El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

Imagen del poder municipal
EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
Mostrando entradas con la etiqueta Palencia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Palencia. Mostrar todas las entradas

jueves, 25 de enero de 2024

LOS ENRÍQUEZ DE CUENCA

 En 1639, los Enríquez parecían saberse de memoria su ascendencia. A Granada y su Chancillería acudió Alonso Enríquez que recitó la genealogía familiar: "don Alonso Enríquez era vecino de la ciudad de Cuenca, hijo del dicho don Pedro Enríquez de Vadelomar y de doña Francisca Enríquez, prima hermana del anterior, sus padres, y el dicho don Pedro Enríquez de Valdelomar era hijo legitimado de don Miguel Enríquez, capellán mayor de la iglesia catedral de Cuenca y de Isabel Pastor, todos vecinos de la ciudad de Cuenca, y el dicho don Miguel Enríquez fue hijo legítimo de Alonso Enríquez y de Francisca Beltrán Valdelomar, vecinos de la ciudad de Cuenca, y el dicho Alonso Enríquez fue hijo de Alonso Enríquez y de Inés Díez Enríquez, vecinos que fueron de Becerril de Campos, y el dicho Alonso Enríquez fue hijo natural de don Rodrigo Enríquez, deán de la Santa Iglesia Catedral de Palencia y de María de Arce, ambos vecinos de la dicha ciudad de Palencia, que hubieron al dicho Alonso Enríquez siendo mozos solteros y en estado que podían contraer matrimonio, y el dicho Rodrigo Enríquez fue hijo legítimo de don Fadrique Enríquez, segundo almirante de Castilla". El entronque de los Enríquez con los almirantes de Castilla era hacerles partícipes de la sangre real, pues don Fadrique era hijo de Alonso Enríquez y nieto de Fadrique Enríquez, maestre de Santiago, que a su vez era hijo de Alfonso Onceno y doña Leonor de Guzmán. Los Enríquez de Huete cuidaron esta genealogía hasta los últimos detalles, recordando el túmulo y sepulcro de su progenitor, el deán Rodrigo, con su estatua yacente con ropas largas y un lebrel a los pies. La estatua yacente con sus hábitos de clérigo, sin bonete, y en su lugar un birrete que le tapaba las orejas, un ángel, y un escudo con las armas de los almirantes de Castilla: dos castillos arriba y abajo un león rampante y por la parte de bajo del sepulcro estaba un criado hincado de rodillas, levantado el brazo izquierdo, en el cual tenía un gavilán, que se quebró cuando se abrió el sepulcro y asimismo había a los pies del dicho don Rodrigo un lebrel con su collar y en el friso del arca había un letrero de letra francesa antigua en latín y al principio tenía un escudico pequeño con dos visones, matisadas  las armas al lado derecho y al lado izquierdo de los Quñones y debajo del dicho epitafio estaban siete figuras de bulto entre la coronaciones de diferentes santos.

Era tal la obsesión por defender su noble origen, que Pedro Enríquez y Valdelomar se presentó en la catedral de Palencia para abrir el sepulcro de su bisabuelo, don Rodrigo Enríquez, que había sido deán de la catedral e hijo del segundo almirante de Castilla y descendiente directo por tanto de Alfonso Onceno. Lo que vio don Pedro Enríquez (un bastardo más, pero ahora regidor y familiar del Santo Oficio de Cuenca), lo sabemos por un niño que estaba aprendiendo el oficio de escultor con Pedro de Torres, al que le tocó abrir el sepulcro. El sepulcro, con un lebrel a los pies, estaba situado y elevado al lado derecho de la capilla mayor, sería abierto después que don Pedro Enríquez se prestará "a dar una limosna para la fábrica de la iglesia" de doscientos ducados:

"se comenzó a abrir el dicho sepulcro y estuvo un gran rato dando golpes, hasta que llegó un cantero forastero y le dijo que no se cansase que por aquella parte era imposible ver nada, porque era necesario hacer un andamio y sacar la piedra en bulto y todo, pues era de una pieza, que con eso se descubriría y habiéndolo hecho así y ayudado el mismo cantero y otros oficiales, que todos eran seis el tirar de la piedra y retirada la dicha piedra y en ella estaba un cadáver entero sin faltarle de la armadura, más de la carne y un hueso en la parte del rostro y estaba tendido a la larga sin vestidura ninguna, excepto unos pazos de paño pardo, que estaban arrimados al mismo cuerpo por los lados, metidos algunos entre la cal que estaba arrimada al cuerpo por los lados y este testigo y los demás comenzaron a sacar la cal que había cantidad de una fanega y entre ella en presencia de muchos canónigos se meneo la dicha cal por los dichos oficiales y buscando si había señal de los dichos ornamentos (propios del enterramiento de un clérigo) y no se halló, sino fueron a lo que se quería acordar seis o siete pedazos del dicho paño pardo y uno de los oficiales tomó el cuerpo que estaba ya fuera del arca para descubrir mejor lo que había en ella y le levantó en alto, de manera que sin descomponerse la dicha armadura pudieron verle y según después oyó decir este testigo le vieron muchas personas eclesiásticas como seglares y después volvieron a poner el dicho cuerpo como le hallaron"

¿Qué se buscaba? Un cuerpo, cuya vestimenta denotaba un clérigo de órdenes menores pero sin casulla, estola y dalmática

La hacienda de los Enríquez se distribuía entre la ciudad de Cuenca, la villa de Altarejos y los lugares de Fresneda y Barbalimpia. Su historia es una historia de bastardías y legitimaciones reales. La última, el reconocimiento en Madrid por Felipe III y con ocasión de las cortes de Madrid, el 27 de marzo de 1608, de Francisco Enríquez Valdelomar como hijo legitimado del presbítero Miguel Enríquez. Para entonces, Pedro Enríquez ya era regidor de Cuenca, familiar del Santo Oficio y procurador en las cortes de ese año. La legitimación, lógicamente, se hizo previo pago. Don Miguel había sido cura de Fresneda y Altarejos, donde engendró a Pedro, antes de dar el salto a capellán mayor de la catedral de Cuenca.

Los Enríquez fueron a demostrar primero su hidalguía en Huete. Allí, declaró en su favor el cura de San Nicolás de Almazán, Miguel Blasco Castillo, y el capitán  Juan Bautista del Castillo, de familia conversa. Castillo y Enríquez había sido dos familias que habían participado de un mismo bando en la ciudad de Huete. El resto de testigos se hubieron de buscar en Becerril de Campos, donde otro Enríquez ya había estado unos años antes para conseguir la vara de alguacil mayor de la Inquisición. Pero el espaldarazo definitivo a la hidalguía de don Pedro Enríquez y su hijo Alonso vendría de don Juan Alfonso Enríquez de Cabrera, almirante de Castilla, duque de la villa de Rioseco


Pruebas documentales presentadas

  • Título de familiar del Santo Oficio de Pedro Enríquez de 25 de octubre de 1631, aunque la información genealógica es de 12 de enero de 1599


Genealogía de Pedro Enríquez de Vadelomar, vecino de Cuenca y natural de Fresneda de Altarejos

  • Padres: don Miguel Enríquez, vecino de Cuenca y natural de Huete, e Isabel Pastora, vecina de Altarejos y natural de Fresneda
  • Abuelos paternos: Alonso Enríquez, vecino de Huete y natural de Becerril de Campos, y Francisca Beltrán, vecina y natural de Huete.
  • Abuelos maternos: Miguel Pastor, vecino Fresneda y natural de Altarejos, y María Delgada, vecina y natural de Fresneda de Altarejos
Genealogía de Francisca Enríquez, mujer del anterior, vecina de Cuenca y natural de Saona, en la señoría de Genova, Italia.
  • Padres: Jerónimo Enríquez, vecino de Saona y natural de Huete (tío del pretendiente) y Lucrecia Enríquez Ferrera, vecina y natural de Saona
  • Abuelos paternos, los mismos del pretendiente anterior y su marido
  • Abuelos maternos: Octaviano Ferrero, natural y vecino de Saona, y Benardina Ferrera, vecina de Saona
EJECUTORIA DE 15 DE JUNIO DE 1639

ACHGR. HIDALGUÍA, 301-114-18