El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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viernes, 2 de febrero de 2024

LAS DISPUTAS FAMILIARES DE LOS CALATAYUD Y EL PROVENCIO DE 1629

 Conocer a los Calatayud, señores de El Provencio, pasa por Valencia y el conflicto que, por disputas patrimoniales, llevaron con Ximén Pérez de Calatayud (Bouza Noguera Belvis Toledo), señor del Real, el año 1629, co el entonces señor de El Provencio (y de Villamonte) don Antonio de Calatayud. Ximén y Antonio eran hermanos y ahora se disputaban la herencia paterna. Ximén era vecino de Valencia, en el Reino de Aragón se decía todavía entonces. El asunto se llevó a la corte y chancillería granadina, pero el pleito mostró cuán diferentes eran los intereses de los hermanos. Ambos presentaron sus probanzas, pero si don Antonio lo hizo con testigos de El Provencio y San Clemente, su hermano Ximén presentó unos capítulos en "lengua valenciana".

Don Antonio de Calatayud, señor de El Provencio y de Villamonte, era hijo de don Luis de Calatayud, que había dividido la herencia familiar entre sus dos hijos, frutos de su segundo y tercer matrimonio. Herencia que era el legado del matrimonio del abuelo Antonio de Calatayud y Ladrón de Bobadilla con María Bouza Noguera (o Zanoguera), señor de Catarroja. Este don Antonio había heredado El Provencio de una forma un tanto rocambolesca, pues el sucesor que era el primogénito Luis murió en una cacería por un escopetazo de su criado. La familia, seguramente, supo disfrazar románticamente este hecho luctuoso, dejando para las futuras crónicas que el criado había matado a su señor confundiéndolo con un lobo y que este malherido en acto compasivo había dado al criado su caballo y sus dineros ante la previsible venganza familiar. Así el señorío de El Provencio quedó en manos de Antonio que abrió con su matrimonio los intereses familiares a Valencia y legó futuras disputas que estallaron con sus nietos Ximén y Antonio.

El Provencio a la altura de 1629 tenía setecientos vecinos, es decir, en torno a dos mil quinientos o tres mil vecinos y le rentaba a su señor cuatro mil libras (cada libra, moneda valenciana, equivalía a 8 reales de plata castellanos). Pero los Calatayud con sus alianzas familiares habían extendido sus intereses patrimoniales a Portugal y a Valencia, donde ahora se jugaba una parte sustanciosa de su hacienda.

En El Provencio los Calatayud tenían dos molinos en el río Záncara. Uno de ellos, junto a la villa, con seis muelas, que explotaba en arrendamiento, de tal manera que Antonio de Calatayud se llevaba cuatro quintas partes de la moltura o maquila por una el molinero, procurándole una renta de trescientas fanegas al año, el doble si el río lleva agua en el verano. El otro molino, explotado en condiciones similares, a un cuarto de legua de la villa y con dos muelas, le rentaba doscientas fanegas cifra que se elevaba a trescientas si el Záncara llevaba agua en el verano. Se hablaba de un tercer molino, pero ya en desuso. El precio de la fanega de trigo estaba en dieciocho reales y la harina en veintidós. Su padre Luis Calatayud había comprado tierras a Alonso Blázquez, en las que había plantado viñas, de las que recogía seiscientas cargas de uva; su valor, nueve reales y medio la carga. Unas casas al lado de la plaza, enfrente de la puerta de la iglesia, valorada en mil ducados y que eran de su tía Antonia de Calatayud. Las casas familiares de los Calatayud, que no se valoran, pero pasan por ser de las más principales y calificadas de Castilla.

En Catarroja, Antonio de Calatayud había heredado la hacienda de Francisco de Blanes, que rentaba entre cuatrocientas y quinientas libras anuales. El usufructo de la dote de Ines de Portugal y Torres, que fue su mujer, y en su lugar tiene mil ducados de renta que le da su suegro, el conde del Villar.  En El Provencio poseía de la herencia de su abuela María Zagonera molinos y tierras, por valor de 16000 libras, y asimismo en Catarroja había heredado unas casas en el Triquete de Caballeros, a la una parte, y a la otra a la calle San Esteban, que se arrienda en cien libras anuales y su valor es cuatro mil libras, unas botigas, que se arriendan en siete libras mensuales, y un olivar, huerto y garoferales, valorados en dos mil ducados. Alhajas familiares en la villa de Madrid por valor de dos mil ducados y otros dos mil en dineros.

Pero la hacienda de los Calatayud en El Provencio soportaba mal los tiempos. En 1628, se reconocía que la corriente del Záncara se había desviado y llegaba menos agua para moler y, sobre todo, que los vecinos de Villarrobledo habían dejado de ir a moler a los molinos del río, pues contaban desde hacía poco con molinos de viento. No obstante, el río Záncara albergaba ocho molinos que el labrador Alonso Blázquez enumeraba río arriba: aguas abajo de El Provencio, a un cuarto de legua estaba el molino de dos ruedas de los Calatayud (el llamado de Enmedio), que poseían otro molino de tres ruedas junto a El Provencio. Siguiendo el curso del Záncara hacia arriba, a un cuarto de legua se situaba el molino de Alonso López de Porras; otro de cuarto de legua más arriba, el molino de Santiago de la Torre, tres cuartos de legua más arriba, otro molino del concejo de Las Pedroñeras; otro cuarto de legua más arriba el molino del Castillo, propiedad de los señores de Santiago de la Torre; otra media de leguas más arriba el llamado molino de las Monjas, propiedad de los Montoya, vecinos de Las Pedroñeras, y, por último, más arriba el molino del Moral, propiedad de Alonso de Montoya, vecino de Las Pedroñeras. De tal forma que, en un trayecto de dos leguas y media, el Záncara y su escasa corriente alimentaba ocho molinos.

El Provencio en 1629 seguía apostando por los viñedos. Si en otros lugares hemos hablado de los primeros síntomas de crisis en las viñas hacia 1580, don Luis Calatayud compraba tierras a sus vecinos para plantar doce mil sarmientos en 1597, de las nuevas cepas obtenía trescientos capachos de uva, cada uno procuraba una arroba de vino, aunque se reconocía que algunos años no eran suaves y la vendimia era mala; cada arroba a cuatro reales. Pero los Calatayud no incluían estas viñas en su mayorazgo, libres para un mercado de compra y venta. Don Luis Calatayud arriesgaba en los negocios y, en ocasiones, le faltaba liquidez, como cuando los Fúcares alemanes le exigieron que les pagara una deuda de cuatro mil reales. Entonces don Luis tuvo que pedir el dinero a un labrador rico, Alonso López de Porras, que se quedó con una casa familiar en la plaza de la iglesia. La casa era una muestra de la renqueante situación por la que pasaban los Calatayud, pues el comprador la tuvo que reparar hasta conseguir aumentar su valor a seiscientos ducados, unos seis mil seiscientos reales. En el testamento de Luis de Calatayud pesaban mucho las deudas. Los Calatayud se estaban quedando rezagados frente a los cambios. Los testigos recordaban ver los primeros molinos de viento hacía veinticinco años a dos leguas, en la villa de Villarrobledo. Ahora en 1629, contaban entre dieciocho y veinte los molinos existentes en la villa vecina, e incluso en El Provencio habían hecho aparición dos de estos ingenios. En boca de los contemporáneos, además de sorprender a escritores como Miguel de Cervantes, se consideraba que los nuevos molinos de viento estaban provocando la ruina de los molinos de agua, presos de un clima de extremos: a las grandes avenidas del poco caudaloso Záncara, que provocaba la necesaria reparación de los molinos con el desarenado del caz y socaz, seguían años de estío y falta de agua, desde San Juan hasta mediados de noviembre.

ACHGR. PLEITOS, 9713-22







sábado, 28 de septiembre de 2019

Las malquerencias de don Alonso de Calatayud y sus vasallos de El Provencio

Las violencias de don Alonso de Calatayud con sus vasallos de El Provencio serían recordadas una a una con motivo del juicio popular al que le sometieron los vecinos de la villa en noviembre de 1520, con motivo de la insurrección popular en el contexto de las Comunidades de Castilla. Se recordaban una lista de agravios, muchos de ellos se remontaban a los momentos finales del siglo XV. Fue en julio de 1499, cuando los provencianos se personaron en la Chancillería de Ciudad Real, el antecedente de la posterior de Granada, (un tribunal similar a lo que hoy sería nuestro Supremo, aunque sin instancias intermedias de apelación), para denunciar los malos usos de su señor. 

La lista era extensa, aunque dolían tanto la gravedad de los delitos como la arbitrariedad en la aplicación de los malos usos; un gobierno con mano dura. Don Alonso de Calatayud sometía la resistencia de sus vasallos a su gobierno tiránico, apresando a los provencianos más rebeldes y echándolos en las mazmorras de su fortaleza. Era habitual que don Alonso de Calatayud tomara prestados lo bienes de sus vasallos, para quedarse con ellos, bajo impago de deudas. Carretas y bestias de labor eran embargadas para su uso particular y los vecinos eran enviados a diversos servicios y viajes sin pago de soldada alguna. Don Alonso de Calatayud se solía quedar con la mayor parte de la grana recogida por los provencianos; la grana, usada para el tinte, era tenida por el oro de esta comarca en la época; una excrecencia de insectos en las carrascas a disposición del primero que fuera a recogerla en los amplios espacios agrestes y por colonizar. Eran las dehesas de la villa, tenidas por propios del concejo, especialmente al sur del término, objeto de usurpación y sus pastos arrendados a extranjeros que pagaban las yerbas a don Alonso, que se beneficiaba asimismo de las rentas reales, a cuyos vasallos hacía pagar por duplicado. Ya entonces, los vecinos de El Provencio iniciaron un proceso de éxodo para escapar de la villa y huir de los malos usos (1).


Don Alonso de Calatayud era hombre ambicioso, a la muerte de su padre, mosén Luis, en 1482, el señorío de El Provencio quedó en manos de su viuda, la marquesa de Guzmán; el hijo entró en disputas con su madre por el control de la villa, obligada a pedir amparo del Consejo Real para seguir disfrutando de la villa de El Provencio en usufructo (2). Mosén Luis de Calatayud se fiaba poco de sus hijos y recelaba de la suculenta renta que había de dejar a su muerte: un millón y seiscientos mil maravedíes, por lo que, en tanto entraban en edad y uso de la razón, decidió que la posesión de la villa de El Provencio y su hacienda corriera a cargo de la viuda. Así fue hasta 1492, cuando muerta doña Marquesa de Guzmán, la postrera voluntad de mosén Luis se hizo efectiva.

El testamento de mosén Luis de Calatayud recogía el reparto del millón y seiscientos mil maravedíes entre sus hijos y la sucesión en el señorío de la villa en la persona de su hijo Alonso. El dinero debía ser repartido entre los hijos de la siguiente manera: Rodrigo de Calatayud recibiría 400.000 maravedíes, mientras que el resto de los hijos recibirían 300.000 mrs. Cuatro hijos más, cuyos nombres eran el citado Alonso de Calatayud, Francisco de Guzmán, doña Luisa y doña Urraca, a los que habría que añadir otro más de nombre Pedro (3). Don Alonso, apenas muerta la madre, se quejó del dispendio de las rentas legadas por el padre desde su fallecimiento, pidiendo un alargamiento de los plazos para pagar la parte de la herencia que correspondía a sus hermanos, pues de lo contrario habría de vencer su hacienda para pagar. Aún caliente el cuerpo de la madre, la guerra por la herencia comenzó entre don Alonso de Calatayud y sus hermanos que se negaban a reconocerlo como señor de la villa. Si no había reparto de la hacienda paterna no habría posesión de la villa ni percepción de las rentas. Es evidente, la ambición desmedida de don Alonso de Calatayud, pero asimismo una mengua de las rentas señoriales en el último cuarto de sigo, agravada en el comienzo de siglo, que obligaría a don Alonso a una exacción de rentas de sus vasallos y derechos señoriales que provocaría que estos tiempos fueran recordados como unos años ominosos o, en palabras de los que los vivieron, como los malos tiempos. Junto a las exacciones señoriales, la villa vivió una pérdida de su autonomía en el gobierno local; ya mencionamos en otro lugar, cómo don Alonso de Calatayud decidió cortar la soga de las campanas para evitar que sus vecinos llamaran a concejo, no sin antes amenazar con colgar de la cuerda al que osara tocar las campanas.

La primera, en reclamar la herencia paterna fue la hermana menor, Urraca de Loaysa, casada con el regidor murciano Juan de Silva. La situación financiera era de tal aprieto para don Alonso de Calatayud, que tuvo que alegar una supuesta cláusula prohibitiva en el testamento de su padre que impedía enajenar la villa de El Provencio (4). A comienzos de 1493, las rentas y frutos de la villa de El Provencio estaban embargadas y destinadas a pagar la herencia adeudada por don Alonso a sus hermanos. La disputa por la herencia y rentas del señorío de los Calatayud se había convertido en asunto de Estado. Gonzalo Chacón, mayordomo mayor de la Reina y Consejo Real, se desplazó hasta El Provencio para poner orden entre los Calatayud y acabar las disputas por la herencia

Pero las disputas familiares iban acompañadas de las desgracias. Una de las hermanas, Luisa había sido dada en casamiento por su madre, con apenas diez años, a don Pedro de Coello, hijo de Juan Álvarez , señor de Cervera. Lo que era uno de tantos arreglos familiares, acabó en tragedia, pues el esposo consiguió licencia para llevarse consigo a la niña, que solamente llegaba a la edad núbil en los papeles otorgados por un desaprensivo notario apostólico de Toledo, legalizando el matrimonio. En este juego de alianzas familiares, donde cada uno miraba por los suyo, doña Marquesa de Guzmán por garantizar con buenos casamientos el futuro de sus hijas y los señores de Cervera por hacerse con una parte de la herencia de mosén Luis, jugaban también los impulsos primarios y carnales. Don Pedro, se llevó a Montalbanejo a su mujer y en tanto crecía la niña, pronto se buscó de manceba a una doncella al servicio de su mujer, una tal Guiomar de Cervera, emparentada con los Vera. La manceba, sabedora del futuro de segundona que le aguardaba, ideó la muerte de la niña:
e con pensamiento diabólico hiso entender a Pedro el Vera, su tyo, que la dicha doña Luysa, hasya maldad al Pedro Cuello, el qual dicho Pedro de Vera dis que tomó en bien a Alonso Aluares, el qual dis que llamó al dicho Pedro Cuello e le dixo que matase a la dicha doña Luysa (5)
 Para hacer justicia fue encomendado el asunto al gobernador del Marquesado Ruy López de Ayala, aunque es de temer que poco pudo hacer en los días que anduvo de averiguaciones por Montalbanejo y Cervera, localidades bajo los intereses de los Álvarez de Toledo y los Coello, ahora con una tercera familia en juego, los Vera, al servicio de los señores de Cervera y con ambiciones propias. Por supuesto, para don Alonso de Calatayud se trataba de zanjar cualquier pretensión a la herencia paterna de la familia Calatayud por Pedro Coello, en nombre de su esposa, antes que reparar el asesinato y ultraje de la pequeña Luisa.

A la muerte de la pequeña Luisa, se unía la muerte anterior del que era considerado primogénito de los Calatayud, Rodrigo. La cantidad a repartir era mayor, aunque al reparto se unía Pedro, uno de esos segundones destinados al celibato clerical y que no era ajeno a no perder su oportunidad.La sangre y el parentesco valían más con la muerte. La desaparición de Luisa, más allá de su desgracia era sumar trescientos mil maravedíes a la herencia; la muerte del hermano mayor Rodrigo aportaba cuatrocientos mil maravedíes más a los herederos. Al fin y al cabo, los bienes habrían de salir todos de la hacienda familiar y, como ésta o bien era escasa o bien don Alonso de Calatayud, no estaba dispuesto a perder un solo maravedí, de las rentas y propios de la villa de El Provencio, es decir, del patrimonio y trabajo de sus vecinos.

Don Alonso de Calatayud, que allí donde su hacienda no llegaba, contaba con el apoyo, como fiador, de Pedro Carrillo de Albornoz, se resistía a pagar cantidad alguna a su hermana Urraca de Loaysa y a su marido Juan de Silva, que excediera de los 300.000 maravedíes de la herencia, pero su hermana le pedía 250.000 maravedíes más (6). La disputa se alargaría tres años, hasta  1496. Un año antes, se llegó a una concordia o iguala entre los hermanos; Don Alonso reconocía las cantidades adeudadas con sus hermanos, pero las pagaría, a plazos, del único bien que decía poseer: la villa de El Provencio. Es decir; el patrimonio de sus vasallos sería la fuente del arreglo pacífico entre los hermanos. Hablamos de ochocientos mil maravedíes, cantidad a la que ascendía el tributo impuesto por don Alonso a los provencianos (7).

Don Alonso de Calatayud, que, a partir de 1496, aparece acompañado en los pleitos de su hijo mosén Luis (un modo de reivindicar la integridad e indivisibilidad de la herencia la familia), acordaba igual las concordias que renegaba de ellas. Así para abril de 1496 rechazaba cualquier acuerdo con su hermana Luisa y su marido murciano (8). En el fondo del asunto y tal volatilidad, estaba una economía provenciana arruinada, que solo saldría del atolladero con la apuesta por el cultivo de la vid, desde la primera década de siglo, aunque los frutos se recogerían en las decenas siguientes. Al ahogo que sufrían los provencianos por las exacciones señoriales, se unía ese otro ahogo por la expansión hacia el oeste de la vecina villa de San Clemente, que negaba cualquier término propio a El Provencio. Era un círculo cruel: necesidades financieras de don Alonso de Calatayud para hacer frente a la herencia parterna, exacciones y corveas desmedidas, sufridas por los vasallos, par cumplir las obligaciones de su señor y, enfrente, una villa de realengo, San Clemente, visto como espacio de libertad, pero que, en realidad, ponía en cuestión el patrimonio personal y las tierras de los provencianos, tanto o más que los Calatayud.

Hacia noviembre de 1499, don Alonso de Calatayud parecía vivir un declinar irremediable. La extorsión que padecían sus vasallos sometidos a grandes exacciones para pagar las deudas de la herencia, fue protestada por los provencianos ante el Consejo Real. Entretanto, entraba en conflicto con los sanclementinos por el uso de los pastos en la frontera entre ambas villas. Su incapacidad para pagar la parte de herencia que le correspondía a su hermana doña Urraca de Loaysa, fue acompañada de sentencia del Consejo Real otorgando el señorío de la villa a doña Urraca en pago de las deudas, hasta que estas se satisficieran. Que don Juan de Silva y doña Urraca hicieron efectiva la ocupación es tan cierto como que don Alonso, acompañado de sus hermanos, iban armados por la villa de El Provencio para impedir el nuevo señorío de su hermana Urraca.
que el dicho Alonso e sus hermanos  avyan ydo e yvan a la dicha villa y andavan armados amenasçando al dicho Juan de Silua e a los suyos e fasyan otras cosas no deuidas e espeçialmente dis que el dicho don Alonso e (Pedro) Calatayud su hermano dis que entró a las heras de la dicha villa donde  çiertos onbres del dicho Juan de Silua dis que estauan por lleuar çierto pan de las rrentas de la dicha villa pertenesçientes a los dichos Juan de Silua e doña Urraca su muger e dis que les amenasçaron e les aleançearon los costales e no les quisieron dexar lleuar el dicho pan (9)
El forcejeo por el pan continuó en los días siguientes. Juan de Silva mostraba la carta real que le daba la posesión de la villa y don Alonso intentaba mantener sus derechos hereditarios con las armas. Don Juan de Silva, dispuesto a llevarse el trigo, lo había almacenado en la ermita de San Sebastián, sita junto a las eras del pueblo. La respuesta de don Alonso de Calatayud fue inmediata, pero esta vez apoyado por don Bernaldino del Castillo Portocarrero, señor de Santiago de la Torre y de Santa María del Campo Rus. Acompañado de su nuevo aliado y sus hermanos Francisco y Pedro, descerrajó la ermita de San Sebastián y se llevó el trigo almacenado en diez carretas hasta la fortaleza de Santiago de la Torre. Cuando Juan de Silva mandó unos hombres de confianza para recuperar el trigo fueron alanceados, deshonrados e injuriados. Al mismo tiempo, Francisco y Pedro, los dos hermanos aliados con don Alonso tras la concordia de 1495, se hacían con el ganado del diezmo del señorío de la dicha villa. Este diezmo, o rediezmo, era una renta señorial adicional al diezmo eclesiástico sobre el ganado y los frutos de la tierra.

Don Alonso seguía en su cruzada particular; acompañado de diez o doce de caballo se presentó en la villa de El Provencio, listo para matar a Juan de Silva, al tiempo que embargaba otras catorce o quince carretadas de trigo. Cual malhechor, y acompañado de don Bernardino Castillo y otros caballeros, andaba por los caminos buscando a Juan de Silva y doña Urraca para matarlos.

Quizás la salvación de Alonso de Calatayud y su hacienda vendría de un hecho que estuvo a punto de causar su ruina definitiva: el altercado que tuvo con el gobernador Barradas, cuando éste acompañado de varios sanclementinos intento llevar los mojones entre ambas villas junto al Záncara. La determinación de don Alonso y las decenas de provencianos que iban junto a él, poniendo en fuga a los sanclementinos, le dio, en la defensa de la tierra, esa autoridad que le faltaba ante sus paisanos. La dura sentencia contra don Alonso y los vecinos de El Provencio, con condenas que iban de destierros a clavar las manos de los cabecillas de la revuelta y fuertes penas pecuniarias, contribuyó a reforzar la cohesión interna de la sociedad provenciana con su señor, al menos temporalmente y frente al enemigo común: la villa de San Clemente.


(1) Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 149907, 58 Remisión a la Audiencia de Ciudad Real de la queja presentada por los vecinos de El Provencio, contra Juan Alonso de Calatayud "cuya es la villa" por sus abusos para que administren justicia.

(2) Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 148402, 36 Amparo de la posesión de El Provencio por Marquesa de Guzmán.

(3) Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 149207, 181 Comisión al comendador Gonzalo Chacón, mayordomo mayor de la Reina y del Consejo Real, a petición de Alfonso de Calatayud, señor de la villa de El Provencio, sobre el reparto de la herencia que dejó su padre, mosen Luis de Calatayud: para sus hermanos cierta cantidad de dinero, que se reseña, y para él la villa citada que tuvo en usufructo su madre, doña Marquesa, ya fallecida, por lo que reclama su parte.

(4) Archivo General de Simancas,RGS, LEG, 149301, 261 A Alonso de Calatayud, señor de Provencio, a Alfonso del Castillo, de Illescas, y a Alonso de Illescas, escribano, emplazando al primero ante los del Consejo; mandando al segundo pagar ciertas costas; y ordenando al tercero dar los autos que ante él habían pasado a petición de Juan de Silva, regidor de Murcia, en nombre de Urraca de Loaisa, sobre una obligación por la que se habían ejecutado bienes de ésta.

(5) Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 149503, 186 A Ruy López de Ayala, gobernador del marquesado de Villena, a petición de don Alonso de Calatayud, señor de El Provencio, por sí y en nombre de sus hermanos, hijos de mosén Luis de Calatayud y de doña Marquesa de Guzmán, sobre que una hermana suya, doña Luisa, fue muerta por su esposo Pedro Cuello, al ser calumniada por la manceba de este último

(6) Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 149306, 2 Sobre el pago de una obligación por don Alonso de Calatayud, señor de El Provencio, a doña Urraca de Loaisa, de la herencia de los padres de ésta.

(7) Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 149502, 433 Comisión al corregidor de Cuenca, a petición de Alonso de Calatayud, señor de El Provencio, sobre que sus vasallos han conseguido cédula real para que él los desagravie y ellos se aprovechan, a su vez, para no pagarle los pechos y derechos ordinarios

(8) Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 149604, 70 A don Alonso de Calatayud y su hijo mosén Luis de Calatayud se les autoriza a presentar testigos en el pleito que tienen pendiente con Juan de Siliva, vecino de Murcia, sobre que éste reclama cierta cantidad por una ejecución que se hacía en la villa de El Provencio, perteneciente a don Alonso

(9) Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 149911, 75 Comisión al gobernador del Marquesado de Villena para que haga información sobre los alborotos y agravios existentes entre Alonso de Calatayud y Juan de Silva y Urraca de Guzmán, su mujer y hermana de Alonso, sobre la pertenencia de la villa y fortaleza de El Provencio. A petición de Juan de Silva, vecino y regidor de Murcia.

sábado, 22 de julio de 2017

El Provencio del siglo XVI, señorío de los Calatayud

saue e a visto que el dicho don Alonso de Calatayud, señor que fue de la dicha villa, y el dicho don Luys de Calatayud su hijo y el dicho don Manuel de Calatayud, cada uno de ellos en su tienpo an tenido e poseydo e tienen e poseen e por suya propia esta villa del Provençio e sus términos e jurisdiçión
http://www.elprovencio.com/
Así manifestaba Pedro Sánchez Carnicero la posesión que ejercían los Calatayud sobre la villa de El Provencio. El dominio de la familia Calatayud sobre la villa de El Provencio era total. La expresión suya propia se traducía en la incorporación y vinculación de los términos de la villa al mayorazgo de la familia, traspasado hereditariamente entre los primogénitos varones. El inicio del dominio de los Calatayud sobre la villa se retrotraía a 1372, cuando el infante don Alfonso de Aragón les había cedido la villa. Los Calatayud poseían derechos reales de la Corona enajenados en su favor, tales como las rentas reales y las penas de cámara. Administraban la justicia de la villa, civil y criminal, de todas las causas en cualesquier cantidad o calidad, a través de un alcalde mayor nombrado por ellos mismos. Imponían penas pecuniarias y corporales y el castigo del destierro.  Nombraban asimismo alcaldes y regidores y al resto de oficiales del ayuntamiento
an executado las penas corporales en los delinquentes con boz de pregonero que manifestaua su delito diziendo esta es la justizia que manda hazer tal señor desta dicha villa y su alcalde mayor en su nonbre, llevándoles las penas en que los condenauan, para ello poniendo alcaldes mayores en esta dicha villa del dicho tienpo a esta parte e nonbrando los alcaldes e rregidores de la dicha villa, desterrando delinquentes e malhechores, volviéndoles a alçar los destierros, teniendo cárçel e horca e cadenas como señores de la dicha juridiçión
El monopolio señorial de la justicia no era absoluto, limitándose a la primera instancia y al derecho a entender también en las apelaciones de las sentencias dadas por los alcaldes ordinarios. No obstante, el rigor en la aplicación de las penas era extremo. El derecho a apelar las sentencias ante los altos tribunales, Consejos o Chancillería de Granada, raramente se ejercía. Al menos de forma individual, pero colectivamente el dominio señorial de los Calatayud fue muy contestado. Y ya no hablamos de la rebelión acaecida en agosto de 1520, con motivo del movimiento de los Comunidades, cuando el pueblo sometió a juicio y desnaturalizó a su señor, don Alonso de Calatayud. Nos referimos a la contestación que provocó el derecho señorial a establecer un diezmo sobre las cosechas o las limitaciones al libre comercio, bien con el establecimiento de estancos o control señorial de las ventas, bien con el cobro de tasas de portazgo a las mercancías de paso por la villa. El llamado diezmo señorial, en realidad derecho de exacción señorial sobre la novena parte de los productos del campo, fue soportado de muy mala gana por la villa. Ya desde 1518, el concejo provenciano apeló este derecho señorial en la Chancillería de Granada, y los pleitos para eximir a la villa del diezmo fueron continuos durante todo el siglo XVI, consiguiendo al menos a mediados de siglo reducir el total de la carga. En 1564 la villa gana ejecutorias en la Chancillería de Granada, reduciendo el diezmo del vino a la quinceava parte. Las sentencias granadinas no parece que fueran respetadas por los Calatayud, y los pleitos continuaron en la Chancillería; esta vez llevados por la mujer de don Manuel Calatayud, doña Margarida Ladrón de Bobadilla.

Iglesia de El Provencio
A pesar de todo, no fue el malestar campesino por el diezmo el que provocaría la rebelión violenta de las Comunidades, sino la obligación de prestar ciertos trabajos forzosos a favor de los Calatayud, cual si fueran nuevas sernas, la ejecución de exacciones arbitrarias y, sobre todo, el establecimiento de estancos sobre la venta de productos; monopolio señorial que sería contestado por la villa ya en 1512. Tenemos que esperar hasta 1591, setenta años después de su fracaso por volver a realengo, para que el concejo niegue la jurisdicción señorial sobre la villa y defienda la elección autónoma de sus propios oficios concejiles. Aunque en los años setenta se conocen los primeros roces por el derecho a la elección autónoma de oficios concejiles sin intromisión de los Calatayud o el alcalde mayor por ellos nombrado.Ya antes, en probanzas de testigos no fechadas existentes en la Chancillería de Granada, pero que deben ser en torno a 1564, los Calatayud debieron probar su señorío y posesión de El Provencio. Paradójicamente con testimonios orales. Al igual que en 1520, el concejo de El Provencio exigió a los Calatayud los títulos que le otorgaban el señorío sobre la villa, que en ambos casos fueron incapaces de presentar. Para entonces la villa ya ha alcanzado sus máximos de población en torno a los cuatrocientos o quinientos vecinos, ha fijado sus términos, olvidando las viejas rencillas, que desde comienzos del quinientos mantenía con San Clemente por la fijación de mojones y por la huida de provencianos hacia tierras de realengo. Entre ambas villas hay una relación de complementaridad en torno al mismo negocio del vino. La animosidad entre las dos villas viene ahora por ser El Provencio lugar de refugio de los sanclementinos huidos de su justicia o por pretender la justicia provenciana entender en los asuntos, que aun desarrollándose en suelo provenciano estaban implicados sanclementinos.

El símbolo de la opresión señorial era la fortaleza, que los Calatayud poseían en la villa. El edificio, al igual que las casas de los vecinos, alternaba en su construcción la tierra y la piedra, aunque la fortaleza presentaba mayor solidez. No obstante, en el tiempo de las Relaciones Topográficas, ya anunciaba ruina. El edificio era especialmente odiado por los provencianos, pues muchos de ellos allí eran encarcelados en condiciones inhumanas en la mazmorra. Las denuncias que tenemos del juicio abierto en 1520 a don Alonso de Calatayud abundan en detalles crueles: presos atados con cadenas, padres encerrados en compañía de sus hijos menores o simplemente niños encarcelados. No eran ajenos los castigos corporales, como bofetadas, azotes o alguna lanzada. En cualquier caso, los años más horribles fueron los de Alonso de Calatayud a la muerte de Isabel la Católica. Su comportamiento con sus vasallos era propio de un tirano. Su gobierno sería recordado por los provencianos como los años malos.

El rigor antiseñorial de los años postreros a la muerte de Isabel la Católica, debió aliviarse a partir del reinado de Carlos V, aprendida la lección de la rebelión comunera. Contribuyó a ello el desarrollo económico de la villa, fundado especialmente en el cultivo de las viñas. A pesar de la endeblez que la imagen del pueblo nos presentaba con sus casas de tierra, pues la piedra únicamente se usaba para asentar los cimientos, con suelos de arenales poco aptos para el cultivo, que no fuera la vid, ni para el ganado, y con inexistencia de montes para aprovechamiento de leñas; pues bien, a pesar de todo ello, El Provencio del siglo XVI era una sociedad relativamente estable. Junto a un tercio de su población jornalera que vivía vendiendo su trabajo, contrasta una mayoría de pequeños campesinos propietarios de tierras y, entre ellos, una minoría que respondían al prototipo de labradores ricos. Como se ha dicho, la base de la riqueza era el vino. Dada la calidad de las tierras el cultivo de tierras de pan llevar era escaso, viéndose los provencianos obligados a comprar trigo en otros pueblos. El movimiento roturador de tierras se vería frenado en 1547 por la desgraciada plaga de langosta que arruinaría la cosecha los dos años siguientes, pero luego los roturaciones continuaron y es aquí cuando surgieron los conflictos con los ganados de la Mesta.

El Provencio soportaba el paso de los ganados trashumantes, que aprovechaban el agua de sus pozos, pero carecía de ganados propios de importancia. La cañada real de los Chorros, que pasaba por la vecina villa de las Pedroñeras, enlazaba, a través de un cordel por el mismo centro del pueblo, con la cañada real de los Murcianos o de las Merinas que atravesaba el sur del término provenciano, uniendo la mencionada cañada de los Chorros con la de los Serranos. Las relaciones entre agricultores locales y los pastores mesteños fueron muy tensas durante el siglo XVI por el rompimiento de tierras de los primeros y llevaron a la villa a entablar constantes pleitos con la Mesta. En 1572, los deseos de extender los terrenos de labrantío chocaron con la Mesta que obtuvo ejecutoria favorable. El pleito se había iniciado cuando en 1567 Francisco Pérez Pellejero había roturado un pedazo de tierra para plantar viñas en un cordel, perteneciente a la cañada de los Serranos, de uso de los ganados trashumantes (1). Para estas fechas los contenciosos con la Mesta se ha generalizado con continuos litigios por los rompimientos de tierras en torno a las cañadas de Las Pedroñeras, Santa Catalina y San Cristóbal. Estos pleitos con la Mesta, junto a lo mantenidos con los Calatayud, serían traídos a colación por la villa como causa de su ruina.

No hemos de pensar que el bienestar campesino se correspondía con sumisión al señor. Aunque no conocemos la existencia de disturbios campesinos, las diferencias, tal como hemos reflejado, y analizaremos en estudios ulteriores, se litigaron entre la familia Calatayud y los provencianos en la Chancillería de Granada. Si la población más pobre buscaba con la huida a San Clemente, saltarse la prohibición de fijar libremente por cada cual su residencia, los campesinos acomodados siempre pusieron en cuestión la existencia del diezmo señorial. Muestra del odio y de los solos que se encontraban los Calatayud es que tuvieron que buscar la mayoría de los testigos favorables a su parte en los pueblos comarcanos con motivo del pleito de 1518. En realidad, los provencianos veían a los Calatayud como un estorbo. La imposición de tasas de portazgo por los Calatayud entorpecía el libre comercio, vital en una villa sita en el camino que del Reino de Toledo iba hacia Murcia. Esta posición privilegiada en el itinerario de los caminos se convertía en desgracia para la población, obligada a soportar la presencia y temporal manutención de las compañías de soldados, reclutados en tierras manchegas y rumbo a embarcarse en el puerto de Cartagena hacia Italia. Los soldados, alojados en el mesón del pueblo y en las casas particulares, solían pernoctar en la villa, antes de dirigirse de madrugada rumbo a Minaya, continuando su camino. Para 1591, como nos muestra el memorial elaborado con motivo del servicio de millones, la villa muestra ya sus primeros síntomas de crisis.



ANEXO I. Declaración de testigos de 1518, favorables a Alonso de Calatayud

Álvaro Ruiz, escribano, vecino de San Clemente, 75 años
Pedro Martínez, pastor, vecino de San Clemente, 58 años
Juan Ramírez Merchante, vecino de San Clemente
Alonso Pérez Tendero, vecino de San Clemente, 60 años
Martín González de Cazorla, vecino de San Clemente, 50 años
Juan López Cantero, vecino de San Clemente
Martín Ruiz de Villamediana, vecino de San Clemente, 56 años. Martín, el futuro fundador del convento de clarisas, es alcalde por el estado de los hijosdalgo este año de 1518. Creemos que, a pesar del pleito entablado por los hidalgos en la Chancillería de Granada y de los procesos inquisitoriales contra los Origüela, los oficios todavía estaban en manos de los pecheros en la villa de San Clemente,, aunque es posible que los hijosdalgo se hicieran momentáneamente con la mitad de los oficios por auto favorable de la Chancillería, luego recurrido. El clima de tensión de estos años previos nos ayuda a explicar el carácter virulento de la rebelión de las Comunidades en la zona.
Juan Sánchez de las Mesas, tejedor de cordellates, vecino de San Clemente, 60 años.
Alonso Sánchez Mancheño, vecino de San Clemente, 57 años
Alonso González de Huerta, vecino de San Clemente, 59 años
Lope de Mendoy, vecino de San Clemente, de 60 años
Hernando de Peralta, vecino de Cañavate, de 84 años
Diego Pacheco, vecino de Buenache, de 80 años
Alonso Ortiz, vecino de El Pedernoso, de 69 años
Alonso Martínez de la Parra, alcalde, vecino de El Provencio, de 63 años
Juan Martínez de la Parra, vecino de El Provencio, 60 años
Álvaro de Villoldo, vecino de Villarrobledo, 60 años
Llorente Martínez de la Parra, vecino de Villarrobledo, de 62 años
Alonso Llorente, vecino de Villarrobledo, de 58 años


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Tabla genealógica de la familia Calatayud. RAH. Signatura: 9/304, fº 246 v



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(1)  Provencio (Cuenca). Ejecutoria contra la villa de Provencio sobre roturas en la cañada.
Archivo Histórico Nacional, DIVERSOS-MESTA, 166, N.2


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ CAJA 5355, PIEZA 8 Pleito entre Manuel de Calatayud con el concejo de la villa sobre jurisdicción.