El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

Imagen del poder municipal
EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
Mostrando entradas con la etiqueta Franciscanos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Franciscanos. Mostrar todas las entradas

martes, 5 de marzo de 2024

La madre Remón

 

VIDA DE MARÍA DE SAN FRANCISCO O MARÍA REMÓN, NATURAL DE VARA DE REY (I)
Uno de los personajes más célebres de Vara de Rey es fray Alonso de Remón, fraile mercedario y cronista de esa Orden, dramaturgo y, para algunos, persona que se esconde tras el autor de "Avisos para forasteros". No queremos en esta biografía escribir una hagiografía, sino aportar luz sobre la familia Remón en Vara de Rey.
La familia Remón es descrita por fray Alonso Remón como una familia de labradores medianos que procuraron dar una buena educación a sus hijos. No obstante, fray Alonso Remón buscó unos orígenes nobiliarios a la familia. Quiso ver en unos parientes de Consuegra esa hidalguía que faltaba a los Remón de Vara de Rey. En 1547, ganan ejecutoria de hidalguía los hermanos Francisco, Juan, Diego, Julián y Alonso Remón, vecinos de la localidad toledana de Consuegra, hijos de Francisco Remón, nietos de Juan Remón y biznietos de Guillén Remón, que, en tiempos pasados había sido alcaide de la fortaleza de Consuegra.
Nuestro frailes había ido hasta Consuegra a adquirir la sangre nobiliaria, pero incapaz de rehacer genealogías, tuvo que ir a su pueblo de Vara de Rey para buscar sus antecedentes propios y los de su familiar María Remón. Fray Alonso Remón sabía bien la vida de la religiosa María Remón, pues era su tía (hermana de su padre). María Remón era hija de Fernando Remón y Catalina Sánchez de Honrubia, "gente de mediano estado, pero con nobleza y limpieza"; labradores acomodados de Vara de Rey, por lo que sabemos nosotros, y con ascendientes conocidos en el pueblo, al menos desde el último tercio del siglo XV. Creemos que nuestro cronista no tiene por qué mentir y es probable que los Remón de Consuegra fueran sus familiares, dadas las relaciones conocidas entre esta zona y esa otra de Toledo.
María Remón o María de San Francisco, nacería en año de 1541. Como familia de labradores, y en aquella época, sus padres ya la prepararían para lo que era la mejor de las progresiones sociales a la sazón; pues "lo que ha de tener duración, empiece temprano". Nos dirá su sobrino fray Alonso que ya de pequeña jugaba a hacer altares, vestir santos, formar procesiones y cantar aquello que escuchaba en los oficios religiosos. Es lo que se podía esperar para una mujer o un segundón que huyeran del campo. Pues siendo mujer quedaba vetada la ansiada vida de soldado o como nos dirá fray Remón: "el que desde niño se ensayó en el juego de la espada negra, para que en la varonía no le espante la sangre, que derramase la blanca".
ARMAS DE LA FAMILIA REMÓN: "un escudo dividido en cuatro cuarteles, en el uno un castillo almenado en campo colorado y en el correspondiente una banda de oro con cinco estrellas a cada lado, y en los de abajo cinco grajas, en campo de oro, y en el siniestro, un brazo armado con un árbol en la mano en campo colorado, orlado, y cenefado el escudo con armas con vistosa plumajería, pendiente de la cima y celada timbre a la tarjeta y festón en la forma que aquí se ve"


La niña que jugaba en su pueblo de Vara de Rey se hizo moza. En un pueblo, donde sobraban los hidalgos y empezaban a despuntar los labradores ricos, los primeros veían a las hijas de los segundos como carne de cañón para un buen casamiento. María Remón era una moza hermosa, lúcida de entendimiento como de compostura exterior. En los cánones de belleza de aquella época se nos dirá que era esbelta de talle, airosa y más blanca que morena, con unas pecas que realzaban su hermosura. Varios de los nobles se ofrecieron a casar con la moza, pero, aunque fray Remón, nos diga que era obsesión en la joven quedarse soltera para cuidar de ancianos a sus padres, más parece que la simple mención a la dote fuera la causa de no llevar a buen puerto cualquier promesa matrimonial. Dicho de otro modo, los hidalgos por vender su sangre querían una buena dote y, por el contrario, el padre de María se negaba a entregar su hacienda a unos hidalgos tan arribistas como arruinados. La moza y su familia tuvieron que escoger entre los dos esposos que se ofrecían ante sus ojos: un esposo terrenal y arruinado al que mantener o un esposo celestial, en cuya unión alcanzar una perfección que se negaba en vida. Esta disyuntiva la expresará mejor que nadie Fray Alonso Remón: "la doncella que perseveró en aquel estado no le ocupan otros pensamientos sino el cómo ha de agradar a Dios para merecer el ir a gozarle, pero la que se casa llévanle los cuidados de la casa, hijos, hacienda y familia y todo es agradar a su marido, de modo que corazón a tan dividido no puede estar tan libre, como era necesario para llenar los caminos de la perfección, porque está repartido en dos amores y sirviendo a dos dueños". Dicho de otro modo, una mujer en aquel tiempo era más libre sirviendo a Dios en un convento que a su marido en su casa.

Si bien la decisión de María Remón a profesar como monja se apresuró cuando vio morir a sus padres. Fue entonces cuando se dijo aquello de "ea, Señor, ya se llegó la ocasión, ya es tiempo de que vos me deis la luz y yo guiada de su resplandor no me contento con andar sino con correr al paso de vuestras inspiraciones de modo que el sentido del olfato pierda la fragancia de vuestro divino ejemplar, es a saber que no me entibie ni permitáis que me acobarde el que dirán de que una doncella honesta y recogida vaya a consolar los afligidos, se halle a enterrar los muertos, visite a menudo las iglesias".

María vistió el hábito franciscano de la Tercera Orden, pero no en el monasterio de la Asunción de San Clemente, sino que llevó vida de beaterio acompañada de una sobrina en Vara de Rey. Quizás porque el convento de la Asunción estaba a medias de hacer y el de San Francisco, devenido en convento dúplice no daba más de sí para nuevas huéspedes. Quien era conocida por la hija de Fernando Remón nacerá a nueva vida, siendo apodada la Madre Remona, muy a pesar suyo que preferirá y tardará en llamarse María de San Francisco. No sería fácil a María olvidar el viejo mundo terrenal. Su pelea con el demonio por alcanzar el nuevo estado de perfección es definido por su sobrino como guerra contra el envidioso Lucifer, solo ganada a costa de mortificaciones constantes de la carne. Era tal su tesón en la lucha que se dice que salió de la misma "aporreada y descalabrada". Cuentan que en cierta ocasión el demonio, que solo ella veía, no le dejaba pasar a misa. arrebatándola y llevándola por los aires algunos pasos, mientras la religiosa afirmaba: "no te canses en vano bestia, que he de decir misa a tu pesar". Vencido el demonio, fue ella quien quiso vivir en la simpleza de las bestias, apenas vestida y buscando el sustento frugal de la naturaleza: "el vestido un poco de sayal , digo de paño, o cordellate frailesco era. La comida tan tenue que raras veces comía carne y cuando la obligaban a comer fuera de su ordinario, porque era molestada de señores y amigas principales. luego echaba mano de la fruta o legumbres y riñéndola respondía con gran alegría, yo soy una bestia, en habiendo verde, no hay sino dejarme, que con ello he de sustentarme". Nunca comía todo, pues con ayuda de su sobrina repartía comida a los pobres. No se daba alegrías, siendo la primera a asistir a pobres y enfermos y enterrar a los muertos. 

La frugalidad y mortificación llevaron a María a la experiencia mística, de tal modo que como si fuera ida, se arrobaba y en éxtasis pronunciaba sus profecías. María sabía que estos misticismos, y menos el ejercer de pitonisa, provocaba recelos que bien le podían causar perjuicios con el Santo Oficio. Por esa razón, vuelta en sí, se apresuraba a decir: "¿Qué he dicho, he hablado algo? no crean nada, que todo son disparates y cosas poco considerables". Pronto la Madre Remona adquirió fama milagrera.

Un tercer domingo de mes, estando descubierto el Santísimo Sacramento, la Madre Remona quedó arrobada una vez más, pero para volver enseguida en sí y salir corriendo de la iglesia de Vara de Rey; los fieles salieron tras ella, caminando hacia el mediodía, pasado el paraje de la Vega y el camino que de San Clemente va hasta los molinos en un olivar que había a la otra parte de la venta y camino. Allí la Madre Remona quitó la soga a un hombre que se estaba ahorcando en un olivo, salvándole la vida. En otra caso, adelantándose a los malos pensamientos de un vecino principal de Vara de Rey que quería matar a otro. Presentóse la sierva de Dios a eso de las doce de la noche en la casa del potencial criminal y le hizo desistir de sus aviesas intenciones. Otra veces, era el propio tío quien quería ver milagros. Así, en una ocasión que le visitó en Toledo y el colgar unas uvas devino en lucha interior que acabó con nuestra mujer santa malherida. Entretanto, los vecinos de Vara de Rey veían a María de San Francisco levitar una y otra vez delante de un demonio no visible que le impedía entrar en la iglesia. 


(El expediente está incompleto)


BNE, VE/139/47Relacion de la vida, y muerte de la sierua de Dios Maria de San Francisco, de la Orden Tercera del Serasico Padre de San Francisco, por otro nombre Maria Remon, natural de la villa de Vara de Rey en la Mancha :Va dividida esta relacion en doze puntos, y parrafos : / Por el padre maestro fray Alonso Remõ, predicador, y coronista general de todo el orden de n. señora de la Merced, redencion de cautivos

Fray Alonso Remón, 1561-1632

domingo, 5 de noviembre de 2023

LOS PACHECO CONTRA EL CONVENTO DE LA ASUNCIÓN DE SAN CLEMENTE

 A la muerte de Francisco de Mendoza y Castillo, en 1598, dejará en su testamento toda su hacienda para la fundación de un convento femenino del Carmelo Descalzo en sus casas principales de vivienda. Francisco de Mendoza había recibido gran parte de la fortuna de los Castillo sanclementinos, era hijo de Alonso de Mendoza e Inestrosa y María Mendoza y estaba casado con Juana Guedeja. Añadía una serie de condiciones:

  • Que en dicho convento hubiere dos capellanes. Uno de ellos debía decir una misa diaria por su alma, el resto de la fortuna iba a la fabrica de dicho convento, gastos de sacristía y ornamentos
  • Que dos monjas del dicho convento fueran del linaje Castillo
  • Dejaba como patrón de dicho convento a quien fuera señor de Perona, tal condición recaerá en su prima Elvira Cimbrón y Castillo, que ya era poseedora de la mitad de Perona y se hará con la otra mitad. Elvira estará casada con Juan Pacheco Guzmán, alférez mayor de la villa. 
  • Si las carmelitas descalzas no aceptaban esta fundación, la herencia de Francisco de Mendoza iría a las monjas del convento franciscano de la Asunción, con las condiciones anteriores
La fundación carmelita encontró, no obstante, demasiados inconvenientes. El primero de ellos que don Francisco Mendoza dejaría como usufructuaria de sus bienes a la viuda Juana de Mendoza, que enseguida entró en pleitos con los derechos que se arrogaban Elvira Cimbrón y su marido Juan Pacheco. El segundo inconveniente fue que el Carmen Descalzo desistió de fundar convento en San Clemente, quizás por las intrigas del matrimonio formado por don Juan Pacheco y Elvira Cimbrón, intentando marginar de la administración del legado testamentario a la viuda Juana Guedeja. De hecho, doña Elvira Cimbrón se quedó con la administración de la hacienda de su finado primo Francisco Mendoza, entrando en un largo pleito que solo se resolvería y temporalmente con una concordia el cinco de septiembre del año 1627, donde la mencionada Elvira impuso unas condiciones que tampoco eran nada despreciables para las franciscanas de la Tercera Orden del convento de la Asunción: el convento recibía las casas principales y accesorias de Francisco de Mendoza y un juro de dos millones y cien mil maravedíes con sus rentas anuales de 95600 maravedíes. Las condiciones eran que los frutos recibidos de la herencia de Francisco de Mendoza durante veinte años (8000 ducados) se destinasen a la fundación de los capellanías de la familia Pacheco-Cimbrón y que, además de las dos monjas impuestas por Francisco Mendoza en su testamento, se añadiera otra monja sin dote alguna, y que en señal de patronazgo se concediera a la familia una capilla al lado del Evangelio, con sitios y estrado para la familia, derecho de poner reja para cerrarla, las armas de la familia en su escudo y derecho de enterramiento para la familia en dicha capilla. Además se imponía la obligación de dos misas cantadas al año por las almas de los difuntos de la familia.

Estas condiciones fueron consideradas como impuestas por las monjas franciscanas, que dieron su poder al padre guardián del convento franciscano de Nuestra Señora de Gracia, fray Francisco de Quirós, para que hiciera valer sus derechos. La situación fue muy tensa entre doña Elvira Cimbrón y las monjas franciscanas; al parecer, el conflicto llegó a las amenazas directas contra las monjas en el invierno del año 1627 al 1628, teniendo que ceder a las pretensiones de Elvira Cimbrón. Las monjas estaban defendiendo la no intromisión de la familia Pacheco-Cimbrón (o Castillo) con el nombramiento de capellanes, pues de religiosos y confesores ya les proveía la orden masculina, pero también defendían intereses patrimoniales, pues dudaban que fueran a recibir nada de los cuatrocientos ducados de las rentas anuales de la hacienda dejada por Francisco Mendoza y disfrutada por Elvira Cimbrón y su marido durante veinte años y las mismas monjas consideraban que la pretensión de la capilla del Evangelio y su condiciones costarían mantenerla alrededor de tres mil ducados; rentas que, lógicamente, querían administrar las monjas y no dejar en manos de la familia Castillo; es decir, las monjas estaban dispuestas a conceder el privilegio de enterramiento junto al Evangelio al mejor postor y postulantes parecía que había varios.

El pleito se reavivó el año 1647, siendo abadesa del convento Ana de Hermosa y ya difunta Elvira Cimbrón


Testigos


Don Sebastián Moreno de Palacios vive de su hacienda en la calle de don Francisco de Araque. 70 años, primo hermano de la abadesa Ana de Hermosa.

Don Francisco de Alarcón Fajardo, hijodalgo, regidor perpetuo, 52 años

Martín Alfonso de Buedo, hijodalgo, viven en la placeta de Astudillo, 48 años

Pascual López de Lerín, labrador y familiar del Santo Oficio,  vive en la calle Ancha de San Cristóbal, 75 años

Baltasar de la Fuente, familiar y notario del Santo Oficio de la ciudad de Cuenca, 54 años. Tiene una hija profesando en ese convento.

Esteban de Vara de Rey, labrador, vive en la calle Ancha de San Cristóbal, 75 años

Cristóbal Ángel de Olivares, labrador, vive en la calle del cura Tébar. 75 años

Felipe Ruiz de Arce, labrador y regidor perpetuo, 80 años

Cristóbal García de Perona, vive de su hacienda en la calle del Olmo de Pallarés. 98 años

Juan Ramón Barbero, herrero antes y ahora labrador, vive en la calle de la Rambla. 60 años

Juan del Castillo Villaseñor, labrador e hijodalgo, vive en la calle de los Carrascosas, 60 años

Diego Esteban Patiño, clérigo de epístola, vive en el Arrabal, 46 años


ACHGR, PLEITOS CIVILES, SIG. ANT. C-10382-14

sábado, 10 de diciembre de 2022

Juro a favor del monasterio de la Asunción (1609)

 El convento de monjas de la Tercera Orden de San Francisco de la villa de San Clemente, bajo la advocación de la Asunción, fue construido gracias a las aportaciones de Isabel de Pedrola, pero su continuidad en el tiempo fue posible gracias a las dotes aportadas por las monjas, hijas de familias principales, y las rentas procedentes de la deuda pública del momento, los llamados juros, Este es un juro de 1565, que por venta llega al convento sanclementino en 1605. Otras rentas eran las procedentes de los heredamientos de Atalaya.

"Por ende otorgo y conozco que vendo a la abadesa monjas y convento del monasterio de Nuestra Señora de la Asunción de la villa de San Clemente de la orden de San Francisco para ella y para la abadesa monjas y convento que por tiempo fueren en el dicho monasterio y para quien dellas oviere título o causa para siempre 14690 de juro por 292800 mrs. (unos intereses del 5%) que por ellos pago en dineros contados don Juan Ybañez de Segovia..."
Este juro venía del año 1565 y era a favor de doña Isabel de Ávalos y estaba situado sobre las alcabalas del marquesado de Villena. La carta de juro a favor de las monjas de San Clemente está dada en San Lorenzo del Escorial a dos de junio de 1609. La carta de privilegio del juro sería dada en pergamino el dos de agosto de 1609 en Madrid.

AGS, CME, 736,3

lunes, 7 de noviembre de 2022

Conferencia pronunciada el 29 de octubre de 2022 en la iglesia de Nuestra Señora de Gracia

 Buenas noches,

Hoy en esta iglesia de Nuestra Señora de Gracia me viene a la memoria un viaje con mi mujer hace años a Praga. Visitamos entonces la iglesia de Belén, de la que poco queda de su original y en su estado actual reconstruida en la época comunista, pero el sentimiento al pasar a su interior es que estamos en un espacio creado para la evangelización y predicación. Ese mismo sentimiento es el que hoy tengo en esta iglesia franciscana de Santa María de Gracia. Aunque presuntuoso me atrevería a establecer un parangón entre la Praga de principios del siglo XV, donde Jan Hus predicaba sus doctrinas, y el San Clemente de inicios del mil quinientos, donde un niño llamado Constantino de la Fuente, luego el más grande de los predicadores, aprendía la oratoria de los frailes franciscanos observantes. Hoy, quiero hacer un recorrido por la historia de San Clemente, comenzando en 1586, para retroceder a 1439, y detenerme en el año 1503, fecha nodal en la que San Clemente se hizo como comunidad y adquirió una identidad indeleble.

El veinte de noviembre de 1586 es el año y el día que se establece el corregimiento de las 17 villas, con capital en San Clemente. Ese año, la iglesia de Santiago ya está levantada, un nuevo ayuntamiento se eleva sobre el viejo edificio que viene de la década de 1490, el edificio del pósito está recién acabado bajo los auspicios de mosén Rubí de Bracamonte, último gobernador del marquesado de Villena y con fama de masón o al menos es lo que nos dicen los símbolos familiares de su capilla de enterramiento en Ávila. No están los grandes palacios barrocos, pero las familias pudientes ya levantan sus casas de ricos, con fachadas adinteladas entre grandes sillares y patios interiores para diferenciarse socialmente del común y de sus casas de tapial.

Ese año de 1586 es el comienzo del esplendor de San Clemente, que inicia su camino como capital  política y fiscal. El San Clemente que hoy conocemos es el de los grandes espacios públicos y sus monumentos, capital antaño de un distrito político que reunía todo el sur de Cuenca, desde Las Mesas a Minglanilla, y también capital fiscal de un amplio territorio, legado del marquesado de Villena, y que se extendía por Albacete, Chinchilla, Almansa o Hellín hasta Yecla, Sax o Villena, y en algún momento Requena y Utiel.

Aquellos hombres de 1586, no obstante, no estaban orgullosos de nada. Habían adecentado el pueblo, pero eran conscientes de sus deudas con sus abuelos. Cuando describían su pueblo en las Relaciones Topográficas de 1575, destacaban por encima de todo sus conventos franciscanos, símbolo de una auténtica época gloriosa ya pasada, en la que, según se decía, la villa tuvo más población y posibilidades entre las gentes que vivían en aquel tiempo. Se equivocaban, pero los hombres de 1586 recordaban acomplejados a sus abuelos de 1500.

Aquellos hombres de 1500 habían creado una comunidad nueva, transformando la vieja villa de doscientos vecinos o casas en un pueblo recio de mil vecinos, tan solo en el espacio de una única generación. Se trataba de gentes heterogéneas, venidas de toda España, con una religión que les proporcionaba un mundo y un universo comunes de ideas, un lenguaje y un pensamiento que daba unidad a la diversidad de sus procedencias y creencias. Fue ese lenguaje común, nacido de la Biblia, no en vano era el único que conocían, el que les predestinó en un proyecto común: levantar una iglesia, la iglesia de Nuestra Señora de Gracia. Ese año de 1503, cuando se levanta una nueva iglesia, San Clemente se hizo como comunidad: como comunidad civil y como comunidad religiosa. Su nacimiento como comunidad, como tantos otros pueblos, está envuelto en la leyenda de un personaje mítico: Clemén Pérez de Rus, pero su hacimiento, en bella expresión del siglo XVI, como comunidad ocurre hacia 1500. Los sanclementinos de entonces, llegados de toda España, pusieron su voluntad y trabajo para levantar la nueva comunidad, aunque el elemento catalizador que lo hizo posible fueron unos pocos frailes franciscanos llegados al pueblo sin nada, como sin nada llegaron la mayoría de los nuevos sanclementinos. Una máxima de San Pablo: Nihil habentes et omnia possidentes, los que no tienen nada y lo poseen todo, unas palabras muy apegadas a los franciscanos y una expresión que define al San Clemente y sus vecinos de 1503.

Si hemos de elegir una fecha de nacimiento de San Clemente para la Historia de España ese año es el año 1439. Los sanclementinos se reunían en concejo junto a su iglesia, la de Santiago, y más probablemente en el camposanto anejo donde reposaban sus antepasados. Ese año comenzaron a dejar huella escrita de lo que trataban y hablaban en actas municipales. Las pocas más de un centenar de familias  sanclementinas fueron conscientes que debían dejar testimonio de su pasado. La Historia de España se les impuso, el corregidor González del Castillo levantaba la conocida Torre Vieja, mientras que el doctor Pedro González del Castillo levantaba el castillo de Santiago de la Torre. Una familia, los González del Castillo, que parecía iba a dominar toda la región, dadas sus buenas relaciones con don Álvaro de Luna. Los cambios de la fortuna relegaron a esta familia y en 1445 San Clemente cae bajo el dominio del hombre ascendente en la política castellana, don Juan Pacheco, maestre de Santiago y marqués de Villena. San Clemente nace como un “estado”, demasiado territorio para tan poca aldea de ciento treinta familias. Decimos estado, pues responde a la visión geopolítica de don Juan Pacheco y al hecho consciente de fortalecimiento de algunos núcleos, entre ellos, Villarejo de Fuentes o San Clemente, al que se dota de cuatro aldeas. El sueño quedó en nada, pues el gran desarrollo de Castillo de Garcimuñoz en el siglo XV convirtió a la nueva villa de San Clemente, con título desde diciembre de 1445, en pueblo dependiente de la fortaleza. Pero en estos años el alma de San Clemente cambió: los Pacheco definían a San Clemente como pueblo de pocas casas y muchas rosas, tal vez porque San Clemente fue lugar preferido de descanso de la mujer de don Juan Pacheco, doña María Portocarrero: aquí residía con sus hijos, en especial, el pequeño Juan. Con los Pacheco llegaron nuevas gentes y el alma de San Clemente se hizo dual. Aquel pequeño pueblo de campesinos y pastores vio cómo se asentaban los criados de don Juan Pacheco: paniaguados de hoy e hidalgos y grandes apellidos del día de mañana. Se les recompensó con grandes extensiones de tierra, en Villar de Cantos, y, en especial, uno de ellos fue muy favorecido: hablamos de Fernando del Castillo, alcaide luego de Alarcón, que recibió tierras en Perona y molinos en La Losa. El alcaide de Alarcón sería el hombre más rico y poderoso de la Mancha conquense, trescientos pares de mulas tenía; a sí mismo se llamaba el mayor de los diablos de este mundo, pues reconocía que no había familia a la que no hubiese hecho algún mal. Sus aliados, reconociendo su maquiavelismo, le llamaban el sabio; sus enemigos, sencillamente, lo conocían por el puto judío.  Al fin y al cabo, nadie sabía de su padre, que pasaba por un judío de Castillo de Garcimuñoz que vendía aceite, y todos sabían de su madre, cuyos huesos fueron desenterrados de la capilla de Santa Catalina del convento de San Agustín de Castillo de Garcimuñoz para ser quemados por practicar la fe judía. Recalcamos a este hombre, pues su hijo Alonso del Castillo y Toledo fue el fundador de la iglesia y convento que hoy nos acoge.

Además de los criados de don Juan Pacheco, a San Clemente llegaron otras gentes, de tierras de Belmonte, como la Rubia, criada de los marqueses, y gracias a cuyos testimonios conocemos muchas de las cosas que hasta aquí les hemos contado, y, de tierras de Castillo de Garcimuñoz, en 1455, llega la familia Origüela, con Pedro Sánchez de Origüela, y su mujer, y sus cuñados, los Rodríguez, es el embrión del San Clemente con fama de judío, establecido en el Arrabal, y que infectará, la expresión es de un vecino del siglo XVII, la sangre de todo el pueblo de San Clemente. Ese San Clemente tradicional y cristiano viejo, apegado a la libertad que da el terruño, tendrá que convivir con ese otro San Clemente del arrabal, ajeno a la tradición, de cuya fe se duda y de cuya naturaleza de bien nacidos también. Ambos mundos chocan en la guerra del Marquesado en 1476-1480, agitado el San Clemente tradicional por ese removedor de pueblos que fue Juan López Rosillo. Hasta hubo complot contra los judaizantes del pueblo al grito de que no queden mamantes ni piantes. La guerra la ganó Isabel la Católica, pero si en villas como Villanueva de la Jara ya no hubo lugar para hidalgos y conversos, villa enemiga de hidalgos se autodenominará; en San Clemente es difícil saber quién ganó la guerra, pues viejos criados del marqués, como García Pallarés, el del bello sepulcro de la iglesia de Santiago, o Lope Rodríguez, con oficio real, se paseaban orgullosos por el pueblo. De hecho, las disputas continuaron acabada la guerra y hasta la próxima guerra de Granada, intervención de la Inquisición incluida, pero a pesar de los procesos inquiistoriales, los cristianos nuevos de San Clemente aguantaron y con la expulsión de los judíos de 1492 buscaron una sinceridad religiosa que les posibilitara su integración en la comunidad. San Clemente, a pesar de todo, seguía siendo un lugar de pocas casas y muchas rosas, apacible para la vida. Valga como ejemplo, Don Jorge Manrique, el poeta, en los cuatro meses que estuvo en esta tierra, a comienzos de 1479, rehuyendo de la guerra se refugiaba en San Clemente. Dos testimonios directos tenemos de la presencia de Jorge Manrique en San Clemente, al que imaginamos como un melancólico poeta, que escribía sus últimas estrofas en esta villa, y no el capitán de guerra que fue por obligación.

Es así como llegamos al sueño que vivió San Clemente. Un sueño materializado por una generación que tuvo que rehacer sus vidas tras la guerra de Granada, en el periodo tan desconocido como fascinante, que va del año 1492 a los años previos a las Comunidades de Castilla en 1520. Acabada la guerra de Granada, los hombres vuelven a sus casas, pero la guerra ha provocado tales desplazamientos que los hombres están desarraigados, muchos no vuelven y buscan nuevos hogares. Uno de estos hombres, relacionado directamente con este convento, es Alonso del Castillo y Toledo, vuelto de Granada, busca casa en San Clemente. En 1493 se instala en la llamada calle de las Almenas, junto a la Torre Vieja, donde edifica su casa familiar. No llega con las manos vacías, su padre le ha legado amplias extensiones de tierras en El Cañavate, Perona, los molinos en La Losa y los censos o préstamos concedidos  a los campesinos en Villanueva de la Jara. Sería falso decir que su llegada es una novedad, se le recibe con recelo, su padre, el alcaide de Alarcón, es odiado, y su hijo Alonso ha recibido sangre judía por los cuatro costados: nada se sabe de su abuelo, un judío seguramente, su abuela, Violante González, la Blanquilla, es condenada por la Inquisición en 1491, sus huesos desenterrados y quemados; su madre es Juana Toledo, hija del llamado doctor Franco, cristiano nuevo y contador mayor del rey Juan II. La mujer de Alonso del Castillo, María de Inestrosa, da el buen nombre a la familia, es hija de Alonso Sánchez de Inestrosa, comendador de Santiago y señor de Valera de Yuso, tal vez los dos lobos superpuestos que se intuyen en una de las ménsulas del ochavo de esta iglesia sean de la familia Inestrosa. La suegra de Alonso del Castillo es Inés de Alcaraz, con ascendencia judía y condenas inquisitoriales en la familia y de la que se decía que embarazada se había refugiado en el hogar familiar de Castillo de Garcimuñoz y evitaba pasar a la iglesia de San Juan Bautista con la excusa de que no podía subir los escalones que daban acceso al templo, dado su estado de gestación.

Es en esos años de la década de 1490, cuando se plantan viñas nuevas, por los testimonios que nos han quedado del pueblo vecino de El Provencio. Con los nuevos cultivos, nuevas oportunidades y nuevos recién llegados: muchos son anónimos, otros no tanto, pero todos ellos ven en San Clemente una tierra de oportunidades. Destacamos a dos familias que llegan con los comienzos del siglo, andan vendiendo paños por la Mancha y son de Tierra de Campos: Martín Ruiz de Villamediana, que luego funda el convento de clarisas, y los de la Fuente, sus criados en un negocio de paños que tiene su centro en tierras vallisoletanas y zamoranas, pero cuyos tentáculos se extienden al vecino Reino de Portugal. El caso es que Ruiz de Villamediana y los de la Fuente se quedan en San Clemente en 1502, después de unos años de venta ambulante, casi con seguridad aprovechando las franquicias del mercado de los jueves.  Llegan con sus familias, los de la Fuente con su madre ciega, Martín Ruiz de Villamediana con su mujer e hijo pequeño a cuestas. Se quedan y ponen tienda, porque ven en San Clemente un pueblo prometedor. Es solo el inicio, tiendas y más tiendas; San Clemente es mediado el siglo XVI un pueblo de tiendas: al calor de los llegados de Tierra de Campos, otros sanclementinos, muchos de ellos cristianos nuevos, imitan su ejemplo, luego en 1570, los moriscos, hábiles en oficios, ponen tienda al lado de sus talleres y, por fin, llegado el siglo XVII, llegan los judíos portugueses que introducen a San Clemente en la economía mundo con centros en Lisboa y Holanda.

El camino de estos comerciantes lo recorren otros hombres con un mismo destino: San Clemente. Y allí donde hay comerciantes, siguen sus huellas los frailes franciscanos. Estos frailes viven de la tradición de su fundador San Francisco de Asís: se sienten a gusto en la calle y entre el pueblo. Se cuenta que a San Francisco de Asís le gustaba pasear por la ciudad y al volver al convento solía decir a uno de sus discípulos: ya hemos predicado. Los franciscanos gustarán de esta predicación entre el bullicio de las tiendas del mercado de los jueves, o en el momento de la recogida de la cosecha, cuando reciben la llamada limosna del pan. Andan más sueltos que en las obligadas predicaciones de Cuaresma o Adviento, donde compiten con los dominicos llegados desde Villaescusa.

Pero volvamos a 1503, año de la instalación en el pueblo de los franciscanos. Se dice que la fundación del convento es el legado de una bula papal de 1446, del papa Eugenio IV, que daba licencia para la fundación de quince conventos en España, cinco en Castilla. Esa afirmación puede valer para Belmonte o Villanueva de los Infantes, aquí en San Clemente el franciscanismo nace por dos razones: una profunda, los franciscanos saben que llegan a un pueblo en crecimiento y necesitado de evangelización; otra accidental, la familia Castillo debe arreglar sus asuntos con la Iglesia. El alcaide de Alarcón ha sido condenado en 1499 por acoger judíos de Ciudad Real en el castillo de Alarcón; es condenado por la Inquisición y cumple su condena haciendo penitencia en el convento franciscano de Belmonte. Los Castillo buscan esa profesión de fe que se les niega donando sus cosechas para mantenimiento de los conventos de la custodia franciscana. Alonso del Castillo y Toledo asume la política de su padre, el alcaide, de buenas relaciones con el franciscanismo, aunque no puede esconder su alma tacaña. Ya no solo con sus chantajes al pueblo de San Clemente al que cede 560 fanegas de trigo para su alimentación a cambio de que no construyan nuevos molinos que compitan con los suyos de la Losa, también porque su cicatería llega a la misma fundación del convento: cede a los frailes un espacio reducido e inhabitable de cuatro paredes, el conventico del que nos habla el cronista de la tradición franciscana.

Ese legado será visto por los sanclementinos como ofensa a unos frailes que se están ganando el apoyo de sus vecinos, viéndose obligado el concejo de San Clemente a ceder terrenos, suyos propios y aledaños, a los frailes. Aunque no se entiende nada si no pensamos en aquellos años que van de 1504 a 1508, momento de los primeros balbuceos del convento, años de sufrimiento para el pueblo de San Clemente y años de solidaridad desprendida de los unos frailes recién llegados. Son años malos, así quedan en la memoria de los hombres: malas cosechas, hambres, y, llegado el año 1508, la peste; una de las peores pestes que ha sufrido Castilla. 1503, 1504 y 1505 fueron años que se arruinaron las cosechas y 1506 el año que las lluvias excesivas arruinaron las yerbas y los ganados. Las familias, nos lo cuenta el cronista de la época, andaban con sus hijos a cuestas deambulando por los caminos exhaustos y hambrientos. Los años siguientes son penosos hasta que llega la peste de 1508 y las comunidades se juegan su propia existencia. En aquellos tiempos, en los pueblos el símbolo de continuidad de una comunidad era la lámpara de aceite encendida delante del Santísimo Sacramento. Había miedo, si la lámpara se apagaba se acababa la existencia de la comunidad. En este clima apocalíptico, todo cambió de repente y algo lo hizo posible. Ese posible fue el espíritu de solidaridad que infundieron los frailes al resto de vecinos con un mensaje de esperanza. De nuevo, el nihil tenentes et omnia possidentes. Los que nada tenían y se amparaban en un mensaje franciscano de salvación; los que nada tenían y se aferraban a la esperanza que la comunidad y pueblo de San Clemente tenía una continuidad en el tiempo, que le había hecho superar todas calamidades. En esos tiempos de dureza, la solidaridad de gentes diferentes, guiadas por el mensaje de unos frailes que han vuelto al mensaje primitivo del Evangelio, acaba con las suspicacias de antaño. El alma dual de los sanclementinos que les persigue en el tiempo deviene en alma colectiva que fija la identidad de todo un pueblo. Y llega el milagro: la gente deja de comer pan, siembra el poco trigo que tiene con la esperanza de una buena cosecha, que llega en abundancia nunca vista en el verano de 1508. Es ahora cuando el pequeño conventico, una casa maltrecha, es el objeto de las miradas de los sanclementinos, que, en agradecimiento, deciden levantar una iglesia y un gran convento.

Alonso del Castillo y Toledo es el protagonista. Él, que se ha malgastado parte de su hacienda en un sastre para recibir a Felipe el Hermoso y la Reina Juana, y él, que se ha refugiado en Vara de Rey, mientras sus vecinos padecían la peste. Alonso del Castillo sabe, sin duda de la construcción de San Juan de Reyes unos años antes en Toledo, una renuncia del franciscanismo a la mayor gloria de los reyes y debe pensar en levantar un convento franciscano como desafío a un pueblo que le odia y ensalzamiento de sí mismo. Por su cabeza debió pasar el imitar el convento franciscano de Cuenca. Allí, y por las vistas de Wyngaerde que nos han quedado de la ciudad, una torre poligonal cerrada domina la nave del convento; la torre era la capilla de la familia de los Gibaja o Madrid, antecesores de los marqueses de Moya. Es probable que Alonso del Castillo y Toledo pensara en un ochavo cerrado como capilla familiar de enterramiento y en su propia torre, pero el conflicto surgió enseguida. Si Alonso del Castillo y Toledo había puesto la primera casa y terreno, el templo que se edificaba lo hacía con las limosnas de los sanclementinos, que pidieron que el patronazgo sobre la iglesia fuese compartido. Se habla de una concordia el día de la Inmaculada de 1515: el ochavo de esquina a esquina para don Alonso del Castillo; el resto del convento para los sanclementinos, con derecho, al igual que don Alonso, a enterramientos en el resto del templo. La planta del templo, sin embargo, nos habla en su dibujo de las disputas entre don Alonso y el pueblo sanclementino y de la ingeniosa solución para hacer de la iglesia una iglesia de todos. El altar mayor en su medio ochavo aparece violentamente sesgado transversalmente por un transepto de poco desarrollo, antes de dar paso a la nave longitudinal y única. Si bien, lo que es intención de ruptura da lugar a unidad e integración bajo el signo de la TAU. La Tau es el signo de los elegidos para la salvación, es lo que dibujaron los judíos con la sangre de sus animales sacrificados en las jambas y dintel de las puertas de sus viviendas en Egipto para salvar a sus primogénitos y será adoptada por San Antonio abad y los cristianos, y en especial por San Francisco de Asís, representada en la letra T mayúscula. La Tau nos aparece, ya muy desgastada, en un pequeño escudo a la entrada de la iglesia sobre una columna, y la Tau la adivinamos en la planta del transepto y los dos tramos más próximos de la nave única. Es el espacio para la iglesia de los laicos, para la comunidad nacida y hecha en los comienzos del mil quinientos, y es el elemento que vale de nexo a la unión para el resto de la iglesia: uniendo el lugar sagrado del altar mayor o presbiterio y el coro alto, donde están los frailes en un plano superior, a la entrada, mientras a sus pies están los fieles laicos y, en un segundo plano, en los laterales están las capillas de enterramiento familiar de los sanclementinos. La Tau es el elemento que da unidad a la ecclesia de los laicos y la ecclesia de los religiosos. La Tau es el elemento de unión entre las nacientes comunidades de laicos y de religiosos, integradas en una única comunidad. San Clemente durante unos años vive un sueño hecho realidad, las palabras dominantes en el lenguaje son las de universidad y comunidad. Decenas de personas huyen de sus pueblos de señorío: de Minaya, El Provencio, Santa María del Campo o El Castillo, para refugiarse en San Clemente, como si fuera la Tierra prometida o la Jerusalén celeste aquí en la Tierra. La imagen de esa libertad es la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, que en su entrada y en una leyenda ya casi ilegible recuerda el valor del sacrificio para alcanzar la salvación: en su cuerpo renovó los estigmas de la pasión. Es tal la ilusión de los hombres que hasta intentan fundar un pueblo nuevo el año 1510, entre El Provencio y San Clemente y una vez más, comienzan el pueblo, construyendo una iglesia. Lo llamarán Villanueva de la Reina, en honor de la reina Juana la Loca. ¡Cuánto le deben los sanclementinos a esta Reina, y cómo se ha olvidado la devoción que tenían por ella! El proyecto de Villanueva de la Reina fracasa por unas minorías asustadas, pero el sueño milenarista de aquellos hombres de fundar nuevas Jerusalén y nuevos espacios de libertad, no. Ni los procesos inquisitoriales de 1517 consiguen romper ese sueño; en el otoño de 1520, cuando San Clemente vive sus Comunidades, las alteraciones están imbuidas de milenarismo: se destituye a las autoridades y se elige una junta, encabezada por un capitán y con doce representantes, en una referencia a Jesucristo y sus doce apóstoles que no es necesario explicar.

San Clemente, cuya historia es una dualidad entre la integración guiada por una identidad común y los impulsos que arrastran a su disgregación, siempre ha estado tentado de deshacerse hasta llegar a su destrucción. Pero en el año 1503, el franciscanismo da al pueblo un lenguaje de dignidad y libertad, lo expresa bien Juan de León, emparentado con los León de Belmonte, un hombre errante, pues como descendiente de judío se le rechaza en todas partes, y que ha debido escuchar las palabras de los franciscanos belmonteños: el que no es negado a Dios no sea negado a las gentes. Un lenguaje, en la mente de sus enemigos, que se puede deslizar a la arrogancia del hombre que se siente como un Dios y desea comer del árbol de la ciencia: lo que no es negado a Dios no sea negado al mundo. Pero en ese año de 1503, los sanclementinos aun creyéndose dioses saben que son hombres.

El pensamiento individual da lugar a una cosmovisión colectiva. La nueva comunidad ha de tener nuevos espacios y un nuevo pueblo. Los franciscanos tienen su concepción de ciudad, su urbanismo ha de responder a principios cristianos. Los expresará bien el franciscano Francesc de Eiximenis y su concepto ideal de ciudad; esa concepción se la apropian los sanclementinos para levantar un nuevo pueblo. Hacia 1500, San Clemente es un pueblo feo, un lugar desarreglado. No existían los espacios públicos, junto a la iglesia estaba el camposanto y enfrente se ubicaban las carnicerías donde se degollaban las reses en un tufo maloliente; mesones, tiendas de abasto de pescado o carne se mezclaban con las mesas de los escribanos donde redactaban los protocolos; la iluminación no existía y hasta la década de 1520, las calles estaban embarradas, las casas eran de una única planta, no todas con tejas y la inmensa mayoría de tapial, el espacio habitable se compartía con un corral tapiado para animales, donde se acumulaba el estiércol. Ese oscurantismo se acrecentaba por las cuevas excavadas debajo de las casas, donde se guardaban las tinajas de vino y donde se sospechaba que los judaizantes extendían su fe. Ni los franciscanos ni la construcción de la iglesia de Nuestra Señora de Gracia cambiaron mucho esta realidad lúgubre, pero la concepción franciscana del espacio urbanístico cambió radicalmente, preparando ya los espacios públicos de la segunda mitad del siglo XVI.

San Clemente respondía a la ciudad ideal planteada por Francesc de Eiximenis cien años antes: un pueblo en llano, aunque en un pequeño altozano, huyendo del río Rus, si bien el crecimiento posterior lo aboca a sus aguas estancadas, los propios caminos que vienen de Chinchilla, por el puente del Remedio, o de Alarcón, por San Cristóbal, dan sin buscarlo ese diseño de una cruz que divide sus a cuatro barrios, que todavía en los inicios del siglo XVI son barrios balbucientes. En los extremos de Este a Oeste, San Cristóbal y Santa Ana; de Sur a Norte, el Remedio y San Roque. Eiximenis creía que los conventos se debían situar al este del pueblo, mientras iglesia y ayuntamiento debían presidir la plaza central. San Clemente responderá a esos principios, el convento franciscano estaba en el extremo oriental del pueblo, a un lado del camino principal, pero recibiendo a los nuevos habitantes, mientras que el espacio público de la plaza se empieza a configurar desde muy temprano, hacia 1495 las reuniones del concejo se divorcian de la iglesia de Santiago en unas casas de ayuntamiento que deberían estar ubicadas donde hoy está el ayuntamiento viejo. Se preparaba así el futuro espacio de la plaza donde se intentará integrar el ayuntamiento y una iglesia de Santiago, en principio pensada por Vandelvira con una gran cúpula oval y que para respetar el espacio de la plaza se vio obligada a tomar el tipo de iglesia salón con esa típica fachada palaciega. Se dice que en 1550 se invitó a tiendas y comerciantes a abandonar la plaza, y es así, si bien fue en un proyecto de renovación urbanística. El impulsor de este proyecto creemos que fue el gobernador Francisco de Zapata de Cisneros, el que nos aparece  en la inscripción del ayuntamiento de 1558 y del que conocemos que fue impulsor de remodelaciones urbanísticas en Sevilla. Este hombre era de la misma familia del Cardenal Cisneros, un franciscano, al que los genealogistas ven relacionado con esta zona de la Mancha y a nosotros nos gustaría ver como impulsor de nuestro convento de Nuestra Señora de Gracia, algo que no es descabellado.

En la ciudad ideal de Eiximenis no faltan los comerciantes y en San Clemente tampoco. Ya sabemos de sanclementinos en Sevilla y su feria de los Molares alrededor de 1500. Los jueves, los comerciantes ponen sus tiendas en la calle de las Almenas, que sale de la Torre Vieja, confluyendo con aquellos comerciantes que vienen por el viejo camino de Chinchilla desde el puente del Remedio. El convento los recibe a la entrada del pueblo y el mercado es lugar predilecto de predicación de los frailes. Por último, Eiximenis nos presenta una sociedad donde el trabajo es valorado, reivindicación del trabajo que ya ensalzó San Francisco, se ayuda a los pobres, no hay lugar para los ociosos y se funda la sociedad en unos principios cristianos que han de guiar la acción de los oficiales del concejo, a los que llama ministros de Dios y ojos del bien común. No muy lejos de esos principios rectores debían estar los alcaldes y regidores de San Clemente a comienzos del siglo XVI, que juraban después de ser elegidos sobre los Santos Evangelios la defensa del bien común y erradicar los pecados de la vida social. Recojamos un testimonio con motivo de la elección de oficios del año 1519: E luego los dichos alcaldes mandaron pregonar e se pregonaron los pecados públicos; que ninguno juegue juegos vedados ni blasfeme ni sea rrufián ni puta lo tenga ni sea amançebado ni trayga armas ni ande vagabundo so las penas de las leyes del Rreyno.

La ciudad ideal de la villa de San Clemente vivió en el tiempo lo que vivió el proyecto común de construcción de su iglesia. Y es que los ideales aguantan mientras hay proyectos comunes. Sabemos que hacia 1510 Pedro de Oma estaba construyendo la Torre del Reloj de Villanueva de la Jara, un edificio civil símbolo de la prepotencia de los jareños; tal vez el mismo Pedro de Oma, un vasco analfabeto, pero con gran habilidad como maestro de cantería, levantara la iglesia de Nuestra Señora de Gracia sin arrogancia, con la misma humildad que il poverello de Asís construyó la suya en 1209, y con la ayuda de todo el pueblo sanclementino. Los jareños construían torres civiles sabiéndose hombres; los sanclementinos construyen iglesias, creyéndose dioses. Los jareños edifican para vivir en la Tierra; los sanclementinos edifican, creyendo trasladar a la Tierra el Cielo. Cuando despiertan de su sueño, es decir, cuando el proyecto común de construcción de una iglesia se acaba, solo les queda su naturaleza humana. Es entonces, cuando renace en ellos esa alma dual de cincuenta años antes que tenían olvidada. Nadie expresará ese fracaso mejor que el más grande de los sanclementinos: Constantino de la Fuente, que en su niñez vivió el sueño milenarista de San Clemente y en su mocedad padeció su fracaso. Su imagen pesimista del hombre, como imago diaboli, su visión de la naturaleza humana llena de miseria y poquedad es reflejo de la sociedad que vivió. La sociedad sanclementina de mil quinientos tenía a la virgen de Nuestra Señora de Gracia como referente de una nueva sociedad recién nacida que veía la luz. Hacia 1580 en el retablo de Pedro de Villadiego, ya desaparecido, de esta iglesia se colocará la virgen de las Angustias con el cuerpo yacente de Cristo, símbolo de una sociedad que sufre en su ocaso. Pero en los doscientos cincuenta años siguientes el pueblo de San Clemente no estuvo solo en su sufrimiento, una y otra vez estaban más vivas que nunca las palabras de San Francisco de Asís: tanto es el bien que espero que en las penas me deleito.

El acceso a esta iglesia nos hace humildes, pues no se entra, se desciende, bajando unos escalones, y una vez pasado el cancel y entrada, el creyente o el agnóstico queda preso del camino ascendente que le lleva visualmente hasta la bóveda del altar mayor, ese camino es ascendente y guiado por unas capillas que van ganando en altura gradualmente y es continuo por la línea de impostas corrida, que hay encima de ellas. Ese es el milagro de este templo, que hace bajar al fiel la cabeza antes de pasar al templo para obligarle a elevar los ojos una vez pasado su umbral.

Hoy la iglesia en su pobreza nos recuerda al templo de sus inicios. Despojada de retablos y de altares, el espacio está destinado de nuevo para la reunión y para la predicación. Si la iglesia de Santiago era lugar de prédicas ininteligibles, en Nuestra Señora de Gracia se habla con la palabra fácil, Fray Julián de Arenas nos dice que hasta Agustinico, el más simple del pueblo, entiende la palabra de Dios que aquí se predica. Pero sencillez no es estulticia, sino transmisión del Evangelio tal como lo enseñó Cristo. Nuestra Señora de Gracia es un templo de la palabra y un templo del silencio. Silencio nacido del reposo de los antepasados sanclementinos, cuyos cuerpos yacen en sus tumbas. Ustedes, anunciando las capillas laterales, ven los escudos heráldicos pintados de grandes familias, los Herreros o los Buedo, ven pequeñas leyendas de presentación de la familia Ortega en sepulcros profanos y si afinan la vista verán, en las ménsulas de las que nacen las líneas que dibujan las bóvedas, escudos que quizás sean de los Inestrosa o tal vez los Castillo, si es que los Castillo tenían escudo para el apellido familiar. No verán el panteón familiar de esta familia de los Castillo, en otro tiempo en el altar mayor en el lado del Evangelio, ni el sepulcro de los Ortega a mano izquierda al pasar a la Iglesia, ni mucho menos las tumbas que hoy se ubican bajo el suelo de tablas que pisan sus pies ni los restos de los franciscanos en la cripta. No queda nada de la memoria de las viejas familias, cuyos apellidos se han olvidado tanto como el nombre de las capillas que tenían como propias: los Monteagudo, los Villamediana y su capilla del Descendimiento, los Origüela y su capilla de San Juan, los Buedo y su capilla del Nazareno o los Astudillo y su capilla de la Concepción. Las capillas quedan y los apellidos no. De la fama pretendida solo queda el hábito franciscano con el que se vestían los hombres para sus entierros, creyendo la promesa de San Francisco de rescatar las almas, tal como cuentan las Florecillas. De algunos no quedan ni sus huesos, como aquel de apellido Sevilla, que escondía ese otro de los Abravaneles, familia judía y monopolizadores de las finanzas reales de varios reinos, cuyos huesos fueron desenterrados para ser quemados. Y es que mientras los franciscanos acogían y hacían, otros deshacían y siguen deshaciendo.

Los retablos de antaño están deshechos. La acción pictórica de los Gómez queda residual y las veintisiete tablas pintadas de los santos franciscanos ajenas a su ubicación original. La rica biblioteca del convento, destrozada por los franceses y lo poco que queda de ella diseminada entre el Seminario Conciliar de San Julián y la Biblioteca Nacional. El bello claustro del convento, mutilado por un incendio y corroído por las heces de las palomas. Las treinta y una celdas de los monjes, vacías; el refectorio, preso de las humedades, y la misma iglesia protegida por un tejado, aunque con miedo por desvelar sus secretos. ¿Y qué decir de la Historia del convento? Las inscripciones, pendientes de un estudio epigráfico o simplemente esperando se quite la capa de cal que las oculta. En la iglesia de Nuestra Señora de Gracia todavía hay demasiado blanco, demasiado yeso, ocultando la piedra arenisca y caliza donde residen los testimonios de su nacimiento. La escritura fundacional del convento y el llamado libro becerro, según Enrique Fontes, se hallaban todavía en 1931 en la casa parroquial, para desaparecer en 1936, según Cirac Estopañán. Aunque nosotros dudamos de cualquier destino que se atribuya al rico patrimonio documental de esta villa y mantenemos la esperanza.

Nuestra Señora de Gracia sigue siendo, no obstante, espacio de encuentro y reunión como antaño; espacio de predicación y evangelización, aunque ya no están esos frailes de los que aprendió, siendo niño, el más grande de los predicadores de todos los tiempos, el sanclementino Constantino de la Fuente. Dicen que a Constantino se le permitía echar un trago de vino en medio de su prédica, al fin y al cabo, fue el vino lo que hizo de San Clemente un gran pueblo. Esta iglesia fue y es un espacio de solidaridad: de la ayuda a los apestados de 1508 quedó un hospital, de la conmiseración a delincuentes y pecadores quedó el derecho al refugio, acogimiento y el derecho universal en su espacio a un entierro digno; ya lo decía Fernando del Castillo, padre del fundador de este convento, no se le puede negar un entierro cristiano a nadie sea cual sea su fe o raza. Este convento fue un centro de educación, aquí aprendían los sanclementinos las letras, las cuentas y los rudimentos de la doctrina cristiana y hoy debería ser fuente del conocimiento de su pasado para el pueblo de San Clemente.

Este convento franciscano comenzó con la ilusión de dos frailes y acabó con la exclaustración de cinco en 1835. Al igual que todos los conventos observantes masculinos tenía por destino la ruina, piensen en lo que queda de los conventos franciscanos de Villanueva de la Jara, Iniesta, Villarrobledo, Valverde del Júcar, San Lorenzo de la Parrilla, Moya o Valera de Abajo, nada o casi nada. Nuestra Señora de Gracia estaba predestinado a la ruina, el voto de pobreza de sus inquilinos se reflejaba en el inventario de bienes con motivo de la Desamortización, solo cosas inútiles, mas su destino ruinoso no fue tal: un hombre, antes que sacerdote, salvó el convento de la ruina en los años centrales del siglo XIX, el padre Tomás, o Tomasito como le llamaban cariñosamente los sanclementinos. Este hombre mantuvo el espíritu de sacrificio, abnegación y esperanza de los sanclementinos de mil quinientos y supo mantener el símbolo de esa identidad: este edificio conventual, antes de que en 1899 pasará a estar de nuevo ocupado por los carmelitas.

Son hombres como Tomasito los que han mantenido esta iglesia y convento. Ni el olvido ocasional del concejo sanclementino ni el desprecio de sus fundadores pudo con esta iglesia: la más necesitada de toda la provincia franciscana por la falta de cuidados que ya presentaba en el siglo XVIII. Saqueada en 1706, luego por las tropas napoleónicas en dos ocasiones, 1809 y 1812, diezmando su biblioteca, y destrozados sus retablos en la guerra de 1936, el convento de Nuestra Señora de Gracia sigue en pie, gracias a nuevos Tomasitos, que repiten una y otra vez el mensaje que recibió San Francisco del crucifijo de San Damián: Ve y repara mi iglesia, que amenaza ruina.

 


jueves, 11 de marzo de 2021

A VUELTAS CON EL CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE GRACIA DE SAN CLEMENTE

 

Foto: Jesús Pinedo Saiz

Cuando el uno de septiembre de 1835 se inventarían los bienes del convento franciscano de Nuestra Señora de Gracia, únicamente quedan cinco frailes. Del viejo convento apenas queda nada. Lugar de enterramiento de grandes familias, centro de formación de las élites sanclementinas y punto de encuentro de los vecinos, el convento fue parejo en su esplendor y decadencia a la villa de San Clemente. “Los frailes” vieron crecer a San Clemente como pueblo y consolidarse a mediados del siglo XVI como capital política del sur de Cuenca y fiscal de un distrito que se extendía hasta tierras albaceteñas, alicantinas y murcianas.

El inventario de bienes de 1835 mostraba un convento sin propiedades apenas, pues, siguiendo la observancia franciscana, nunca las había tenido. Más allá de una biblioteca destrozada, las casullas y ropa clerical o los retablos e imaginería religiosa poco había que encontrar de valor entre sus paredes. Los franceses, durante la guerra de la Independencia, habían saqueado el convento, para llevarse como botín dos mil reales escondidos en una cueva, tras destrozar el órgano y desbaratar la biblioteca.

Es poco lo que había de valor en el edificio, pero el “convento de los frailes” seguía presentando en la sencillez de una pobre comunidad de monjes franciscanos, el recuerdo imborrable de la villa de San Clemente. Los bienes raíces del convento se limitaban a la fanega de tierra de su huerta contigua, una propiedad cercada, mitad arrendada y mitad explotada por la propia comunidad, y con dos norias; un granero al descubierto, un sótano y una cueva a modo de bodegas con cuatro tinajas, un pajar y una cuadra.

Tinajas, ollas de barro, una sartén y algún que otro trasto inservible es lo que quedaba de esta comunidad franciscana, ahora reducida a cinco miembros, pero que los capítulos de la orden se vieron obligados una y otra vez a fijar su número, pues las treinta y una celdas del edificio conventual no daban para más ocupación. La existencia de estos frailes transcurría entre estas celdas, un refectorio con tres mesas (y con un Divino crucificado en el frontis y sobre la puerta otro cuadro de la Purísima) y una cocina adyacente. Completaban las estancias una librería, de la que se conservaban algunos volúmenes completos, aunque veinticinco años antes había sido destruida por las tropas napoleónicas, y que era vestigio del estudio de Gramática que se creó en el convento el año 1563. La función del convento como centro de formación de las élites políticas y religiosas de su tiempo está por estudiar, más allá de su carácter local. Ortodoxia y heterodoxia se enseñaron de igual forma en esta “academia”, pues junto a las artes menores, la filosofía alcanzó cierto nivel y las doctrinas no oficiales también, como la negación del dogma de la purísima concepción por el irreverente hermano Arenas. Sin olvidar que detrás de la heterodoxia está la rivalidad franciscana con los carmelitas, pues ya avisaban los primeros que en San Clemente no había vecindad para tanta doctrina.

Parte de las celdas daban al patio porticado en dos claustros con arcos de medio punto y algo escarzanos, en la planta baja, y galería superior. Un claustro que aún recordaba la existencia de dos pequeñas capillas en su interior, una para uso de la comunidad y otra ya arruinada para uso particular, y en el que destacaban los brocales de dos pozos.

No obstante, era el conjunto de la iglesia el que deslumbraba a aquellos aprendices de inventarios de la Desamortización, incapaces de ver la belleza de las naves del templo y que nos describían así el interior del templo:

“Una iglesia con una puerta a la calle y dos en el interior del convento; tiene cinco altares en la capilla mayor con sus aras correspondientes; en el altar mayor una virgen de talla, titulada Nuestra Señora de las Angustias, con un cetro de yerro con estrellas de hoja de lata por Corona; a la mano derecha una imagen de N. P. S. Francisco también de talla y a la izquierda otra de Santa Margarita también de talla, cada una con un Santo Cristo y un poco al lado una urna con la reliquia de San Faustino, perteneciente al ilustre ayuntamiento de esta villa con dos llaves de la que una conserva dicho ayuntamiento y otra el prelado de esta comunidad. En el crucero los otros cuatro altares, cada uno con su retablo y en uno de ellos un cuadro de la Purísima, un púlpito de madera sobredorada, enfrente un cuadro de S. Diego de Alcalá con un marco de talla; en seguida cuatro capillas a un lado y tres al otro, cada una con su retablo; en una de ellas un Santo Cristo grande. Un cancel a la entrada de la puerta de la calle con sus puertas correspondientes; un coro alto con dos órdenes de sillería, y al respaldar los santos de la orden pintados; una caja para el órgano destrozada por los franceses, una torre con dos campanas, la una quebrada; otra pequeña en lo interior del convento, y la que hay en la portería para llamar. Un sagrario con una sacra campanilla para tocar a Santus, cuatro candeleros de metal, dos atriles y tres confesionarios; tres cruces de madera en los altares con un santo Cristo de metal en cada una. Un Vía Crucis, y al lado del Evangelio un panteón”.

El citado panteón era el de la familia Castillo, unos judíos procedentes de Castillo de Garcimuñoz, herederos de Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón. Fue su hijo, Alonso, el que fundó el convento y a duras penas conservó y compartió el patronazgo del mismo con el concejo sanclementino, reservándose el ochavo. Su herencia sería recogida por los marqueses de Valera, que andado el siglo XVIII, eran acusados de tacaños por el pueblo sanclementino por no gastarse un real en la reforma del convento. El panteón de los Castillo solo tendría su igual en el sepulcro labrado de don Rodrigo de Ortega, señor de Villar de Cantos, y antecesor por línea materna de los marqueses de Valdeguerrero. Don Diego Torrente nos situaba este sepulcro en el centro de la iglesia, al lado izquierdo, y nos reproducía su leyenda: “Iacent in foxa Roderici Ortega ossa”.

Las siete capillas laterales eran lugar de enterramiento de conspicuas familias sanclementinos. Hemos de acudir a los documentos para conocerlas, pues la cerrazón a cal y canto de este convento respeta tanto la espiritualidad de un misticismo sobrecogedor como la mezquindad de unas élites políticas despectivas e ingratas con su pasado histórico y con su pueblo. Por las catas que se hicieron hace tiempo, hemos visto que tras el revocado dieciochesco de sus paredes se esconden pinturas, recuerdo en lo visible de las armas de la familia Buedo, tesoreros de rentas reales y dueños de media Vara de Rey, o a mejor decir, de Pozoamargo, y por los documentos rescatados por doña Julia Toledo sabemos de otras armas familiares, en este caso, en el ochavo y pertenecientes a la familia Pacheco, que por enlace de don Juan Pacheco Guzmán con doña Elvira Cimbrón, habían enlazado con los Castillo. Entre las capillas: la capilla del Descendimiento, del patronazgo de Alonso Ruiz de Villamediana; la capilla del señor san Juan, donde están enterrados los Origüela; o la capilla del Nazareno o de la familia Buedo.

Al fondo y en frente del altar mayor, es decir a la entrada (Portada gótica, blasonada con el cordón franciscano ciñendo el arco de entrada) y en la parte superior, el coro: con un órgano que ya no queda y con una sillería y una serie de cuadros de padres de la orden franciscana, que, tras su paso por el convento de clarisas, acabaron malvendidos en Estados Unidos o ¡vaya usted a saber donde están las cosas en un pueblo en el que si se escarbara se podría encontrar alguna pila bautismal románica de inicios del siglo XIII en casona señorial!

Completaban las dependencias del convento, la sacristía, que, a la altura de 1835, era un conjunto de armarios con cajones para guarda de casullas, cortinas, ropas y algunas cruces, cálices, patenas y aguamaniles con más madera y metal que plata. Aunque los frailes eran tan pobres como espabilados en esconder de la avaricia ajena las cosas de valor, ya fueran franceses ya desamortizadores.

En fin, un edificio achaparrado en sus formas exteriores y aparentemente feo, pero cuyo interior, cuando sea accesible, es de belleza sin igual y cautivadora. Este es el legado que supo salvar un héroe sanclementino tan desconocido como querido por sus coetáneos: el padre Tomás, que se hizo cargo de la iglesia tras la exclaustración y permitió su preservación hasta la llegada de nuevos frailes: los padres carmelitas. Ironías de la historia, los viejos enemigos de los franciscanos ocupaban su solar casi quinientos años después. Reformarían la parte conventual hasta dejarla irreconocible, aunque sin llegar a la bárbara intervención del siglo XVIII que tapiaría los vanos de los arcos del claustro.

El convento de Nuestra Señora de Gracia es la gran asignatura pendiente del pueblo sanclementino. La villa de San Clemente recuerda aquella otra de la década de 1490, cuando sus vecinos se habían convertido en paniaguados de cuatro familias y como diversión tenían darse de cuchilladas a la salida de misa. Hoy esas cuatro familias son los poderes públicos de turno en Albacete a los que alegremente nos sometemos, confundiendo el oportunismo personal con el bien común. El marasmo que vivía San Clemente en 1490 lo resolvió la reina Isabel la Católica con unos cuantos azotes y otros tantos destierros del pueblo, pero la reina descansa en paz en Granada.


  • Inventario bienes del convento de Nuestra Señora de Gracia. Signatura AHPCu Leg. 4/2

 

domingo, 20 de octubre de 2019

El franciscanismo y la revolución del quinientos

Aquel año de 1511, la Mancha conquense era un lugar de insatisfacción y de oportunidades. El "take off" de las sociedades agrarias se había iniciado a fines el siglo XV, pero bruscamente se había detenido por las crisis alimentarias de comienzos de la centuria. La apuesta de villas como San Clemente por la plantación de majuelos, quizás simple necesidad de dar de beber a una población en crecimiento, allí donde el agua escaseaba o era necesidad compartirla con los animales, había desplazado el trabajo del labrador de los panes a las viñas. El cultivo de trigo se dejó en manos de los grandes propietarios; entre ellos, los Castillo, que alternarán la especulación del pan con las obras de misericordia desde una posición de fuerza. Ellos impondrán el precio del pan inaccesible para los hambrientos y ellos mismos repartirán seiscientas fanegas a la villa de San Clemente para calmar el hambre. El pan lo sacan de sus tierras de Perona, pero también de la maquila de sus molinos del Júcar; auténtica exacción feudal sobre los campesinos que cultivan las tierras cerealistas a un lado y otro del Júcar, bien en los campos nuevos de Sisante, bien al sur de Villanueva de la Jara. Campos que se han puesto en cultivo con los "inputs" adquiridos por el dinero a censo que prestan los Castillo. Esta es una familia conversa, pero no son los únicos judíos que pululan por la zona. Desde el final de la guerra del Marquesado, las rentas reales y su arrendamiento están en manos de familias judías, luego, con la expulsión convertidas, pero, en cualquier caso, con factores, conversos y cristianos, en la comarca, que actúan como recaudadores y comerciantes,... y prestamistas que ayudan a levantar las nuevas haciendas agrarias.

Es en esta sociedad endeudada, que comienza a levantar el vuelo, la que se ve azotada por la carestía, y la especulación, a la muerte de la Reina Católica. Es una sociedad rota, donde falta el pan y la carne que podía sustituirlo está en manos de unos pocos ganaderos con cientos o miles de cabezas de ovejas y cabras. Ellos también harán fortuna de la necesidad ajena; como la harán aquellos carreteros de Iniesta que bajan hasta el Campo de Calatrava, aunque hoy nos resulte difícil imaginar el beneficio sacado de un viaje de cientos de kilómetros con carretas, vadeando ríos y recorriendo caminos embarrados. Estos carreteros, obligados a comprar el trigo al precio de la pragmática de granos de 1502, a 110 maravedíes la fanega, lo vendían a doble de precio una vez llegados a Iniesta. Es también una sociedad traicionada; una sociedad que buscó la justicia social con el nombramiento de procuradores síndicos y diputados del común y que ve como estos aprovechan su integración en el poder municipal para medrar económicamente. Tal es el caso de Antón García, héroe de la guerra de Granada, instalado de San Clemente, desde su procedencia de la villa de Iniesta. Los agricultores sanclementinos verán en este valeroso caballero el adalid de la defensa de sus intereses frente a los ganaderos; Antón García, sin embargo, tejerá una red de amistades y complicidades, al calor de los recaudadores de rentas y los gobernadores del Marquesado, para hacerse con una hacienda de viñedos en el camino hacia El Provencio, que le convertirá en una de las personas más ricas de la comarca.

Mientras unos pocos triunfan, otros fracasan. Los fracasados, hambrientos y debilitados, mueren, cuando en el paso de los años 1507 a 1508, llega la peste. No hay remedio para esta epidemia, que no sea le cerrar las villas y, si aún así el mal pasa, escapar. Es lo que hacen los ricos, como los Castillo, que huyen de San Clemente a Vara de Rey, a comienzos de 1508, y también los campesinos: los vecinos de Torrubia, aldea del Castillo de Garcimuñoz, se van del pueblo; únicamente tres personas quedaran de las cuarenta familias que habitan el pueblo.

La carestía y la peste arruinan los pueblos, pero son el acicate que provocará la revolución y el despertar de los mismos. Los hombres deambulan de un lugar para otro; unas veces, de la necesidad y de la enfermedad, otras, de la opresión señorial de los señores de El Provencio, Santa María del Campo o Minaya. Sin saber donde ir, acuden sobre todo a la villa de San Clemente. Van en busca de oportunidades, pero también de solidaridad. ¿Por qué la han de encontrar en la villa de San Clemente? La respuesta es que desde 1503 unos cuantos franciscanos, participando de los ideales de pobreza y austeridad de la reforma cisneriana de la orden, han actuado como elemento de cohesión de una sociedad desvencijada, recogiendo las escasas limosnas de los vecinos las han repartido entre los más necesitados y han cuidado a los apestados. Es esta solidaridad, recuperada por los franciscanos, la que atrae a los hombres, les hace recuperar su orgullo y tener la determinación para crear una sociedad nueva. Dos serán los símbolos de esta nueva sociedad: las casas del ayuntamiento, presidiendo la plaza pública, que alejan a los hombres del control de la Iglesia de Santiago, en cuyo pórtico, celebraban anteriormente los concejos, y en cuyo interior se levantan las capillas de principales del pueblo (Pachecos de Minaya, los Herreros, principales dueños de ganados, los Rosillo, adalides de la Corona, o los Pallarés, siempre a la sombra del poder), y la erección de una nueva iglesia. El nuevo templo es la iglesia de Santa María de Gracia; erigida en suelo, cedido por Alonso del Castillo, en una de esas cesiones obligadas para que no le recuerden su sangre judía, las piedras son apiladas con el esfuerzo y el dinero de los sanclementinos. Es un templo que acoge a todos, especialmente, a aquellos que, mirando, hacia atrás, han abandonado sus lugares de origen y sus raíces. Son los hombres llegados sin nada al Arrabal, donde se construyen pobres casas de adobe, refugio asimismo de aquellas familias como los Origüela o los Rodríguez, no aceptados en el pueblo por su sangre judía; son los viejos recaudadores de impuestos, como los Abrabaneles, y esos otros que siguen su estela desde Tierra de Campos, los de la Fuente y los Ruiz de Villamediana, y son los miembros de la propia familia Castillo, en cuyo linaje recaen tres estimas imperdonables: ser judíos, ricos y criados del marqués Diego López Pacheco.

Es ese mundo heterogéneo de desarraigados, advenedizos, repudiados y marginados el que encontrará una casa común en el convento de Santa María de Gracia y en los franciscanos un referente de abnegación y solidaridad. Unos pobres frailes franciscanos serán el elemento catalizador de la mayor revolución económica y social que se vivirá en las tierras conquenses del comienzo del quinientos. Únicamente la ignorancia del arrogante nos impide recuperar la memoria del pasado y condenar a la destrucción las huellas materiales del pasado. Hoy, el convento de Santa María de Gracia, nos muestra en las formas achaparradas del exterior, la pobreza de unas sociedades harapientas que lo crearon, y en la belleza de su interior, el alma orgullosa y limpia de aquellos hombres del quinientos. De la necesidad y la firmeza de las creencias, nace el orgullo de unos hombres que se creían dioses, pero tenían conciencia de su naturaleza humana. De la prepotencia y la vacuidad, la miseria moral de la apariencia, la vanidad y la nada.


jueves, 31 de agosto de 2017

Fundación de los conventos de franciscanos de Villanueva de la Jara e Iniesta

Fundación del convento de N. P. San Francisco, de la Villa de Villanueva de la Xara (1564)


Villanueva de la Xara, es un pueblo situado en los confines de la Provincia de la Mancha, como caminamos para el Reyno de Valencia, atravesando diversos lugares del Estado de Jorquera. Antiguamente, pertenecía en lo temporal, este pueblo á los Señores Marqueses de Villena, pero al presente le vemos incorporado a la Real Corona: y en quanto a su espiritual govierno, pertenece al Obispado de Cuenca. No he descubierto quien trate de la fundación de dicho Pueblo: pero por no hallar noticia, de él, en las antiguas Historias, nos da suficiente fundamento, para congeturarla, ó presumirla, moderna. La mayor parte, de tanta multitud de Poblaciones, como oy vemos, en la dicha provincia de la Mancha, tuvieron sus principios; unas, en los tiempos que perseveraron las guerras con los Sarracenos, en nuestra España, y otras, después que las Católicas Armas, fueron arrinconando la multitud de Régulos, professores de la Barbarie Mahomética, hasta que, en la célebre conquista del Reyno de Granada, se puso la Corona a las empressas católicas: y de estas Poblaciones, contemplo yo, que es una, esta de Villanueva de la Xara. Ha producido, este Pueblo, algunos Varones de gloriosa fama; entre los quales, merece honorífico lugar, el que alcanzamos en nuestros tiempos, sentado en la Suprema, y Primada Silla, de las Españas, el Illmo. Señor D. Francisco de Valero y Losa, á quien, desnudamente, y solo la opinión de sus virtuosas costumbres, le sublimó á tan eminente Dignidad. Es célebre, también, este Pueblo, por el beneficio Curado que tiene, y su exorbitante renta: pues en medio de averle cercenado, pocos años hace, una buena porción, alcanza, al presente, á cinco, ó seis mil ducados; que sin duda, se numeran muchos obispados, aun en nuestra España, que son los mayores de la Christiandad, que no exceden, ni aun alcanzan, á dicha renta. Tendrá, al presente, este pueblo de Villanueva de la Xara, como unos setecientos vecinos, con corta diferencia; y en él, se fundó nuestro Convento, por la vía, y forma, que passo á referir.

Hallándose MInistro General de todo el Orbe Seráfico, el Rmo. P. Fr. Francisco Zamora, Hijo Ilustre de mi Provincia de Cartagena, se hicieron las precisas, y acostumbradas diligencias, para la fundación de este Convento; solicitada, igualmente, por todos los vecinos de dicho Pueblo, que mucho la deseaban, y assimismo de algunos Religiosos de esta misma Provincia. Era, asimismo, en la ocasión, Obispo de Cuenca, el Illmo y Reverendísimo Señor, D. Fr, Bernardo de Fresneda, Religioso de nuestra Observancia, y Hijo de la Santa Provincia de Burgos, bien conocido, y celebrado, en nuestra España, no solo por las muchas, y más principales Sillas, que ocupó, si también por el cúmulo de relevantes prendas, de virtud, sabiduría, y prudencia, calificadas, por la elección tan juiciosa, que hizo de este Franciscano Héroe, para el govierno de su conciencia, el Gran Felipe Segundo. En virtud de las licencias que respectivamente dieron, estos dos grandes Prelados (las que presupone el R. P. Laguna, pero no las puntualiza), se tomó la possessión del sitio, para levantar el nuevo Convento, el día quatro del mes de Octubre, consagrado al Gran Patriarca de los Pobres, N. Seráfico P. S. Francisco, del año de 1564. Assí lo pone el citado Laguna, en su Memorial; aunque también dice que en otro Instrumento, halló la corta diferencia de señalar el día 8 del mismo mes, para esta diligencia, de tomar la possessión: y esta es la que refiere, y sigue, el Illmo. Señor Gonzaga. La fundación, pues, del nuevo Convento, se hizo con las limosnas comunes, y ordinarias, del dicho Pueblo, ayudando los mismos Religiosos, y Prelados, con varias diligencias, y limosnas; pero sin que interviniesse alguna, gruessa, de especial bienhechor. Salió un convento Mediano, muy pulido, capaz á dar habitación á 30 Religiosos, aunque este número se aumenta, ó disminuye, según las ocurrentes circunstancias. El Título que se dió al Convento, fue el de honrossísimo, del Dulce Nombre de Jesús; pero ordinariamente se explica, y entiende por el de N. P. de San Francisco.

Fundación del Monasterio de Clarisas en la Villa de Villanueva de la Xara (1578)

En Villanueva de la Xara, que es pueblo del Obispado de Cuenca, según dexamos dicho, en su propio lugar, se fundó por estos tiempos, el Monasterio de Santa Clara, que allí tiene esta Provincia de Cartagena, y passó su fundación en esta forma. Un Hombre principal, noble y rico, natural, y Regidor, de la misma Villa, llamado Pedro de Monteagudo; y una Hermana suya, llamada María Sánchez de Monteagudo, quedaron, a un mismo tiempo, viudos; y ambos, con una muy competente hacienda. Consultaron entre sí, y determinaron, retirarse al seguro puerto de la Religión, por escusar los peligros del proceloso mundo:pero impedían o retardaban, esta determinación, quatro Hijas, que tenía, el dicho Pedro de Monteagudo, á las que no se atrevía á dexar en el mismo riesgo. Esta dificultad, que al humano parecer, se tenía por insuperable, la venció, fácilmente, la Diestra Poderosa del Altíssimo, pues aviendo comunicado esta resolución, dicho Monteagudo, con sus Hijas, todas ellas se ofrecieron á ser fieles coadjutoras de sus santos deseos, siguiendo el mismo rumbo, que el Padre, en estado religioso. Viendo éste, vencido el mayor inconveniente, extendió más su ánimo, solicitando, que se fundasse un Monasterio de Santa Clara, en su misma Casa; aplicando toda su hacienda, y la de su Hermana, para el congruo sustento de una mediana Comunidad. Aplicóse a solicitar las necessarias licencias, para dicha fundación; lo que vino a conseguir, muy á correspondencia de sus christianos deseos: y luego,se dio principio á acomodar la dicha Casa, en forma de Monasterio. 

Hallábase, en la ocasión, Provincial, de esta nuestra Provincia, el M. R. P. y ya referido, Fray Juan Campoy; y este Docto, y Venerable Prelado, señaló, y destinó, para fundadoras del nuevo Monasterio, á quatro Religiosas del ya muchas veces nombrado, de la Misericordia de la Ciudad de Huete. Passó, por Abadessa, la Madre Señora Doña Violante de Rivera, y por Vicaria, Sor Luisa Beltrán, Religiosas, ambas, de mucha virtud, con otras dos Compañeras, de la misma opinión. De orden del dicho Prelado Provincial, passó, á tomar possessión del nuevo Monasterio, el M. R. P. Fr. Diego de Carrascosa, Padre de esta Provincia, y Guardián que era, en la ocasión, de nuestro Convento de la Ciudad de Murcia. Executóse esta devota función, el día 11 del mes de Noviembre, del año de 1578, en cuyo día, entraron, en dicha Casa, ya Monasterio, las quatro Religiosas Fundadoras, la referida hermana del Fundador María Sánchez de Monteagudo, con otras dos sobrinas, y las dichas quatro hijas: y de estas las fueron Religiosas de vida muy Santa, y exemplar; de las quales, escriviremos, en el tiempo que corresponde, según el orden que seguimos. El dicho Fundador, Pedro de Monteagudo, luego que vio seguras á sus hijas, en el Sagrado del Monasterio, se retiró, él, a un Convento de N. P. S. Francisco, en el qual, vistiendo el humilde Ábito, vivió, y murió con grandes créditos de muy ajustado Religioso. Este Monasterio, aunque se principió, con corto, ó mediano caudal, después, con las dotes de las Religiosas, que han professado en él, y principalmente, con la buena economía, que ha tenido, se ha sustentado, con más desahogo, que otros, de muy pingües rentas. Habitándole, de ordinario, de 24 á treinta Religiosas, cuyo número se varía, por la variedad de circunstancias, como tenemos dicho de lo demás.




Fundación del Convento de N. P. San Francisco de la Villa de Iniesta (1549)


Está situada la Villa de Iniesta, al Oriente de nuestra Provincia de Cartagena, sirviendo de término, y límite, á la de Valencia, por aquel País, que llaman el Estado de Jorquera, teniendo, á una larga jornada, al mismo Oriente la Villa de Requena, donde está fundado el Convento primero de dicha Santa Provincia de Valencia, aunque es Pueblo perteneciente al Reyno de Castilla. La fundación de este Pueblo de Iniesta, de quien hablamos, es muy antigua: pues se hace de él memoria en las Españolas Historias, suponiéndola antes de la Conquista del poder de los Sarracenos, por las Católicas Armas. En lo Espiritual, pertenece, este Pueblo, al Obispado de Cuenca, y en lo Temporal, al Real Patrimonio, aunque antiguamente fue de los Señores Marqueses de Villena. Al presente, tendrá, la villa de Iniesta, unos setecientos vecinos, con muy corta diferencia, y aquí se fundó el Convento á nuestra Observancia, por el modo, y tiempo que ya passo a referir.

Conseguidas todas las acostumbradas licencias, para edificar dicho Convento, en la referida Villa, se levantó una terrible contradicción, por parte de la Clerecía del mismo Pueblo, a quien seguían algunas personas Seculares, por varios respectos; aunque es verdad, que lo restante del lugar, estaba á favor de los Religiosos, deseando, con vivas ansias, la fundación. No obstante, la dicha contradicción, prevaleciendo la justicia, y continuando las acostumbradas diligencias, llegó el caso de poner en posesión, a los Religiosos de una Hermita, con título de Nuestra Señora de la Estrella, para que allí se edificase el Convento, que parece un sitio muy acomodado. Passó, á esta diligencia, el Guardián, que era, en la ocasión, del Convento de N. P. S. Francisco de la Villa de Hellín, llamado Fray Francisco Martínez; y con las ceremonias, que se acostumbran, tomó dicha possessión, el día 10 del mes de Agosto, del año de 1549. Pero aún después de esta jurídica diligencia, continuaron, los contradictores, su empeño, con tal tessón, que les fue preciso, á los Religiosos, desamparar dicha Hermita: porque eran tan imprudentes, y desatentas las passadas que experimentaron, que no se pueden escrivir, por no ofender los más piadosos oídos.

Hallábase, en la ocasión, Prelado Digníssimo de la Iglesia de Cuenca, el Illmo Señor Don Miguel Muñoz, el qual; no sólo sentía este decabezado empeño de sus súbditos, sí que, se determinó, a favorecer, con devoto esfuerzo, á los Religiosos, conociendo el grande interés Espiritual que se le sigue á qualquiera Pueblo en la fundación de un Convento de N. P. S. Francisco. Tomando, pues, dicho Señor á su cuenta, y cargo, tan justa demanda, passó, en persona, á la dicha Villa de Iniesta, á poner á los Religiosos, en possessión del sitio, que avían dexado, cediendo a la violencia. Reprehendió, severamente, á dichos eclesiásticos, y luego passó á señalar otro más acomodado sitio, para que se executasse la fundación, el qual estaba poco distante de la dicha Hermita, y es el mismo, donde aora está el Convento, que cae en un costado de la Villa, entre el Oriente y Aquilón. Esta segunda vez, esta segunda vez á tomar la possessión del dicho sitio, el Rmo. P. Fr. Francisco de Zamora, hallándose Guardián del Convento de N. P. San Francisco de la Ciudad de Huete, de orden y comissión del M. R. P. Fr. Pedro de Xaraba, Provincial que era, en la ocasión, de esta Santa Provincia: cuya diligencia se practicó, el día 18 del mes de Marzo, del siguiente año de 1550. Fueron luego contribuyendo, liberalmente, todos los Vecinos de la dicha Villa de Iniesta, con buenas limosnas, para la fábrica: y con la mucha aplicación de los Religiosos, assí Prelados, como Súbditos; se planteó un hermoso, y bien planteado Convento, el qual, dentro de breves años, fue capaz de dar habitación á veinte y quatro Religiosos. Pero en estos tiempos, ordinariamente, alcanza, su Comunidad, el número de treinta; y esta es la que suele conservarse, con poca variación. El título que dieron al nuevo Convento fué, el de la Puríssima Concepción de la Gran Reyna del Impyroe: pero, comunmente, se explica, y entiende, con el de N. P. San Francisco.

BNE, 2/1127-2/1129. ORTEGA, Pablo Manuel.Chrónica de la Santa Provincia de Cartagena, de la Regular Observancia de N. S. P. S. Francisco. Volumen I, pp. 209 y 210 (Iniesta), 272 y 273. 331 y 332 (Villanueva de la Jara)

miércoles, 30 de agosto de 2017

Fundación de los conventos franciscanos de Nuestra Señora de Gracia y de la Asunción de la villa de San Clemente

Claustro convento Nuestra Señora de Gracia. Detalle (1)
Pablo Manuel Ortega (1691-1767) nos regaló una historia de la orden franciscana de la provincia de Cartagena en su obra Chrónica de la Santa Provincia de Cartagena, de la Regular Observancia de N. S. P. S. Francisco. En ella se pueden encontrar noticias de la fundación y existencia de diversos conventos franciscanos de la provincia de Cuenca. Su obra fue continuada en los años setenta por el padre Messeguer, que visitó la villa de San Clemente en julio de 1971. Durante su estancia tuvo oportunidad de intercambiar confidencias con el cura Diego Torrente Pérez.

Nosotros nos detenemos en la fundación del convento masculino de monjes franciscanos y la del convento femenino de clarisas de la villa de San Clemente. De la lectura del padre Ortega nacen nuevos datos, a los ya aportados en su día, por don Diego, sobre el origen de estos conventos. Curiosidad especial nos merece las noticias sobre la Melchora y las Toledanas en la fundación del convento de clarisas. Ambos conventos son dos joyas de la arquitectura sanclementina y conquense, tan desconocidas como de difícil acceso.

Detalle de la Iglesia de San Francisco (2)
La fundación de estos dos conventos y su primera andadura fue tormentosa, pareciendo en algún momento que iban a perecer, apenas nacidos. El convento de Nuestra Señora de Gracia de frailes franciscanos; tuvo su carta de naturaleza en una bula papal de Eugenio IV en 1446, que autorizaba la construcción en tierras hispanas de quince conventos. El asentamiento de los franciscanos en San Clemente se retrasó hasta 1503. Era entonces la villa una población de apenas doscientas familias. Sus limitados recursos supusieron un reto para el desarrollo de la comunidad. La cesión del terreno para levantar el convento por Alonso del Castillo, hijo de Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón, que por entonces era el mayor hacendado del pueblo, facilitó el asentamiento de los frailes, pero fue fuente de nuevos conflictos con el concejo de San Clemente sobre los derechos de patronazgo. El convento salió adelante por las aportaciones, algunas onerosas, pero muchas otras gratuitas de los vecinos de San Clemente. Los pocos hermanos que lo habitaban se multiplicaron hasta una cuarentena, de tal forma que fue necesario limitar su número de miembros. Convertido en estudio de Gramática, los sanclementinos recibirían en este convento su primera formación. Estudios que con el tiempo se convertirían en superiores. Aquí estudió el franciscano Patricio O'Hely, completando estudios en Alcalá de Henares; sus intentos, junto a otros compañeros por defender la fe católica en Irlanda frente a la reina de Inglaterra, Isabel I, concluyó con la muerte y martirio en 1578 del franciscano, que ya gozaba de la dignidad episcopal. Conserva la reliquia del cuerpo de San Faustino mártir. Sobre el convento de Nuestra Señora de Gracia ya hemos escrito en ocasiones anteriores. El convento de frailes o de Nuestra Señora de Gracia

Claustro convento clarisas. Detalle (3)
La fundación del convento de Nuestra Señora de la Asunción, o de monjas clarisas, fue incluso más dificultosa. Nacido de la devoción de una misteriosa viuda sanclementina, conocida por la Melchora, a la que siguieron en su ministerio dos beatas, llamadas las Toledanas; contó, en esta aventura, con el apoyo del Provincial de los franciscanos, que mandó a una religiosa desde Villanueva de los Infantes, sor Ana Sánchez, para formar al trío de las beatas en la Observancia franciscana. La decisión fue errada. Bien por diferencia de intereses bien por encontronazo de temperamento entre la Melchora y la religiosa de Villanueva, la primera convivencia terminó con la expulsión de Ana de la casa de la Melchora, primer lugar de residencia de las beatas. Se buscó un nuevo asentamiento, esta vez, sin la temperamental Melchora, en las casas cedidas por Martín Ruiz de Villamediana, un hidalgo llegado de Tierra de Campos. A pesar de esta morada y unas rentas cedidas de 30.000 maravedíes, la andadura del convento fue muy difícil. Por lo que nos cuenta el padre Ortega, las desavenencias continuaron posteriormente; quizás esa fuera la razón de la partida veinte años después de sor Ana Sánchez a Villanueva de los Infantes. El convento solo se consolidaría por el retiro y herencia aportada por doña Isabel de Pedrola, que permitió en el último cuarto de siglo la construcción de la Iglesia conventual. Mientras se desarrollaban las obras, las monjas se alojaron en el convento masculino, que de este modo se convirtió en un monasterio dúplice. Las monjas de ese periodo, salvo Isabel de Pedrola, cuyo cuerpo sería llevada en 1606 al nuevo convento, están enterradas en la Iglesia de San Francisco.

Claustro clarisas. Detalle (4) 
Reproducimos la narración del padre Ortega sobre la fundación de estos dos conventos sanclementinos como una pequeña aportación a la historia de la villa de San Clemente, pero asimismo como un aldabonazo de atención a quienes tienen la obligación de recuperar un patrimonio de todos. El precioso claustro del convento de clarisas nos hace soñar con recuperar algún día ese otro claustro tapiado y desvencijado del convento de frailes o de Nuestra Señora de Gracia, en riesgo de desaparición al igual que su iglesia.








Fundación del convento de N. P. S. Francisco de la Villa de San Clemente



Convento de Nuestra Señora de Gracia (5)

La Villa de San Clemente tiene su assiento en la Provincia de la Mancha; y es un pueblo de los de mayor autoridad, y reputación, en ella. Está honrado y ennoblecido, con muchas Familias muy Ilustres, enlazadas, por varios casamientos, con algunas Casas, de la primera graduación, y distinción, de todo el Reyno. En lo Espiritual, pertenece, este pueblo, al Obispado de Cuenca, y en lo temporal, al Real Patrimonio; aunque antiguamente fue de los Señores Marqueses de Villena: y esta es la ocasión, porque el Illmo. Señor Gonzaga, y el Venerable Analista, dicen, pertenecer, San Clemente, á dicho Señor Marqués. La fundación de este Noble Pueblo, no es muy antigua: la conjeturo de los tiempos, en que la Provincia de la Mancha, y Reyno de Toledo, se iban conquistando del poder de los Sarracenos: pero ya hace muchos años, que es Población de mucho nombre, y de copiosa vecindad: y al presente tendrá poco menos de dos mil vecinos. Ha producido muchos Hombres, Insignes, en Santidad, Letras, y Armas. En esta, pues, Ilustre, y Noble República, se fundó un Convento, á Nuestra Observancia, por el modo, y tiempo, que ya passo a referir.

En virtud de aquella referida Bula del Señor Eugenio Quarto, dada el año de 1446, por la qual, concedió al Rmo. Padre Vicario General; Fr. Juan Mahuberto, que pudiesse admitir, ó fundar, de nuevo, quince Conventos, para Nuestra Observancia, en las tres Provincias de España, se fundó este de San Clemente. Pero, aunque desde luego se dió principio a encaminar algunas diligencias, para la fundación, no pudo conseguirse, hasta en tiempos, que nos hallamos, con esta nuestra Chrónica. El sitio, todo, ó la mayor parte, dió para fundarlo, Alonso del Castillo, Hombre Noble, natural, y vecino, de la misma Villa de San Clemente: y el Concejo destinó algunas limosnas, que juntas con las que contribuyeron algunos otros particulares, bastaron para levantar un Conventico pequeño, porque no daba más lugar la cortedad, y estrechez del sitio. Sobre la cornisa, que forma la Puerta de la Iglesia, de este Convento, se leía una inscripción, que decía de este modo: "Este Monasterio se llama Santa María de Gracia: fundóse año de 1503". Esta es la antigüedad que se señala, a este Convento, el Illmo. Señor Gonzaga, fundado en la dicha inscripción, que pone el R. P. Laguna, N. Venerable Analista le alarga al año siguiente de 504, pero citando, como cita, a dicho Rmo. Gonzaga, se conoce, que fue, ó error de la prensa, ó equivocación de la pluma. Fundado ya el Convento, los Religiosos que le habitaban, lo fueron estendiendo, y ampliando con las limosnas, assí gratuitas, como onerosas, que adquirían los Fieles. 

Quando estaba, este Convento, en sus principios, habitado por un corto número de Religiosos, hizo Representación, el dicho Alonso del Castillo, de lo que avía obrado, en algunos Capítulos Custodiales, o Congregaciones de esta Custodia; y en virtud de esta representación, le dieron el patronato de la Capilla Mayor de la Iglesia. Salió, contra esto, el Concejo, o Ayuntamiento, de la misma Villa de S. Clemente, evidenciando, cómo el informe hecho por el referido Alonso del Castillo era siniestro, porque en él se obstentaba fundador único del Convento, lo qual no era assí; y que puesto, que los gastos que avía hecho el dicho Concejo, eran mucho mayores, él solo merecía el dicho Patronato. Esta contradicción se puso, por parte de dicho Concejo, en  el Capítulo Custodial, que celebró esta Custodia, en nuestro Convento de Murcia, el día 8 del mes de Diciembre, del año de 1515, y assimismo, se hizo información, por parte de dicho Capítulo, en la misma Villa de San Clemente. Vistos, pues, y examinados, con toda exacción, los fundamentos de ambas partes, por el dicho Capítulo Custodial, declaró, que el Patronato del Convento, ó Capilla Mayor, de la Iglesia, pertenecía á dicho Ayuntamiento: y al dicho Alonso del Castillo, le dieron el ochovo, que formaba la dicha Capilla Mayor de la Iglesia, de esquina, á esquina. Assí lo decretaron, y firmaron de sus nombres, los Reverendos Padres Capitulares, que lo fueron, Vicario Provincial, el M. R. P. Fr. Juan de Marquina, Custodio electo en el mismo Capítulo el M. R. P. Fr. Pedro de Molines, Custodio que dexaba, o finalizaba, el empleo, el M. R. P. Fr. Álvaro de Santiso, y Difinidores, los Reverendos Padres, Fr. Antonio del Puerto, Fr. Gonzalo de Soto, y Fr. Pedro de Ayala. Este Decreto pongo en mi Registro de Originales, el qual hallé inserto, en el mismo Registro de Provincia, entre las Actas del Capítulo Provincial, que se celebró el año de 1597, en la villa de Albacete: y en el mismo Capítulo se confirmó, aprobó y ratificó, dicho Decreto. No ignoro las diferencias, y litigios, que han tenido los Señores Marqueses de Valera, en los quales se halla oy el derecho que se le dio al dicho Alonso del Castillo; sobre el punto de dicho Patronato, pero en lo que dexo declarado, no perjudico al derecho de qualquiera.

Después de muchos años, fueron ampliando este Convento, los mismo Religiosos, con las limosnas comunes, hasta ponerse en estado de poderle habitar más de 40 moradores: y este mismo número se mantiene aora de presente, poco más, ó menos. Con el título de Santa María de Gracia, se fundó el Convento, según dexamos insinuado: pero aora,comúnmente, se entiende, por el de P. N. S. Francisco. En diversos tiempos, se ha leído, en este Convento, Artes, y Teología Moral: siendo uno, de los que en esta Casa, oyeron Filosofía, el Illmo Señor y Santo Martyr, Fr. Patricio Helio, como diremos en su lugar. Como este convento es tan antiguo,y su fábrica de tierra, está necesitadísimo de reparos, tanto que ninguno otro se halla con tanta necessidad, en toda mi Provincia: y ciertamente, que los que tanto questionan el Patronato, me parece á mí, que establecerían un grande artículo de su derecho, ocurriendo á tan grave urgencia, en su reparo. Una Reliquia notable, entre otras, tiene este convento, que es el cuerpo entero de San Faustino Martyr, dádiva que fué del Rvmo. Padre Fr. Julián Pérez, Vicario General que fué, de toda mi Seráfica Religión, honrossísimo Hijo de esta mi Provincia de Cartagena: cuya preciosa reliquia tiene el apoyo, y seguro, del Testimonial auténtico, dado en Roma, el día nueve del mes de Mayo, del año de 1650.  



Fundación del Monasterio de Religiosas de la Tercera Orden de Penitencia de N. P. S. Francisco, de la Villa de San Clemente (también llamado de las clarisas o de la Asunción)



Convento de Nuestra Señora de la Asunción (6)

La Fundación de este Monasterio de Religiosas Terceras, de N. P. S. Francisco, de la villa de San Clemente, la pone el R. P. Laguna, con mucha claridad, por aver tratado, y comunicado, á muchas Religiosas, que conocieron a las mismas Fundadoras; y passó en esta forma. Una Muger principal, vecina de este Pueblo, llamada la Melchora ( no sé si por nombre, apellido, ó cognominación), quedó Viuda, sin Hijos, y con una competente hacienda. Movida de aquellos primeros fervores, que suelen traer, solamente la apariencia, y sobreescrito de desengaño, y viene á ser efecto de un sentimiento natural, determinó, vestir el Ábito penitente de la Tercera Orden, de N. P. S. Francisco, y consagrar, su hacienda, á Dios, convirtiendo su Casa, en un Monasterio de dicha Orden. Comunicó, estos intentos, con el M. R. P. Fr. Pedro de Limpias, Provincial, que era, en la ocasión, de esta Provincia: y éste, prudente, y Doctíssimo Prelado, presumiendo, que su vocación era perfecta, le alabó mucho la resolución, de abandonar, de aquel modo, las aparentes delicias del mundo, aspirando a las inamissibles, y verdaderas, del Cielo. Vistióle, pues el Ábito de dicha Orden Tercera; y poco después, a otras dos Mugeres, que se le juntaron, y les llamaban las Toledanas: y supuestas las precissas diligencias, que corrieron á la dispossición de este Doctor Prelado, admitió baxo de su amparo, régimen y obediencia, dicha Fundación; porque assí fueron desde el principio, los intentos de esta Muger.

Para que dicha Fundación, se fuesse anivelando á la vida Regular, determinó. el mismo Prelado, que passasse, del Monasterio de Villanueva de los Infantes, que era del mismo Instituto, una Religiosa, de mucha virtud, y especialíssimo Don de govierno, llamada Sor Ana Sánchez; de la que á su tiempo, escriviremos, con alguna extensión. A esta Religiosa, nombró, el mismo Provincial, por Madre, y Prelada, del nuevo Monasterio, para que le governasse, y fuesse instruyendo, en las regulares Leyes, aquellas nuevas Racionales Plantas, para que, á su tiempo, diessen maravillosos frutos de virtudes. Aquí fue, donde se conoció aver sido muy bastarda la vocación de la referida Viuda: pues sintiendo, con notable extremo, el que no la huviessen nombrado á ella, por Prelada de la nueva Comunidad, cometió una baxeza, muy extraña de una Muger de sus prendas. Hechó, ignominiosamente, de dicha su Casa, a la referida Religiosa, Sor Ana Sánchez, como a algunas otras virtuosas Mugeres, que ya se le avían juntado, con ánimo de seguir aquella Santa Vida. Viendo el Guardián, que era, del Convento de N. P. San Francisco, de la misma Villa de San Clemente, que este desayre, no se quedaba en aquellas pobres Beatas, sí que se encaminaba, y dirigía, principalmente, a su Prelado Provincial, tomó la mano en el desempeño, explicándose éste, en dos diligencias, ayrosamente desenfadadas. La primera, fué quitarle el Ábito de la Orden á la dicha Viuda, con no menor ignominia, que ella, avía quitado la habitación, a aquellas pobres Religiosas. Y la segunda, buscarles una decente Casa, donde se mantuviessen, hasta que, por los Prelados Superiores, se tomassen otras providencias.

A este tiempo, murió un Hombre Noble, natural de la misma Villa de San Clemente, llamado Martín Ruiz de Villamediana: y en su testamento, que otorgó el día ocho del mes de octubre, del año de 1523 dexó determinado,que una Casa, muy capaz, que él avía heredado de un deudo suyo, y al presente, servía de Hospital, para recoger los pobres, ésta se convirtiesse en un Monasterio de nuestra Orden: añadiendo que si el Monasterio, fuesse de Santa Clara, dexaba también, de su misma hacienda, para ayudar a formarle veinte mil maravedís, y si fuesse de la Tercera Orden, diez mil. Como las referidas Beatas, se hallaban sin Casa, para su habitación determinaron, con parecer de los Prelados, admitir esta limosna, y aplicarse a poner, dicha Casa, en forma de Monasterio; lo que se consiguió, con ayuda, de algunas otras devotas Personas, y por la buena disposición, de la dicha Religiosa, Sor Ana Sánchez. Estuvo, esta Venerable Muger, governando este monasterio 20 años; en los quales padeció, indecibles trabajos, los más de ellos, ocasionados de la la repulsa de la dicha Melchora, la que, para esto, no olvido al Monasterio, ni á sus Habitadoras. Passados los dichos 20 años, se bolvió esta Religiosa, á su Monasterio de Infantes, en el qual acabó la carrera de esta mortal vida, con grandes créditos de Santidad, como bolveremos a escrivir, con más dilatada pluma, conformándonos al orden chronológico. La antigüedad de este Monasterio de S. Clemente, señalan, y determinan, assí el Illmo. Señor Gonzaga, como el R. P. Laguna, á este año referido, de 1523, en el qual otorgó su Testamento, el dicho Cavallero Villamediana; pero ciertamente, me parecía a mí, devérsele dicha antigüedad, desde el año, en que el M. R. P. Provincial, de esta Provincia, admitió, dicho Ministerio, á su obediencia: y á lo menos, desde que entró en él, la referida Religiosa, Sor Ana Sánchez.

Passados algunos años, vino este Monasterio, de San Clemente, á una notable, y lastimosa pobreza; á cuyo tiempo una Señora, muy principal, llamada Doña Isabel de Pedrola, hija del Comendador Tristán Ruiz de Molina, y, de doña Catalina Suárez, vecinos de la Villa del Castillo de Garcimuñoz; aviendo quedado Viuda, de un Hombre Noble, llamado Rodrigo Pacheco, vecino de la villa del Cañavate, despreciando quanto el mundo aprecia, se retiró a este Monasterio, a poner fin el curso de su vida mortal. Llevó esta Señora, consigo, como unos doce, ó catorce mil ducados, en diversas possessiones: y con esto, pudo repararse el Monasterio, y assimismo dar principio á la Iglesia, que aún no la tenían. Estas Religiosas o Beatas, como no guardaban clausura, por este tiempo, passaban todas, en Comunidad, al Convento de N. P. S. Francisco, que está muy cercano: y allí, recibían los Santos Sacramentos; y las que murieron, hasta aquel tiempo, se enterraron en nuestra Iglesia. Por esta razón, aviendo muerto la dicha Doña Isabel de Pedrola, antes que se finalizase la dicha Iglesia de dicho Monasterio, dexo dispuesto, que fuesse depositado antes que se finalizasse la Iglesia de dicho Monasterio, dexó dispuesto, que fuesse depositado, su cuerpo, en la de nuestro Convento, y finalizada la nueva de su Monasterio, se trasladasse á ella, como con efecto, se executó, el día 23 de Abril, del año de 1606. En el de 1586 siendo Provincial de esta Provincia, el M. R. P. Fr. Juan Malo, tomaron, estas Beatas, el Velo, y assimismo, hicieron el voto de clausura. El Título de este Monasterio, es la Assumpción de N. Señora: y suelen habitarle, ordinariamente, unas 30 Religiosas, aunque el tiempo, y otras circunstancias, varían este número. 



BNE, 2/1127-2/1129. ORTEGA, Pablo ManuelChrónica de la Santa Provincia de Cartagena, de la Regular Observancia de N. S. P. S. Francisco. Volumen I. Libros III y IV. Entre 1740 y 1753. Pp. 123 a 125 y 163 a 165


Imágenes:
(1) José García Sacristán
(2) Jesús Pinedo
(3) y (4) San Clemente: sus plazas y conventos
(5) Convento de San Francisco, http://www.descubrecuenca.com/
(6) Convento de Clarisas, http://cofrades.sevilla.abc.es/