El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

Imagen del poder municipal
EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

domingo, 24 de octubre de 2021

Una visión de San Clemente en 1500

 En un principio, San Clemente enterraba a sus vecinos en el cementerio aledaño a la iglesia de Santiago en su lado oeste. Los cementerios eran lugar de enterramiento, en su función primordial, pero asimismo lugar de recogimiento y oración y, hecho menos conocido, lugar de reunión de los ayuntamientos de los concejos. Tenemos constatada la celebración de ayuntamientos en los cementerios anejos a las iglesias de El Peral o Motilla del Palancar y, avanzado el siglo XVI, en Las Pedroñeras. El cementerio era lugar donde reposaban los antepasados y su memoria y tradición estaba presente. La celebración del concejo pasó del cementerio al pórtico de la Iglesia. En el pórtico de la puerta sur de la iglesia de Santiago, dedicada al mencionado apóstol, se celebraron los ayuntamientos de la villa de San Clemente hasta iniciada la década de 1490, cuando se construyen unas casas nuevas de ayuntamiento, anteriores a las actuales de la fundación Antonio Pérez, en cumplimiento de una ordenanza de los Reyes Católicos de 1486. Ni qué decir tiene que el urbanismo de la actual plaza del Pósito o de la Iglesia poco tenía que ver con el actual. Un olmo, acorde con la rancia tradición castellana, dominaba la entrada por la puerta de Santiago al templo parroquial. El olmo servía como improvisado patíbulo, así durante el año 1477, cuando colgaron de una de sus ramas a un tal Peñasco, líder de un plan meditado por Juan López Rosillo para matar a los conversos de la villa. Es probable que se trasladara a esta plaza el rollo o símbolo jurisdiccional de la villa, tal como nos aparece en documentos gráficos de 1920 (antes de ser sustituido al acabar la guerra civil por un monumento a los Caídos) pero eso sería ya avanzado el siglo XVI. En cualquier caso, el símbolo jurisdiccional de la villa, la horca de tres palos, se situaba a la entrada del pueblo por los caminos que conducían a Alarcón o Vara de Rey, en una pequeña elevación, donde se situaba la ermita de San Cristóbal. Tal vez la razón no fuera otra que, más allá de fundaciones legendarias, el origen de San Clemente estuviera en el pozo de la Herroyuela, lugar de tránsito de pastores y abrevadero de sus ganados. Es en esta parte del pueblo, apartados a un lado, donde se ubicarán los conventos franciscanos buscando la limosna de los viajeros. Esa era la entrada principal a la villa que llegaba hasta la plaza de la iglesia y luego la plaza mayor, presidida por el ayuntamiento, por la calle mayor, que no es otra que la comercial calle Boteros actual. Otros caminos unían a San Clemente con los pueblos vecinos, pero la importancia de los mismos era subsidiaria de los nuevos centros poblacionales y de poder que nacían en la zona; las ermitas se localizaban en estos puntos de entrada al pueblo, tales como la del Remedio al sur o la de San Roque en la salida hacia Belmonte, aunque si le viajero se encontraba la imponente cruz de alabastro, visible en los arcos abiertos de San Roque, viniendo de Belmonte, la impresión al entrar a la villa debía ser bastante pobre en el resto de caminos. Nos hemos de preguntar qué pensarían los Reyes Católicos al cruzar el insignificante río Rus y encontrarse a unos villanos plantados en el puente del Remedio exigiendo la jura de unas cartas reales dadas doce años antes. Y es que, a pesar de estar en un suave altozano, la imagen de un viajero que visitara San Clemente el año 1500 era la de un horizonte plano, sin edificio destacable, más allá de su vieja iglesia y su torre aneja y esa otras más imponente Torre Vieja levantada por el corregidor Hernán González del Castillo. Si existían casas principales, destacaban por su extensión horizontal que por su altura, poco que ver con los palacios de dos pisos del siglo XVII, cuya altura solo se empieza a ensayar el siglo anterior, en el que predominan las casas palacio rodeadas de tapias, con entrada principal de sillares a un patio, dominado por un aljibe o pozo, donde se distribuyen las estancias domésticas y, tanto o más, las dedicadas a los animales y utensilios agrarios. Son casas de una planta, sobre las que se eleva una falso segundo piso o cámara con finalidad de granero; estructura que se repite con menos pretensión en las casas del común, donde a pesar de todo, la teja se impone sobre el adobe de la pared. Es mediados del siglo XVI cuando aparece un tipo de casa importada y organizada en torno a patio cuadrangular porticado, al que se accede por zaguán, con columnas rematadas por zapatas sobre las que descansa piso superior y del que la casa de los Picos nos ha quedado como ejemplo. Esa es la razón por la que el sanclementino de 1510 vería con ojos asombrados la erección del convento de los Nuestra Señora de Gracia, que hoy nos parece un templo achaparrado, como vería estupefacto las nuevas casas del ayuntamiento levantadas a comienzos de siglo, de dos plantas y con un corredor superior desde el que se salvaban los tejados de las casas de la villa para ver extenderse los campos en el horizonte.

sábado, 16 de octubre de 2021

BIBIANO HELLÍN Y LA CONSPIRACIÓN DE 1831

 

Contestando a los particulares que V. me pregunta en su precedente oficio y por el mismo orden de su extensión, debo manifestar:

No ha llegado a mi noticia que en los meses de febrero, marzo y abril últimos se hayan presentado en esta villa ni sus términos partida alguna de caballería ni de infantería con objeto del horrendo crimen de conspiración contra nuestro legítimo soberano, ni tampoco don Víctor Hernández y demás personas que V. cita; que don Bibiano Hellín según se decía de público estaba designado para jefe de un cuerpo, en el caso de haber hecho explosión la revolución proyectada, que Antonio López el Dragón cumplió su condena en presidio por desafecto a S. M. y con efecto hace bastante tiempo se ausentó de su casa en esta villa y pasó a la de el Pedernoso, de donde es natural y tengo entendido ha hecho algunos viajes al Provencio y esta población a ver su familia, no siéndome repugnante su ocupación como emisario de don Bibiano Hellín, pero no tengo datos positivos en qué apoyarlo, que el Hellín estuvo efectivamente en el mes de marzo o abril en la Roda, a curarse de un brazo, pero no con pasaporte mío, porque como militar cuya impurificación en 2ª instancia no se me ha comunicado todavía de oficio, depende de la autoridad militar, y por entonces llegué a entender, que este comandante de armas le dio un pase al indicado objeto; que ningún pasaporte he librado a vecino alguno de este pueblo para la Mota del Cuervo a curarse de un brazo, cuyo hecho tal vez sea una equivocación y aplicable al don Bibiano Hellín, por lo que dejo referido, que aunque ha sido la conducta que este ha observado, ha sido muy política y recatada, siempre es tenido como sospechoso y decidido por el sistema abolido, en cuyo caso, a el primero, el de haber sido comunero y pertenecido al Escuadrón Franco de Cuenca sin que dejaren las armas a la secreta que ya se disolvió, se hallan también José Mª Roldán, Julián Montero Moreno, Proceso y Juan Girón, con Doroteo y Cayetano Montero, que don Diego de Haro, José Martínez Cabrera, don Manuel Camuñas, Juan Francisco Calvo, Francisco Maldonado, don Sebastián Martínez, José Clemente Villanueva, Antonio López el Dragón y José Cantero fueron voluntarios nacionales decididos con exaltación por el abolido sistema, pues aun cuando hubo otros, algunos de ellos no manifestaron tal adhesión y los demás se inscribieron por conservar el buen orden y tranquilidad pública amenazada por los que componían el Tercio que en un principio hubo, contrarrestando su fuerza, con la que casi en un día se aumentó quitando el mando al comandante que tenían, cuya disposición proyectada por personas adictas a Nuestro Soberano tuvo los mejores resultados, sin que pudiera puntualizarse sus nombres, con motivo de que a virtud de real orden se remitieron a la Junta reservada de Estado los libros de acuerdos de el Ayuntamiento y todos los papeles correspondientes al gobierno llamado Constitucional y que aun cuando don Isidoro López Denia, don Joaquín María y don Joaquín Melgarejo don Ramón Pradas, don Pedro José Risueño, Nicolás Mateo, Bartolomé y Marcos Girón, Veremundo Medrano, son tenidos por adictos al abolido sistema, no se han pronunciado con hechos que puedan corroborar tal opinión, desde que aquel fue extinguido.

Único que con la verdad que me es propia puedo y debo informar

Dios guarde a V.M., a San Clemente, 22 de julio 1831

Ignacio Mariano de Mendoza, Sr. Comisionado en Causa de Estado

AMSC, CORREGMIENTO, Leg. 7/10


martes, 12 de octubre de 2021

HERNANDO DEL CASTILLO E INESTROSA CONTRA JUAN ROSILLO, ESCRIBANO

 

Hernando del Castillo e Inestrosa vivía en 1549 el cénit de su poder y poco hacía presagiar las desgracias familiares que llegarían a él y sus hermanos en la década siguiente. Hernando era señor de Valera de Yuso y La Losa y regidor perpetuo de San Clemente, pero sus enemigos ya andaban al acecho. La Losa no dejaba de ser un paraje junto al río Júcar en torno a los molinos familiares. Los Castillo habían fracasado en su intento, ya desde el abuelo el alcaide de Alarcón, de apropiarse un territorio adehesado y perdido en 1528 el pleito con la villa de Alarcón. Ahora, los enfrentamientos eran con Vara de Rey, que había conseguido el villazgo en 1537. Martín de Buedo, alcalde de Vara de Rey, como acompañado del juez de mestas, Antonio Carrascal, habían sentenciado que un terreno que intentaba apropiarse Hernando del Castillo, junto a las vertientes del río Júcar, era vereda de paso y abrevadero de los ganados mesteños. El pleito de Hernando del Castillo se remontaba a 1547 e iba referido al que mantenía con los alcabaleros de Vara de Rey por el pago de alcabala por las moliendas del molino de la Losa y la pretensión del concejo de Vara de Rey para cobrar esa alcabala. Hernando del Castillo había buscado el amparo del concejo de San Clemente, asentando con dicho concejo el pago de alcabala y no con el de Vara de Rey. A pesar de este asiento, Hernando del Castillo sería condenado a pagar cuarenta mil mrs. por el concejo de Vara de Rey, mientras el concejo de San Clemente olvidaba sus compromisos. Confluían en este pleito tanto las necesidades financieras de Vara de Rey, tras la compra de su villazgo y de la aldea de Sisante, como el recelo que inspiraba Hernando del Castillo y su control de la política concejil sanclementina.

En San Clemente, el recelo contra Hernando iba en aumento, se veía con desconfianza su proximidad a los gobernadores del marquesado. Los Rosillo no habían olvidado sus odios a esta familia de conversos, en especial Juan Rosillo, escribano del ayuntamiento, al que Hernando acusaba de perder, en su oficio, los papeles de los pleitos en los que Hernando estaba implicado con el concejo de San Clemente, que le debía en concepto de alcabala 40000 maravedíes. Hernando del Castillo ganó sentencia favorable que obligaba a Juan Rosillo a pagarle los 40000 maravedíes que le debía el concejo. La razón era que el pleito entendido por el alcalde mayor hacía dos años obraba en los papeles de la escribanía de Rosillo, que ahora se negaba a entregarlos ante el nuevo alcalde mayor para hacer cumplir la sentencia. Sin papeles no había pleito, sin pleito no había sentencia definitiva y sin sentencia no había reparación en su derecho para Hernando del Castillo. El problema no era menor, pues los gobernadores y alcaldes mayores entendían en primera instancia, violando aquella que por privilegio tenían los alcaldes ordinarios, pero los pleitos llevados ante los escribanos de las villas por donde pasaban quedaban en su poder, quedando los pleitos inconclusos.

El pleito se había desarrollado en junio de 1547, ante Juan Rosillo, pero había desaparecido de su poder. La pérdida de pleitos por escribanos no era algo nuevo. Los escribanos lo eran del número, es decir, para dar fe en asuntos entre particulares, pero, cuando eran nombrados, también lo eran del concejo, pasando ante ellos los pleitos en los que entendían los alcaldes ordinarios y justicia del marquesado. Era normal que los escribanos confundieran entre los papeles de su oficio y esos otros generados en la acción judicial, saliendo los pleitos de los ayuntamientos de las villas, aunque, al menos en este caso, lo que ocurrió es que se sacó del ayuntamiento y su archivo el pleito original para que diera su parecer el bachiller Rodríguez, letrado de prestigio en San Clemente, aunque el pleito volvió al ayuntamiento y a poder de su escribano, Juan Rosillo, posteriormente sería entregado por este al licenciado Perona, letrado de Hernando del Castillo. A partir de aquí, nadie sabía dónde paraban los papeles.

El pleito, apelado por Juan Rosillo, acabaría el año 1550 en la Chancillería de Granada, donde quedaría inconcluso

 

Testigos:

Francisco Huerta, 35 años, lleva los negocios de Hernando del Castillo

Francisco Jiménez, 49 años, regidor

Licenciado Perona, 49 años

Bachiller Avilés, 36 años, abogado por la villa de San Clemente en el pleito

Cristóbal de Tébar, 53 años, regidor

Alonso García, 42 años

Ruy González de Ocaña

Alonso de Belmonte y Francisco de Ocaña, 30 años, procuradores de la villa de San Clemente


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA, PLEITOS, 13986-7

domingo, 3 de octubre de 2021

Lope Rosillo

En 1494 eran alcaldes ordinarios de la villa de San Clemente Juan González de Orihuela y Martín López de Tébar. Ante ellos se presentó el procurador Gonzalo Vázquez en nombre del menor Fernán Vázquez de Haro con una carta de la obligación contraída por Lope Rosillo con su representado. Lope Rosillo era deudor de ochocientos maravedíes, correspondientes a ciento trece cabezas de ganado lanar y cabrío que Fernán Vázquez de Haro le había vendido. Pasado el plazo de pago, Fernán Vázquez de Haro pedía ahora una cantidad incrementada hasta 1356 maravedíes, por las rentas que la explotación del ganado había procurado a Lope Rosillo en ese tiempo y por las costas del juicio. Los alcaldes ordinarios fallarían a favor de Vázquez de Haro, ordenando la ejecución por alguacil de la villa de los bienes de Lope Rosillo. que recurrirá la decisión ante el teniente de corregidor Juan Martínez Guerrero y el alcalde mayor Juan Romo. La sentencia sería ratificada por la Chancillería.



Archivo de la Real Chancillería de Valladolid,REGISTRO DE EJECUTORIAS,CAJA 69,14

sábado, 2 de octubre de 2021

Los herreros de la villa de San Clemente

 

Era 1549 y los herreros de San Clemente andaban revueltos, bajo sospecha del alcalde mayor del marquesado que requisaba las herraduras que se vendían en las tiendas del Arrabal con un peso menor al estipulado por las leyes y pragmáticas del Reino y capítulos de Cortes. La denuncia contra los herreros era agravio gremial frente al comercio no regulado que se desarrollaba en las tiendas abiertas al pie de calle en las casas de morada de los vecinos del Arrabal sanclementino.

Las quejas iban contra el herrador Alonso de Torres, que se sometió al control del almotacén de la villa, Francisco de Ávalos, que pesó sus herraduras como no ajustadas a la pragmática que fijaba su peso. Así fue, pues no cumplía con la vieja pragmática y sisaba en el peso de las herraduras. Presentó nueve herraduras mulares

Que pesaron las dichas nueve herraduras dos libras y seys honças y media en que falta a rrata de docena diez y ocho honças y más de media

La pragmática mandaba que una docena de herraduras debían pesar catorce libras la docena, entendiéndose por docena, doce grupos de cuatro herraduras. Y las herraduras se dividían en caballares, mulares y asnales. Sin embargo, Alonso de Torres no era un advenedizo en el oficio, pues llevaba en él cuarenta años. Alonso era herrero examinado, que compraba sus herrajes y clavazones, para fabricar sus herraduras. La pragmática de los herreros reconocía la imposibilidad de que las herraduras tuvieran el mismo peso, de ahí, que se tomara como patrón la docena de cuatro herraduras, correspondiente al herraje de cada bestia. Los herreros compraban la materia prima, lo más ajustado a ese patrón, y alegaban que en el proceso de fabricación y modelado de las herraduras se generaban herraduras de distinto peso y se perdía material férrico.

Las explicaciones no debieron convencer al alcalde mayor del marquesado, licenciado Ayora, que ordenó al alguacil mayor del marquesado que metiera en la cárcel al herrero Torres. Si algo nos llama la atención del proceso es la presencia de hombres del mundo converso como testigos o implicados. Hernando de Avilés, carcelero de Torres, tomó a la vez su representación en el pleito, y la presencia de Juan de Origüela o Juan de Robledo se repite una y otra vez. El mundo converso sanclementino veía la intromisión de la justicia en los negocios del Arrabal como intolerable. Y el gremio de los herreros, que mostraron su solidaridad con Alonso de Torres. Y es que el negocio de las herraduras estaba en manos de conversos como Francisco de la Carrera y Valeriano y Luis de Molina, padre e hijo.

Los herreros (y los conversos) cerraron filas con su camarada Torres, convirtiendo el proceso en una discusión técnica y profesional, sobre si el peso de las herraduras se debía tomar con el producto en bruto o una vez atarragadas y horadadas las claveras para la clavazón y aprovechaban para denunciar que el precio del hierro estaba tan alto que apenas si daba para construir la mitad de herraduras con la calidad que mandaba la pragmática. Así describía el proceso de fabricación de herraduras Luis de Molina, maestro herrero de 24 años:

Porque este testigo es maestro herrador del dicho arte e a visto y conprado mucho herraje e por dozenas para gastar y lo a visto conprar a otros muchos herradores y que lo traen ansy como la pregunta lo dize y está claro que los dichos herradores lo tarragan y horadan las claveras y lo adoban y por esto están faltas de algún colyndre por lo que les hazen y adoban después de conpradas y porque algunas dellas las despuntan de los callos y hazen lo que más conviene

 

La solidaridad de los herreros no impidió la condena de Alonso Torres, que se vio obligado a pagar 3000 mrs. de multa y vería sus herraduras quebradas en la plaza mayor de San Clemente. En estos pleitos pesaban mucho los intereses, enemistades y luchas banderizas de la villa, pero los únicos beneficiarios era el estamento de los escribanos, que hacían su agosto en los contenciosos: los escribanos Ginés Sainz y Juan Rosillo daban fe de las actuaciones judiciales del alcalde mayor; Juan Robledo, testimoniaba las declaraciones de los herreros; a Rodrigo de Ocaña se le hacían pequeñas sus tareas como escribano del ayuntamiento, y Lope González y Alejo Rubio iban de aquí para allá, junto a los alguaciles, asentando en sus registros las notificaciones judiciales.

Alonso Torres no se arredró y llevó su asunto a Granada. La apelación en sí y los costes que llevaba eran signo de los intereses económicos en juego. El asunto pronto derivó a un intento de control de los oficios por las autoridades, o algunas de ellas, que veían con recelo la pujanza de los oficios del Arrabal, mientras la riqueza de los campos se hundía. El siguiente herrero en caer fue Miguel Gálvez, con cuatro años de antigüedad en el oficio, que vio requisadas de su tienda diez herraduras asnales que no se ajustaban al peso. De nuevo el almotacén pesó nueve herraduras, treinta y nueve onzas en total, determinándose que faltaba una libra por docena del herraje para cumplir con la ley. Gálvez no era converso, pero sí un trabajador consciente de que su vida y ganancias dependían de un trabajo diario. Se presentó ante el alcalde mayor como un paupérrimo herrero, acusó a las autoridades, alcalde mayor Ayora y alguacil Francisco Guerra, de excesivo celo en sus diligencias, no estaban pesando oro sino hierro, así como ignorantes en materia de herrería: las pragmáticas decían que el peso a tomar en cuenta era el de una docena de cuatro docenas de herraduras y tomar simplemente nueve desvirtuaba el peso final. De malicia acusaría el alguacil al herrero, pues discutir la proporcionalidad de la parte con el todo, era echar por tierra todas las leyes del Reino, que establecía patrones para aplicar a cada caso concreto.

El caso de Gálvez era diferente al de herreros como Francisco de la Carrera que hizo una auténtica fortuna como herrero y estableció lazos  con otras familias del Arrabal como los Tébar. Gálvez era, en palabras de Miguel Mateo un pobre al que veía comprar hierro viejo y hazer cosas de menudencias  y es herrero e hombre que vive de su trabajo e no tiene con qué se sustentar si no trabaja. Estas apreciaciones eran corroboradas por el zapatero que vivía al lado del herrero. Ricos o pobres los herreros, vemos una solidaridad en el Arrabal, forjada en la pertenencia al oficio y el ejercicio de un trabajo manual; solidaridad acrecentada por esa otra del mundo converso que se erige en dirigente del crisol de hombres y oficios del Arrabal. Hasta don Alonso del Castillo e Inestrosa nos aparece apoyando a los herreros en algún momento. Enfrente, las viejas familias que ocupan el estrato medio de la sociedad sanclementina. El enfrentamiento entre ambas posiciones era extremo: en el momento que Gálvez es acusado comparte cárcel con Andrés de Ávalos y el escribano Juan Rosillo. Las solidaridades no salvó a Gálvez de una condena igual a la de Alonso Torres.

Una regulación excesiva, condicionada por viejas leyes medievales, acabó en San Clemente con la iniciativa de oficios individuales. El ascenso de una minoría menestral de los arrabales provocó las envidias de aquellos que, sin despuntar, mantenían una posición de privilegio en los gobiernos concejiles. Su posición era la del propietario medio de tierras; sin llegar a alcanzar las cotas de riqueza de las grandes familias, eran el sostén de las repúblicas pecheras nacidas en 1480. Ahora, setenta años después, las haciendas agrarias de estos labradores estaban arruinadas por la crisis de la década de 1540; mientras sen el Arrabal, los oficios artesanos eran la oportunidad y forja de nuevas élites. Entre unos y otros, la vieja aristocracia hidalga aprovechará la oportunidad para acabar con las repúblicas pecheras e implantar sus cortes manchegas.

 ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA, PLEITOS, 3085-3

Rodrigo de Ocaña, escribano, 32 años

Francisco de Ávalos, almotacén, 32 años

Valeriano Molina, herrero, 50 años

Luis de Molina, herrero, 24 años

Hernando de Avilés, 34 años

Francisco de la Carrera, 36 años

Miguel Mateo, 30 años

Pedro Ruiz, zapatero, 35 años

viernes, 1 de octubre de 2021

El bachiller Rodríguez contra Sancho López de los Herreros

 

El bachiller Rodríguez era el último de una saga de conversos en 1540. Del palacio que Lope Rodríguez construyo hacia 1470, ahora quedaba media casa en propiedad de sus descendientes; la otra mitad había quedado en manos de Sancho López de los Herreros. Sancho era hijo de Miguel Sánchez de los Herreros, uno de tantos enemigos de Lope Rodríguez. Si Lope Rodríguez era un seboso, partidario declarado del marqués de Villena, Miguel Sánchez de los Herreros había luchado en el partido isabelino. Es más, cuando los primeros comisarios de la Inquisición llegan a San Clemente, Miguel les ofrecerá su casa como sede para las indagaciones. Es de creer que supo aprovechar la ocasión, pues su hijo Sancho López de los Herreros se haría con la mitad de la casa embargada a Lope Rodríguez.

La familia de los Herreros decía proceder de Segovia, descendientes de los conquistadores de Madrid, aunque los orígenes constatados nos dicen únicamente que el padre de Miguel Sánchez de los Herreros se había afincado en Santiago de la Torre y el hijo se había desplazado a San Clemente. El nieto Sancho se había afincado en El Provencio, aunque no debió acabar muy bien con el señor de la villa, pues sabemos que participó en 1510 en la aventura fallida de fundar Villanueva de la Reina. No se lo debieron perdonar los provencianos que obligaron a Sancho a abandonar EL Provencio, aunque Sancho tenía ya lazos muy fuertes con San Clemente, derivados del asentamiento de su familia en esta villa.

En las luchas intestinas que vivió San Clemente en el último cuarto del siglo XV, la familia de los Herreros tomaron un perfil bajo; incluso el patriarca Miguel Sánchez de los Herreros se retiró a Villar de Cantos, pero actuaron sagazmente para encumbrarse en el poder concejil de la villa y eliminar a sus enemigos. Convertir su casa en posada de los inquisidores sería aprovechado por los Herreros para eliminar a sus enemigos. Estos eran los Rodríguez; Lope Rodríguez, macero real, antiguo partidario del marqués de Villena y sus descendientes. Los Rodríguez de San Clemente estaban emparentados con los Origüela, concretamente con la mujer de Pedro Sánchez de Origüela. Si la familia Origüela-Rodríguez había mantenido una solidaridad familiar durante la guerra del marquesado, esta se rompió con el establecimiento del Santo Oficio. De hecho, en las primeras persecuciones inquisitoriales, los Origüela consiguieron una inmunidad a costa de acusar a la familia de su madre, constatado en el caso de las acusaciones de Pedro Sánchez Origüela contra su tío Lope Rodríguez. Mientras los Herreros intentaban aniquilar a los Rodríguez, compartían el poder concejil sanclementino con los Origüela.

Que las ambiciones eran descarnadas es muestra que de la acusación se pasó a la eliminación física y a la usurpación de bienes, aprovechando la confiscación de bienes de la Inquisición. Los Herreros se harían con la mitad de la casa palacio que había construido Lope Rodríguez, situada en la plaza que da a la iglesia por la puerta de Santiago. Las acusaciones no eran nuevas, pero repetidas una y mil veces eran creídas por el pueblo: se decía que Lope Rodríguez azotaba un crucifijo y que predicaba la fe mosaica en el interior de una cueva en el interior de su casa. Es más, años después, Sancho López Rodríguez, aprovechando el proceso contra Teresa Rodríguez mostrará el supuesto lugar de la cueva, una vez se ha hecho con la mitad de la casa de los Rodríguez. La rivalidad de los Herreros contra los Rodríguez continuará años después, esta vez entre el mencionado Sancho López de los Herreros y el bachiller Rodríguez. Su odio le impedía hablar cara a cara, se comunicaban por terceras personas y reconocían su mala vecindad. En el límite colindante de sus casas, el bachiller Rodríguez había construido una larga tapia, mientras que juntamente a la misma tapia, Sancho acumulaba estiércol e improvisaba una balsa de agua para socavar los cimientos de la casa de su vecino

Que yo tengo e poseo en esta villa unas casas de morada que alyndan con casas de Sancho López de los Herreros y la plaça e calles públicos y en ansí que en las dichas mis casas yo tengo edificado de mucho tiempo un cuerpo de seys tapias en largo y más armado a hilera en el qual tengo en lo baxo un establo y pesebreras para mis azemilas e bestias, ençima una cámara e pajar, es ansí que toda la pared a la larga del dicho cuerpo de establo y casa devide mis casas y las parte con casas del dicho Sancho López y es ansí que de pocos días a esta parte el dicho Sancho López dentro de sus casas e corral junto a la dicha mi pared a hecho de nuevo un barranco en que rrecoge las aguas de las dichas sus casas y puesto que los çimientos del dicho cuerpo de casas y establo los tengo hecho de piedra y tal por tener el dicho barranco junto a la dicha mi parte me la tiene toda humeçida y se trasmana por debaxo de los çimientos e el agua e se entra en el dicho cuerpo de casa y establo syn lo poder yo rremediar y está para hundirme el dicho cuerpo de casa y el establo está sin poder en él tener mis bestias y las tengo por esta cabsa fuera y allende que tiene en el dicho corral espaçio e suelo do puede desviar e hazer el dicho barranco porque es su tras corral do lo tiene y echa el estiércol y syn perjuyçio lo puede hazer

Dos albañiles, Diego de Santamaría y Francisco Gómez, declararon a favor del bachiller Rodríguez, denunciando la mala fe de Sancho López a la hora de cavar un barranco frente a las tapias y llenarlo con paja y estiércol para evitar que las aguas tuvieran salida y fueran directas a socavar las propiedades del bachiller. El alcalde mayor Graciano Sánchez sentenciaría a favor de Francisco Rodríguez entre las protestas de Sancho López de los Herreros que se negó a cumplir sus mandamientos y recurrió su decisión a la Chancillería de Granada. Apelado el asunto en Granada, Francisco Rodríguez debió dar el pleito por perdido, a sabiendas que ante el gasto económico en la Chancillería no valía la pena defender un establo y cámara



ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. PLEITOS. 228-6