía tanto en la villa de El Peral como en la de Motilla, un grupo numeroso de vecinos de ambos pueblos habían hecho causa común contra los vecinos principales que detentaban los poderes locales. Aprovechaban que el licenciado Cisniega estaba tomando la residencia del corregidor de San Clemente Fernando de Prado, para reabrir el proceso del doctor Pimentel de dos años antes, que ya había condenado a estos principales por malversar los bienes de los propios y de los pósitos locales.

La defensa de los poderosos corrió a cargo de Francisco Lucas, regidor de la villa de Motilla. Sus argumentos delataban la defensa del interés de clase por encima de las necesidades ajenas. Los denunciantes habían conseguido que el licenciado Cisniega entendiera, por comisión recibida el 17 de mayo de 1599, en la cuentas de los propios y de los pósitos. El momento no podía ser más oportuno; en pleno mes de agosto las cosechas acababan de ser recogidas de los campos. Pedro Lucas protestó. Los cargos de mayordomos de pósitos vencían para San Juan de cada año, era a comienzos de julio cuando se tomaban las cuentas. Ahora, al llevarse en el mes de junio el escribano y alguacil enviados por el juez de residencia los papeles del pósito se decía que no se habían podido cobrar las deudas a partir de Santiago, una vez segada la mies y que los trabajadores habían recibido sus salarios. A la escasa cosecha se unía la ocultación del trigo recogido. Desde luego, la práctica de ocultación del trigo para evitar pagar las deudas del pósito y el diezmo poco tenía que ver con la falta de los papeles de cuentas del pósito. Más bien era una práctica consuetudinaria, que especialmente algunos practicaban más que otros.

La malversación del caudal de los pósitos en el corregimiento de las diecisiete villas venía de lejos. Ya en 1595 el corregidor y su alcalde mayor habían recibido comisión para intervenir las cuentas de los pósitos de las villas del corregimiento. La denuncia vino de la villa de San Clemente. Allí el regidor Hernán Vázquez de Ludeña denunció cómo el dinero que habían recibido los depositarios de la villa Bautista García de Monteagudo y Diego Ramírez Caballón, seis mil ducados  para redimir un censo cargado contra el caudal del pósito no se había utilizado para tal fín y cómo desde hacía doce años las cuentas del pósito de don Alonso de Quiñones ni se habían tomado ni sus deudores habían satisfecho sus deudas. El doctor Pimentel fue comisionado para tomar las cuentas de los pósitos de las diecisiete villas, comisión que incumpliendo el término de los treinta días se acabó convirtiendo en intromisión de la justicia de San Clemente en las cuentas de los pósitos de los dos años siguientes. Las condenas impuestas fueron aceptadas de mal grado y apeladas. Es de suponer algún tipo de compromiso entre el corregidor y las oligarquías locales, pues a pesar de la intervención del caudal de los pósitos por su justicia dos años antes, en 1599 se prefería la acción del corregidor sanclementino antes que la intervención del juez de residencia licenciado Cisniega. Se alegaba que las villas difícilmente, en la escasez que se vivía, podían soportar los salarios de dicha residencia, cifrados en dos mil maravedíes, pero aparte de esta realidad, se temía más el clima de malestar social existente en los pueblos, cuyos vecinos empobrecidos reclamaban justicia.

Los principales conseguirían evitar la intervención en los pósitos municipales del licenciado Cisniega, pero los denunciantes seguirían en su empeño, consiguiendo ya en el año 1600 (año de pésima cosecha por el pedrisco de abril y mayo) intervención de un nuevo juez de comisión, el licenciado Santarén, prorrogando en el mes de mayo su comisión inicial de ocho días a otros quince más. Sin embargo, para el 10 de junio el licenciado Santarén, que no ha comenzado todavía su comisión, se excusa de llevar a cabo su labor por la estar su mujer enferma en Madrid. De nuevo las presiones de los poderosos locales, como antes con el licenciado Cisniega, evitaban su acción judicial. Para entonces los regidores de El Peral deciden enviar procuradores a Madrid, alejando de la villa el contencioso, que pagan con las rentas de los propios.

Ya en el mes de julio de 1600, los peraleños intentan se mande nuevo juez de comisión. Faltan por cobrar los alcances del pósito desde el año noventa y tres. Mientras que los regidores peraleños eluden el pago de sus deudas, apoyados por la parcialidad de la justicia del corregidor de San Clemente, otros vecinos sufren ejecuciones en sus personas y bienes por no poder hacer frente a los réditos de los censos con que está cargada la villa. Por fin se decide el 1 de agosto que vaya a tomar las cuentas el corregidor de Cuenca. La decisión es tomada como una derrota por los regidores de El Peral, que piden su recusación. Razón llevan, pues el corregidor de Cuenca se ha entrometido en años pasados en las villas del sur de Cuenca para garantizar el abasto de la propia ciudad. Se ve más imparcial, y tal vez manejable,  al corregidor de Chinchilla. Para entonces el conflicto está enervado; a ello contribuye que la villa sea una vecindad estrecha de apenas ciento cuarenta vecinos, pero asimismo el poder de sus vecinos principales cuyos intereses y lazos se extienden por toda la comarca. El lenguaje del contencioso se hace más agrio. Los regidores presentan a la villa de El Peral como una sociedad de iguales, donde ningún vecino tiene hacienda superior a los mil ducados. obviando el poder e influencia de linajes como los Luján y los Chavarrieta. Sus enemigos son presentados en un lenguaje de desprecio  y clasista como gente de baja procedencia
porque vª al. sabrá que las personas que lo piden (que se mande juez de comisión) son algunos particulares pobres y gente común y holgazana que no tiene en qué entender y porque la justicia y regimiento de la dicha villa los conpele a que trauajen y no anden vagantes an tomado tanto odio y enemistad con ellos

El pleito parece detenerse bruscamente sin que conozcamos el final. La causa, sin embargo, no es otra que la presencia de la peste ya desde mediados del mes de julio en las villas del corregimiento. Durante seis meses la presencia del mal, o los temores en aquellas villas no alcanzadas, acalla cualquier conflicto.





Archivo Histórico Nacional, CONSEJOS, 28252, Exp. 11.  Miguel de Dueñas y consortes vecinos de la villa de la Motilla con Tomás Tendero y consortes sobre cierta querella  



* Los vecinos motillanos que denunciaron los abusos de los regidores fueron Miguel de Dueñas, Roque de la Parrilla, Alonso de Toledo, Pascual de Barchín y Miguel Martínez. Los regidores perpetuos eran Tomás Tendero, Alonso de León, Manuel de Ojeda, Miguel García, Antón de la Jara, Francisco Lucas.

** Los vecinos de El Peral que denunciaron los abusos fueron Miguel Leal, Alonso del Peral, Agustín García, Juan Jiménez, y Gil de Alarcón. Se querellaban criminalmente de los regidores Diego de Alarcón, Juan de Mondéjar, Alonso de Tórtola Espinosa, Pedro García de Contreras y el alguacil Juan Navalón.

domingo, 12 de febrero de 2017

San Clemente y la revolución de mil quinientos


La historia de San Clemente a comienzos del siglo XVI es una incógnita, como es la historia de la segunda mitad del cuatrocientos. Se ha ensalzado el reinado de los Reyes Católicos como la época de esplendor de la villa, mientras la penumbra se extiende sobre el reinado de Juana la Loca. Si paramos nuestra vista en el deslumbrante espacio renacentista de la plaza mayor, nos vienen a la mente los datos cronológicos de don Diego Torrente sobre la construcción de los edificios que la configuran. La preocupación por el estado de la iglesia de Santiago ya nos aparece en 1530, aunque las grandes reformas de los edificios ya son de mediados del quinientos: las actuaciones del vizcaíno Meztraitúa y la posterior de Vandelvira en la Iglesia, con la añadidura de ese cuerpo de sillar perfecto que da el porte a la iglesia de un palacio renacentista que más que mirar da su espalda a la plaza; la reforma del ayuntamiento con la consolidación de unos arcos centrales que cedían y la construcción de una sala digna para los regidores sanclementinos. La reforma del ayuntamiento es anterior a la construcción de las carnicerías y el pósito, aunque más bien habría que hablar de continuidad entre ambas obras, pues continuidad hay entre las dos plazas. En la puerta gótica de Santiago de la iglesia parroquial se reunían los representantes sanclementinos para celebrar sus cabildos, antes que lo hicieran en el nuevo edificio de la plaza mayor, creemos que ya desde comienzos del quinientos.

Hoy queremos hacer una apuesta histórica, sin fuentes documentales que la sustenten o precisamente por la ausencia histórica de estas fuentes podamos aventurar una hipótesis que el tiempo dirá si tiene su verdad histórica en los documentos que quizás aparezcan donde menos esperamos encontrarlos. Cuando hace ya casi veinticinco años comencé a describir el archivo histórico de San Clemente miraba con recelo y cierto miedo todos aquellos privilegios del Marqués de Villena o los Reyes Católicos, que ya se habían profanado, sacándolos del arca de tres llaves donde habían permanecido durante cientos de años y donde se los encontró don Diego Torrente. Los privilegios y cartas reales (afortunadamente recopilados en libro de privilegios de fecha posterior) que van de 1445 hasta los años cuarenta del siglo siguiente, junto con una documentación rala de correspondencia de procuradores de la villa, apenas si son desperdigadas manchas que más que mostrar el pasado histórico parecen ocultarlo. Y la primera pregunta que nos viene a la cabeza es ¿qué habrá sido de aquellas actas municipales anteriores a 1548, que hoy nos han desaparecido, pero que allá por la segunda mitad del siglo XVII, entre sus papeles, los nuevos advenedizos a la hidalguía buscaban a algún antepasado desempeñando el puesto de regidor o de alcalde?

Artesonado de la ermita de Nuestra Señora del Remedio (pág. web del ayto.)
Cuando los Reyes Católicos visitan San Clemente un sábado nueve de agosto de 1488 es, mal que nos pese, una villa de labriegos. No hay murallas ni puertas, ni siquiera se ha tenido el valor de levantarlas improvisadamente, a modo de barricadas, como han hecho en acto tan heroico como suicida los habitantes de La Alberca durante la guerra del Marquesado. A falta de puerta simbólica, los Reyes Católicos deben jurar los fueros y libertades de la villa en el puente que se levanta sobre el arrabal, en el río Rus. San Clemente siempre se ha mirado en el espejo del santuario de Rus para reconocerse e injustamente ha olvidado ese arroyuelo tan insignificante como vital para comprender su pasado histórico. En San Clemente, en ese año de 1488, hay pocos edificios que den cierto porte señorial a la villa. La iglesia de Santiago, en la que, a través de las piedras irregulares de su fachada se adivina el templo antiguo, apenas si levanta majestuosa su torre; el cementerio aledaño a la iglesia, que aún pervivía hacia 1553, no daría mucha prestancia al espacio urbano que hoy vemos. Un poco más alejada la Torre Vieja, levantada por Hernán González del Castillo en la misma época que su hermano el doctor Pedro alzaba el castillo de Santiago de la Torre como construcción tan similar como pareja en su función defensiva. Mal debieron mirar los sanclementinos esta Torre Vieja, construcción disonante en medio de unas casas que por entonces no alcanzaban en altura la planta baja y, en la parte superior, una falsa cámara. Sus propietarios ni siquiera residirían en la villa sino en Minaya. No sabemos cuál era la residencia de Alonso del Castillo, el hijo del alcaide de Alarcón Hernando del Castillo, hombre de confianza del Marqués de Villena en las tierras del antiguo suelo de Alarcón. Alonso, tras el casamiento con María de Inestrosa, era sin duda el principal propietario de tierras en San Clemente por esta época, era hombre que recelaba de los sanclementinos, bien se cuidaba de firmar sus documentos pretendiendo jurisdicción sobre Perona como vecino de Alarcón y no de San Clemente. No dudamos que contaba con casas principales en la villa e incluso creemos que se situarían  no lejos del solar sobre el que hoy se levanta el palacio de los Marqueses de Valdeguerrero. Poco más nos mostraba el San Clemente de 1500, aparte de alguna ermita como la de San Roque camino de Belmonte, la desaparecida de San Cristóbal o esa otra del Remedio, y esa preciosa fachada de la de San Nicolás, que más parece obra civil, hoy desubicada de su emplazamiento original, además de algún hospital sobre cuya apariencia hay que suponer todo.
Ermita de San Nicolás

Pero el San Clemente de 1500 ya da muestras de dinamismo. No sabemos cuánto hay de verdad en los ciento ochenta vecinos de 1495 que nos aporta un vecino de Alarcón cincuenta años después. No andan muy lejos de los ciento treinta vecinos del año 1445. Las guerras del Marquesado en torno a 1480 no fueron el mejor contexto para el despegue de la villa. Pero ya en los últimos quince años del siglo algunos vecinos empiezan a disputar el poder que monopolizan quince o veinte familias. Claro que San Clemente por estas fechas no es solo la propia villa y su término, su alfoz comprende Vara de Rey y sus aldeas, entre ellas Sisante, que situada a cinco leguas, está en medio del camino hacia Villanueva de la Jara y, en el límite de cuyo término, se han edificado los molinos propiedad de la familia Castillo, adonde van a moler los vecinos de la comarca, pagando una desorbitada maquila, símbolo de una extorsión señorial, vista por los labradores como simple robo del fruto de su trabajo.

La última década del siglo XV debió ser muy convulsa, las luchas por el poder local se desataron y la apropiación por las tierras incultas también. Se magnifica la crisis de subsistencias y pestífera en los años posteriores a la muerte de Isabel la Católica en 1504, que en la mentalidad colectiva se recordaron como los años malos. Años de desigualdad, en la que tasa de granos de 23 de diciembre de 1502 actuó como salvaguarda de los campesinos y  vecinos empobrecidos. Años de reacción señorial, y también de malos tratos, en pueblos como El Provencio o Santa María del Campo. Años en los que el Marqués de Villena, soñó con recuperar lo reducido del Marquesado de Villena de nuevo, aunque al final tuviera que conformarse con incrementar sus posesiones en tierras toledanas y malagueñas. Pero años de reafirmación de las villas de realengo del Marquesado. Las villas de realengo del sur de Cuenca, y no solamente San Clemente, parecen despertar en los comienzos del quinientos. la villa de San Clemente vive su despegar definitivo: es la revolución de mil quinientos. Unas pocas y decididas familias parecen empujar a la villa hacia la prosperidad. El símbolo es la construcción en 1503 del edificio del monasterio de Nuestra Señora de Gracia, donde se instalarán los franciscanos. ¿Por qué es el símbolo? ¿Acaso hemos de olvidar que la instalación de los franciscanos en San Clemente es coetánea a la reforma de la Orden por Cisneros? La importancia de la erección del convento de los frailes la sabía Alonso del Castillo, pero también un concejo sanclementino poco dispuesto a aceptar el patronazgo del mencionado Alonso. Es un edificio gótico, su imponente iglesia podría fácilmente rivalizar con la iglesia parroquial de Santiago, pero en su derruido y mutilado claustro ya se anuncia el Renacimiento.

Iglesia San Francisco (pág. web ayto.)
San Clemente llora muy a menudo por la reina Isabel la Católica como su benefactora y se olvida con demasiada ligereza e irresponsabilidad del reinado de Juana la Loca. En esta época, el gobierno de la villa está en mano de dos alcaldes y cinco regidores, pero las rivalidades de fines del cuatrocientos han configurado un poder municipal más abierto. Se ha creado, como en el resto de villas, el cargo de síndico personero como contrapeso del poder oligárquico de unas pocas familias, pero el poder se ha abierto a nuevas familias con la creación de varios diputados del común. Así, los concejos de la villa, que ya no se celebran en la puerta de Santiago de la iglesia sino en su ayuntamiento, se nos presentan como reuniones de una república de comuneros. En esta república la voz la ponen unas pocas familias: destacan entre ellas los Origüela y los Herreros, pero otras también participan del poder en condiciones de igualdad: son los López Perona, los Martínez Ángel, los López Cantero, los López de Tébar, los García de Ávalos o los Fernández de Alfaro. Pronto olvidarán los primeros apellidos más comunes en favor de los segundos. Son estos hombres los que defienden la independencia de la villa frente a Alonso del Castillo y su cuñado Alonso Pacheco, hermano del señor de Minaya, y los que excluyen del gobierno local al resto de hidalgos. Los nombres de estos hidalgos es de sobra conocido, sus apellidos nos los recordarán los blasones de sus casas palacio, pero ahora, en 1512, intentan ganar en la Chancillería de Granada el poder del que son excluidos del pueblo. Veinticinco años tardarán en lograrlo, para entonces San Clemente se ha roto, su aldea de Vara de Rey se ha emancipado. Ya no es el San Clemente de comienzos de siglo que todavía está conquistado el territorio de su propio alfoz en lucha y pleitos interminables con los pueblos vecinos y disputas intestinas entre sus vecinos, el San Clemente abierto que, amparado por la protección de las cartas reales de la reina Juana, recibe a los vecinos que huyen de los lugares de señorío; estamos ya en el San Clemente de mediados de siglo que intenta ser cabeza del Marquesado y convencer al gobernador para que establezca su sede en la villa.

El San Clemente de comienzos de siglo vive impulsado por el dinamismo de los hermanos Origüela, poco apegados a la tierra y símbolos de una sociedad que se diversifica, y la fuerte personalidad de Miguel Sánchez de los Herreros (y su mujer Teresa López Macacho ... que las mujeres sanclementinas debieron poner la voluntad y tesón allá donde fallaban sus maridos. Quizás el único acierto de Pedro Sánchez de Origüela, el hijo, fue su doble matrimonio con Elvira López Cantero y Ana de Tébar). Estos prolíficos origüelas de múltiple descendencia inundan con sus numerosos vástagos la vida del pueblo; ocupan, ya emancipados de los Castillo, los cargos de alcaldes, regidores y diputados del común de la villa, compartiendo dichos oficios con los Herreros, que pronto romperán la circunstancial e interesada alianza. Su presencia en el gobierno de la villa será impopular, serán denunciados, tal como lo fue Luis Sánchez de Origüela, ante el Santo Oficio y finalmente marginados del poder local. Luis será quemado en 1517, sus hermanos Pedro y Alonso apartados del gobierno de la villa. Ese año de 1517, Antonio Ruiz de Villamediana nos aparece como alcalde de la villa por los hijosdalgo. Victoria transitoria de los nobles, que sostienen pleito en la Chancillería de Granada, pero todo un presagio del fin de la república de comuneros que desaparecerá con la revolución de las Comunidades de 1521.

Casa del Arrabal
Foto: José García Sacristán
El San Clemente de los origüelas es el símbolo de la villa como tierra de oportunidades. El concejo de San Clemente no es rico; según unos, sus propios rentan 50.000 maravedíes anuales, según otros, 100.000; cantidad no despreciable pero destinada a mantener los pleitos que la villa mantiene en Granada con el resto de villas comarcanas para fijar sus términos en unos casos, para no ver excluidos a sus vecinos o ganados de los bienes comunales del suelo de Alarcón, en otros. No solo se mantienen pleitos con las rentas de los propios, también se vela por el bien común de la república, satisfaciendo el salario de médico, boticario o maestro de gramática. La sociedad de labriegos deviene en sociedad ilustrada, apoyada en una riqueza que a veces parece ahogar el desarrollo económico de la villa. Para 1514 sabemos que la riqueza agraria de los pueblos comarcanos, y la de la propia villa de San Clemente, que vive ese año un proceso de usurpación de las tierras baldías y llecas, era tal, que los agricultores, que con sus carretadas de trigo llegaban a los molinos de la ribera del Júcar, propiedad de los Castillo, esperaban hasta doce días para que les tocará el turno para moler su harina. Las viñas era la otra fuerza impulsora del desarrollo agrario: los cultivos de vides eran más propios del sur sanclementino frente a los cereales de Vara de Rey, Villar de Cantos o Perona.

En cierta ocasión me comentaba don Abel, párroco de la villa, cómo fue posible el milagro de la construcción de los edificios que embellecen la villa de San Clemente. Sin duda se refería a la obra edificadora iniciada a mediados del quinientos. Es la historia de la villa reflejada en sus guías de turismo, el San Clemente que conocemos sería la obra de maestros como Meztraitúa, Zabilde o el gran Vandelvira. Pero nos olvidamos que hubo una primera fiebre constructora a comienzos del quinientos. En un pleito de 1514, nos aparece un Pedro de Oma que vive en San Clemente, pues su vecindad en la villa no ha sido reconocida, presentándonos un pueblo en ebullición con un gran potencial de crecimiento.  Por entonces San Clemente está construyendo unos molinos propios en los campos de El Picazo. La construcción de los molinos es obra colectiva de todo el pueblo y así se ha decidido en un concejo abierto. La obra es costosa, se emplea gran cantidad de maderas, piedras, cal y trabajo. Hasta veinte hombres trabajan en la edificación de la casa y aceña. ¿Quién paga la obra? Pues los propios vecinos de San Clemente que deciden hacer entre sus habitantes el repartimiento de los mil escudos de oro que vale la obra. La cifra es importante; el repartimiento y pago no cuenta con resistencias. Es una colectividad decidida, que con los recursos y dinero de su esfuerzo y trabajo levanta y construye su propio pueblo. Cuando Alonso del Castillo pretende el patronazgo del convento de Nuestra Señora de Gracia, el concejo le recordará que ha sido el cabildo municipal quien ha aportado los dineros. ¿Y el Ayuntamiento? Nosotros, seguimos apostando y buscando, es cierto, infructuosamente en las dos primeras décadas del quinientos las pruebas de su edificación. Aventura arriesgada pues sería apostar por reconocer que las primeras muestras del Renacimiento civil español andan por estas tierras de la Mancha de Montearagón. Apuesta que tiene su base documental, pues cuando Lorenzo Garcés toma posesión de la villa en 1526 en nombre de la emperatriz Isabel, lo hace desde la galería superior del ayuntamiento, un edificio cuya estructura básica está acabada. Desde lo alto del corredor puede ver por encima de las casas y de una iglesia con menos empaque de la que hoy conocemos los campos de trigo y las viñas, fuente de la riqueza de la villa, con cuyos frutos se levantan sus edificios religiosos y civiles.

Sobre la villa de San Clemente de las dos primeras décadas del siglo XVI desconocemos casi todo; sobre sus protagonistas también. Pero la intriga por conocer la historia de un personaje protagonista de este tiempo como Luis Sánchez de Origüela nos ha de llevar algún día a desentrañar el espíritu de la villa de San Clemente  a comienzos del quinientos. A decir del escribano Miguel Sevillano, más de cien años después de la muerte de Luis en la hoguera en 1517, si de algún pecado fue culpable su paisano era del de soberbia. Ese pecado era el de toda la sociedad sanclementina de comienzos del quinientos. Una sociedad que se creía capaz de labrar su futuro por sí misma; incrédula como Luis Sánchez de Origüela, que despreciaba las imágenes de la Semana Santa, en tanto que confiaba su futuro no a Dios sino a su propia voluntad. Los sanclementinos no adoraban a sus imágenes religiosas, se adoraban a sí mismos, orgullosos como estaban de su trabajo y sus logros.





*Imagen.   www.puentederus.com
                 http://www.sanclemente.es/

viernes, 10 de febrero de 2017

Donación de molinos de la ribera del Júcar a Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón



Los documentos abajo aportados se corresponden con la donación que don Juan Pacheco, I marqués de Villena, hizo a favor, de su criado y alcaide de Alarcón Hernando del Castillo, de los términos sitos entre la Losa y la Noguera para edificar molinos, en lo que constituía un derecho señorial que pronto entraría en colisión con las villas reducidas a la Corona tras la guerra del Marquesado, tales eran los casos de San Clemente y Villanueva de la Jara. Los documentos transcritos aparecen en un pleito de San Clemente con la familia de los Castillo por la construcción de un molino en el vado del Fresno, junto a la ribera del Júcar; fueron presentados y leídos por Hernando del Castillo ante los alcaldes ordinarios de la villa de Alarcón un 21 de febrero de 1497. La primera carta de merced de 1462, concede al alcaide de Alarcón, entre los sitios de la Losa y de la Noguera, el monopolio para edificar molinos, la segunda de tres años después es carta de confirmación de la anterior en respuesta a la contestación y protestas que sufría el alcaide por la concesión de tal derecho señorial. Este pleito entre los Castillo y la villa de San Clemente volveremos a tratarlo más extensamente.



Yo don juan pacheco marqués de villena mayordomo mayor del rrey mi señor e de su consejo por faser bien e merçed a vos don fernando del castillo mi camarero, acatando algunos seruiçios que me auedes fecho e fasedes de cada día por la presente vos hago merçed de qualquier sytio que ouiere por hedificar molino en el rrío de xúcar en el término e jurediçión de la mi villa de alarcón que es entre unos molinos que se disen de la losa e otros e otros de la noguera que son de vos el dicho fernando del castillo e en el qual dicho sytio que ansy él entre amos los dichos molinos podades hedificar e edifiquedes qualesquier molinos que vos quisyéredes e non otra persona alguna e por esta mi carta mando e defiendo que ninguna persona non se entremeta a labrar molinos ningunos en el dicho sytio saluo vos el dicho fernando del castillo si pena que pierda qualquier lauor que fisyere e por esta mi carta mando al conçejo  justiçia rregidores caualleros escuderos ofiçiales e omes buenos de la dicha mi villa de alarcón que agora son o serán de aquí adelante que vos guarden e fagan guardar esta dicha mi carta e todo lo en ella contenydo e sy neçesario es les mando e doy liçençia para que syn pena alguna vos hagan graçia de dicho sytio para hedificar el dicho molino como dicho es e los vnos ni los otros non fagades ni fagan ende al so pena de la mi merçed e de dies mill marauedís para la mi cámara, fecha a dies y ocho días de junyo año del nasçimiento de nuestro señor ihesu christo de mill e quatroçientos e sesenta e dos años, el marqués, por mandado del marqués de mi señor, hermosylla 

                                                                            ***
Yo don Juan Pacheco marqués de villena mayordomo mayor del rrey mi señor e del su consejo fago saber a vos el conçejo justiçia rregidores caualleros escuderos ofiçiales omes buenos de la mi villa de alarcón mis vasallos que yo acatando los muchos buenos e leales seruiçios que fernando del castillo mi criado e camarero ... (roto) ... ha fecho e fasedes de cada día ... (roto) ... de todos e qualesquier sytios que ouiese para labrar molinos desde los molinos que disen de la losa fasta otros sus molinos que disen de la noguera que son en el rrío de xúcar en el término e jurediçión desa dicha mi villa de alarcón para quel dicho fernando del castillo mi criado e no otra persona alguna pueda labrar e hedificar en el dicho término e sytio que ansy es entre amos los dichos sus molinos todos e qualesquier molinos que él quisyere e por bien touiere en todos los dichos sytios que ansy se hallaren para poder labrar molinos desde los dichos sus molinos de la losa fasta los otros sus molinos de la noguera so pena que qualquier persona o personas o conçejos que ansy hedificasen e labrasen entre los dichos sus molinos sin liçençia del dicho fernando del castillo los ouiese perdido e perdiese e para que vos el dicho conçejo desa dicha mi villa de vuestra voluntad queriendo pudiésedes faser e fasyésedes al dicho fernando del castillo graçia e donaçión de los dichos sytios de molinos segunt que más largamente la dicha mi carta por donde yo le fise la dicha merçed se contiene, e agora el dicho fernando del castillo mi criado me hiso rrelaçión disyendo que se rreçela que vos el dicho conçejo desa dicha mi villa de alarcón o algunas personas particulares por le haser mal y daño le queredes perturbar e quebrantar la dicha merçed de los dichos sytios que le yo ansy fise en lo qual sy ansy pasase el rrey viría grande agrauio e daño e me suplicó e pidió por merçed que yo ansy le hise de los dichos sytios de molinos segunt e en la manera que se contiene en la dicha mi carta por donde yo primeramente le hise la dicha merçed e lo yo declaro en esta dicha mi carta e sy neçesario e conplidero le es agora de nuevo le fago la dicha merçed segunt que de suso se contiene e por esta mi carta mando a vos el dicho conçejode la dicha mi villa de alarcón e a los vesinos e moradores della e a otros qualesquier personas mis vasallos que guardedes e cunplades e fagades guardar y conplir al dicho fernando del castillo la dicha merçed que yo ansy fise segunt e por la forma e manera que mejor e más conplidamente se contiene en la dicha mi primera carta por donde le yo fise la dicha merçed que de suso se fase minçión e se contiene en esta dicha mi carta en todo e por todo segunt que en ellas se contiene e en cada una dellas e contra el thenor e forma dellas non vayades ni pasades ni consyntades yr ni pasar ... (roto) ... e confiscaçión de los bienes de los que lo contrario fisyeren para la mi cámara e demás mando so la dicha pena a qualquier scriuano público que para esto fuere llamado de qué ende al que vos la mostrare testymonio sygnado con su syno porque yo sepa como se cunple mi mandado, dada en la villa de medina del canpo a veynte días del mes de henero año del nasçimiento de nuestro señor ihesu christo de mill y quatroçientos e sesenta e çinco, el marqués de villena, yo gomes de córdoua secretario del marqués mi señor la fis escreuir por su mandado



ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ CAJA 1628, PIEZA 15. Pleito entre Alonso del Castillo y la villa de San Clemente por la edificación de un molino en el vado del Fresno. 1515, folios 25 y 26 vº

jueves, 2 de febrero de 2017

Las tribulaciones del estudiante motillano Julián Chavarrieta

Los jóvenes pertenecientes a las familias que integraban las élites de la Manchuela conquense se formaban en la Universidad de Alcalá. Allí tenían acogida en el colegio de los Manchegos fundado por el doctor Sebastián Tribaldos. tal era el caso de Julián Chavarrieta Ojeda, matriculado en cánones, un trece de diciembre de 1628 y que ahora en 1630 estudiaba su segundo curso. Un abnegado estudiante, a decir de dos de sus compañeros
le a uisto cursar en ella la facultad de cánones ques la que professa oyendo sus liçiones con cuidado de los catedráticos de liçiones desta unibersidad en la qual saue que a rresidido con su apossento cama missa y libros 
No tenían la misma opinión sus vecinos motillanos, donde pasaba por un crápula y donde el alcalde ordinario Francisco Ortega lo tenía encerrado en la cárcel de la villa por sus visitas amorosas a la joven María Zarzuela. Y es que para la justicia motillana los fueros universitarios a los que pretendía acogerse el joven Julián valían muy poco cuando estaba en juego la honra. En otras palabras, los temas de honor se dilucidaban en el pueblo. En la cárcel de Motilla, sita detrás de la red de distribución de pan, durante el mes de abril de 1630, se encontraba Julián, con grillos, encadenado y con un candado, esperando responder por mancillar la honra de la joven motillana María y de su familia.

María Zarzuela se nos presenta como la inocencia más pura en una declaración que nos hace justamente dudar de su pretendida ingenuidad. El acceso a las habitaciones de la moza, saltando las tapias del corral a altas horas de la noche no era sino un suceso más, intencionadamente traído a colación en estos casos de estupro, a saber, el de quebrantamiento de la morada con agravante de nocturnidad como elemento acusatorio añadido. Para los escépticos, una joven pretendida, abría las puertas de su casa como se abría ella misma al fogoso Chavarrieta, negando con su testimonio la misma querella interpuesta por su procurador que presentaba a Julián saltando los bardales y tapias de la casa de María por las noches
que el dicho rreferido chavarrieta trató amores con la declarante y que un día que yva el dicho rreferido chavarrieta por la calle desta declarante haçia el poço de arriba le dijo a esta declarante que si lo quería que para que lo traya callado y esta declarante le rrespondió que sí lo quería y por entonces no pasó otra cosa y a el cabo de quince días pocos más o menos le tornó a decir el dicho rreferido chavarrieta a esta declarante que se dexase la puerta del corral abierta y que el yría por los corrales y entraría y esta declarante lo hiço,  ansí el susodicho acudió como a las honce de la noche y entró dentro de la casa de su padre desta declarante y éste le dijo que no abrá de llegar allá si no le daba fe y palabra y mano de que se casaría con ella, el qual dijo que sí y le dio la mano y palabra que se casaría con esta declarante y que dios le faltase si él faltase bajo que dentro de dos años no se abía de publicar para poder acabar sus estudios y bajo deste trato la obo carnalmente dos veces y obo su virginidad y con esto se tornó a salir por donde abía entrado y que después como quince días más de lo suso dicho tornó a entrar por donde abía entrado la primera vez y esta vez tuvo que hacer tres veces con esta confesante en una cama que tenía esta confesante en una cámara y a dos días volvió otra vez por la misma parte y tuvo que hacer con esta declarante otras dos veces y después desto en diferentes tiempos tornó a su casa de su padre desta declarante el dicho rreferido chavarrieta por la puerta de la calle que se la abrió esta declarante y ansimismo tuvo que hacer y la obo carnalmente otras muchas veces en la cocina de la dicha casa y questo es la verdad bajo de juramento (declaración de María Zarzuela)

El caso es que poco importaba la complicidad de la joven, de la cual, como menor, se podía dudar de la responsabilidad de sus actos (no tanto de la permisividad del padre). A pesar de que los constantes encuentros sexuales no habían acabado en embarazo, Juan Zarzuela padre no parecía dispuesto a dejar pasar la oportunidad de emparentar vía matrimonial con los Chavarrieta y Ojeda (Julián era hijo de Juan Chavarrieta y María Ojeda), que pasaban por ser dos de las familias principales del pueblo. Tal como manifestaba el procurador de la familia la deshonra de la doncella afectaba a todo el linaje y solo se remediaba, una vez que María perdió su virginidad, con el matrimonio de los jóvenes, pues que el portillo de su deshonor no se puede soldar ni reparar.

A decir de los testigos, María Zarzuela era moza honrada, principal, de leales costumbres, hermosa y de buen talle, confundiendo intencionadamente sus virtudes morales con sus gracias naturales. Sus primeros escarceos amorosos con Juan Chavarrieta tuvieron lugar por julio de 1629 en la casa que en la calle San Roque tenía la viuda Ana Martínez. La complicidad de las conversaciones y meriendas pronto derivaron en encuentros íntimos en un aposento de la casa de la viuda. María se ausentaba con la excusa de ir tras una gallina que se había escapado en dirección a un aposento y Julián Chavarrieta iba tras ella, reunidos en el aposento, comenzaba, en palabras de la hija de la viuda, menor de nueve años, la danza de ruidos, que una vez terminada, concluía con María saliendo colorada de la habitación. La maledicencia de la acusación era evidente y quizás injusta, incluidas las resonancias sexuales de la gallina objeto de la persecución. Los encuentros amorosos se repetirían en otros lugares y fechas como se sucedieron los testigos presentes dispuestos a denunciarlos ante el alcalde ordinario Francisco de Ortega, que determinaría un veintiuno de abril de 1630 encarcelar a Julián Chavarrieta con grillos y cadena. En la toma de decisión de la prisión debió pesar que por esas mismas fechas la justicia de Motilla recibió mandamiento inhibitorio del rector de la Universidad de Alcalá reclamando la causa. El alcalde motillano remitió el preso a la cárcel escolástica de la universidad de Alcalá de Henares, donde el rector Pedro de Quiroga y Moya le tomó confesión el seis de mayo.

Julián de Chavarrieta era hijo de Juan Pérez de Chavarrieta y María Ortiz Ojeda, en el momento de su prisión contaba con veintiún años. La edad, menor de veinticinco y mayor de catorce, le obligó a nombrar curador que lo representara en el juicio ante el rector alcalaíno. Igual proceder correspondió a María Zarzuela, que contaba con quince años. Julián negó todo; María se reafirmó en lo que había declarado ante el alcalde ordinario de Motilla, insinuando además que por el mes de octubre de 1629 Julián había ofrecido unas uvas a su hermana Catalina. ¿Quién decía la verdad? Al menos sabemos quién mentía y esa era María Zarzuela que en su testimonio alegó no firmar por no saber, pero que en el momento de solicitar curador sí lo hizo unos días antes.
firma de María Zarzuela (pares.mcu)
Para dilucidar la verdad se celebró un careo el ocho de mayo entre los dos jóvenes. Julián de Chavarrieta se mantuvo frío e imperturbable; María, insinuante y acusadora: ¿acaso había olvidado Julián que cuando la visitaba dejaba sus zapatos en un parral, su declaración amorosa en el pozo de arriba, sus temores en el campo debajo de una higuera, el bolsico que le había regalado como prenda de futuros esponsales, sus correrías detrás de la gallina? En suma, como añadiría su curador, una doncella honesta, virgen y en cabellos, engañada por un truhán que solo pretendía gozar de ella bajo falsa palabra de casamiento, dejando a la quinceañera deshonrada y burlada. Tal afrenta, a petición de los acusadores, se debía pagar con la cárcel, eludible si la familia de Chavarrieta indemnizaba a los Zarzuela con cuatro mil ducados, pues el estuprador debía pagar su culpa con el matrimonio y con estas sustanciosas arras. Para hacernos una idea de la cantidad, los cuatro mil ducados equivalían a 44.000 reales, el sueldo diario de aquella época difícilmente llegaba a los dos o tres reales. Ingente cantidad la pedida por los Zarzuela, más si tenemos en cuenta que otras hijas casadas de la familia habían aportado como dotes en sus matrimonios cincuenta ducados y ropa de cama.

La defensa de Chavarrieta pasó de la negación de los hechos a la reivindicación de clase. La acusación contra Julián, hijodalgo notorio, venía de gente humilde y baja condición. Era conocido por todos que los abuelos de los Zarzuela habían desempeñado bajos oficios, el materno como alpargatero en La Motilla y el paterno como cardador en Valverde, incluido el servicio doméstico del padre en casa del licenciado Vilches, tío de Julián. En palabras del curador de Julián Chavarrieta, caso contingente el de la gallina, que no tenía por qué concluir en matrimonio de dos jóvenes de tan diferentes y distantes calidades. Además, ¿qué podía pretender una familia, que mandaba a María a la taberna del pueblo a cumplimentar recados y que aceptaba como prenda matrimonial un bolsico en vez de una sortija?

El procurador de Julián de Chavarrieta acabaría consiguiendo la libertad de su defendido un diecinueve de junio, aunque limitada a la ciudad de Alcalá de Henares y sus arrabales. El caso parecía ganado, por eso se hizo nueva petición para que Julián, supuestamente enfermo, pudiera trasladarse a Motilla y curarse con los aires de su tierra. Sin embargo, para evitarlo y a la desesperada, la familia Zarzuela solicitó que se encargase comisión a presbítero, acompañada de dos matronas, para demostrar que la joven había sido desflorada y corrompida por varón. La petición convertiría el proceso, muy legalista hasta ahora, en un lodazal, donde afloraron las acusaciones y actuaciones más espurias. Los Chavarrieta comenzaron por dudar de la honestidad de María, una joven que andaba a todas horas por la calle, servía a un cura y, presente en su proceso en Alcalá, había alternado sin mucho rubor con los estudiantes
siendo ella como es muger que anda mui de ordinario por las calles de la motilla, iendo como ba por agua a la fuente, por vino a la la taberna, a labar al labadero i a todos los demás mandados ordinarios que se ofrecen en su cassa, a todas oras ansí de día como de noche, hablando con muchas personas en las cassas i calles indistintamente i auiendo como a serbido al cura de la dicha villa i estado en su cassa mucho tiempo i hecho en ella todos los mandados ordinarios saliendo fuera muchas veces en la dicha forma, de que en el lugar llegó a aber mucha murmuración, abrá sido fácil que la dicha maría çarçuela aia sido corrompida de varón... abiendo benido a esta villa (de Alcalá) como a v. md. le consta i estado en ella en una posada de estudiantes i andado en el camino por mesones partes todas para poder suceder el corrompimiento que dice tiene
Las acusaciones iban a dañar el buen nombre de la moza. Poco importaba que en Motilla no hubiera fuentes, pues su función la cumplía el pozo de Arriba a seiscientos pasos de la villa, o que no hubiera lavadero, pues las mujeres se desplazaban a lavar hasta los lugares llamados las huertas de Juan Leal y Juan de los Paños. Al fin y al cabo, como en todo pueblo, existían los lugares para el chascarrillo y los corrillos. La diferencia es que ahora se estaba forjando en el pueblo una minoría que anteponía la etiqueta y el decoro a estas formas de sociabilidad popular. Etiqueta y decoro que exigían entre sus iguales en una situación de predominio social, pero que olvidaban con sus inferiores, objeto de sus desenfrenos. Pero existían familias, aún siendo nietos de alpargateros o cardadores, que, ganada cierta posición social y respetabilidad, no aceptaban su subalternidad.

2ª parte

Para el 24 de julio de 1630 Julián Chavarrieta había quebrantado su prisión, que tenía como paredes la villa de Alcalá de Henares y sus arrabales, y había vuelto a su villa natal de Motilla de Palancar en busca de los aires de su tierra. Estaba seguro que la fianza dada a su favor por un alcalaíno llamado Juan García el rico sería suficiente para no ser molestado. Pero ni los Zarzuela lo querían ver en el pueblo ni el celo del rector Quiroga como juez estaba dispuesto a permitírselo. El rector perseveraba en mantener en su prisión abierta a Julián Chavarrieta y los Zarzuela vieron aumentado su enojo después que los Chavarrieta presentaran a María como joven de costumbres muy ligeras. Mientras Juan Chavarrieta andaba desaparecido, para unos en Alcalá (todavía el uno de octubre su fiador se presentó ante el rector poniendo a su disposición su persona y sus bienes), para otros en Motilla. Por algunas cartas se decía que Julián parecía dispuesto a consagrar su vida al celibato como clérigo.

Entretanto, el pleito, empantanado; la razón era que los autos que por el mes de mayo había llevado a cabo el alcalde Francisco de Ortega por orden del rector de Alcalá se habían remitido a la Chancillería de Granada, curso normal de apelaciones en los pleitos de la justicia ordinaria; autos que ahora reclamaba privativamente e inhibitoriamente la justicia universitaria de Alcalá. En este conflicto de jurisdicciones, los Chavarrieta aportaban un elemento más de confusión al apelar la orden de prisión de su deudo ante el nuncio de Su Santidad. El rector, ya en mayo, había mandado al licenciado Pedro Blasco, comisario del Santo Oficio, a Granada, como receptor que recibiera informaciones del alcalde Francisco de Ortega y otro vecino que allí andaban intentando que el pleito no escapara de la justicia ordinaria; llevaban consigo varios testimonios de vecinos de Motilla aportados por Juan Zarzuela, ratificando la honradez de su hija, entre ellos el del cura licenciado Fernández de Bobadilla, sobre el que los Chavarrieta habían sembrado dudas.

Pero los Chavarrieta tenían muchos amigos en el pueblo o, al menos, más poder que los Zarzuela. Lo demostraron en la aportación de testigos en la información realizada a petición de Julián y su procurador el día uno de octubre de 1630. Las declaraciones ratificarían el linaje hidalgo de los Chavarrieta frente a la baja condición de los Zarzuela. Los testigos eran familias principales del pueblo, detentadores de las regidurías y oficios públicos*.

Los testigos ratificarían la hidalguía de los Chavarrieta. El padre y el abuelo de Julián habían ganado ejecutoria de hidalguía en 1604 frente al concejo de El Peral y como tales hidalgos optaban a la mitad de los oficios concejiles. Frente a esto, los Zarzuela eran simples pecheros, el abuelo paterno era cardador en Valverde y el materno, Antón López Bustamante, oficial alpargatero en Motilla. Pero Antón no era analfabeto, pronto dejó el oficio de alpargatero y se ganó la vida como procurador de causas de la villa. Su cometido le garantizaba una presencia en primera línea en la vida política municipal. Su yerno Juan de Zarzuela, nacido en Valverde hacia 1574 y llegado a Motilla en 1594, sirvió como criado al licenciado Pedro Vilches, que era cura de la villa desde 1588 y había llamado a Juan para su servicio, como mayordomo según él, en cualquier caso, desempeñando el oficio de sacristán. Oficio despreciado, pero que le colocaba en posición de influir sobre la feligresía motillana y le procuraba cercanía al cura de la villa, en ese momento Mateo Fernández de Bobadilla. Juan Zarzuela había casado con Úrsula Fustamante, naciendo del matrimonio un hijo llamado Pedro y tres hijas, Úrsula, Catalina y María. Creemos que tenía otro hijo mayor, el licenciado Juan Zarzuela, al que dio estudios universitarios, sin duda con la ayuda del cura Mateo Fernández Bobadilla. La protección del párroco es lo que le daba cierto estatus social, a pesar que sus únicos bienes eran su casa de morada y el oficio de sacristán.

Según decían en el pueblo, a su hijo e hijas mayores, valiéndose de tretas y artimañas, les había buscado buenos matrimonios. Ahora le tocaba a María, la menor, que servía en casa del cura Mateo Fernández de Bobadilla, un riojano de Grañón llegado al curato de Motilla hacia 1608. Una muchacha de buen talle y joven, en casa de un cura, era motivo de habladurías en el pueblo, pasando María por simple barragana del licenciado Mateo Fernández Bobadilla. Sobre no guardar el celibato por parte de los curas motillanos, existían antecedentes; el licenciado Pedro Vilches, antecesor en el curato, tenía un hijo natural del mismo nombre, tenido con una hermana de la madre de Julián Chavarrieta. No es extraño que en todo el expediente que estudiamos, aunque no hay declaraciones expresas, Juan Chavarrieta y el licenciado Mateo Fernández Bobadilla se colocan en partes enfrentadas, acusado y acusador, pero solo en términos jurídicos, pues de la lectura de los folios hay una soterrada acusación recíproca, velada en lo que afecta al cura, de haber desflorado a María Zarzuela. Desconocemos el fundamento de estas acusaciones, pero, desde luego, Mateo Fernández Bobadilla tenía enemigos en el pueblo al que había llegado en 1609 con veintiséis años. Once años después ya pretendía el oficio de notario de la Inquisición de Cuenca; oficio que le costaría obtener algunos años al ser acusado de tener sangre judía en sus venas. En el otro lado, la joven María no era ejemplo de recato, cualidad de las señoras, pues con total naturalidad hablaba con mancebos, casados o clérigos por las calles, acudiendo a lugares de dudosa reputación, aunque fuera para hacer recados. Era normal verla comprar morcillas en el mesón de la villa, que por aquella época además de ser alojamiento de forasteros era tienda de venta de productos básicos, ir a la taberna a por vino. María era además mujer muy expresiva, no privándose de dar unos buenos abrazos a un alférez llamado don Felipe Carrasco, que por aquel tiempo debía estar reclutando soldados para la guerra Italia. Algo inimaginable en el comportamiento de señoras ricas y principales en edad de casar, que solían salir a la calle cubiertas de mantellinas, una clase de mantilla que cubría la cabeza, y acompañadas de criadas, madre o hermanas, y que evitaban pasarse por tabernas o tiendas y en ningún caso por mesones.

No obstante los comportamientos que parecían impropios de una dama a ojos de un noble no lo eran para la mayoría de los vecinos, partícipes de un vivir más natural sin etiquetas. Motilla siempre había sido tierra de labradores. La honradez la daba el trabajo no los comportamientos reglados. Una villa de labriegos era una pequeña sociedad alejada de puritanismos y una disposición alegre ante la vida. Por supuesto que sus mozas iban a las tiendas o tabernas a recados, ¿quién iba a hacer si no la compra?, que perdían el tiempo flirteando con los hombres, que se contaban sus chismes en el pozo de agua o en los lavaderos y que a altas horas de la noche se dejaban cortejar por los mozos. Toda la vida había sido así. Julián de Chavarrieta, por muy hijodalgo que fuera, participaba de la vida popular de la villa y su lenguaje estaba bastante alejado del decoro debido a un hombre de su condición; de María Zarzuela decía que tenía buenas carnes y buena la color de la cara, su modo de festejar y rondar a María no distaba del común de los mozos motillanos sin que faltaran las celestinas de turno y el amigo silbando para avisar de la llegada de intrusos.

¿Qué había cambiado en Motilla? Pues que la sociedad de labriegos donde todos se conocían había devenido socialmente en un grupo más estratificado. A la altura de 1630, Motilla había alcanzado el máximo de su población; según el pasante Francisco García, Motilla tenía ochocientos vecinos. A pesar de la crisis pestífera de comienzos del seiscientos, y al igual que San Clemente, Motilla vivía su apogeo demográfico, antes de iniciar la declinación originada por las exigencias militares de mediados de los años treinta, Motilla era un pueblo renacido con una población muy joven, nacida en la década anterior y la posterior del cambio del siglo. JIMÉNEZ MONTESERÍN, según fuentes del Archivo Municipal de Cuenca da cifras para 1625 de 680 vecinos para la villa de Motilla, que se reducen de forma drástica a 320 vecinos para 1649. Esto nos da idea que la cifra dada por el pasante Francisco García no es tan desacertada, pero también del derrumbe demográfico de los años cuarenta (el censo de 1646, tan benigno como poco fiable hace descender la cifra a 500 vecinos. Pero las cifras también señalan el excedente demográfico en torno a 1630, en parte correspondiente a la alta natalidad del período de cambio de siglo, a pesar de la desnatalidad que nos habla PÉREZ MOREDA para el breve período 1597-1601, ligado al suceso pestífero de inicios de siglo, y, en parte, excedente debido a los flujos inmigratorios hacia Motilla. Del potencial demográfico será conocedora la Corona, cuando deba reclutar soldados para la guerra.

Si analizamos los testigos favorables a una y otra parte, vemos, aparte la diferencia social, la diferencia generacional entre los favorables a Chavarrieta y los favorables a María Zarzuela, que bien expresa dos mentalidades, el conservadurismo de los primeros frente a una forma igualitaria de entender la vida de los segundos. María Zarzuela ganaría el juicio, poco importaba, pues el dinero y no el casamiento repararía la culpa de Julián Chavarrieta, que unos años después nos aparece como abogado de los Reales Consejos y desempeñando diversos oficios públicos. Más importante será cómo el paso de esta generación de los felices años veinte dará lugar a la destrucción social de los años treinta y cuarenta, décadas de carestía y de guerra. Una generación perdida y sin continuidad, que dará paso a la muerte de los jóvenes en la guerra, a la marcha emigratoria hacia Levante, huyendo de la guerra y los impuestos, y a una involución conservadora de la sociedad.

Reflejo de esta evolución es el devenir del pleito aquí tratado. Julián Chavarrieta sería condenado el uno de julio de 1631 a elegir entre casarse en el plazo de treinta días con María Zarzuela o pagar quinientos ducados, aparte de los 4.000 maravedíes de costas del proceso judicial. Sería María quien elegiría, que ya desde el mismo día dos andaba pidiendo los quinientos ducados y ver lejos de sí a Julián, solicitando se mantuviera la prisión. El padre de Julián, Juan Pérez Chavarrieta se presentaría como fiador de su hijo, obligando su persona y bienes, para conseguir su libertad. Dos años más tardarían los Zarzuela en conseguir auto definitivo de la ejecución de la sentencia. El mencionado auto es de abril. El 9 de julio los dos jóvenes contraían matrimonio, tal vez por la imposibilidad de los Chavarrieta de pagar los 500 ducados (1).

(1) La fecha del matrimonio de ambos jóvenes se la debo a doña Juliana Toledo Algarra. Mi agradecimiento


Archivo Histórico Nacional, UNIVERSIDADES, 193,  Exp. 24.  Pleito de Maria de Zarzuela, natural de Motilla del Palancar (Cuenca) contra Julián de Chabarrieta Ojeda, estudiante de la Universidad de Alcalá, por incumplimiento de promesa de matrimonio. 1630


*Testigos favorables a Julián Chavarrieta
Juan González Bordallo, 77 años, antiguo escribano de la villa
Benito García de Bonilla, regidor perpetuo de la villa, 64 años
Licenciado Francisco de Ortega, abogado, veinticinco años
Francisco García Lázaro, 64 años
Sebastián García Valverde, 54 años
Tomás García de Bonilla, hijo del regidor Benito García de Bonilla. 18 años
Licenciado Bartolomé de Jaén, presbítero, 55 años
Felipe Moreno, 46 años
Miguel de Ortega, el mozo, 25 años
Amaro de Valverde, 45 años

Testigos favorables a María Zarzuela
Antón Herráiz, 17 años
Martín García Valverde, 21 años
Ana de Ortega, mujer de Julián López, 30 años
Ana López, mujer de Pedro de Ortega, 34 años
Julián López, 30 años
María Bonilla, mujer de Miguel de Ortega, 62 años
Martín de Villaescusa
Pedro de Ortega, 30 años
Lorencio González, 30 años
María Martínez, 21 años
Inés Quijada, mujer de Juan Zapata Barrasa, 30 años
Pedro Lucas Paños, 19 años
Magdalena López, mujer de Andrés Martínez Cortijo, 40 años
Andrés Martínez, hijo de Andrés Martínez Cortijo, catorce años
Juan de Valverde Navarro, 20 años
Juan de Olivas Torres, 24 años
Quiteria Pérez, 64 años
Licenciado Bartolomé Martínez de Jaén, 25 años
Francisco de Ortega, estudiante y pasante, 27 años
Ana Mateo, hija de Andrés Mateo, 25 años
Ana Martínez, viuda, 60 años