El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

Imagen del poder municipal
EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

jueves, 30 de junio de 2022

Diego López Pacheco y Hernando del Castillo

 Cuando Juan Álvarez de Toledo, regidor de Cuenca y capitán real de las tropas concejiles de la ciudad de Cuenca visitó a don Dego López Pacheco en la fortaleza de Alarcón, el marqués de Villena era un hombre acabado. De hecho, reconocía ante el regidor conquense su enfermedad, que no era otra que el hambre. Esta segunda guerra del Marquesado, que se había iniciado cuando el gobernador Frías atacó la fortaleza de Chinchilla, no la quería nadie. El rey Fernando comprendía que la guerra no podía deslizarse por los vericuetos de la subversión social y en ese sentido parecían ir las juntas de Corral Rubio, pero la reina Isabel era de otro parecer y no cejaba en el tono inflamatorio de las cartas de la primera guerra y que ahora trasladaba a las cartas de comisión de sus capitanes Pedro Ruiz de Alarcón y Jorge Manrique. Pero esta vez, la guerra no era contienda de caballeros, ahora era enfrentamiento civil en los campos y en las pequeñas villas manchegas. La segunda fase de la guerra del Marquesado fue ante todo una guerra conquense y la batalla se dio en los campos; fue guerra civil de hombres que se conocían de toda la vida y ahora dirimían quién había de dirigir las sociedades futuras.

La figura de Hernando del Castillo se enaltece y eleva sobre un Diego López Pacheco que expresa su temor a la muerte y que, acobardado, ve como única salida la huida a Francia. Es Hernando del Castillo el que quiere la guerra. Se nos dice que es una lucha entre sebosos y almagrados; conversos y cristianos viejos. No, pues la afiliación a los bandos cambia en unas sociedades que apenas llegan a doscientos vecinos y están obligados a convivir y entenderse. Estamos ante el parto de nuevas sociedades rotas desde mediados de siglo. Aquellos pueblos rurales de 1445, dominio de pequeños labradores, viven a mediados de siglo un proceso de usurpación de los bienes comunales y las dehesas a favor de los hombres del marqués. Nuevas realidades nacen y los hombres alinean su vida en torno a ellas. Don Diego López Pacheco negocia en la Corte el mantenimiento de sus rentas, pero sus criados, sobre terreno, mantienen y no renuncian al disfrute de ellas, como tampoco los viejos enemigos renuncian a ampliar sus haciendas sobre el enemigo vencido. Se nos cuenta la guerra de las fortalezas en los dos años primeros de la contienda, pero no se llega a entender la nueva guerra en los campos que no lucha por los castillos sino por la posesión de la tierra. Pueblos saqueados, ganados robados, destrucción de cosechas, venganzas personales, ... pero hay una certeza, quienes posean la tierra de las dehesas vírgenes de Alarcón poseerán el poder en el futuro. Mantener las dehesas de Alarcón es más importante que mantener la fortaleza misma; está en juego la existencia del amplio alfoz de Alarcón, como lo está el control por su dominio y explotación. Hernando del Castillo lo sabe y sabrá jugar con las fidelidades mutables que la lucha por la tierra genera. Quizás lo sepa también la reina Isabel, pues de las rentas de la tierra dependerá la proyección de su reinado. Quienes no saben o no quieren ver son los viejos caballeros del pasado; un marqués de Villena o un Jorge Manrique se mueven en el respeto a la lealtad o los pactos caballerescos. El alcaide de Alarcón, Hernando el Sabio, sabe que es una guerra a cuchillo; lucha por la tierra que continuará después de firmadas las concordias. Las nuevas villas ya han conseguido desde 1476 jurisdicción ahora quieren tierra de su propiedad sobre la que ejercerla

domingo, 26 de junio de 2022

Ocaso de Alarcón

La idea de un Alarcón vencido por la guerra del Marquesado y condenado a una postración irremediable casa mal con los hechos históricos. La imagen decadente de Alarcón quizás sea más válida para Castillo de Garcimuñoz, que a comienzos del siglo XV vio como las familias nobiliarias abandonaban la villa, su régimen municipal de los veinticuatros, fundado en el fuero de Sevilla, era abandonado por falta de principales para cubrir ese cupo. La peste de comienzos de 1508 hacía el resto, provocando la ruina y abandono de alguna de sus aldeas como Torrubia. Para 1520, el Castillo de Garcimuñoz era una sociedad destrozada; los años inmediatamente anteriores había llevado a las cárceles inquisitoriales y a la hoguera a algunos de sus vecinos y sus sambenitos, símbolos de su condena y testimonio oprobioso para sus descendientes, colgaban de la puerta de la iglesia de San Juan: Catalina Alonso, mujer de Alonso de Peñafiel, quemada en 1519; Constanza de Peñafiel, mujer del escribano Hernán Sänchez de Origüela, quemada; Catalina de Origüela, mujer de Alvaro de Huerta, reconciliada el año 1518, y su hermana Maria de Origüela, mujer de Alonso del Castillo, reconciliada el año de 1521; los sambenitos de las dos hermanas colgaban junto a los de sus dos maridos. La persecución inquisitorial de Castillo de Garcimuñoz es más sangrante si vemos sus ramificaciones familiares en Cuenca o San Clemente.

Juan Rosillo, allá por 1642, recordaba el parentesco de estos Origüela con los de San Clemente y la suerte de uno de sus miembros, Luis Sánchez de Origüela, un librepensador adelantado a su tiempo que se mofaba de las imágenes religiosas, y cuyo sambenito con las palabras quemado aparecía junto a los de otros once en la iglesia de Santiago de la villa de San Clemente. Tirando del hilo, y dado el parentesco de estos Origüela sanclementinos con los Molina de Cuenca (Pedro Sánchez de Origüela había casado con Aldonza Sánchez de Molina a mediados del siglo XV y un nieto suyo, Hernando, con Ana de Molina), Juan de Rosillo había llegado a un éxtasis acusatorio donde la retahíla de molinas procesados por la Inquisición era interminable y  apuntaba a la progenie de Sancho de García Molina, llamado el pastor, y cuyos herederos, allá por 1640, se tenían por respetables hombres del gobierno de la ciudad de Cuenca  y cristianos viejos. Claro que la relación acusatoria de Juan de Rosillo era demoledora: 

Ana de Molina es hija de Alonso Núñez de Molina y Juana Núñez, reconciliados, vecinos de Cuenca, cuyo San Benito está en dicha ciudad y donde el apellido ay los sanbenitos siguientes: Alonso López de Molina, judayçante quemado, Alvaro de Molina, judayçante quemado, Aldonça la de Fernando de Molina, judayçante reconciliada, Catalina de Molina hija de Hernán López de  Molina, judayçante quemada, Constança, mujer de Francisco de Molina, jurayçante reconciliada, Diego de Molina, padre de Álvaro de Molina, judayçante quemado, Juana de Molina, judayçante quemada, María Alonso, mujer de Alonso de Molina, judayçante reconciliada, Ysabel de Molina, mujer de Juan de Molina, judayçante reconciliada, Ysabel, mujer de Hernán López de Molina, judayçante reconciliada, Ysabel, mujer de Juan de Molina Calacarrecio, judayçante reconciliada, Juana Núñez, mujer de Alonso Núñez de Molina, escribano, judayçante reconciliado
Este Juan de Rosillo era descendiente directo de Juan López de Rosillo, conocido como el reductor del Marquesado de Villena, que había acompañado al mismísimo don Jorge Manrique, dando la libertad a las villas del sur de Cuenca en la guerra del Marquesado. Ahora, aunque alcalde de la villa de San Clemente en su tiempo, veía cómo hombres de dudoso origen, tal era Francisco de Astudillo Villamediana, tesorero de rentas reales, se alzaban con el poder real en la villa, pues ponían su dinero al servicio de una Corona, agobiada financieramente en 1640, por la rebelión catalana. La enemistad que procuraba al advenedizo iba seguida de una andanada de acusaciones, que denunciaban el ascenso social de nuestro personaje Astudillo por el entroncamiento de sus ascendientes con los conversos más conocidos de la comarca. Ni en una resma de papeles era posible incluir los ascendientes judíos de Astudillo: a los origüelas y molinas, se sumaba su abuela Juana Fernández de Astudillo, natural de Iniesta y quemada en los años anteriores a las Comunidades.


Aunque si Castillo de Garcimuñoz debe recordar a alguno de sus antepasados es a Hernando del Castillo; como debe hacerlo Alarcón, de cuya fortaleza fue alcaide. Hernando del Castillo era llamado por sus contemporáneos como "el puto judío", por más que sus hechuras le dieran el sobrenombre de "el sabio". No se sabe nada de él y sus orígenes. Tan solo una certeza, era hijo de Violante González, "la blanquilla", cuyos huesos fueron desenterrados del convento de San Agustín en Castillo de Garcimuñoz para ser quemados en auto de fe en la Plaza Mayor de Cuenca en 1494. Este hombre, cuya fortuna en origen está ligada a sus servicios al maestre don Juan Pacheco, siempre ocultó sus orígenes. A partir del misterio, la fabulación: hijo de un aceitero, descendiente de los Castillo de la Trasmiera, o tal vez de los Origüela mencionados (de cuya sangre participaban los señores de Santa María del Campo y Santiago de la Torre).

La verdad es que muerto, todos se alejaron de su figura, incluidos los hijos. Una anécdota nos cuenta cómo el alcaide de Alarcón le tuvo que recordar sus orígenes a su hijo Diego, cuando pasaban por una de las calles de Castillo de Garcimuñoz, con las siguientes palabras
no te ensoberbezcas que ahí vendía aceite tu abuela
A este olvido contribuyó su condena inquisitorial en 1499, condena leve, pero que le obligó a abjurar de Levy  y a hacer penitencia en Belmonte. A la memoria de nuestro alcaide Hernando del Castillo no ayudaba su matrimonio con Juana de Toledo, hija de un famoso judío en su tiempo,el doctor Franco, y de cuya memoria renegaba su propio hijo Diego del Castillo que pretendía por madre una hija de don Alvaro de Luna.

Pero Hernando del Castillo siempre calló sus orígenes, por recelo hacia sus enemigos, sin duda; aunque también por considerarse a sí mismo un hijo de sus obras, que había ganado su posición social por sus obras. Y es que la figura de este hombre, nacido hacia 1420 y muerto en 1501, se asemeja poco al caballero bajomedieval y tiene más de condotiero del Renacimiento. Como caballero medieval pretendía haber ganado tal título en Pinos Puente, en una de las guerras de Granada; como condotiero, fue un intrigante, que, cómo el mismo decía, no había familia en la comarca que no lo odiara por haber colgado o acuchillado a alguno de sus familiares. Pero un condotiero con ambiciones de separase de la fidelidad debida a sus señores, los marqueses de Villena. A las donaciones de los marqueses, tierras y molinos, sumó los propios botines de sus escaramuzas guerreras para ampliar su hacienda a costa de las tierras de familias como los Valverde o los García. Se decía que al final de su vida poseía hasta trescientos pares de mulas.

Alcaide de Alarcón durante más de un cuarto de siglo; hoy no queda memoria del nombre del alcaide de Alarcón en esta villa. Ni una plaza ni una calle. Si buscamos la mejor habitación de su parador nos darán una que por nombre llaman del "marqués de Villena". !Qué injustos somos con el pasado! Don Diego López Pacheco raramente se pasaba por Alarcón y la pequeña corte de su padre, que era la de su madre María de Portocarrero, prefería deambular de Belmonte a San Clemente y el Castillo. La torre del homenaje de la fortaleza de Alarcón era la residencia de Hernando del Castillo; el espacio que hoy pretenciosamente ocupan los hospedados en la suite "marqués de Villena" no es sino la residencia habitual de Hernando del Castillo, que tal como reconocía ante los inquisidores en 1498, era una morada llena de angosturas, muestra de la austeridad de su vida. Nuestro enfermo alcaide, allá por los años sesenta, incluso encontraba por más cómoda la cabañuela que el físico judío Symuel había levantado a los pies de la torre para cumplir con los obligados preceptos de buen judío. Se dijo que doña Juana de Toledo y una de sus hijas perfumaban de orines la cabaña del judío desde lo alto de la torre, pero esa evacuación de excrementos debía ser práctica habitual.

Ni una placa que rememore a Hernando del Castillo en la villa de Alarcón, insistimos, cuando estamos ante la figura de uno de los conquenses más ilustres de la prosaica historia de esta provincia. Ni una calle que recuerde su nombre en la villa de Alarcón, cuando la propia villa de Alarcón le debe su existencia tras la guerra del Marquesado. Allá, en la concordia que firmó don Diego López Pacheco con los Reyes Católicos el uno de marzo de 1480, estaba presente el alcaide de Alarcón. No pudo salvar al entero su hacienda y perdió parte de ella, aunque Perona la intentó mantener por una fuerza contestada por los sanclementinos; pero salvo los términos de la villa de Alarcón, que por privilegio real de 25 de marzo de 1480 salvo la propiedad de las dehesas que se extendían por el sur, al lado de la ribera del Júcar y hasta los límites actuales de Albacete y un poco más allá, Tarazona y Villalgordo incluidos. Alarcón no perdió sus términos ni por guerras ni por sentencias, sino por el sencillo empuje de unos aldeanos jareños que roturaban sus dehesas y las convertían en tierras de pan llevar. Lo hacían con el dinero que les prestaban los Castillo a censo para comprar las semillas y los útiles de labranza necesarios; dinero que recuperaban como renta y como maquila en sus molinos del Júcar. Esos labradores también veían usurpados parte de sus beneficios como diezmos pagados a las cinco iglesias de Alarcón. O es que alguien piensa que la exuberancia de Santa María de Alarcón es deudora de los recursos de una villa de poco más de doscientos vecinos.

Alarcón debe su esplendor a unos labradores del sur, como les debe su ruina. Esos labradores de Quintanar, la Jara o Tarazona mudaron su condición de renteros en propietarios paulatinamente. El dinero del sur dejo de fluir para llenar las arcas de la villa de Alarcón. El legado del viejo alcaide de Alarcón era demasiado grande para ser sustentado durante mucho tiempo por sus incapaces hijos y nietos, que no veían intereses más allá de la tierra o villa donde se avecindaban. Su legado cayó en el olvido, como ha caído en el silencio  de los tiempos su figura. Tal vez algún día, al visitar Alarcón, el primer nombre que salga de los labios de los guías turísticos sea el de Hernando del Castillo y no ese otro de los marqueses de Villena, si no es para recordar a un suplicante Diego López Pacheco, que, suplicante, acudía ante nuestro alcaide para salvar sus estados.

sábado, 25 de junio de 2022

Juan Antonio Gracia, el sanclementino convertido a la fe mahometana (1732)

 Hoy vemos el pasado de las villas del sur de Cuenca como un conjunto de pueblos atrasados y sin historia, ajenas a lo que pasaba en el resto del mundo, pero a los hombres de los siglos XVI, XVII o XVIII se les hacían pequeños estos pueblos e iban en busca de fortuna por esos mundos. Así, es natural encontrar expedientes de sus vecinos repartidos por los archivos de otros países,

Tal ocurre en el Archivo Nacional de Portugal o de la Torre de Tombo, donde es posible encontrar las andanzas de varios vecinos del obispado de Cuenca. Uno de ellos es el sanclementino Juan Antonio Gracia, detenido por la Inquisición lisboeta, bajo la acusación de haberse convertido a la fe mahometana y vestir y practicar las costumbres de los moros. Juan Antonio Gracia era natural de San Clemente, hijo de Juan Gracia y Lorenza Sepulveda. Su padre era un asalariado, y en el primer tercio del siglo XVIII no debía ser ajeno a los constantes tratos comerciales de la villa conquense con la capital lisboeta; el hijo, trató de evitar el trabajo a jornal del padre y buscar la fortuna en la aventura militar como soldado, pero un hecho le cambiaría la vida: su apresamiento por los moros en la ciudad de Ceuta. Iniciaría nuestro hombre un periplo por ciudades Marruecos como cautivo de la morisma: primero en Tetuán, luego en Mequinez, para ser reducido a esclavo del Jerife y condenado a trabajos forzados. Nuestro paisano tuvo que adaptarse a las circunstancias para mejorar su situación, así que en los tres años de su estancia en Marruecos aceptó la fe musulmana y empezó a vestir y adoptar las costumbres de los moros.

Nuestro hombre, Juan Antonio Gracia, era un hombre nacido hacia 1700, y criado en el barrio del Arrabal de San Clemente. Sus padres lo habían bautizado en la iglesia de San Juan, una pequeña ermita en el mencionado barrio, situado en la calle del mismo nombre que hoy persiste, aunque este pequeño templo fue saqueado y destruido por las tropas napoleónicas. La advocación de San Juan es santo preferido del mundo converso, minoría muy presente, de la mano de la familia Origüela, en este barrio. Pero las indagaciones del Santo Oficio lisboeta iban en otra dirección: el barrio del Arrabal era un foco de marginalidad; sabedores de ello, los inquisidores lisboetas llevaron sus pesquisas a descubrir la genealogía de Juan Antonio Gracia. Pero nuestro protagonista tenía memoria olvidadiza; a igual que apenas si se acordaba de detalles de su cautiverio moro, más allá de andar vagando tres años por toda la Berbería en busca de una oportunidad para pasar a reinos cristianos, tampoco recordaba quiénes eran sus abuelos paternos o maternos. Se presentaba como un joven analfabeto, reconocía por su patria la villa de San Clemente, pero olvidaba toda su infancia y mocedad, para rememorar su presencia en tierra de moros, Mequinez y otras tierras de la Berbería. Decía no haber renegado de su fe católica, para declarar, a continuación, su fingimiento, "fingirse mouro". Afirmación vista por la Inquisición como apostasía, por más que Juan Antonio confesaba mantenerse apartado de las fiestas y solemnidades de moros y comer carne de cerdo a la menor ocasión. Pero los inquisidores lisboetas desconfiaban una y otra vez de este sanclementino, al que veían como un converso hábil, que había mutado su cautividad por sus servicios leales al jerife de Mequinez y gozado de una libertad de acción por todas las tierras de Berbería. No en vano, nuestro hombre empezó a ser conocido en tierras moras como Alí.
Juan Antonio Gracia se rindió a los inquisidores y comenzó a relatar su conversión al islam: tras una estancia de veinticuatro días en Tetuán había llegado cautivo a Mequinez; allí se le dio la bienvenida con una soga la pescuezo y atemorizado de morir colgado se aprestó a abrazar la fe de Mahoma, "temendo morte dijo e que nao matasen porque queria ser mouro". Convertido, consiguió la libertad, se casó con una mora, tuvo libertad de movimientos y pudo huir a tierras cristianas. Poco importaba a los inquisidores, a los que mantener la fe cristiana en su interior era una afrenta para quien había tenido la oportunidad de elegir el martirio en ese momento que la soga apretaba su pescuezo.

La realidad era que Juan Antonio García había conseguido escapar de tierras moras y llegado a Lisboa se había presentado voluntariamente ante el Tribunal del Santo Oficio, para "legalizar" su situación.

PROCESSO DE JOÃO ANTÓNIO GARCIA, Archivo nacional de Tombo, portugal, PT/TT/TSO-IL/028/00014

domingo, 19 de junio de 2022

RÍO JÚCAR








http://bibliotecavirtualdefensa.es/BVMDefensa/es/consulta/registro.do?id=99092

Mapa del Curso del rio Jucar desde su nacimiento hasta su desembocadura [Mapa]
Archivo Cartográfico de Estudios Geográficos del Centro Geográfico del Ejército — Colección: PCGE — Ubicación: AR — Signatura: Ar.E-T.9-C.4-285 bis — Código de barras: 2206651

 

TARAZONA DE LA MANCHA, 1875


http://bibliotecavirtualdefensa.es/BVMDefensa/es/consulta/registro.do?id=115706

Planimetría de los alrededores de Tarazona / Instituto Geográfico y Estadístico

Aparece: 'V.B. El Director general Ibañez', con firma y rúbrica
Manuscrito a plumilla en tinta negra, carmín y azul
Figura en el margen inferior derecho: 'Estos trabajos han sido ejecutados en Noviembre de 1873. Concuerda con el original que obra en el Archivo topográfico. Madrid 23 de Agosto de 1875. El Jefe del Negociado 4. Francisco...', con firma y rúbrica

MINGLANILLA, 1885

 



http://bibliotecavirtualdefensa.es/BVMDefensa/es/consulta/registro.do?id=103860


Plano del Campo de Batalla de Minglanilla [Mapa] / Minglanilla 15 de Marzo de 1885 El Comandte. de E.M. Fidel Tamayo, El Teniente del Cuerpo Franco. Fernández Haro

sábado, 18 de junio de 2022

EL GOBIERNO CONCEJIL DE ALARCÓN Y CASTILLO DE GARCIMUÑOZ

 EL GOBIERNO CONCEJIL DE ALARCÓN Y CASTILLO DE GARCIMUÑOZ

En las villas de realengo del marquesado de Villena, el gobierno municipal quedó en manos de los pecheros, o, a mejor decir, de los posteros, aquellos que contribuían con determinado nivel de impuestos a los gastos de la comunidad. En San Clemente, el gobierno municipal quedaba a inicios de 1500 en manos de sesenta familias, aunque no era extraño ver concejos abiertos. Los que tenían vetado el acceso a los oficios públicos eran los hidalgos, al fin y al cabo, no contribuían.
Ese acceso a los cargos concejiles sí que lo tenían reservados los hidalgos en Alarcón y en Castillo de Garcimuñoz, aunque la reforma del gobierno de Alarcón (y sus cuatro alcaldes) corresponde a Sancho IV, había sido Alfonso X quien había institucionalizado un cuerpo de 36 caballeros aguisados, que por rotación trienal y en grupos de doce copaban el gobierno municipal y las caballerías de sierra. En Castillo de Garcimuñoz, asimismo como en Belmonte, y a imitación de las ciudades andaluzas el gobierno quedó reservado a los veinticuatro. Un grupo de los principales en ese número se repartían el poder local rotatoriamente en periodos trienales. Los veinticuatro se establecieron con las ordenanzas de 1497, que reconocían el derecho de estos veinticuatro, hidalgos y con rentas superiores a 40000 mrs. a nombrar dos regidores más del estado de labradores entre seis propuestos (la apertura a los labradores también se daría en Alarcón). El gobierno de los veinticuatro tenía sus antecedentes ya en tiempos del escribano Fernán Sánchez de Origüela, al que tenemos datado desde finales del primer tercio del siglo XV, pero la llegada de don Juan Pacheco supuso previsiblemente el fin de esta forma de gobierno, más preocupado por colocar a sus paniaguados y aprovechando que en el Castillo a diferencia de Alarcón se exigía un determinado nivel de renta y contribución. No olvidemos que en Castillo de Garcimuñoz todos pagaban impuestos, hasta el mismo marqués de Villena en sus estancias.
Aunque podamos ver cierta similitud entre los gobiernos de Castillo y Alarcón, nada más alejado de la realidad. Los 36 aguisados de Alarcón respondían a su fuero de frontera y trataba de premiar a aquellos que manteniendo armas y caballo hacían de la guerra su oficio; los veinticuatro de Castillo de Garcimuñoz respondían a una tradición más restrictiva, la del Fuero Juzgo, llegado a estas tierras como Fuero de Sevilla

domingo, 12 de junio de 2022

Francisco Torralba, inventor de El Castillo de Garcimuñoz

 Francisco Torralba, natural de Garcimuñoz, presentó a la Casa de Contratación dos ingenios para su uso en las Indias para desaguar minas y navíos

  1. "Deventalle" colgadizo de metal que sube y baja por toda la bomba
  2. La vara
Francisco Torralba obtendría licencia para su uso en Indias durante diez años el 13 de agosto de 1588

AGI, INDIFERENTE,426,L.28,F.4R-5R

El puente de Talayuelas y el Castillo de Garcimuñoz

 El control del puente de Talayuelas correspondía al señor de Valverde, Hontecillas y Talayuelas don Jorge Ruiz de Alarcón. Andaba en conflictos con el Castillo de Garcimuñoz y su tierra, a cuyos vecinos se les quería hacer pagar el pontazgo. Al conflicto del puente se sumaban el año 1579 otros como el aprovechamiento del carrascal de Lope.

El 28 de febrero de 1579, El Castillo de Garcimuñoz demandó en la Chancillería de Granada a don Jorge Ruiz de Alarcón por los derechos de pontaje que llevaba  a sus vecinos por atravesar con sus bestias el puente de Talayuelas. Para hacer efectivo el cobro, don Jorge había colocado allí pontagueros. La Chancillería de Granada emitiría provisión de emplazamiento que sería comunicada por el escribano de Cañavate Jerónimo de la Jara al procurador síndico de Castillo Andrés de Soria y al propio Jorge Ruiz de Alarcón, en su casa de Valverde, un 22 de marzo de 1579.

Jorge Ruiz de Alarcón consideraba el puente de Talayuelas como parte integrante de su mayorazgo, culpando a sus antecesores de negligentes por no haber cobrado derechos a los vecinos de Castillo de Garcimuñoz al paso del puente. El 14 de abril de 1580, el tribunal granadino fallaba a favor de los vecinos de El Castillo y sus aldeas y contra el señor de Valverde.

No aceptarían los señores de Valverde la sentencia que apelarían. Mientras el concejo de Castillo de Garcimuñoz andaba enzarzado en múltiples pleitos: el puente de Talayuelas, el carrascal de Lope, en término de Valverde, la defensa de sus derechos para que no actuaran en sus términos alcaldes entregadores, en este caso al parecer por la intromisión de la justicia mesteña en la dehesa de la Rubializa y un oscuro asunto en el que se acusaba a un receptor llamado Grajales de haber forzado el archivo de la villa. Durante los pleitos, las diferencias de El Castillo se habían acrecentado con sus aldeas que se negaban a pagar su parte en las costas de los pleitos.



Carta de poder de los alcaldes de los lugares de la tierra de Castillo de Garcimuñoz, dada en esta villa a 24 de marzo de 1579

  • Bartolomé de Ávila y Pedro Moreno, alcaldes de Almarcha
  • Martín Gómez y Bartolomé Blas, alcaldes de Pinarejo
  • Pedro Mogorrón, alcalde del lugar de la Puebla
  • Pedro Santos Cuenca, alcalde en la granja de la Nava
  • Juan de Moya Ramírez y Gonzalo Saiz, alcaldes de Torrubia
Concejo de Castillo de Garcimuñoz de 17 de abril de 1581, con ausencia de representantes del estado de los labradores
  • Doctor González Caballón, Juan de Lara Proaño, alcaldes ordinarios
  • Alonso de Avilés y Pedro de Araque, regidores
  • Alonso Méndez Sotomayor, alguacil mayor
  • Antonio Cejalbo de Alarcón, almotacén
  • Pedro de Torrijos, procurador síndico
Todos ellos hijosdalgo. Solía haber dos regidores más por el estado de los labradores

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA, PLEITOS CIVILES, 1376-12

domingo, 5 de junio de 2022

EL MERCADO DE SAN CLEMENTE

 Veo las imágenes del mercado medieval-renacentista de la villa de San Clemente, con un poco de maldad diría que es lo uno o es lo otro, pero justamente para reconocer a continuación que el ignorante es el que escribe y que ese mercado, medieval o renacentista, tiene una continuidad histórica. San Clemente es una pequeña Albion en miniatura, o lo fue; San Clemente es una república de tenderos. República porque el comercio antaño se movía en categoría éticas de justo precio y el lucro cesante y como todas las actividades de los hombres buscaban un bien común.


Hoy el mercado sanclementino es un foco de atracción turística, pero este espíritu bastardo de búsqueda del interés particular no era ajeno a la tradición histórica. La obsesión por un mercado franco no es ajena a esa tradición histórica. Las villas buscaban un lugar y un momento, que solía ser los jueves, para, previa obtención de licencia regia, obtener exención de pago de tributos, en aquellos tiempos no pagar alcabala, un 10% ad valorem del precio de los productos. Esos mercados están impregnados en la mente de los hombres y mujeres. A mi memoria viene cuando, como si fuera ritual, acudía con mi madre al rastro que se celebraba una vez a la semana en el barrio de las Quinientas. Aquel mercado parecía tener un valor taumatúrgico para engañar las miserias económicas familiares.
Si volvemos a la Historia, la comarca de nuestro estudio tuvo sus mercados francos. Primero fue Alarcón, pero como era penoso subir a ese risco, el mercado de los jueves se trasladó a Cervera del Llano, que mal que se desarrollaba por el peligro de la morisma. Y en esas llegó Castillo de Garcimuñoz, en la que todos quieren ver glorias militares, pero, en realidad, su nacimiento y esplendor es fruto de esos comerciantes, que Pirenne llamó pies polvorientos. Si alguien lo duda, que se pregunte por qué a El Castillo se le llamó Garcijudea.

San Clemente que importó todo de Castillo de Garcimuñoz para dejar de ser un pueblo de labriegos: sus actividades, su cultura y la sangre fenicia de sus habitantes, quiso tener también su mercado franco y al calor de la guerra del Marquesado consiguió su mercado franco de los jueves el día dos de septiembre de 1476. Hasta Segovia fueron Juan López Rosillo, Diego de Montoya y Martín López para conseguirlo. Junto al privilegio de mercado franco en sus alforjas traían el título para la villa de no ser enajenada de la Corona real. Una y otra cosa eran el símbolo de los nuevos aires de libertad. Debieron pensar los Reyes Católicos, apremiados por las necesidades financieras de las guerra de Granada , que había demasiados mercados francos en Castilla, así que trataron de abolirlo, pero San Clemente, a diferencia de otras villas del Marquesado de Villena, mantuvo el suyo. Y hace poco hemos sabido que Villanueva de la Jara también... y más cosas sabríamos si su archivo no hubiera sido destrozado por las guerras. No se podía eliminar lo que ya existía. Isaque el judío que colocaba su tenderete en lo que hoy es la posada del Reloj, debió pensar que no había suficientes reyes para cesar en su negocio. Primero el negocio, luego los principios; por esa razón no dudaría en convertirse a la verdadera religión antes que perder sus mercadurías.

Pero la Plaza Mayor de San Clemente, la actual y la del pósito, era unos cuantos mesones y tiendas sin geometría alguna, donde se vendía pan de horno, como se derramaba el aceite o vino comerciados, si es que no se despellejaban y degollaban reses de ganado con un tufo maloliente. Además, vaya lugar para comerciar si el cementerio estaba anejo a la presente iglesia. El mercado se tuvo que desplazar y lo hizo allí donde se encontraban los caminos: en la confluencia de la actual calle Feria y la llamada de las Almenas, cuyas formas aún recuerdan las tapias del palacio del marqués de Valdeguerrero. En ese espacio confluían los caminos que venían del sur, de la ya decaída Alcaraz y su más potente Villarrobledo -que ahora se abría a la Mancha ciudarrealeña- y los caminos que vía Alarcón y Vara de Rey venían de Cuenca. En este último camino, los franciscanos, una orden nacida al calor de los mercaderes, como era el padre del fundador, esperaban a los regatones y buhoneros, mientras que en el camino del sur, la ermita de la virgen del Remedio recordaba al viajero que el pobre poblachón manchego era una república orgullosa.

Tal vez no fuera ese el camino elegido por Martín Ruiz de Villamediana o los hermanos de la la Fuente, llegados de tierra de Campos, pero fueron ellos, mercaderes, los que dieron al paleto San Clemente del año 1500 una proyección que sitúo a la villa en el centro político de España. Era algo más, supieron introducir a San Clemente en los circuitos internacionales del comercio y supieron hacer del mercadeo una actividad estable: las casas familiares se abrían a las calles con dos puertas, una para la entrada al hogar y otra para mercadear, tal como habían aprendido de la comunidades judías de Trancoso en Portugal. Esa fue la geografía urbana que se extendió por el barrio del Arrabal, auténtico motor económico de la villa sanclementina y de sus esplendor en el Siglo de Oro. Incluso San Clemente, trató de emular a una ya decaída Medina del Campo en los años finales del quinientos. Al calor de la actividad artesanal de sus moriscos, establecidos en el Arrabal, y donde la familia Origüela mantenía esa mentalidad fenicia del comerciante, llegaron los judíos portugueses. Hasta San Clemente llegaron los objetos de lujo que desde Lisboa o vía esta ciudad, desde Amsterdam, llegaban al corazón de la Mancha conquense, a través de una última etapa en Madrid o las ferias de Mondéjar. Hasta podríamos hablar de un "fondaco" de los portugueses a imitación de ese de los Tudescos, pero los portugueses traían demasiadas novedades: una vida licenciosa, que no respetaba clausuras de conventos, su afición desmedida al juego y su libertad de acción y pensamiento. Se habían procreado tanto como los comisarios y familiares inquisitoriales, pero para desgracia suya ganaron la apuesta los segundos.

Luego llegaron los Borbones y su feria franca del mes de septiembre, pero esa feria ya existía de trescientos años antes. Como siempre los Borbones llegan a todos los lugares llenos de bonhomía y a destiempo