El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

viernes, 30 de noviembre de 2018

El Cañavate: el fin del gobierno de los labradores.


La oposición a la hidalguía de Francisco de Lomas y su sobrino Eugenio de Lomas vino de los labradores de El Cañavate, que andaban en disputas con hidalgos como los Ortega Montoya, Zamora y Aguilar o Peralta por el control del gobierno municipal. Eran los herederos del los labradores ricos del siglo XVI, que habían ejercido el control de la villa y que ahora se oponían a los intentos de señorialización de una minoría. Hombres acomodados e instruidos. Los labradores que se opusieron a la hidalguía de los Lomas nos aparecen como hombres que saben leer y escribir. Conocemos sus nombres, por ocupar cargos en el gobierno municipal o por ser acusadores de la pechería de los Lomas: Pedro Sánchez de Hontecillas, Miguel Cañete, Francisco López Caballón, Francisco Sánchez, Diego García Plaza o Jorge López. Tres de ellos acudirían a Granada a declarar contra los Lomas. En este mundo de representación, el labrador rico se creía con tantos o más derechos que el hidalgo.

En El Cañavate, tierra donde familias como el duque de Escalona, que poseía casas en la Atalaya, los Pacheco de Belmonte, los Ortega y otros nobles que tenían haciendas en la villa y sus aldeas, existía una clase de agricultores ricos que controlaban el poder municipal. Un impuesto como el servicio ordinario, del que estaban exentos los nobles, era pagado por todos, pecheros e hidalgos, en El Cañavate, en un repartimiento que, aunque diferenciado, afectaba a todos. Los hidalgos pagaban la séptima parte de dicho servicio. A la altura de 1600, los hidalgos participaban como regidores y alcaldes en el gobierno municipal, pero en modo alguno había división de oficios a mitad entre pecheros e hidalgos. De las reuniones municipales se desprende que muchos años el oficio de alcalde era monopolizado por pecheros y que un noble principal como Gabriel Ortega Montoya permanecía ausente o callado en las reuniones del concejo a pesar de ser regidor perpetuo. Parecía como si los labradores mantuvieran a raya a los hidalgos.

De hecho, el conflicto con Francisco Lomas y su sobrino Eugenio vino por la preferencia en los asientos de la iglesia. Siendo alcalde el 8 de marzo de 1602, Francisco de Lomas pidió que a los hidalgos se les dieran los asientos en las partes públicas a mano derecha.  En el mismo ayuntamiento Jorge Pérez, alcalde ordinario, y los regidores Sebastián del Río y Diego Martínez Cañavate, del estado de los labradores, pidieron que se empadronara a Francisco de Lomas con el resto de pecheros y labradores. Conociendo este poder de los labradores, nos sorprende el proceso de señorialización en que se vio envuelta la villa de El Cañavate, que tendría su punto álgido en la compra de la mitad de la aldea de Atalaya por el duque de Escalona en 1637.

El cambio en el gobierno municipal, tal como nos cuenta el labrador Pedro Sánchez de Hontecillas tuvo lugar hacia 1602. Seguramente en la elección de oficios de Año Nuevo; esta vez, se eligieron según la ejecutoria favorable a los hidalgos; ejecutoria ganada, es de suponer, el año de antes. Por esos años, los hidalgos consiguieron reservarse la mitad de los oficios, es decir, un alcalde ordinario de los dos existentes para cada uno de los estados llano y noble y rotación anual del cargo de alguacil mayor. Los regidores eran perpetuos y objeto de compra venta. El primer alcalde ordinario por los hijosdalgos sería Francisco de Lomas. Motivo de más para que los odios y rivalidades fueran contra su persona. La primera elección de oficios, ateniéndose a la ejecutoria recién ganada, que suponía la división a mitad entre pecheros e hidalgos, estuvo llena de polémica. Parece que el cargo de alcalde ordinario y ostentar la vara recién traída era privilegio que debía recaer en Gabriel de Ortega, pero este hidalgo era un intrigante, cediendo el cargo de alcalde en Francisco de Lomas y dándole el envenenado consejo que debería tener un asiento en la iglesia que prevaleciera sobre el alcalde de los pecheros
que auía de tener mejor lugar que su compañero el alcalde de los pecheros y procurava que tuviera preminencias por lo qual el del estado de los pecheros lo llevavan mal y procuraron empadronarlo como lo hizieron en presencia del corregidor de la uilla de San Clemeynte
El concejo de dos de mayo de 1602, con presencia del corregidor, que debatió el empadronamiento de Francisco de Lomas con los pecheros fue muy tenso. Para entender la crispación se ha de tener en cuenta que Francisco de Lomas y Vera estaba en la cárcel de la villa por negarse a pagar los pechos. El corregidor tomó partido por los nobles. Nombró provisionalmente como alcalde al labrador y regidor, aunque afín a los hidalgos, Cristóbal Prieto, mientras estuviera preso Francisco de Lomas, para a continuación dar la razón a los hidalgos en la preferencia de asientos y a su alcalde Francisco de Lomas
dándole el primero asiento en la yglesia de esta villa y procesiones e otros actos públicos dándole el primero lugar en todas las partes y dejándole firmar el primero en qualesquiera decretos
En el ayuntamiento, los agricultores formaron un bloque cerrado, pero, en ausencia de su alcalde encarcelado, los hidalgos hicieron una defensa de clase de su compañero. La voz la puso Gabriel de Ortega, regidor perpetuo, manifestando su oposición al empadronamiento de Francisco de Lomas. Otro hidalgo presente en la sala Diego de Zamora y Aguilar, alguacil mayor, respaldó la posición de Gabriel de Ortega, al igual que los labradores Cristóbal Prieto y Francisco López de Lezuza.

Los labradores forzaron un ayuntamiento el día siguiente, tres de mayo. Andrés López Cañavate, Sebastián del Río, Diego García Plaza, Diego Pastor, Diego Martínez Cañavate y Juan Sánchez Carrasco se mantuvieron en su oposición a considerar hidalgo a Francisco de Lomas. Pero el corregidor, muy parcial en el asunto, se pronunció a su favor.

Los representantes de los labradores se opusieron a Francisco. Y entre ellos destaca la oposición de los que hasta ese momento habían sido los valedores de los Lomas. Nos referimos a los López de Cañavate. Un miembro de esta familia le espetó cínicamente al corregidor don Alonso López de Calatayud, presente en el ayuntamiento, que no dudaba de la hidalguía de Francisco de Lomas pero que quería que le costase algo. Esta ruptura de la afinidad entre los Lomas y los López Cañavate sería explicables, según nuestra opinión, por el poder que estaban alcanzando en El Cañavate la familia Ortega, parejo a su aparición como actores principales en la villa de San Clemente.

Odios aparte, la república de los labradores se resquebrajaba. Pedro de Lomas había accedido al cargo de alguacil mayor a finales del quinientos por el apoyo que le prestaba un pechero Juan López Cañavate, sentando así las bases para acceder al oficio de alcalde en 1602, como hijodalgo. Pero esta vez, lo hacía por el favor de Gabriel Ortega. La lucha por los oficios concejiles fue pareja a los intentos de los hidalgos por verse libres del pago de pechos reales o concejiles, pasando de la voluntariedad en el pago a la obligatoriedad y embargo de prendas. El tema no era baladí, pues estar en los padrones de El Cañavate no significaba tener la condición de pechero, ya que los hidalgos aparecían en dichos padrones bajo un encabezamiento que los intitulaba como hidalgos. Olvidar ese encabezamiento lo pagaría caro, al sacar un traslado de los padrones, el escribano Juan Lezuza. El hidalgo Francisco de Araque recordaba como los hidalgos eran obligados a pagar servicios propios de los pecheros a mediados del siglo XVI
que este testigo a uisto los padrones y repartimientos que por los oficiales del concejo se hacían entre los vecinos de la dicha villa y en ellos halla que para encubrir sus pensamientos en ellos decían que unos heran para pleitos y otros para fuentes y otros dicen conforme a la costumbre que la dicha villa tenía y con capa desto entravan y repartían a otros hijosdalgo como hera a Rodrigo de Ortega que este hera hijodalgo y ansimismo repartieron a Lope de Araque padre deste testigo y hera hijodalgo y este testigo tiene la executoria de su padre en su poder y ansimismo a Martín de la Serna que hera hijodalgo 
Y es que, como hemos visto en otro lugar (1), El Cañavate tenía una constitución u organización peculiar. En 1532, se definía como un pueblo de doscientos vecinos casi todos labradores. Hasta la revuelta de las Comunidades, los concejos abiertos eran la norma. Los vecinos se juntaban con sus alcaldes y regidores para discutir en común de los problemas de la villa.  Aunque ya antes de las Comunidades, la participación popular se había encauzado a través de unos diputados y los cabildos estaban en transición entre el concejo abierto y el cerrado. No obstante, en la primera mitad o dos terceras partes del siglo, todavía existía un consenso en el interior de la sociedad de El Cañavate, con compromisos entre los labradores y los hidalgos. Los hidalgos, y en especial alguno de ellos, como  los Ortega preferían empadronarse y pagar contribuciones en esta pequeña villa, que entrar en la lucha por el poder de grandes urbes como San Clemente. Dominaban los pequeños propietarios agrícolas, que convivían con otros mayores, pero a los que se sometió al gobierno de esta república por los labradores. Quienes no lo hicieron tuvieron que vender sus tierras, como los Castillo de San Clemente, o tuvieron que plegarse, caso de los Pacheco y su intento de señorío sobre la dehesa de Torralba.

Los padrones de 1516, 1520, 1532, 1534 o 1538 distinguían entre centenas de hidalgos y centenas de pecheros. La centena era la parte repartida del servicio ordinario. Los mismo ocurría con los padrones conservados desde mediados de la década de los cuarenta. Los traslados de los padrones en los que aparecen hidalgos nos aportan una relación de los hidalgos de El Cañavate. En los años cuarenta, ademas de los Lomas, otros hidalgos eran Martín de Serna, Diego de Ortega o Pedro de Montoya. Una nobleza que, procedente de Vara de Rey o de Villar de Cantos, se había afincado en Cañavate eludiendo la presión de poderosos concejos como el de San Clemente, aprovechando las haciendas que poseían en El Cañavate.

Recuperar los hidalgos de 1516 es más incierto, por no respetar el escribano Juan de Lezuza, el encabezamiento que intitulaba a los hidalgos, pero el traslado de Lezuza ha sido corregido posteriormente en la Chancillería de Granada, donde se trasladaron los padrones originales, con una indicación para indicar los hidalgos de esa fecha de 1516 en El Cañavate. Los mencionados son Arias de Tébar, Peralta de la Serna, Lope Alarcón, Pedro de Lomas, Sebastián de Tébar, Diego de Castañeda, Francisco de Lomas, los hijos de Alonso de Araque, Juan de Gabaldón,  Juan Ramírez y la viuda de Pedro de Alarcón. Únicamente tenemos la duda en esta relación de la presencia de Juan del Campo, que ya no aparece un futuros padrones. La aportación de los hidalgos, 16 maravedíes por cada centena, solidaria o compulsiva, tenía por finalidad sufragar el litigio que la villa de El Cañavate mantenía con Rodrigo Pacheco por la posesión de la dehesa de Torralba en su término municipal.

En víspera de las Comunidades, el año 1520, los hidalgos sufrieron un nuevo repartimiento. A los nombres citados de 1516, se suman, Bernardino de Tévar y Gregorio de Araque. La presencia de Arias de Tébar como regidor y participante en el repartimiento, en la elaboración del padrón y aportando una cantidad máxima de diez centenas (a diez maravedíes la centena), nos lleva a pensar en la voluntariedad de los hidalgos en estas contribuciones. De todos modos, su aportación se reducía a 40 centenas sobre un total de 720 repartidas en el pueblo.

En 1524, a los hidalgos se han sumado Pedro de Cuevas y un miembro de un linaje de Vara de Rey, Martín López de Huete, mientras que han desaparecido los Tébar. ¿Desaparición de la villa, consecuencia de la guerra de las Comunidades? El panorama cambia completamente en los padrones de 1530, aunque creemos que los tres primeros nombres responden a pecheros (Martín González Lozuza, Martín Briz, Pedro Lucas), también aparecen otros hidalgos indudables con una presencia en el pueblo ligado a sus patrimonios y que se les hace pechar: el señor Rodrigo Pacheco, Rodrigo de Ortega y Diego de Zamora. En 1532, aparecen dos pecheros y en medio de los hidalgos Martín de la Parra, reaparece la viuda de Arias de Tébar y un Juan Ramírez nos parece como pobre, ya en los viejos padrones tenía una aportación de apenas media centena. Nuevos apellidos se suman en los años siguientes: Corvera, López, Barcenas, Muelas, Carreño, Flomesta o una familia de cuya existencia sabemos, pero que hasta ahora pasa desapercibida. En 1550, vemos a Francisco Gómez y Pedro Gómez hidalgo.  Entretanto, años antes, en la labriega villa de El Cañavate hemos visto pechar a don Diego Ruiz de Alarcón o a don Juan de Alarcón Pacheco. Una muestra más que las contribuciones no era tanto una imposición sobre las personas sino sobre sus haciendas. Esta imposición sobre las haciendas, impuesto sobre el patrimonio y la renta personal avant la lettre y signo de una fiscalidad moderna, es evidente en los repartimientos de mediados de siglo. El origen de esta progresividad estaba en la división de cantidad a pagar en las llamadas centenas y en el pago por cada vecino de una a doce centenas según su patrimonio. Se empadronaban las personas, pero en cuanto poseedores de heredades. De hecho, los asentamientos en el padrón nos hablan de la heredad o casas de Luis Carreño o de la casa y tierras de Rodrigo Pacheco. En el repartimiento de 1551, se dice
que es su intención repartir las dichas zentenas de caudal de diez mil marauedíes una zentena e de unas casas de hasta diez mil marauedíes e fasta veynte e treinta e de allí arriba dos zentenas e de cada zien almudes de heredad otra centena e de cada millar de vides otra y de los que menos ubiere lo que Dios les diere a entender sin pensar de agraviar alguno
La comunera Cañavate, que vio correr el río Rus con la sangre de los rebeldes del movimiento, no solo había mantenido el espíritu solidario de comienzos de siglo, donde todos contribuían más allá de su condición pechera o hidalga, sino que valiéndose una imposición injusta, el servicio, pensada para los pecheros, había sabido crear un régimen tributario justo fundado en la progresividad de la renta y patrimonio personal de cada uno. El Cañavate se nos presenta como ejemplo de modernidad. Pero es solo un espejismo, en apenas un cuarto de siglo, la situación cambia radicalmente.  El repartimiento de 1587 se hace todavía sobre las personas y heredades, pero excluye del mismo a los hidalgos que estén en posesión de ejecutoria. Las exenciones de pechar, nacidas de la riqueza y la proximidad al poder concejil comienzan a aparecer.

Después de la guerra de las Alpujarras, las villas, y El Cañavate no fue una excepción, se empobrecieron. En la guerra murieron hombres y se perdieron brazos para el campo. Anclada en los 320 vecinos de la villa y los 70 de sus aldeas, El Cañavate y su tierra habían alcanzado el tope de crecimiento de un espacio agrario encajonado entre dos cerros. La desgracia de muchos fue fortuna de pocos. La sociedad de labradores se fue haciendo más injusta y desigual. El Cañavate seguía siendo tierra de labranza y crianza. Sobre todo de lo primero, pues aunque tierra recia, se sacaba provecho con gran trabajo, y en el término había pocos pastos y los ganados se veían obligados a ir a herbajar a las extremaduras. Los labradores de El Cañavate eran gente del común y antes son pobres que ricos (2), pero se estaba formando una minoría diferenciada por el enriquecimiento de algunos, ya pecheros, como los hermanos López de Cañavate, o ya hidalgos, como los Ortega, Zamora o Araque.

De lo mucho que se jugaba en la lucha por el poder en la pequeña villa de El Cañavate, da fe el empeño de sus actores en la defensa de sus posiciones. Tres labradores, los mencionados Pedro Sánchez Hontecillas, Francisco Sánchez y Martín López Caballón (todos ellos rondando los sesenta años de edad) fueron en 1608 a lomos de sus pollinos hasta Granada, para ratificar sus dichos en su villa ante el diligenciero enviado por la Chancillería. Nueve días de ida y otros nueve de vuelta, en la época de lluvias del mes de abril, a razón de ocho reales de gasto la jornada. Lógicamente la Chancillería se desentendió del pago y lo endosó al concejo de El Cañavate

y que vienen cada uno en un pollino y que se detuvieron en el camino respeto de las muchas aguas y ríos nueve días tasó a cada uno de los susodichos diez y ocho días de camino de venida y vuelta y estada a razón de ocho reales cada día
Igual tasación del viaje, a ocho reales diarios cada una de las diecisiete jornadas y media de viaje, hasta sumar un total de setecientos reales, y por supuesto a cargo de los propios de El Cañavate, fue la que se hizo para cada uno de los otros cinco testigos, labradores asimismo, que fueron a declarar a Granada. 

Los Lomas consiguieron sentencia favorable dela Chancillería de Granada de 26 de agosto de 1609. Los Lomas contaban con varios oficiales del concejo y sus favores, como los Ortega y los Araque. Pero también de muchos enemigos, que deseaban para El Cañavate un gobierno de gente honrada, condición que confundían con la de labrador rico. Contaban todavía con el control parcial del concejo y sus oficiales; uno de ellos, era el escribano del concejo de El Cañavate, a comienzos del seiscientos, Juan de Lezuza, que testimonió el carácter pechero de Francisco Lomas, por lo cual habría de responder ante la Chancillería de Granada, acusado de falsificar los padrones de hidalgos de la villa, conservados en cinco cuadernos y que recogían padrones que iban del año 1516 a la década de los treinta. Apresado en 1609 el escribano, en la cárcel de Granada, en su defensa tuvieron que salir dos vecinos de Alarcón y otro de Cañavate para reafirmar su profesión de buen cristiano y su buena vida y fama. Con especial énfasis lo hizo Andrés de la Orden Quijada. Sin embargo, para el fiscal de la Chancillería, licenciado Bernardino Ortiz de Figueroa, el caso era un ejemplo de corrupción en el que era cómplice, sobornado seguramente, el escribano de la Chancillería, enviado a El Cañavate a hacer las diligencias, Alonso de Torices Jara. La prevaricación del escribano Juan de Lezuza fue condenada severamente: dos años de inhabilitación para ejercer el oficio de escribano, un año de destierro y alejado cinco leguas de la villa de El Cañavate y diez mil maravedíes e multa. En la cárcel de Granada se pudrió el escribano Juan de Lezuza, incapaz de pagar la fianza de tres mil maravedíes y solicitando míseramente se le dejase ser acogido a las limosnas de los pobres para comer.

Y es que las hidalguías, en aquella Castilla interior, donde podía más la representación que el trabajo, se habían convertido en fuente de ingresos y raíz de corrupciones si los escribanos y diligencieros (que hacían diligencias) tenían la suficiente habilidad para ganarse la voluntad de los escribanos y oficiales locales. Tal fue el caso de Alonso de Torices, diligenciero granadino, que ocupó en sus pesquisas hasta un total de once días de trabajo, desde el dos de junio hasta el doce de junio de 1607. El escribano Juan de Lezuza le certificó los once días, aun a pesar de que por medio había cinco días feriados: tres de la pascua del Espirítu Santo, celebrada el nueve de junio, un domingo de la Trinidad y el día de San Bernabé. A decir del escribano, se trabajó cada uno de ellos o al menos, en sus palabras, cinco días de holgar pero que eran días de ocupación. El diligenciero echó trece días más del viaje de ida y vuelta para cerrar la cuenta. Las cuentas eran un ejemplo de la relajación de las normas y preceptos religiosos en aquella España interior, más si pensamos, por ejemplo, en el proceso inquisitorial que sufrió cien años antes Hernando del Castillo, por trabajar en sus molinos de la Noguera un domingo o, más exactamente, por obligar a trabajar a los canteros vascos que los reparaban.

Mundo de representación en el que los gestos y símbolos importaban más que los hechos, el diligenciero iba provisto con real provisión de sello de placa. El ayuntamiento se reunía en pleno para recibir al que, a pesar de su poca monta, no dejaba de ser un funcionario real. Claro que el ayuntamiento reunido era también un símbolo: la representación del poder de los labradores. Por eso, intencionadamente estaba ausente don Gabriel de Ortega Montoya, cuya fortuna familiar y la de sus parientes sanclementinos se había forjado en la labranza de tierras en Villar de Cantos y El Cañavate; pero ahora importaban más las ínfulas del hidalgo.

Concejo de El Cañavate de 3 de junio de 1607

Mundo de representación y de agasajos, donde el diligenciero granadino ya tenía, antes de su llegada, preparado el plan de trabajo en El Cañavate y sus aldeas. Entre los que esperaban para exponer su testimonio contra los Lomas estaban los Jareño de la aldea de Atalaya, labradores con representación en el gobierno municipal.

Pero la pequeña sociedad de El Cañavate se empezaba a romper y con ella la solidaridad de los labradores. Francisco y Bernardino de Lomas eran hijos de un segundo matrimonio y como tales dejados en segundo plano por sus convecinos. El favor en el pueblo lo contaban sus hermanastros, Pedro y Juan, nacidos de un primer matrimonio de Pedro de Lomas con una deuda de una de las familias de los hombres más ricos del pueblo a mediados del quinientos, los hermanos Juan y Francisco López Cañavate, que se hicieron por compra con las primeras regidurías perpetuas del pueblo. Ese rompimiento de la vieja república de labradores, nacido de la desigualdad en la riqueza desde mediados de siglo, lo personificaba muy bien Diego Ortega, casado con una Montoya, que ganada ejecutoria de hidalguía, la misma que se le negaba a sus deudos de San Clemente, se vanagloriaba y mostraba a sus vecinos el escudo de su ejecutoria de hidalguía miniada. Este símbolo de ostentación molestaba y no se entendía. Singularmente por los labradores acomodados del pueblo. Pedro Sánchez de Hontecillas, más allá de los formulismos de la declaraciones de testigos, presentaba el pueblo dividido en dos: los labradores como él, defensores del real patrimonio, dignos de calidad, fe y crédito, y esos otros hidalgos, que poco tenían de sangre noble, y que fundaban su crédito en la palabra de hombres pobres y necesitados, cuyas voluntades compraban. El crédito de la palabra del labrador frente al poco concierto de la plática del necesitado. El labrador que mostraba la riqueza fruto de su trabajo, frente a la ociosidad de hidalgos y pobres y que mantenía una equidistancia de orgullo frente a la vanidad del hidalgo y la poca estima que le merecía el pobre, categoría donde se confundían los marginados con los que empleaban su trabajo a jornal para otros, si es que la primera condición no era causa de la segunda.

Sin embargo, hombres como Pedro Sánchez de Hontecillas no hablaban el mismo lenguaje de su padre y abuelo. Aunque estemos en el contexto de un expediente de hidalguía, el labrador de 1600 habla del interés del real patrimonio, el labrador de 1500 hubiera hablado del bien común de la res pública.

Acabada con la resistencia de los labradores y desenmascaradas sus maniobras, los Lomas consiguieron nueva sentencia favorable a su hidalguía de 7 de julio de 1610. La ejecutoria no se despacho hasta 1617.

La familia Lomas era de nobleza cierta, un Juan de Lomas había sacado carta ejecutoria en 1502 y los ascendientes de los litigantes habían enlazado con familias nobiliarias como los Araque y los Vera. El padre de Francisco Lomas y abuelo de Eugenio (hijo de un hermano llamado Bernardino), de nombre Pedro, había casado con Isabel Vera, natural de la Hinojosa, aldea de la villa de Alarcón. Y el padre de Pedro y antecesor de la familia, llamado también Pedro de Lomas, había casado con Catalina de Araque. Nobles y labradores vivían en armonía, mientras no se vio comprometido la hegemonía de los segundos. A falta de demostrar sus calidades en la exención de impuestos, los hidalgos demostraban su naturaleza en la guerra si tenían oportunidad. Ese momento llegó en la guerra de las Alpujarras, allí moriría Bernardino de Lomas, hermano y padre de los litigantes Francisco y Eugenio. En calidad de qué fue reclutado no lo sabemos, si en los primeros momentos, más a la vieja usanza de reclutamientos hechos y aportados por las villas, o en las compulsivas levas posteriores. En lo demás, la familia Lomás defendía su hidalguía con gestos más que con realidades. Según decía el labrador Francisco Sánchez, Bernardino Lomas se negaba a pagar pechos, pero para evitar la cárcel se dejaba prendar por los impuestos no pagados; aceptaba alojar soldados, pero para mantener las apariencias pagaba a otros vecinos para que los sustentaran en su casa o en otras ocasiones les pagaba la posada en el mesón del pueblo. La muerte de Bernardino dejó a la familia desamparada. El labrador Miguel Sánchez Cañete reconocía que los Lomas a veces no habían pechado por ser pobres. Y es que la familia se desvertebró a la muerte de Bernardino: su hermano Francisco se ausentó de la villa y lo mismo hicieron otros dos hermanastros, habidos de un primer matrimonio del padre, llamados Pedro de Lomas de la Casa y Juan de Lomas, aunque este último es posible que corriera la misma suerte de Bernardino en la guerra de Granada.

Pero fruto de los parentescos de la familia de la madre de los hermanastros Lomas de la Casa, la suerte de la familia cambió. El apoyo de los hermanos López Cañavate y del mismo corregidor de San Clemente Antonio de Calatayud nos lo contaba Francisco González:
porque el dicho Pedro de Lomas de la Casa era este primo hermano de Francisco y Juan López Cañavate hermanos regidores perpetuos que fueron desta villa el qual deudo era por parte de la madre del dicho Pedro Lomas y que los dichos regidores eran personas de valor en esta dicha villa en la qual los demás oficiales del concexo y vecinos della no hazían otra cosa más de lo (que) querían y ordenaban los dichos regidores perpetuos y que por este parentesco e favor que con ellos tenían el dicho litigante y sus hermanos y con los demás oficiales del concejo y otras personas particulares y en especial particularmente por el mucho favor y ayuda que tenían del corregidor de la villa de San Clemente que se halló muchas vezes en esta villa el qual a lo que se quiere acordar se llamaba don Antonio de Calatayud

Los intereses de los Lomas eran regionales y sus relaciones familiares se extendían por la Alberca, la Hinojosa, Las Pedroñeras o por Socuéllamos. Los conocía bien Francisco de Araque, alcalde ordinario por el estado de los hijosdalgo en 1609, emparentado con los Lomas, que ligaba a los familiares de estos pueblos como de un mismo tronco:
porque su madre deste testigo hera hermana de Pedro de Lomas padre del dicho Francisco de Lomas que litiga y los conoció y fue conociendo desde que este testigo hera de poquita hedad porque como niño y nieto iba a la casa de su abuelo y siempre en la dicha villa de Alcañabate a los quales y cada uno de ellos los a tenido por hijosdalgo notorios de sangre por línea reta de varón legítima y en tal posesión opinión y reputación los a tenido y tiene todo el tiempo que los a conocido y conoce desde que este testigo tiene uso de raçón que será de cinquenta años a esta parte y por tales los a visto que por los veçinos y moradores de la dicha villa de Alcañabate an sido avidos y tenidos comunmente reputados sin aber cosa en contrario hasta que este pleito se movió ... y que este testigo se acuerda de aber oído decir a su padre y a su madre y al tiempo que murieron tendrían cada uno ochenta años y abrá que murió su padre deste testigo treinta años y su madre veynte y quatro años que su magestad abía mandado hacer llamamiento de hijosdalgo y que el dicho Pedro de Lomas abuelo deste testigo y del dicho Pedro de Lomas tenían en aquel tiempo tres hijos mancebos y tres hijas casadas con tres hijosdalgos y como tal hijodalgo tenía aprestados sus tres hijos y tres yernos para que fuesen en servicio de su magestad como tales hijosdalgo y que este testigo conoció a Marco de Lomas y Francisco de Lomas que son difuntos y conoce a Rodrigo de Lomas todos hermanos vezinos naturales de la Hinojosa y este testigo los a tenido por sus deudos por su madre deste testigo... pero tiene por cierto que el padre de los dichos Marco y Francisco y Rodrigo de Lomas vecinos de la Hinojosa heran hijos de Rodrigo de Lomas el viejo y que este hera hermano de su abuelo deste testigo y del abuelo y de los dichos Francisco de Lomas que litiga y bisabuelo del dicho Eugenio de Lomas y que en la dicha villa del Cañabate no a auido Juan de Lomas si no es otro hermano de Francisco de Lomas que litiga y este abrá que murió cerca de quarenta años y que si a auido otro Juan de Lomas en el Cañabate no lo conoció ni se acuerda y que siempre a oído decir que en la villa de la Alberca abía un Juan de Lomas muy viejo y que este hera hijodalgo de executoria 
El apellido Lomas se había perdido en La Alberca, por falta de varón en la sucesión y su descendencia había quedado integrada en una familia hidalga de esa villa: los Chaves. Algunos nietos de Juan de Lomas, el de la ejecutoria de 1502 y fallecido hacia 1550, vivían a comienzos del siglo XVI en Socuéllamos. De los Lomas de la Hinojosa, solo vivía a comienzos del siglo XVII, Rodrigo de Lomas, que se había establecido en El Pedernoso.

Gracias al testimonio de Rodrigo de Lomas podemos recomponer el origen de la familia, que él situaba en Cordovilla, actual provincia de Palencia, en las antiguas merindades de Burgos. El primero de los Lomas que llegó a la zona fue el bisabuelo del litigante Francisco, que se llamaba Pedro de Lomas. Llegado de las merindades, es de suponer que en la segunda mitad del siglo XV, se había instalado en Alarcón primero y luego en El Cañavate. El bisabuelo Pedro de Lomas había tenido por hijos a Juan de Lomas, el hidalgo con eejecutoria de la Alberca,  Pedro de Lomas de El Cañavate y Francisco de Lomas que daría origen a la rama de la Hinojosa a través de la línea sucesoria de su hijo Rodrigo (padre a su vez de Rodrigo, Marco y Francisco). Todo hace suponer que un hermano de este Rodrigo, de nombre Agustín se estableció en Belmonte.






Ayuntamiento de El Cañavate de 12 de agosto de 1602


Francisco Lomas y Vera, alcalde por los hidalgos, Jorge Pérez, alcalde por el estado llano.

Regidores perpetuos: Diego Martínez Cañavate, Sebastián del Río, Francisco López de Lozuza, Miguel Martínez, Alonso López de Checa, Juan Fernández Carrasco

Ayuntamiento de El Cañavate de 21 de abril de 1606

Francisco López Caballón, alcalde ordinario
Regidores perpetuos: Diego Martínez Cañavate, Alonso López de Checa, Miguel Martínez, Francisco Gallego,
Alguacil mayor: Juan de Araque

 Ayuntamiento de El Cañavate de 8 de noviembre de 1607


Alcaldes ordinarios: Diego de las Muelas y Cristóbal Jareño

Regidores: Juan Gómez de Peralta, alférez mayor.
Regidores: Diego Martínez Cañavate, Francisco López de Lozuza, Alonso López de Checa, Miguel Martínez, Francisco Cañavate, Miguel de Osma.


Testigos de la probanza de 1607 y 1609, a favor de los Lomas


Andrés Montesinos, 67 años; hijo de Pedro Checa (nacido en 1502)
Pedro de Segovia, labrador,  92 años
Sebastián López el viejo, 77 años
Francisco de Torres, hidalgo, 78 años
Ana de Requena, mujer de Diego de las Muelas, alcalde ordinario por el estado hidalgo. 70 años
Catalina López, mujer de Domingo López de Tébar.
María Ruiz, viuda de Francisco de Alarcón, 70 años
Cristóbal Prieto
García de Chaves, vecino de La Alberca, nieto del ejecutoriado Juan de Lomas, 66 años

Testigos de la probanza de 1608, contrarios de Francisco y Eugenio Lomas

1.-Ratifican su dicho en la Chancillería de Granada

Pedro Sánchez de Hontecillas, labrador, 60 años
Martín López de Caballón, labrador, 57 años
Francisco Sánchez, labrador, 50 años
Miguel Cañete, labrador, 55 años
Diego García Plaza, labrador y morador en Cañada Juncosa, 58 años
Jorge Pérez, labrador , 48 años
Francisco López Caballón, labrador, 52 años
Francisco Tornero, labrador, 66 años

2.-No ratifican su dicho en la Chancillería de Granada

Alonso de la Jara
Benito Montesinos Cañavate, sastre, 60 años
Juan de Alarcón Bermejo, labrador del lugar de Cañadajuncosa
Alonso Martínez Calvo, labrador de Atalaya, 66 años
Cosme Jareño el viejo, vecino de Atalaya de 66 años
Rodrigo de Ruipérez, vecino de Atalaya, de 56 años
Damián Jareño, vecino de Atalaya
Juan Ruiz, labrador de Cañadajuncosa, 45 años
Pedro Sánchez de Alarcón, vive de su trabajo, 60 años
Francisco González, labrador





(1) DE LA ROSA FERRER, Ignacio. El Cañavate, realengo e intereses señoriales. en https://historiadelcorregimientodesanclemente.blogspot.com/2018/02/el-canavate-realengo-e-intereses.html, 23 de febrero de 2018.
(2) ZARCO CUEVAS, Julián: Relaciones de pueblos del Obispado de Cuenca. Diputación Provincial de Cuenca, 1983, pp. 203-210

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Signatura antigua: 302-234-13. Francisco de Lomas Vera y su sobrino Eugenio de Lomas

ADENDA: UNA PEQUEÑA REFLEXIÓN SOBRE LAS SOCIEDADES MANCHEGAS DEL SIGLO XVI:

A comienzos del siglo XVI, hubo una sociedad en el sur de Cuenca levantada y fundada en el valor del trabajo y el mérito personal. Sociedades pobres en población y recursos que venían de la guerra y la rapiña del siglo XV. De pronto, el milagro, hombres con sus azadones roturando las tierras, guerreros convertidos en mercaderes o empleándose como labradores para salir adelante. Vascos y cántabros que bajaban a la llanura manchega a alzar como canteros nuevos pueblos, zamoranos a vender sus paños, carreteros de la sierra que traían las maderas necesarias para las casas, gente del común que explotaba como rentero las tierras (que lo de jornal se despreciaba, como muestra de sumisión no aceptada por el orgullo y el deseo de ser libre). Y sin embargo, el brutal y rápido crecimiento trajo una legión de desheredados: el pequeño agricultor que no tenía suficientes ingresos se empleaba como presto a desempeñar sus servicios para otros, muchos deambulaban por los pueblos al acabar la vendimia o siega o improvisaban trabajos manuales para sobrevivir, algunos hidalgos se tragaban el orgullo e iban a los montes en busca de leña para vender, llevada en burros (una humillación para un hidalgo de la época). Y de repente, todas las contradicciones estallan. Quizás los hombres no eran conscientes de su clase, pero sí de lo que les oponía a los demás. Los más ricos ven en las contradicciones sociales, oportunidades para la lucha y conquista del poder concejil y amasar sus fortunas, pero obvian los movimientos profundos de las sociedades rurales. Algo del peligro se atisba, se encienden las hogueras donde las conciencias más críticas y librepensadores son arrojadas. Se les llama judíos, pero son hombres con una visión demasiado moderna para su época. Las hogueras provocan más odios. Cuando nadie lo espera, llega el verano de 1520, El Provencio y Santa María de Campo se sublevan y expulsan a sus señores y, en ausencia y rebeldía, los someten a juicios populares. Las villas de realengo parecen tranquilas en manos de las familias y patriciado tradicional, pero los hidalgos arruinados comienzan a poner voz al descontento. Llega finales de octubre o el mes de noviembre e inesperadamente se produce una auténtica subversión social, los desheredados se hacen con el poder: nombran capitanes o sota capitán, que responden a una autoridad que está en todas partes y en ninguna. El mesianismo se apodera del movimiento: juntas de doce miembros, cual apostolado, se forman en los pueblos. Todo se pone en cuestión en los tres meses siguientes, aunque apenas se sabe nada, porque hay una intencionada destrucción de los papeles de ese periodo, una vez finalizado el movimiento. Nuestra única certeza es que el movimiento es aplastado sin piedad por una nobleza regional (y con intereses que van más allá), con la colaboración de los agricultores propietarios que han visto con horror como el movimiento no respetaba las haciendas y a los que se les debe prometer seguir controlando los gobiernos municipales. La victoria de los agricultores es completa, que vienen de los pueblos a luchar contra los comuneros que se han hecho fuertes en el Cañavate. En el río Rus, y bajo su puente, tiñéndolo de rojo, yacerán cientos de comuneros muertos. La república de labradores, en la que han querido participar los desheredados y gentes de oficio, ha triunfado, pero es un espejismo, pues está tutelada por los grandes hacendados. La nueva constitución se mantiene un cuarto de siglo, pero a mediados del siglo XVI, la nueva minoría de hacendados pide el control absoluto del gobierno concejil. En la segunda mitad del siglo XVI recuperarán del desván el viejo abuelo que ganara una batalla: no tendrán dificultad pues en la época de los Pachecos hubo muchos hombres con arrojo que frente el enemigo en batallas o entre ellos a cuchilladas resolvían sus disputas. Otros se inventarán sus abuelos o simplemente serán sus enemigos quienes les recordarán su pasado real o ficticio para desprestigiarles.  Pero hay una verdad indudable: el hombre ya no es hijo de sus obras, sino de la memoria del pasado que sea capaz de crearse con su dinero

domingo, 18 de noviembre de 2018

El hidalgo de Hontecillas




Iglesia de Hontecillas

le abía començado a conozer mozo en la dicha villa de Hontezillas que hera a media legua de la dicha villa de Vala de Rrey y que heran todas de un señor (el testigo se refiere a Valverde y Hontecillas, de los Ruiz de Alarcón) y después se abía casado en Buenache con hija de Juan Rruipérez y auía estado casado en la dicha villa de Ontezillas que lo que se acordaua auía estado casado hasta que la dicha su muger auía falleszido más de quinçe años y después de fallesçido el susodicho se abía casado segunda vez en la dicha villa de Vala de Rrey y que a lo que se acordaba abía que se abía ydo de la dicha villa de Ontezillas a la dicha villa de Vala de Rrey veynte años poco más o menos e que en el dicho tiempo abía conozido estando casado con su casa y su muger y bienes y fazienda y hato de ganado en la dicha villa de Fonteçillas de contino e que vivía del ofizio de labrador e que a lo que se acordava  y según su aspecto el que litigaua sería entonçes de sesenta y zinco años poco más o menos e que ansimismo abía conozido a Alonso de Alarcón padre de Antonio Alarcón  que litigaua más tiempo de zinquenta y zinco años viviendo en la dicha villa de Hontezillas de vista habla y trato y conversazión y quando lo abía comenzado a conoçer se acordaua que estava casado con María Delgado hixa de Benita López natural de la dicha villa de Hontezillas y que su marido se dezía Pedro Delgado y que le auía conoçido casado con la dicha María Delgado mucho tiempo hasta que la susodicha auía falleszido e que no se acordaban quantos años abían sido e después se abía tornado a casar segunda vez el dicho Alonso de Alarcón con una muger que hera natural de Valera de Yuso e que no auía auido en ella hijos podía aber que auía falleszido el dicho Alonso de Alarcón seis o siete años y que quando abía fallesçido le pareszía a este testigo que sería hombre de edad de ochenta años poco más o menos el qual auía vivido en el ofizio de labrador y que asimismo auía conoçido a Juan de Alarcón padre del dicho Alonso de Alarcón agüelo del dicho Alonso de Alarcón en la dicha villa de Ontezillas tiempo de diez años... e lo auía conoçido casado con Elvira Garzía el qual podía aber entonçes que auía falleszido más tiempo de zinquenta años al qual abían conozido vivir del ofizio de labrador y que tenía ganado 
El apellido Alarcón era un sobrenombre toponímico que recordaba a la vieja fortaleza, pero aportaba también unas resonancias hidalgas, que no habían de pasar por alto unos labradores enriquecidos y con ansia de ennoblecimiento. Tales eran los Alarcón de Hontecillas, labradores y ganaderos, que hacia 1530, vía casamiento de Antonio, habían marchado hacia Vara de Rey. La notoriedad de los Alarcón era innegable, a falta de la seguridad de que fueran hidalgos, era indudable que se comportaban como tales. Los convecinos de Alonso de Alarcón, no sin cierta malicia, se referían a él como ahí va el hidalgo de Hontecillas. No obstante, se tenía por naturaleza de los Alarcón las villas de Hinojosa y Castillo de Garcimuñoz.

¿De dónde le venía la hidalguía a los Alarcón? El padre, Alonso de Alarcón, se le veía con siete u ocho años como paje en Valverde, en casa del señor Pedro Ruiz de Alarcón. La vida de Alonso de Alarcón es la de un hombre de su tiempo: criado de un gran señor de niño, la falta de guerras hacía fútiles las esperanzas de medrar en las cortes señoriales; casado con una vecina de Hontecillas, María Delgado, durante treinta años, dedicado a sus tierras y ganados, viudo después, se volvería a casar con una vecina de Barchín (¿o Valera de Yuso?), hasta su muerte hacia 1545. En aquella época, los hombres mostraban su horror al vacío de la soltería. Las mujeres estaban a expensas de los vaivenes demográficos que les fueran más favorables, la escasez de género, y lo que era algo más común, la hacienda de la viuda casamentera.

La relación de los Alarcón con los señores de Valverde y Hontecillas era de antaño. Mari García, criada en la casa de Pedro Ruiz de Alarcón, recordaba como el abuelo Juan de Alarcón se dejaba ver por casa del señor. Juan de Alarcón (que había fallecido viejo hacia 1490) actuaba como mayordomo, que administraba la hacienda del señor de Valverde y Hontecillas
porque le daba cargo de su hazienda porque hera hombre ábil

En la hacienda de los señores debía intervenir tanto el marido como su mujer Elvira García, que era conocida como la mayordoma. Juan era hombre principal de la villa de Hontecillas, participaba con otros, a los que los testigos querían ver como hidalgos, en la recepción de los señores de la villa cuando tomaban posesión de ella y juraban respetar sus privilegios.
que este testigo auía visto en los libros del conçexo (de Hontecillas) que Pero Rruiz de Alarcón señor que auía seydo en la dicha villa de Honteçillas e Valverde que quando auían venido a ser señores que auían jurado ante el dicho Jhoan de Alarcón y antes otros hijosdalgo como hijosdalgo que guardaran los previlegios e costumbres de la dicha villa
 Juan dejó a su hijo como paje en casa del señor de Valverde. El niño seguiría de adulto al servicio de su señor como alcalde mayor y como escudero y de todo lo que se ofrecía, añadía un testigo. La cercana posición de Alonso en casa del señor de Valverde le había permitido acumular una sustanciosa hacienda en Hontecillas de heredades y viñas. Alonso procuraba presentarse con la prestancia de un caballero, así cuando iba a cazar al carrascal de Valverde
y siendo este testigo mozo auía ydo a caza a un carrascal que estaba en término de la villa de Valverde y venía el dicho Alonso de Alarcón a la caza a el dicho carrascal en su caballo e auía sido alcalde mayor en las dichas villas de Vlaverde y Hontezillas

Antonio de Alarcón había casado con una hija de Juan Ruipérez en Buenache, María Ruipérez, con la que había vivido veinte años en su oficio de labrador. Al morir su mujer, había casado de nuevo con la hija del hidalgo vararreyense Martín Moreno. A decir de Juan Redondo, un testigo natural de Honrubia, el primer epíteto que definía a los Alarcón era su oficio de labradores. Tal concepto definía a los Alarcón como poseedores de una consolidada hacienda de heredades y viñas en las que se apoyaba el poder de la familia. Es de temer, que la proyección social que les dio el cobijo de los Ruiz de Alarcón, fuera aprovechado por la familia, con el añadido de unas acertadas alianzas matrimoniales para consolidar e incrementar el patrimonio familiar. La fortuna hizo el resto. El patrimonio familiar pasaría a herederos únicos. Juan solo tuvo un varón, Alonso, y dos hijas que casaría con hidalgos de la zona. Alonso tendría como único heredero a Antonio.

La figura de Antonio de Alarcón plantea muchos interrogantes. Parte de ellos nos los resuelve Francisco del Castillo e Inestrosa, el nieto menor de Hernando del Castillo, el alcaide de Alarcón, que hacia 1551 contaba con 45 años. Francisco recordaba cómo Antonio había llegado a Vara de Rey hacía dieciocho años, hacia 1533, para casarse. Lo había visto pasar por su hacienda de Perona.

Testimonio de Francisco del Castillo e Inestrosa, vecino de San Clemente, nieto menor de Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón.


Pero el paso de Antonio por Perona no había sido fugaz. En Perona se había empleado como rentero de los Castillo y sus propiedades durante cinco años. Decía de Antonio que era hijodaldo y como tal no había pagado las quince centenas del servicio ordinario que pagaban los pecheros de Perona,
que el dicho Antonio de Alarcón que litigaba auía venido a ser rrentero viniendo a vivir en Vala de Rrey a la dicha aldea de Perona jurisdizión de San Clemente que podía aber diez y ocho años poco más o menos ... que diz que hera suya la dicha aldea y de un hermano suyo (de Francisco del Castillo y de su hermano Hernando) y los renteros que allí vivían heran suyos y puestos por su mano
En Perona, Antonio de Alarcón había permanecido como rentero cinco años al servicio de los Castillo. Justamente ese año Francisco del Castillo, recién casado con Ana Cimbrón, discute con su hermano Hernando para marcharse a vivir en Guadalajara. Todo se nos queda en la oscuridad: el valimiento de Antonio por la poderosa familia Castillo de San Clemente. El matrimonio de Antonio con la familia de Pérez Ruipérez de Buenache, tenidos por David Gómez de Mora* como conversos; la razón de la llegada de Antonio a Vara de Rey, una vez enviudado, para enlazar con la familia hidalga de los Moreno. El trabajo como rentero de Antonio Alarcón al servicio de Francisco del Castillo, que en esto seguía los pasos de otro hidalgo, Rodrigo Zamora, que había servido al padre Alonso del Castillo. Y, sobre todo, el paralelismo en el tiempo del pleito de hidalguía de los Alarcón con ese otro de los hermanos Castillo de San Clemente.

El testimonio de Francisco del Castillo y otros convecinos valió a Antonio del Castillo una sentencia favorable de hidalguía el día 10 de febrero de 1553, que venía a revocar otra negatoria anterior.  La sentencia definitiva no llegaría hasta el 18 de febrero de 1556




Testigos de probanza de 1551

Miguel Sáiz de la Blanca el viejo, vecino de Valverde, pechero de 75 años
Mari García, mujer que fue de Lázaro Coronado, 80 años, vecino de Valverde (a media legua de Hontecillas)
Martín Sáiz de la Cámara el viejo, vecino de Hontecillas, 80 años
Juan Redondo, natural de Honrubia, lugar de Alarcón, pechero de 80 años
Juan Fernández de Pareja, vecino de San Clemente, hijodalgo, 76 años, natural de Buenache (a una legua de Hontecillas)
Francisco del Castillo e Inestrosa, hombre hijodalgo que se dijo ser, vecino de San Clemente. 45 años (nacido hacia 1506)




ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. 302-316-19. Ejecutoria de hidalguía de Antonio de Alarcón. 



*Para un estudio de los linajes de Buenache de Alarcón, véase GÓMEZ DE MORA, David:  Las élites de Buenache de Alarcón siglos atrás

lunes, 12 de noviembre de 2018

López de Garcilópez de Vara de Rey


Pedro López de Garcilópez y María López, padres de Pedro López, casado con Catalina Jiménez. A su vez, padres de Juan y Pedro. Pedro casaría con Ana de Lezana, que tendrían como hijo a otro Pedro




El pleito sobre la hidalguía de los López de Garcilópez se había iniciado en agosto de 1597, cuando el concejo de Vara de Rey, empadronó a Juan López de Garcilópez y a su sobrino Pedro con los pecheros. El abuelo Pedro López de Garcilópez procedía de El Provencio, donde sus vecinos no sabían o no querían saber de la familia. A decir de un testigo, el regidor Francisco de la Plaza, era de procedencia pechera. Había llegado siendo un niño a Vara de Rey y entrado al servicio como criado de un hidalgo poderoso de Vara de Rey, Miguel López de Huete. Tal cariño le cogió Miguel López de Huete a su pupilo, que entre uno y otro se llamaban tío y sobrino y que, en el pueblo, le llamaban al joven Pedro con el apodo del hidalguillo. El favor de este hidalgo y del regidor Garci Hernández a Pedro y su mujer María López hizo que pasaran como hidalgos en Vara de Rey. Ese mismo favor de no ser empadronado con los pecheros parece que gozó el padre Pedro, que contaba en Vara de Rey con el favor del escribano Antón López, una figura muy influyente en el pueblo en la segunda mitad del siglo XVI. La razón del favor del escribano era el matrimonio de Pedro con Catalina Jiménez, conocida como la Jimena, y familia del citado escribano.

¿Qué pechos se pagaban en Vara de Rey? El testimonio de Rodrigo López no distaba del que hubiera dado cualquier repartidor de otro pueblo; distinguiendo entre pechos reales y concejiles
que a su magestad se sirue con el seruicio ordinario y extraordinario que son las centenas que se reparten entre los pecheros y la moneda forera que se reparte de siete en siete años y ansimismo se echan soldados y vagajes y otros hospedajes de particulares que se hazen entre los buenos hombres pecheros y otros repartimientos generales de fuentes puentes y adobo de caminos
De estos pechos, parece que se pudieron escusar los hermanos Pedro y Juan López de Garcilópez, pero no de una contribución especial que soportaba Vara de Rey, tal como atestigua el padrón de pecheros de 1575. Se trataba del precio que había tenido que pagar Vara de Rey, por someter a su jurisdicción a su aldea de Sisante
 par repartir dos mill ducados que esta villa está obligada a su magestad por la merzed que ffizo a esta villa por le perpetuar la jurisdición de Sisante porque otros mill ducados están pagados
El repartimiento de ese año se hizo en un contexto de necesidad. De hecho para suplir la necesidad de los vecinos se sacaron de las tercias reales 1940 almudes de trigo. De nuevo los López de Garcilópez sufrieron un repartimiento en 1599 por el servicio ordinario. Pero esta vez protestaron, ya en 17 de noviembre de 1597, los Garcilópez habían llevado su caso a la Chancillería de Granada. Once días antes, ni el carnicero ni el pescatero de Vala de Rey, inducidos por los regidores, habían aceptado las cédulas de refacción que llevaban para no pagar la sisa de la carne y pescado. Un mes antes, Juan y su sobrino Pedro habían sido empadronados en los libros de los pecheros y se les había negado las cédulas de refacción. Cuando el ocho de octubre elevan sus protestas al alcalde ordinario Hernán Pérez de Oviedo, obtienen la negativa por respuesta

Firma de regidores de Vara de Rey en 1601


El 21 de agosto el concejo de Vara de Rey había conminado a varios vecinos a presentar sus ejecutorias para demostrar su hidalguía. Además de Juan Lópéz de Garcilópez y su sobrino Pedro, fueron citados a presentar sus ejecutorias los hermanos Fernando y Pedro Díaz, Francisco Díaz, morador en Sisante, y Juan Collado y su hermano Miguel Sáiz de Lesundi. El concejo vararreyense se hallaba dividido. Los Montoya y los Buedo se decantaron por mantener como hidalgos a los susodichos, aunque Martín de Buedo se mantuvo indeciso. Pero la mayor oposición a los pretendidos hidalgos vino del alcalde Francisco de la Plaza, que tenía especial odio por los litigantes, los regidores pecheros Felipe Valero y García de Jábega, aunque en este último caso mostró su solidaridad con la familia Díaz Meneses, y del alguacil mayor Francisco López.

Signo de Martín Gómez, escribano del ayuntamiento de Vara de Rey en 1597

El doce de octubre el ayuntamiento había cambiado, pero no la oposición a los Garcilópez. Aunque hidalgos como Hernán Pérez de Oviedo, Alonso Ruiz de Alarcón, Pedro de Buedo, Pedro Ruiz y Alarcón y Juan Pérez de Peñalosa o Diego de Montoya Vizcarra apoyaron a los Garcilópez; la oposición pechera fue unánime: Alonso de Jábega, Felipe Valero, Miguel de Jábega y Miguel Gallego se opusieron a aceptar como hidalgos a tío y sobrino.

Francisco Sánchez, escribano del número de Vara de Rey
A pesar de las acusaciones de pechero y de una contrastada actividad como mercader de un miembro de la familia, Antonio, como mercader en San Clemente., Los López de Garcilópez supieron luchar su hidalguía en Granada en un largo proceso. El cuatro de junio de 1603 obtienen sentencia favorable de hidalguía. Sin embargo, la carta ejecutoria no se despachará hasta 22 de diciembre de 1621


Concejo de Vara de Rey de 21 de agosto de 1597

Francisco de la Plaza, alcalde ordinario; Pedro de Montoya, Felipe Valero, Martín de Buedo Gomendio, Pedro de Buedo, García de Jábega, regidores; Pedro de Cuenca, alguacil; Rodrigo López, alguacil mayor.

Concejo de Vara de Rey 12 de octubre de 1597

Hernán Pérez de Oviedo y Alonso de Jábega, alcaldes ordinarios; don Alonso Ruiz y Alarcón, alférez; Felipe Valero, Pedro de Buedo, Miguel de Jábega, Miguel Gallego, don Pedro de Alarcón y Diego de Montoya Vizcarra, regidores perpetuos; y don Juan Pérez de Peñalosa, alguacil mayor

Concejo de Vara de Rey de 18 de febrero de 1598

Hernando Pérez de Oviedo, alcalde ordinario; Pedro de Buedo, Miguel de Arjona, Fernando de Gabaldón Montoya, Gonzalo Martínez Almao, regidores.

Julián Gómez, escribano del ayuntamiento de Vara e Rey en 1598


Concejo de Vara de Rey de 20 de junio de 1601

Alonso Ruiz de Alarcón y García Sainz de Jábega, alcaldes ordinarios; Felipe Valero, Martín de Buedo Gomendio, Fernando Díaz y Diego Ruiz de Villamediano, regidores.

Testigos de 1601 en Vara de Rey

Hernán Sanz Escribano, 73 años
Francisco de la Plaza, hombre pechero de más de cuarenta años
Pedro López de Espinosa, 68 años
Diego de Buedo, natural y vecino de Vara de Rey, de 75 años
Simón Pérez, natural de Tebar, morador en la Fuensanta, jurisdicción de La Roda
Pedro López Álvaro López
Blas Díaz Meneses, 72 años
Bartolomé de Celada, 58 años
Diego de Montoya Amengorza (Abengoza), hidalgo de 70 años
Alonso López Girón, 80 años

Testigos de 1601 en El Provencio

Pascual Sánchez Merchante, 70 años
Pedro Valero, 81 años
Florián Ruiz, 76 años
Francisco Ortega de Losa, 75 años

Testigos de 1601 en la Chancillería de Granada

Francisco de Sepúlveda, vecino de Vara de Rey, hijodalgo, vive en la plazuela de San Sebastián, 54 años
Alonso Jiménez, vecino de Vara de Rey, hijodalgo, vive en la carrera de San Sebastián, 43 años

Testigos de 1603 en la Chancillería de Granada

Pedro de la Plaza, vecino de Vara de Rey,  hombre pechero, 50 años,  hijo de Pedro de Jábega y Catalina de la Plaza, vive de su hacienda; nieto de Miguel López de la Plaza, vecino de Vara de Rey, aunque natural de El Provencio

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. Signaturas antiguas: 304-577-20 y 301-7-27

miércoles, 7 de noviembre de 2018

La familia Perea de Barchín del Hoyo


Casa Zapata Perea. En el primer escudo, armas de los Perea y de la Torre;
en el segundo escudo, armas de los Zapata y Montoya

La ejecutoria de hidalguía de Julián Perea es de 1583, pero el contencioso por su nobleza con la villa de Barchín había comenzado en 1547

Julián de Perea era hijo de Sebastián Perea, casado con Juana Zapata, vecina de Iniesta, hija de Garci Zapata, y nieto de Álvaro de la Torre.

Alvaro de la Torre tenía otros dos hijos, de un primer matrimonio en Monteagudo: Juan de la Torre y Alonso de la Torre, vecinos de Monteagudo. Alvaro de la Torre era alcaide de la fortaleza de Monteagudo y mayordomo del obispo de Cuenca. A los cuatro años de casado se queda viudo, casándose con María de Perea, vecina de Barchín. Del matrimonio nacería Sebastián de Perea. Viudo de nuevo, casaría una tercera vez. Fallecería hacia 1518. Los de la Torre de Monteagudo conseguirían ejecutoria de hidalguía en los años treinta.

Con veintiséis meses Julián se queda huérfano por muerte de su padre Sebastián. Su madre Juana Zapata, viuda, abandona el hogar familiar, asegurándose la parte correspondiente de su hacienda y bienes, para casarse en Cuenca con un escribano. Deja dos hijos en Barchín: Julián y María. En 1543 los hidalgos son llamados para la guerra de Perpiñán. Julián acudirá junto a otros hidalgos de la villa de Barchín: dos hijos de Bernardino de Villalba o Juan de Comedio. Los hidalgos de la zona se juntarán en Albacete, para tomar el camino de Barcelona y Perpiñán, pero no llegarán a combatir.

Julián de Perea obtuvo sentencia favorable a su hidalguía el 8 de mayo de 1549. El pleito se reabriría en los años setenta. El concejo de Barchín denunció un oscuro origen de los Perea: el padre del abuelo Álvaro de la Torre había sido el cura de Monteagudo que había procreado con su manceba al dicho Álvaro de la Torre. No obstante, una nueva sentencia de 18 de marzo de 1583 declaró hidalgo a Julián de Perea. La carta ejecutoria de hidalguía tiene fecha de 20 de agosto de 1583.



Probanza de 1548

Benito de la Osa, labrador de 70 años
Bernardino de Villalba, hidalgo de Barchín, 75 años
Martín Tejedor (?), pechero 80 años
Gil Carretero, pechero más de 60 años, cuñado del hidalgo Juan de Gomendio (o Comedio)
Antón Muñoz, pechero de 82 años
Martín López, pechero de 85 años

ARCHIVO DE LA REAL CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Signatura antigua: 301-69-32. Ejecutoria de hidalguía de Julián de Perea. 1583



Imagen: casa Zapata Perea

Los Perea Zapata según Mateo López

Don Cristóbal de Perea y Zapata se estableció en Cuenca por los años de 1600; era nieto de Julián Perea Zapata, que litigó executoria de hidalguía con el Concejo de la villa de Barchín del Hoyo, de donde era vecino, por los años de 1490 (?). Tenía su origen de los Torres, alcaides de la fortaleza de Monteagudo; en virtud de ella han estando gozando en esta ciudad, donde han sido regidores los descendientes de don Cristóbal, desde su hijo Diego Perea y Zapata y en la villa de Barchín, donde tienen su casa y mayorazgo, gozan de nobleza en Cuenca y tienen regimiento perpetuo de la ciudad, que en el día de hoy lo es don José Perea, vecino de Barchín (MATEO LÓPEZ: Memorias Históricas de Cuenca y su Obispado. CSIC, 1953. Tomo II, pág. 254)

domingo, 4 de noviembre de 2018

La rebelión comunera en la villa de San Clemente


Escultura de Juan de Padilla en Toledo


El 22 de noviembre de 1533, los hidalgos sanclementinos, representados por Rodrigo de Ortega el mozo y Hernán Vázquez de Haro, por fin conseguían una sentencia favorable de la Emperatriz Isabel para que los hidalgos sanclementinos tuvieran presencia en el gobierno municipal. Era la reafirmación de un derecho que ya habían impuesto los hidalgos en las dos décadas anteriores por la vía de la fuerza derivada de su poder económico, pero era un derecho muy contestado, que no se resolvería definitivamente hasta cinco años después.

Unos años antes, en 1526, cuando el representante de la Emperatriz llegó a San Clemente para tomar posesión de la villa como parte de las obligaciones del Emperador Carlos V con su esposa, contenidas en las capitulaciones matrimoniales, se encontró con un poder pechero muy asentado, mientras los hidalgos de la villa asistían a la ceremonia como simples espectadores. Muestra de ello es que el licenciado Cervato, corregidor de la Emperatriz se vio obligado a ratificar el monopolio pechero sobre el poder municipal, que ya disfrutaban desde el año 1445. Era el año 1528. Los hidalgos veían negado un derecho contestado y reciente, pero que les otorgaba la merced de asistir con dos procuradores a los ayuntamientos y, parece, que con derecho de voto.

No se resignaron los hidalgos, pues, el diez de octubre de 1530, Rodrigo de Ortega y Hernán Vázquez de Haro acudían ante el corregidor de la Emperatriz Isabel, el licenciado Jerónimo Álvarez de Sotomayor, para volver a solicitar su derecho, que ellos consideraban inmemorial, a participar en los oficios públicos.

Pero ahora en 1530, las cosas habían cambiado radicalmente. Del grupo de los hidalgos, y tras la muerte del padre Alonso en 1528, los Castillo habían desaparecido de la escena política (que no de los negocios de sus censos y molinos).  Los hidalgos que ahora protestan pertenecen a una nobleza menor. Aparte de Rodrigo de Ortega el mozo y Hernán Vázquez de Haro, familias de gran proyección futura, sus partenaires son Pedro de los Herreros, Baltasar Granero, Diego de Alarcón, el bachiller Resa, Francisco García o Jerónimo Montoya.  Pero había otros con mayor proyección, tales como Antonio Ruiz de Villamediana, y, sobre todo, el grupo contaba en la sombra con la poderosa familia de los Herreros. Entre los testigos que asisten al nombramiento de Rodrigo de Ortega el mozo para defender los intereses nobiliarios están Bernaldino de los Herreros y Sancho López de los Herreros. La familia, como veremos, ha tenido un papel primordial en la desarticulación del movimiento comunero en 1521.

Entre los pecheros, el grupo de los Origüela y Herreros se había resquebrajado. Los Herreros no ocultaban sus deseos nobiliarios; los Origüela tenían que compartir el poder municipal con nuevos actores. En la reunión del ayuntamiento de 1530, los protagonistas han cambiado. Son viejas familias, en unos casos; otras, son novedosas. Pero todas ellas familias que ya bien, como los Origüela, no tienen intención de rectificar la decisión de su progenitor, Pedro Sánchez de Origüela, de renunciar a su hidalguía, o ya bien se sientes orgullosos de su condición pechera y, por qué no, hacen gala de su manifiesta enemistad a los hidalgos. Sus nombres: García Martínez Ángel, alcalde ordinario; los regidores, Hernando de Origüela, Cristóbal Merchante y Pedro Barriga; el alguacil Pedro de Perona, y Pascual Simón, diputado en nombre del concejo y universidad de la villa. Junto a las familias de abolengo, la súbita aparición de un nuevo apellido Simón, cuya familia mostrará un obsesivo interés por controlar la cofradía de Nuestra Señora de Septiembre, que por el mismo hecho de autodenominarse cofradía de cristianos viejos, hemos de dudar de tal naturaleza.

El concejo sanclementino siempre había sido reacia a la presencia de los hidalgos en sus ayuntamientos, pero paradójicamente habían accedido a dichos ayuntamientos en época de las Comunidades
que nunca los hidalgos desta villa entraron en los ayuntamientos del concejo salvo el año de los movimientos de la Comunidad y alteraciones pasadas y de aquella entrada como fecha en tiempo de Comunidad no pudieron adquirir algund derecho
El precedente no podía ser del agrado de los hidalgos, que aseguraban que dicho derecho se había alcanzado desde el compromiso con los pecheros para evitar cuestiones y diferencias. Nosotros hemos constatado el nombramiento a comienzos del siglo XVI de dos diputados hidalgos para el reparto diferenciado en este estamento del impuesto universal de la alcabala, la presencia de síndicos y diputados hidalgos que asumen la representación del común frente a los poderosos desde finales del siglo XV. No obstante, no parece que hubiera una continuidad en los ayuntamientos de dos diputados hidalgos con voz y voto. Eso sí, las dos tendencias señaladas marcaron el devenir de la intervención de los hidalgos en la política sanclementina: exclusividad estamental, tal como marca el repartimiento apartado de la alcabala, y, alternativamente, portavocía de los grupos sociales más marginados frente al poder pechero que había devenido en república patricia.

La justificación de cualquier teoría política se justifica en el pasado. Los hidalgos sanclementinos no fueron menos.  En nombre de un pasado mítico e inmemorial denunciaron las bases constitucionales de la república pechera de San Clemente, que no eran sino los capítulos acordados con el marqués de Villena en 1445 y que les otorgaba el monopolio del poder municipal. Ya entonces, atendiendo al Fuero Juzgo, se asimiló la condición de pechero a la de postero. Es decir, el gobierno debía quedar reservado a los vecinos naturales de la villa, con casa poblada, hacienda propia y que contribuyeran fiscalmente por sus bienes. La argucia que había valido para excluir del gobierno municipal a los allegados y criados del marqués de Villena y luego a la poderosa familia de los Castillo y Pacheco, se había convertido en una rémora a partir de 1510. Cuando la sociedad sanclementina se hizo más plural. La pequeña villa de pastores y labradores vio llegar hombres venidos de todas partes. Las nuevas fortunas se consolidaban con la misma rapidez con la que se disgregaban las viejas redes clientelares y rivalidades entre antiguos enemigos sebosos y almagrados. Con las fortunas vinieron los desheredados por la suerte, condenados a la marginación.

El pórtico de Santiago de la iglesia parroquial era lugar de concejos abiertos, que a fines de siglo había devenido en auténtico patio de Monipodio donde se solventaban a cuchilladas las disputas internas de la villa. Este marco pronto se convirtió en ajeno. Simbolizaba a la vieja villa. Era un espacio que se situaba entre el cementerio parroquial y la capilla de San Antonio, propia de los herederos del Hernán González de Avilés, que se pretendían herederos de la casa fuerte, que aledaña todavía se levantaba y que no era otra que la del fundador de San Clemente, Clemén Pérez de Rus. Con el cambio del siglo, una decisión regia de la monarquía vino a emancipar la política de sus viejas ataduras tradicionales. En 1486, los Reyes Católicos ordenan la construcción de nuevas casas municipales, pues ennonblescense las Ciudades y Villas en tener casas grandes, y bien hechas en que hagan sus ayuntamientos y Concejos, y en que se ayunten justicias, regidores y oficiales a entender en las cosas cumplideras a la república que han de governar (1).


San Clemente no tardaría en levantar las suyas. Tal vez, ese arquitecto llamado Juan Díaz de Barcenillas, procedente del valle de la Hoz en la Montaña, viniera aquí para levantar un ayuntamiento nuevo. A fines del siglo XV, en el lugar donde se levanta el imponente edificio renacentista actual, ya se deberían levantar las casas propias para ayuntamiento de sus regidores y alcaldes. Edificio consolidado de dos plantas ya se levantaba cuando la Emperatriz Isabel pidió en 1526 su dote matrimonial. Las nuevas casas consistoriales recogieron las diferencias de antaño, pero ahora, en una sociedad más abierta, los bandos se deshacen y se reivindica el mérito. Los primeros en hacerlo son aquello que gozan del privilegio de la sangre y la tradición: los nobles. La comunidad les pide el esfuerzo contributivo para los nuevos proyectos de la villa: los molinos del Júcar, la construcción del convento de los frailes. Se oponen, pero su oposición va más allá del estatus privilegiado: se les pide contribuir, pero son apartados de la toma de decisiones políticas. No tardarán en buscar en el pasado nuevas razones para solicitar su derecho a la asistencia y al voto en las sesiones concejiles. En 1512, los hidalgos al unísono piden su derecho a participar en los oficios concejiles. Lo hacen recuperando viejas leyes del reinado de Juan II, anteriores a la concordia entre la villa y don Juan Pacheco en 1445. Las ordenanzas de Juan II, dadas en Palenzuela, en 1430 excluían a caballeros y escuderos de los ayuntamientos, reservados al grupo reducido de regidores y alcaldes, pero recordaba un viejo derecho: puedan entrar en los dichos concejos los sexmeros, do los hay (2). ¿Qué sexmos quedaban de la vieja Tierra? De la división de la Tierra de Alarcón en sexmos no sabemos nada. Al fin y al cabo su extensión era tanta, que la fortaleza fue incapaz de articular un espacio administrativo en torno a sí. Sabemos por una relación de aldeas de 1293 de la persistencia de un sexmo de Zafra (3). Sin embargo, la organización en sexmos de la Tierra de Cuenca, no se conservó en Alarcón. Pero el pasado de una tierra común en el suelo de Alarcón pervivió y las nuevas villas exentas se refería a sí mismas como San Clemente y su tierra o Villanueva de la Jara y su tierra, reivindicando quizás derechos de dominio de reminiscencias feudales sobre sus aldeas. Ese dominio es claro en las relaciones entre San Clemente y sus aldeas, sobre todo, Vara de Rey. Quizás fuera esa dependencia en la que se apoyaron los hidalgos para exigir su participación como sexmeros en los ayuntamientos sanclementinos. Al menos tal condición de sexmeros se arrogan los hidalgos sanclementinos al recordar en 1530 sus aspiraciones a los oficios municipales.


La participación de los hidalgos en los ayuntamientos de San Clemente se fundaba, aun sin reconocerlo, más en la práctica real que en los reconocimientos formales. Ya en la década de los noventa, un hidalgo procedente de Iniesta, llamado Antón García, que llega a San Clemente por casamiento con Catalina López de Perona, hija de una de las familias sanclementinas de toda la vida, asume la defensa del común frente a los poderosos. Este nuevo Robin Hood, hijo del libertador de la villa de Iniesta frente a los Pacheco y héroe él mismo de la Guerra de Granada, armado caballero por el mismo Fernando el Católico ante la Grandeza de España, es un caballero, pero no ha llegado a San Clemente como soldado sino como viticultor. Es un hidalgo que ha cambiado la adarga por los campos de cultivo y las nuevas oportunidades que ofrece el vino. Se erige en defensor del bien común y de la república, pero es simplemente para defender los intereses de una nueva capa de afortunados que apenas si acaba de despuntar: los cultivadores de viña. Ha heredado el majuelo de su suegro Juan López de Perona, y lo ha incrementado. Alrededor suyo, otros vecinos disponen de sus propias viñas. Todos hacen causa común frente a los ganados de Miguel Sánchez de los Herreros y Alonso Sánchez Barriga. 

No tardará el tiempo en que los intereses contrapuestos de agricultores y ganaderos se vuelvan aliados, porque complementarios devienen los estos negocios diversos en las mismas personas. Antón García tiene como propietarios lindantes de sus majuelos a un Luis Sánchez de Origüela y a un Francisco de los Herreros. La sociedad sanclementina se recompone en sus odios. A comienzos del siglo XVI dos figuras emergen con fuerza en la vida del pueblo. Son dos segundones, pero agraciados por la fortuna. Hablamos de Alonso del Castillo, el hijo del alcaide de Alarcón, y Alonso Pacheco, el hijo del señor de Minaya. Poseen amplias propiedades en torno a Perona y Rus, son dueños de los molinos y controlan el préstamo de dinero a los nuevos agricultores que surgen en la comarca. Son, antes que hidalgos, ricos. Mucho más inmensamente ricos que aquellos quince o veinte vecinos, que se denunciaban hacía veinte años como dominadores de la vida municipal. En torno a sí reúnen la oposición de un segundo rango de hidalgos que ha hecho de la fortuna su distinción social: el propio Antón García, los Haro, los Ortega o un mercader de Tierra de Campos que se hace nombrar Martín Ruiz de Villamediana.

La fuerza y poder económico de los hidalgos tiene su recompensa en los años finales del reinado de los Reyes Católicos. Según declaraba Rodrigo de Ortega el mozo en 1531, treinta años años antes, en 1501 por tanto, los hidalgos habían llegado a un pacto de conveniencia e iguala con los pecheros que les permitían entrar en el ayuntamiento con dos diputados nobles con voz y voto. La decisión fue ratificada por provisión y mandamiento de los Reyes Católicos; motivándose la decisión en la finalidad de acabar con las diferencias, debates y cuestiones habidas en la dicha villa y que daban lugar a altercados. Hasta Segovia fue Antón García a recoger la provisión real, que fue presentada en San Clemente al alcalde mayor Basurto. Se complementaba así el gobierno municipal de pecheros formado por siete oficiales (alcaldes, regidores y alguacil) y otro número igual de siete diputados pertenecientes al estado llano. Tras la expresión de pacto de conveniencia e iguala creemos que se esconde una aportación monetaria de los hidalgos, a cambio de su entrada en los concejos. El pacto debió durar tan poco como la conveniencia del mismo. Es posible que el referido pacto se retrasase, tal como aseguraba el escribano Pedro de la Fuente, a tiempos del gobernador licenciado Gallego, es decir 1509, pero, aun así, dos años después no hay rastro de los diputados hidalgos.

Si se mantuvo la estructura municipal tradicional con el añadido de siete diputados pecheros (ampliados en número en algún momento), no ocurrió lo mismo con los dos diputados hidalgos, cuya presencia en los ayuntamientos es creíble que fuera breve tras el citado pacto, siendo despojado el estado nobiliario de dicho derecho. En cualquier caso, las opiniones eran divergentes, pues Antón García opinaba que se había dado carta de naturaleza a la entrada de los hidalgos en el gobierno muncipal. Pero lo que para los hidalgos era participación en el gobierno municipal era para testigos tan señalados como Alvar Ruiz del Castillo, veinticinco años  escribano del ayuntamiento, simple participación de los hidalgos para el repartimiento de alcabala entre los de su estado. Los primeros nombrados fueron Juan López Rosillo y Antón García, dos hombres de la Corona. Alonso López de Perona, cuñado de Antón García, negaba voz o voto a diputados hidalgos en los ayuntamientos y reducía la participación de los nobles únicamente  a los concejos generales o abiertos en los que participaban todos los vecinos. Es más, en palabras de Antón García, dichos concejos abiertos, al dar lugar a constantes altercados, fueron sustituidos por los catorce oficiales (dos alcaldes, cuatro regidores, un alguacil y siete diputados pecheros), a medio camino entre el concejo abierto y el ayuntamiento cerrado. Los siete diputados, con el tiempo, fueron los siete oficiales del ayuntamiento del año anterior. Ni que decir tiene que Antón García agregaba dos diputados más de los hidalgos a esta configuración concejil, que sin embargo, lejos de cumplir con sus deseos, se mantuvo en estos catorce miembros hasta 1537.

Los años que van de 1503 a 1511 son años de desvertebración social. Años de hambre, años de especulación por los ricos y años de pestilencia, en los que los ricos hidalgos cometen el error en 1508 de abandonar el pueblo para librarse del mal. Pues efectivamente de error se debe catalogar su abandono de la villa para salvar sus vidas. Alonso del Castillo se ausenta durante nueve meses del pueblo. Mientras ellos se van a Vara de Rey, Villar de Cantos o la fortaleza de Alarcón, el común de los vecinos de San Clemente se queda en el pueblo padeciendo el mal pestífero y, por supuesto, sacando adelante sus haciendas. El error es ante todo un error político, pues el periodo que va de 1503 a 1511 es un hervidero de pasiones políticas en la villa de San Clemente. Aprovechando la construcción de unas nuevas casas consistoriales, donde hoy se levanta el ayuntamiento renacentista, los concejos abiertos se suceden. Estas reuniones comunales a campana tañida tampoco son la norma, pues son excepcionales para decidir en temas de repartimientos para obras como las de los molinos que afectan a todos. Sin embargo, el ayuntamiento cerrado de alcalde, regidores y demás oficiales se abre con la presencia de diputados. Hasta un total de siete el año 1511, tal como marcaba el pacto e iguala de diez años antes. La novedad es que los hidalgos son apartados del gobierno municipal. En los concejos de 1513 a 1514, las reuniones son semiabiertas, pero junto a los oficiales del ayuntamiento nos aparecen nuevos nombres, algunos de baja extracción social. En 1513, los Origüela y los Herreros parecen dominar la escena política municipal, pues forman parte del concejo como regidores o alcaldes y también como diputados, pero el poder está en esa representación de hasta once diputados que ha suplantado al concejo cerrado. Sin duda, los diputados coinciden con los vecinos principales, cuya panoplia se ha ampliado, pero el común, el popolo minuto, aparece ya en las reuniones con sus nombres propios: así, un Rodrigo Martínez, peraile. Hasta los de la Huerta, gente de baja rahez del Arrabal, ocupan cargos de regidores en 1514. Hay que fijarse en los nombres para comprender el salto cuantitativo que se ha dado de 1511 a 1513. Si en el concejo de 1511, sus representantes son el símbolo del poder patricio de la villa; sus apellidos así lo denuncian (Alonso López de Perona, Martín López de Tévar,  Juan López Cantero, Sancho López de los Herreros, García Sánchez y Gonzalo de Sanclemente, regidores, y Juan Manzano, alguacil, Martín del Campo procurador síndico y Martín González de los Herreros, Francisco de los Herreros, Luis Sánchez de Orihuela, Sancho Rodríguez, Diego de Andújar,  Juan de Olivares y García López de Ávalos); en 1513, el ayuntamiento ha dado paso a la gente del Arrabal y del común, menestrales y artesanos, que piden su lugar frente a los ganaderos y agricultores. Para 1514, vuelve a cerrarse el concejo, pero esta vez bajo la preponderancia absoluta de los Origüela. Pero el equilibrio es muy frágil. Los Herreros tienen una presencia señalada. La familia Olivares, agricultores de Villar de Cantos adquieren una papel significativamente protagonista. Aunque lo más destacable es la presencia de una figura, que, como diputado, da continuidad a todos los concejos: es Luis Sánchez de Origüela. En torno a su figura aparecen otros como Gonzalo de Sanclemente o Alonso González de la Huerta. Es una amalgama de gente descreída, denunciados por sus enemigos como conversos, moros, o simplemente canalla social.

El ascenso social de la marginalidad solo ha sido posible por la exclusión de los hidalgos, que, desde 1512, intentan conseguir con pleitos en la Chancillería de Granada lo que no han conseguido en las disputas políticas de cada día. Los pleitos se trasladan a Granada, pero las intrigas y odios se viven en las calles. La denuncia y la delación social entran de lleno en el debate político y con ellas el Santo Oficio. La fe se resfriaba, en expresión de los regidores sanclementinos. Luis Sánchez de Origüela es acusado de falta de fe verdadera. Le recuerdan sus ironías sobre las imágenes religiosas que desfilan por el pueblo, simples trozos de madera para Luis sin simbología alguna. Ya dos años antes se ha dudado de otro Origüela, Alonso, que dice sus misas sin guardar los preceptos canónicos. Luis acabará en la hoguera, como Hernando de Sanclemente, acusado de prácticar la fe islámica, o Juana Fernández de Astudillo. Las hogueras arderán con especial virulencia estos años en Belmonte, Castillo de Garcimuñoz o San Clemente. ¿Eliminación de personas y familias próximas al marqués de Villena? No lo creemos, más bien hombres y mujeres que más allá de sus dependencias pasadas habían buscado definir su identidad en las cambiantes sociedades de comienzos de siglo y habían definido sus propias ideas revolucionarias frente a la tradición del pasado.

LAS COMUNIDADES EN LA VILLA DE SAN CLEMENTE


Estatua del comunero Juan Bravo en Segovia


El enfrentamiento virulento llegó el año 1520, año de las Comunidades. En el mes de noviembre. Las versiones de pecheros e hidalgos sobre este movimiento social eran divergentes. Según los pecheros, los hidalgos había capitaneado el movimiento subversivo; según los hidalgos, las comunidades habían maltratado y expulsado de la villa a los hidalgos. La acusación más directa de los hidalgos en el movimiento de las comunidades vino de Hernando de Origüela, que acusó a los hidalgos sanclementinos de levantar en la villa la Comunidad, formar una junta de trece miembros y ocupar los cargos, nombrados por dicha junta, de capitán, letrado y procurador. Como prueba de ello señalaba la firma de dos hidalgos principales en los libros del ayuntamiento de ese año: Martín Ruiz de Villamediana y Antón García.
e que en el dicho año de la comunidad dizen que tuvieron dos diputados los fijosdalgos que fue sota capitán hidalgo e letrado de la dicha villa hidalgo e procurador de la dicha villa fidalgo los que señalaron e heligieron los treze que tenían puestos de la comunidad y que los dichos hijosdalgo hizieron e levantaron dicha la comunidad y que en aquel dicho año dezían que avían señalado diputados los dichos hijosdalgos e que se halla aquel año en el libro de los ayuntamientos desta villa una ferma de Martín Rruiz que hera fijodalgo el qual avía seydo puesto en el concejo por mano de los de la comunidad... e otra ferma de Antón García vecino desta villa por procurador
Juan de Olivares, regidor en 1531, recordaba que la Junta formada en tiempo de las comunidades estaba formada por doce personas, una menos de los que recordaba Hernando de Origüela, y que los hidalgos habían participado en los oficios concejiles elegidos por esa Junta con tres o cuatro miembros. Otros testigos favorables a los hidalgos reconocieron su participación directa en el gobierno municipal de las Comunidades, entre ellos, Sancho López de los Herreros.

Las acusaciones entre pecheros e hidalgos eran interesadas, pues como reconocía Alonso López Rosillo, el levantamiento de las comunidades había sorprendido a unos y otros al ser una rebelión del vulgo o gente común, que se dotaron de nuevas autoridades provisionales en sustitución de las elegidas para San Miguel
porque al teinpo e sazón que se levantó la comunydad que la movieron e levantaron el vulgo de la gente común en esta villa ... que helegidos e señalados los ofiçiales que avían de ser desde el día de San Miguel de setienbre en adelante por la mano e pareceres de los oficiales que hasta aquel dicho día avían seydo que vino el alguazil que avía helegido la comunidad e les enbaraçó las dichas eleciones que tenían hechas e se solian hazer el dicho día de San Miguel diziendo que no avían de ser oficiales los elegidos por los dichos oficiales syno los que el capitán de la dicha comunydad que nonbrase e que aquellos avían de ser e fueron fasta que sus magestades proveyeron e les mandaron quitar sus oficios 
Reconstruir las historia de las Comunidades en San Clemente es entrar en una historia de silencios. Algunos testigos de los hijosdalgos mencionaron el hecho muy por encima y todos los testigos favorables al concejo callaron sobre las alteraciones vividas en la villa. Por otros estudios (4), sabemos que en el verano los ánimos se caldearon. En agosto de 1520, San Clemente envía un mensajero a Chinhilla y Albacete avisando que el marqués de Villena ha intentado atacar la villa de El Pedernoso y proponiendo una Junta que rechace la renovación del gobernador Diego de Vargas. La actitud agresiva del Marqués de Villena es comprensible si tenemos en cuenta que durante el mes de agosto los provencianos se han sublevado contra su señor Alonso de Calatayud, que ha huido a refugiarse hasta Las Mesas. El 17 de agosto es sometido en ausencia y rebeldía a un juicio popular, en el que doscientos vecinos prestan su testimonio acusador. A finales de agosto o comienzos de septiembre se celebra la Junta del Marquesado en Chinchilla. En cumplimiento de lo allí concertado los concejos dan poderes a Juan de Barrionuevo, Sancho Martínez de Olivencia, Diego de Lorca y Francisco de los Herreros, vecinos de Chinchilla, Villena, Iniesta  y San Clemente para negociar con el regente Adriano Utrecht, en especial la negativa a una prórroga del mandato del gobernador Diego de Vargas (5). Sin embargo, en San Clemente, para San Miguel de 1520, el concejo elige sus oficiales según es orden y costumbre. 

Para octubre o noviembre los hechos se debieron precipitar. El alcalde mayor del Marquesado, licenciado Peñarrubia es expulsado de la villa. Los siete oficiales del ayuntamiento y los siete diputados del común destituidos, sustituidos por una junta de doce o trece miembros. La villa se dota de una organización militar y extiende el movimiento a otras villas de la comarca. El movimiento parece contar en un principio con el apoyo de algunos hidalgos de la villa, como Martín Ruiz de Villamediana y Antón García. Pero el testimonio de Alonso López Rosillo nos deja entrever una radicalización del movimiento: se levantó la comunydad que la movieron e levantaron el vulgo de la gente común en esta villa. Los propios testimonios nos hablan de la huida de los hidalgos aterrorizados fuera de la villa. Pero el silencio de los testigos nos impide saber más. Seis décadas después las Relaciones Topográficas nos hablan de una batalla sangrienta en El Cañavate. En todo este momento, nos queda la duda del papel que jugó la familia Herreros en el movimiento, quizás intentando reconducirlo en un primer momento y quizás contribuyendo a su represión. Si no, ¿qué sentido tiene que Antonio de los Herreros recibiera el hábito de San Juan, coincidiendo con la represión del movimiento comunero en estas tierras por el prior de San Juan? Pero si podemos decir con seguridad que la zona fue comunera hasta el final del movimiento, como demuestran las contestaciones de pueblos como Villanueva de la Jara, El Pedernoso o Las Pedroñeras a las peticiones contributivas de la Junta; para mediados de febrero para los dos primeros pueblos y para el nueve de abril para el caso de Las Pedroñeras (6).

Pasadas la comunidades, apenas uno o dos años después los hidalgos intentaron entrar en el gobierno municipal, pero tal derecho les fue negado por un concejo pechero que ganó ejecutoria a su favor. Hacia 1528, el gobierno municipal estaba formado por dos alcaldes, regidores, alguacil y siete diputados de los hombres buenos. Ese año los hidalgos intentaron meter en ese gobierno dos diputados hidalgos, Antón García y Juan Rosillo, pero tal derecho les es negado. Es más Juan Rosillo fue expulsado de la sala del ayuntamiento, acudiendo para lavar la afrenta a casa de Antón García: el cual en compañía del bachiller Resa y Alonso Pacheco acudían al corregidor para ver con impotencia como su derecho era negado. Igual ocurrirá en 1529 con los diputados del estado noble Diego de Haro y Diego de Alarcón. Y lo mismo ocurrirá con los citados Rodrigo de Ortega y Hernán Vázquez de Haro en 1530. En estos años sucesivos, los dos diputados hidalgos serían expulsados de la sala consistorial el día de San Miguel, día de la elección de oficios concejiles, y a la que los hidalgos pretendían acceder por una elección paralela.

La disputa entre pecheros e hidalgos por los oficios concejiles fue trasladada el 10 de febrero de 1531 por el corregidor Álvarez de Sotomayor, para confirmar las aseveraciones contrapuestas de unos y otros, a la ratificación de una probanza de testigos. El caso es que el corregidor se desentendió de tema tan espinoso y delegó la probanza en el escribano Pedro de la Fuente; hombre que no debió ser de confianza del concejo, pues previamente había sido nombrado como testigo por los hidalgos. Finalmente se haría cargo de la probanza el teniente de corregidor, el licenciado Pedro López. La probanza de testigos favorables a los hidalgos se hizo en marzo de 1531; la de los pecheros, al año siguiente. El pleito se alargó al año 1533, bajo el gobierno del corregidor Gudiel Cervatos. Finalmente se examinaron libros de actas en busca de firmas de diputados hidalgos que hubieran participado y votado en los ayuntamientos. Se examinaron los libros de actas de noventa años atrás. Se comenzó por un libro de actas que se iniciaba en 25 de enero de 1439, no había firmas de hidalgos. Se siguió por otro que comenzaba el 29 de septiembre de 1513, tampoco aparecieron los nombres de hidalgos votando. Por fin la sentencia llegó el 27 de octubre de 1533. Fue favorable a los pecheros, pues los hidalgos no habían podido demostrar estar en posesión del derecho a tener voz y voto en los ayuntamientos. Recurrieron al Consejo de la Emperatriz Isabel y al Consejo Real, pero la participación hidalga en los oficios concejiles tendría que esperar hasta 1538.




Testigos de la probanza de los hidalgos de San Clemente,  1531

Juan Lozano, procurador de causas de la villa, 56 años
Alvar Ruiz del Castillo, antiguo escribano del ayuntamiento, 71 años
Andrés Jiménez,
Alonso López Rosillo, 50 años
Sancho Rodríguez., 62 años
Alonso López de Perona, 65 años, cuñado de Antón García
Antón García, hidalgo, 68 años
Pedro Rodríguez,  55 años, cuñado de Rodrigo Ortega
Pedro de la Fuente, escribano, 50 años
Alonso de Palacios, 73 años
Martín del Campo
Sancho López de los Herreros, 45 años
Pedro Hernández de Hellín, 55 años
Francisco Hernández, escribano, 40 años

Testigos de la probanza favorables al concejo, 1532

Hernando de Origüela
Juan de Olivares, regidor
Alonso de Astudillo, 46 años
Alonso López de Garcilópez, 37 años
Francisco de Ávalos, 56 años
Gonzalo Martínez Ángel, 58 años
Miguel López de Perona, 60 años
Diego de Caballón, 50 años
Francisco de Olivares, 50 años
Benito García, 58 años
Antón de Monteagudo, 55 años


(1) Ley 1, título 2, libro 7 de la Nueva Recopilación
(2) Ley 2, titulo 2, libro 7 de la Nueva Recopilación
(3) BNE. Mss. 13090,  Libro de diferentes cuentas de entrada y distribución de las Rentas Reales, y gastos de la Casa Real en el reinado de Don Sancho IV. Años 1293 1294
(4)PRETEL MARÍN, Aurelio: "Los comuneros de Albacete" en Castilla en llamas. La Mancha comunera, pp. 211-254
(5) Ibídem,
(6) Archivo General de Simancas, PTR, LEG,5,DOC. 90, 92, 139


ARCHIVO DE LA CHACNCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Signatura antigua: 302-342-60. Los hidalgos de San Clemente contra el concejo por el acceso a los oficios concejiles. 1530-1533

ANEXO I: La visión de las Comunidades del licenciado Velázquez, en nombre de los hidalgos de San Clemente

el año de las comunidades que ovo en estos rreynos porque en esta dicha villa en el dicho año ovo comunidades en deservicio de sus magestades y porque las dichas comunidades los que las fizieron echaron por fuerça desta dicha villa al bachiller Peñarruvia alcalde mayor que hera en el dicho tienpo deste partido y desta dicha villa y quitaron los otros oficiales que heran desta dicha villa e hizieron alcaldes e oficiales nuevos e fizieron capitán e syndico e alférez y cárzel y hizieron que otros lugares estuviesen en comunidad y a muchos de los hijosdalgo echaron fuera desta dicha villa por fuerça y si más duraran las dichas comunidades echaran desta dicha villa todos los hijosdalgo o ellos se fueran y mandaron pregonar e se pregonó que no fuese nadie en grado de apelación ante los señores presidente e oydores del Concejo e chancillería de sus magestades e sacavan e sacaron vandera por esta dicha villa y fuera della con atanbores y con otros ynstrumentos todo lo qual e cada una cosa de ello hizieron por tenerse los oficios desta dicha villa y las honrras e mando della y estenyeron (detuvieron) y echaron fuera del concejo desta dicha villa a los dichos hidalgos y los despojaron de la dicha su posesión vel casy en que avían estado y estavan al dicho tienpo de helegir dentre sy los dichos dos hijosdalgo para entrar e estar e votar en el dicho concejo a la dicha posesión vel casy

ARCHIVO DE LA CHACNCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Signatura antigua: 302-342-60. Los hidalgos de San Clemente contra el concejo por el acceso a los oficios concejiles. 1530-1533

ANEXO II. La visión de Pedro Barriga, regidor de San Clemente en 1530-1531 sobre las Comunidades

y visto el ayuntamiento que se hizo por los oficiales el año de la comunidad no se hallará que el concejo mi parte pecase en la comunidad ni la hiciese salvo personas particulares que la hizieron pecaron en ella sus partes porque el procurador de la comunidad fidalgo fue la justicia y sota capitán de capitán de la comunidad fidalgo fue y el letrado de la comunidad fidalgo fue y en el ayuntamiento de la comunidad y no en otro de todo el libro de los ayuntamientos del concejo ovo diputados fijosdalgo y fermaron como consta del dicho libro pero el concejo no pecó en la comunidad y consta que don Juan Hurtado de Mendoça governador que fue del marquesado que vino después de la comunidad tiró los oficios de alcaldes e regidores e alguazil a quien la comunidad los dio y los tornó al concejo y personas que los tenían por el dicho concejo al tienpo que la comunidad los dio 

ARCHIVO DE LA CHACNCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Signatura antigua: 302-342-60. Los hidalgos de San Clemente contra el concejo por el acceso a los oficios concejiles. 1530-1533