El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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sábado, 24 de febrero de 2024

LOS GABALDÓN DE LA ALBERCA DE ZÁNCARA

 El 22 de mayo de 1707, el ayuntamiento de La Alberca de Záncara se reunía en una de las salas de las casas de su vecino Juan Vázquez Pallarés, sin duda, por la presencia de tropas que impedían la reunión en su concejo: los temas a tratar eran la impugnación de la elección de los oficios concejiles por la familia Haro (don Juan de Haro Castañeda, alférez mayor de la villa, y José Núñez, procurador síndico) y el no recibimiento como hidalgo de Gregorio Gabaldón Palacios, el escribano del ayuntamiento de La Alberca, pero que ejercía el oficio tanto en esta villa como en San Clemente. En ambas cuestiones se dirimía la rivalidad de las viejas familias, encabezadas por el linaje Peñaranda-Montoya, con esas otras nuevas de la villa y que no estaban dispuestas a perder su monopolio del poder. La elección de oficios de alcaldes y alguacil se hacía por suertes y los Haro dudaban de la limpieza del proceso, a pesar de lo cual, la Chancillería de Montoya negó la razón a los Haro.

Gabaldón y Palacios eran apellidos viejos en la comarca, de los que sabemos que ya en el siglo XVI tenían condición nobiliaria. Eran originarios de Vara de Rey y la familia se había ido a vivir a La Alberca con Gregorio Gabaldón para ejercer como escribano. El pleito para defender su hidalguía lo llevo su hermano Martín, en nombre de él mismo y de sus tres hijos, Juan, Fernando y Gregorio. Pero el conflicto había surgido cuando los Gabaldón decidieron dar el paso a entrar en las suertes de oficios del años 1707, al igual que los Haro, por la representación del estado noble. La elección de oficios en La Alberca se hizo ese año para el mes de febrero. El alcalde cesante Juan Peñaranda Tébar, junto al pechero Alonso Orozco, muestra el control de esta familia sobre la vida de la villa. Los Peñaranda ya los encontramos en La Alberca desde comienzos del Quinientos, pleiteando por su hidalguía en la década de 1520 y controlando los oficios concejiles desde la década de 1580. Su poder se había afianzado por la alianza con la familia Montoya y disponían de capilla propia de enterramiento en la iglesia parroquial.

Gregorio Gabaldón y Palacios había llegado como escribano a La Alberca en 1678 desde Vara de Rey. Es un caso típico de la época del oficio de escribanos que busca el ennoblecimiento y el acceso a los oficios concejiles, aunque en su caso los apellidos acompañaban. Buscó ese reconocimiento al ser elegido alcalde de la hermandad dos años y alcalde ordinario en 1696, pero al querer entrar en suertes para alcalde ordinario por el estado noble el año 1704, el ayuntamiento se opuso y se tuvo que consolar con el cargo de alcalde de la hermandad de nuevo. Los Gabaldón presentaron carta ejecutoria de su sexto abuelo Fernando Sánchez de  Gabaldón. La llegada de Gregorio Gabaldón a La Alberca en 1678 se había producido en un contexto probablemente de crisis política, pues el ayuntamiento estaba presidido por el teniente de corregidor y no había alcaldes, lo que nos hace pensar que los Peñaranda estaban alejados en esa fecha del poder municipal, pues no nos aparecen en ninguno de los oficios. La hidalguía tal como se adquiría se olvidaba y había que recordarla si no se tenía el reconocimiento social. Los Gabaldón había participado en las guerras en los años 1608 y 1642, pero en la memoria de los hombres la participación voluntaria en hechos bélicos, amén de la necesidad era asimismo una forma de búsqueda de la hidalguía no conseguida por medios legales o interrumpida por la no posesión continuada de tres personas tal como exigían las mercedes emriqueñas.

El conflicto por el poder en La Alberca había estallado en el contexto de la guerra de Sucesión y creemos que la elección de oficios se sucedían en sesiones extraordinarias, ajenas a las elecciones anuales, que se celebraban consuetudinariamente par el día de San Miguel, en septiembre. Por una misiva de 13 de julio, inserta en el expediente, sabemos que la villa había alojado a soldados franceses "que se habían comido la cebada". El grano pertenecía seguramente a las rentas decimales, pues el alcalde ordinario Pedro de Tébar y siete de los regidores estaban excomulgados.


El 18 de febrero de 1708 la Chancillería de Granada reconocía la hidalguía de Gregorio de Gabaldón Palacios.


Ayuntamiento de 22 de mayo de 1707

Alcaldes ordinarios: don Álvaro Peñaranda y Montoya y Pedro Esteban de Tribaldos, sustituido por Pedro de Tébar en agosto

Alguacil mayor perpetuo: don Antonio Toledo y Briones

Regidores: Miguel López Frérez, Adrián López, Lucas Pérez y Alarcón, Jerónimo de la Fuente y Pablo Manuel de Campos

Fiel ejecutor: Lucas Pérez.

Ayuntamiento de 30 de enero de 1678

Don José Zapata y Carrillo, teniente de corregidor

Alcaldes ordinarios: 

Regidores: Luis Esteban de Tribaldos, Antón Martínez, Juan Esteban de Tribaldos, Juan Manuel

Alguacil mayor: Francisco Fernández Chávez


Genealogía de los Gabaldón de La Alberca

Juan de Gabaldón Peñaranda es hijo del escribano Gregorio de Gabaldón Palacios y Francisca Peñaranda

Gregorio de Gabaldón Palacios, el escribano, es hijo de Fernando de Gabaldón Palacios, natural de Vara de Rey, y María de Nieves Palacios, natural de Vara de Rey

Fernando de Gabaldón Palacios, fue hijo legítimo de Juan Alonso de Gabaldón Palacios, natural de Vara de Rey y de Inés de Avilés, natural de San Clemente, 

Juan Alonso de Gabaldón Palacios fue hijo de Fernando de Gabaldón Palacios, natural de la villa de Vara de Rey, y de Agueda Sánchez Trujillo, natural de Aledo.

Fernando de Gabaladón Palacios fue hijo de Fernán Sanchez Gabaldón y María Alonso Palacios, naturales de Vara de Rey. El primero obtuvo ejecutoria de hidalguía en 1595


Expediente a instancias del fiscal y el concejo de La Alberca de Záncara, contrapara que el vecino Gregorio de Gabaldón Palacios, natural de Vara de Rey, justifique su recibimiento al estado de hijosdalgo. ACHGR. HIDALGUÍAS, C14816-023

 

domingo, 4 de diciembre de 2022

Los hidalgos de Villanueva de la Jara

 Villanueva de la Jara solo reconocía un hidalgo en el censo de población de 1591. Peor un año antes varios vecinos se intitulaban como tales y pedían la reserva de la mitad de los oficios del concejo para el estado de los hidalgos. Eran Melchor Hervías Barba, Francisco Granero de Heredia, Pedro de Flores Monteagudo, Martín Ferrer, Andrés de Alarcón de Olaso y Pedro de Montoya. Apellidos importados de otros lugares, pero que el 27 de enero de 1590 habían presentado una petición ante la Chancillería de Granada para reservar al estado noble la mitad de los oficios del concejo.

Los hidalgos pedían también preeminencia en el derecho de asiento. La contestación del concejo de Villanueva de la Jara fue clara: esas pretensiones iban en contra del uso y costumbre de la villa, tanto en la elección como en el derecho de asiento que correspondía al primer alcalde salido en suertes.

La Chancillería de Granada fallaría a favor de los hidalgos y su derecho a reserva de la mitad de los oficios por sentencia de 28 de octubre de 1590, confirmada el cinco de enero de 1591


ACHGR, HIDALGUÍAS, 343-320

sábado, 17 de septiembre de 2022

Los hidalgos de Vara de Rey se niegan a pechar (1542)

Los hidalgos vararreyenses tenían fama de ser muchos y antiguos, aunque había de todo. Las Relaciones Topográficas contaban hasta un número de ochenta hidalgos en la villa de Vara de Rey, nada que envidiar a la vecina San Clemente. El año 1537 se había significado porque los hidalgos de San Clemente habían accedido a los oficios públicos, tanto como por la separación de su aldea San Clemente. Los hidalgos sanclementinos, junto a otros ricos pecheros, que no eran de sangre azul, accederán al poder definitivamente en 1543 con la compra de las regidurías perpetuas. 

Había hidalgos en Vara de Rey y había hidalgos. Montoya y Buedo se tenían por los más significados, pero, otros, como los Peralta tenían nombramientos de caballeros ganados por sus antepasados en batalla contra el moro. A la altura de 1542, a algunos otros hidalgos lo único que les preocupaba era no pagar impuestos en los repartimientos, aunque detrás de esa aspiración había una disputa de fondo con los labradores para acceder a los oficios concejiles y ganar notoriedad en la villa. Ese año de 1542 varios hidalgos apelaron a la Chancillería de Granada, su obligación de contribuir a las cargas concejiles. Eran Amador Moreno y Sebastián Moreno, Hernán Sánchez de Gabaldón, Pedro López de Huete, Alonso de la Parrilla, Yomar de Peralta, mujer del difunto Gregorio de Buedo, y Catalina de Cubas, mujer que fue de Sebastián de Peralta. Se nombraron procuradores para su representación a Amador Moreno y Carlos Peralta. Destacar esas alianzas matrimoniales de las Peralta (sucesoras de Fernán Sánchez Calanzo, que vivía por Vara de Rey en la segunda mitad del siglo XIV) con dos miembros de familias diversas: Gregorio de Buedo, familia noble que ya nos aparece como cabelleros de Alarcón en 1414 y Catalina de Cubas, apellido que nos lleva a Iniesta. Luego estaban los otros, Moreno y Gabaldón, de los segundos sabemos que Hernán Sánchez Gabaldón estaba casado con una Granero, de nombre Juana, que debió llevar al matrimonio algo de la fortuna de esta familia en Valhermoso. Estos gabaldones tenían fama de hidalgos de toda la vida, pero luego después en 1600 la familia no irá más allá del abuelo Hernán Sánchez Granero el viejo.


El pleito trata sobre la negativa de los hidalgos a ser empadronados junto a los pecheros en el mismo libro de repartimientos de pechos. La razón, aunque no lo dice, está en el pago de la exención como villa de Vara de Rey la compra de Sisante como su aldea


Concejo de Vala de Rey, 5 de enero de 1542

Alonso de Sepúlveda y Miguel Gallego, alcaldes ordinarios

Francisco de Resa y Hernán Ramón, Juan Sánchez Collado y Hernán López, regidores

Juan Fraile, alguacil mayor,

Diego de Montoya y Jorge López, Rodrigo López, Amador de Jávega, Fabián de Gabaldón, diputados

Se nombra procurador a Juan de Sevilla.


ACHGR, PLEITOS CIVILES, 2040-9

domingo, 20 de diciembre de 2020

SOBRE LOS CABILDOS DE HIDALGOS EXISTENTES EN CUENCA: Un documento histórico para esclarecer un debate

 


El presente informe fue redactado por el corregidor de las ciudades de Cuenca y Huete en contestación a la Corona, que pretendía ese año de 1572, en un proyecto fallido, establecer una milicia del Reino con la formación de cofradías bajo la advocación del apóstol Santiago

 

Lo que don Juan de Beaumont y Navarra, corregidor de V. Mgt. En las ciudades de Cuenca y Huete advierte a V. Mt. alliende de lo que allí se a conferido para la ynstitución de la cofradía o compañía de gente y cauallos que estén de ordinario armados encabalgados y exercitados en exercicios militares es lo siguiente:

  • Ay en esta ciudad un cabildo que llaman del estado de los caualleros hijosdalgo de hasta dozientos cofadres de los que oy son vivos yncluyéndose la mugeres de los cofadres muertos que por su vida gozan de lo que sus maridos gozaban. El qual cabildo fundó el Rey don Alonso noveno que ganó esta ciudad, al qual cabildo y personas dél hizo muchas mercedes sin obligación ni cargo alguno y al presente dellas tienen algunas rentas de quinientos ducados arriba que a vezes cresce la dicha rrenta y a vezes baxa, la qual hordinariamente e entendido que se gasta en cada un año en limosnas a personas pobres del dicho cabildo y ayuda a casamyento de doncellas pobres hijas de los del dicho cabildo y en rregocijos y fiestas por buenas nuevas y subzesos del seruicio de V. Mgt.
  • Ay otro cabildo que llaman deguisados de caballo de más de quarenta personas, los quales son obligados de tener armas y caballo y hazer alarde por algunas esenciones que los rreyes predescesores de V. Mgt. Les hizieron mercedes y que gozan de cierta rrenta que tiene el dicho cabildo y especialmente entran en la suerte de procuradores de corte juntamente con los cabildos de hijosdalgo susodicho y al que la suerte le cabe hordinariamente va con el rregidor que sale por procurador del ayuntamiento desta cibdad. Estos guisados de cavallo tengo entendido que a muchos días que no hazen alarde ni tienen los más armas ni caballo como son obligados y según su executoria lo manda
  • Algunos vecinos desta ciudad queriendo gozar de estas preheminencias se an presentado ante la justicia desta ciudad con armas y caballo haciendo alarde y pretendiendo ser admitidos por tales guisados de cavallo y gozar de la dicha suerte de procuración de cortes y de lo demás que los tales gozan pretendiendo que el previlegio fue general y concedido a todos los vezinos desta ciudad que tuviesen armas y caballo; an lo contradicho los del cabildo de guisados de cavallo por ynterés e que siendo menos de número les cabrá más vezes la suerte y más aprovechamiento en la rrenta que el cabildo tiene
  • Sobre lo qual a abido pleito y declaración por sentencia de la justicia y que sean admitidos estos y todos los demás que tuvieren armas y caballo y hizieren alardes conforme a la hexecutoria, de la qual sentencia an apellado los del dicho cabildo y está el pleito en Granada

 

Entiendo que siendo V. Mgt. seruido de mandar que todos los que armas y caballo tuvieren dando los alardes que la hexecutoria manda sean admitidos en el cabidlo de guisados de cavallo que con lo que la ciudad ofresce para el exercicio de las armas avrá muchas más personas que tengan armas y cavallo y estén vsados y exercitados para su seruicio como V. Mgt. Lo manda



Archivo General de Simancas, CCA,DIV,25,1

jueves, 29 de agosto de 2019

Los hidalgos de Iniesta y el puente de Vadocañas

Puente de Vadocañas, año 1941
http://www.requena.es/es/node/7551 



El nueve de abril de 1514, Alonso Castañeda, hidalgo, presentaba ante Juan de Iniesta y Pedro Garrido, alcaldes ordinarios de la villa de Iniesta, un memorial, en representación del resto de los hidalgos de la villa. El contenido de su queja era la negativa de este estado a pagar la fábrica de lo que será una de las mayores obras de ingeniería civil del obispado de Cuenca y del Reino: el puente de Vadocañas. En algún lugar se dice que este puente une comunidades autónomas; para los contemporáneos era un puente entre las Tierras de Iniesta y Requena, ambas del obispado de Cuenca, que sencillamente facilitaba el tránsito de hombres y mercancías. Algunos querían ver en este puente una construcción romana; Santiago Palomero nos avisó que cosa diferente era el trazado de las calzadas romanas de los puentes que se pudieran levantar sobre ellas (1). Erró el tino y llevó su construcción a la segunda mitad del siglo XVI y primera del siglo XVII, engañado por la pervivencia de una inscripción de este último siglo. Posteriormente documentos del Archivo de Requena desvelaron que la obra bien pudiera ser de la mitad del XVI.

Pero, ¿por qué se desprecia tanto la voluntad de hierro de aquellos hombres de inicios de siglo XVI? No cabe duda que las villas conquenses de la Mancha de Montearagón estaban en los balbuceos de una revolución económica y social, que, en apenas dos décadas le llevaría a triplicar o cuadruplicar su población. Esa voluntad era imparable; aquellas pequeñas comunidades, tan amenazadas por la crisis de subsistencias y pestífera de comienzos de siglo se lanzaron a la empresa titánica de crear su pequeño nuevo mundo. Debió ser algo similar a lo que el monje Raoul Gabler vio al pasar el umbral del año mil, pero esta vez el paisaje no se cubrió de un blanco manto de iglesias. Estos hombres, herederos del bajo medievo, quizás no tuvieran ese espíritu humanista de las élites, mas si que poseían una visión utilitarista de la vida de quienes habían sobrevivido a dos guerras y varias crisis alimentarias o epidémicas. Por esa razón, no levantaron iglesias, que también, pues levantaron el convento franciscano de San Clemente, a pesar de su fe se resfriaba; erigieron ayuntamientos (que algunos son más viejos de los que pensamos), molinos, como los levantaron los sanclementinos en el vado del Fresno y los jareños en Los Nuevos..., y, sobre todo, puentes. Se aprovechaban las viejas vías de comunicación, pero las nuevas villas de realengo creaban caminos nuevos. Villanueva de la Jara construía el puente de San Benito sobre el Júcar, que abría un nuevo canal de comunicaciones que unía el Reino de Toledo con el Reino de Valencia por San Clemente, Villanueva de la Jara e Iniesta. Era necesario salvar el Cabriel; allí confluía la nueva vía con otros caminos; el río era separación de dos suelos diferentes; obviando los intereses de Requena (o tal vez con la intención de disputar los derechos de los puertos secos con un nuevo derecho de pontaje), el concejo de Iniesta decidía en la primavera de 1514 levantar el puente de Vadocañas. Se hacía un repartimiento entre todos los vecinos, incluidos los hidalgos, para pagar en çierta forma segund peonadas. 

La obra del puente de Vadocañas era obra muy costosa, que exigía el compromiso de toda la sociedad egelestana. Se pidió aportación a los hidalgos, con los que se había llegado la década anterior a un compromiso, bastante favorable, en una sentencia arbitraria pronto discutida. La contribución quedó en un real al año por hidalgo; una burla, según denunciaba el procurador de la villa de Iniesta
porque la parte contraria (los hijosdalgo) son muy rricos e la obra de la dicha puente es muy grande e muy costosa e los propios de la villa son pocos en manera que es cosa de burla en pagar cada uno de ellos un real y no más pagando cada uno de los otros vesynos aunque son pobres a muchas mayores contías
La contribución de los hidalgos había sido decidida dejarla a un juez árbitro en un concejo de diez de enero de 1505. En aquella reunión, denunciada como farsa posteriormente, el concejo en pleno, en representación de los vecinos y moradores de la villa y de sus aldeas, y Alonso Castañeda, en nombre de los hidalgos, aceptaron la sentencia que había de pronunciar el alcalde ordinario de Iniesta, Fernando de Tórtola, que actuaba como juez arbitro. El contencioso en aquel momento venía dado por el pago del derecho terrazgo; dicho tributo se pagaba por la labranza de las tierras llecas o baldías del concejo, que se consideraban bienes propios de la villa. Desconocemos cual era la cuantía que se pagaba de común por la labranzas de estas tierras; más allá, que dicho derecho se lo arrogó el marqués de Villena, en las tierras sojuzgadas a su dominio y que en Jorquera se correspondía con un cahíz de cada doce y, en Alarcón, uno de cada quince. La contribución del terrazgo venía explicitada por el procurador de la villa egelestana
el terrazgo se paga de çiertas tierras que son públicas e comunes e los que labran en ellas pagan el dicho terrazgo al dicho conçejo
Ese año de 1505, el concejo de Iniesta solicitaba una contribución de cincuenta maravedíes a cada uno de los hidalgos, aunque esa contribución, que ya debía estar amañada de antemano, se extendía a cualquier otro repartimiento que se hubiera de hacer por fuente, puente, pozo o adarve.

La sentencia vendría dada ese mismo diez de enero de 1505: cada hidalgo habría de contribuir en los repartimientos con treinta y cuatro maravedíes, equivalentes a un real, por año, a pagar en tres tercios. La sentencia arbitral hablaba de las dichas cosas y el terrazgo; la contribución no debió sentar muy bien a los hidalgos, que, aparte de mirar con recelo un ayuntamiento dominado por los pecheros, veía como esa contribución de un real de plata adquiría un carácter perpetuo y como los pecheros no pagaban ni un solo maravedí por pechos concejiles y como de los propios se sacaba un remanente para pagar los pechos de las rentas reales. En esta aparente confusión entre el terrazgo y otras cosas se agarrará el concejo de Iniesta para pedir una contribución mayor a los hidalgos el año de 1514, pero será fuente de conflictos futuros, pues parece que el pleito de 1505 había surgido en torno al pago de los terrazgos y, únicamente una interpretación particular del alcalde Tórtola, había hecho extensiva la contribución a otras cosas como fuentes, puentes, pozos o adarves.

Es de temer que la sentencia arbitraria de 10 de enero de 1505 no fue bien aceptada por algunos sectores de la sociedad iniestense. El regidor Juan Martínez, estuvo ausente de la sesión del ayuntamiento de diez de enero y pediría traslado de la sentencia; Alonso de Cubas, otro de los alguaciles, la obedeció, pero tampoco estuvo presente en la reunión de los oficiales. El regidor Juan Martínez encabezaría en abril de 1514 la representación del común de Iniesta frente a los hidalgos, y también frente al alcalde mayor del marquesado Sebastián Porras, que actuaba por delegación del gobernador Luzón. Su acusación era directa, se había inmiscuido en la jurisdicción de primera instancia que tenían el concejo de Iniesta, sentenciado a favor de los hidalgos; solicitaba su apartamiento del caso, pues la justicia del marquesado no podía tomar para sí un pleito que no estaba concluso en su determinación por los alcaldes ordinarios. Además, se ponía en tela de juicio el repartimiento de maravedíes hecho por el ayuntamiento, pues al ser superior a 10.000 maravedíes necesitaba licencia real.

Lo que sí podemos asegurar es que para abril de 1514 el puente ya estaba comenzado. El costo de la obra era muy alto, se hablaba de la aportación de otros 200.000 maravedíes, y su construcción será muy dilatada en el tiempo:
segund lo mucho que fasta aquí se a gastado en todo ello y se gasta e se espera gastar fasta ser fenesçidas e acabadas en tanto que no bastaban otras dozientas mill mrs. con los dichos propios
Muestra de la desorbitada cifra que estaba alcanzando la construcción del puente es que ahora se pedía una nueva contribución  a los hidalgos de 1.600 maravedíes anuales. Es decir, del real de la sentencia de 1505 se pasaba a un nuevo repartimiento de 47 reales anuales por cabeza. El nuevo repartimiento se había acordado en unas ordenanzas en ayuntamiento, en las que se había distribuido el gasto de 200.000 mrs. entre los vecinos, una vez que las aportaciones de los propios eran insuficientes, según la asignación por cabeza de una serie de peonadas, traducidas en contribución monetaria. Es evidente que las obras del puente ya estaban iniciadas de tiempo antes y que, ahora, se pedían nuevas contribuciones para continuarlas.

Para octubre de 1516, el pleito obraba en manos del nuevo alcalde mayor Pedro Ternero, que incumpliendo los privilegios de primera instancia de la villa de Iniesta, se habían llevado los autos a la villa de San Clemente. Hasta allí se desplazaba el procurador de Iniesta, Lope García, para denunciar la parcialidad del alcalde mayor a favor de algunos hidalgos de Iniesta: Pedro y Diego Zapata y Pedro de Espinosa. El procurador de la villa intentaba presentar un estado lastimero de la misma, presentando el estado pechero con muchos miembros no contribuidores, fruto de crisis pasadas: menores, huérfanos y viudas. Las sentencias de los alcaldes mayores del marquesado eran favorables a los hidalgos, por lo que el concejo de Iniesta, de mano de su procurador Pedro Mondéjar, llevó los autos juzgados en primera instancia a la Chancillería de Granada el veintidós de noviembre de 1517. La Chancillería ya entendía en el asunto desde comienzos de año; el 30 de abril de 1517 daba la razón a los hidalgos en la validez de las sentencias arbitrarias, según fijaba la llamada ley de Madrid, marcando el devenir del proceso y la exención de los hidalgos. Sin embargo, creemos que la lectura de primera mano por los oidores de Granada del traslado de la sentencia arbitraria les llevó a mudar su opinión, al entender que esa sentencia era únicamente válida para el caso que había iniciado el pleito: los terrazgos, y dando la razón al concejo iniestense sobre que los hidalgos debían pagar en  las otras cosas, fuentes o puentes, según mandaban las leyes del Reino. El uno de diciembre de 1517, la Chancillería de Granada sentenciaba contra los hidalgos

Sentencia de 1 de diciembre de 1517
AChGr, HIDALGUÍAS, sign. antigua: 304-538-9

Los hidalgos, esta vez representados por Juan Castañeda, pedirían nueva revisión de la sentencia, consiguiendo nuevo fallo del tribunal que dio plazo para la presentación de pruebas, pero al no hacerlo, el pleito se dio por concluso el dieciocho de enero de 1518.

Ignacio Latorre parte de un documento de 27 de diciembre de 1554 para plantear la posibilidad de que la construcción del puente se postergase a 1547, siendo entonces simple puente de madera (2), sustituido antes de la década de los setenta, tal como aparece en la Relaciones Topográficas, por un puente de piedra. De la lectura del expediente de la Chancillería de Granada se desprende la complejidad y alto coste de dicho puente, que hubo de llevar varias décadas y también del inicio de las obras en fecha anterior a 1514. Ahora bien por otro expediente de la Chancillería de Granada, sabemos que, en la citada fecha de 1547, el concejo de Iniesta estaba en pleito con otros hidalgos (3), a los que consideraba pecheros (Cárcel, Zapata o Muñoz), que no querían pagar los repartimientos que estaba imponiendo el concejo, sin que sepamos el motivo (¿pagarían los hidalgos después de la sentencia de 1 de diciembre de 1517?). Es probable que la lenta construcción del puente de piedra fuera alternada con la construcción de otros de madera, sin olvidar que el armazón de madera se mantenía cuando estaba acabado el puente de piedra y ya en uso, como hemos visto en el puente de San Benito, en la zona de El Picazo y sobre el río Júcar 
Que vido en llegando por la parte que faltó el pie que es a la parte de arriba del agua que el pie que estava asentado a la parte de fasya a esta villa que estava en el agua que junto al agua en un çerviguero estava un restregadero de gente e que vio que una viga que estaua por llaue de los pies con sus cárçeles estaua en el rrío baxo de la dicha puente con una rraja e con un clavo con que estava enclauada e que este testigo cree que sy no fizieran argumento para ello para ello en la dicha llaue no se cayera e quando cayera avía de estar debaxo de toda la madera de la puente e no yrse el rrío abaxo e que el clauo que que tenía hera grande e largo e entrava un palmo en el pilar e que el clauo no estaua torçido saluo sacado derecho e a lo que cree que fue quitado por mano por persona que supiese de aquella obra mucho (4)
Los oficiales del concejo de Iniesta reconocían, en la sesión plenaria de ocho de octubre de 1572, deber a los maestros de puente de Vadocañas mil quinientos ducados (5), lo que indica que el puente no ha mucho tiempo que se había finalizado (sesenta años después). Pocos años después en las Relaciones Topográficas de 1575, Iniesta reconocía las dificultades económicas y el largo tiempo empleado en la construcción del puente, reconociéndose que su obra había sido sufragada por repartimientos entre vecinos y que su fábrica duró años
No hay en el dicho río barcos; e hay una muy principal puente y edificio que lo han los que lo ven a la parte de Vadocañas, camino de Requena y Valencia, de piedra labrada, fecha a costa de esta villa y repartimientos de vecinos, y con gran gasto, que duró años, por no tener de propios, de un solo ojo y de gran altura y anchura. Pasan carros y gentes. Tiene el ojo ciento y viente piés en güeco, de mucha largura. Dicen ser la mayor y mejor y de grandes y mayores piedras del reino, y pasan bestias, y todo lo demás, de Toledo y otras partes a Valencia y Requena donde está la aduana (6)
Se insistía el año 1572, una vez más, en lo que era motivo de fricción con la villa de Requena, en poner un derecho de pontaje sobre las personas, caballerizas y carruajes que atravesaran dicho puente, ahora, para complacer a la monarquía en su deseo de levantar cofradías de caballeros armados


Se suplica a su magestad sea servido que se den en arrendos dehesasen el término desta villa que otra vez a echo merçed dellas para paga del rreal serviçio e otros efetos e más el derecho de pontaje de la puente de vadocañas que es un marauedí de cada persona que pasare por la dicha puente y yendo a cauallos dos maravedís y de bestia cargada e baçía e de un carro e par de mulas seis marabedís y de cada manada de ganado una rres y de çien cabeças abaxo una blanca de cada rres y que esto se suele llevar y que se les pueda llevar a todos los que pasen en lo qual todo se aya de dar a los cavalleros para la dicha ayuda con voluntad de su magestad (7)


Hidalgos en 1517

El doctor Espinosa
García Zapata
Fernando de la Cueva
Leonardo Zapata
Gil Ruy de Alcaud
Pedro Vázquez
Fernando de la Cueva el mozo
Pedro de Bustamante
Pedro de Espinosa
Melchor Granero
Sebastián de Ceballos

Concejo de Iniesta de 10 de enero de 1505

Alcaldes ordinarios: Juan de Valverde y Hernando de Tórtola
Alguacil: García Castellano
Regidor: Martín Serrano
Fiel: Juan de la Peña
Procurador: Bartolomé Blasco
Diputados: Ferrán Marco y Alonso López de Talayuelas

Concejo de Iniesta de 1 de abril de 1516


Alcaldes ordinarios: Martín de Tórtola y Juan de la Parra

Alguacil: Miguel Cabronero
Regidores: Martín Martínez de Castillejo y Alonso Garrido
Diputados: Alonso Martínez de Correa, Pedro de Buenache y Alonso García de Castillejo
Escribano: Gonzalo Ruiz del Almarcha

                                                 **********************

(1) Santiago Palomero venía a contradecir las tesis de Fernández Casado, sobre la naturaleza romana de dicho puente. PALOMERO, Santiago, El puente de Vadocañas, 
(2) LATORRE, Ignacio: De cuando el puente de Vadocañas era de madera, Los datos aportados sobre los diferentes puentes sobre el Cabriel (Vadocañas, Puenseca y Pajazo), su construcción y destrucción por las avenidas no permiten sacar conclusiones definitivas.
http://www.ventadelmoro.org/historia/historia1/decuandolapuentedevadocanaserademadera_24.html
(3) AChGr, HIDALGUÍAS, sign. antigua, 304-581-132,  contra Martín de la Cárçel y Fernando de la Cueva y Juan Çapata, que viven en la Estrella, y Pedro de Çapata, que vive arriba de la plaça, y contra Diego Muñoz.
(4) AHN. NOBLEZA. FRÍAS. C. 711, D. 62
(5) deve de la puente que a hecho de vadocañas myll e quinientos ducados a los maestros (Expediente sobre formación de cofradías de 1572)
(6) ZARCO CUEVAS, Julián: Relaciones de pueblos del Obispado de Cuenca, Diputación de Cuenca, 1983
(7) AGS, CC-Diversos de Castilla, libro 25, fol. 1. Expediente sobre formación de cofradías de 1572


Fuentes: AChGr, HIDALGUÍAS, sign. antigua: 304-538-9

sábado, 18 de mayo de 2019

Los Vera, de la Hinojosa y Cervera a El Peral



Los Vera habían medrado, como criados, al calor del señor de Piqueras. Establecidos en 1564 en la villa de El Peral ahora pretendían ver reconocida su supuesta hidalguía. Alonso de Vera había casado en la Hinojosa, aldea de Alarcón, pero pronto había cambiado su residencia a El Peral, donde en la década de los treinta se había establecido su padre, procedente de Piqueras, villa en la que había ocupado, al servicio de su señor, el cargo de alcalde mayor, así como en las villas de Albaladejo, Olmeda, las Valeras o Cervera, al servicio de sus respectivos señores.

Hacia 1545, el padre de Alonso, Rodrigo de Vera se personó ante el concejo de El Peral reivindicando su hidalguía y pidiendo que no se le hicieran repartimientos. El concejo de Alarcón decidió hacer una información de testigos en La Hinojosa, cometiendo el encargo a dos vecinos de la villa: Mingo Navarro y Miguel de Ruipérez. Parece que finalmente se desplazó hasta Hinojosa el citado Miguel de Ruipérez, acompañado del escribano de Motilla Alonso de Córdoba. La información elaborada fue leída ante los oficiales del concejo de El Peral, que dieron por buena la hidalguía de Rodrigo. Muerto éste, sin embargo, su hijo Alonso debió pagar como pechero la moneda forera, pues en virtud de provisión real, solo se podían eximir aquellos que tuvieran ganada ejecutoria de hidalguía, que no era el caso de los Vera. En la consideración de si Alonso de Vera debía pagar o no, parece que fue determinante la opinión del licenciado Espinosa, letrado del concejo de El Peral.

La influencia de los Vera en la villa de El Peral, venía por el casamiento de Rodrigo con una hermana del clérigo Diego de Alarcón, persona muy significada en la villa. Al parecer, un miembro de esta familia, Andrés de Alarcón, que a la altura de 1545 era alcalde ordinario de la villa había sido determinante en el empadronamiento de Rodrigo Vera entre los hidalgos.

Para demostrar la supuesta hidalguía se decidió busca papeles en los que figurasen los padrones de vecinos de El Peral, de treinta años antes. Las escrituras se encontraban en un arca de tres llaves en el archivo, que se se encontraba en la parte alta de las casas de ayuntamiento. Entre los vecinos pecheros asentados en los libros de pecheros de los años anteriores a 1537 estaba Rodrigo de Vera, obligado a pagar ocho centenas.

Hechos los trámites en El Peral, el escribano receptor de la Chancillería de Granada, Oscáriz, se desplazó hasta la Hinojosa, aldea de Alarcón, y supuesta " casa solar" de los Vera. El primero en dar testimonio fue Diego de Tébar, un hidalgo ejecutoriado de sesenta años de edad, pero su declaración fue de tal neutralidad que no se pronunció sobre nada, salvo sus servicios con el señor de Cervera, que era como declarar en contra. Su respuesta fue ratificada en igual sentido por numerosos labradores del lugar. Se decidió interrogar a los hidalgos del lugar, que habían de ser más favorables a la hidalguía de Alonso de Vera, éstos eran Francisco de Moya, alcalde por el estado de los hijosdalgo (aunque el apellido Moya era muy común entre los pecheros); Diego de Álvarez, más de sesenta años; Francisco de Lomas (apellido ya conocido), de cincuenta años; Juan del Castillo, de más de cuarenta años; Martín de Saucedo, de más de cuarenta años, y Alonso de Resa, de más de cincuenta años. Pero ninguno testificó a favor de los Vera.

En el caso de La Hinojosa, las escrituras de la villa se guardaban en casa del jurado Juan de Torralba. Pero entre los padrones y escrituras existentes en un cajón metido dentro del arca con cerradura de una única llave no se halló nada tocante a los Vera.

Para buscar más antecedentes de la familia Vera, el escribano receptor fue hasta la villa de Cervera. Un labrador Juan Redondo, de noventa y dos años, daba noticias incluso del abuelo. Del padre Rodrigo decía que había servido como paje al señor de Cervera hasta que se fue a casar con una Alarcón en El Peral. Del abuelo dijo que se llamaba Alonso de Vera el viejo, escudero que había sido de Juan Álvarez de Toledo, señor de la villa. Hasta Cervera se habían desplazado a vivir la familia Vera al completo con el abuelo.  Este servicio a favor del señor de Cervera, fue ratificado por otros hidalgos de esta villa: Alonso de Valencia, de más de cincuenta años; Andrés de Alarcón, labrador además de hidalgo (que ambas condiciones no han sido excluyentes), de cincuenta y cuatro años; Francisco de Valencia, de sesenta y cinco años, labrador e hidalgo asimismo y al igual que Francisco de Espinosa, de sesenta y un años.

Criados de un señor, con las pruebas documentales en contra y con pocos amigos los Vera vieron denegada su aspiración a la hidalguía. Tampoco los antecedentes eran mejores; Rodrigo de Vera había intentado obtener ejecutoria de hidalguía en 1539 y se le recordó una pragmática del rey don Juan contra aquellos que intentaban ganar hidalguías .


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Signatura antigua, 302-341-14 y 304-586-119. Años 1564 y 1539


TESTIGOS DE LA VILLA DE EL PERAL

Pedro Jiménez el Viejo, vecino de El Peral, pechero. 70 años
Alonso de Castillejo, vecino de El Peral, regidor y pechero. 68 años
Lázaro García, vecino de El Peral, labrador de más de sesenta años
Matías Monedero, vecino de El Peral
Alonso García de la Motilla, vecino de El Peral, 67 años, pechero
Alonso de Calatayud, sacristán, vecino de El Peral, setenta años. Escribano de la villa de El Peral hacia 1545
Miguel García, vecino de El Peral, labrador de setenta años
Hernán Gómez, vecino de El Peral, escribano del ayuntamiento, 50 años.
Alonso de Velena, labrador y tejedor de El Peral,
Juan de Velena el viejo, tejedor, vecino de El Peral, 45 años
Gil Rodríguez, trabajador, natural y vecino de El Peral. 64 años
Alonso González el viejo, labrador, vecino de El Peral.
Pedro de Murcia, labrador, natural y vecino de El Peral, 65 años
Juan Martínez de Iniesta, labrador, vecino de EL Peral, 55 años
Damián del Peral, arriero, vecino de El Peral, 57 años
Matías Clemente, mesonero, vecino de El Peral, 64 años.
Sebastián Gómez, de edad de 47 años, labrador, vecino de El Peral.
Martín Alonso, natural y vecino de El Peral, mesonero, 60 años
--- de Navalón, labrador, vecino de El Peral, 43 años
Felipe García, alcalde ordinario en 1564, y Jorge Contreras, regidor en ese año

sábado, 8 de diciembre de 2018

Los Balmaseda o "el ir por este mundo adelante"



"Casi siempre los que suben, se pierden, puesto que se transforman, se tornan híbridos, bastardos, pierden la originalidad de su clase, sin ganar la de la otra. Lo difícil no es subir sino, al hacerlo, seguir siendo uno mismo."    (Jules MICHELET: El Pueblo)






Hoy, andamos obsesionados buscando una gota de sangre judía en las venas de las familias conquenses de notorio linaje. No dudo que si somos, como cristianos viejos, perseverantes en la búsqueda de esos judíos, denunciados  a sí mismos por el rechazo al olor a tocino, los encontraremos en cualquier rincón. Y sin embargo, el crisol de sangres que han conformado los árboles de las familias conquenses es tan rico como variado. Aquí va un ejemplo, el de nuestros antecesores vascos, pues qué somos los castellanos sino hijos de los vascos, por más que éstos muestren su desapego a nosotros, unos desgraciados y desagradecidos maketos. Al fin y al cabo, si somos castellanos es porque hemos renunciado a ser bárdulos o, simplemente, hemos llegado a conformar una identidad en la apertura a un espacio abierto que, desde las montañas burgalesas, se ha extendido por las llanuras de la Meseta, permitiéndonos abrir nuevos horizontes sin olvidar nuestros orígenes. Las Vascongadas expulsaban hombres a riadas en el siglo XVI, unas tierras poco aptas para el cultivo eran incapaces de mantener la explosión demográfica de la centuria. Los viejas casas solares no daban para tanto hidalgo. Aquellos vascos, dejando su tierra se iban para Castilla, y, donde acababa Castilla, en bella expresión de la época, por este mundo adelante. Estos vascos de los valles salían del rincón de su casa solar y su anteiglesia en busca de la modernidad, perdón, del mundo. Atrás dejaban su pasado. No habían oído hablar de ningún Jaun Zuría; sencillamente decían de sus abuelos y bisabuelos que tomaban sus apellidos de los casas solares de los valles donde vivían. Y estas no eran otras que las de sus mujeres que legaban el apellido a sus hijos. Con el apellido, las madres transmitían el amor por el trabajo, por el orden y por la perseverancia. Este era el genoma de los vascos llegados a La Mancha. A primera vista parecían aquel bretón de Madame Bovary, que balbuceaba su nombre en un ininteligible Charbovari. Mal hablados, y peor entendidos, en su lengua vizcaína, únicamente aportaban la habilidad de sus manos como caldereros, canteros o plateros. Y el orden y constancia de las madres que los habían criado. Eran señores de sí mismos, no había quien contra ellos pronunciara el Quos ego virgiliano. Trabajaban a iguala, pues no admitían servidumbre o jornal. La vileza de sus trabajos no negaba su nobleza, pues era la habilidad de su mano la que guiaba igual el puntero o cincel que la espada. Sin embargo, los apellidos vascos y sus portadores tal como irrumpieron en Castilla, tal fueron olvidados. Levantaron iglesias, palacios y pueblos; labraron unas veces simples calderos y otras retablos; dieron voz a las sociedades y dejaron testimonio de su tiempo como juristas o como simples escribanos, o se embarcaron en Flandes e Italia como soldados. Pero la generación siguiente, sus herederos, olvidó el espíritu arriesgado y la austeridad de los valles; casados con hijas de  labradores ricos, cambiaron la hidalguía de su persona por la de una piedra armera. De ese espíritu de los antiguos vascos participó Andrés de la Puente Balmaseda, pero antes que traicionarlo prefirió dejar en tierras conquenses la familia formada para ir en busca de nuevas aventuras en Flandes. No fue guerrero ni soldado valeroso, únicamente un gran administrador de la intendencia de los Tercios, aportando la calidad y mérito que las madres vascas enseñaban: orden, trabajo y perseverancia.

La historia de los Balmaseda es la del siglo XVI. Hombres ante la adversidad y la necesidad de su superación para sobrevivir. Una vida de tumbos, pero donde los hombres con orgullo buscaban su propio destino y con trabajo labraban su futuro. Un mundo donde la adversidad y la fortuna eran vecinas y no había umbral que las separara. Una sociedad también donde cada uno era hijo de sus obras y forjaba su vida. Un horizonte vital recogido en la estrechura de unas pocas leguas que delimitaban el espacio geográfico de los pueblos y la confianza que en ese mundo adelante allá donde la vista se perdía se abría un nuevo horizonte de oportunidades. Ese es el mundo que vivieron los Balmaseda. La guerra de Granada les sacó de sus valles vascos. El infortunio y la necesidad les impidió regresar a su valle, pues no había varón que cuidará del caserío. Burgos, la urbe cosmopolita les redujo a simples quincalleros y caldereros. Ese mismo cosmopolitismo es el que les abrió nuevos horizontes como mercaderes. Adquirieron tierras y todo parecía que la sentencia de MICHELET iba a ser cierta una vez más, lo difícil no es subir, sino al hacerlo, seguir siendo uno mismo. Pero Andrés de la Puente Balmaseda no renunció a ser él mismo. La rebelión de las Alpujarras le devolvió el espíritu hidalgo y de soldado de su bisabuelo.

Andrés de Balmaseda había llegado a la villa de San Clemente desde Burgos, allí se habían establecido su abuelo y su padre, Juan y Andrés. Juan había casado con Elvira de la Orden. Su hijo Andrés casaría con María Gallo de Escalada. El tronco familiar procedía de Arcentales, en las Encartaciones de Vizcaya, de la casa de Alisedo, en el valle de Sopuerta, de donde era natural el bisabuelo, Juan de Alisedo, casado con Catalina de Bolivar. Los Balmaseda se habían asentado con el tiempo en dos lugares cercanos a dos leguas de Burgos y bajo su jurisdicción, Cortes y San Medel.

Andrés de la Puente Balmaseda gustaba llamarse también por el primer apellido junto al de Balmaseda. El apellido de la Puente no en vano recordaba a los hidalgos de más viejo abolengo de las Encartaciones
tenían los La Puente su casa-torre solar en la calle del Medio, del Ayuntamiento, frente al Ayuntamiento y sobre la Plaza en que se celebraba el mercado "y era una torre de cal y canto antigua e tiene un escudo de armas, que son una puente enzima de un río y una torre enzima de la puente y una cabeza que va entre las ondas del río y un blasón que decía por pasar por la puente me pondré a la muerte (1)

El bisabuelo Juan de Alisedo  vivía en el valle de Arcentales con sus hermanos Sancho  y Diego de Alisedo; hacia 1490 había muerto en la guerra de la conquista de Granada. Juan de Alisedo, llamativamente, había acudido allí con su mujer y con su hijo a la guerra.
que podía auer más de sesenta y dos años que el dicho Juan de Alisedo bisabuelo del que litigaua fue a la guerra de Granada con otros hijosdalgo del valle de Arzentales por llamamiento de los señores Rreyes Católicos de gloriosa memoria y este testigo le vio yr a la dicha guerra y después dende a un año a dos poco más o menos oyó decir a vecinos del dicho valle que abían ydo a la dicha guerra de Granada en compañía del dicho Juan de Alisedo como abía sido teniente de capitán de uno que se llamaua Sancho de Bilbao que fue capitán de la gente que salió de las Encartaciones de Bizcaya y que fallesció en la dicha guerra

Fallecido el bisabuelo, su hijo y su viuda se habían instalado en Burgos; les acompañaba seguramente otro hijo llamado Pedro.

Los vecinos de los valles de Carranza, Sopuerta, Somorrostro, Salcedo o Arcentales eran por naturaleza todos hidalgos. Pero algunos vecinos, unos veinte o treinta labradores, pagaban el llamado pecho de los marcos. Arcentales era un lugar de la yunta de Avellaneda, que junto al valle de Carranza, Sopuerta y Somorrostro formaban un corregimiento y ayuntamiento y juzgado propio. Dentro de las Encartaciones había lugares como Carranza que pasaban por pecheros o al menos los labradores elegían un representante propio, el llamado merino chico,  y en otros, como la casa de Azbal, donde últimamente se habían afincado los Balmaseda, se pagaba un tributo de 50 maravedíes al obispo de Burgos. El último conocido que había pagado dicho tributo en esa casa era Hurtado de la Puente. Conocemos por los testimonios la organización fiscal y política del valle de Carranza, al menos hasta 1545, pues parece que en esa fecha sus vecinos dejaron de pagar pechos y de elegir el merino chico que los recaudaba con destino a don Diego Hurtado de Mendoza, merino mayor de las Encartaciones
los dichos ombres buenos de Carrança como tales pecheros an pagado y pagan en cada cerro (Santiesteba, Soscario, Vianes y Santezilla) el bacón al merino que es un carnero en cada cerro e más docientos maravedíes e más otros pechos rreales 
... que el merino chico de Carrança que esecuta la justicia en el valle de Carrança a seydo e a de ser de los ombres buenos pecheros e labradores del valle de Carrança e lo a seydo del cerro de Vianes 

Los Balmaseda habían llegado a Burgos para establecerse primero en el barrio de Santisteban y luego en los lugares de Cortes y San Medel, junto a la Cartuja de Miraflores, a una y dos leguas respectivamente de la ciudad de Burgos. Eran lugares incluidos en las cinco leguas que a la redonda rodeaban la ciudad de Burgos y por tanto estaban exentos de pagar tributos por privilegios que tenían la ciudad y sus aldeas. San Medel era lugar de la jurisdicción del Hospital de Rey, aunque según algún otro testigo del Monasterio de las Huelgas, cosa explicable por su dependencia de esta institución. La pretendida exención fiscal de San Medel (o Samedel) no parece que fuera completa, pues sus vecinos pagaban cada siete años la moneda forera y anualmente el llamado pecho de la serna al Hospital del Rey y según algún testimonio el pecho de la hermandad al monasterio de San Pedro de Cardeña. La moneda forera, aunque fuera tributo real, había sido cedido por la Corona al Hospital del Rey, que asimismo mantenía ciertas servidumbres feudales como la mencionada serna: obligación de los vecinos de segar un día en el verano en los campos de pan llevar de dicho Hospital.

El padre y abuelo de Andrés de la Puente Balmaseda habían desempeñado oficios viles en la ciudad de Burgos. El abuelo según algunos testigos era llamado Juan de Burgos, aunque el gustaba llamarse de Balmaseda; su oficio era calderero y dedicado a la venta de calderas. Su hijo Andrés de Balmaseda mercadeaba con hierros, plomo y pescado. Pero los Balmaseda eran algo más que quincalleros; se habían convertido en mercaderes con fortuna que habían invertido sus ganancias en bienes raíces en los mencionados lugares de Samedel y Cortes: casas, molinos y tierras de pan llevar, así como algunos ganados. La casa familiar estaba en el arrabal de Cortés, tras mudarse desde el barrio burgalés de Santisteban, pero las propiedades agrarias se situaban en el lugar de Samedel bajo jurisdicción del Hospital de Rey. La hacienda de los Balmaseda en Samedel había sido comprada por el padre Andrés Balmaseda a un hidalgo de ese lugar, llamado García Ordóñez
compró una hazienda que heran tierras de pan llevar e una huerta e otros vienes en el lugar de San Medel que hes del dicho Hospital rreal de Burgos, la qual compró de un tal García Hordoñes parte dello e de otras personas parte dello

Andrés de la Puente Balmaseda había abandonado el hogar familiar con dieciocho o veinte años, hacia 1545 o algún año después, sin rumbo fijo, Un vecino suyo relataba su salida de Burgos como un se fue por este mundo adelante. Tal vez en busca de oportunidades, tal vez huyendo de las estrechuras de un hogar paterno, que debía compartir con otros cuatro hermanastros nacidos de un segundo matrimonio del padre. Había llegado a San Clemente, trabajando como criado en los negocios de un mercader de fama reputada en la villa, Francisco de la Fuente, tal como nos recordaba Juan Ruiz de Casablanca
una grand azienda de mercadurías e mucho ganado e lavor... le a conoçido tener muchos criados y pastores y otros onbres del canpo que entendían en su lavor e en su azienda... rresidía e vivía en casa de Francisco de la Fuente... e viven juntos los susodichos...que a vivido en lavor de pan y en mercadurías y en ser abastecedor de la carne de la dicha villa
Sin embargo, Andrés de la Puente Balmaseda no disponía de casa propia en San Clemente, viviendo, él y sus criados, en la del mencionado Francisco de la Fuente
era en casa del dicho Francisco de la Fuente vezino de la dicha villa de San Clemente e el dicho Francisco de la Fuente a visto este testigo que la a dado y da de comer a el que litiga y a sus criados e él a pagado un tanto por sí e ciertos maravedís a cada uno de sus criados... sin que el dicho Andrés de la Puente Valmaseda aya tenido casa por sy ni comprado mantenimientos ni para sus criados
Nos es difícil imaginarnos a este joven, por muy arriesgado que fuera, capaz de consolidar en apenas un quinquenio y en una tierra tan lejana como la de San Clemente una grosera hacienda, criados incluidos, cuando se nos presenta a él mismo como siendo criado de un mercader, nos dirá un testigo, o al menos de cuyos negocios participaba. En realidad, el mozo Andrés de la Puente había llegado a San Clemente como factor de la hacienda y negocios de su padre; lo que indica que los negocios comerciales de los Balmaseda se extendían por esta zona de la Mancha. Sin embargo, los mismos testigos hablan de otros intereses agrarios y ganaderos de los Balmaseda en esta comarca y que hoy se nos escapan. El hecho de que Andrés se instala en casa de Francisco de la Fuente con varios criados aleja su estancia en San Clemente como la de un simple aventurero para colocar a nuestro personaje como representante de importantes intereses comerciales.

Establecido en San Clemente, no por ello dejó Andrés de visitar el hogar paterno en Burgos. El carácter itinerante de Andrés de Balmaseda queda confirmado, con motivo del poder dado a dos familiares, uno de ellos su padre, residente en Burgos, para las probanzas. Aunque nos aparece ahora como vecino de Santa María del Campo Rus por matrimonio con una santamarieña, sus idas y venidas a Burgos son regulares. Esta inquina del ayuntamiento de San Clemente por hacer pechar a los mercaderes ya la conocemos de antaño, con el caso de un mercader llamado Diego de Estremera, obligado a pagar por partida doble los pechos concejiles y la alcabala del viento en 1544 para ser admitido como vecino. Poco importaba que los mercaderes se avecindaran para ser considerados vecinos de plenos derechos y deberes en los repartimientos y cobrarles por las ventas como si fueran forasteros. 

Con estos antecedentes Andrés de la Puente Balmaseda fue declarado pechero el 16 de octubre de 1556, revocando sentencia favorable de hidalguía de tres de febrero de 1554. No obstante, el proceso se reabría el 18 de diciembre de 1557. No se ponía en duda el carácter vil de los oficios desempeñados por los Balmaseda, sino la veracidad de la franqueza de pechos de los habitantes de Burgos. Andrés Balmaseda aportó testimonio de cómo su padre no pagó pechos en Samedel. No obstante, tuvo que esperar hasta el 10 de octubre de 1580 para obtener sentencia favorable de hidalguía.

Traslado de la partida de bautismo de Andrés de la Puente Valmaseda, bautizado en la iglesia de San Nicolás de 17 de noviembre de 1527

El pleito se había iniciado en agosto de 1552, cuando Andrés de la Puente Balmaseda había sido empadronado con los pecheros y obligado a pagar seiscientos maravedíes de servicio extraordinario, Su negativo le valió que le embargaran una alfombra de ocho ducados. Andrés de la Puente Balmaseda aún disfrutó en vida y ausente de San Clemente, unos veinte años, reconocida hidalguía, otorgada por la referida sentencia de 1580, hasta el día de su muerte, que debió ocurrir en fecha cercana al año 1600. Sus herederos disfrutarían de sus derechos nobiliarios y obtendrían la deseada carta ejecutoria de hidalguía el seis de diciembre de 1608.

Andrés de la Puente Balmaseda había casado con María Mendiola de Santa María del Campo Rus, villa en la que también tomó vecindad. Sus hijos se establecieron en esta última villa. Eran Juan de la Puente Balmaseda y Mendiola, doña María de la Puente Valmaseda y Mendiola casada con Juan Rubio y doña Catalina de la Puente y Balmaseda y Mendiola casada con Cristóbal Galindo.

Junto a la lucha por su hidalguía, Andrés de Balmaseda buscó otros reconocimientos sociales. El siete de octubre de 1564 presenta el título, recién otorgado por el Tribunal del Santo Oficio de Cuenca, de familiar de la Inquisición para que se le reconozca como tal por los oficiales del concejo de Santa María del Campor Rus.

La vida de Andrés de la Puente Balmaseda había dado un giro radical con motivo de la rebelión de los moriscos de las Alpujarras en 1568. Andrés, recuperando la tradición militar del bisabuelo, había participado en la represión de la sublevación. A partir de entonces, había abandonado el hogar familiar, que ya se había establecido en Santa María del Campo Rus, para iniciar una carrera militar como servidor de la Corona, que en parte se nos escapa. Sus hijos, que habían quedado al cuidado de su madre. Cuando muere, Andrés de la Puente es castellano del castillo del Blambet (?) en la Bretaña. Andrés de la Puente Balmaseda no volvió a ver a su familia, aunque no se olvidó de ella, enviándole grandes socorros, a decir de algún coetáneo y vecino. Su carrera militar transcurrió entre las Azores y Flandes, en labores de intendencia militares.
y siempre hasta que murió andubo ocupado y sirbiendo en cargos militares muy honrrados ansi en el dicho castillo siendo castellano de él como en los demás cargos y oficios preheminentes como fueron mayordomo y tenedor de las municiones del exército de Flandes y tenedor de los bastimentos del castillo de Amberes y capitán de infantería de los dichos estados y vehedor y contador en la isla de la Fayal una de las siete de Açores en el Rreino de Portugal
Fue un organizador de la intendencia militar, cuyos servicios serían valorados por grandes militares de la época, entre ellos el insigne conquense y maestre campo de los Tercios, Julián Romero. Contó con el favor del conde de Puñoenrrostro,  del Consejo de Guerra, y de Domingo Zabala, comendador mayor y del Consejo de Hacienda,
y que el conde de Puñoenrrostro y Domingo de Zabala estimaron mucho su persona como tan ymportante a nuestro servicio y lo mismo hiço Julián Romero y el general Sancho Dávila porque todo constaua y parecía por las dichas patentes y zédulas y cartas... por cuyos servicios nos hizimos merced al dicho don Juan (el hijo de Andrés) de quinze escudos de ventaja

En la fortuna personal y material de Andrés de la Puente Valmaseda fue un clave su matrimonio con María de Mendiola. María era hija de Juan de Mendiola Mariaras Iturmendi y la santamarieña Catalina Galindo, que además de la citada, tuvieron una prolífica descendencia: Pedro, Juan Bautista, Jerónimo, Antonio, Ana, Isabel, Catalina y Margarita.

Los Mendiola procedían de Villafranca de Ordizia. El licenciado Juan de Mendiola era hijo de Pedro de Mariaras y Catalina de Mendiola y nieto de Juan de Iturmendi y María de Mariaras. El apellido Iturmendi estaba tomado de la casa solar de la familia. Iturmendi pertenecía a la universidad y anteiglesia de Gainza, jurisdicción de Villafranca.

Gainza, con el monte Aralar al fondo
El licenciado Mendiola abandonó el hogar paterno, camino de Castilla. Pesaba en la decisión, la formación académica recibida y la necesidad de ejercer la profesión. Desconocemos la razón de la aparición del licenciado Juan Mendiola en Santa María del Campo Rus, más allá de su casamiento con una Galindo, pero su presencia se hizo notar
que aunque si la misma habla castellana hablava no podía negar ser vizcayno
Si el licenciado Juan hablaba correctamente el castellano, no ocurría lo mismo con su madre, que le acompañó en su llegada a Santa María del Campo Rus, pues la mujer mal que hablaba y entendía el castellano. A decir verdad el licenciado Mendiola era conocido más por las buenas obras de su oficio que por sus defectos vascos. El licenciado Mendiola era médico y cirujano. Llegado a comienzos de siglo a la Mancha, el licenciado Mendiola nos ha dejado una vida envuelta en el el anonimato, pero que sin embargo le procuró una sólida y acomodada posición social. Las vidas de estas dos familias vascas, Balmaseda y Mendiola, vinieron a juntar sus destinos en la Mancha. Hoy sus apellidos han desaparecido, no su legado.



Sello de placa de la Chancillería de Granada


Concejo de San Clemente de 25 de julio de 1552

Alcaldes ordinarios: Juan de Robles y Juan del Castillo Abengoza
Regidores: don Alonso de Pacheco Guzmán, Alonso de Valenzuela, Gregorio del Castillo, Pedro de Tébar, don Diego Pacheco, Francisco García y Miguel de Herreros.

Concejo de  San Clemente de 18 de julio de 1557

Alejo Rubio, alcalde ordinario; don Alonso Pacheco, Pedro de Tébar, don Diego Pacheco, Francisco García, Sancho López de los Herreros, regidores; Luis Alarcón Fajardo, alguacil mayor;

Concejo de Santa María del Campo Rus de 7 de octubre de 1564

Alonso Sainz Blanco y Pedro Rubio, alcaldes ordinarios
Martín Rubio Prieto, alguacil
Pedro Sánchez y Alejo González, regidores
Juan Sainz Rubio, Gil García Agraz, Juan de Requena; diputados
Diego de Mora, escribano del ayuntamiento

Concejo de Santa María del Campo Rus de 23 de octubre de 1608

Martín de Buedo Hermosa, gobernador por los Ruiz de Alarcón
Rodrigo Ortega Montoya y Francisco González Gallego; alcaldes ordinarios
Francisco de la Solana y Pedro Pérez; regidores
Diego Ortega Montoya, alguacil mayor

Concejo de San Clemente de 24 de octubre de 1608

Bautista de Montoya y Herreros y Juan de Oropesa, alcades ordinarios
Alonso Martínez de Perona, el licenciado Diego de Montoya, el licenciado Miguel de los Herreros, Gómez de Valenzuela, Cristóbal García de Monteagudo; regidores
Francisco de Oviedo, alguacil mayor

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(1) RIVERA MANESCAU, Saturnino: "Notas para un estudio biográfico del V. P. Luis de la Puente, S. J.".  Revista Histórica. Valladolid. 1924, p. 6

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍA, Signatura antigua: 304-577-24. Andrés de la Puente Balmaseda. 1554-1557


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍA, Signatura antigua: 301-99-71. Juan de la Puente Balmaseda y hermanas. 1608

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍA, Signatura antigua: 301-59-8. Juan de Mendiola Mariaras. Ejecutoria de 15 de febrero de 1576

viernes, 30 de noviembre de 2018

El Cañavate: el fin del gobierno de los labradores.


La oposición a la hidalguía de Francisco de Lomas y su sobrino Eugenio de Lomas vino de los labradores de El Cañavate, que andaban en disputas con hidalgos como los Ortega Montoya, Zamora y Aguilar o Peralta por el control del gobierno municipal. Eran los herederos del los labradores ricos del siglo XVI, que habían ejercido el control de la villa y que ahora se oponían a los intentos de señorialización de una minoría. Hombres acomodados e instruidos. Los labradores que se opusieron a la hidalguía de los Lomas nos aparecen como hombres que saben leer y escribir. Conocemos sus nombres, por ocupar cargos en el gobierno municipal o por ser acusadores de la pechería de los Lomas: Pedro Sánchez de Hontecillas, Miguel Cañete, Francisco López Caballón, Francisco Sánchez, Diego García Plaza o Jorge López. Tres de ellos acudirían a Granada a declarar contra los Lomas. En este mundo de representación, el labrador rico se creía con tantos o más derechos que el hidalgo.

En El Cañavate, tierra donde familias como el duque de Escalona, que poseía casas en la Atalaya, los Pacheco de Belmonte, los Ortega y otros nobles que tenían haciendas en la villa y sus aldeas, existía una clase de agricultores ricos que controlaban el poder municipal. Un impuesto como el servicio ordinario, del que estaban exentos los nobles, era pagado por todos, pecheros e hidalgos, en El Cañavate, en un repartimiento que, aunque diferenciado, afectaba a todos. Los hidalgos pagaban la séptima parte de dicho servicio. A la altura de 1600, los hidalgos participaban como regidores y alcaldes en el gobierno municipal, pero en modo alguno había división de oficios a mitad entre pecheros e hidalgos. De las reuniones municipales se desprende que muchos años el oficio de alcalde era monopolizado por pecheros y que un noble principal como Gabriel Ortega Montoya permanecía ausente o callado en las reuniones del concejo a pesar de ser regidor perpetuo. Parecía como si los labradores mantuvieran a raya a los hidalgos.

De hecho, el conflicto con Francisco Lomas y su sobrino Eugenio vino por la preferencia en los asientos de la iglesia. Siendo alcalde el 8 de marzo de 1602, Francisco de Lomas pidió que a los hidalgos se les dieran los asientos en las partes públicas a mano derecha.  En el mismo ayuntamiento Jorge Pérez, alcalde ordinario, y los regidores Sebastián del Río y Diego Martínez Cañavate, del estado de los labradores, pidieron que se empadronara a Francisco de Lomas con el resto de pecheros y labradores. Conociendo este poder de los labradores, nos sorprende el proceso de señorialización en que se vio envuelta la villa de El Cañavate, que tendría su punto álgido en la compra de la mitad de la aldea de Atalaya por el duque de Escalona en 1637.

El cambio en el gobierno municipal, tal como nos cuenta el labrador Pedro Sánchez de Hontecillas tuvo lugar hacia 1602. Seguramente en la elección de oficios de Año Nuevo; esta vez, se eligieron según la ejecutoria favorable a los hidalgos; ejecutoria ganada, es de suponer, el año de antes. Por esos años, los hidalgos consiguieron reservarse la mitad de los oficios, es decir, un alcalde ordinario de los dos existentes para cada uno de los estados llano y noble y rotación anual del cargo de alguacil mayor. Los regidores eran perpetuos y objeto de compra venta. El primer alcalde ordinario por los hijosdalgos sería Francisco de Lomas. Motivo de más para que los odios y rivalidades fueran contra su persona. La primera elección de oficios, ateniéndose a la ejecutoria recién ganada, que suponía la división a mitad entre pecheros e hidalgos, estuvo llena de polémica. Parece que el cargo de alcalde ordinario y ostentar la vara recién traída era privilegio que debía recaer en Gabriel de Ortega, pero este hidalgo era un intrigante, cediendo el cargo de alcalde en Francisco de Lomas y dándole el envenenado consejo que debería tener un asiento en la iglesia que prevaleciera sobre el alcalde de los pecheros
que auía de tener mejor lugar que su compañero el alcalde de los pecheros y procurava que tuviera preminencias por lo qual el del estado de los pecheros lo llevavan mal y procuraron empadronarlo como lo hizieron en presencia del corregidor de la uilla de San Clemeynte
El concejo de dos de mayo de 1602, con presencia del corregidor, que debatió el empadronamiento de Francisco de Lomas con los pecheros fue muy tenso. Para entender la crispación se ha de tener en cuenta que Francisco de Lomas y Vera estaba en la cárcel de la villa por negarse a pagar los pechos. El corregidor tomó partido por los nobles. Nombró provisionalmente como alcalde al labrador y regidor, aunque afín a los hidalgos, Cristóbal Prieto, mientras estuviera preso Francisco de Lomas, para a continuación dar la razón a los hidalgos en la preferencia de asientos y a su alcalde Francisco de Lomas
dándole el primero asiento en la yglesia de esta villa y procesiones e otros actos públicos dándole el primero lugar en todas las partes y dejándole firmar el primero en qualesquiera decretos
En el ayuntamiento, los agricultores formaron un bloque cerrado, pero, en ausencia de su alcalde encarcelado, los hidalgos hicieron una defensa de clase de su compañero. La voz la puso Gabriel de Ortega, regidor perpetuo, manifestando su oposición al empadronamiento de Francisco de Lomas. Otro hidalgo presente en la sala Diego de Zamora y Aguilar, alguacil mayor, respaldó la posición de Gabriel de Ortega, al igual que los labradores Cristóbal Prieto y Francisco López de Lezuza.

Los labradores forzaron un ayuntamiento el día siguiente, tres de mayo. Andrés López Cañavate, Sebastián del Río, Diego García Plaza, Diego Pastor, Diego Martínez Cañavate y Juan Sánchez Carrasco se mantuvieron en su oposición a considerar hidalgo a Francisco de Lomas. Pero el corregidor, muy parcial en el asunto, se pronunció a su favor.

Los representantes de los labradores se opusieron a Francisco. Y entre ellos destaca la oposición de los que hasta ese momento habían sido los valedores de los Lomas. Nos referimos a los López de Cañavate. Un miembro de esta familia le espetó cínicamente al corregidor don Alonso López de Calatayud, presente en el ayuntamiento, que no dudaba de la hidalguía de Francisco de Lomas pero que quería que le costase algo. Esta ruptura de la afinidad entre los Lomas y los López Cañavate sería explicables, según nuestra opinión, por el poder que estaban alcanzando en El Cañavate la familia Ortega, parejo a su aparición como actores principales en la villa de San Clemente.

Odios aparte, la república de los labradores se resquebrajaba. Pedro de Lomas había accedido al cargo de alguacil mayor a finales del quinientos por el apoyo que le prestaba un pechero Juan López Cañavate, sentando así las bases para acceder al oficio de alcalde en 1602, como hijodalgo. Pero esta vez, lo hacía por el favor de Gabriel Ortega. La lucha por los oficios concejiles fue pareja a los intentos de los hidalgos por verse libres del pago de pechos reales o concejiles, pasando de la voluntariedad en el pago a la obligatoriedad y embargo de prendas. El tema no era baladí, pues estar en los padrones de El Cañavate no significaba tener la condición de pechero, ya que los hidalgos aparecían en dichos padrones bajo un encabezamiento que los intitulaba como hidalgos. Olvidar ese encabezamiento lo pagaría caro, al sacar un traslado de los padrones, el escribano Juan Lezuza. El hidalgo Francisco de Araque recordaba como los hidalgos eran obligados a pagar servicios propios de los pecheros a mediados del siglo XVI
que este testigo a uisto los padrones y repartimientos que por los oficiales del concejo se hacían entre los vecinos de la dicha villa y en ellos halla que para encubrir sus pensamientos en ellos decían que unos heran para pleitos y otros para fuentes y otros dicen conforme a la costumbre que la dicha villa tenía y con capa desto entravan y repartían a otros hijosdalgo como hera a Rodrigo de Ortega que este hera hijodalgo y ansimismo repartieron a Lope de Araque padre deste testigo y hera hijodalgo y este testigo tiene la executoria de su padre en su poder y ansimismo a Martín de la Serna que hera hijodalgo 
Y es que, como hemos visto en otro lugar (1), El Cañavate tenía una constitución u organización peculiar. En 1532, se definía como un pueblo de doscientos vecinos casi todos labradores. Hasta la revuelta de las Comunidades, los concejos abiertos eran la norma. Los vecinos se juntaban con sus alcaldes y regidores para discutir en común de los problemas de la villa.  Aunque ya antes de las Comunidades, la participación popular se había encauzado a través de unos diputados y los cabildos estaban en transición entre el concejo abierto y el cerrado. No obstante, en la primera mitad o dos terceras partes del siglo, todavía existía un consenso en el interior de la sociedad de El Cañavate, con compromisos entre los labradores y los hidalgos. Los hidalgos, y en especial alguno de ellos, como  los Ortega preferían empadronarse y pagar contribuciones en esta pequeña villa, que entrar en la lucha por el poder de grandes urbes como San Clemente. Dominaban los pequeños propietarios agrícolas, que convivían con otros mayores, pero a los que se sometió al gobierno de esta república por los labradores. Quienes no lo hicieron tuvieron que vender sus tierras, como los Castillo de San Clemente, o tuvieron que plegarse, caso de los Pacheco y su intento de señorío sobre la dehesa de Torralba.

Los padrones de 1516, 1520, 1532, 1534 o 1538 distinguían entre centenas de hidalgos y centenas de pecheros. La centena era la parte repartida del servicio ordinario. Los mismo ocurría con los padrones conservados desde mediados de la década de los cuarenta. Los traslados de los padrones en los que aparecen hidalgos nos aportan una relación de los hidalgos de El Cañavate. En los años cuarenta, ademas de los Lomas, otros hidalgos eran Martín de Serna, Diego de Ortega o Pedro de Montoya. Una nobleza que, procedente de Vara de Rey o de Villar de Cantos, se había afincado en Cañavate eludiendo la presión de poderosos concejos como el de San Clemente, aprovechando las haciendas que poseían en El Cañavate.

Recuperar los hidalgos de 1516 es más incierto, por no respetar el escribano Juan de Lezuza, el encabezamiento que intitulaba a los hidalgos, pero el traslado de Lezuza ha sido corregido posteriormente en la Chancillería de Granada, donde se trasladaron los padrones originales, con una indicación para indicar los hidalgos de esa fecha de 1516 en El Cañavate. Los mencionados son Arias de Tébar, Peralta de la Serna, Lope Alarcón, Pedro de Lomas, Sebastián de Tébar, Diego de Castañeda, Francisco de Lomas, los hijos de Alonso de Araque, Juan de Gabaldón,  Juan Ramírez y la viuda de Pedro de Alarcón. Únicamente tenemos la duda en esta relación de la presencia de Juan del Campo, que ya no aparece un futuros padrones. La aportación de los hidalgos, 16 maravedíes por cada centena, solidaria o compulsiva, tenía por finalidad sufragar el litigio que la villa de El Cañavate mantenía con Rodrigo Pacheco por la posesión de la dehesa de Torralba en su término municipal.

En víspera de las Comunidades, el año 1520, los hidalgos sufrieron un nuevo repartimiento. A los nombres citados de 1516, se suman, Bernardino de Tévar y Gregorio de Araque. La presencia de Arias de Tébar como regidor y participante en el repartimiento, en la elaboración del padrón y aportando una cantidad máxima de diez centenas (a diez maravedíes la centena), nos lleva a pensar en la voluntariedad de los hidalgos en estas contribuciones. De todos modos, su aportación se reducía a 40 centenas sobre un total de 720 repartidas en el pueblo.

En 1524, a los hidalgos se han sumado Pedro de Cuevas y un miembro de un linaje de Vara de Rey, Martín López de Huete, mientras que han desaparecido los Tébar. ¿Desaparición de la villa, consecuencia de la guerra de las Comunidades? El panorama cambia completamente en los padrones de 1530, aunque creemos que los tres primeros nombres responden a pecheros (Martín González Lozuza, Martín Briz, Pedro Lucas), también aparecen otros hidalgos indudables con una presencia en el pueblo ligado a sus patrimonios y que se les hace pechar: el señor Rodrigo Pacheco, Rodrigo de Ortega y Diego de Zamora. En 1532, aparecen dos pecheros y en medio de los hidalgos Martín de la Parra, reaparece la viuda de Arias de Tébar y un Juan Ramírez nos parece como pobre, ya en los viejos padrones tenía una aportación de apenas media centena. Nuevos apellidos se suman en los años siguientes: Corvera, López, Barcenas, Muelas, Carreño, Flomesta o una familia de cuya existencia sabemos, pero que hasta ahora pasa desapercibida. En 1550, vemos a Francisco Gómez y Pedro Gómez hidalgo.  Entretanto, años antes, en la labriega villa de El Cañavate hemos visto pechar a don Diego Ruiz de Alarcón o a don Juan de Alarcón Pacheco. Una muestra más que las contribuciones no era tanto una imposición sobre las personas sino sobre sus haciendas. Esta imposición sobre las haciendas, impuesto sobre el patrimonio y la renta personal avant la lettre y signo de una fiscalidad moderna, es evidente en los repartimientos de mediados de siglo. El origen de esta progresividad estaba en la división de cantidad a pagar en las llamadas centenas y en el pago por cada vecino de una a doce centenas según su patrimonio. Se empadronaban las personas, pero en cuanto poseedores de heredades. De hecho, los asentamientos en el padrón nos hablan de la heredad o casas de Luis Carreño o de la casa y tierras de Rodrigo Pacheco. En el repartimiento de 1551, se dice
que es su intención repartir las dichas zentenas de caudal de diez mil marauedíes una zentena e de unas casas de hasta diez mil marauedíes e fasta veynte e treinta e de allí arriba dos zentenas e de cada zien almudes de heredad otra centena e de cada millar de vides otra y de los que menos ubiere lo que Dios les diere a entender sin pensar de agraviar alguno
La comunera Cañavate, que vio correr el río Rus con la sangre de los rebeldes del movimiento, no solo había mantenido el espíritu solidario de comienzos de siglo, donde todos contribuían más allá de su condición pechera o hidalga, sino que valiéndose una imposición injusta, el servicio, pensada para los pecheros, había sabido crear un régimen tributario justo fundado en la progresividad de la renta y patrimonio personal de cada uno. El Cañavate se nos presenta como ejemplo de modernidad. Pero es solo un espejismo, en apenas un cuarto de siglo, la situación cambia radicalmente.  El repartimiento de 1587 se hace todavía sobre las personas y heredades, pero excluye del mismo a los hidalgos que estén en posesión de ejecutoria. Las exenciones de pechar, nacidas de la riqueza y la proximidad al poder concejil comienzan a aparecer.

Después de la guerra de las Alpujarras, las villas, y El Cañavate no fue una excepción, se empobrecieron. En la guerra murieron hombres y se perdieron brazos para el campo. Anclada en los 320 vecinos de la villa y los 70 de sus aldeas, El Cañavate y su tierra habían alcanzado el tope de crecimiento de un espacio agrario encajonado entre dos cerros. La desgracia de muchos fue fortuna de pocos. La sociedad de labradores se fue haciendo más injusta y desigual. El Cañavate seguía siendo tierra de labranza y crianza. Sobre todo de lo primero, pues aunque tierra recia, se sacaba provecho con gran trabajo, y en el término había pocos pastos y los ganados se veían obligados a ir a herbajar a las extremaduras. Los labradores de El Cañavate eran gente del común y antes son pobres que ricos (2), pero se estaba formando una minoría diferenciada por el enriquecimiento de algunos, ya pecheros, como los hermanos López de Cañavate, o ya hidalgos, como los Ortega, Zamora o Araque.

De lo mucho que se jugaba en la lucha por el poder en la pequeña villa de El Cañavate, da fe el empeño de sus actores en la defensa de sus posiciones. Tres labradores, los mencionados Pedro Sánchez Hontecillas, Francisco Sánchez y Martín López Caballón (todos ellos rondando los sesenta años de edad) fueron en 1608 a lomos de sus pollinos hasta Granada, para ratificar sus dichos en su villa ante el diligenciero enviado por la Chancillería. Nueve días de ida y otros nueve de vuelta, en la época de lluvias del mes de abril, a razón de ocho reales de gasto la jornada. Lógicamente la Chancillería se desentendió del pago y lo endosó al concejo de El Cañavate

y que vienen cada uno en un pollino y que se detuvieron en el camino respeto de las muchas aguas y ríos nueve días tasó a cada uno de los susodichos diez y ocho días de camino de venida y vuelta y estada a razón de ocho reales cada día
Igual tasación del viaje, a ocho reales diarios cada una de las diecisiete jornadas y media de viaje, hasta sumar un total de setecientos reales, y por supuesto a cargo de los propios de El Cañavate, fue la que se hizo para cada uno de los otros cinco testigos, labradores asimismo, que fueron a declarar a Granada. 

Los Lomas consiguieron sentencia favorable dela Chancillería de Granada de 26 de agosto de 1609. Los Lomas contaban con varios oficiales del concejo y sus favores, como los Ortega y los Araque. Pero también de muchos enemigos, que deseaban para El Cañavate un gobierno de gente honrada, condición que confundían con la de labrador rico. Contaban todavía con el control parcial del concejo y sus oficiales; uno de ellos, era el escribano del concejo de El Cañavate, a comienzos del seiscientos, Juan de Lezuza, que testimonió el carácter pechero de Francisco Lomas, por lo cual habría de responder ante la Chancillería de Granada, acusado de falsificar los padrones de hidalgos de la villa, conservados en cinco cuadernos y que recogían padrones que iban del año 1516 a la década de los treinta. Apresado en 1609 el escribano, en la cárcel de Granada, en su defensa tuvieron que salir dos vecinos de Alarcón y otro de Cañavate para reafirmar su profesión de buen cristiano y su buena vida y fama. Con especial énfasis lo hizo Andrés de la Orden Quijada. Sin embargo, para el fiscal de la Chancillería, licenciado Bernardino Ortiz de Figueroa, el caso era un ejemplo de corrupción en el que era cómplice, sobornado seguramente, el escribano de la Chancillería, enviado a El Cañavate a hacer las diligencias, Alonso de Torices Jara. La prevaricación del escribano Juan de Lezuza fue condenada severamente: dos años de inhabilitación para ejercer el oficio de escribano, un año de destierro y alejado cinco leguas de la villa de El Cañavate y diez mil maravedíes e multa. En la cárcel de Granada se pudrió el escribano Juan de Lezuza, incapaz de pagar la fianza de tres mil maravedíes y solicitando míseramente se le dejase ser acogido a las limosnas de los pobres para comer.

Y es que las hidalguías, en aquella Castilla interior, donde podía más la representación que el trabajo, se habían convertido en fuente de ingresos y raíz de corrupciones si los escribanos y diligencieros (que hacían diligencias) tenían la suficiente habilidad para ganarse la voluntad de los escribanos y oficiales locales. Tal fue el caso de Alonso de Torices, diligenciero granadino, que ocupó en sus pesquisas hasta un total de once días de trabajo, desde el dos de junio hasta el doce de junio de 1607. El escribano Juan de Lezuza le certificó los once días, aun a pesar de que por medio había cinco días feriados: tres de la pascua del Espirítu Santo, celebrada el nueve de junio, un domingo de la Trinidad y el día de San Bernabé. A decir del escribano, se trabajó cada uno de ellos o al menos, en sus palabras, cinco días de holgar pero que eran días de ocupación. El diligenciero echó trece días más del viaje de ida y vuelta para cerrar la cuenta. Las cuentas eran un ejemplo de la relajación de las normas y preceptos religiosos en aquella España interior, más si pensamos, por ejemplo, en el proceso inquisitorial que sufrió cien años antes Hernando del Castillo, por trabajar en sus molinos de la Noguera un domingo o, más exactamente, por obligar a trabajar a los canteros vascos que los reparaban.

Mundo de representación en el que los gestos y símbolos importaban más que los hechos, el diligenciero iba provisto con real provisión de sello de placa. El ayuntamiento se reunía en pleno para recibir al que, a pesar de su poca monta, no dejaba de ser un funcionario real. Claro que el ayuntamiento reunido era también un símbolo: la representación del poder de los labradores. Por eso, intencionadamente estaba ausente don Gabriel de Ortega Montoya, cuya fortuna familiar y la de sus parientes sanclementinos se había forjado en la labranza de tierras en Villar de Cantos y El Cañavate; pero ahora importaban más las ínfulas del hidalgo.

Concejo de El Cañavate de 3 de junio de 1607

Mundo de representación y de agasajos, donde el diligenciero granadino ya tenía, antes de su llegada, preparado el plan de trabajo en El Cañavate y sus aldeas. Entre los que esperaban para exponer su testimonio contra los Lomas estaban los Jareño de la aldea de Atalaya, labradores con representación en el gobierno municipal.

Pero la pequeña sociedad de El Cañavate se empezaba a romper y con ella la solidaridad de los labradores. Francisco y Bernardino de Lomas eran hijos de un segundo matrimonio y como tales dejados en segundo plano por sus convecinos. El favor en el pueblo lo contaban sus hermanastros, Pedro y Juan, nacidos de un primer matrimonio de Pedro de Lomas con una deuda de una de las familias de los hombres más ricos del pueblo a mediados del quinientos, los hermanos Juan y Francisco López Cañavate, que se hicieron por compra con las primeras regidurías perpetuas del pueblo. Ese rompimiento de la vieja república de labradores, nacido de la desigualdad en la riqueza desde mediados de siglo, lo personificaba muy bien Diego Ortega, casado con una Montoya, que ganada ejecutoria de hidalguía, la misma que se le negaba a sus deudos de San Clemente, se vanagloriaba y mostraba a sus vecinos el escudo de su ejecutoria de hidalguía miniada. Este símbolo de ostentación molestaba y no se entendía. Singularmente por los labradores acomodados del pueblo. Pedro Sánchez de Hontecillas, más allá de los formulismos de la declaraciones de testigos, presentaba el pueblo dividido en dos: los labradores como él, defensores del real patrimonio, dignos de calidad, fe y crédito, y esos otros hidalgos, que poco tenían de sangre noble, y que fundaban su crédito en la palabra de hombres pobres y necesitados, cuyas voluntades compraban. El crédito de la palabra del labrador frente al poco concierto de la plática del necesitado. El labrador que mostraba la riqueza fruto de su trabajo, frente a la ociosidad de hidalgos y pobres y que mantenía una equidistancia de orgullo frente a la vanidad del hidalgo y la poca estima que le merecía el pobre, categoría donde se confundían los marginados con los que empleaban su trabajo a jornal para otros, si es que la primera condición no era causa de la segunda.

Sin embargo, hombres como Pedro Sánchez de Hontecillas no hablaban el mismo lenguaje de su padre y abuelo. Aunque estemos en el contexto de un expediente de hidalguía, el labrador de 1600 habla del interés del real patrimonio, el labrador de 1500 hubiera hablado del bien común de la res pública.

Acabada con la resistencia de los labradores y desenmascaradas sus maniobras, los Lomas consiguieron nueva sentencia favorable a su hidalguía de 7 de julio de 1610. La ejecutoria no se despacho hasta 1617.

La familia Lomas era de nobleza cierta, un Juan de Lomas había sacado carta ejecutoria en 1502 y los ascendientes de los litigantes habían enlazado con familias nobiliarias como los Araque y los Vera. El padre de Francisco Lomas y abuelo de Eugenio (hijo de un hermano llamado Bernardino), de nombre Pedro, había casado con Isabel Vera, natural de la Hinojosa, aldea de la villa de Alarcón. Y el padre de Pedro y antecesor de la familia, llamado también Pedro de Lomas, había casado con Catalina de Araque. Nobles y labradores vivían en armonía, mientras no se vio comprometido la hegemonía de los segundos. A falta de demostrar sus calidades en la exención de impuestos, los hidalgos demostraban su naturaleza en la guerra si tenían oportunidad. Ese momento llegó en la guerra de las Alpujarras, allí moriría Bernardino de Lomas, hermano y padre de los litigantes Francisco y Eugenio. En calidad de qué fue reclutado no lo sabemos, si en los primeros momentos, más a la vieja usanza de reclutamientos hechos y aportados por las villas, o en las compulsivas levas posteriores. En lo demás, la familia Lomás defendía su hidalguía con gestos más que con realidades. Según decía el labrador Francisco Sánchez, Bernardino Lomas se negaba a pagar pechos, pero para evitar la cárcel se dejaba prendar por los impuestos no pagados; aceptaba alojar soldados, pero para mantener las apariencias pagaba a otros vecinos para que los sustentaran en su casa o en otras ocasiones les pagaba la posada en el mesón del pueblo. La muerte de Bernardino dejó a la familia desamparada. El labrador Miguel Sánchez Cañete reconocía que los Lomas a veces no habían pechado por ser pobres. Y es que la familia se desvertebró a la muerte de Bernardino: su hermano Francisco se ausentó de la villa y lo mismo hicieron otros dos hermanastros, habidos de un primer matrimonio del padre, llamados Pedro de Lomas de la Casa y Juan de Lomas, aunque este último es posible que corriera la misma suerte de Bernardino en la guerra de Granada.

Pero fruto de los parentescos de la familia de la madre de los hermanastros Lomas de la Casa, la suerte de la familia cambió. El apoyo de los hermanos López Cañavate y del mismo corregidor de San Clemente Antonio de Calatayud nos lo contaba Francisco González:
porque el dicho Pedro de Lomas de la Casa era este primo hermano de Francisco y Juan López Cañavate hermanos regidores perpetuos que fueron desta villa el qual deudo era por parte de la madre del dicho Pedro Lomas y que los dichos regidores eran personas de valor en esta dicha villa en la qual los demás oficiales del concexo y vecinos della no hazían otra cosa más de lo (que) querían y ordenaban los dichos regidores perpetuos y que por este parentesco e favor que con ellos tenían el dicho litigante y sus hermanos y con los demás oficiales del concejo y otras personas particulares y en especial particularmente por el mucho favor y ayuda que tenían del corregidor de la villa de San Clemente que se halló muchas vezes en esta villa el qual a lo que se quiere acordar se llamaba don Antonio de Calatayud

Los intereses de los Lomas eran regionales y sus relaciones familiares se extendían por la Alberca, la Hinojosa, Las Pedroñeras o por Socuéllamos. Los conocía bien Francisco de Araque, alcalde ordinario por el estado de los hijosdalgo en 1609, emparentado con los Lomas, que ligaba a los familiares de estos pueblos como de un mismo tronco:
porque su madre deste testigo hera hermana de Pedro de Lomas padre del dicho Francisco de Lomas que litiga y los conoció y fue conociendo desde que este testigo hera de poquita hedad porque como niño y nieto iba a la casa de su abuelo y siempre en la dicha villa de Alcañabate a los quales y cada uno de ellos los a tenido por hijosdalgo notorios de sangre por línea reta de varón legítima y en tal posesión opinión y reputación los a tenido y tiene todo el tiempo que los a conocido y conoce desde que este testigo tiene uso de raçón que será de cinquenta años a esta parte y por tales los a visto que por los veçinos y moradores de la dicha villa de Alcañabate an sido avidos y tenidos comunmente reputados sin aber cosa en contrario hasta que este pleito se movió ... y que este testigo se acuerda de aber oído decir a su padre y a su madre y al tiempo que murieron tendrían cada uno ochenta años y abrá que murió su padre deste testigo treinta años y su madre veynte y quatro años que su magestad abía mandado hacer llamamiento de hijosdalgo y que el dicho Pedro de Lomas abuelo deste testigo y del dicho Pedro de Lomas tenían en aquel tiempo tres hijos mancebos y tres hijas casadas con tres hijosdalgos y como tal hijodalgo tenía aprestados sus tres hijos y tres yernos para que fuesen en servicio de su magestad como tales hijosdalgo y que este testigo conoció a Marco de Lomas y Francisco de Lomas que son difuntos y conoce a Rodrigo de Lomas todos hermanos vezinos naturales de la Hinojosa y este testigo los a tenido por sus deudos por su madre deste testigo... pero tiene por cierto que el padre de los dichos Marco y Francisco y Rodrigo de Lomas vecinos de la Hinojosa heran hijos de Rodrigo de Lomas el viejo y que este hera hermano de su abuelo deste testigo y del abuelo y de los dichos Francisco de Lomas que litiga y bisabuelo del dicho Eugenio de Lomas y que en la dicha villa del Cañabate no a auido Juan de Lomas si no es otro hermano de Francisco de Lomas que litiga y este abrá que murió cerca de quarenta años y que si a auido otro Juan de Lomas en el Cañabate no lo conoció ni se acuerda y que siempre a oído decir que en la villa de la Alberca abía un Juan de Lomas muy viejo y que este hera hijodalgo de executoria 
El apellido Lomas se había perdido en La Alberca, por falta de varón en la sucesión y su descendencia había quedado integrada en una familia hidalga de esa villa: los Chaves. Algunos nietos de Juan de Lomas, el de la ejecutoria de 1502 y fallecido hacia 1550, vivían a comienzos del siglo XVI en Socuéllamos. De los Lomas de la Hinojosa, solo vivía a comienzos del siglo XVII, Rodrigo de Lomas, que se había establecido en El Pedernoso.

Gracias al testimonio de Rodrigo de Lomas podemos recomponer el origen de la familia, que él situaba en Cordovilla, actual provincia de Palencia, en las antiguas merindades de Burgos. El primero de los Lomas que llegó a la zona fue el bisabuelo del litigante Francisco, que se llamaba Pedro de Lomas. Llegado de las merindades, es de suponer que en la segunda mitad del siglo XV, se había instalado en Alarcón primero y luego en El Cañavate. El bisabuelo Pedro de Lomas había tenido por hijos a Juan de Lomas, el hidalgo con eejecutoria de la Alberca,  Pedro de Lomas de El Cañavate y Francisco de Lomas que daría origen a la rama de la Hinojosa a través de la línea sucesoria de su hijo Rodrigo (padre a su vez de Rodrigo, Marco y Francisco). Todo hace suponer que un hermano de este Rodrigo, de nombre Agustín se estableció en Belmonte.






Ayuntamiento de El Cañavate de 12 de agosto de 1602


Francisco Lomas y Vera, alcalde por los hidalgos, Jorge Pérez, alcalde por el estado llano.

Regidores perpetuos: Diego Martínez Cañavate, Sebastián del Río, Francisco López de Lozuza, Miguel Martínez, Alonso López de Checa, Juan Fernández Carrasco

Ayuntamiento de El Cañavate de 21 de abril de 1606

Francisco López Caballón, alcalde ordinario
Regidores perpetuos: Diego Martínez Cañavate, Alonso López de Checa, Miguel Martínez, Francisco Gallego,
Alguacil mayor: Juan de Araque

 Ayuntamiento de El Cañavate de 8 de noviembre de 1607


Alcaldes ordinarios: Diego de las Muelas y Cristóbal Jareño

Regidores: Juan Gómez de Peralta, alférez mayor.
Regidores: Diego Martínez Cañavate, Francisco López de Lozuza, Alonso López de Checa, Miguel Martínez, Francisco Cañavate, Miguel de Osma.


Testigos de la probanza de 1607 y 1609, a favor de los Lomas


Andrés Montesinos, 67 años; hijo de Pedro Checa (nacido en 1502)
Pedro de Segovia, labrador,  92 años
Sebastián López el viejo, 77 años
Francisco de Torres, hidalgo, 78 años
Ana de Requena, mujer de Diego de las Muelas, alcalde ordinario por el estado hidalgo. 70 años
Catalina López, mujer de Domingo López de Tébar.
María Ruiz, viuda de Francisco de Alarcón, 70 años
Cristóbal Prieto
García de Chaves, vecino de La Alberca, nieto del ejecutoriado Juan de Lomas, 66 años

Testigos de la probanza de 1608, contrarios de Francisco y Eugenio Lomas

1.-Ratifican su dicho en la Chancillería de Granada

Pedro Sánchez de Hontecillas, labrador, 60 años
Martín López de Caballón, labrador, 57 años
Francisco Sánchez, labrador, 50 años
Miguel Cañete, labrador, 55 años
Diego García Plaza, labrador y morador en Cañada Juncosa, 58 años
Jorge Pérez, labrador , 48 años
Francisco López Caballón, labrador, 52 años
Francisco Tornero, labrador, 66 años

2.-No ratifican su dicho en la Chancillería de Granada

Alonso de la Jara
Benito Montesinos Cañavate, sastre, 60 años
Juan de Alarcón Bermejo, labrador del lugar de Cañadajuncosa
Alonso Martínez Calvo, labrador de Atalaya, 66 años
Cosme Jareño el viejo, vecino de Atalaya de 66 años
Rodrigo de Ruipérez, vecino de Atalaya, de 56 años
Damián Jareño, vecino de Atalaya
Juan Ruiz, labrador de Cañadajuncosa, 45 años
Pedro Sánchez de Alarcón, vive de su trabajo, 60 años
Francisco González, labrador





(1) DE LA ROSA FERRER, Ignacio. El Cañavate, realengo e intereses señoriales. en https://historiadelcorregimientodesanclemente.blogspot.com/2018/02/el-canavate-realengo-e-intereses.html, 23 de febrero de 2018.
(2) ZARCO CUEVAS, Julián: Relaciones de pueblos del Obispado de Cuenca. Diputación Provincial de Cuenca, 1983, pp. 203-210

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Signatura antigua: 302-234-13. Francisco de Lomas Vera y su sobrino Eugenio de Lomas

ADENDA: UNA PEQUEÑA REFLEXIÓN SOBRE LAS SOCIEDADES MANCHEGAS DEL SIGLO XVI:

A comienzos del siglo XVI, hubo una sociedad en el sur de Cuenca levantada y fundada en el valor del trabajo y el mérito personal. Sociedades pobres en población y recursos que venían de la guerra y la rapiña del siglo XV. De pronto, el milagro, hombres con sus azadones roturando las tierras, guerreros convertidos en mercaderes o empleándose como labradores para salir adelante. Vascos y cántabros que bajaban a la llanura manchega a alzar como canteros nuevos pueblos, zamoranos a vender sus paños, carreteros de la sierra que traían las maderas necesarias para las casas, gente del común que explotaba como rentero las tierras (que lo de jornal se despreciaba, como muestra de sumisión no aceptada por el orgullo y el deseo de ser libre). Y sin embargo, el brutal y rápido crecimiento trajo una legión de desheredados: el pequeño agricultor que no tenía suficientes ingresos se empleaba como presto a desempeñar sus servicios para otros, muchos deambulaban por los pueblos al acabar la vendimia o siega o improvisaban trabajos manuales para sobrevivir, algunos hidalgos se tragaban el orgullo e iban a los montes en busca de leña para vender, llevada en burros (una humillación para un hidalgo de la época). Y de repente, todas las contradicciones estallan. Quizás los hombres no eran conscientes de su clase, pero sí de lo que les oponía a los demás. Los más ricos ven en las contradicciones sociales, oportunidades para la lucha y conquista del poder concejil y amasar sus fortunas, pero obvian los movimientos profundos de las sociedades rurales. Algo del peligro se atisba, se encienden las hogueras donde las conciencias más críticas y librepensadores son arrojadas. Se les llama judíos, pero son hombres con una visión demasiado moderna para su época. Las hogueras provocan más odios. Cuando nadie lo espera, llega el verano de 1520, El Provencio y Santa María de Campo se sublevan y expulsan a sus señores y, en ausencia y rebeldía, los someten a juicios populares. Las villas de realengo parecen tranquilas en manos de las familias y patriciado tradicional, pero los hidalgos arruinados comienzan a poner voz al descontento. Llega finales de octubre o el mes de noviembre e inesperadamente se produce una auténtica subversión social, los desheredados se hacen con el poder: nombran capitanes o sota capitán, que responden a una autoridad que está en todas partes y en ninguna. El mesianismo se apodera del movimiento: juntas de doce miembros, cual apostolado, se forman en los pueblos. Todo se pone en cuestión en los tres meses siguientes, aunque apenas se sabe nada, porque hay una intencionada destrucción de los papeles de ese periodo, una vez finalizado el movimiento. Nuestra única certeza es que el movimiento es aplastado sin piedad por una nobleza regional (y con intereses que van más allá), con la colaboración de los agricultores propietarios que han visto con horror como el movimiento no respetaba las haciendas y a los que se les debe prometer seguir controlando los gobiernos municipales. La victoria de los agricultores es completa, que vienen de los pueblos a luchar contra los comuneros que se han hecho fuertes en el Cañavate. En el río Rus, y bajo su puente, tiñéndolo de rojo, yacerán cientos de comuneros muertos. La república de labradores, en la que han querido participar los desheredados y gentes de oficio, ha triunfado, pero es un espejismo, pues está tutelada por los grandes hacendados. La nueva constitución se mantiene un cuarto de siglo, pero a mediados del siglo XVI, la nueva minoría de hacendados pide el control absoluto del gobierno concejil. En la segunda mitad del siglo XVI recuperarán del desván el viejo abuelo que ganara una batalla: no tendrán dificultad pues en la época de los Pachecos hubo muchos hombres con arrojo que frente el enemigo en batallas o entre ellos a cuchilladas resolvían sus disputas. Otros se inventarán sus abuelos o simplemente serán sus enemigos quienes les recordarán su pasado real o ficticio para desprestigiarles.  Pero hay una verdad indudable: el hombre ya no es hijo de sus obras, sino de la memoria del pasado que sea capaz de crearse con su dinero