El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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sábado, 8 de abril de 2023

Blas de Espinosa Alonso

 Blas de Espinosa Alonso es hijo de Martín Alonso y María Briceño, de Vara de Rey. Era nieto de Hernando Alonso (casado con una hija de Juan Sáez, vecino de San Clemente), el hermano de este, Juan, había obtenido ejecutoria de hidalguía en la Chancillería de Valladolid.

Blas de Espinosa Alonso se establece en Villarrobledo

Ejecutoria de Hidalguía, 2 de noviembre de 1546


ACHGR, HIDALGUÍAS, sig. ant. 301-18-37

miércoles, 23 de febrero de 2022

Villarrobledo, año de 1552, según el Manuscrito del Escorial

 La villa de Villarrobledo tiene 1062 veçinos

Está encabeçada por sus alcavalas y terçias en 543000 mrs


                                   Rentas año de 552

Arrendose el alcavala del viento y pescado y azeite con condiçión que del alcavala del viento se llevase uno del millar y del pescado y azeite nueve del millar a los veçinos y a uno a los forasteros en 75000 mrs.

Arrendose el alcavala de las carniçerías en 106000 mrs.

Arrendose la taverna de vino en 1125 mrs.

Valieron las terçias de vino y menudo y corderos 143715 mrs.

Ovo de pan en las dichas terçias 1260 fanegas de trigo y çevada por mitad de las quales se vendieron 222 fanegas de trigo y 630 fanegas de çevada a diversos preçios montaron... 114912 mrs.

Montaron las dichas rentas 440852


El año de 553 valieron las dichas rentas 460601 mrs y más 312 fanegas de trigo


El año de 554 valieron las dichas rentas 490275 mrs.y más 382 fanegas de trigo y 432 fanegas de çevada


Repartiose por los veçinos el año de 552, 119420 mrs. y el año de 553, 80722 mrs. y el año de 554, 71037



RBME, L-I-19, fol. 446

sábado, 22 de junio de 2019

Principales contra menudos en el Villarrobledo de mediados del siglo XVI







Se decía que era costumbre inmemorial en Villarrobledo nombrar para Año Nuevo un procurador síndico en representación del común, que hable por el común y los pobres de la villa. Era tradición que dicho oficio se nombrara en concejo abierto en todas las partes donde existía la figura. Ya hemos visto como en villas como Villanueva de la Jara el procurador síndico se hacía en un concejo abierto de vecinos en la iglesia parroquial al margen del ayuntamiento allá por 1530. Prácticamente todas las villas de lo reducido de la gobernación del marquesado de Villena gozaban de tal figura. En casos como San Clemente, Iniesta o El Provencio son citadas como ejemplos de la elección popular en concejo abierto de procuradores síndicos o universales; elecciones no exentas de tumultos y luchas banderizas. Elección hecha por el pueblo menudo, nos dirá el villarrobletano Francisco Pacheco. La diferenciación social entre los menudos y esos otros llamados principales, poderosos o ricos era más nítida que nunca, en el último tercio del siglo XVI. Pero el oficio de procurador síndico, que nos aparece de forma generalizada en la década de los noventa del siglo XV, había devenido, pasada la mitad del siglo XVI, una figura dominada por los oficiales del concejo. En 1572 las tornas habían cambiado; en la villa de Villarrobledo, se evitaba la reunión del común del pueblo para su elección, y se optaba por el nombramiento directo del cargo por los oficiales salientes, haciendo recaer el oficio en uno de los alcaldes que finalizaban su ejercicio. Ese año de 1572, y los dos anteriores, los cargos de alcaldes habían recaído en dos vecinos llamados Diego de Aguado y Diego de Aguado Ortiz, ambos primos hermanos, que además habían ocupado alternativamente el cargo de procurador síndico al acabar su mandato. Las quejas populares quedaron silenciadas, mientras el aprovechamiento de la dehesa cerrada con licencia real quedaba para unos pocos y el repartimiento de soldados para muchos. Hemos de pensar que 1570 fue el año de mayor esfuerzo de todo el Reino contra la rebelión de los moros de Granada: la aportación de Villarrobledo en hombres y granos fue desmesurada.

Sin embargo, Villarrobledo seguía conservando la figura de los diputados del común. Esta representación de los villarrobletanos, más diluida que el procurador síndico hizo oír sus quejas ante el Consejo Real, que comisionó a Rodrigo Ruiz de Alarcón para informar sobre la antigüedad del oficio en las villas del Marquesado y la utilidad del oficio, que se ponía en duda. Alojado en casa de un vecino llamado Gonzalo García, Rodrigo Ruiz de Alarcón se aprestó a recibir los testimonios de los vecinos que pasaran por su audiencia de ocho a once de la mañana y de dos a cinco de la tarde.

El oficio de procurador síndico tenía como fin velar por el bien común, en otras palabras, velar por una buena administración de los propios y rentas del concejo, la conservación de las dehesas y la guarda de los privilegios de la villa. Discenir entre lo bueno y lo malo de la acción de gobierno, en palabras de la época. Para la fiscalización de la acción de gobierno de los regidores, el procurador síndico acudía a los ayuntamientos. En el caso de Villarrobledo, se acababa de plantar, el año de 1568, un pinar en una dehesa cerrada, llamada las Rochas, junto al río Záncara, y se acusaba a los ricos, que ocupaban las regidurías, de aniquilarla con sus ganados. Hubo quien levantó la voz; un hombre del pueblo Gonzalo García se atrevió a llevar un informe acusatorio al Consejo Real, pero, denunciado, fue llevado a la cárcel de Villarrobledo desde Madrid, donde se hallaba denunciando en la Corte. Además, estos años coincidieron con la rebelión de los moros de Granada; el repartimiento y levas forzosas de los soldados asignados a Villarrobledo por el licenciado Molina y el gobernador del Marquesado de Villena Francisco Zapata para sofocar la insurrección se sacaron en palabras de los vecinos de las gente más pobre y miserable del pueblo. A la salida de la guerra, en el año 1571, sucedió un año de malas cosechas, que, acompañada de la especulación en el abasto de granos, produjo una situación de carestía al llegar el mes de mayo, con la gente perdida e muerta de hambre. La situación se agravó en gran medida por la especulación de los principales, incluido el síndico Diego de Aguado, obligando a la villa, ante la alarmante necesidad, a comprar trigo en Ciudad Real al desorbitado precio de ducado y medio la fanega. Situación incomprensible en una villa como Villarrobledo que pasaba por ser el granero de la comarca y de la Corte.



El interés especulativo de los regidores villarrobletanos quedó de manifiesto, cuando haciendo oídos sordos a la petición de los diputados del común para que se dispusiera de un remanente de cuatro mil ducados, en principio destinados para redimir un censo y ahora obligados a la compra de trigo a nueve reales la fanega, ante el temor luego confirmado de la mala cosecha del año 1571, no se dispuso de tal dinero sino que los oficiales del concejo se hicieron con doscientas o trescientas fanegas del trigo del pósito para luego revenderlo a un precio de once reales. En la mala cosecha del año fue decisiva la aparición de la langosta, pero hasta con la paga se especuló, el dinero para acabar con ella fue desigualmente repartido en salarios, favoreciéndose a los parientes de los oficiales concejiles. La necesidad de un pueblo hambriento no removía las conciencias de los regidores que vendían a los pobres un pan adulterado y mal cocido amasado por sus propias mujeres y al que procuraban restar alguna onza en el peso. El malestar popular en aquel año 1571 iba a más en Villarrobledo; la ira de los menudos se dirigía contra los regidores y el procurador síndico.
e vio como el pueblo se quexaba e pedían justiçia a Dios diziendo que donde se usaba vender tan mal pan e que hera mal rregimiento e gouierno del pueblo que no se podía comer e les llebaban sus dineros 
Las diferencias de clase se estaban agravando en los años de la guerra. Las expresiones de menudos y ricos se empleaban en un contexto de conflicto y denuncia de los agravios sufridos por los primeros, víctimas de la parcialidad en el gobierno de los segundos. No es que ahora se truncase una sociedad igualitaria, pues las supuestas reuniones en concejo abierto para elegir sus síndicos ha tiempo que habían quedado en el olvido. De los testimonios se desprende que el oficio de procurador síndico se elegía, entre hombres principales, por los regidores y alcaldes desde la década de los cuarenta, si no antes, y que a lo sumo la intervención popular en la elección en época anterior estaba muy controlada por los bandos. Tan solo se citaba San Clemente e Iniesta como las dos únicas villas de lo reducido del Marquesado donde la elección de síndico se hacía en concejo abierto. Pero la guerra lo trastocó todo; las levas obligatorias y las requisas de carruajes y bagajes dejaron desamparados los campos de labranza. Las malas cosechas se veían venir, pero no fue eso lo enfureció a los menudos, sino la especulación en una época de necesidad. Especialmente un caso concreto: el no uso de los cuatro mil ducados, en principio destinados a redimir un censo y que el propio concejo había decidido usar para mitigar el hambre y reponer el pósito y, posteriormente, la venta de las existencias de dicho pósito en una operación especulativa; mientras los regidores, en una actitud que se repetirá años después, se enriquecían vendiendo el trigo excedentario de sus propiedades en los pueblos vecinos a precios de ducado y medio.

La coincidencia entre grandes propietarios y su monopolio del gobierno, convirtió el malestar social en un grito de los menudos contra el mal gobierno. El gobierno concejil siempre visto como garante de la protección del débil había devenido en simple instrumento de una oligarquía. Ese sentimiento lo expresaba a la perfección Pedro Morcillo del Cerro

el tal procurador síndico mirará con mayor libertad que conviene a la rrepública e menudos no consentir que el conzejo les aga agrauio y les yrá a la mano en lo que mal quisieren hazer lo qual no se hazía si el dicho conzejo alcaldes e rregidores nonbrasen el dicho syndico porque los eligen e nonbran a personas que tienen entendido que no les hirá a las manos quanto ellos hizieren e su magestad lo puede mandar rremediar como lo tiene dicho porque haziéndose ansí Dios Nuestro Señor será seruido e la rrepública bien gouernada e los pobres no serán agrauiados como hasta aquí se a hecho
Los acusados tenían nombre y apellidos, además de la familia Aguado, otros de los denunciados eran Juan Sánchez Ortiz, que hacía las funciones de depositario. Poseedores de ganados y tierras de pan llevar tenían una posición privilegiada y la desgracia, sea dicho de paso, de haber gobernado la villa en los calamitosos años de la guerra de los moriscos. Una guerra, que junto a la rebelión catalana de 1640 marcaron dos momentos trágicos en la historia de España; ya no solo por poner en duda la cohesión del territorio sino por el tremendo esfuerzo y ruina que provocó en las familias. Pero quien puso voz al pueblo fueron respetables hombres muy alejados del común. Familias como los Pacheco o los Montoya imponían su voluntad en Villarrobledo*. Hombres próximos a estas familias como Martín Alonso de Oviedo compartía la alcaldía con uno de los Aguados desde comienzos de 1572. Con razón decía la facción de los Aguado que lo que debería importar al rey es que no hubiera escándalos, revueltas y revoluciones, tener la villa pacífica y no entrar en una disputa por el gobierno, como pretendían algunos particulares, que podía dar lugar a estos males.

La disputa entre los dos grupos se trasladaba al papel reservado al síndico. Para sus detractores era una simple figura asesora, que únicamente debía intervenir en los ayuntamientos cuando los regidores requerían de su presencia; para los defensores de la figura, el procurador síndico debía ser un oficio asalariado, con derecho a asiento en los ayuntamientos y asesoramiento permanente por el letrado de la villa. De hecho, se estaba abriendo paso una concepción exclusiva de la política: la libre elección de oficios podía llevar al nombramiento de personas no aptas para los cargos, mientras que es aptitud quedaba reservada para las personas principales y ricas. De hecho, paralelamente al cerramiento del poder se hablaba de dos cuerpos soberanos para delegar el poder: el concejo y el común. Una nueva dualidad se sumaba a esa otra de los ricos y los menudos.

No debemos pensar en una edad pasada de igualitarismo, negada por un regimiento cerrado de oligarcas. Ya desde sus inicios el procurador síndico fue controlado en su elección por los oficiales del ayuntamiento. Así lo afirmaba al menos Juan Ramírez, escribano del concejo, que aseguraba cómo hacía noventa años la elección se hacía por los miembros del concejo. Si esta afirmación es dudosa, no lo es su descripción de la organización concejil una vez conseguido el villazgo, que constaba allá por 1480 de dos alcaldes, dos regidores, un alguacil y un mayordomo; aunque nuestra opinión es que, en consonancia con otras villas, el procurador síndico, que también cita, se estableció en la década posterior.

Cogiendo las afirmaciones de nuestro escribano Juan Ramírez con cierta precaución, no obstante debemos dar crédito al amanuense, aficionado como el mismo decía a las escrituras antiguas que conservaba el ayuntamiento villarrobletano, después de aseverar que el síndico lo elegía el ayuntamiento y no el común según ciertos capítulos antiguos, aseveraba asimismo haber visto ciertas escrituras que la villa tenía de tiempos del rey Juan II o Enrique IV y que por su descripción confirman la antigüedad de la concesión del villazgo a Villarrobledo antes que se lo arrebatara el maestre don Juan Pacheco reduciéndola a aldea de Belmonte

Con otros capítulos que tratan que no se saquen presos ni proçesos de Villarrobledo y que los alcaldes vayan con sus causas adelante este testigo a visto como dicho tiene escripturas antiguas que se pidieron al rrey don Juan o al rrey don Enrrique que no sabe a qual de ellos que fueron confirmadas

A pesar de sus aseveraciones, reconocía el escribano que hacia 1560 el nombramiento de procurador síndico había escapado del control del ayuntamiento para recaer en una junta de cuarenta o cincuenta vecinos. La mala elección provocó, según nuestro mutable escribano, un largo pleito que costó a Villarrobledo más de diez mil ducados; pleito que sin duda va ligado a la lucha por la jurisdicción propia para la villa que se alargará hasta la primera década del siglo XVII y que, en esta época, se debió confundir con el conflicto causado por los gobernadores en su intento de dotarse de un escribano de provincia y entender en los pleitos en primera instancia en las villas. En cualquier caso, se nos escapa lo que realmente pasó en esos años comentados por Juan Ramírez como época en la que los hombres envidiosos y malintencionados habían arruinado los propios y las rentas del concejo.

Esta situación debía ser la más común, es decir, la alternancia del procurador síndico elegido bien por un ayuntamiento cerrado o bien la formación de bandos que imponían en concejos abiertos la elección, aunque dichos concejos abiertos no eran sino juntas dominadas por principales excluidos del gobierno municipal. De testimonios como el de Diego de Cuenca se desprende no era raro que una elegido el procurador síndico por los cargos concejiles, se procediera a la convocatoria de concejo abierto para su ratificación. El problema de estas juntas, motivo de lucha banderizas, es que en época de crisis de subsistencia abrían una vía democrática a las aspiraciones populares y podían posibilitar el acceso a los oficios concejiles a los labradores del común, ahora excluidos del gobierno local por una concepción del poder fundada en el mérito y la riqueza. Lo expresaba bien el escribano Juan Ramírez

Y ansymesmo podía salir por syndico nonbrado por el común tal persona que yuso que a los particulares labradores por tener en que entender y ganar salarios y dineros de la rrenta del conçejo y estarse un año ganando salario fuera desta idea

El caso es que los endeudamientos de la Corona iban acompañados de la cesión de licencias para cerrar dehesas de aprovechamiento comunal y su arrendamiento en beneficio de particulares. Como las decisiones de ese aprovechamiento privativo se decidía en los ayuntamientos, muchos buscaban tener manos, en expresión de la época, en los oficios concejiles. Y los oficios concejiles estaban a la sazón dominada por un grupo muy cerrado y emparentado familiarmente. Martín Alonso de Oviedo nos daba relación de ese grupo dominante donde la sangre se mezclaba con el interés y la hacienda
Juan de Llorente de Antón Llorente y Diego Aguado el viejo y sus dos hijos y Pero de Moragón y Alonso de Moragón y a Juan de Rremírez escriuano, y a Juan de Cuenca y a Diego de Cuenca y a Juan de Xabega todo los quales están dentro del cántaro de heleçiones para que de allí an de salir por alcaldes ofiçiales del conçejo y les va su interés como a los demás rregidores y Sebastián Hernández y Sebastián Pérez deben muncha cantidad de dinero al conçejo porque los aguarden y estén bien con ellos dirán a su voluntad y Juan de Ortiz es padre de Diego de Aguado que es agora síndico y Françisco Díaz conpró un rregimiento para un hijo suyo y le va el mismo interés y Pero Saiz de Posadas es hermano de Françisco de los Herreros que es rregidor y Françisco de Villarreal el moço es primo de Diego Hernández rregidor

El Consejo Real decidirá un diez de abril de 1573, que la elección del procurador síndico se hiciera a concejo abierto. Era una decisión que iba contra los tiempos.
*Entre la facción que se declaraba a favor de la elección del síndico en concejo abierto estaban Martín Alonso, Carlos de Espinosa, Hernando de Montoya, Pedro el Horno, Francisco de la Parra el viejo, Alonso Llorente, Francisco Navarro, Gonzalo García, Alonso Martínez de las Mesas, el bachiller Martínez, Pedro Martínez del Cerro y don Francisco Pacheco. Era una facción, según sus detractores apartada del gobierno municipal.

Testigos favorables a la elección en concejo abierto del síndico

Don Francisco Pacheco, fiel ejecutor, 28 años
Carlos de Espinosa, 55 años
Alonso Martínez de las Mesas, fiel ejecutor, 41 años
Bachiller Martínez, letrado de la villa, 50 años
Gonzalo García, 53 años
Pedro Morcillo del Cerro, 60 años
Alonso Navarro, 48 años
Diego Lorencio de Montoya, hijo de Hernando de Montoya
Alonso Lorente, almotacén, 46 años

Testigos contrarios a la elección del síndico en concejo abierto

Diego de Aguado el viejo, 75 años
Diego Sebastián Pérez, 55 años
Diego de Aguado, 30 años
Francisco Díaz Tercero, 56 años
Juan de Aguado, hijo de Diego de Aguado el viejo, 35 años
Francisco Díaz Tercero, 56 años
Juan de Jábega, 40 años
Juan Llorente de Antón Llorente, 55 años
Juan Ramírez, escribano, 40 años
Sebastián Hernández, 60 años
Alonso Moragón, escribano, 30 años
Diego de Cuenca, 50 años
Juan de Cuenca, 60 años
Pedro Díaz Barrera, 39 años
Juan Alonso de Miguel Martínez, 67 años
Juan Sánchez Ortiz,
Pedro Moragón, 54 años
Pedro Sánchez de Posadas, 46 años
Pedro López de las Mesas, 50 años
Francisco de Villareal el mozo, 35 años
Alonso Parra, 46 años


Fuente: AGS, CONSEJO REAL, 351/23



sábado, 2 de febrero de 2019

El Corregimiento de las diecisiete villas, una administración bajo el signo de la corrupción (II)

Las relaciones del licenciado Melchor Pérez Torres con la justicia villarrobletana era buena. El alcalde Andrés Peralta encomiaba al corregidor, ejemplo de buen gobierno. Recordaba cómo en la casa del cabildo había hecho construir una alhacena para la custodia de los privilegios de Villarrobledo. O al menos eso decía uno de los bandos favorables al corregidor, pues la realidad de la villa era más compleja. La relación del corregidor con los vecinos de Villarrobledo era más agria de lo que se quería presentar, pues sus intereses colisionaban  si no con los del corregidor sí con los de la villa de San Clemente. La razón residía en la negativa a dejar plantar viñas a los villarrobletanos en un momento que estos habían entendido el callejón sin salida en el que se encontraba el monocultivo de trigo.

En la secreta de Villarrobledo la afabilidad de su alcalde no coincidía con la del resto del vecindario. Pedro Montoya acusaba, en lo que se habría de convertir en agrio conflicto que se extendió durante dos décadas, que el corregidor no respetaba la primera instancia de la villa. De hecho, Villarrobledo reconocía haberse gastado quinientos reales en la Chancillería de Granada para frenar las intromisiones del corregidor en su jurisdicción. Sobre el pleito, que el mismo padre Cavallería consideró causa de la ruina de Villarrobledo, ya hemos hablado en otro lugar, así como de los intereses en torno al trigo villarrobletano. San Clemente y Villarrobledo tenían una relación complementaria e interesada en sus estructuras agrarias. Si Villarrobledo era granero de la comarca, y de la Corte; San Clemente se había especializado en las viñas. La extensión del cultivo de trigo a tierras poco aptas para ello, por el adehesamiento de nuevas tierras provocará el hundimiento de los rendimientos de la producción. Sin embargo, los terrenos que eran malos para el trigo no lo eran tanto para el viñedo. Algunos vecinos como Mateo Saiz Lozano o Francisco Vázquez lo vieron, desmontando sus cultivos y plantando en sus hazas viñas el año 1591. El corregidor, incapaz de aguantar la presión sanclementina ordenó arrancar los majuelos e impuso fuertes multas a los agricultores de Villarrobledo. El caso era de oportunidad económica, pero planteaba un grave contencioso jurídico. La licencia para plantar viñas fue otorgada por el concejo villarrobletano; la denegación obra del corregidor que se entrometía en la primera instancia de la justicia local y juzgaba por sí mismo. Además hacía caso omiso de una conquista de las villas del Marquesado: los juicios que el corregidor iniciase en las villas debían pasar ante los escribanos locales. En los años cincuenta, los gobernadores intentaron dotarse de un escribano de provincia; no lo consiguieron, pues la oposición de las villas desbarató la implantación del oficio. Como sucedáneo se creó la figura de un escribano de comisiones para entender en los pleitos en los que los gobernadores y luego corregidores fueran cometidos en delegación por los Consejos y Chancillerías. El cargo recayó en un personaje que haría gran fortuna, el escribano Francisco Rodríguez de Garnica, que acompañaba al corregidor de un lado para otro para entender de cualesquier pleitos, entre los que primaban aquellos de causas en primera instancia en contravención de los privilegios de las villas. Allí donde no llegaba Francisco Rodríguez Garnica, echaba una mano un primo suyo llamado Francisco Rodríguez de Tudela. Tal era el odio que despertaba la familia, a la que se hacía proceder de Hellín, que era conocida como los pelagatos, pues se consideraba que el antecesor de la familia era un hombre de origen valenciano, llegado a Hellín muerto de hambre y que sobrevivía despellejando a estos felinos. Como la cosa iba de escribanos, a este círculo pronto se unió el sanclementino Francisco de Astudillo, un escribano tan huraño como valiente (no en vano era el único que desafiaba las pedradas de los vecinos de Santa María del Campo, cuando algún aguacil o escribano asomaba por el pueblo). Este personaje tuvo tal ascenso social que en su vejez su familia era reconocida como la más rica de la villa de San Clemente, superando a los Ortega o a los Pacheco (incluida hacienda de los Castillo sobrevenida). Con la riqueza llegaron los odios, Astudillo sería acusado de ser descendiente de moros y de judíos. Los ataques arreciarían cuando la generación siguiente de Astudillos y Garnicas se aliaron matrimonialmente.

La parcialidad de los corregidores en Villarrobledo era manifiesta, interviniendo en su justicia, ya sea llevándose las informaciones a San Clemente, caso del asesinato de Alonso Morcillo o las de una riña entre el señor de El Provencio y los Gutiérrez, ya fuera interviniendo en la elección de oficios, como Melchor Pérez de Torres, apoyando el bando de Blas Ortiz de Vargas o Francisco Díaz frente a Juan López de Ávila, Antonio Sedeño, Pedro de Montoya y Diego de Vizcarra. Estas parcialidades se alternaban en el gobierno municipal de Villarrobledo, haciendo de la gobernanza pública un servicio a sus intereses privados. Se denunciaba al regidor Francisco Díaz por haber empleado los quinientos ducados recibidos en depósito para el pósito de la villa en la compra de unos borregos para sí. Las luchas banderizas acababan a veces a cuchilladas. El mencionado Francisco Díaz estaba acusado, junto a dos compinches, de intentar matar a cuchilladas al regidor Gabriel de León, que previamente había denunciado las irregularidades del mayordomo del pósito, Andrés de Losa, a la hora de prestar el trigo a los labradores.

Era tal el clima de rivalidades, que la elección de oficios menores, como alguaciles, caballeros de sierra o mayordomos se hacía al margen del ayuntamiento y fuera de su sala. No era extraño que los regidores acapararan los cargos de arrendamientos de rentas; sabemos del caso del regidor Juan Merchante, el año 1591. Aunque lo que estaba en juego era la apropiación de tierras llecas y montes, sobre todo por regidores como Francisco Díaz y Juan Merchante. Se burlaban las residencias que sufrían los escribanos. Así, con motivo de la practicada por el licenciado Marañón hacia 1590, el escribano Gálvez escondía sus escrituras en casa de un abogado, el doctor Belloso.

No siempre eran los principales de las villas los que esquilmaban los montes. En ocasiones, caso de Las Pedroñeras, se hacía por el mandato del propio corregidor. No sabemos los motivos, pero el corregidor ordenó la tala masiva de árboles en el monte de la Vacariza, pasando por encima los intentos del concejo de Las Pedroñeras de limitar la corta con la concesión de una licencia y supervisión de dos guardas. Las tres carretas que se permitieron en un principio se convirtieron en una tala de 196 carrascas bajo el control de un alguacil del partido. En El Pedernoso, las denuncias por cortas en el monte del Arenal vinieron de vecinos particulares e iban dirigidas contra los regidores de la villa. En lo que todos estaban de acuerdo era en mantener bien provistos de camas los mesones de El Pedernoso, una villa situada en el cruce de caminos, en el que desde Belmonte bajaba hacia el sur y el camino real hacia Murcia. Aunque si algo asemejaba a las villas de Las Pedroñeras y el Pedernoso era la homogeneidad de las minorías rectoras de sus concejos. Especialmente este hecho era notorio en la villa de Las Mesas, donde no se presentó ningún cargo en la secreta, a sabiendas de que la villa estaba demasiada alejada para ser molestada. Las respuestas a las preguntas fueron contestadas por el escribano Mateo Hernández Gallego, corroboradas por algunos testigos.

No ocurría tal cosa en La Alberca, donde el dominio de la política municipal por el regidor Francisco Sánchez era muy contestado por otros regidores. En su favor, como en tantos otros casos y para acabar con las luchas banderizas o favorecerlas, intervino el corregidor de San Clemente. El corregidor no intervenía directamente, sino que enviaba dos alguaciles con una misión puramente ejecutiva, para el cobro de deudas o el apresamiento de encausados. Quien padeció estas actuaciones en La Alberca fue el escribano del concejo Juan Manuel. En el origen de las presiones recibidas estaría su negativa a entregar los papeles de su oficio. Pagó sus negativas con multas de doce ducados y con el encarcelamiento de su persona. Pero su actitud díscola era muestra de una oposición más generalizada a la intromisión del corregidor en los asuntos de la villa
que este testigo era el que buscaba (el escribano Juan Manuel) y entonces el dicho Antonio Rromero (alguacil del corregidor) diziendo muchas palabras soberbias echó mano de este testigo para llebalo preso y el dicho alcalde que estaba presente dijo que él lo tomaba a su cargo y sin embargo desto el susodicho en gran desacato del dicho alcalde dijo que votaba a Dios que él lo abía de llebar rrastrando a la carzel y que sin ser alguazil por su persona se mataría con diez desta villa haçiendo fieros
El escribano acabaría preso en la cárcel, ante las miradas y alboroto de todo los vecinos. Aunque la situación se tensó por la actitud despreciativa que el alguacil Romero tuvo con el alcalde Garcilópez y el apoyo que prestaron al alcalde sus deudos y partidarios, que debían ser muchos.

El enfrentamiento entre el corregidor y La Alberca traspasaba las fronteras del pueblo y afectaba a los contenciosos que mantenía con sus vecinos sanclementinos por el uso del monte albequeño, aunque de uso comunal para los pueblos integrantes del suelo de Alarcón. Pedro Gallego se quejaba que su trigal era comido por los ganados del alcalde sanclementino Rojas, que tenían su paridera en dicho monte. Iguales quejas venían de otros vecinos, un tal Peñaranda y Miguel Rubio. El conflicto no venía tanto porque el corregidor fallara a favor del alcalde sanclementino, sino porque se entrometía en un asunto, la guarda de montes propios más allá de sus servidumbres comunales, perteneciente en exclusiva a la jurisdicción de la villa de La Alberca. No obstante, la idea de una villa enfrentada al corregidor sería errónea. Antonio Pérez de Torres se apoyaba en el poder del mencionado Francisco Sánchez para entrometerse en la jurisdicción de La Alberca. La contrapartida es que éste se aprovechaba de los montes de La Alberca en beneficio propio y con la fidelidad de algunos caballeros de sierra: Alonso del Castillo, Juan López de Perona o Francisco Cantarero

sábado, 10 de junio de 2017

Felipe III se casa y se va de viaje... pagan sus súbditos (1599)

Felipe III (1578-1621)
Intentamos hacernos una idea aproximada de cuánto costaba mantener un séquito real de viaje con su comitiva a través de diversos testimonios que nos han quedado en la época.
En este caso, tratamos el viaje del rey Felipe III a Valencia para finales de enero de 1599. El motivo no era otro que el desposorio con su prima Margarita de Austria, a celebrar en la ciudad de Valencia. Él no llegaba a los veintiún años, ella apenas si pasaba de los catorce. El encargado de proveer los bastimentos necesarios para el viaje de Felipe III fue el licenciado Gudiel, alcalde de casa y corte. Gudiel fue cometido para abastecer a todas las personas que acompañaban al joven rey.




Gudiel exigió que para el 21 de enero, día que el rey partía de Madrid, Villarrobledo entregara en Las Pedroñeras, donde Felipe III permanecería un día y haría noche (pensamos que el 28 de enero (1), lo siguiente:

  • Cien fanegas de pan cocido
  • Doscientas fanegas de cebada
  • Cuatro carretadas de paja
  • Cien arrobas de carbón
  • Cincuenta gallinas, treinta capones y seis pavos
  • Cuarenta pares de perdices
  • Veinte cabritos
  • Ochenta conejos
  • Mil quinientos huevos
  • Sesenta camas, sacadas de los vecinos de Villarrobledo, con sus colchones, dos sabanas, almohada de lienzo y manta 
En el cabildo de 25 de enero, se reconoce que de lo aportado, pasada la comitiva, Villarrobledo solo recuperará nueve fanegas de trigo. Además el paso de Felipe III por otras poblaciones supuso nuevas contribuciones a Villarrobledo:
  • Doscientas fanegas de trigo y doscientas de cebada y cuarenta carretadas de atocha, aliaga y retama para cocer el pan a entregar en la villa de San Clemente
  • Ciento veinte fanegas de trigo y doscientas fanegas de cebada en Minaya
  • Cincuenta fanegas de cebada en la villa de El Provencio
San Clemente tendría el honor y obligación por partida doble de contar con la presencia del rey, en el camino de ida y en el de vuelta. En el camino de ida, San Clemente debió proveer seiscientas fanegas de cebada, que se compraron en Villarrobledo por Mateo Salcedo. Se gastaron además 1000 reales de pescado, otros 1400 de caza y adobo de la misma, ochocientos reales de vino y otros tantos reales de gastos diversos. Entre ellos, la reparación de edificios y limpieza de calles y caminos.

El nueve de febrero llega mandamiento del alcalde mayor del corregimiento  a todas las villas del partido para que nombren dos procuradores que asistan a una Junta en la villa de San Clemente, a celebrar el día diez, donde se hará nuevo repartimiento de aportaciones para el séquito real que se espera tome desde Valencia el camino de vuelta a la Corte.
por nos y en nombre de este concejo se puedan hallar y hallen para la Junta que el señor alcalde mayor deste partido mandó hacer en la villa de San Clemente a todas las villas deste partido a diez del presente mes de febrero sobre el rescibimeinto y fiestas que se ha de hacer al rey quando venga del la xornada que paso al reyno de Valencia

Así las viejas juntas del Marquesado de Villena, se seguían celebrando, ahora como juntas del corregimiento de las diecisiete villas. Tenemos constancia de nuevas juntas en 1605, para abastecer de trigo a una hambrienta San Clemente y en 1610 para nombrar por las villas una capitán de la milicia general del Reino creada unos años antes.

Todos los pueblos del sur de Cuenca tratan de recordar hoy con orgullo el paso del joven monarca. Sin embargo, para los vecinos fue una auténtica calamidad. Conocemos el caso de Villarrobledo. Allí el juez Gudiel había requisado previamente 6400 fanegas de trigo y 800 de cebada a los vecinos villarrobletanos. Se trataba de trasladar este grano a Madrid, para evitar la generalización del hambre en la Corte. En un principio se habían pedido 9000 fanegas; por eso, ya antes de la llegada del monarca se mandó otro juez de secuestros a esta tierra y, pasada la comitiva real, los embargos continuaron de mano del juez Castro del Peso. En vano, pedirá, un cuatro de marzo, el cabildo villarrobletano que los embargos no afecten al grano necesario para el consumo de los vecinos.

El 17 de marzo el alcalde mayor del partido anuncia que el monarca, acompañado de su joven esposa, ha decidido volver a la Corte por el mismo camino que le ha llevado a Valencia. Se pide al concejo villarrobletano que demuestre su devoción al monarca. Villarrobledo ofrece tres mil reales a sacar de sus propios y qué mejor presente que contribuir a un buen festín de sus cortesanos: capones, pavos, conejos, terneras y otras cosas semexantes. Apenas pasado un mes, el juez Castro embarga 1795 fanegas de trigo de los pósitos de la villa para abastecer Madrid. Los pósitos de Villarrobledo, que no han podido cobrar de los agricultores las mil quinientas fanegas de trigo prestadas para la sementera, quedan exánimes.

Margarita de Austria (1584-1611)
Para finales de marzo es inminente la llegada de la pareja real a San Clemente. Nuevos gastos se acumulan. En este caso, y entre otras cosas, tres mil fanegas de cebada y diez toros. El aspecto positivo, es que la villa de San Clemente se embellece; no solamente por el boato de sus fiestas y libreas, sino por el ensanchamiento de la plaza con el derribo de casas y tiendas. San Clemente ha quedado endeudado. A comienzos de julio se reconoce una deuda por la compra de cebada de seis mil reales y la necesidad de pagar los réditos de un censo de mil ducados tomados con motivo del viaje real.










ARCHIVO MUNICIPAL DE VILLARROBLEDO. ACTAS MUNICIPALES DE 1599
DIEGO TORRENTE PÉREZ. Documentos para la Historia de San Clemente. Tomo II. pp. 208-210
AMSC. Sección Ayuntamiento. ACTAS MUNICIPALES DE 1599

(1) La estancia de Felipe III en Las Pedroñeras. Las Pedroñeras, Blog de Ángel Carrasco Sotos

sábado, 3 de junio de 2017

La peste de San Clemente de 1600, vista desde Villarrobledo

Ilustración de la Biblia de Toggenburg
La peste hizo su aparición en la villa de San Clemente en junio de 1600, aunque en la villa ya se conocía de su propagación por Castilla de mucho antes y desde el 26 de mayo de su proximidad a la villa. Desde el primer momento el pueblo fue consciente del mal contagioso que padecía. Se esperaba a la peste desde hacía dos años. El cabildo de Villarrobledo de 20 de junio de 1598 anunciaba ya de la extensión del mal por el Reino y tomaba las primeras medidas de vigilancia de los ocho caminos de acceso a la villa y el control de forasteros en los mesones.  Hacia el 25 de julio de 1598 se denunciaba la presencia de la peste en la comarca. La reacción de la villa de San Clemente fue ambigua. Por un lado, el 20 de junio de 1600, el ayuntamiento reconocía que la peste había alcanzado una calle próxima a la Cruz Cerrada, pero, por otro, de cara al exterior, se intentaba negar la existencia del mal. El interés por ocultar la enfermedad fue inútil, pues el mal se extendía y los apestados eran hacinados en las ermitas del pueblo.

Una de las primeras poblaciones donde las alarmas saltan es la vecina Villarrobledo. Su ayuntamiento se reúne el 17 de julio. Preocupación, recelo y miedo van juntos en la declaración de los ediles villarrobletanos. Pero las noticias que llegan a Villarrobledo todavía son confusas, motivadas sin duda por el interés de los sanclementinos en ocultar el mal y quizás todavía convencidos de que pueden limitar la peste a una parte del vecindario. Algunas personas an muerto en zierta parte de la dicha villa (de San Clemente) y se dize que es de mal contagioso y que se pega, se dice en el cabido villarrobletano, añadiendo que los enfermos los sacan en una hermita fuera de la dicha villa a los curar; la de Santa Ana, como veremos, aunque el primer foco de pestilencia se sitúa en torno a la Cruz Cerrada. Es de pensar que la peste llegó por el camino de Belmonte. La preocupación se convierte en miedo y se apela al alcalde mayor del corregimiento Aguiar para que dé licencia para que Villarrobledo se guarde de la peste, cerrando sus entradas al pueblo y limitando el acceso a los foráneos. El recelo y desconfianza a la vecina San Clemente, distante tan solo poco más de tres leguas, aumenta. Se decide mandar al médico y al cirujano del Villarrobledo a indagar sobre el mal que padecen los vecinos. El médico licenciado Valero y el cirujano Tomás de la Serna acudirán a la villa de San Clemente el diecinueve de julio; un día después nos dejarán testimonio de lo que han visto en la villa vecina. Primeros síntomas de una peste que parecía controlada (u ocultada) y que para nada anunciaba la tragedia posterior
Ermita de Santa Ana (http://cofrades.sevilla.abc.es) 
fueron a hacer la diligencia a la dicha villa de San Clemente ayer diez y nueve del presente mes de jullio y que lo que pasa es que los enfermos que estavan del contagio los sacavan a una hermita de Santa Ana orilla de la dicha villa... preguntaron qué enfermos avía y dixeron que siete u ocho enfermos avía de los quales eran algunos ya convalecientes de las dichas enfermedades contagiosas e preguntados que qué gente estavan quexicosas dixeron que era un viejo de setenta años y otro de quarenta y después ... preguntando a dos forasteros que sy morían algunos enfermos o avía escándalo del morir mucha gente y rrespondieron que ninguna cosa avían hallado de consyderación y ansymismo los médicos dixeron que no avía negocio de escándalo ni peste ni otros enfermos que aquellos que estavan apartados de contagio y aquellos enfermos se curavan con las condiciones con que se suele curar la peste
A pesar de las palabras de médico y cirujano, los regidores de Villarrobledo no se dejaron calmar por la moderación de su testimonio, concluyendo que el hecho incontestable era que había peste. Para constatarlo con un nuevo testimonio, enviaron cuatro días a San Clemente a un vecino llamado Yuste Martínez de Jávaga de profesión barbero. Su declaración de 24 de julio ante los oficiales villarrobletanos fue tajante: muchos se morían de unas secas en las ingles. Villarrobledo pedía al alcalde mayor de nuevo licencia para que sus vecinos se guardaran de las peste de los sanclementinos. Sin esperar respuesta, el veintiocho de julio se decide poner guardas en todas las entradas del pueblo para impedir el paso a los forasteros.

Ayuntamiento de Villarrobledo
El treinta de julio el que es invitado al ayuntamiento de Villarrobledo a declarar sobre la peste de San Clemente es un médico de la ciudad de Cuenca, el doctor Hernández. Testimonio tras testimonio los villarrobletanos seguían su cruzada particular para convencer a las autoridades del corregimiento de la conveniencia de aislar a la apestada San Clemente. La rivalidad no perdonaba las desgracias. Los testimonios y la propia realidad estaban del lado de Villarrobledo en sus acusaciones, que contaba con el ejemplo de la ciudad de Cuenca, que ya había cerrado sus puertas a los sanclementinos
lo que pasa es que abrá cosa de un mes que se empezó a sospechar en la dicha çibdad de Quenca que la dicha villa de San Clemente no estava sana ni segura de enfermedades de males contagiosos sospechosos de pestilencia de cuya causa la dicha çibdad pusso ympedimento e mando a los guardas no dexasen entrar libremente a los de San Clemente y de que la dicha villa de San Clemente oyendo el impedimento que se les hazía despacho un propio de parte de la villa de San Clemente a la cibdad de Quenca a tratar con la cibdad no fuesen servidos de hacerles el dicho ympedimento porque su villa estava buena y sana y que la villa de San Clemente fuesen servidos de por berificar enbiasen un médico
La muerte estrangulando a un apestado.
Ilustración bohemia s. XIV
San Clemente ofrecía dar de salario al médico así enviado la cantidad de cien reales diarios, que, para hacernos una idea, era cincuenta veces superior a la que podía recibir un jornalero del campo en la época. Al mismo tiempo el alcalde mayor del corregimiento de San Clemente mandaba a Cuenca una carta, con testimonio inserto de un regidor conquense, Hernando Porres, estante a la sazón en la villa, declarando que el pueblo estaba sano. Sin embargo, los informes oficiales contrastaban con los testimonios de primera mano. Un hombre, vuelto a Cuenca de su estancia en San Clemente, narraba cómo, tomando posada en una casa de esa villa, había visto morir  en la misma tres o cuatro personas y cómo se había habilitado una casa en las afueras del pueblo donde se dejaban a los enfermos a su buena suerte y que la propia fortuna, aliada a la fortaleza de cada uno de estos hombres, decidiera entre la vida y la muerte. Quizás la casa referida sea la que donó don Juan Pacheco Guzmán, alférez mayor de la villa, en la Celadilla, próxima a la ermita de Santa Ana, mientras él había huido a sus tierras de Perona. La ciudad de Cuenca, pues, decidió poner guardas y cerrar sus puertas a los vecinos de San Clemente, echando a los que estaban presentes en la ciudad. Medida que repitió Villarrobledo y debió ser común a otros lugares. De hecho, en el cabildo villarrobletano de treinta de julio se presentó una relación dada por la villa de Belmonte de los pueblos comarcanos que habían decidido cerrar sus puertas ante el temor al mal pestífero. En total, se reconocía de modo genérico que treinta pueblos ya impedían la entrada a los apestados. El memorial que llegaba desde Belmonte incluía, sin que tengamos noticias de ellas, salvo la propia San Clemente, las villas afectadas por la peste; pedía que dicho memorial se pregonara públicamente en toda las plazas de los pueblos comarcanos y que
que ningún mesonero ni otra persona particular pueda rrezevir ni rreziva por huesped a ningún vezino de las cibdades villas e lugares de las dichas cartas e certificaciones so pena de docientos açotes e de zinquenta mill mrs. para la cámara de su magestad
Mientras Villarrobledo cerraba con guardas su acceso por el camino de San Clemente y El Provencio, pero asimismo los caminos de las Mesas, Alcaraz, Minaya y de otras villas comarcanas. Además, suspendía las fiestas de toros previstas y ordenaba devolver las reses compradas en Villanueva de los Infantes. Era tal el temor al contagio que cualquier medida tomada era insuficiente. Entre las medidas de prevención que se tomaron estaba la obligatoriedad de asistir a los pobres enfermos en el hospital de la villa y garantizar su cura por los cuatro médicos existentes en la villa, subiéndoles el salario.

Villarrobledo, aislada y libre de la peste, se olvida de San Clemente, pero el día veintiuno de agosto llega a su ayuntamiento la petición desesperada de los sanclementinos pidiendo trigo para el abasto de sus vecinos. Previamente los sanclementinos son expulsados por los vecinos de Vara de Rey cuando van a moler a los molinos ribereños del Júcar en el término de Sisante. Villarrobledo responde con buenas palabras, nombrando comisarios, que con asistencia de médico, vean lo que es menester para el socorro de la enfermedad. La poca voluntad villarrobletana queda patente en los dos decretos concejiles que acompañan al primero: reparación de las cercas que se han levantado y renovación de los guardas puestos por la villa en sus cuatro puertas.

Para el cuatro de septiembre, se levanta una nueva tapia para proteger la pueblo de los apestados
yten mandaron que se eche en la zerca que se ha hecho en esta villa para la guarda de la peste una tapia más por ser nezesario para la dicha guarda y que las quatro puertas que se dexaron y ay abiertas en esta villa para el seruicio della se echen puertas para que quando convenga se zierren con llaves,
se prohibió a los vecinos de Villarrobledo acudir a las ermitas Fuensanta y Cañabate por ser lugares donde acudían por costumbre los sanclementinos, se eligieron hombres a caballo entre los principales de la villa, cuyo único cometido era echar de Villarrobledo a aquellos sanclementinos que se acercaran a sus muros. Más oprobiosas  para los sanclementinos fueron las condiciones que las villarrobletanos pusieron para ceder el trigo que los apestados necesitaban. El primer ofrecimiento de cuatro mil fanegas se quedó en mil a pagar en plata
se escriba al concejo de la dicha villa (de San Clemente) haciéndoles saber como esta villa tiene comprado de vecinos della mill fanegas de trigo los quales dan bozes por su dinero para que bengan con su dinero mañana por todo el día a la hermita de San Antonio de esta villa y sea en plata puesta y así ofrecido a las personas que dan el dicho trigo y no viniendo quando se dize se tengan por despedidos
Se comunicó al alcalde mayor del corregimiento que no era bienvenido a Villarrobledo y se mandó a Miguel Sánchez de Peralta que acudiese a las heredades fronterizas con la villa de San Clemente para dar razón si había sanclementinos  para echarlos de allí. Villarrobledo había utilizado la crisis pestífera en beneficio propio. Sin duda, tenía contenciosos planteados con el alcalde mayor Aguiar, pues un mes antes le recordó los privilegios que de primera instancia tenía la villa. Su petición de trigo para San Clemente a precio fijado por la tasa de granos era una intromisión en la libertad de precios que defendían los labradores villarrobletanos. Incluso ahora en época de necesidad.

El corregidor de las diecisiete villas, Antonio López de Calatayud, se decantó por una solución de compromiso, destituyendo al alcalde mayor y nombrando para el oficio a un vecino de Villarrobledo, el licenciado Perona. ¿Alturas de miras del corregidor? No, tal como recogen las actas municipales, un mendigante Antonio López de Calatayud pide a Villarrobledo que acoja a sus hijos que están fuera de San Clemente en una aldea de campo. Del trigo villarrobletano, tan necesario para San Clemente, nada. Es más, el concejo pide al Consejo Real que del trigo existente en los pósitos se reserve para la sementera de sus vecinos la cuarta parte, pues la mala cosecha del verano por la langosta que ha aovado en los campos lo hace necesario. Villarrobledo asume el papel de víctima. Pide que los pueblos comarcanos paguen el coste de la matanza de la langosta, cuyo dinero pretende utilizar para comprar trigo para sembrar ahora los campos en barbecho. Trigo que se comprará a la tasa del requisado de las tercias reales.

Las quejas de Villarrobledo, egoísmo aparte, tienen su razón: el granero villarrobletano está entrando en crisis y da muestras de agotamiento. Pero la crisis de la producción villarrobletana viene del acotamiento y roturación de tierras poco aptas para el cultivo por los labradores más acaudalados. De ahí, la existencia de tierras en barbecho que necesitan períodos más amplios de descanso. Su avaricia entra en colisión con la ricardiana ley de los rendimientos decrecientes. También entra en conflicto con los alcaldes entregadores de la Mesta. La consecuencia será que la economía economía regional diversificada, especializada e interdependiente entre las diferentes villas se rompe. San Clemente, especializada en una economía de servicios y con sus campos cultivados de viñas, ya no podrá confiar el abasto de trigo a villas como Villarrobledo, que lo necesitan para su consumo. La falta de este trigo y una población subalimentada ha sido la causa de la fácil propagación de la peste, especialmente en barrios pobres como el del Arrabal, cuya población morisca y enferma es hacinada en la ermita de los Remedios. De la gravedad del mal contagioso tenemos referencias indirectas en el siglo XIX de lo que decían los registros parroquiales.

Ermita de San Roque (http://cofrades.sevilla.abc.es)
Habiendo habido en la villa de San Clemente una peste en el año de 1600, fue tal el desmembramiento que causara en la población que murieron tres mil quinientas personas á pesar de las disposiciones que se tomaron para aminorar los efectos de aquel espantoso azote. Se habilitaron cuatro hospitales: uno exclusivamente para los moros en la ermitas del Remedio; otro en la de San Cristóbal; otro en la de San Roque y otro en la iglesia de los Evangelistas. Todas las personas que caían enfermas eran forzosa é inmediatamente conducidas al hospital á que correspondían sin consideración á clases ni jerarquías. Las que fallecían se sacaban del hospital para darles luego sepultura ,y las ropas que habían usado eran depositadas en las afueras de la ermita de Santa Ana, siendo tal el cúmulo de ropas que se amontonó que llegó a subir más alto que el tejado de la ermita, estas ropas fueron luego quemadas (1)

Ermita de los Remedios (http://cofrades.sevilla.abc.es)
Aunque el texto nos diga que no había consideración de clase o jerarquía en el tratamiento de la enfermedad, tal hecho se fundaba más en la realidad de una villa sobrepasada por la enfermedad que en los buenos gestos de sus vecinos principales, los cuales huyeron a sus casas de campo. Así el alférez mayor, Juan Pacheco, que huyó a sus propiedades de Perona, donde cerrado a cal y canto no dejó pasar a nadie. Los sanclementinos solo contaron con la solidaridad desprendida de villas como La Roda y de los hermanos del hospital madrileño de Antón Martín.

La población de San Clemente muere de peste, pero la enfermedad ataca cuerpos hambrientos. Villarrobledo lucha por disponer su trigo para sí. A las mil fanegas sacadas del pósito para sementera de los campos de sus labradores, se unen otras mil fanegas más el dos de noviembre.

El frío invierno en la transición de los años 1600 a 1601 contribuyó a acabar con la epidemia. Para el dos de enero los campos de Villarrobledo presentaban una espesa capa de nieve que se extendería sin duda por los campos sanclementinos
en el término de esta villa ay mucha niebe y los ganados de los vezinos della padezen mucho daño y están a peligro de se perder y acabar para rremedio de lo qual dieron y conzedieron lizencia a todos los ganaderos desta villa para que libremente y sin pena puedan entrar sus ganados en los pinares de la Bernagosa y Calaberón 
El cuatro de enero de 1601, la villa de San Clemente se da por desapestada y el nombre del pueblo desaparece del registro de pueblos apestados que se lleva en una tablilla en Madrid. Las consecuencias son conocidas. Villarrobledo viviría una decadencia irreversible; San Clemente, superada la crisis de comienzos de siglo, aún viviría dos décadas de esplendor más, antes que en la década de los treinta la declinación fuera definitiva.


(1) PÉREZ ESCRICH, Enrique: La Mancha: Narraciones venatorias, segunda parte de "los cazadores". Imprenta de Fortanet. 1881, pp. 89 y 90

BNE, 9/223291


Archivo Municipal de Villarrobledo. Acuerdos municipales del concejo. Año de 1600


Firma del doctor Tébar, cura de San Clemente en 1600 y fundador del Colegio de la Compañía de Jesús en la villa


EL DOCTOR TÉBAR Y LA PESTE DE 1600



MOTILLA DEL PALANCAR Y LA PESTE DE 1559





ANEXO I:  Acuerdo del cabildo municipal de Villarrobledo de 17 de julio de 1600

En Villarrobledo lunes día hordinario de cavildo diez e siete días del mes de jullio de mill e seysçientos años

dixeron que por quanto avían tenido noticia de que en la villa de San Clemente algunas personas an muerto en zierta parte de la dicha villa y se dize que es de mal contagioso y que se pega y por entender esto se conozca a el licenciado Aguiar alcalde mayor deste partido pide diese licencia a esta villa por se poder guardar de la dicha villa el qual sirva se enbíen personas del oficio que lo entiendan, porque si ay enfermedad contagiosa se guarde y aviendo tratado sobre ello y que en esta villa se a dicho que ay las dichas enfermedades y que los enfermos los sacan en una  hermita fuera de la dicha villa a los curar y tienen médico y ciruxano asalariado para los dichos enfermos y para saver si esto es ansy y que el rremedio conviene se ponga por ser general e común que el doctor Garcés médico desta villa y Tomás de la Serna ciruxano vecinos desta villa vayan a la dicha villa de San Clemente y sepan y averigüen lo que ay en esto y si ay peste en la dicha villa de San Clemente


domingo, 19 de marzo de 2017

Los pesos y las medidas en el Marquesado de Villena

La diversidad de pesos y medidas variaban según las comarcas y tierras. Tal diversidad era un obstáculo para los tratos entre las comunidades, especialmente en el comercio de dos productos: el trigo y el vino, 
es notorio quanta deshorden ay en los dichos nuestros rreynos por la diversydad e diferençias que ay entre unas tierras e otras de las medidas de pan e vino 

Media fanega
Sobre pesos y medidas ya el rey don Juan II promulgó ciertos capítulos insertos en una ley de 1435, que fue confirmada el año siguiente en las Cortes de Toledo. Otra ley, en este caso de Enrique II, sería promulgada por las Cortes también celebradas en Toledo el año de 1462. Dichas leyes fueron recopilada en una pragmática de nueve de enero de 1496, que, por la misma universalidad de la norma, venía a resolver las disputas existentes por la aplicación de dos patrones en los pesos y medidas: el de la ciudad de Ávila y el de la ciudad de Toledo. La medidas adoptadas para los granos fueron la media fanega y el medio celemín de Ávila y la adoptada para el vino, la cántara del Reino de Toledo
...enbiar a esas dichas çibdades e villas e logares que son cabeças de partido para que lo traygan e fagan traer a devido efecto a las quales mandamos que lleven e tomen la medida de la media hanega de pan e medio çelemín de la dicha çibdad de ávila e la medida de la cántara de vino de la dicha çibdad de toledo
Se obligaba primero a las cabezas de partido y, posteriormente, en un plazo de treinta días a disponer de patrones para la medidas al resto de lugares. En el caso del pan, entiéndase granos, los concejos debían disponer de medidas hechas de piedra o madera con chapas de hierro y para el vino hechas de cobre. Las medidas de los diferentes lugares debían ser iguales a las existentes en las cabezas de partido, dando fe de ello los escribanos con su sello.

Cántaras del museo de Cerámica de Chinchilla
Apenas habían pasado cinco años de la publicación de la pragmática, cuando Villanueva de la Jara se quejaba de ser la única villa del Marquesado que la aplicaba: el resto de villas seguían usando las medidas antiguas en perjuicio de los jareños que veían como los mercaderes dejaban de ir a su villa a comprar el trigo.
(el resto de villas del Marquesado) miden con las medidas que antes medían e a esta cabsa los mercaderes que solían venir a conprar pan a la dicha villa de villanueva no quieren venir por ser la dicha medida chica

El gobernador del Marquesado sería comisionado para intentar igualar las medidas a los patrones de la pragmática, que recogía fuertes penas por su incumplimiento que iban de los cinco mil maravedís a los veinte mil por la reincidencia del uso de medidas antiguas.

El desorden de la medidas continúo durante todo el siglo XVI. Las medidas unificadoras de Felipe II en 1563 y 1568 fijaron respectivamente la arroba como medida de peso para el aceite y la vara burgalesa para el comercio textil (San Clemente tuvo que cambiar su vara toledana de 906 mm. por la burgalesa de 836 mm.), pero en el ámbito del pan y el vino siguieron vigente las medidas de la pragmática de Tortosa de 1496. Tenemos constancia que en más de una ocasión, en 1552 o 1577, los sanclementinos fueron hasta Ávila para confrontar sus medidas con el patrón existente en el archivo de esta ciudad y obtener patrones iguales para la villa de la media fanega, celemín y cuartillo existentes en aquella ciudad, sellados por los fieles como signo de autenticidad.

Todavía en 1580, según documento conservado en el Archivo Histórico de San Clemente (1), las relaciones entre San Clemente y algunos lugares de la tierra de Alcaraz, como Lezuza, el Bonillo o Munera, se veían entorpecidas por el uso de patrones diferentes; ordenando Felipe II el sometimiento a las medidas oficiales
por quanto entre las leyes de nuestros Reynos ay una que dispone que en todos los pesos, que sean las libras yguales, de manera que ayan en cada libra 16 honzas, y esto sea en todas las mercaderías y carne y pescado y en todas las cosas que se vendiesen por libras: yten, que toda cosa que se vendiere por arrova, que aya en cada arrova 25 libras y no más ni menos: yten, que la medida del vino, ansí de arrobas como de cántaras y açunbres y quartillos, que sean la medida toledana: yten, que todo el pan se obiere de vender y conprar, que se venda y conpre por la medida de la ciudad de Avila, y esto así en la fanegas como en los celemines o cuartillos.
La diversidad en las medidas entre las tierras del Marquesado y las poblaciones de la tierra de Alcaraz afectaba especialmente al comercio de granos con la villa de Villarrobledo, que utilizaba una media fanega más pequeña que la existente en Ávila, obteniendo un pingüe beneficio en las ventas. De ello se quejara San Clemente en 1613 (2)
la villa de Villarrobledo tiene e usa e a usado de una media fanega con que se mide el trigo que es pequeña e falta e no corresponde con el patrón de Abila... porque se a visto y averiguado e liquidado que en treinta fanegas falta una, de lo que es notable daño a todo el Reino por ser la dicha villa donde su trato es la venta de trigo e particularmente a esta villa le resulta e a resultado notable daño, porque como circunvecina a acudido y les fuerza acudir a la dicha villa a lo comprar.


Archivo General de Simancas, RGS, Leg, 150107, 443 Sobrecarta de la ley de pesos y medidas. 1501

(1) TORRENTE PEREZ,  Diego: Documentos para la Historia de San Clemente. Tomo II, p. 40
(2) Instrucción del concejo de San Clemente al procurador Francisco Rodríguez de Tudela para representación ante el Consejo Real de 25 de mayo de 1613. AMSC. AYUNTAMIENTO. Leg. 30/77

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  • La cántara o arroba tenía 8 azumbres; la azumbre, 4 cuartillos; y el cuartillo, 4 copas. La arroba o cántara de vino contenía poco más de 16 litros, a diferencia de la de aceite que contenía, después de su fijación en 1563, doce litros y medio
  • La fanega contiene doce celemines y dos almudes. Su capacidad, según las comarcas, variaba en torno a los 55 litros y medio. También se entendía como medida de superficie, equivalente a alrededor de 6459 metros cuadrados

miércoles, 12 de octubre de 2016

Los Vargas y el crimen en el Villarrobledo de 1611 (II)

El proceso por la muerte de Catalina Martínez fue llevado en primera instancia por los alcaldes ordinarios de Villarrobledo Antonio Moreno de Palacios y Bartolomé Gómez Ortiz. Las primeras pesquisas ratificaban las complicidades de Juan García de Vargas que, después del asesinato había estado escondido en casa de varios vecinos del pueblo, entre ellos su cuñado Gregorio Millán, su concuñado Mateo Díaz sastre, el batanero Pedro Martínez y el tundidor Cristóbal Coronado. Todos ellos huyeron y contra todos ellos los alcaldes ordinarios emitieron órdenes de prisión.

Fue una mujer, Catalina López, quien con su testimonio implicaría a Ginés de Haro Cueva, familiar del Santo Oficio de la villa de San Clemente*. En la casa de Ginés servía como ama María de Vargas, la madre de Juan y viuda del pintor Cristóbal García; en esta casa se había refugiado el asesino tres semanas antes de cometer el crimen. Juan había mantenido una conversación con Catalina López en la que reconocía su voluntad de matar a Catalina y a su hermano el escribano Francisco Rodríguez. Pero la palabra de Catalina López, una expresidiaria valía muy poco y no era creíble. A pesar de que Francisco Rodríguez fue avisado de las aviesas intenciones y las comunicó a su hermana y de que los bandoleros andaluces fueron vistos por un mesón del pueblo propiedad de Baltasar Ortiz, Catalina Martínez volvió con su marido poco antes del crimen, quizás por los buenos sentimientos que albergaba hacia él o simplemente por la debida obediencia que la mujer debía al esposo; obediencia impregnada en el pensamiento de la época de resignación cristiana, tal como reconocía Catalina en sus palabras: no sé lo que se tiene en su coraçón, yo estoy confiada en la Virgen de los Ángeles, que en su bendito día me junte con él con buen pecho e para seruir a Dios y ella me a de librar. 

Aunque no todos en el pueblo tenían de Catalina una imagen de mojigata y buena cristiana. Algunas habladurías del pueblo, de las que se hacía eco el alguacil Alonso Pérez, contaban que la ruptura del matrimonio hacía cuatro o cinco años fue causada por la mujer que había cometido adulterio con un vecino llamado Juan Parra. Ante el escarnio público, Juan García Vargas había abandonado el hogar familiar y después de errar por Andalucía, había sentado cabeza en Zahara. A principios de julio de 1611 había vuelto a su tierra a recomponer su vida y después de unos días en casas de familiares, primero en casa de su hermana tres o cuatro días y luego en casa de su madre en San Clemente otros doce días y otros tantos en la feria de Villanueva de los Infantes, el primero de agosto había vuelto al hogar hasta el desenlace fatal de tres días después.

¿Cuál era el verdadero rostro de Catalina Martínez de Arce? Su matrimonio con Juan García Vargas era su tercer matrimonio; de sus dos matrimonios anteriores había enviudado: tanto del primero con Diego Martínez, vecino del Bonillo. como del segundo con el escribano Miguel Fernández, vecino de Villarrobledo. Que en el concierto de estos matrimonios debía estar Francisco Rodríguez de Arce es muy plausible, pues aparte del segundo marido, el tercero, nuestro Juan García de Vargas, también era escribano. Aunque Francisco Rodríguez negaba la concertación en este matrimonio,  era evidente que el interés importaba más que el amor o al menos de eso acusaba Francisco Rodríguez a su cuñado que había llegado al matrimonio no solo por la buena fama de su mujer sino por poseer gran cantidad de bienes muebles e rrayzes que tenía con promesas e halagos e otros tratos la atrajo a que se casase con él contra la voluntad de todos sus parientes. Catalina Martínez era una viuda rica codiciada por casamenteros, favorecida por la muerte de sus dos primeros maridos y con una amplia hacienda repartida entre el Bonillo y Villarrobledo (unas casas principales en la primera villa y bienes muebles por valor de 5.000 reales en la segunda). Esa era la visión de Francisco Rodríguez, que denunciaba el papel de su hermana en el matrimonio como la de una víctima, aunque consideraba que los ataques iban contra él. Francisco Rodríguez recordaba el pretendido caso de adulterio de Juan Parra con su hermana para denunciarlo como una trama organizada por sus enemigos, donde además de los Vargas estaban implicados otros amigos de esta familia como el alcalde Isidro Merchante y el escribano Alonso Ramírez, para dar fe del escándalo, que se habían presentado en el domicilio pillando juntos a Juan Parra y Catalina. La adúltera sería conducida a prisión donde permanecería ocho meses hasta confesar, vería embargados parte de sus bienes por valor de 500 ducados que acabarían en manos de Gregorio Millán, el cuñado de Juan García Vargas y solo conseguiría la libertad después del arreglo que le procuró su hermano. El marido de Catalina, Juan García de Vargas, que tenía bastante que callar, pues mantenía relaciones con otra viuda de nombre Isabel de Espinosa, retiraría la querella por adulterio, abandonaría la villa y a cambio el escribano Francisco Rodríguez de Arce le procuraba 1.000 reales. A partir de aquí comienza el periplo de Juan García de Vargas, que según la versión de Francisco Rodríguez, se asienta en Zahara, presentándose como hombre soltero y consiguiendo los favores de una mujer del lugar, conocida por el intachable nombre de doña Mariana la discreta. A pesar de su discreción doña Mariana, otra viuda rica, quedó preñada, para gran escándalo de una familia conocida por su buena fama y hacienda en la villa de Zahara. Como era costumbre en estos casos, y después de comprender lo inútil de mantenerlo preso durante seis meses en la cárcel o de enviarlo a galeras y de que el honor familiar solo se limpiaba con el matrimonio, que en esta situación exigía la muerte de la esposa legal. Así volvería Juan García de Vargas en abril de 1611 desde Zahara con los dos bandoleros y alojándose en Villarrobledo en casa de su hermana María y en San Clemente en casa de Ginés de Haro, intentaría matar a su mujer, aunque previamente se exigía asesinar a su hermano el escribano que desconfiaba de su presencia. El fracaso de este primer plan, llevó a Juan García de Vargas a presentarse de nuevo el mes de julio, esta vez como el marido arrepentido vuelto al hogar conyugal para rehacer con su mujer una vida cristiana, en el sentido literal de la palabra, pues no era raro ver a Juan García de Vargas esos tres primeros días de agosto rezando con un rosario en sus manos. Previamente se intentó vencer las resistencias del desconfiado Francisco Rodríguez con una inventada carta de arrepentimiento procedente de Socuéllamos y la intervención de algunos vecinos que abogaban por la reconciliación del matrimonio, entre ellos el batanero Pedro Martínez y el mayordomo del pósito Alonso Valero. Así hasta la noche del crimen que con el subterfugio de buscar un candil en la bodega de la casa, Juan García de Vargas había conducido a Catalina hasta la mencionada bodega, donde le aguardaban para matarla los dos bandoleros (en realidad uno de ellos era un criado de doña Mariana y el otro el propio Juan García de Vargas) y Gregorio Millán. Cometido el crimen Juan García de Vargas había acudido a Zahara para casarse con doña Mariana; dejaba tras de sí el cadáver de su mujer ensangrentado y semidesnudo con una camisa, unas calzas y unos zapatos y olvidados sus pocos objetos personales, testimonio de su oficio de escribano: unos papeles y un libro de prácticas de escribano.

Huidos los asesinos, el juez  Casillas ordenó la prisión de sus colaboradores y encubridores. Entre ellos, Gregorio Millán, Cristóbal Coronado en Villarrobledo, en Villarrobledo, y Ginés de Haro y María Vargas en San Clemente. Los dos últimos habían huido cuando llegó el alguacil Martín Mondragón, que se tuvo que conformar con recibir la noticia de la huida de boca de la criada Ana Rodríguez y el embargo de los bienes de Ginés. Del detalle de estos bienes, nos aparece la parquedad de la existencia vital de las personas en aquella época: seis sillas de nogal, un banco y una mesa de pino, una cama con su ropa y cortinaje, dos cofres herrados y un arca y dos paños azules. Era de más valor el embargo de diecisiete tinajas conteniendo cuatrocientas arrobas de vino, testimonio de la fuente de ingresos del familiar del Santo Oficio. Las malas relaciones entre Villarrobledo y San Clemente se manifestaron en los obstáculos de la comisión del alguacil Martín Mondragón. Ginés de Haro había encontrado acogida en la iglesia de San Sebastián para evitar a la justicia; en la subasta posterior de su bienes, a pesar de la concurrida asistencia de personas en la plaza del Ayuntamiento no se hizo postura alguna, teniendo que conformarse el alguacil con confiscar los dos paños azules, lo más llevadero, para pago de su salario. Huidos los principales actores villarrobletanos, las actuaciones del juez Casillas fueron obsesivamente contra Ginés de Haro, que por precaución había huido a Murcia. El auto del juez para el embargo de todos los bienes del familiar no llegaría a ejecutarse pues el pleito derivó a un conflicto de competencias entre el juez de comisión y la Inquisición. Esta derivación era intencionada, la Inquisición no entendió del pleito, pero Ginés de Haro consiguió dejar en un punto muerto con sus recursos al tribunal de Cuenca los autos del juez de comisión. Dicha comisión, a pesar de que se prorrogó por veinte días más, no llegó a acabar los autos y el caso quedaría por resolver. Es de suponer, que finalizado el plazo de la comisión, el juez Casillas, volvería a la corte, Ginés de Haro a San Clemente, Francisco Rodríguez de Arce obtuvo poca o ninguna compensación económica de la muerte de su hermana (pedía 1.600 ducados, que al fin y al cabo de dinero es de lo que se trataba); sobre la viuda María de Vargas no sabemos nada de su destino, pero había tenido la astucia de vender la mayor parte de los bienes de su hijo, que huido es de sospechar que rehizo su vida con doña Mariana la discreta.

Los autos judiciales nos muestran al escribano Francisco Rodríguez, contra lo que pudiera parecer, carente de rencor u odio. Francisco Rodríguez nos aparece como un hombre bastante frío, sabedor del peligro que para su vida supone Juan García de Vargas, pero lo considera un vecino más, compañero de gremio, con el que siempre es posible un arreglo. Evita el trato directo con él, pero mantiene la comunicación a través de intermediarios. Intenta un arreglo ofreciéndole cualquiera de la escribanías de El Bonillo, Lezuza o Peñas de San Pedro, pero Juan lo rechaza. Se vale de Mateo Díaz, para que durante ocho días de julio mantenga contactos con Juan en la feria de Villanueva de los Infantes, donde se encuentra. Del expediente judicial se entrevé que Villarrobledo en esta época mantiene una relación distante con San Clemente (y tirante como hemos estudiado en otro sitio) y se vuelca hacia los pueblos de lo que hoy es provincia de Ciudad Real, como Socuéllamos y Villanueva de los Infantes, más lejano, pero con una importante feria el 25 de julio. Incluso tiene la vista más allá: cuando Juan García de Vargas abandona el pueblo, acude a Sevilla. La razón es es que en esta ciudad hay una importante comunidad villarrobletana, entre los cuales intentan indagar los familiares de doña Mariana la discreta los lazos familiares de Juan. Los referidos Mateo Díaz, sastre, y el tundidor Cristóbal Coronado o el boticario Baltasar Moreno viajaban a menudo a Sevilla por negocios. La principal entrada al pueblo era el camino de Socuéllamos a Villarrobledo, que estaría muy transitado y la venta de Baltasar Ortiz debía ser un lugar muy concurrido.

Se nos presenta toda esta trama como un enredo de escribanos y de gente relacionada con el negocio de la lana: bataneros, cardadores, tundidores y sastres. No es casualidad, es más que probable que los negocios y escrituras del oficio del escribano Francisco Rodríguez de Arce se moviera en estos ambientes. Cuando una noche de agosto, Juan García de Vargas, ya juntado con Catalina, se presenta en casa del escribano Francisco Rodríguez, éste redacta unas ejecuciones por impagos de transacciones entre estos personajes. Juan García de Vargas quiere integrarse en ese mundo con su matrimonio, pero parece que este hijo de pintor tenía más dotes como don Juan que como redactor de testimonios notariales. El pleito derivó hacia la petición de responsabilidades en San Clemente; no es casualidad. Villarrobledo mantenía un enconado pleito con San Clemente, no tanto por su exención del corregimiento, como por el respeto de la primera instancia, y por la aportación de soldados de milicia. Muestra de la rivalidad entre ambas villas fue el encarcelamiento del alcalde mayor, doctor Vázquez, y tres alguaciles enviados desde San Clemente unos meses antes. Villarrobledo vivía una declinación irremediable; a las escasas cosechas de comienzos de siglo, se unían ahora otras de suma abundancia en todo el Reino; el trigo villarrobletano no encontraba salida por los precios tan bajos (tal como se reconoce el expediente); San Clemente era el polo opuesto, ser cabeza política del corregimiento le procuró ventajas suficientes para convertirse en centro de actividades diversas y mantener un renacer económico que se prolongó en el primer tercio del siglo.

La persecución y secuestro de bienes a los que se vio sometido el sanclementino Ginés de Haro Cueva contrastan con la inacción del juez Casillas en Villarrobledo. Aquí todo se arreglaba con transacciones. Las mediaciones para evitar que Juan García de Vargas llevase a término sus criminales intenciones fueron constantes durante el mes de julio, una vez detectada su presencia. Destacan las actuaciones en este sentido de Diego Muñoz de la Calera, procurador de la villa en la corte. Pero estos intentos parecían más encaminados a salvaguardar los intereses y la vida del escribano Francisco Rodríguez de Arce que la persona de Catalina Martínez de Arce. Catalina había vivido toda su vida encerrada desde que se casó en su casa, a la que se accedía por una calle que daba a unas puertas cerradas de noche y que daban paso a su hogar pero también al de un alguacil del pueblo y a un horno. Yendo de marido en marido en los matrimonios concertados que le preparaba su hermano, acabó llevando una vida desgraciada junto a la familia Vargas; su corta aventura con Juan Parra fue incluso preparada intencionadamente por su marido. El ensañamiento de su muerte era muestra del odio que se tenían las diferentes personas de esta historia, incapaces de resolver sus diferencias cara a cara y hacer víctima de esos rencores y odios a Catalina.



Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN, 1923, Exp. 17. Proceso criminal de Ginés de Haro Cueva. 1611-1612


*El cuatro de septiembre de 1602, Ginés de Haro presenta ante el ayuntamiento de la villa de San Clemente el nombramiento que le confiere el título de familiar de la Inquisición para ser aceptado como tal y exigiendo se respeten las prerrogativas que tal título confiere. En la sala se hallaban presentes el corregidor don Antonio López de Calatayud, el alcalde ordinario Alonso de Guevara, y los regidores licenciado Miguel de Herreros, Jerónimo Martínez, Francisco de Astudillo, Pedro de Monteagudo, Pedro de Tébar Ramirez, Antonio García Monteagudo, Miguel de Perona Rosillo,