El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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sábado, 20 de enero de 2024

EL INFORTUNIO DE LUIS POLVOROSA, MAESTRO DE LATINIDAD DE LA VILLA DE SAN CLEMENTE

 Debía ser tal el control de la enseñanza por los jesuitas en la villa de San Clemente, que, cuando fueron expulsados, la villa quedó huérfana de maestros. En 1810, Luis Polvorosa recordaba cómo había ejercido de catedrático y maestro de latinidad en la villa manchega durante cuarenta y un años; ahora, imposibilitado para la docencia y en un pueblo devastado por los franceses, pedía una pensión al Consejo de Castilla. Don Luis Polvorosa se presentaba en su petición sumisamente y como un humilde vasallo y su carta llegó hasta Cádiz o, mejor dicho, sus dos cartas, pues fueron dos veces, en junio y agosto de 1810, las que suplicó en tanto su expediente quedaba perdido en medio de la guerra y de otros papeles para no ser contestado nunca, más allá del habitual "infórmese". Era tal su humildad, que, en su petición, recordaba que aunque la pensión solicitada fuera "hasta el fin de su vida, que por mucha ancianidad será breve"; si bien con un poco de sorna no olvidaba que el destinatario de su solicitud era "una agitada monarquía".

Los jesuitas dominadores de la enseñanza en San Clemente habían sido expulsados de esta villa en 1767 y con su expulsión quedó la villa sin una educación, controlada hasta ese momento por los seguidores de San Ignacio de Loyola. No tardaría el gobierno en sustituir a los jesuitas por otros educadores. En 1769, convoca una oposición para cubrir la cátedra de latinidad de San Clemente. Un total de siete opositores acuden al examen, que se publicó por edictos en toda Castilla, consiguiendo la plaza Luis de Polvorosa, una persona foránea de San Clemente, del que no sabemos su origen, más allá de que nos dice que "se expatrió de Castilla", para acudir a San Clemente. A las enseñanzas de don Luis acudían niños de San Clemente y de los pueblos vecinos; ejerciendo su cátedra estuvo cuarenta y un años, hasta que viejo y ciego se vio imposibilitado de ejercer la enseñanza. Cuatro horas de enseñanza por la mañana y cuatro por la tarde, durante esos cuarenta y un años, hasta reconocer "que se la debilitado la cabeza, que padece accidentes vertiginosos y tanta falta en la vista que no puede leer ni escribir". El pobre maestro era objeto en su vejez de la burla de sus alumnos: "los jóvenes vilipendian al maestro y pierden el fruto de la enseñanza para lo que es tan necesario el vigor de la persona como pericia en el arte".

Un hombre, además, además honrado, pues siempre había vivido con su sueldo de nueve reales, rechazando los estipendios de sus alumnos o sus padres. Ahora, en su vejez, la invasión del pueblo por los franceses lo había dejado en la ruina, "con solo el vestido puesto", y con las cargas familiares de una hija paralítica de treinta años y una esposa tullida de setenta y ocho, con "un muslo tullido, huyendo de los franceses". Pero don Luis tenía su orgullo, y, en su segunda carta, ya no se quejaba de sus alumnos sino de los " mal intencionados que en el día mandan en el pueblo" a los que acusaba de deponerle en su Magisterio u obviar la petición de una jubilación para su persona "y privarle de la dotación de trescientos ducados que de orden de V.A. ha percibido unas veces en Madrid y otras en Cuenca", dejándole en un estado de mendicidad, después de haber dedicado a la enseñanza dos tercios de su vida. Don Luis Polvorosa no tendría respuesta.


Archivo Histórico Nacional, CONSEJOS,12002,Exp.8

sábado, 27 de marzo de 2021

De un estudiante motillano en Alcalá de Henares

 Bernabé González había estudiado gramática en su tierra de origen Motilla del Palancar,; ahora, en 1620, ya llevaba andados dos cursos de artes en la Universidad de Alcalá de Henares. Pero estudiar en Alcalá suponía un sobrecoste para sus padres, Lorencio González e Isabel Resa, que se vieron obligados a cederle un solar cercado con doce pies de olivos y 443 reales de una deuda de Alonso de Perea, 125 reales de otra deuda de Antón López y otros 98 reales de Isabel Gómez y a vender unas propiedades en Santa María del Campo. Poco tenía que ver esta sociedad motillana con la de comienzos de siglo: si en la primera mitad, se levantaban haciendas y patrimonios; desde la segunda mitad, tras la crisis de los años cuarenta, deudas y préstamos a censo provocaban la ruina de esos mismos patrimonios.

Alejada de la tierra, la sociedad motillana procuraba formar a sus hijos en el oficio público. Bernabé González estudiaba artes y lógica en la Universidad de Alcalá en los años 1618 y 1619; junto a él otros motillanos llamados Juan Toledo y Juan García y sus estudios dependían de un cercado de olivos legado por un tío cura, más preocupado de gozar unas rentas en vida que de levantar una hacienda agraria.

Destaca la mezcolanza del paisaje agrario y urbano en Motilla del Palancar. El cercado de olivos estaba integrado en el casco urbano, lindaba con una calle pública, con unas casas de Benito Martínez Tendero y un cebadal de Alonso Martínez Parreño. El cultivo de olivares se había extendido desde mediados de siglo XVI, sustituyendo en el uso culinario a la manteca, pretendiéndose con su cultivo acabar con la dependencia del aceite procedente de Andalucía y cuyo comercio se controlaba desde Hellín.

Las disputas por las herencias estaban a la orden del día. Bernabé González había entrado en pleitos por la herencia de su tío materno, el clérigo Pedro de Resa, con su tío político llamado Alonso Martínez Parreño, cuñado de Lorencio, que había compartido con el padre de Bernabé la herencia del clérigo, correspondiéndole la mitad de las piedras del cercado. El cercado fue dividido a partes iguales entre los cuñados, pero Alonso quitó las piedras de la cerca sin contar con la otra parte para ampliar su cebadal: el valor de la piedra quitada se cuantificaba en doscientos reales. El hecho no solo muestra la falta de piedra para la edificación en Motilla, sino la desigual apuesta de los cuñados. Si Lorencio había apostado por los olivos y la propiedad cercada, su cuñado Alonso lo había hecho por un cebadal, pero su decisión no afectaba solo a sus intereses, pues al dejar abierto el campo, el olivar no tenía futuro, objeto de la codicia ajena y de la intromisión de los ganados. Es algo parecido a lo que ocurrió en San Clemente, donde se decidió a mediados del quinientos plantar un pie de olivo por cada cuatro viñas. Más allá de la proclividad del suelo para este cultivo, una vez acabada la vendimia los ganados no respetaban olivos plantados en medio de los majuelos, desprotegidos de ordenanza alguna, y en unos años acabaron con este experimento oleícola en la Mancha conquense.

El fracaso agrario de la Mancha conquense solo es comparable a la confusión jurídica vivida en el momento. Al ser estudiante en Alcalá Bernabé González, y como cesionario de los derechos de su padre (cesión intencionada, sin duda) el pleito con su tío político derivó a la jurisdicción privada de la Universidad. La sentencia mostraba la ineficacia de esta multiplicidad de jurisdicciones: el provisor de Alcalá condenaba a Alonso Martínez Parreño a devolver las piedras al cercado y levantar de nuevo el muro. La realidad es que las piedras formaban ya parte de las edificaciones de los vecinos y que el cumplimiento de la sentencia dependía de la justicia ordinaria de Motilla del Palancar, que es tanto como decir de los equilibrios de poder e intereses en la villa. Y es que los proyectos universitarios eran tan frágiles como los ensayos agrarios eran tan frágiles como los ensayos agrarios.


AHN, UNIVERSIDADES,190,Exp.16.  Pleito de Bernabé González, estudiante de la Universidad de Alcalá, contra Alonso Martínez Parreño, vecino de la villa de Motilla (Cuenca), sobre el deslinde de un cercado en Motilla propiedad de Bernabé González, cesionario de su padre Lorencio González