El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

domingo, 20 de octubre de 2019

El franciscanismo y la revolución del quinientos

Aquel año de 1511, la Mancha conquense era un lugar de insatisfacción y de oportunidades. El "take off" de las sociedades agrarias se había iniciado a fines el siglo XV, pero bruscamente se había detenido por las crisis alimentarias de comienzos de la centuria. La apuesta de villas como San Clemente por la plantación de majuelos, quizás simple necesidad de dar de beber a una población en crecimiento, allí donde el agua escaseaba o era necesidad compartirla con los animales, había desplazado el trabajo del labrador de los panes a las viñas. El cultivo de trigo se dejó en manos de los grandes propietarios; entre ellos, los Castillo, que alternarán la especulación del pan con las obras de misericordia desde una posición de fuerza. Ellos impondrán el precio del pan inaccesible para los hambrientos y ellos mismos repartirán seiscientas fanegas a la villa de San Clemente para calmar el hambre. El pan lo sacan de sus tierras de Perona, pero también de la maquila de sus molinos del Júcar; auténtica exacción feudal sobre los campesinos que cultivan las tierras cerealistas a un lado y otro del Júcar, bien en los campos nuevos de Sisante, bien al sur de Villanueva de la Jara. Campos que se han puesto en cultivo con los "inputs" adquiridos por el dinero a censo que prestan los Castillo. Esta es una familia conversa, pero no son los únicos judíos que pululan por la zona. Desde el final de la guerra del Marquesado, las rentas reales y su arrendamiento están en manos de familias judías, luego, con la expulsión convertidas, pero, en cualquier caso, con factores, conversos y cristianos, en la comarca, que actúan como recaudadores y comerciantes,... y prestamistas que ayudan a levantar las nuevas haciendas agrarias.

Es en esta sociedad endeudada, que comienza a levantar el vuelo, la que se ve azotada por la carestía, y la especulación, a la muerte de la Reina Católica. Es una sociedad rota, donde falta el pan y la carne que podía sustituirlo está en manos de unos pocos ganaderos con cientos o miles de cabezas de ovejas y cabras. Ellos también harán fortuna de la necesidad ajena; como la harán aquellos carreteros de Iniesta que bajan hasta el Campo de Calatrava, aunque hoy nos resulte difícil imaginar el beneficio sacado de un viaje de cientos de kilómetros con carretas, vadeando ríos y recorriendo caminos embarrados. Estos carreteros, obligados a comprar el trigo al precio de la pragmática de granos de 1502, a 110 maravedíes la fanega, lo vendían a doble de precio una vez llegados a Iniesta. Es también una sociedad traicionada; una sociedad que buscó la justicia social con el nombramiento de procuradores síndicos y diputados del común y que ve como estos aprovechan su integración en el poder municipal para medrar económicamente. Tal es el caso de Antón García, héroe de la guerra de Granada, instalado de San Clemente, desde su procedencia de la villa de Iniesta. Los agricultores sanclementinos verán en este valeroso caballero el adalid de la defensa de sus intereses frente a los ganaderos; Antón García, sin embargo, tejerá una red de amistades y complicidades, al calor de los recaudadores de rentas y los gobernadores del Marquesado, para hacerse con una hacienda de viñedos en el camino hacia El Provencio, que le convertirá en una de las personas más ricas de la comarca.

Mientras unos pocos triunfan, otros fracasan. Los fracasados, hambrientos y debilitados, mueren, cuando en el paso de los años 1507 a 1508, llega la peste. No hay remedio para esta epidemia, que no sea le cerrar las villas y, si aún así el mal pasa, escapar. Es lo que hacen los ricos, como los Castillo, que huyen de San Clemente a Vara de Rey, a comienzos de 1508, y también los campesinos: los vecinos de Torrubia, aldea del Castillo de Garcimuñoz, se van del pueblo; únicamente tres personas quedaran de las cuarenta familias que habitan el pueblo.

La carestía y la peste arruinan los pueblos, pero son el acicate que provocará la revolución y el despertar de los mismos. Los hombres deambulan de un lugar para otro; unas veces, de la necesidad y de la enfermedad, otras, de la opresión señorial de los señores de El Provencio, Santa María del Campo o Minaya. Sin saber donde ir, acuden sobre todo a la villa de San Clemente. Van en busca de oportunidades, pero también de solidaridad. ¿Por qué la han de encontrar en la villa de San Clemente? La respuesta es que desde 1503 unos cuantos franciscanos, participando de los ideales de pobreza y austeridad de la reforma cisneriana de la orden, han actuado como elemento de cohesión de una sociedad desvencijada, recogiendo las escasas limosnas de los vecinos las han repartido entre los más necesitados y han cuidado a los apestados. Es esta solidaridad, recuperada por los franciscanos, la que atrae a los hombres, les hace recuperar su orgullo y tener la determinación para crear una sociedad nueva. Dos serán los símbolos de esta nueva sociedad: las casas del ayuntamiento, presidiendo la plaza pública, que alejan a los hombres del control de la Iglesia de Santiago, en cuyo pórtico, celebraban anteriormente los concejos, y en cuyo interior se levantan las capillas de principales del pueblo (Pachecos de Minaya, los Herreros, principales dueños de ganados, los Rosillo, adalides de la Corona, o los Pallarés, siempre a la sombra del poder), y la erección de una nueva iglesia. El nuevo templo es la iglesia de Santa María de Gracia; erigida en suelo, cedido por Alonso del Castillo, en una de esas cesiones obligadas para que no le recuerden su sangre judía, las piedras son apiladas con el esfuerzo y el dinero de los sanclementinos. Es un templo que acoge a todos, especialmente, a aquellos que, mirando, hacia atrás, han abandonado sus lugares de origen y sus raíces. Son los hombres llegados sin nada al Arrabal, donde se construyen pobres casas de adobe, refugio asimismo de aquellas familias como los Origüela o los Rodríguez, no aceptados en el pueblo por su sangre judía; son los viejos recaudadores de impuestos, como los Abrabaneles, y esos otros que siguen su estela desde Tierra de Campos, los de la Fuente y los Ruiz de Villamediana, y son los miembros de la propia familia Castillo, en cuyo linaje recaen tres estimas imperdonables: ser judíos, ricos y criados del marqués Diego López Pacheco.

Es ese mundo heterogéneo de desarraigados, advenedizos, repudiados y marginados el que encontrará una casa común en el convento de Santa María de Gracia y en los franciscanos un referente de abnegación y solidaridad. Unos pobres frailes franciscanos serán el elemento catalizador de la mayor revolución económica y social que se vivirá en las tierras conquenses del comienzo del quinientos. Únicamente la ignorancia del arrogante nos impide recuperar la memoria del pasado y condenar a la destrucción las huellas materiales del pasado. Hoy, el convento de Santa María de Gracia, nos muestra en las formas achaparradas del exterior, la pobreza de unas sociedades harapientas que lo crearon, y en la belleza de su interior, el alma orgullosa y limpia de aquellos hombres del quinientos. De la necesidad y la firmeza de las creencias, nace el orgullo de unos hombres que se creían dioses, pero tenían conciencia de su naturaleza humana. De la prepotencia y la vacuidad, la miseria moral de la apariencia, la vanidad y la nada.


Iniesta y la Ensancha de Alarcón


A los pleitos de terrazgos y labranzas entre Alarcón e Iniesta, se unían otros como el derecho de pacer con ganados mayores y otro particular que era la construcción por los vecinos de Alarcón de casas en la dehesa de Domingo Pérez al calor de la labranza de tierras en estas dehesas
en el pleyto que el mismo trata (Pedro de Mondéjar, procurador de Iniesta) contra la dicha vylla de Alarcón, sobre el labrar e faser casas en la dehesa del Villar de Domingo Pérez
Más que las disputas entre las villas, la causa de los enfrentamientos era una sociedad en rápido crecimiento y en movimiento constante. Los lazos familiares ya no estaban encorsetados en el interior de los pueblos ni siquiera en el círculo estrecho de las poblaciones próximas, sino que se desparramaban por un radio de acción más amplio, sin que dichos lazos se rompieran. El éxito social y económico era una llamada al resto de miembros de la familia para cambiar la residencia. Juan Martínez Prieto el viejo, vecino de Villanueva  de la Jara de cincuenta y siete años, nos recordaba en 1511 una parte de su familia desperdigada por diversas poblaciones: Pedro Martínez, morador de Olmedilla, y Fernando Madrigal, vecino de San Clemente, aunque con labranzas en Tébar, eran parientes en cuarto grado; una primo hermana de su mujer vivía en Iniesta, donde había casado. Pedro Martínez el viejo era un hombre comprometido con su tiempo, había participado en las guerras del Marquesado, participando en las contiendas medio año en la villa de Iniesta, al tiempo que reconocía mantener lazos en los últimos cuarenta años con la villa de Alarcón, obligado y movido por los negocios. Nacido en Villanueva de la Jara hacia 1454, el espacio vital en el que se movía Juan Martínez Prieto era las tierras situadas entre la Jara e Iniesta, que después de la guerra conservará Alarcón. Él también había dado el paso de pastor a la labranza de estas tierras llecas. Era de esos hombres que reconocían por espacio vital la vieja tierra de Alarcón, antes que los nuevos límites establecidos por las villas de realengo tras la guerra. Para él, los únicos mojones visibles eran esos de la altura de un hombre y de cal y canto y esos otros de piedras allegadizas entre ellos, fijados desde tiempo inmemorial, que señalaban la separación de las tierras de Alarcón de esas otras de Cuenca, en la que estaba integrada Iniesta, de Chinchilla y de Jorquera. Mojones altos como un estado del hombre. El estado era una medida de longitud asimilado al cuerpo humano que medía igual el esfuerzo humano para levantar un mojón o el realizado para cavar un pozo. Era común que los hombres cavaran pozos de tres o cuatro estados en busca de agua, aunque, en ocasiones y con orgullo, relataban gestas de pozos de doce estados. En aquella época el hombre era la medida de todas las cosas, si bien sería mejor decir que el trabajo era el que daba valor a las cosas y sus logros tenía por medida de comparación el cuerpo del hombre que las había creado.

Juan Martínez Prieto el viejo había sido de joven pastor de Juan García el viejo, vecino de Villanueva de la Jara. Hablamos de la época de transición inmediatamente anterior a la guerra del Marquesado. Una guerra que él había conocido con apenas veintidós o veintitrés años, pero que le había forjado como hombre. Era un testigo excepcional de su época; gracias a él conocemos el poblamiento y nacimiento de las poblaciones de lo que luego será llamado la Ensancha de Alarcón. En aquellos años previos a la guerra unos pocos hombres hicieron posible el milagro del nacimiento de lo que luego serán núcleos poblados. Se movían entre el control de Alarcón de unos términos propios y la libertad que otorgaba la lejanía de la villa madre. Alarcón se reservaba el derecho de dar licencia para que los ganados mayores pacieran en su suelo, pero los testigos reconocían que los iniestenses pastaban sin necesidad de licencia alguna, aunque eran conocedores del peligro de que sus ganados fueran quintados. Bien es verdad que había una ley no escrita: las crías yeguares nacidas en el verano podían pacer libremente hasta marzo del año siguiente.

Esos pocos hombres, que dieron lugar a nuevas formas de poblamiento, tenían nombre y apellidos. Hemos de suponer que su riesgo y su aventurismo, recorriendo como pastores los pastos y labrando con sus yuntas las tierras, ponía en entredicho el derecho de propiedad de Alarcón sobre estas tierras y sería la verdadera razón local de la guerra en esta zona, lucha fratricida por los pastos y la propiedad de la tierra de unos hombres que poco sabían de guerras sucesorias al trono. Eran vecinos de Iniesta; sus nombres eran Juan Garrido, que con sus yeguas monopolizaba las aguas de lo que entonces era uno de los abrevaderos del pozo de las Madrigueras, y Juan Fernández que levantó casa de labranza en lo que con el tiempo sería el futuro lugar de Casas de Juan Fernández; Juan Martínez Prieto daba fe de haber conocido personalmente a estos hombres y se maravillaba de que los caballeros de Alarcón no actuaran contra ellos. Pero había también otros hombres, cuyos nombres no conocemos, que levantaban nuevas casas aisladas en la dehesa de Domingo Pérez, dando lugar al embrión de lo que luego sería Casas del Olmo. El toma y daca por el control de esta dehesa y tierras daría lugar a un largo pleito en las dos primeras década del siglo XVI entre las villas de Iniesta y Alarcón.

Juan Martínez Prieto databa la presencia de iniestenses en Madrigueras desde el año 1468 o 1469. Citaba como las yeguadas de Juan Garrido el viejo, Juan García el viejo (quizás el mismo que hemos citado como amo de nuestro testigo en Villanueva de la Jara y que estaría ligado a los García de Mingo Juan de Iniesta) y Pedro Jiménez Contreras, pacían por el pozo de Madrigueras en aquellos años. No eran los únicos, pues hasta allí llegaban otros ganados como  los de Miguel Aparico, morador en Motilla, pero a diferencia de estas viejas trashumancias locales, los iniestenses querían el control del territorio propiedad de Alarcón como zona de expansión propia. Es dudosa la existencia de asentamientos fijos en Madrigueras hacia 1460, aunque si que existían casas aisladas más al norte, como la de Gil García, la Albarrilla o el villar de Mingo Pérez, dedicadas al cultivo de cereal y con la que Alarcón había llegado a un acuerdo en 1462 de permitir estas explotaciones a cambio de un tanto alzado en el pago del diezmo. Madrigueras y su pozo era un lugar de paso para las vacadas y yeguadas de los pastores de Iniesta. Paisaje escasamente vigilado por los caballeros de sierra de Alarcón. Sancho Martínez, un almodovareño que había ejercido de pastor para varios amos, nos relataba como los pastores estaban habituados a dar esquinazo a Juan de Sevilla, caballero de sierra de Alarcón, que andaba detrás de las yeguadas iniesteneses. Tiempo después Mateo Sánchez Fortún atravesaba estos términos con cargas de naranjas ante la mirada indolente de los caballeros de sierra Garci de Alarcón y Casabona, incapaces de imponer la autoridad de Alarcón en estas tierras en los años ochenta.

Después de la guerra del Marquesado hay una intromisión de Villanueva de la Jara, aprovechando la jurisdicción obtenida sobre las alquerías aisladas en medio del suelo de Alarcón, los jareños intentan hacer extensiva su jurisdicción de los núcleos habitados al campo. Villanueva de la Jara se dota de caballeros de sierra propios. El derecho de jurisdicción se ejecuta llevando un real por yegua encontrada paciendo en las yerbas que la Jara pretende suyas. En la década de los ochenta el guarda Juan Pastor y sus compañeros prendan varias yeguas de Alonso Martínez de Torralba, vecino de Iniesta, y son llevadas a la plaza pública de la Jara hasta el pago efectivo de las multas. Villanueva de la Jara intentaba suplantar el espacio ocupado por las yeguadas de Iniesta con las yeguas de sus propios vecinos, tales como Alonso Martín y Alvar Gómez el viejo. Hay en esta década de los ochenta ciertos personajes que se nos escapan, más que nada por la duda que nos plantean por su relación con otros personajes principales de Villanueva de la Jara. Hablamos del enigmático personaje conocido por la vieja de Tébar, poseedora de setenta yeguas. Su nombre real era María de Correa, casada con Juan López de Tébar, tal vez relacionado con la rama de los López de Tébar de la Jara. Las yeguas de  la viuda fueron prendadas por los caballeros de sierra de Alarcón, María de Correa tuvo que pagar por mano de uno de sus hijos tres mil trescientos maravedíes y avenirse a concertarse con el concejo de Alarcón a pagar siete maravedíes anuales por cada una de las yeguas que paciera en la dehesa de Domingo Pérez. Aparicio de Tébar, uno de los hijos de la viuda, reconocía que se truncaba así una vieja tradición de libre pasto en la dehesa mencionada; otros, como los herederos de Aparicio Sánchez de las Heras, decidieron igualarse con el concejo de Alarcón para evitar problemas con sus yeguadas.




Testigos favorables a Alarcón

Juan Martínez Prieto el viejo, vecino de Villanueva de la Jara, 57 años
Juan de la Parra, vecino de Almodóvar del Pinar, 86 años
Sancho Martínez, vecino de Villanueva de la Jara, 65 o 66 años
Alonso del Cañavate, vecino de Villanueva de la Jara, 61 o 62 años, pariente en cuarto grado de Pedro de Castañeda y sus hermanos. Vecino de Villanueva desde 1475
Mateo Sánchez Fortún, vecino de Villanueva de la Jara, 46 años de edad. Primo hermano de Diego de Alcalá, vecino de Iniesta. Asentado en la Jara, desde 1480
Bartolomé de la Roda, natural y vecino de Villanueva de la Jara, entre 65 y 70 años, hijo de Juan Sánchez de la Roda, nacido hacia 1400
Juan García, vecino de Villanueva de la Jara
García Escribano, morador en Pozoseco, vecino de Villanueva de la Jara, 52 años
Gil de Poveda, pastor de Aparicio de Tébar, vecinos de Zarra (Reino de Valencia). El segundo es hijo de Juan de Tébar y la vieja de Tébar y hermano de María Escalante
Juan Escribano, vecino de Villanueva de la Jara y morador de Quintanar, setenta años
Martín de Valbuena, más de 40 años, y Diego el Rubio, 46 años, hijo de Juan Rodríguez, moradores en Valhermoso. Ambos caballeros de sierra de Alarcón

domingo, 13 de octubre de 2019

Iniesta y el nacimiento de Madrigueras

Plano de Madrigueras, en el Catastro del Marqués de la Ensenada
Desde el cerro del Hocino, que marcaba los límites entre Iniesta, Villanueva de la Jara y El Peral, hasta el Júcar se extendían las tierras de la Ensancha de Alarcón. Una cuña de tierra, perteneciente a Alarcón, que había quedado tras la guerra del Marquesado en tierra de nadie; una tierra vertebrada en torno a la cañada de la Calera, perteneciente al suelo de Alarcón y que continuó perteneciendo a esta villa tras la guerra, pero una tierra vacía de hombres en 1480. Juan Rico, un vecino de El Peral, acompañaba de niño a su padre a labrar estas tierras, aunque lo más común era que la zona fuera lugar de pasto de los bueyes, yeguas y otros equinos de los vecinos de Iniesta. Por el suelo de Alarcón, los inestenses recorrían el territorio con toda libertad hasta llegar al río Júcar, en el vado de la Motilleja. Las yeguas de los hermanos Diego y Alfonso Martínez de Correa andaban por la Cañada Calera y los Camarales.

La cría de mulas había convertido la posesión de yeguas en un oficio lucrativo. Poseedores de yeguadas eran el iniestense Juan de las Heras, con veinticinco animales, o el padre del mencionado Juan Rico, del mismo nombre. El final de la guerra del Marquesado había levantado nuevas fronteras, que contrastaban con la actividad de unos hombres que convivían y compartían un espacio aún no apropiado. Alonso de Córdoba o Benito Gómez, al igual que Juan Rico padre, todos vecinos de El Peral, alternaban sembrar la tierras de Alarcón en torno a la cañada Calera con el oficio de yegüerizos, una labor que solían dejar en manos de sus hijos, que después, hacia el año 1516, nos rememorarán aquellos tiempos.

Paradójicamente, eran estas tierras remotas de Alarcón, un lugar de encuentro entre perdedores y vencedores de la pasada guerra. No obstante, si bien los colonos jareños dominaban en el entorno de Quintanar y Tarazona, los iniestenses imponían su presencia en Casas de Gil García y Madrigueras. Aún así, en esta comarca había sitio y tierra para todos. Nuestro protagonista, Juan Rico apenas recordaba pasar por allí a los caballeros de sierra de Alarcón y cuando lo hacían, como quería recordar de uno de ellos, apellidado Casanova, era para respetar los usos comunales de los hombres que labraban o pacían con sus ganados; es más, Juan Rico no recordaba que don Diego López Pacheco hiciera valer sus derechos sobre la zona.

Casas de Gil García y las Madrigueras eran núcleos de atracción de la población, si bien el primero estaba más consolidado: Juan de Urrea, nacido hacia 1490, formaba parte de la segunda generación, era ya natural de Gil García. El mismo reconocía ser jareño por accidente, tanto por la decisión de los amojonamiento de los ochenta de dejar las casas de la aldea de Gil García bajo jurisdicción de la Jara como por la emigración de su padre en busca de fortuna. Su padre, Miguel de Urrea había llegado de Iniesta; a los siete u ocho años, el hijo ya araba con dos yeguas, la familia poseía otras cuatro o cinco; pocas si las comparamos con la gran yeguada que debía poseer Aparicio Sánchez de las Heras, pero suficientes para explotar una hacienda que les permitía tener un criado requenense a soldada. Otros como el iniestense Juan Garrido el mozo era dueño de más de treinta yeguas; era uno de los principales de la villa de Iniesta, sus mozos llevaban a herbajar los animales hasta las orillas del Júcar, aunque era obligado el descanso para abrevar en lo que entonces era el pozo de las Madrigueras. Lo que era tránsito con las yeguas en un principio había llevado a Juan Garrido el mozo a asentar su morada en Madrigueras hacia 1490, aunque la presencia de la familia es anterior. Es en esta década, cuando la nueva población comienza a despegar, la llegada de los iniestenses fue pareja seguramente a la llegada de miembros de las familias del Valdemembra, los Simarro o los Mondéjar. Por entonces la naciente aldea vivía una implosión económica, ganando tierras para el pan y, sobre todo, la plantación de nuevos majuelos que se internaban en las tierras adehesadas de Pedro Baeza. Los iniestenses conocían bien la zona, por su presencia ya desde los tiempos del maestre Juan Pacheco, aunque sus ocupaciones habían mutado en el tiempo: en la década de los sesenta ya tenemos noticia de unos primeros colonos, en Gil García, que entran en colisión con el arciprestazgo de Alarcón por el pago de los diezmos y con el mismo Juan Pacheco, que exige un cahíz de cada quince como renta por la propiedad de unos terrenos llecos que se arroga. Los años posteriores a la guerra del Marquesado, los iniestenses vieron en las nuevas tierras una zona de expansión propia en la que no reconocían autoridad alguna de los Pacheco, que tardarían en reaccionar hasta avanzada la segunda década de los ochenta. Para el año 1488, un juez de comisión, Bartolomé Santacruz, concede a los Pacheco el derecho eminente que pretenden sobre estas tierras llecas, pero rebajando el canon a pagar conjuntamente por los labradores iniestenses a una cantidad menor de cincuenta fanegas. Los yegüeros de comienzos de los ochenta, los de las Heras o los Garrido, pero también los Mondéjar o los García de Mingo Juan (familias que pasaban por enemigas declaradas de los Pacheco), acompañados de sus criados, empezaron a ver como un lugar de asentamiento provechoso lo que entonces era una comarca definida en torno a Gil García, Madrigueras, la Albarranilla (ahora llamada Burrilla) y la cañada del Halcón. Les seguirían otros de las villas del Valdemembra, pero hasta comienzos de siglo había tierra para todos o, al menos hasta ese momento, los Pacheco y la villa de Alarcón no se sienten en una posición de fuerza para frenar la colonización de los labradores de Iniesta y el libre paso de sus ganados mayores.

La situación al acabar la guerra del Marquesado en 1480, poco tenía que ver con la de veinte años después: la roturación de tierras había expulsado a los ganados. Tenemos constancia que en la Ensancha de Alarcón pastaban en los ochenta los ganados del jareño Alonso Sánchez, que eran rebaños de ovejas, o las cabras de Alonso Lázaro, vecino de El Peral, que compartían las yerbas con las yeguadas de los iniestenses; se reconocía la propiedad de más de doscientas yeguas en manos de tres propietarios: Aparicio Sánchez de las Heras, Juan de Correa y Juan García de Mingo Juan. Claro que si las tierras de pan, (o los viñedos de Madrigueras) expulsaron a las ovejas, se ofrecieron también como nueva oportunidad para las yeguadas, que de criar caballos para la guerra pasaron a criar mulas para la labranza. La mula ya estaba introducida en el paisaje hacia 1480, con ellas labraban un moro y un jornalero de Alonso García de Mari Bellida, cerca de Madrigueras.

Si la presencia de los vecinos de Iniesta en estos parajes era vieja, su asentamiento también. Hacia 1480, Juan Garrido el viejo ya había levantado una casa en Madrigueras, según aseveraba su cuñado Juan de Olmedo, que trabajaba las tierras. Aunque Juan Garrido el viejo vivía en Iniesta, no perdía la relación con el paraje de las Madrigueras, donde pacían sus yeguas, a cargo de su hijo Juan el mozo. La yeguada, hasta un total de setenta animales, aprovechaba las aguas del pozo de Madrigueras, de los lavajos y del vado de la Motilleja.

El primer núcleo de los Garrido en Madrigueras, pronto atrajo a otros foráneos. Benito Gómez, hijo de Alonso Sánchez de Mondéjar,  nacido y criado en El Peral, se había establecido en Madrigueras hacia 1490, pero su presencia en la zona era anterior  y conocía muy bien lo sucedido a partir de 1480. Unos pocos años antes se había establecido en Madriguera Andrés de Aroca, procedente de Carcelén; su destino era Villanueva de la Jara, pero en el camino se habían topado con esta aldea, que no conocía; lo que era descanso obligado del viaje, se convirtió en residencia definitiva de la familia. Los Aroca, tal como recordaba  el hijo Pedro treinta años después, habían llegado con lo puesto y habían ejercido el oficio de pastores de cabras al servicio del jareño Juan de Ruy López el viejo, para asentarse en la segunda generación como labradores en Madrigueras, pero aún recordaban cómo las Madrigueras era un coto cerrado de los Garrido de Iniesta, que controlaban el único pozo de agua existente en el lugar: 
que puede aver treynta años poco más o menos tienpo que su padre deste testigo que se llamaua Andrés de Aroca viniendo con su mujer e con sus hijos e este testigo con ellos que se venían a beuir a Villanueva de la Xara de camino llegaron a rreposar en medio del día en el aldea de Madrigueras que la dicha aldea conosçe que está poblada en el suelo e término de la villa de Alarcón entonçes vido este testigo que sacauan agua de un pozo que estaua al canto de las casas de la dicha aldea y lo echauan la dicha agua que sacauan en unos dos dornajos y el uno dellos tenía una tapa con un candado e vio que el dicho su padre presentó a los que sacauan la dicha agua que el uno dellos se nonbraua allí por su nonbre Juan Garrido el viejo que por qué tiene él un dornajo de aquellos la dicha çerradura  y el otro no e les rrespondieron porque avía en el verano en aquella tierra gran falta de agua e que aquella agua que echauan en el dornajo que tenía çerradura hera porque beuiesen las yeguas de Juan Garrido el moço, veçino de Yniesta, que andava paçiendo por los términos de la dicha villa de Alarcón y entonçes las esperauan que avían allí de venir a beuer e ansymismo dixo que vido este testigo que los onbres que allí estauan dixeron al dicho su padre deste testigo que ansy como acabauan de dar agua a las yeguas del dicho veçino de Yniesta en el dicho dornajo sy alguna en él quedaua que el dicho veçino de la villa de Yniesta echaua su tapa e le çerraua con su candado porque que quedase guardada el agua para otra vez que volviesen a beuer las dichas yeguas

La cría de ganado yeguar estaba muy extendida en los límites entre Iniesta y las villas del Valdemembra. Los vecinos de El Peral participaban en esta actividad; conocemos sus nombres: Juan de Espinosa, Diego Simón, Alonso de Córdoba y Juan Rico. Los peraleños compartían pasto con los iniestenses, hasta que la extensión de las labranzas provocó un declinar de la cría de yeguas. Habría que esperar hasta comienzos de siglo para que las yeguadas de un iniestense llamado maestre Andrés, poco más de medio centenar de equinos, volvieran a verse por la zona, en la cañadilla de la Sima y en la hoya del Blancar. Las yeguas de maestre Andrés fueron seguidas de las yeguas y vacadas de otros vecinos de Iniesta, pero la villa de Alarcón estaba dispuesta a romper con los viejos usos comunales que habían nacido cuando todas estas tierras estaban bajo el dominio del maestre don Juan Pacheco. Desde comienzos del siglo XVI, los caballeros de sierra de Alarcón empezaron a entorpecer el tránsito de las yeguadas de Iniesta; desde 1510, la villa de Alarcón, y los Pacheco, cerraron el paso y negaron la presencia de los ganaderos de Iniesta en esta zona.


Fuente: ACHGR. PLEITOS. 1426-6