Entender el franciscanismo femenino en San Clemente es comprender la evolución personal de cada una de las mujeres insignes que le dieron vida. Su evolución es la que discurre desde la anarquía a la regla, puede parecer una exageración, pero si olvidamos el aspecto religioso, pues no podemos dudar de la fe de cada una de estas mujeres en el tiempo que le tocó vivir, la evolución de sus vidas viene marcada por la renuncia a sí mismas.
Saturday, September 20, 2025
Las santas no reconocidas de la Tercera Orden franciscana de San Clemente
Wednesday, September 17, 2025
Fray Juan Ortiz, el fraile santo de Las Pedroñeras
Hizo el noviciado en el convento franciscano de Cuenca, donde posteriormente profesaría hasta su muerte en 1599 con 32 años. Había nacido en Las Pedroñeras. Se encargaba del trabajo duro en el convento, trayendo madera con dos bueyes para cierta obra que se hizo en el edificio. Aun así, ayunaba todos los días con pan, agua y algunas yerbas; todo lo demás se lo daba a los pobres. Hombre de grandes virtudes, sería enterrado en el convento franciscano de Cuenca, donde hoy se levanta la iglesia de San Esteban. El padre Huélamo recogerá brevemente su vida en los franciscanos insignes de la provincia de Cartagena
Tuesday, March 5, 2024
La madre Remón
La niña que jugaba en su pueblo de Vara de Rey se hizo moza. En un pueblo, donde sobraban los hidalgos y empezaban a despuntar los labradores ricos, los primeros veían a las hijas de los segundos como carne de cañón para un buen casamiento. María Remón era una moza hermosa, lúcida de entendimiento como de compostura exterior. En los cánones de belleza de aquella época se nos dirá que era esbelta de talle, airosa y más blanca que morena, con unas pecas que realzaban su hermosura. Varios de los nobles se ofrecieron a casar con la moza, pero, aunque fray Remón, nos diga que era obsesión en la joven quedarse soltera para cuidar de ancianos a sus padres, más parece que la simple mención a la dote fuera la causa de no llevar a buen puerto cualquier promesa matrimonial. Dicho de otro modo, los hidalgos por vender su sangre querían una buena dote y, por el contrario, el padre de María se negaba a entregar su hacienda a unos hidalgos tan arribistas como arruinados. La moza y su familia tuvieron que escoger entre los dos esposos que se ofrecían ante sus ojos: un esposo terrenal y arruinado al que mantener o un esposo celestial, en cuya unión alcanzar una perfección que se negaba en vida. Esta disyuntiva la expresará mejor que nadie Fray Alonso Remón: "la doncella que perseveró en aquel estado no le ocupan otros pensamientos sino el cómo ha de agradar a Dios para merecer el ir a gozarle, pero la que se casa llévanle los cuidados de la casa, hijos, hacienda y familia y todo es agradar a su marido, de modo que corazón a tan dividido no puede estar tan libre, como era necesario para llenar los caminos de la perfección, porque está repartido en dos amores y sirviendo a dos dueños". Dicho de otro modo, una mujer en aquel tiempo era más libre sirviendo a Dios en un convento que a su marido en su casa.
Si bien la decisión de María Remón a profesar como monja se apresuró cuando vio morir a sus padres. Fue entonces cuando se dijo aquello de "ea, Señor, ya se llegó la ocasión, ya es tiempo de que vos me deis la luz y yo guiada de su resplandor no me contento con andar sino con correr al paso de vuestras inspiraciones de modo que el sentido del olfato pierda la fragancia de vuestro divino ejemplar, es a saber que no me entibie ni permitáis que me acobarde el que dirán de que una doncella honesta y recogida vaya a consolar los afligidos, se halle a enterrar los muertos, visite a menudo las iglesias".
María vistió el hábito franciscano de la Tercera Orden, pero no en el monasterio de la Asunción de San Clemente, sino que llevó vida de beaterio acompañada de una sobrina en Vara de Rey. Quizás porque el convento de la Asunción estaba a medias de hacer y el de San Francisco, devenido en convento dúplice no daba más de sí para nuevas huéspedes. Quien era conocida por la hija de Fernando Remón nacerá a nueva vida, siendo apodada la Madre Remona, muy a pesar suyo que preferirá y tardará en llamarse María de San Francisco. No sería fácil a María olvidar el viejo mundo terrenal. Su pelea con el demonio por alcanzar el nuevo estado de perfección es definido por su sobrino como guerra contra el envidioso Lucifer, solo ganada a costa de mortificaciones constantes de la carne. Era tal su tesón en la lucha que se dice que salió de la misma "aporreada y descalabrada". Cuentan que en cierta ocasión el demonio, que solo ella veía, no le dejaba pasar a misa. arrebatándola y llevándola por los aires algunos pasos, mientras la religiosa afirmaba: "no te canses en vano bestia, que he de decir misa a tu pesar". Vencido el demonio, fue ella quien quiso vivir en la simpleza de las bestias, apenas vestida y buscando el sustento frugal de la naturaleza: "el vestido un poco de sayal , digo de paño, o cordellate frailesco era. La comida tan tenue que raras veces comía carne y cuando la obligaban a comer fuera de su ordinario, porque era molestada de señores y amigas principales. luego echaba mano de la fruta o legumbres y riñéndola respondía con gran alegría, yo soy una bestia, en habiendo verde, no hay sino dejarme, que con ello he de sustentarme". Nunca comía todo, pues con ayuda de su sobrina repartía comida a los pobres. No se daba alegrías, siendo la primera a asistir a pobres y enfermos y enterrar a los muertos.
La frugalidad y mortificación llevaron a María a la experiencia mística, de tal modo que como si fuera ida, se arrobaba y en éxtasis pronunciaba sus profecías. María sabía que estos misticismos, y menos el ejercer de pitonisa, provocaba recelos que bien le podían causar perjuicios con el Santo Oficio. Por esa razón, vuelta en sí, se apresuraba a decir: "¿Qué he dicho, he hablado algo? no crean nada, que todo son disparates y cosas poco considerables". Pronto la Madre Remona adquirió fama milagrera.
Un tercer domingo de mes, estando descubierto el Santísimo Sacramento, la Madre Remona quedó arrobada una vez más, pero para volver enseguida en sí y salir corriendo de la iglesia de Vara de Rey; los fieles salieron tras ella, caminando hacia el mediodía, pasado el paraje de la Vega y el camino que de San Clemente va hasta los molinos en un olivar que había a la otra parte de la venta y camino. Allí la Madre Remona quitó la soga a un hombre que se estaba ahorcando en un olivo, salvándole la vida. En otra caso, adelantándose a los malos pensamientos de un vecino principal de Vara de Rey que quería matar a otro. Presentóse la sierva de Dios a eso de las doce de la noche en la casa del potencial criminal y le hizo desistir de sus aviesas intenciones. Otra veces, era el propio tío quien quería ver milagros. Así, en una ocasión que le visitó en Toledo y el colgar unas uvas devino en lucha interior que acabó con nuestra mujer santa malherida. Entretanto, los vecinos de Vara de Rey veían a María de San Francisco levitar una y otra vez delante de un demonio no visible que le impedía entrar en la iglesia.
(El expediente está incompleto)
BNE, VE/139/47Relacion de la vida, y muerte de la sierua de Dios Maria de San Francisco, de la Orden Tercera del Serasico Padre de San Francisco, por otro nombre Maria Remon, natural de la villa de Vara de Rey en la Mancha :Va dividida esta relacion en doze puntos, y parrafos : / Por el padre maestro fray Alonso Remõ, predicador, y coronista general de todo el orden de n. señora de la Merced, redencion de cautivos
Sunday, November 5, 2023
LOS PACHECO CONTRA EL CONVENTO DE LA ASUNCIÓN DE SAN CLEMENTE
A la muerte de Francisco de Mendoza y Castillo, en 1598, dejará en su testamento toda su hacienda para la fundación de un convento femenino del Carmelo Descalzo en sus casas principales de vivienda. Francisco de Mendoza había recibido gran parte de la fortuna de los Castillo sanclementinos, era hijo de Alonso de Mendoza e Inestrosa y María Mendoza y estaba casado con Juana Guedeja. Añadía una serie de condiciones:
- Que en dicho convento hubiere dos capellanes. Uno de ellos debía decir una misa diaria por su alma, el resto de la fortuna iba a la fabrica de dicho convento, gastos de sacristía y ornamentos
- Que dos monjas del dicho convento fueran del linaje Castillo
- Dejaba como patrón de dicho convento a quien fuera señor de Perona, tal condición recaerá en su prima Elvira Cimbrón y Castillo, que ya era poseedora de la mitad de Perona y se hará con la otra mitad. Elvira estará casada con Juan Pacheco Guzmán, alférez mayor de la villa.
- Si las carmelitas descalzas no aceptaban esta fundación, la herencia de Francisco de Mendoza iría a las monjas del convento franciscano de la Asunción, con las condiciones anteriores
Estas condiciones fueron consideradas como impuestas por las monjas franciscanas, que dieron su poder al padre guardián del convento franciscano de Nuestra Señora de Gracia, fray Francisco de Quirós, para que hiciera valer sus derechos. La situación fue muy tensa entre doña Elvira Cimbrón y las monjas franciscanas; al parecer, el conflicto llegó a las amenazas directas contra las monjas en el invierno del año 1627 al 1628, teniendo que ceder a las pretensiones de Elvira Cimbrón. Las monjas estaban defendiendo la no intromisión de la familia Pacheco-Cimbrón (o Castillo) con el nombramiento de capellanes, pues de religiosos y confesores ya les proveía la orden masculina, pero también defendían intereses patrimoniales, pues dudaban que fueran a recibir nada de los cuatrocientos ducados de las rentas anuales de la hacienda dejada por Francisco Mendoza y disfrutada por Elvira Cimbrón y su marido durante veinte años y las mismas monjas consideraban que la pretensión de la capilla del Evangelio y su condiciones costarían mantenerla alrededor de tres mil ducados; rentas que, lógicamente, querían administrar las monjas y no dejar en manos de la familia Castillo; es decir, las monjas estaban dispuestas a conceder el privilegio de enterramiento junto al Evangelio al mejor postor y postulantes parecía que había varios.
El pleito se reavivó el año 1647, siendo abadesa del convento Ana de Hermosa y ya difunta Elvira Cimbrón
Testigos
Don Sebastián Moreno de Palacios vive de su hacienda en la calle de don Francisco de Araque. 70 años, primo hermano de la abadesa Ana de Hermosa.
Don Francisco de Alarcón Fajardo, hijodalgo, regidor perpetuo, 52 años
Martín Alfonso de Buedo, hijodalgo, viven en la placeta de Astudillo, 48 años
Pascual López de Lerín, labrador y familiar del Santo Oficio, vive en la calle Ancha de San Cristóbal, 75 años
Baltasar de la Fuente, familiar y notario del Santo Oficio de la ciudad de Cuenca, 54 años. Tiene una hija profesando en ese convento.
Esteban de Vara de Rey, labrador, vive en la calle Ancha de San Cristóbal, 75 años
Cristóbal Ángel de Olivares, labrador, vive en la calle del cura Tébar. 75 años
Felipe Ruiz de Arce, labrador y regidor perpetuo, 80 años
Cristóbal García de Perona, vive de su hacienda en la calle del Olmo de Pallarés. 98 años
Juan Ramón Barbero, herrero antes y ahora labrador, vive en la calle de la Rambla. 60 años
Juan del Castillo Villaseñor, labrador e hijodalgo, vive en la calle de los Carrascosas, 60 años
Diego Esteban Patiño, clérigo de epístola, vive en el Arrabal, 46 años
ACHGR, PLEITOS CIVILES, SIG. ANT. C-10382-14
Saturday, December 10, 2022
Juro a favor del monasterio de la Asunción (1609)
El convento de monjas de la Tercera Orden de San Francisco de la villa de San Clemente, bajo la advocación de la Asunción, fue construido gracias a las aportaciones de Isabel de Pedrola, pero su continuidad en el tiempo fue posible gracias a las dotes aportadas por las monjas, hijas de familias principales, y las rentas procedentes de la deuda pública del momento, los llamados juros, Este es un juro de 1565, que por venta llega al convento sanclementino en 1605. Otras rentas eran las procedentes de los heredamientos de Atalaya.
Monday, November 7, 2022
Conferencia pronunciada el 29 de octubre de 2022 en la iglesia de Nuestra Señora de Gracia
Buenas noches,
Hoy en esta iglesia de Nuestra
Señora de Gracia me viene a la memoria un viaje con mi mujer hace años a Praga.
Visitamos entonces la iglesia de Belén, de la que poco queda de su original y
en su estado actual reconstruida en la época comunista, pero el sentimiento al
pasar a su interior es que estamos en un espacio creado para la evangelización
y predicación. Ese mismo sentimiento es el que hoy tengo en esta iglesia
franciscana de Santa María de Gracia. Aunque presuntuoso me atrevería a
establecer un parangón entre la Praga de principios del siglo XV, donde Jan Hus
predicaba sus doctrinas, y el San Clemente de inicios del mil quinientos, donde
un niño llamado Constantino de la Fuente, luego el más grande de los
predicadores, aprendía la oratoria de los frailes franciscanos observantes.
Hoy, quiero hacer un recorrido por la historia de San Clemente, comenzando en
1586, para retroceder a 1439, y detenerme en el año 1503, fecha nodal en la que
San Clemente se hizo como comunidad y adquirió una identidad indeleble.
El veinte de noviembre de 1586 es
el año y el día que se establece el corregimiento de las 17 villas, con capital
en San Clemente. Ese año, la iglesia de Santiago ya está levantada, un nuevo
ayuntamiento se eleva sobre el viejo edificio que viene de la década de 1490,
el edificio del pósito está recién acabado bajo los auspicios de mosén Rubí de
Bracamonte, último gobernador del marquesado de Villena y con fama de masón o
al menos es lo que nos dicen los símbolos familiares de su capilla de
enterramiento en Ávila. No están los grandes palacios barrocos, pero las
familias pudientes ya levantan sus casas de ricos, con fachadas adinteladas
entre grandes sillares y patios interiores para diferenciarse socialmente del
común y de sus casas de tapial.
Ese año de 1586 es el comienzo
del esplendor de San Clemente, que inicia su camino como capital política y fiscal. El San Clemente que hoy
conocemos es el de los grandes espacios públicos y sus monumentos, capital
antaño de un distrito político que reunía todo el sur de Cuenca, desde Las
Mesas a Minglanilla, y también capital fiscal de un amplio territorio, legado
del marquesado de Villena, y que se extendía por Albacete, Chinchilla, Almansa
o Hellín hasta Yecla, Sax o Villena, y en algún momento Requena y Utiel.
Aquellos hombres de 1586, no
obstante, no estaban orgullosos de nada. Habían adecentado el pueblo, pero eran
conscientes de sus deudas con sus abuelos. Cuando describían su pueblo en las
Relaciones Topográficas de 1575, destacaban por encima de todo sus conventos
franciscanos, símbolo de una auténtica época gloriosa ya pasada, en la que,
según se decía, la villa tuvo más población y posibilidades entre las gentes
que vivían en aquel tiempo. Se equivocaban, pero los hombres de 1586
recordaban acomplejados a sus abuelos de 1500.
Aquellos hombres de 1500 habían
creado una comunidad nueva, transformando la vieja villa de doscientos vecinos
o casas en un pueblo recio de mil vecinos, tan solo en el espacio de una única generación.
Se trataba de gentes heterogéneas, venidas de toda España, con una religión que
les proporcionaba un mundo y un universo comunes de ideas, un lenguaje y un
pensamiento que daba unidad a la diversidad de sus procedencias y creencias.
Fue ese lenguaje común, nacido de la Biblia, no en vano era el único que
conocían, el que les predestinó en un proyecto común: levantar una iglesia, la iglesia
de Nuestra Señora de Gracia. Ese año de 1503, cuando se levanta una nueva
iglesia, San Clemente se hizo como comunidad: como comunidad civil y como comunidad
religiosa. Su nacimiento como comunidad, como tantos otros pueblos, está
envuelto en la leyenda de un personaje mítico: Clemén Pérez de Rus, pero su
hacimiento, en bella expresión del siglo XVI, como comunidad ocurre hacia 1500.
Los sanclementinos de entonces, llegados de toda España, pusieron su voluntad y
trabajo para levantar la nueva comunidad, aunque el elemento catalizador que lo
hizo posible fueron unos pocos frailes franciscanos llegados al pueblo sin
nada, como sin nada llegaron la mayoría de los nuevos sanclementinos. Una
máxima de San Pablo: Nihil habentes et omnia possidentes, los que no
tienen nada y lo poseen todo, unas palabras muy apegadas a los franciscanos y
una expresión que define al San Clemente y sus vecinos de 1503.
Si hemos de elegir una fecha de
nacimiento de San Clemente para la Historia de España ese año es el año 1439.
Los sanclementinos se reunían en concejo junto a su iglesia, la de Santiago, y
más probablemente en el camposanto anejo donde reposaban sus antepasados. Ese
año comenzaron a dejar huella escrita de lo que trataban y hablaban en actas
municipales. Las pocas más de un centenar de familias sanclementinas fueron conscientes que debían
dejar testimonio de su pasado. La Historia de España se les impuso, el
corregidor González del Castillo levantaba la conocida Torre Vieja, mientras
que el doctor Pedro González del Castillo levantaba el castillo de Santiago de
la Torre. Una familia, los González del Castillo, que parecía iba a dominar
toda la región, dadas sus buenas relaciones con don Álvaro de Luna. Los cambios
de la fortuna relegaron a esta familia y en 1445 San Clemente cae bajo el
dominio del hombre ascendente en la política castellana, don Juan Pacheco,
maestre de Santiago y marqués de Villena. San Clemente nace como un “estado”,
demasiado territorio para tan poca aldea de ciento treinta familias. Decimos estado,
pues responde a la visión geopolítica de don Juan Pacheco y al hecho consciente
de fortalecimiento de algunos núcleos, entre ellos, Villarejo de Fuentes o San
Clemente, al que se dota de cuatro aldeas. El sueño quedó en nada, pues el gran
desarrollo de Castillo de Garcimuñoz en el siglo XV convirtió a la nueva villa
de San Clemente, con título desde diciembre de 1445, en pueblo dependiente de
la fortaleza. Pero en estos años el alma de San Clemente cambió: los Pacheco
definían a San Clemente como pueblo de pocas casas y muchas rosas, tal vez
porque San Clemente fue lugar preferido de descanso de la mujer de don Juan
Pacheco, doña María Portocarrero: aquí residía con sus hijos, en especial, el
pequeño Juan. Con los Pacheco llegaron nuevas gentes y el alma de San Clemente
se hizo dual. Aquel pequeño pueblo de campesinos y pastores vio cómo se
asentaban los criados de don Juan Pacheco: paniaguados de hoy e hidalgos y
grandes apellidos del día de mañana. Se les recompensó con grandes extensiones
de tierra, en Villar de Cantos, y, en especial, uno de ellos fue muy
favorecido: hablamos de Fernando del Castillo, alcaide luego de Alarcón, que
recibió tierras en Perona y molinos en La Losa. El alcaide de Alarcón sería el
hombre más rico y poderoso de la Mancha conquense, trescientos pares de mulas
tenía; a sí mismo se llamaba el mayor de los diablos de este mundo, pues
reconocía que no había familia a la que no hubiese hecho algún mal. Sus
aliados, reconociendo su maquiavelismo, le llamaban el sabio; sus
enemigos, sencillamente, lo conocían por el puto judío. Al fin y al cabo, nadie sabía de su padre, que
pasaba por un judío de Castillo de Garcimuñoz que vendía aceite, y todos sabían
de su madre, cuyos huesos fueron desenterrados de la capilla de Santa Catalina
del convento de San Agustín de Castillo de Garcimuñoz para ser quemados por
practicar la fe judía. Recalcamos a este hombre, pues su hijo Alonso del
Castillo y Toledo fue el fundador de la iglesia y convento que hoy nos acoge.
Además de los criados de don Juan
Pacheco, a San Clemente llegaron otras gentes, de tierras de Belmonte, como la
Rubia, criada de los marqueses, y gracias a cuyos testimonios conocemos muchas
de las cosas que hasta aquí les hemos contado, y, de tierras de Castillo de
Garcimuñoz, en 1455, llega la familia Origüela, con Pedro Sánchez de Origüela,
y su mujer, y sus cuñados, los Rodríguez, es el embrión del San Clemente con
fama de judío, establecido en el Arrabal, y que infectará, la expresión
es de un vecino del siglo XVII, la sangre de todo el pueblo de San Clemente.
Ese San Clemente tradicional y cristiano viejo, apegado a la libertad que da el
terruño, tendrá que convivir con ese otro San Clemente del arrabal, ajeno a la
tradición, de cuya fe se duda y de cuya naturaleza de bien nacidos también.
Ambos mundos chocan en la guerra del Marquesado en 1476-1480, agitado el San
Clemente tradicional por ese removedor de pueblos que fue Juan López Rosillo. Hasta
hubo complot contra los judaizantes del pueblo al grito de que no queden mamantes
ni piantes. La guerra la ganó Isabel la Católica, pero si en villas como
Villanueva de la Jara ya no hubo lugar para hidalgos y conversos, villa enemiga
de hidalgos se autodenominará; en San Clemente es difícil saber quién ganó la
guerra, pues viejos criados del marqués, como García Pallarés, el del bello
sepulcro de la iglesia de Santiago, o Lope Rodríguez, con oficio real, se
paseaban orgullosos por el pueblo. De hecho, las disputas continuaron acabada
la guerra y hasta la próxima guerra de Granada, intervención de la Inquisición
incluida, pero a pesar de los procesos inquiistoriales, los cristianos nuevos
de San Clemente aguantaron y con la expulsión de los judíos de 1492 buscaron
una sinceridad religiosa que les posibilitara su integración en la comunidad.
San Clemente, a pesar de todo, seguía siendo un lugar de pocas casas y muchas
rosas, apacible para la vida. Valga como ejemplo, Don Jorge Manrique, el poeta,
en los cuatro meses que estuvo en esta tierra, a comienzos de 1479, rehuyendo de
la guerra se refugiaba en San Clemente. Dos testimonios directos tenemos de la
presencia de Jorge Manrique en San Clemente, al que imaginamos como un
melancólico poeta, que escribía sus últimas estrofas en esta villa, y no el
capitán de guerra que fue por obligación.
Es así como llegamos al sueño que
vivió San Clemente. Un sueño materializado por una generación que tuvo que
rehacer sus vidas tras la guerra de Granada, en el periodo tan desconocido como
fascinante, que va del año 1492 a los años previos a las Comunidades de
Castilla en 1520. Acabada la guerra de Granada, los hombres vuelven a sus casas,
pero la guerra ha provocado tales desplazamientos que los hombres están
desarraigados, muchos no vuelven y buscan nuevos hogares. Uno de estos hombres,
relacionado directamente con este convento, es Alonso del Castillo y Toledo,
vuelto de Granada, busca casa en San Clemente. En 1493 se instala en la llamada
calle de las Almenas, junto a la Torre Vieja, donde edifica su casa familiar.
No llega con las manos vacías, su padre le ha legado amplias extensiones de
tierras en El Cañavate, Perona, los molinos en La Losa y los censos o préstamos
concedidos a los campesinos en
Villanueva de la Jara. Sería falso decir que su llegada es una novedad, se le
recibe con recelo, su padre, el alcaide de Alarcón, es odiado, y su hijo Alonso
ha recibido sangre judía por los cuatro costados: nada se sabe de su abuelo, un
judío seguramente, su abuela, Violante González, la Blanquilla, es condenada
por la Inquisición en 1491, sus huesos desenterrados y quemados; su madre es
Juana Toledo, hija del llamado doctor Franco, cristiano nuevo y contador mayor
del rey Juan II. La mujer de Alonso del Castillo, María de Inestrosa, da el
buen nombre a la familia, es hija de Alonso Sánchez de Inestrosa, comendador de
Santiago y señor de Valera de Yuso, tal vez los dos lobos superpuestos que se
intuyen en una de las ménsulas del ochavo de esta iglesia sean de la familia
Inestrosa. La suegra de Alonso del Castillo es Inés de Alcaraz, con ascendencia
judía y condenas inquisitoriales en la familia y de la que se decía que
embarazada se había refugiado en el hogar familiar de Castillo de Garcimuñoz y
evitaba pasar a la iglesia de San Juan Bautista con la excusa de que no podía
subir los escalones que daban acceso al templo, dado su estado de gestación.
Es en esos años de la década de
1490, cuando se plantan viñas nuevas, por los testimonios que nos han quedado
del pueblo vecino de El Provencio. Con los nuevos cultivos, nuevas
oportunidades y nuevos recién llegados: muchos son anónimos, otros no tanto,
pero todos ellos ven en San Clemente una tierra de oportunidades. Destacamos a
dos familias que llegan con los comienzos del siglo, andan vendiendo paños por
la Mancha y son de Tierra de Campos: Martín Ruiz de Villamediana, que luego
funda el convento de clarisas, y los de la Fuente, sus criados en un negocio de
paños que tiene su centro en tierras vallisoletanas y zamoranas, pero cuyos
tentáculos se extienden al vecino Reino de Portugal. El caso es que Ruiz de
Villamediana y los de la Fuente se quedan en San Clemente en 1502, después de
unos años de venta ambulante, casi con seguridad aprovechando las franquicias
del mercado de los jueves. Llegan con
sus familias, los de la Fuente con su madre ciega, Martín Ruiz de Villamediana
con su mujer e hijo pequeño a cuestas. Se quedan y ponen tienda, porque ven en
San Clemente un pueblo prometedor. Es solo el inicio, tiendas y más tiendas;
San Clemente es mediado el siglo XVI un pueblo de tiendas: al calor de los
llegados de Tierra de Campos, otros sanclementinos, muchos de ellos cristianos
nuevos, imitan su ejemplo, luego en 1570, los moriscos, hábiles en oficios,
ponen tienda al lado de sus talleres y, por fin, llegado el siglo XVII, llegan
los judíos portugueses que introducen a San Clemente en la economía mundo con
centros en Lisboa y Holanda.
El camino de estos comerciantes
lo recorren otros hombres con un mismo destino: San Clemente. Y allí donde hay
comerciantes, siguen sus huellas los frailes franciscanos. Estos frailes viven
de la tradición de su fundador San Francisco de Asís: se sienten a gusto en la
calle y entre el pueblo. Se cuenta que a San Francisco de Asís le gustaba
pasear por la ciudad y al volver al convento solía decir a uno de sus
discípulos: ya hemos predicado. Los franciscanos gustarán de esta predicación
entre el bullicio de las tiendas del mercado de los jueves, o en el momento de
la recogida de la cosecha, cuando reciben la llamada limosna del pan. Andan más
sueltos que en las obligadas predicaciones de Cuaresma o Adviento, donde
compiten con los dominicos llegados desde Villaescusa.
Pero volvamos a 1503, año de la
instalación en el pueblo de los franciscanos. Se dice que la fundación del
convento es el legado de una bula papal de 1446, del papa Eugenio IV, que daba
licencia para la fundación de quince conventos en España, cinco en Castilla.
Esa afirmación puede valer para Belmonte o Villanueva de los Infantes, aquí en
San Clemente el franciscanismo nace por dos razones: una profunda, los
franciscanos saben que llegan a un pueblo en crecimiento y necesitado de
evangelización; otra accidental, la familia Castillo debe arreglar sus asuntos
con la Iglesia. El alcaide de Alarcón ha sido condenado en 1499 por acoger
judíos de Ciudad Real en el castillo de Alarcón; es condenado por la
Inquisición y cumple su condena haciendo penitencia en el convento franciscano de
Belmonte. Los Castillo buscan esa profesión de fe que se les niega donando sus
cosechas para mantenimiento de los conventos de la custodia franciscana. Alonso
del Castillo y Toledo asume la política de su padre, el alcaide, de buenas
relaciones con el franciscanismo, aunque no puede esconder su alma tacaña. Ya
no solo con sus chantajes al pueblo de San Clemente al que cede 560 fanegas de
trigo para su alimentación a cambio de que no construyan nuevos molinos que
compitan con los suyos de la Losa, también porque su cicatería llega a la misma
fundación del convento: cede a los frailes un espacio reducido e inhabitable de
cuatro paredes, el conventico del que nos habla el cronista de la tradición
franciscana.
Ese legado será visto por los
sanclementinos como ofensa a unos frailes que se están ganando el apoyo de sus
vecinos, viéndose obligado el concejo de San Clemente a ceder terrenos, suyos
propios y aledaños, a los frailes. Aunque no se entiende nada si no pensamos en
aquellos años que van de 1504 a 1508, momento de los primeros balbuceos del
convento, años de sufrimiento para el pueblo de San Clemente y años de
solidaridad desprendida de los unos frailes recién llegados. Son años malos,
así quedan en la memoria de los hombres: malas cosechas, hambres, y, llegado el
año 1508, la peste; una de las peores pestes que ha sufrido Castilla. 1503,
1504 y 1505 fueron años que se arruinaron las cosechas y 1506 el año que las
lluvias excesivas arruinaron las yerbas y los ganados. Las familias, nos lo
cuenta el cronista de la época, andaban con sus hijos a cuestas deambulando por
los caminos exhaustos y hambrientos. Los años siguientes son penosos hasta que
llega la peste de 1508 y las comunidades se juegan su propia existencia. En
aquellos tiempos, en los pueblos el símbolo de continuidad de una comunidad era
la lámpara de aceite encendida delante del Santísimo Sacramento. Había miedo,
si la lámpara se apagaba se acababa la existencia de la comunidad. En este
clima apocalíptico, todo cambió de repente y algo lo hizo posible. Ese posible
fue el espíritu de solidaridad que infundieron los frailes al resto de vecinos
con un mensaje de esperanza. De nuevo, el nihil tenentes et omnia
possidentes. Los que nada tenían y se amparaban en un mensaje franciscano
de salvación; los que nada tenían y se aferraban a la esperanza que la
comunidad y pueblo de San Clemente tenía una continuidad en el tiempo, que le
había hecho superar todas calamidades. En esos tiempos de dureza, la
solidaridad de gentes diferentes, guiadas por el mensaje de unos frailes que han
vuelto al mensaje primitivo del Evangelio, acaba con las suspicacias de antaño.
El alma dual de los sanclementinos que les persigue en el tiempo deviene en
alma colectiva que fija la identidad de todo un pueblo. Y llega el milagro: la
gente deja de comer pan, siembra el poco trigo que tiene con la esperanza de
una buena cosecha, que llega en abundancia nunca vista en el verano de 1508. Es
ahora cuando el pequeño conventico, una casa maltrecha, es el objeto de las
miradas de los sanclementinos, que, en agradecimiento, deciden levantar una
iglesia y un gran convento.
Alonso del Castillo y Toledo es
el protagonista. Él, que se ha malgastado parte de su hacienda en un sastre
para recibir a Felipe el Hermoso y la Reina Juana, y él, que se ha refugiado en
Vara de Rey, mientras sus vecinos padecían la peste. Alonso del Castillo sabe,
sin duda de la construcción de San Juan de Reyes unos años antes en Toledo, una
renuncia del franciscanismo a la mayor gloria de los reyes y debe pensar en
levantar un convento franciscano como desafío a un pueblo que le odia y
ensalzamiento de sí mismo. Por su cabeza debió pasar el imitar el convento
franciscano de Cuenca. Allí, y por las vistas de Wyngaerde que nos han quedado
de la ciudad, una torre poligonal cerrada domina la nave del convento; la torre
era la capilla de la familia de los Gibaja o Madrid, antecesores de los
marqueses de Moya. Es probable que Alonso del Castillo y Toledo pensara en un
ochavo cerrado como capilla familiar de enterramiento y en su propia torre,
pero el conflicto surgió enseguida. Si Alonso del Castillo y Toledo había
puesto la primera casa y terreno, el templo que se edificaba lo hacía con las
limosnas de los sanclementinos, que pidieron que el patronazgo sobre la iglesia
fuese compartido. Se habla de una concordia el día de la Inmaculada de 1515: el
ochavo de esquina a esquina para don Alonso del Castillo; el resto del convento
para los sanclementinos, con derecho, al igual que don Alonso, a enterramientos
en el resto del templo. La planta del templo, sin embargo, nos habla en su
dibujo de las disputas entre don Alonso y el pueblo sanclementino y de la
ingeniosa solución para hacer de la iglesia una iglesia de todos. El altar
mayor en su medio ochavo aparece violentamente sesgado transversalmente por un
transepto de poco desarrollo, antes de dar paso a la nave longitudinal y única.
Si bien, lo que es intención de ruptura da lugar a unidad e integración bajo el
signo de la TAU. La Tau es el signo de los elegidos para la salvación, es lo
que dibujaron los judíos con la sangre de sus animales sacrificados en las
jambas y dintel de las puertas de sus viviendas en Egipto para salvar a sus primogénitos
y será adoptada por San Antonio abad y los cristianos, y en especial por San
Francisco de Asís, representada en la letra T mayúscula. La Tau nos aparece, ya
muy desgastada, en un pequeño escudo a la entrada de la iglesia sobre una
columna, y la Tau la adivinamos en la planta del transepto y los dos tramos más
próximos de la nave única. Es el espacio para la iglesia de los laicos, para la
comunidad nacida y hecha en los comienzos del mil quinientos, y es el elemento
que vale de nexo a la unión para el resto de la iglesia: uniendo el lugar
sagrado del altar mayor o presbiterio y el coro alto, donde están los frailes
en un plano superior, a la entrada, mientras a sus pies están los fieles laicos
y, en un segundo plano, en los laterales están las capillas de enterramiento
familiar de los sanclementinos. La Tau es el elemento que da unidad a la ecclesia
de los laicos y la ecclesia de los religiosos. La Tau es el elemento de
unión entre las nacientes comunidades de laicos y de religiosos, integradas en
una única comunidad. San Clemente durante unos años vive un sueño hecho
realidad, las palabras dominantes en el lenguaje son las de universidad y
comunidad. Decenas de personas huyen de sus pueblos de señorío: de Minaya,
El Provencio, Santa María del Campo o El Castillo, para refugiarse en San
Clemente, como si fuera la Tierra prometida o la Jerusalén celeste aquí en la Tierra.
La imagen de esa libertad es la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, que en su
entrada y en una leyenda ya casi ilegible recuerda el valor del sacrificio para
alcanzar la salvación: en su cuerpo renovó los estigmas de la pasión. Es
tal la ilusión de los hombres que hasta intentan fundar un pueblo nuevo el año
1510, entre El Provencio y San Clemente y una vez más, comienzan el pueblo,
construyendo una iglesia. Lo llamarán Villanueva de la Reina, en honor de la
reina Juana la Loca. ¡Cuánto le deben los sanclementinos a esta Reina, y cómo
se ha olvidado la devoción que tenían por ella! El proyecto de Villanueva de la
Reina fracasa por unas minorías asustadas, pero el sueño milenarista de
aquellos hombres de fundar nuevas Jerusalén y nuevos espacios de libertad, no. Ni
los procesos inquisitoriales de 1517 consiguen romper ese sueño; en el otoño de
1520, cuando San Clemente vive sus Comunidades, las alteraciones están imbuidas
de milenarismo: se destituye a las autoridades y se elige una junta, encabezada
por un capitán y con doce representantes, en una referencia a Jesucristo y sus
doce apóstoles que no es necesario explicar.
San Clemente, cuya historia es
una dualidad entre la integración guiada por una identidad común y los impulsos
que arrastran a su disgregación, siempre ha estado tentado de deshacerse hasta
llegar a su destrucción. Pero en el año 1503, el franciscanismo da al pueblo un
lenguaje de dignidad y libertad, lo expresa bien Juan de León, emparentado con
los León de Belmonte, un hombre errante, pues como descendiente de judío se le
rechaza en todas partes, y que ha debido escuchar las palabras de los
franciscanos belmonteños: el que no es negado a Dios no sea negado a las
gentes. Un lenguaje, en la mente de sus enemigos, que se puede deslizar a
la arrogancia del hombre que se siente como un Dios y desea comer del árbol de
la ciencia: lo que no es negado a Dios no sea negado al mundo. Pero en
ese año de 1503, los sanclementinos aun creyéndose dioses saben que son
hombres.
El pensamiento individual da
lugar a una cosmovisión colectiva. La nueva comunidad ha de tener nuevos
espacios y un nuevo pueblo. Los franciscanos tienen su concepción de ciudad, su
urbanismo ha de responder a principios cristianos. Los expresará bien el
franciscano Francesc de Eiximenis y su concepto ideal de ciudad; esa concepción
se la apropian los sanclementinos para levantar un nuevo pueblo. Hacia 1500,
San Clemente es un pueblo feo, un lugar desarreglado. No existían los espacios
públicos, junto a la iglesia estaba el camposanto y enfrente se ubicaban las
carnicerías donde se degollaban las reses en un tufo maloliente; mesones,
tiendas de abasto de pescado o carne se mezclaban con las mesas de los
escribanos donde redactaban los protocolos; la iluminación no existía y hasta
la década de 1520, las calles estaban embarradas, las casas eran de una única
planta, no todas con tejas y la inmensa mayoría de tapial, el espacio habitable
se compartía con un corral tapiado para animales, donde se acumulaba el
estiércol. Ese oscurantismo se acrecentaba por las cuevas excavadas debajo de
las casas, donde se guardaban las tinajas de vino y donde se sospechaba que los
judaizantes extendían su fe. Ni los franciscanos ni la construcción de la
iglesia de Nuestra Señora de Gracia cambiaron mucho esta realidad lúgubre, pero
la concepción franciscana del espacio urbanístico cambió radicalmente,
preparando ya los espacios públicos de la segunda mitad del siglo XVI.
San Clemente respondía a la
ciudad ideal planteada por Francesc de Eiximenis cien años antes: un pueblo en
llano, aunque en un pequeño altozano, huyendo del río Rus, si bien el
crecimiento posterior lo aboca a sus aguas estancadas, los propios caminos que
vienen de Chinchilla, por el puente del Remedio, o de Alarcón, por San
Cristóbal, dan sin buscarlo ese diseño de una cruz que divide sus a cuatro
barrios, que todavía en los inicios del siglo XVI son barrios balbucientes. En
los extremos de Este a Oeste, San Cristóbal y Santa Ana; de Sur a Norte, el
Remedio y San Roque. Eiximenis creía que los conventos se debían situar al este
del pueblo, mientras iglesia y ayuntamiento debían presidir la plaza central.
San Clemente responderá a esos principios, el convento franciscano estaba en el
extremo oriental del pueblo, a un lado del camino principal, pero recibiendo a
los nuevos habitantes, mientras que el espacio público de la plaza se empieza a
configurar desde muy temprano, hacia 1495 las reuniones del concejo se
divorcian de la iglesia de Santiago en unas casas de ayuntamiento que deberían
estar ubicadas donde hoy está el ayuntamiento viejo. Se preparaba así el futuro
espacio de la plaza donde se intentará integrar el ayuntamiento y una iglesia
de Santiago, en principio pensada por Vandelvira con una gran cúpula oval y que
para respetar el espacio de la plaza se vio obligada a tomar el tipo de iglesia
salón con esa típica fachada palaciega. Se dice que en 1550 se invitó a tiendas
y comerciantes a abandonar la plaza, y es así, si bien fue en un proyecto de
renovación urbanística. El impulsor de este proyecto creemos que fue el
gobernador Francisco de Zapata de Cisneros, el que nos aparece en la inscripción del ayuntamiento de 1558 y
del que conocemos que fue impulsor de remodelaciones urbanísticas en Sevilla.
Este hombre era de la misma familia del Cardenal Cisneros, un franciscano, al
que los genealogistas ven relacionado con esta zona de la Mancha y a nosotros
nos gustaría ver como impulsor de nuestro convento de Nuestra Señora de Gracia,
algo que no es descabellado.
En la ciudad ideal de Eiximenis
no faltan los comerciantes y en San Clemente tampoco. Ya sabemos de
sanclementinos en Sevilla y su feria de los Molares alrededor de 1500. Los
jueves, los comerciantes ponen sus tiendas en la calle de las Almenas, que sale
de la Torre Vieja, confluyendo con aquellos comerciantes que vienen por el
viejo camino de Chinchilla desde el puente del Remedio. El convento los recibe
a la entrada del pueblo y el mercado es lugar predilecto de predicación de los
frailes. Por último, Eiximenis nos presenta una sociedad donde el trabajo es
valorado, reivindicación del trabajo que ya ensalzó San Francisco, se ayuda a
los pobres, no hay lugar para los ociosos y se funda la sociedad en unos
principios cristianos que han de guiar la acción de los oficiales del concejo,
a los que llama ministros de Dios y ojos del bien común. No muy lejos de esos
principios rectores debían estar los alcaldes y regidores de San Clemente a
comienzos del siglo XVI, que juraban después de ser elegidos sobre los Santos
Evangelios la defensa del bien común y erradicar los pecados de la vida social.
Recojamos un testimonio con motivo de la elección de oficios del año 1519: E luego los dichos alcaldes mandaron pregonar e se pregonaron
los pecados públicos; que ninguno juegue juegos vedados ni blasfeme ni sea
rrufián ni puta lo tenga ni sea amançebado ni trayga armas ni ande vagabundo so
las penas de las leyes del Rreyno.
La ciudad ideal de la villa de San
Clemente vivió en el tiempo lo que vivió el proyecto común de construcción de
su iglesia. Y es que los ideales aguantan mientras hay proyectos comunes.
Sabemos que hacia 1510 Pedro de Oma estaba construyendo la Torre del Reloj de
Villanueva de la Jara, un edificio civil símbolo de la prepotencia de los
jareños; tal vez el mismo Pedro de Oma, un vasco analfabeto, pero con gran
habilidad como maestro de cantería, levantara la iglesia de Nuestra Señora de
Gracia sin arrogancia, con la misma humildad que il poverello de Asís
construyó la suya en 1209, y con la ayuda de todo el pueblo sanclementino. Los
jareños construían torres civiles sabiéndose hombres; los sanclementinos
construyen iglesias, creyéndose dioses. Los jareños edifican para vivir en la
Tierra; los sanclementinos edifican, creyendo trasladar a la Tierra el Cielo.
Cuando despiertan de su sueño, es decir, cuando el proyecto común de
construcción de una iglesia se acaba, solo les queda su naturaleza humana. Es
entonces, cuando renace en ellos esa alma dual de cincuenta años antes que
tenían olvidada. Nadie expresará ese fracaso mejor que el más grande de los
sanclementinos: Constantino de la Fuente, que en su niñez vivió el sueño milenarista
de San Clemente y en su mocedad padeció su fracaso. Su imagen pesimista del
hombre, como imago diaboli, su visión de la naturaleza humana llena de miseria
y poquedad es reflejo de la sociedad que vivió. La sociedad sanclementina de
mil quinientos tenía a la virgen de Nuestra Señora de Gracia como referente de
una nueva sociedad recién nacida que veía la luz. Hacia 1580 en el retablo de
Pedro de Villadiego, ya desaparecido, de esta iglesia se colocará la virgen de
las Angustias con el cuerpo yacente de Cristo, símbolo de una sociedad que
sufre en su ocaso. Pero en los doscientos cincuenta años siguientes el pueblo
de San Clemente no estuvo solo en su sufrimiento, una y otra vez estaban más
vivas que nunca las palabras de San Francisco de Asís: tanto es el bien que
espero que en las penas me deleito.
El acceso a esta iglesia nos hace
humildes, pues no se entra, se desciende, bajando unos escalones, y una vez
pasado el cancel y entrada, el creyente o el agnóstico queda preso del camino
ascendente que le lleva visualmente hasta la bóveda del altar mayor, ese camino
es ascendente y guiado por unas capillas que van ganando en altura gradualmente
y es continuo por la línea de impostas corrida, que hay encima de ellas. Ese es
el milagro de este templo, que hace bajar al fiel la cabeza antes de pasar al
templo para obligarle a elevar los ojos una vez pasado su umbral.
Hoy la iglesia en su pobreza nos
recuerda al templo de sus inicios. Despojada de retablos y de altares, el
espacio está destinado de nuevo para la reunión y para la predicación. Si la
iglesia de Santiago era lugar de prédicas ininteligibles, en Nuestra Señora de
Gracia se habla con la palabra fácil, Fray Julián de Arenas nos dice que hasta Agustinico,
el más simple del pueblo, entiende la palabra de Dios que aquí se predica. Pero
sencillez no es estulticia, sino transmisión del Evangelio tal como lo enseñó
Cristo. Nuestra Señora de Gracia es un templo de la palabra y un templo del
silencio. Silencio nacido del reposo de los antepasados sanclementinos, cuyos
cuerpos yacen en sus tumbas. Ustedes, anunciando las capillas laterales, ven
los escudos heráldicos pintados de grandes familias, los Herreros o los Buedo,
ven pequeñas leyendas de presentación de la familia Ortega en sepulcros
profanos y si afinan la vista verán, en las ménsulas de las que nacen las líneas
que dibujan las bóvedas, escudos que quizás sean de los Inestrosa o tal vez los
Castillo, si es que los Castillo tenían escudo para el apellido familiar. No
verán el panteón familiar de esta familia de los Castillo, en otro tiempo en el
altar mayor en el lado del Evangelio, ni el sepulcro de los Ortega a mano
izquierda al pasar a la Iglesia, ni mucho menos las tumbas que hoy se ubican
bajo el suelo de tablas que pisan sus pies ni los restos de los franciscanos en
la cripta. No queda nada de la memoria de las viejas familias, cuyos apellidos
se han olvidado tanto como el nombre de las capillas que tenían como propias:
los Monteagudo, los Villamediana y su capilla del Descendimiento, los Origüela
y su capilla de San Juan, los Buedo y su capilla del Nazareno o los Astudillo y
su capilla de la Concepción. Las capillas quedan y los apellidos no. De la fama
pretendida solo queda el hábito franciscano con el que se vestían los hombres
para sus entierros, creyendo la promesa de San Francisco de rescatar las almas,
tal como cuentan las Florecillas. De algunos no quedan ni sus huesos,
como aquel de apellido Sevilla, que escondía ese otro de los Abravaneles,
familia judía y monopolizadores de las finanzas reales de varios reinos, cuyos
huesos fueron desenterrados para ser quemados. Y es que mientras los
franciscanos acogían y hacían, otros deshacían y siguen deshaciendo.
Los retablos de antaño están
deshechos. La acción pictórica de los Gómez queda residual y las veintisiete
tablas pintadas de los santos franciscanos ajenas a su ubicación original. La
rica biblioteca del convento, destrozada por los franceses y lo poco que queda
de ella diseminada entre el Seminario Conciliar de San Julián y la Biblioteca
Nacional. El bello claustro del convento, mutilado por un incendio y corroído
por las heces de las palomas. Las treinta y una celdas de los monjes, vacías;
el refectorio, preso de las humedades, y la misma iglesia protegida por un
tejado, aunque con miedo por desvelar sus secretos. ¿Y qué decir de la Historia
del convento? Las inscripciones, pendientes de un estudio epigráfico o
simplemente esperando se quite la capa de cal que las oculta. En la iglesia de
Nuestra Señora de Gracia todavía hay demasiado blanco, demasiado yeso,
ocultando la piedra arenisca y caliza donde residen los testimonios de su
nacimiento. La escritura fundacional del convento y el llamado libro becerro,
según Enrique Fontes, se hallaban todavía en 1931 en la casa parroquial, para
desaparecer en 1936, según Cirac Estopañán. Aunque nosotros dudamos de
cualquier destino que se atribuya al rico patrimonio documental de esta villa y
mantenemos la esperanza.
Nuestra Señora de Gracia sigue siendo,
no obstante, espacio de encuentro y reunión como antaño; espacio de predicación
y evangelización, aunque ya no están esos frailes de los que aprendió, siendo
niño, el más grande de los predicadores de todos los tiempos, el sanclementino
Constantino de la Fuente. Dicen que a Constantino se le permitía echar un trago
de vino en medio de su prédica, al fin y al cabo, fue el vino lo que hizo de
San Clemente un gran pueblo. Esta iglesia fue y es un espacio de solidaridad:
de la ayuda a los apestados de 1508 quedó un hospital, de la conmiseración a
delincuentes y pecadores quedó el derecho al refugio, acogimiento y el derecho
universal en su espacio a un entierro digno; ya lo decía Fernando del Castillo,
padre del fundador de este convento, no se le puede negar un entierro cristiano
a nadie sea cual sea su fe o raza. Este convento fue un centro de educación,
aquí aprendían los sanclementinos las letras, las cuentas y los rudimentos de
la doctrina cristiana y hoy debería ser fuente del conocimiento de su pasado
para el pueblo de San Clemente.
Este convento franciscano comenzó con
la ilusión de dos frailes y acabó con la exclaustración de cinco en 1835. Al
igual que todos los conventos observantes masculinos tenía por destino la
ruina, piensen en lo que queda de los conventos franciscanos de Villanueva de
la Jara, Iniesta, Villarrobledo, Valverde del Júcar, San Lorenzo de la
Parrilla, Moya o Valera de Abajo, nada o casi nada. Nuestra Señora de Gracia
estaba predestinado a la ruina, el voto de pobreza de sus inquilinos se
reflejaba en el inventario de bienes con motivo de la Desamortización, solo
cosas inútiles, mas su destino ruinoso no fue tal: un hombre, antes que
sacerdote, salvó el convento de la ruina en los años centrales del siglo XIX,
el padre Tomás, o Tomasito como le llamaban cariñosamente los sanclementinos.
Este hombre mantuvo el espíritu de sacrificio, abnegación y esperanza de los
sanclementinos de mil quinientos y supo mantener el símbolo de esa identidad:
este edificio conventual, antes de que en 1899 pasará a estar de nuevo ocupado
por los carmelitas.
Son hombres como Tomasito los que han
mantenido esta iglesia y convento. Ni el olvido ocasional del concejo
sanclementino ni el desprecio de sus fundadores pudo con esta iglesia: la más
necesitada de toda la provincia franciscana por la falta de cuidados que ya
presentaba en el siglo XVIII. Saqueada en 1706, luego por las tropas
napoleónicas en dos ocasiones, 1809 y 1812, diezmando su biblioteca, y
destrozados sus retablos en la guerra de 1936, el convento de Nuestra Señora de
Gracia sigue en pie, gracias a nuevos Tomasitos, que repiten una y otra
vez el mensaje que recibió San Francisco del crucifijo de San Damián: Ve y
repara mi iglesia, que amenaza ruina.
Thursday, March 11, 2021
A VUELTAS CON EL CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE GRACIA DE SAN CLEMENTE
Foto: Jesús Pinedo Saiz
Cuando
el uno de septiembre de 1835 se inventarían los bienes del convento franciscano
de Nuestra Señora de Gracia, únicamente quedan cinco frailes. Del viejo
convento apenas queda nada. Lugar de enterramiento de grandes familias, centro
de formación de las élites sanclementinas y punto de encuentro de los vecinos,
el convento fue parejo en su esplendor y decadencia a la villa de San Clemente.
“Los frailes” vieron crecer a San Clemente como pueblo y consolidarse a
mediados del siglo XVI como capital política del sur de Cuenca y fiscal de un
distrito que se extendía hasta tierras albaceteñas, alicantinas y murcianas.
El
inventario de bienes de 1835 mostraba un convento sin propiedades apenas, pues,
siguiendo la observancia franciscana, nunca las había tenido. Más allá de una biblioteca
destrozada, las casullas y ropa clerical o los retablos e imaginería religiosa
poco había que encontrar de valor entre sus paredes. Los franceses, durante la
guerra de la Independencia, habían saqueado el convento, para llevarse como
botín dos mil reales escondidos en una cueva, tras destrozar el órgano y desbaratar
la biblioteca.
Es
poco lo que había de valor en el edificio, pero el “convento de los frailes” seguía
presentando en la sencillez de una pobre comunidad de monjes franciscanos, el
recuerdo imborrable de la villa de San Clemente. Los bienes raíces del convento
se limitaban a la fanega de tierra de su huerta contigua, una propiedad cercada,
mitad arrendada y mitad explotada por la propia comunidad, y con dos norias; un
granero al descubierto, un sótano y una cueva a modo de bodegas con cuatro
tinajas, un pajar y una cuadra.
Tinajas,
ollas de barro, una sartén y algún que otro trasto inservible es lo que quedaba
de esta comunidad franciscana, ahora reducida a cinco miembros, pero que los
capítulos de la orden se vieron obligados una y otra vez a fijar su número,
pues las treinta y una celdas del edificio conventual no daban para más
ocupación. La existencia de estos frailes transcurría entre estas celdas, un
refectorio con tres mesas (y con un Divino crucificado en el frontis y sobre la
puerta otro cuadro de la Purísima) y una cocina adyacente. Completaban las
estancias una librería, de la que se conservaban algunos volúmenes completos,
aunque veinticinco años antes había sido destruida por las tropas napoleónicas,
y que era vestigio del estudio de Gramática que se creó en el convento el año
1563. La función del convento como centro de formación de las élites políticas y
religiosas de su tiempo está por estudiar, más allá de su carácter local.
Ortodoxia y heterodoxia se enseñaron de igual forma en esta “academia”, pues
junto a las artes menores, la filosofía alcanzó cierto nivel y las doctrinas no
oficiales también, como la negación del dogma de la purísima concepción por el
irreverente hermano Arenas. Sin olvidar que detrás de la heterodoxia está la
rivalidad franciscana con los carmelitas, pues ya avisaban los primeros que en
San Clemente no había vecindad para tanta doctrina.
Parte
de las celdas daban al patio porticado en dos claustros con arcos de medio
punto y algo escarzanos, en la planta baja, y galería superior. Un claustro que
aún recordaba la existencia de dos pequeñas capillas en su interior, una para uso
de la comunidad y otra ya arruinada para uso particular, y en el que destacaban
los brocales de dos pozos.
No
obstante, era el conjunto de la iglesia el que deslumbraba a aquellos aprendices
de inventarios de la Desamortización, incapaces de ver la belleza de las naves
del templo y que nos describían así el interior del templo:
“Una
iglesia con una puerta a la calle y dos en el interior del convento; tiene
cinco altares en la capilla mayor con sus aras correspondientes; en el altar
mayor una virgen de talla, titulada Nuestra Señora de las Angustias, con un
cetro de yerro con estrellas de hoja de lata por Corona; a la mano derecha una
imagen de N. P. S. Francisco también de talla y a la izquierda otra de Santa
Margarita también de talla, cada una con un Santo Cristo y un poco al lado una
urna con la reliquia de San Faustino, perteneciente al ilustre ayuntamiento de
esta villa con dos llaves de la que una conserva dicho ayuntamiento y otra el
prelado de esta comunidad. En el crucero los otros cuatro altares, cada uno con
su retablo y en uno de ellos un cuadro de la Purísima, un púlpito de madera
sobredorada, enfrente un cuadro de S. Diego de Alcalá con un marco de talla; en
seguida cuatro capillas a un lado y tres al otro, cada una con su retablo; en
una de ellas un Santo Cristo grande. Un cancel a la entrada de la puerta de la
calle con sus puertas correspondientes; un coro alto con dos órdenes de sillería,
y al respaldar los santos de la orden pintados; una caja para el órgano
destrozada por los franceses, una torre con dos campanas, la una quebrada; otra
pequeña en lo interior del convento, y la que hay en la portería para llamar.
Un sagrario con una sacra campanilla para tocar a Santus, cuatro candeleros de
metal, dos atriles y tres confesionarios; tres cruces de madera en los altares con
un santo Cristo de metal en cada una. Un Vía Crucis, y al lado del Evangelio un
panteón”.
El
citado panteón era el de la familia Castillo, unos judíos procedentes de
Castillo de Garcimuñoz, herederos de Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón.
Fue su hijo, Alonso, el que fundó el convento y a duras penas conservó y
compartió el patronazgo del mismo con el concejo sanclementino, reservándose el
ochavo. Su herencia sería recogida por los marqueses de Valera, que andado el
siglo XVIII, eran acusados de tacaños por el pueblo sanclementino por no
gastarse un real en la reforma del convento. El panteón de los Castillo solo
tendría su igual en el sepulcro labrado de don Rodrigo de Ortega, señor de
Villar de Cantos, y antecesor por línea materna de los marqueses de
Valdeguerrero. Don Diego Torrente nos situaba este sepulcro en el centro de la
iglesia, al lado izquierdo, y nos reproducía su leyenda: “Iacent in foxa
Roderici Ortega ossa”.
Las
siete capillas laterales eran lugar de enterramiento de conspicuas familias
sanclementinos. Hemos de acudir a los documentos para conocerlas, pues la
cerrazón a cal y canto de este convento respeta tanto la espiritualidad de un
misticismo sobrecogedor como la mezquindad de unas élites políticas despectivas
e ingratas con su pasado histórico y con su pueblo. Por las catas que se
hicieron hace tiempo, hemos visto que tras el revocado dieciochesco de sus paredes
se esconden pinturas, recuerdo en lo visible de las armas de la familia Buedo,
tesoreros de rentas reales y dueños de media Vara de Rey, o a mejor decir, de
Pozoamargo, y por los documentos rescatados por doña Julia Toledo sabemos de
otras armas familiares, en este caso, en el ochavo y pertenecientes a la
familia Pacheco, que por enlace de don Juan Pacheco Guzmán con doña Elvira Cimbrón,
habían enlazado con los Castillo. Entre las capillas: la capilla del Descendimiento,
del patronazgo de Alonso Ruiz de Villamediana; la capilla del señor san Juan,
donde están enterrados los Origüela; o la capilla del Nazareno o de la familia
Buedo.
Al
fondo y en frente del altar mayor, es decir a la entrada (Portada gótica, blasonada con el cordón franciscano ciñendo
el arco de entrada) y en la parte superior, el coro: con un órgano que ya no queda y con una sillería
y una serie de cuadros de padres de la orden franciscana, que, tras su paso por
el convento de clarisas, acabaron malvendidos en Estados Unidos o ¡vaya usted a
saber donde están las cosas en un pueblo en el que si se escarbara se podría
encontrar alguna pila bautismal románica de inicios del siglo XIII en casona señorial!
Completaban
las dependencias del convento, la sacristía, que, a la altura de 1835, era un
conjunto de armarios con cajones para guarda de casullas, cortinas, ropas y
algunas cruces, cálices, patenas y aguamaniles con más madera y metal que plata.
Aunque los frailes eran tan pobres como espabilados en esconder de la avaricia
ajena las cosas de valor, ya fueran franceses ya desamortizadores.
En
fin, un edificio achaparrado en sus formas exteriores y aparentemente feo, pero
cuyo interior, cuando sea accesible, es de belleza sin igual y cautivadora. Este
es el legado que supo salvar un héroe sanclementino tan desconocido como
querido por sus coetáneos: el padre Tomás, que se hizo cargo de la iglesia tras
la exclaustración y permitió su preservación hasta la llegada de nuevos
frailes: los padres carmelitas. Ironías de la historia, los viejos enemigos de
los franciscanos ocupaban su solar casi quinientos años después. Reformarían la
parte conventual hasta dejarla irreconocible, aunque sin llegar a la bárbara
intervención del siglo XVIII que tapiaría los vanos de los arcos del claustro.
El
convento de Nuestra Señora de Gracia es la gran asignatura pendiente del pueblo
sanclementino. La villa de San Clemente recuerda aquella otra de la década de
1490, cuando sus vecinos se habían convertido en paniaguados de cuatro familias
y como diversión tenían darse de cuchilladas a la salida de misa. Hoy esas
cuatro familias son los poderes públicos de turno en Albacete a los que alegremente
nos sometemos, confundiendo el oportunismo personal con el bien común. El
marasmo que vivía San Clemente en 1490 lo resolvió la reina Isabel la Católica
con unos cuantos azotes y otros tantos destierros del pueblo, pero la reina
descansa en paz en Granada.
- Inventario bienes del convento de Nuestra Señora de Gracia. Signatura AHPCu Leg. 4/2
Sunday, October 20, 2019
El franciscanismo y la revolución del quinientos
Thursday, August 31, 2017
Fundación de los conventos de franciscanos de Villanueva de la Jara e Iniesta
Villanueva de la Xara, es un pueblo situado en los confines de la Provincia de la Mancha, como caminamos para el Reyno de Valencia, atravesando diversos lugares del Estado de Jorquera. Antiguamente, pertenecía en lo temporal, este pueblo á los Señores Marqueses de Villena, pero al presente le vemos incorporado a la Real Corona: y en quanto a su espiritual govierno, pertenece al Obispado de Cuenca. No he descubierto quien trate de la fundación de dicho Pueblo: pero por no hallar noticia, de él, en las antiguas Historias, nos da suficiente fundamento, para congeturarla, ó presumirla, moderna. La mayor parte, de tanta multitud de Poblaciones, como oy vemos, en la dicha provincia de la Mancha, tuvieron sus principios; unas, en los tiempos que perseveraron las guerras con los Sarracenos, en nuestra España, y otras, después que las Católicas Armas, fueron arrinconando la multitud de Régulos, professores de la Barbarie Mahomética, hasta que, en la célebre conquista del Reyno de Granada, se puso la Corona a las empressas católicas: y de estas Poblaciones, contemplo yo, que es una, esta de Villanueva de la Xara. Ha producido, este Pueblo, algunos Varones de gloriosa fama; entre los quales, merece honorífico lugar, el que alcanzamos en nuestros tiempos, sentado en la Suprema, y Primada Silla, de las Españas, el Illmo. Señor D. Francisco de Valero y Losa, á quien, desnudamente, y solo la opinión de sus virtuosas costumbres, le sublimó á tan eminente Dignidad. Es célebre, también, este Pueblo, por el beneficio Curado que tiene, y su exorbitante renta: pues en medio de averle cercenado, pocos años hace, una buena porción, alcanza, al presente, á cinco, ó seis mil ducados; que sin duda, se numeran muchos obispados, aun en nuestra España, que son los mayores de la Christiandad, que no exceden, ni aun alcanzan, á dicha renta. Tendrá, al presente, este pueblo de Villanueva de la Xara, como unos setecientos vecinos, con corta diferencia; y en él, se fundó nuestro Convento, por la vía, y forma, que passo á referir.
Hallándose MInistro General de todo el Orbe Seráfico, el Rmo. P. Fr. Francisco Zamora, Hijo Ilustre de mi Provincia de Cartagena, se hicieron las precisas, y acostumbradas diligencias, para la fundación de este Convento; solicitada, igualmente, por todos los vecinos de dicho Pueblo, que mucho la deseaban, y assimismo de algunos Religiosos de esta misma Provincia. Era, asimismo, en la ocasión, Obispo de Cuenca, el Illmo y Reverendísimo Señor, D. Fr, Bernardo de Fresneda, Religioso de nuestra Observancia, y Hijo de la Santa Provincia de Burgos, bien conocido, y celebrado, en nuestra España, no solo por las muchas, y más principales Sillas, que ocupó, si también por el cúmulo de relevantes prendas, de virtud, sabiduría, y prudencia, calificadas, por la elección tan juiciosa, que hizo de este Franciscano Héroe, para el govierno de su conciencia, el Gran Felipe Segundo. En virtud de las licencias que respectivamente dieron, estos dos grandes Prelados (las que presupone el R. P. Laguna, pero no las puntualiza), se tomó la possessión del sitio, para levantar el nuevo Convento, el día quatro del mes de Octubre, consagrado al Gran Patriarca de los Pobres, N. Seráfico P. S. Francisco, del año de 1564. Assí lo pone el citado Laguna, en su Memorial; aunque también dice que en otro Instrumento, halló la corta diferencia de señalar el día 8 del mismo mes, para esta diligencia, de tomar la possessión: y esta es la que refiere, y sigue, el Illmo. Señor Gonzaga. La fundación, pues, del nuevo Convento, se hizo con las limosnas comunes, y ordinarias, del dicho Pueblo, ayudando los mismos Religiosos, y Prelados, con varias diligencias, y limosnas; pero sin que interviniesse alguna, gruessa, de especial bienhechor. Salió un convento Mediano, muy pulido, capaz á dar habitación á 30 Religiosos, aunque este número se aumenta, ó disminuye, según las ocurrentes circunstancias. El Título que se dió al Convento, fue el de honrossísimo, del Dulce Nombre de Jesús; pero ordinariamente se explica, y entiende por el de N. P. de San Francisco.
Fundación del Monasterio de Clarisas en la Villa de Villanueva de la Xara (1578)
En Villanueva de la Xara, que es pueblo del Obispado de Cuenca, según dexamos dicho, en su propio lugar, se fundó por estos tiempos, el Monasterio de Santa Clara, que allí tiene esta Provincia de Cartagena, y passó su fundación en esta forma. Un Hombre principal, noble y rico, natural, y Regidor, de la misma Villa, llamado Pedro de Monteagudo; y una Hermana suya, llamada María Sánchez de Monteagudo, quedaron, a un mismo tiempo, viudos; y ambos, con una muy competente hacienda. Consultaron entre sí, y determinaron, retirarse al seguro puerto de la Religión, por escusar los peligros del proceloso mundo:pero impedían o retardaban, esta determinación, quatro Hijas, que tenía, el dicho Pedro de Monteagudo, á las que no se atrevía á dexar en el mismo riesgo. Esta dificultad, que al humano parecer, se tenía por insuperable, la venció, fácilmente, la Diestra Poderosa del Altíssimo, pues aviendo comunicado esta resolución, dicho Monteagudo, con sus Hijas, todas ellas se ofrecieron á ser fieles coadjutoras de sus santos deseos, siguiendo el mismo rumbo, que el Padre, en estado religioso. Viendo éste, vencido el mayor inconveniente, extendió más su ánimo, solicitando, que se fundasse un Monasterio de Santa Clara, en su misma Casa; aplicando toda su hacienda, y la de su Hermana, para el congruo sustento de una mediana Comunidad. Aplicóse a solicitar las necessarias licencias, para dicha fundación; lo que vino a conseguir, muy á correspondencia de sus christianos deseos: y luego,se dio principio á acomodar la dicha Casa, en forma de Monasterio.
Hallábase, en la ocasión, Provincial, de esta nuestra Provincia, el M. R. P. y ya referido, Fray Juan Campoy; y este Docto, y Venerable Prelado, señaló, y destinó, para fundadoras del nuevo Monasterio, á quatro Religiosas del ya muchas veces nombrado, de la Misericordia de la Ciudad de Huete. Passó, por Abadessa, la Madre Señora Doña Violante de Rivera, y por Vicaria, Sor Luisa Beltrán, Religiosas, ambas, de mucha virtud, con otras dos Compañeras, de la misma opinión. De orden del dicho Prelado Provincial, passó, á tomar possessión del nuevo Monasterio, el M. R. P. Fr. Diego de Carrascosa, Padre de esta Provincia, y Guardián que era, en la ocasión, de nuestro Convento de la Ciudad de Murcia. Executóse esta devota función, el día 11 del mes de Noviembre, del año de 1578, en cuyo día, entraron, en dicha Casa, ya Monasterio, las quatro Religiosas Fundadoras, la referida hermana del Fundador María Sánchez de Monteagudo, con otras dos sobrinas, y las dichas quatro hijas: y de estas las fueron Religiosas de vida muy Santa, y exemplar; de las quales, escriviremos, en el tiempo que corresponde, según el orden que seguimos. El dicho Fundador, Pedro de Monteagudo, luego que vio seguras á sus hijas, en el Sagrado del Monasterio, se retiró, él, a un Convento de N. P. S. Francisco, en el qual, vistiendo el humilde Ábito, vivió, y murió con grandes créditos de muy ajustado Religioso. Este Monasterio, aunque se principió, con corto, ó mediano caudal, después, con las dotes de las Religiosas, que han professado en él, y principalmente, con la buena economía, que ha tenido, se ha sustentado, con más desahogo, que otros, de muy pingües rentas. Habitándole, de ordinario, de 24 á treinta Religiosas, cuyo número se varía, por la variedad de circunstancias, como tenemos dicho de lo demás.
Fundación del Convento de N. P. San Francisco de la Villa de Iniesta (1549)
Está situada la Villa de Iniesta, al Oriente de nuestra Provincia de Cartagena, sirviendo de término, y límite, á la de Valencia, por aquel País, que llaman el Estado de Jorquera, teniendo, á una larga jornada, al mismo Oriente la Villa de Requena, donde está fundado el Convento primero de dicha Santa Provincia de Valencia, aunque es Pueblo perteneciente al Reyno de Castilla. La fundación de este Pueblo de Iniesta, de quien hablamos, es muy antigua: pues se hace de él memoria en las Españolas Historias, suponiéndola antes de la Conquista del poder de los Sarracenos, por las Católicas Armas. En lo Espiritual, pertenece, este Pueblo, al Obispado de Cuenca, y en lo Temporal, al Real Patrimonio, aunque antiguamente fue de los Señores Marqueses de Villena. Al presente, tendrá, la villa de Iniesta, unos setecientos vecinos, con muy corta diferencia, y aquí se fundó el Convento á nuestra Observancia, por el modo, y tiempo que ya passo a referir.
Conseguidas todas las acostumbradas licencias, para edificar dicho Convento, en la referida Villa, se levantó una terrible contradicción, por parte de la Clerecía del mismo Pueblo, a quien seguían algunas personas Seculares, por varios respectos; aunque es verdad, que lo restante del lugar, estaba á favor de los Religiosos, deseando, con vivas ansias, la fundación. No obstante, la dicha contradicción, prevaleciendo la justicia, y continuando las acostumbradas diligencias, llegó el caso de poner en posesión, a los Religiosos de una Hermita, con título de Nuestra Señora de la Estrella, para que allí se edificase el Convento, que parece un sitio muy acomodado. Passó, á esta diligencia, el Guardián, que era, en la ocasión, del Convento de N. P. S. Francisco de la Villa de Hellín, llamado Fray Francisco Martínez; y con las ceremonias, que se acostumbran, tomó dicha possessión, el día 10 del mes de Agosto, del año de 1549. Pero aún después de esta jurídica diligencia, continuaron, los contradictores, su empeño, con tal tessón, que les fue preciso, á los Religiosos, desamparar dicha Hermita: porque eran tan imprudentes, y desatentas las passadas que experimentaron, que no se pueden escrivir, por no ofender los más piadosos oídos.
Hallábase, en la ocasión, Prelado Digníssimo de la Iglesia de Cuenca, el Illmo Señor Don Miguel Muñoz, el qual; no sólo sentía este decabezado empeño de sus súbditos, sí que, se determinó, a favorecer, con devoto esfuerzo, á los Religiosos, conociendo el grande interés Espiritual que se le sigue á qualquiera Pueblo en la fundación de un Convento de N. P. S. Francisco. Tomando, pues, dicho Señor á su cuenta, y cargo, tan justa demanda, passó, en persona, á la dicha Villa de Iniesta, á poner á los Religiosos, en possessión del sitio, que avían dexado, cediendo a la violencia. Reprehendió, severamente, á dichos eclesiásticos, y luego passó á señalar otro más acomodado sitio, para que se executasse la fundación, el qual estaba poco distante de la dicha Hermita, y es el mismo, donde aora está el Convento, que cae en un costado de la Villa, entre el Oriente y Aquilón. Esta segunda vez, esta segunda vez á tomar la possessión del dicho sitio, el Rmo. P. Fr. Francisco de Zamora, hallándose Guardián del Convento de N. P. San Francisco de la Ciudad de Huete, de orden y comissión del M. R. P. Fr. Pedro de Xaraba, Provincial que era, en la ocasión, de esta Santa Provincia: cuya diligencia se practicó, el día 18 del mes de Marzo, del siguiente año de 1550. Fueron luego contribuyendo, liberalmente, todos los Vecinos de la dicha Villa de Iniesta, con buenas limosnas, para la fábrica: y con la mucha aplicación de los Religiosos, assí Prelados, como Súbditos; se planteó un hermoso, y bien planteado Convento, el qual, dentro de breves años, fue capaz de dar habitación á veinte y quatro Religiosos. Pero en estos tiempos, ordinariamente, alcanza, su Comunidad, el número de treinta; y esta es la que suele conservarse, con poca variación. El título que dieron al nuevo Convento fué, el de la Puríssima Concepción de la Gran Reyna del Impyroe: pero, comunmente, se explica, y entiende, con el de N. P. San Francisco.
BNE, 2/1127-2/1129. ORTEGA, Pablo Manuel.Chrónica de la Santa Provincia de Cartagena, de la Regular Observancia de N. S. P. S. Francisco. Volumen I, pp. 209 y 210 (Iniesta), 272 y 273. 331 y 332 (Villanueva de la Jara)

