El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

miércoles, 30 de junio de 2021

VILLANUEVA DE LA JARA Y LAS GERMANIAS

 

Los años previos a la incorporación de Villanueva de la Jara al señorío de la Emperatriz Isabel fueron años de mal gobierno. Un vecino, Juan García de Villanueva, puso voz a los descontentos para denunciar la apropiación indebida de setecientos mil maravedíes por los regidores. La situación se prolongó en el tiempo, hasta que el Consejo de la emperatriz Isabel ordenó el 11 de octubre de 1533 que un juez de comisión se personara en Villanueva de la Jara para la rendición de cuentas. Tal juez fue el licenciado Antonio Ruiz de Medina.

El año de las Comunidades tal vez Villanueva no vivió con la virulencia de otras villas la guerra; los regidores elegidos en San Miguel de 1520 (Pascual Sánchez del Atalaya, Lope García el Viejo y Pedro Beamud) continuaban un año después, pero dejaron endeudado el ayuntamiento con 198.000 maravedíes. La participación en la represión de las Germanías el año siguiente con la participación en la toma de Játiva. Se reclutaron trescientos hombres de pie y nueve de a caballo, organizados en escuadras al mando de varios cabos. La compañía estaba dotada de un sargento, Alonso de Olmeda, un alférez, Antón Clemente, y un capitán, un miembro de la familia Ruipérez, Ginés.

A la represión de las Germanías de Játiva y Alcira en el invierno de finales de 1522 y derrota del movimiento milenarista de El Encubierto, antecedió unos meses antes la participación en los jareños en la sofocación de los rescoldos comuneros en febrero de ese año, bajo las órdenes del prior de San Juan, que tras una primera derrota del obispo Acuña en mayo de 1521 (donde, por las noticias de San Clemente, sabemos que la gente del marquesado no llegó a incorporarse a la lucha, seguramente por la falta de apoyo a la causa imperial), los focos comuneros se reorganizaron en torno a la viuda de Juan Padilla, María Pacheco. Esta vez, el reclutamiento de hombres y participación de los pueblos conquenses del marquesado de Villena está constatado por las cuentas de Villanueva de la Jara de los años 1521-1522, que mencionan, para el caso posterior de las Germanías, una junta previa de pueblos en La Roda, pero que bien pudiera ser la base para un reclutamiento para una acción militar que tuvo continuidad, primero en Toledo y luego en Játiva.  El reclutamiento fue organizado, en la parte de intendencia, por los regidores Martín López de Tébar, Juan de Cañavate y Aparicio Atalaya. Villanueva de la Jara de convirtió en centro de reclutamiento de hombres, tan numerosos como vacíos de entusiasmo, se enviaron cartas y emisarios para la leva y también los llamados espías para buscar y delatar en otros pueblos a los huidos, que, en algún caso, habían escapado hasta Huete.  Noticias de estos emisarios jareños el año 1522 nos han quedado por las cuentas de esos años; una guerra sostenida por las haciendas y dinero de los jareños que nunca recuperaron; similares noticias nos han llegado de El Peral, pero las menciones hacen referencia a otros pueblos: Iniesta, La Roda, Motilla, El Peral, Barchín, Vara de Rey, San Clemente, El Cañavate o Las Pedroñeras. El reclutamiento fue tan generalizado como sabido el escaso entusiasmo que mostraron estos hombres en el combate, tanto por considerarlo un conflicto distante como por el recuerdo vivo de las Comunidades, en las que muchos de ellos habían sido participantes, viéndose ahora a las órdenes de una nobleza regional, encabezada por Jorge Ruiz de Alarcón, que había reprimido el movimiento comunero. Los jareños y sus compañeros de otros pueblos conquenses acudieron bajo una bandera de una compañía propia, divididos en escuadras de alrededor de veintidós hombres, al mando de un cuadrillero. Al parecer, un segundo lugar de concentración, aparte de la Jara, de los soldados reclutados fue Vara de Rey, donde acudieron las levas locales. Desde allí los soldados emprendieron el camino hacia San Clemente, Villarrobledo y Las Mesas, donde se sumarían a las reclutas de otros pueblos manchegos. Aunque por la declaración de Antón Clemente se insinúa (“quando lo de Villarrobledo”) la posibilidad de una operación de castigo contra alguna de estas villas. Igual dudas tenemos respecto a si Villanueva tomó o no partido por las Comunidades, Pascual Rabadán que si sus cuentas no cuadraban para el año 1521 era normal, pues era “tiempo de comunidades y alborotos”. De las cuentas que tomó el licenciado Lugo a los regidores de 1521 (Pascual Sánchez del Atalaya, Lope García el viejo y Pedro de Beamud) se sabe que un hombre llamado Sancho Martínez de Olivenza, recibió 900 mrs por ir a la “Junta del Diablo”, la Santa Junta comunera, la villa construyó una posición fortificada en la villa, llamada cortijo, en la que se gastaron 176276 mrs. El licenciado Lugo al examinar estas cuentas mostraría su malestar por esta construcción y remitíó el asunto al alto Consejo pues la fortaleza se hizo sin autorización de la Corona, alegando que no se debió gastar “por causas que me mueven e los tienpos pasados”.  Estos mismos regidores serían lo que se congraciarían con la Corona para participar con el prior de San Juan en la sofocación de los focos comuneros de la Mancha, si bien la expedición jareña no fue más allá de ocho días.

Nos ha llegado la organización de las diferentes escuadras jareñas: cuadrillas de veinticinco soldados de a pie, a los que se daba por sustento una ración diaria de pan y vino. El coste de cada soldado era de medio real diario, que ascendía a un real para los de a caballo. La relación de las cuadrillas jareñas fue la siguiente: con veintidós hombres, o compañeros en el lenguaje de la época, a su cargo cada uno, Ginés Gómez, Miguel Martínez de la Osa, Benito Quiles, Alonso Martínez, Juan de Sancho. Alonso Guilleme, Juan López Barbero, Antón Clemente, Alonso Gómez, Francisco López de Tarazona, Alonso García. Otros cuadrilleros eran Miguel García, con veintinueve compañeros, Juan Garrido de las Madrigueras, con veinte, y Juan Juárez, veintidós. En total, trescientos tres hombres de a pie, a los que se sumaban tres arrieros y tres hombres de a caballo de la aldea de las Madrigueras y ocho de la Jara y su también aldea de Quintanar.

Tras la derrota de las resistencias comunera, los jareños participaron en la represión del movimiento de las Germanías, que concluiría con la toma de Játiva el 4 de diciembre de 1522 y de Alcira poco después. La preparación de las nuevas operaciones militares respondió a unos nuevos regidores en San Miguel de 1521 (Francisco de Talaya, Martín López y Juan del Cañavate), aunque la ejecución respondió a los regidores del año siguiente

Ya hemos hecho mención a los mandos militares jareños a las órdenes del capitán general Jorge Ruiz de Alarcón. Pero el esfuerzo jareño alcanzó a todo tipo de pertrechos para abastecer al ejército del Real de Játiva, nombrando dos pagadores, Miguel Mateo y Sebastián de Caballón. Villanueva proporcionó:

·        536 cabras por valor de 71180 mrs. a 130 mrs.  la cabra.

·        126 carneros por valor de 30830 mrs., a 245 mrs el carnero

·        18 carretadas de trigo con 216 fanegas de trigo a 200 mrs la fanega (dos carretas se pierden una en el sitio de Játiva y otra entre Muxen y Canales a mano de los agermanados, y 44 fanegas de cebada a 90 mrs.

·        12 labradores con caballos de Villanueva de la Jara dieron 30 ducados por no ir a la guerra. En su lugar fueron tres caballeros de Alarcón: Vizcarra, Espinosa y Mendoza.

La expedición jareña salió camino del sur y en el vado del Parral, al sur de Tarazona y junto al Júcar, hizo alarde, revisando los presentes Juan de Robres, escribano y canciller de Jorge Ruiz de Alarcón. Los alistados se debieron dirigir hacia Almansa (allí se perdió una carretada de trigo) hasta llegar a Játiva. Los soldados jareños permanecieron en la guerra, hasta diciembre de 1522, primero con la toma de Játiva y luego de Alcira.

El reclutamiento de hombres para la guerra de Játiva fue generalizado en todas las villas del Marquesado. La capitanía general de las fuerzas correspondió a Jorge Ruiz de Alarcón, señor de Valverde y Talayuelas. Nos han quedado las cuentas de esta expedición para el caso de Villanueva de la Jara, que nos da idea de la envergadura de esta empresa que, iniciada el 28 de septiembre de 1522, duro dos meses y ocho días, aparte de un contingente menor que quedó en la fortaleza de Játiva por su seguridad durante cuarenta días*. El cupo de soldados asignado a Villanueva de la Jara fue mayor que la gente presentada a la guerra. Según Pedro García, aparte de los más de doscientas sesenta infantes y nueve de a caballo, Villanueva dejó de presentar otros sesenta o setenta peones y doce hombres de a caballos (sustituidos por los tres caballeros de Alarcón). Jorge Ruiz de Alarcón intentó recuperar esos setenta peones faltantes, pero las gestiones de su alguacil Cámara, resultaron tardías, pues Játiva fue tomada antes de la nueva leva. Es probable, que Villanueva de la Jara enviara un procurador a la Corte, Benito Cuartero, para conseguir rebajar el cupo de soldados; un viaje caro, pues Benito Cuartero llevaba caballo y mozo, mientras aseguraba que los cinco reales de plata recibido apenas si servían para nada en ese año 1522, definido como estéril y de carestía. Ese año un tal Chamocho adobaba el puente de la villa.

Sobre el poder económico de Villanueva de la Jara es muestra que las rentas decimales enajenadas de su iglesia parroquial y anejos a favor de a Filipo Pallavicino, obispo de Ajaccio, ascendía a un total de 244000 maravedíes, el equivalente a seiscientas fanegas de trigo y cuatrocientas de cebada, que, en la ocasión, fueron destinadas al esfuerzo militar. Sobre la financiación de la guerra, hay que destacar que, acabadas las operaciones militares, hubo una junta general de vecinos de Villanueva de la Jara y su tierra, es decir aldeas, para pedir un préstamo de 300 ducados. El dinero se tomó en Valencia en forma de una letra de cambio a un tal Peligro gentil con obligación de devolver el dinero en plazo. Para sostener el esfuerzo militar se recurrió a la recaudación de las alcabalas (485576 mrs), de las que era recaudador Pascual Rabadán, y a un repartimiento especial entre los vecinos de 149352 mrs.

 

 

Ayuntamiento de Villanueva de la Jara de 19 de noviembre de 1521

Gobernador del marquesado licenciado de Lugo, alojado en casa de Juan Motilla para tomar cuentas de los años 1521-1522

Pedro López de Tébar y García de Villena, alcaldes

Juan del Cañavate, Martín López el mozo, Aparicio del Atalaya

 

Ayuntamiento de Villanueva de la Jara de 8 de septiembre de 1525

 

Pedro López de Tébar y Juan de la Osa, alcaldes

Pedro Peinado y Juan Tabernero, regidores

Ginés García, alguacil

Diego López y Juan Sánchez de Atalaya, diputados

 

Ayuntamiento de 8 de marzo de 1529

 

Pedro García, Martín García, alcaldes

Leonisio Clemente, Martín López, Alonso de Ruipérez, regidor.

Pedro López de Tébar, Benito Cuartero, Lope García el Viejo, Pascual Sancho

 

Testigos:

Lope de Araque, escribano

Pascual Sánchez del Atalaya, 72 años

Juan Tabernero, 50 años

Alonso García, escribano, 65 años.

Benito Cuartero, 50 años

Pedro de Monteagudo

 

Cuentas de Alonso García, mayordomo

Alcabalas de los atajos, carnicería, lencería y viento de Villanueva de la Jara (490901 mrs). Año 1522. Cogedor Alonso García el mozo

·        Villanueva de la Jara: 290466 mrs.

·        Quintanar: 77823 mrs.

·        Tarazona: 76667 mrs.

·        Madrigueras: 25395 mrs.

Cargo o Ingresos de la hacienda municipal:

·        Propios: 51074.5 mrs (al margen: 71050mrs)

·        Repartimiento entre vecinos:  3272 mrs. a 24 mrs. la centena (al margen suman cifras anteriores: 78288)

Descargo (o pagos) de las cuentas municipales (408418 maravedíes)

·        137365,5 mrs. de gastos ordinarios

·        1220 mrs prestados por Juan Garrido de Madrigueras

·        1428 mrs. al capitán de gente de armas

·        375 mrs a Martín de Villena por gestiones de los 300 ducados de cambio de Valencia

·        A escribano de la Roda: 136 mrs.

·        150 mrs. para retejar las carnicerías

·        4500 mrs. a García Gómez de devolución de dineros prestados

·        2339 mrs. a Juan Jiménez de devolución de préstamo

·        3372 mrs. a Pedro el Royo y Benito López de un albalá

·        170 mrs. a Francisco García por bardar el horno nuevo

·        204 mrs. a las pitalezas

·        2250 mrs. a Bartolomé Sánchez de los Llanos por aceptar la libranza de los maravedíes del prior

Cuentas de los regidores

Cargos de los regidores Martín Löpez, Juan de Cañabate y Aparicio Sanz del Talaya de los derechos prestados, del pan del molino y de los 3000 ducados a cambio de Peligro gentil (415779 mrs.)

·        300 ducados tomados de Peligro Gentil

·        129386 mrs. tomados de préstamos de los vecinos

·        De Miguel Mateo y Diego Remelle y Pascual Sanz, se tomaron 24619 mrs.

·        De Pedro Monteagudo, 3570 mrs.

·        De Diego Nieto, 4080 mrs.

·        De Bartolomé de Iniesta, 4000 mrs.

·        De Martín García, 5685 mrs.

·        2002 mrs. del licenciado Herrera

·        Juan de Solera, 1500 mrs.

·        Del pan del molino, 128437 mrs.

Descargo de las cuentas de los regidores (408818 mrs.)

·        Expedición de los soldados: 98788 mrs.

·        78094 mrs al alcalde Herrera

·        1940 mrs. a Juan de Cubas por sus gestiones en la Corte sobre los soldados

·        58519 mrs del servicio del año 1521, no pagado

·        8730 mrs. al escribano bachiller Rodríguez por sus servicios al alcalde Herrera.

·        45875 mrs. por el servicio de gente que fue con el prior de San Juan

·        Préstamo a la Corona de 5000 ducados, corresponde a Villanueva, 74722 mrs.

·        34882 mrs en otros conceptos

·        Pago a Diego Nieto de 4081 mrs.

·        Pago a Clemente Pardo de un préstamo, 3750 mrs.

·        Pago a Pedro Tieso y Juan Tabernero, 3000 mrs.

·        A Pedro Clemente de Gil García, 2 ducados.

·        A Martín García, 5685 mrs.

 

Probanza de Miguel Mateo, 1534

Diego de Hontecillas, morador de Quintanar, 44 años

Andrés Ruiz, vecino de Villanueva, 45 años

Alonso Saenz, vecino de Villanueva, 40 años

Pascual Rabadán, vecino de Villanueva de la Jara, 41 años

Pedro García, vecino de Villanueva, 55 años. Uno de los doce caballeros que no fue a la guerra.

Pedro Yubero, vecino de Villanueva.

 

Cuentas de la toma de Játiva

Primer mes (de 28 de septiembre a 27 de octubre)

·        Villanueva de la Jara aportó 268 hombres de infantería con capitán, alférez, otros oficiales y nueve de caballo a gineta,

·        Capitán, 11250 mrs.

·        Alférez, 60 reales (2040 mrs).

·        Dos tambores a 30 reales cada uno (2040 mrs)

·        Un pífano, 2040 maravedíes

·        Doce cabos de escuadra, a sesenta reales cada uno, 24480 mrs.

·        260 hombres de infantería. Treinta reales cada uno, 65200 mrs.

·        9 de a caballo a la gineta, cinco ducados, 16875 mrs.

·        Oficiales generales de toda la gente del marquesado (alférez, capellán, trompeta y atabales, sargento mayor y canciller y alguacil de campo), 2345 mrs.

Segundo mes (28 de octubre al 29 de noviembre).

·        Los soldados mencionados son doscientos sesenta, para el día 29 vuelven a Villanueva de la Jara, recorriendo el camino de vuelta a Villanueva de la Jara, donde llegarían el día 4 de diciembre. Ese día Jorge Ruiz de Alarcón toma la fortaleza de Játiva.

·        Capitán, 14175 mrs.

·        Alférez, 4275 mrs.

·        Sargento, 1584 mrs.

·        Pífano, 2584 mrs.

·        Dos tambores, 2584 mrs.

·        12 cabos, 31080 mrs.

·        253 peones, 326385 mrs.

·        9 de a caballo, 21375 mrs.

·        Oficiales generales, 2345 mrs.

Gastos totales: 766703 maravedíes

Villanueva dejaría para guarda del castillo 33 hombres los diez primeros días y veintiuno los treinta días restantes (32640mrs., más 1533 mrs. de sustento de oficiales generales). El retén de hombres que quedó en el castillo de Java fue de trescientos soldados, lo que nos lleva a aventurar que la participación de tropas de las tierras del marquesado de Villena al mando de Jorge Ruiz de Alarcón ascendió a diez compañías de trescientos hombres de infantería cada una, caballería aparte.

PROPIOS DE VILLANUEVA DE LA JARA HACIA 1530

1.      Horno nuevo

2.      Horno de Gil de Buenache

3.      Horno de la casa de Juan González

4.      Horno del camino de Alarcón

5.      Horno del Hospital viejo

6.      Horno de las Cuatro Calles

7.      Horno nuevo de Quintanar del Marquesado

8.      Horno viejo de Quintanar del Marquesado

9.      Horno nuevo de Tarazona

10.   Horno de las Madrigueras

11.   Horno de Gil García

12.   Horno de la Casasimarro

13.   Escribanía de Villanueva de la Jara y su tierra

14.   Almotacenía de Villanueva de la Jara y su tierra

15.   Caballería de sierra de Villanueva de la Jara

16.   Carnicerías de Villanueva de la Jara

17.   Carnicerías de Quintanar del Marquesado

18.   Carnicerías de Madrigueras

19.   Carnicerías de Gil García

20.   Carnicerías de Casasimarro

21.   Carnicerías de Tarazona

22.   Tributo de 500 mrs. de El Peral

23.   Tenería

24.   Viñas de Quintanar y Gil García

25.   Juego de pelota del Portal

26.   Ruedas de los molinos Nuevos (precio de la fanega de trigo ese año, 9 reales)

27.   La tienda de la plaza

28.   Hospital, a cargo de Miguel de Buenache

29.   Bachiller de gramática

 

EL AÑO 1530 EN VILLANUEVA DE LA JARA

EL AÑO 1530 EN VILLANUEVA DE LA JARA

Villanueva de la Jara y su tierra era una comunidad suficiente en sí misma. Sus hornos (seis en la villa y seis en las aldeas), sus carnicerías, tienda pública, botica o tenería procuraban a sus vecinos el abasto necesario para la vida. La plaza estaba dominada por la torre del reloj, que había construido Pedro de Oma, y cuyo reloj estaba al cuidado del sacristán y era reparado por maestre Pedro, pasado el año 1510 y a su lado se erigían unas casas del ayuntamiento, que no sabemos si se corresponden con las actuales. Es cierto que faltaba un pósito, pero el molino actuaba de regulador de precios y abasto de granos y, otras veces, se aprovechaban las cámaras de algún particular, Alonso Valera, para guardar los excedentes de grano. Los pobres y excluidos contaban con un hospital de acogida, a cargo de Miguel Buenache, que recibía sueldo del ayuntamiento, y no faltaban las obras de caridad, como las dos fanegas que recibían los pobres para pasar la Pascua de Navidad o la fanega de trigo que recibían en Pozoseco durante la procesión que se celebraba en este pequeño pueblo. Tampoco faltaba el vino, tan vital como el pan para la alimentación. A veces era el concejo el que daba limosna a las viudas, otras, pagaba un real por enterrar un muerto que nadie reclamaba, o encargaba, por doce reales, a la mujer de Gonzalo Piñán que criara un niño expósito. Las buenas obras no faltaban, dos vecinos sacaron a la hija del boticario del pozo del hospital donde se había arrojado.

 

Villanueva de la Jara cuidaba sus construcciones públicas: en 1522, un tal Chamocho, cuya familia vemos asentada en San Clemente unos años después, “adobaba” el puente sobre el río Valdemembra y ahora, siete años después, García Castillo Montañes “adobaba” la casa del ayuntamiento o retejaba las carnicerías públicas y construía una nueva cárcel pública. Algo tan trivial como la fabricación de tejas debía estar en manos del ayuntamiento, y al igual que se retejaban las carnicerías, se hacía lo mismo con la casa de la comadre, donde los recién nacidos jareños veían la primera luz de este mundo. Unas puertas nuevas se colocaron en la casa de esta comadre para darle mejor apariencia, mientras Juan García de la Roya obraba en esta partería. Las calles se adobaban también. Martín el de la Cuartera, Vala de Rey y Miguel de Honrubia trajeron sesenta y siete carretadas de piedra, por la que recibieron en pago 670 maravedíes, a los que se sumaron otros 1080 mrs. de 108 carretadas adicionales, y cerca de otras trecientas carretadas más traídas por otros vecinos. Villanueva de la Jara se embellecía, sus calles de tierra se empedraban. Mientras Alonso Pérez llevaba la tierra y Diego del Prado arreglaba el maltratado camino de Iniesta o se arreglaba el camino hacia los molinos Nuevos, auténtico centro nodal de la economía jareña y donde Gómez García llevaba 247 carretadas de piedra para reforzar la presa en el río Júcar. Villanueva de la Jara era una villa cerrada, con una puerta de acceso que ese año de 1529, quizás por temor a algún fenómeno pestífero (por la muerte, se dirá), guardó Martín García de la Presa durante 29 días, con un salario de 20 mrs. diarios, o quizás porque las puertas de Villanueva se cerraban por la noche, temerosa de delincuentes, pues un tal Monedero también se encargó de las puertas de la villa. La verdad es que Villanueva tenía varias puertas y eran varios porteros y que ese año de 1530 se construyeron varias tapias para cercarla, tapias que eran de piedra y que levantaron entre otros, Miguel Sanz, Martín Vala de Rey, Martín de la Cuartera, Clemente Roldán, o los hermanos Alonso y Clemente Sanz; al camino de Iniesta se salía por una de estas puertas. García Montañés levantaba nuevas tapias para la cárcel del pueblo, en la plaza. Noticias de tablas, vigas, tejas y piedras para las casas del ayuntamiento hay este año. Pedro Pastor, de oficio carpintero, recibía once ducados y medios por “andar desvolviendo la casa del concejo e adobando la que está el boticario”, Aunque es demasiado temprano para hacer cábalas sobre las actuales casas del concejo jareño, si bien es cierto que el 17 de noviembre de 1530 el concejo se reunía en las casas del regidor Pascual García y el 27 de octubre de 1532, en la posada del corregidor Bargas, alojado en una casa de Pedro Monteagudo. El adecentamiento de los edificios públicos también se hacía en las aldeas, los hornos de Tarazona y Quintanar (cada aldea tenía dos hornos, uno nuevo y otro viejo) se reformaban o añadían puertas nuevas, al igual que se reformaba completamente el horno de Gil Buenache en Villanueva, hundido el Domingo de Ramos. El citado Juan García de la Roya andaba de aldea en aldea obrando en los hornos. El cantero Juan Gómez de Villanueva ampliaba y reforzaba las paredes de la botica del pueblo en la plaza; a buscar un nuevo boticario, Jaime Maluenda, fue Pedro de Mondéjar con otros vecinos. Los pueblos crecían y necesitaban nuevos servicios: Pascual Sancho veía embargadas unas casas en Casasimarro para destinarlas a carnicerías.

En realidad, la actividad era frenética ese año de 1530, los hombres no estaban faltos de trabajo. Villanueva pagaba deudas de antaño, entre ellas, las debidas al molinero Alonso Martínez por el trigo aportado al cerco de Játiva ocho años antes. Nuevos vecinos se habían instalado en el pueblo en la segunda década de 1520, viviendo de servicios diversos como carreteros, mensajeros (Francisco Zamora iba y venía a Cuenca una y otra vez), oficios manuales de tejeros, cerrajeros, caldereros o cualquier otro (Martín García no tenía descanso como alpargatero y Benito López lo mismo llevaba cartas que adobaba las calles de Villanueva) y siempre con la vista puesta del acceso a la tierra y su cultivo en las tierras aledañas, propiedad del concejo de Alarcón, y que se podían sembrar con el trigo que el concejo proveía, procedente de los molinos Nuevos. Y es que Villanueva de la Jara era una tierra de oportunidades, apellidos de renombre ejercían los oficios más insospechados: Francisco de Villena comerciaba con la venta de clavos, Martín de Buedo o Pedro Monteagudo cobraban por unos cuartones de pino, o caso del primero, por doce tablas provistas al concejo, y Alonso Guilleme empedraba las calles a 50 mrs. de salario, acompañado de otro vecino de Bailen. El oficio de carretero estaba muy extendido en Quintanar del Marquesado, algunos lo tenían como propio, de él vivía Juan Sanz, pero otros, como para Martín Vala de Rey, era fuente suculenta de ingresos. Este Martín Vala de Rey debía ser avispado, pues viendo el negocio, transportaba cualquier materia en su carreta o se dedicaba a repartir el trigo del molino a los labradores. Quizás, en ganancias, era equiparable el oficio de tejero; a retejar el ayuntamiento se dedicaba ese año Juan de Tremen Saiz. Espabilados para una sociedad tan dinámica desde luego no faltaban, Pedro Peinado lo hizo con la langosta. Otros cumplían con su oficio, como el herrero Pascual García que ponía a disposición su fragua para adobar el reloj de la torre con veinte libras de hierro.

Y Villanueva de la Jara procuraba ser una comunidad que daba servicios a sus vecinos: tenía contratado un bachiller de gramática para la educación de sus niños, con salario de 16 reales, cuyo estudio estaba en las casas que había alquilado Juan de la Osa, contrataba algún predicador para los sermones en su iglesia y como a aquel predicador de las Buedas les procuraba pagar la posada y estancia en el pueblo o les daba como pago unas perdices a esos otros frailes llamados Bonegan y Tomás. En las aldeas el que predicaba era fray Pedro de Santa María. El oficio de predicados estaba bien remunerado, siete ducados y tres reales recibió fray Tomás por sus sermones en la Cuaresma. Tampoco faltaba como pago diez arrobas de vino. Otros cometidos eran más mundanos, Juan de la Higuera. Juan Tieso y Pedro Pastor, en número de cuatro, complementaban sus ingresos matando raposas amenazantes de las gallinas, aunque había vecino, caso de Alonso Mondéjar, que lograba llevar toda una “lechugada” de lobos recién paridos hasta las casas del concejo. Y es que en torno al Valdemembra se encontraba todo tipo de fauna salvaje, como marotos, una especie de patos salvajes.

Villanueva de la Jara era una sociedad que se divertía; para agosto se corrían novillos por las calles del pueblo. De tal hecho, tenemos constancia el año 1522, cuando el pueblo permanecía ajeno a la leva forzosa de sus hombres para la guerra de Játiva del mes siguiente. Al igual que en San Clemente, existía un espacio para jugar a la pelota; el concejo de Villanueva recibía la llamada renta del portal de la pelota por valor de 2625 mrs. Existían otras fiestas, unas comunes a otros pueblos y otras chocantes, como la de Santa Águeda, que bien recibió dinero el sastre por unos servicios que desconocemos. Un santero cuidaba la ermita de la virgen de las Nieves, viviendo de la limosna del ayuntamiento, el oficio no debía estar bien pagado, pues Pedro Peinado fue fuera de Villanueva a buscar uno; mejor pagado estaba el sacristán, hasta ocho ducados, aunque recibía salarios pendientes, por regir el reloj y tañer las campanas por las ánimas del Purgatorio.

Los regidores ganaban un sueldo de 300 mrs., pero como siempre sus ingresos reales no respondían a su salario. Los que ganaban dinero eran los escribanos: Francisco Navarro, Alonso García, Antón Clemente o Lope de Araque. La villa tenía dos letrados, el bachiller González y el bachiller Clemente, que cobraban seis ducados cada uno. Los procuradores de Villanueva iban y venían a la corte, a la Chancillería de Granada o a Chinchilla, donde residía el corregidor de las tres villas ese año. Un pleito ocupaba su tiempo: la disputa por la propiedad de una rueda de los molinos Nuevos con Alonso Pacheco. De esos pleitos vivía el escribano Francisco Navarro que, defendiendo los intereses de su pueblo en Granada, recibió 10000 mrs.; no le iba a la zaga en ingresos por cometidos similares Clemente Ruipérez. Quizás el bien más preciado en el pueblo era el papel. Se mantenían las disputas de antaño con Alarcón, pero ahora se buscaban arreglos pacíficos. El asunto más conflictivo era la grana, procurándose dar solución en una junta de los oficiales de uno y otro pueblo que se celebró en Pozoseco. Otra junta, a la que asistió el regidor Fernán Martínez, se celebró en Chinchilla, tal vez, esta era una de las tradicionales juntas del marquesado de Villena, al parecer se trataba sobre la construcción de un puente. En las cuentas de un año después sabemos de la intención de construir un puente en el vado del Parral, junto a unos molinos, y de tratos con la ciudad de Chinchilla, por lo que más bien parece que la junta debió ser entre los dos pueblos para construir el puente. Ese año de 1531, los jareños llevaron cuatro carretas hasta el vado del Parral, para 1533 se repartían peonadas entre los vecinos de las villas y de las aldeas (un total de 208 peonadas por valor de 20300 mrs.) y se firmaban las escrituras entre Villanueva de la Jara y Chinchilla para la construcción de unos molinos; escrituras que se firmarían en Cuenca. Martín López recibiría 37531 maravedíes por la obra de ese molino ese año de 1533.

En un pueblo agrario dedicado al cultivo de granos, donde las viñas, aparte de cultivo familiar y propios del concejo en Gil García, intentaban la gran producción en el camino de Villalgordo del Júcar. En torno a ese camino, el tundidor Pascual Rabadán intentaba la aventura vitivinícola junto a los Mondéjar y los Ruipérez. En Quintanar el concejo cobraba una renta por la guarda de las viñas. Las aldeas se metían en pleitos con el marqués por la propiedad de las tierras que labraban sus labradores, especialmente con Tarazona, allí anduvo de probanzas treinta y seis días el escribano Francisco Navarro; y hasta las aldeas se tuvo que desplazar Alonso Romo a cobrar la correduría.

El verdadero poder de Villanueva de la Jara residía en sus campos de cereal y la expresión de ese poder eran los molinos Nuevos. Las ruedas poseídas por el concejo de Villanueva eran el símbolo de la victoria de los jareños frente a Alonso Pacheco, que poseía la otra parte de los molinos, en cuanto recuperación del excedente agrario para la villa. La Jara había salido victoriosa de los intentos de apropiación señorial, tanto de la Iglesia, a la que se había cedido para de sus rentas en las personas de unos obispos italianos que no pisaban la villa, como de los criados del marqués, Castillos y Pachecos de Minaya. El molino de los Nuevos proveía una maquila sustanciosa en ocho particiones anuales, tomando datos del año 1531, alrededor de 625 fanegas de trigo, de candeal 404 fanegas y de cebada y centeno 134 fanegas. El comercio de granos estaba controlado por el concejo, pero no faltaban los que eludían el control de las sacas de pan. Entre los multados estaba el maestre cantero Jaime Cardos.

 

ANEXO

 

Concejo de octubre de 1532, en casa del corregidor

Corregidor licenciado Bargas

Pedro de Monteagudo, alcalde ordinario

Bachiller González y Pedro García, regidores

Gaspar López, alguacil

Martín López, Alonso Ruipérez,Lorente López de Tébar, Ginés de Móndejar (los tres últimos regidores en 1531), diputados

 

Concejo de cuatro de octubre de 1533, siguen de año anterior, en la sala del ayuntamiento

Pedro Monteagudo y Miguel Mateo, alcaldes

Bachiller González, Juan Sanz de Ruipérez y Pedro García

Clemente Pardo, alguacil

 

Concejo de 18 de noviembre de 1533

Pedro de Monteagudo y Ginés Ruipérez, alcaldes ordinarios

El bachiller García, Pedro Pardo y Aparicio Royo, regidores.

Alonso Cardos, alguacil. 


AGS, CRC, 153, 5

EL CAMBIO DE ÉLITES EN VILLANUEVA DE LA JARA EL AÑO 1529

 

EL CAMBIO DE ÉLITES EN VILLANUEVA DE LA JARA EL AÑO 1529

Era el mes de marzo de 1529 y el viejo problema irresuelto de las cuentas del concejo de Villanueva de la Jara afloró de nuevo. Quisiéramos ver un ajuste de cuentas de los vencedores de la guerra de las Comunidades frente a los perdedores, pero no fue así. Acabada la guerra de las Comunidades, Villanueva de la Jara cerró filas para evitar responder de sus viejos compromisos o ambigüedades, pues el pueblo se comprometió sin comprometerse: envío de hombres en ayuda del marquesado de Villena, que nadie recordaba, envío del procurador Sancho Martínez de Olivenza a la Santa Junta de Tordesillas y al que dos años después se le pedía que devolviera los novecientos maravedíes pues se quería tener su procuraduría ante el máximo órgano de gobierno de las Comunidades, como asunto particular, y silencio absoluto en lo que era más difícil de ocultar, aunque fuera por su visibilidad, un cortijo construido en esa época. En las tierras de la Mancha de Montearagón existen castillos, pero es menos conocida una forma tradicional de fortaleza más popular e improvisada, donde falta la piedra y sobra la tierra, que es el cortijo. Célebre era el cortijo de Las Mesas donde se refugiaron los vecinos insurrectos del pueblo y de los vecinos El Pedernoso o Las Pedroñeras en la guerra del Marquesado, no menos célebre era el cortijo de Santa María del Campo Rus, construido en torno a la casa palacio de los Castillo Portocarrero, arrasado por el valiente capitán Pedro Baeza ante la impotencia de Pedro Ruiz de Alarcón. Ahora cuarenta años después los que construían su cortijo eran los jareños, no sabemos si como bastión de la causa comunera o lo que era más probable como fortaleza defensiva ante lo que pudiera venir a unos vecinos celosos que únicamente abrazaban causa que fuera ligada a la defensa de sus propiedades. Del asunto del cortijo elevó informe el gobernador del marquesado de Villena en 1523 al alto Consejo Real, queriendo librarse de un asunto espinoso. Y es que, a esas alturas, Villanueva de la Jara ya había expiado sus culpas comuneras. Primero, poniendo sus hombres al servicio del prior de San Juan para acabar con los últimos focos comuneros, una vez certificada la derrota de Villalar, aunque la expedición no fue más allá de Las Mesas, después de casi una insegura indiferencia en San Clemente (que tenía mucho que esconder de su compromiso comunero) y una muy probable operación de castigo en Villarrobledo, donde la causa comunera seguía muy viva.

No parece que estos equívocos jareños gustaran mucho a Jorge Ruiz de Alarcón. El señor de Valverde tenía especial inquina a los comuneros, no en vano había sido expulsado y huido de la ciudad de Cuenca, donde era regidor. Al frente de las tropas imperiales se puso para sofocar la gran rebelión de Moya y ofreció de nuevo sus servicios para levantar una decena de compañías de soldados y más de 3000 hombres para acabar con los insurrectos agermanados, que resistían en Játiva y Alcira el año 1522. Es sabida el poco espíritu guerrero que mostraron en el combate estos campesinos militarizados, se conocen pocas pérdidas humanas, pero las pérdidas fueron mucho mayores en las haciendas. El hecho de que se movilizaran a los labradores, a todos (pues el señor de Valverde anduvo buscando a los escasos sesenta o setenta que quedaron en Villanueva para enrolarlos), fue causa que los campos se quedaran sin sembrar ese mes de noviembre de 1522, mientras los jareños, que volvieron a sus casas cinco días ante de la toma de Játiva el 4 de diciembre de 1522, obligaban a Jorge Ruiz de Alarcón a “artimañas de paz” para la rendición de la plaza valenciana.

La operación de Játiva fue un mal trago para la economía jareña, ya que dejó más de setecientos mil maravedíes de deudas, anotadas una a una por el escribano Juan Robres, y que se convertirían en dardo arrojadizo en los próximos años como acusación de enriquecimientos ilícitos durante la guerra y petición de pago de esas mismas deudas a aquellos que tenían las responsabilidades en la guerra. Fue entonces, ese año 1529, ante el corregidor de las tres villas de la emperatriz Isabel (Villanueva de la Jara, Albacete y San Clemente), cuando tres familias: los Clemente, los López de Tébar y los Ruipérez tomaron el asalto definitivo al poder jareño. Eran familias viejas de Villanueva, enriquecidas al igual que otras, pero ahora dispuestas a hacer de la necesidad ajena, virtud, y dar el golpe definitivo a sus compañeros del pasado. Es ahora cuando se produce el declive definitivo de los Talaya, los descendientes de aquel héroe que ofreció su vida por la de su hermano en la pasada guerra del Marquesado. Pero la lista de viejas familias caídas en desgracia fue más amplia, tanto como las de sus haciendas. Y es que la vieja república de labradores se había roto, ahora tocaba la consolidación de unos terratenientes con ínfulas nobiliarias, que miraron para otro lado no queriendo ver las antiguas ordenanzas que declaraba a la villa enemiga de hidalgos. Entre los caídos en desgracia, los descendientes de Fernán Simarro, redactor de las Ordenanzas, y padre fundador de Villanueva de la Jara.

En la ejecución de bienes de 1529 eran parte ejecutada, Juan del Cañavate, Martín López y Aparicio Atalaya. Martín López tenía sus bienes en la vega de la villa, desde Villaverde la vega hasta los juncales, un total de catorce pedazos de hazas cebadales de ochenta almudadas. Juan del Cañavate había cambiado su domicilio a Honrubia, aldea de Alarcón, pero le fueron ejecutadas en Villanueva, veinticinco almudadas en la cañadilla de la Madera, diez almudes de trigo en la vega del Pozuelo y dos hazas trigales de diez almudes en la cañada el Rubial. Mientras Aparicio de Talaya señaló por bienes trescientos almudes en el lavajo del Lobo y el lavajo de las Sendas. Otro de los vecinos que sufrió ejecución de bienes fue Pascual Rabadán, aparte de las casas de morada, le fue ejecutada una viña de 3000 vides camino de Villalgordo, paraje donde se concentraban otras viñas de los Mondéjar, Alonso y Blas o las 1200 vides de Juan López el viejo, también embargadas. Junto a Pascual Rabadán cayeron otros vecinos que tenían sus casas aledañas, Miguel Mateo, Sebastián de Caballón o Alonso Simarro. A Sebastián de Caballón se le enajenó una casa y huerta; Ginés de Ruipérez, unas casas en las calles reales; Pascual Sánchez de Atalaya, otras casas; Juan de Chinchilla, casas linderas de Leonisio Clemente y Clemente Ruipérez; otras casas de Pedro de Beamud; Unos y otros actuaban como fiadores en esta difícil situación, mostrando la solidaridad de un grupo que veía sus horas más bajas. La ejecución de los bienes se haría por Llorente López de Tébar, alguacil, y Antón Clemente, escribano.

Tierra y trigo dominaban la escena política de Villanueva de la Jara. El dominio de los oficios concejiles era clave para el control de una política de abastos que garantizará la alimentación de la población con el arrendamiento de los hornos de Villanueva de la Jara y sus aldeas o bien con la cesión de grano a los particulares para la fabricación de pan cocido en los hornos de su casa. Igual papel cumplían las carnicerías, existentes, al igual que los hornos, en Villanueva y sus aldeas. Los Molinos Nuevos de la ribera del Júcar, donde Villanueva poseía la propiedad de seis ruedas, se había convertido en el principal centro del control de granos de la villa; aparte de los ingresos que procuraba al concejo, los molinos funcionaban como un pósito que regulaba el abasto y los precios de los granos en Villanueva y sus aldeas, abasteciendo del grano para la fabricación de pan o como adelanto para la siembra a los labradores. Si examinamos el año 1529 veremos cómo Leonisio Clemente está detrás de la expedición de todos los libramientos de partidas de granos de ese año. Los agricultores acudían al molino a adquirir prestado el grano de la sembradura del otoño, un grano procedente de las maquilas del molino de las cosechas del verano, pero que les permitía el cereal para la cosecha del año venidero. Eran compras de dos, las que más dominaban, a ocho fanegas de trigo a un precio de nueve reales la fanega, aunque no faltaban los que adquirían un almud nada más. Las ruedas de los molinos Nuevos era librarse de la dependencia de los Pacheco y sus molinos, pero era caer en la dependencia de los oficiales que controlaban el concejo. Además, los labradores cultivaban tierras ajenas del suelo de Alarcón, cuando no dependían de los censos o préstamos de familias como los Castillo sanclementinos. En cualquier caso, sobre el papel de los molinos en las relaciones de producción basta con ver las extensas cuentas del concejo de Villanueva y sus ventas de grano a los pequeños y medianos labradores, una larga lista de hombres que estaban tan cerca de la propiedad de la tierra como de perderla y una larga lista de hombres donde dominan los hombres con apellidos nuevos y desconocidos que habían acudido a la Jara en busca de oportunidades. Uno de esos nuevos vecinos era un hombre conocido por el apellido, Vala de Rey.

 

CASAS DE SANTA CRUZ O DE MARISIMARRO: EL ORIGEN DEL PUEBLO

 

CASAS DE SANTA CRUZ O DE MARISIMARRO: EL ORIGEN DEL PUEBLO



 

Este es un texto a primera vista cualquiera, pero creemos que tenemos razones fundadas para decir que estamos ante el origen de un pueblo conquense: Casas de Santacruz, antes llamadas Casas de Marisimarro.

 

Es el año 1534 el procurador de Mari Simarro defiende los intereses de sus hijos menores, su marido difunto Sebastián Caballón estaba acusado de apropiarse de fondos del concejo de Villanueva de la Jara destinados a la guerra de Játiva en 1522. De hecho, en este momento se están ejecutando sus casas y tierras. Nos lleva a pensar que estamos en lo cierto, no solo por la coincidencia de nombres, sino por la aparición de Pedro Clemente, del que tenemos constancia de hacienda en la cercana Gil García.

 

Los bienes de Sebastián Caballón habían sido puestos en ejecución, junto a la de su socio Miguel Mateo, por una deuda de 25000 mrs., por el gobernador licenciado de Lugo en 1522 y en la segunda década la ejecución había sido ratificada por el corregidor Sotomayor. Se pusieron en subasta unas casas con huerta y alinde de huerta de Pedro Clemente y casas de Sebastián de Juan de Rubio. Las casas embargadas a Miguel Mateo eran linderas de casas de Sebastián Caballón y de otras de Alonso Simarro.

En 1534, los hijos menores de Mari Simarro y Sebastián Caballón seguían luchando por la herencia de sus padres. La madre había fallecido y del padre Sebastián de Caballón sabemos que, tras la aventura de Játiva, volvió a su casa para regresar de nuevo al ejército, sin que tengamos más noticias hasta que su compañero Miguel Mateo, en declaración de 1534, lo da por muerto.


AGS, CRC, 153, 5

domingo, 20 de junio de 2021

EL NACIMIENTO DE LAS ALDEAS DE VILLANUEVA DE LA JARA

 




EL NACIMIENTO DE LAS ALDEAS DE VILLANUEVA DE LA JARA

En este rústico mapa, nos podemos hacer una idea de la Villanueva de la Jara a comienzos del siglo XVI. Villanueva no se entiende sin la existencia previa de Alarcón, su villa madre. Los términos de Villanueva de la Jara fueron fijados por el licenciado González Molina en 1481, con protestas sonoras de los procuradores jareños. La razón era que a Villanueva de la Jara se le había prometido por límites en 1476, el río Júcar, Iniesta y Jorquera; la realidad fue que Villanueva de la Jara consiguió unos términos de una legua alrededor de su población y como único logro a la extensión de su término un corredor que le daba acceso a la ribera izquierda del Júcar, donde se habían asentado varios jareños décadas antes en casas aisladas, alrededor de la ribera de San Benito.
Sin embargo, observará el lector en este mapa del siglo XVIII (y que no se responde a la realidad del siglo XVI), cómo hay pequeños puntos amarillos alrededor de Villanueva de la Jara. En los amojonamientos de 1481, contra lo que pudiera parecer, Alarcón, la villa supuestamente derrotada, conservó la mayoría de su suelo; las nuevas villas se les dio apenas una legua alrededor de ellas, caso de la propia Jara y El Cañavate, e incluso, en el caso de San Clemente, luchó por mantener la ribera derecha del Júcar.

Para el caso de Alarcón, lo que fue victoria presente se convirtió en derrota futura. Los pequeños puntos amarillos eran enclaves poblacionales nuevos donde había jareños, pero las tierras alrededor de estos enclaves eran de Alarcón. Es decir, Quintanar, Tarazona o Gil García (Villagarcía del Llano) solo tenían por territorio propio el suelo ocupado por las casas que habitaban sus moradores, los campos eran de Alarcón. Se daban casos curiosos, como que al construirse nuevas casas aledañas a las antiguas de estos pueblos quedaron, por falta de espacio, en término de Alarcón. Es más en Tarazona había una casa edificada en término jareño su mitad y término de Alarcón la otra mitad y en Pozoseco el mojón estaba situado en el interior de la misma iglesia.
La colonización de estos pueblos correspondió a iniciativas particulares. Pozoseco existía desde comienzos del siglo XV, pero cayó en manos de la Jara porque sus tierras las labraba la familia jareña de los Saiz de Pozoseco (por esa época Rubielos Bajos, pues los Altos quedarán en término de Alarcón, no tendrán entidad propia hasta la década de mediados 1520). La zona de Gil García y Madrigueras fue colonizada desde mediados del siglo XV por colonos de Iniesta, sin embargo, el impulso de los jareños en la década de los setenta decantó este territorio a favor de Villanueva (en esta zona, las llamada Casas de María Simarro, luego de Santacruz, como las del Olmo, creemos que corresponden a una colonización tardía de entrado el quinientos, aunque tenemos dudas si ciertas referencias se refieren a estas casas o a las de Casasimarro). Decían los vecinos jareños que la datación y nacimiento de las principales aldeas de Villanueva de la Jara: Casasimarro, Quintanar del Rey, Tarazona Y Casasimarro (aparte de Villalgordo del Júcar, ya existente en 1480, pero con muy poca entidad) fue iniciativa de Fernando el Católico durante los años de la guerra del Marquesado (1475-1480). El rey fomentó la colonización de estas tierras al sur de Villanueva de la Jara para debilitar a Alarcón; los testimonios que poseemos (especialmente para el caso de Tarazona así lo indican), aunque los topónimos de Quintanar y Tarazona ya existen en las roturaciones de llecos de los años 1460. Otro pueblo, Casasimarro, lo tenemos por fundación y casa familiar de Fernán Simarro, que es, además, el padre fundador de Villanueva de la Jara, a la que dotó de sus primeras ordenanzas en 1481, que declaraban a la villa de Villanueva como "tierra enemiga de hidalgos". No debemos olvidar que el futuro de Casasimarro fue paralelo al fracaso de varias casas en la ribera del Júcar que únicamente llegaron a formar una entidad reconocida en los documentos en los inicios del siglo XVI y conocida como la Ribera del Júcar. Un caso ejemplar del fracaso de ir más allá de una casa aislada es la llamada casa de Ávila.
Así, Villanueva de la Jara, o Villanueva de la Jara y su tierra, que es como gustaba llamarla a sus vecinos, era un término pequeño. Una villa con muy poco término y unas cuantas casas en las aldeas, cuyos labradores explotaban en régimen de arrendamiento, mayormente, las tierras de Alarcón. Pero el logro de Villanueva de la Jara fue que allí donde había un jareño se extendía la jurisdicción de Villanueva. Los colonos jareños llevaron a la villa madre junto a sus personas la jurisdicción de sus tierras, usurpadas o compradas a la villa de Alarcón. Hacia 1520, la suma de los habitantes de las aldeas jareñas equivalía a los que habitaban en la villa madre.

domingo, 13 de junio de 2021

DE NUEVO, LOS MELGAREJO

 




En la mitad de la centuria del quinientos, los gobiernos municipales estaban cayendo en manos de oligarquías cerradas. No es que antes fueran ayuntamientos abiertos, pero ahora el poder local era pretendido ser monopolizado por algún apellido afortunado. Era el caso de Castillo de Garcimuñoz, donde Francisco Melgarejo quería hacer valer su fortuna, estimada en cincuenta mil ducados, para controlar el poder municipal. El clan Melgarejo pasaba por ser uno de los más ricos de toda la comarca, además del citado Francisco, su madre poseía una fortuna de veinte mil ducados, y los hermanos Diego y Valeriano de ocho a diez mil cada uno. Claro que una cosa era la ambición de los Melgarejo y otra la realidad de unas enemistades y odios soterrados, que afloraban tan pronto como esa ambición despuntaba. Si las ambiciones de los Melgarejo para hacerse con el señorío de Valera de Yuso tuvo que ceder ante la rama sanclementina de los Castillo, el intento de ver reconocida su posición económica con el reconocimiento social en su pueblo, Castillo de Garcumuñoz, chocó con la oposición de las familias de la villa, que enseguida recordaron la ascendencia judía de la familia.

Fue en febrero de 1569, cuando siguiendo la tradición de los libelos, que por lo que vemos eran más comunes de lo que se pueda pensar, y así lo reconocía nuestro testigo Pedro de Liébana, cuando al ayuntamiento del Castillo de Garcimuñoz llegó una carta cerrada desde la Corte con graves injurias contra Francisco Melgarejo y su familia:

que se extendió tanto la malicia en la dicha villa que puede aver ocho o nueve días poco más o menos tiempo que echaron una carta cerrada e sellada con un sobre escripto para el ayuntamiento de la dicha villa del Castillo con dos reales de porte, la qual echaron en los poyos plaços de la audiencia de la dicha villa que es el más público lugar de la dicha villa la qual carta venía  enviada como de la corte de su magestad e se dize públicamente en la dicha villa que lo que la carta conthenía eran muchas ynjurias contra los dichos melgarejos e otras personas de la dicha villa que según dizen los que avían oydo leer hera que dezían que los dichos melgarejos el dicho Francisco Melgarejo e los demás de sus debdos thenían más de conversos e judíos que de hidalgos”

Aunque la carta iba cerrada, hubo quién, cuyo nombre delataremos después, tuvo la idea de llevarla a la iglesia del convento de San Agustín, donde se leyó, ni más ni menos que cuatro veces, ante una gran concurrencia de vecinos, que se encargaron por el boca a boca de propagarla por todos los pueblos de la comarca. O eso decía algún testigo, confundiendo la rumorología con la verdad, pues la lectura había sido más restringida y la el escaso celo en guardar el secreto la causa de su divulgación.

El licenciado Melgarejo había ido a la Corte, dos meses antes, a traer una provisión real que facultaba a los hidalgos para entrar en los oficios concejiles de la villa. La vuelta con la provisión sentó mal en el pueblo, con improvisadas juntas de vecinos, murmuraciones y apelaciones a poner en conocimiento del marqués de Villena la alteración de la elección de los oficios concejiles. El sacristán Alonso de Villarreal la vio y entregó al escribano de Castillo de Garcimuñoz, Alonso Calero, acabando la carta en manos del alcalde Ambrosio de Alarcón, quien es de suponer que tenía pocas simpatías a los Melgarejo, pues fue él quien la divulgó. Las acusaciones de la carta eran tan comunes como reales en la época; la ascendencia judía disimulada y el soborno de testigos para conseguir ejecutorias de hidalguía eran prácticas habituales, no era tan común atreverse a propagar públicamente estas verdades. El caso es que todos decían haber jurado para no contar las “cosas malas” que decía la carta, pero todo el mundo conocía el texto. Ambrosio Alarcón reunió en el claustro del convento de San Agustín a varios vecinos del pueblo para leer la carta, bajo juramento de no desvelar su contenido: el bachiller Valenzuela, alcalde ordinario, Felipe de Guadarrama, escribano, Alonso de Piñán, regidor, Miguel de Portilla, teniente de alguacil, y fray Cristóbal de Caballón, prior del convento de San Agustín. La lectura de la carta en lugar sagrado era intencionada, de l mismo modo que la lectura bajo juramento de no divulgarla en el ayuntamiento, lugar público.

La vida social de Castillo de Garcimuñoz transcurría a mediados del siglo XVI en torno a sus edificios emblemáticos, pero el castillo parecía ajeno. Los hombres se reunían en el claustro del convento de San Agustín o a la entrada de la iglesia de San Juan, aunque el lugar predilecto de sociabilidad era la plaza pública, donde residía el ayuntamiento. Allí, sus dos alcaldes impartían justicia en una sala que se abría a la plaza, separada únicamente del exterior por una verja y dotada de una puerta para el acceso. En el interior de la sala, llamada portal por los vecinos, estaban los llamados “poyos plazos”, unos asientos de madera, donde se celebraba la audiencia de los juicios ante el alcalde ordinario y el escribano.  Desde esta sala se subía por unas escaleras a un corredor superior, que daba a una sala donde se reunía el concejo de la villa en reunión ordinaria todos los viernes, amén de las sesiones extraordinarias; no faltaba un archivo dotado con cajones para guardar los privilegios y actas de la villa y, en la sala de reuniones, un brasero, donde se solían quemar las cartas y papeles más comprometidos. El ayuntamiento contaba con un reloj mecánico que marcaba los tiempos de la vida del pueblo y al que cada mañana Alonso de Villarreal, que compaginaba el oficio de sacristán con el de portero del ayuntamiento, controlaba su correcto funcionamiento, adobaba y regía, se decía. Alonso se daba por cargo el regir el reloj, orgullo del pueblo, y cada mañana acudía al ayuntamiento con su llave para esta misión.

El caso es que Francisco Melgarejo fue cerrando el círculo para arrinconar a sus enemigos. Logró ante el gobernador Hernández de Cuéllar la prisión de Alonso Villarreal que encontró la carta, la de Gonzalo y Jerónimo Inestrosa, padre e hijo, que habían depositado la carta la noche de antes y que, caso de Gonzalo, se enfrentó a espadazos con Francisco Melgarejo, eran suegro y yerno, en el corredor de la primera planta del ayuntamiento, aunque la cosa parece que no llegó a más, quizás por la superioridad de los Inestrosa, apoyados por un negro, propiedad de la familia. Gonzalo de Inestrosa era de la opinión, anterior al libelo, que la concesión de la mitad de los oficios a los hidalgos era contraria a la nobleza de la villa, en tanto entraban en los cargos concejiles personas de dudosa reputación, en expresa mención a los Melgarejo. Las acusaciones de Francisco Melgarejo iban directas contra su suegro Gonzalo de Inestrosa, presentando incluso manuscrito del mismo para cotejar con la letra de la carta que ni aparecía ni nadie desvelaba su paradero. La realidad era que todos querían zanjar el asunto ante un indignado Francisco Melgarejo que pedía la pena de muerte para los difamadores. Pero los hombres más respetados del pueblo, como el regidor e hidalgo Alonso Piñán y Salazar, el regidor Juan de Liébana, el alcalde Valenzuela o el licenciado y médico Núñez guardaban silencio. Curiosamente tanto Inestrosa como Melgarejo eran hidalgos, aunque estos últimos habían conseguido la ejecutoria hacía poco. Teóricamente una provisión de reserva de la mitad de los oficios debía beneficiar a ambos, pero la realidad es que los Inestrosa veían la presencia de los Melgarejo como una intromisión. Es posible que lo que se estaba poniendo en cuestión era el régimen de lo veinticuatro establecido en 1493, aunque por los nombres que nos aparecen este régimen de gobierno, fundado en el fuero de Sevilla, estaba muy adulterado, de la reserva de las viejas familias a los oficios, se había pasado a la presencia de muchos advenedizos, y los Melgarejo, sin ser tales, eran los más peligrosos.

Los Melgarejo, se decía en Castillo de Garcimuñoz, que tanto tenían de conversos como de hidalgos. Y es que en el pueblo nadie quería remover viejos asuntos turbios de sangre, en los que todos tenían algo que temer, en expresión de un exculpatorio testigo “a los Melgarejo no les tocaba de sangre judía sino el cabo de las agujetas”. En tanto unos se empeñaban en tapar, otros propagaban a los cuatro vientos. La carta en posesión de Ambrosio Alarcón era tal cerilla junto a barril de pólvora, pues el alcalde la leía y releía por las calles del Castillo de Garcimuñoz. Y es que Ambrosio de Alarcón no daba descanso a los Melgarejo. El veintiocho de febrero de 1569, diez días después de la primera carta, Ambrosio interrumpió en plena misa, en el convento de San Agustín, al hombre del marqués de Villena en el Castillo, el gobernador Hernández de Cuéllar: otra carta había aparecido tras la verja de la sala de audiencias del ayuntamiento. El gobernador no dudó, mandando quemar la carta sin abrirla, pero la curiosidad de los presentes, Ambrosio Alarcón, el regidor Piñán y el escribano Calero pudo más; no había lumbre a esas horas y poco costaba leer el escrito, pero esta vez la carta estaba en blanco, pues se trataba de una broma de mal gusto. En blanco o no, daba igual. En Castillo de Garcimuñoz era imposible guardar los secretos, a la noticia de la nueva carta habían acudido varios vecinos del pueblo enterados de la súbita aparición y como cada cual entendía lo que quería entender nuevos rumores se extendieron por el pueblo. La rumorología en Castillo de Garcimuñoz tenía como lugares de propagación los edificios religiosos. El gobernador Cuéllar desconfiaba del fervor religiosos de las autoridades; los principales sospechosos de la autoría de la carta habían sido vistos el dieciocho de febrero en la iglesia de San Juan, la claustra del convento de San Agustín, la iglesia de Nuestra Señora de la Concepción y el cementerio anejo a esta última iglesia. Incluso Gonzalo de Inestrosa decía haber recibido las primeras noticias de la carta por su mujer, presente en la iglesia de San Juan, oyendo misa.

Mientras unos jugaban a juegos peligrosos, Gonzalo de Inestrosa trataba de erigirse en defensor del buen gobierno de Castillo de Garcimuñoz, reconviniendo a su yerno Francisco Melgarejo, para que no alterase los oficios concejiles de la villa: “porque era poner a fuego a esta república y destruir las conciencias de ella y hacer año en las haciendas”. Junto al prior de San Agustín, Pedro de Arboleda y el licenciado Meléndez intentaban sosegar la república. Viejos conceptos de hombres viejos, en las antípodas de nuevas generaciones que veían el poder y la riqueza un fin en sí mismos. Mientras Melgarejo estaba para pocos compromisos, habiendo conseguido la cárcel de Gonzalo de Inestrosa y su hijo Jerónimo, primero en la sala del ayuntamiento y luego en casa de Catalina Tapia, aunque su pretensión era meter a su suegro en la cárcel pública. Si era el mentor ideológico de los opositores a sus ansias de dominar la república de Castillo de Garcimuñoz poco importaba que fuera o no el autor material de los hechos, era culpable.

 

AGS, CRC, LEG. 215-3