El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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sábado, 30 de diciembre de 2023

Francisco de la Madre de Dios, natural de Sisante

 Francisco de la Madre de Dios, natural de Sisante, partido de San Clemente, alto de cuerpo, delgado y trigueño, de 24 años. Pasa a Indias, a Nueva España, a profesar en los conventos de la provincia carmelitas descalzos de San Alberto. Año 1682


Archivo General de Indias, CONTRATACION,5445,N.1,R.56


lunes, 12 de octubre de 2020

Convento de San José y Santa Ana de Valera de Abajo

 


Se tiene a Ana de San Agustín como fundadora del convento de San José y Santa Ana de Valera de Abajo, que en 1617 se trasladaría a la villa de San Clemente, y a Luisa Carrillo de Alarcón como dotadora de bienes para este convento. El testamento de Luisa Carrillo, además de aportar la hacienda de Valparaíso y Torrejoncillo y otros bienes, se considera a sí misma como fundadora del convento y, en un principio, deja como patrono de las obras pías y memorias legadas a su hermano Fernando Ruiz de Alarcón, señor de Valera de Abajo y la Losa, asimismo nombrado junto a su mujer Catalina de Gaitán Ayala como albaceas testamentarios. El convento ve incrementar sus rentas por la concesión de un juro de 150000 maravedíes, dividido en dos partes, para las monjas del convento y la priora. El cargo de priora y el patronato de dicho convento ha caído para 1615 en poder de la madre Ana de San Agustín, hasta que el año 1617 el patronato del convento recae en manos del nuevo señor de Valera de Yuso, Diego Melgarejo.

El convento se trasladaría el 21 de enero de 1617 de Valera de Abajo a San Clemente por escritura otorgada por su fundadora María Carrillo, con licencia del Padre general de la orden carmelita, nombrándose patrono del convento a don Diego Melgarejo, señor de Valera de Abajo. El nuevo patrón exigió a Ana de San Agustín que entregara su parte del juro de 150000 maravedíes que poseía como priora del convento, que era tanto como decir que dejara su cargo de priora del convento

 

Aunque los grandes beneficiarios poco después serían Juan Pacheco Guzmán y su mujer Elvira Cimbrón, que no debieron ser ajenos a la decisión de trasladar el convento a San Clemente. Recordemos que Elvira Cimbrón recibió la manda testamentaria de fundar el Carmen descalzo en San Clemente de su tío Francisco de Mendoza y que detrás de estos apellidos tan diversos (Pacheco, Mendoza o Cimbrón) se esconden los biznietos y herederos de Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón... unos judíos, pues, grandes benefactores de la Iglesia.

 

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Testamento de Luisa Carrillo de Alarcón, de 11 de junio de 1602 (hija de Melchor Carrillo de Alarcón e Isabel de Zuñiga), adopta el nombre de Luisa de Jesús María como monja.

·        Deja dos censos de 500 reales de renta, con un interés de 14 al millar, para dorar y pintar el retablo de la capilla familiar de Valera de Yuso, y acabada esta tarea se gasten en retejar las ermitas de Valera de Yuso y en la sacristía de la iglesia parroquial, y en limosnas para los pobres

·        Lega a su hermano Fernando Ruiz de Alarcón la hacienda de Vaparaíso y Torrejoncillo que comprende un heredamiento, casa, viña y molino, junto a un oficio de escribanía del número, con condición que de un principal de 7020 ducados se emplee en juros con una renta anual de 390 ducados para dotar las siguientes memorias

·        120 ducados para un sacerdote para confesar y predicar a las religiosas del convento

·        110 ducados para otro sacerdote que diga cuatro misas por el alma de Luisa Carrillo

·        El resto para otros dos sacerdotes para diversas misas en el convento y en la capilla mayor de la iglesia parroquial

·        100 ducados anuales para el convento de monjes franciscanos recoletos de Valera de Yuso

·        50 ducados para pobres, viejos y enfermos y mujeres para las Pascuas de Navidad, Resurrección y Espíritu Santo

·        Diez ducados anuales para el hospital de la villa

·        Seis fanegas de trigo y pan cocido para los pobres de Valparaíso de Abajo con motivo de la fiesta de San José

·        Nombra patrón de las memorias a su hermano Fernando Ruiz de Alarcón, al que nombra patrón asimismo del convento de San José y Santa Ana que reconoce haber fundado y dotado, y cuando falte su hermano, los patrones serán los señores de la villa de Valera de Yuso

·        Dos censos a favor del convento: el primero de 157 reales de renta anual contra el bachiller Melchor Granero y contra don Juan Granero, vecinos de Alarcón; el segundo, de 110 reales de renta, contra Juan González, vecino de Pineda.

·        Una viña a favor del convento de 3000 vides en el lugar de Casa Sola, de Valera de Abajo y 36 calmenas

·        Cien fanegas para el alhorí de la villa

·        Otros cincuenta ducados de renta anual de los bienes de Valdeparaíso para el patrón y otros menesteres

·        Se nombra albaceas testamentarios a Fernando Ruiz de Alarcón y su mujer Catalina Gaitán de Ayala

                                                 

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Carta de venta de juro a favor del convento de carmelitas descalzas de San José y Santa Ana de Valera de Yuso, fundado por doña Luisa Carrillo, 150000 maravedíes anuales de renta cada año para que lo tengan y gocen en esta manera la priora y monjas y convento que al presente son en el dicho convento y las que después de ellas lo fueren en él, los Lxxxiii(mil)cccclvi de ellos subrogados en lugar de Cvii(mil)ccc de juro de a xiiii mil el millar que gozaban situados en las alcabalas de Güete y su partido por carta de preuilegio en caueza de la dicha doña Luisa Carrillo y se les desempeñaron y la madre de San Agustín priora que al presente es del dicho monasterio como patrona de las memorias y obras pías que dexó la dicha doña Luisa Carrillo en la dicha villa y los otros patronos que después de ella lo fueren de ellas de los otros Lxvi(mil)dxliiii restantes para que se gocen y distribuyan en el cumplimiento de las dichas memorias y obras pías por tres quentos que por ellos pagaron en dineros contados a don Balthasar Giménez de Góngora mi Thesorero general.

El juro estaba situado sobre las salinas del Reino de Murcia. Principal: tres cuentos, renta anual, 150000 maravedíes a razón de veinte mil al millar -cinco por ciento de interés-: 83456 para las monjas y el convento y 66544 para la priora Ana de San Agustín (Dada la venta en Madrid, a 19 de abril de 1615 y escriturada en carta de privilegio con sello de plomo en Madrid a 27 días del mes de mayo de 1615). La evolución del juro demostraba la propia realidad de la sociedad y de la hacienda española. El juro, propiedad antaño de un genovés, Ambrosio Espínola, había cambiado de manos por una de tantas quiebras de la hacienda real. Sus nuevos poseedores, los señores de Valera de Yuso desde 1592 eran los nuevos tenedores de la deuda pública, pero el valor de los intereses del juro se había devaluado en un proceso de consolidación de la deuda castellana: de catorce al millar (alrededor de un 7% de interés se había pasado a un 5% de interés). La última fase del proceso de traspaso, como tantos otros, sería una institución religiosa: el convento de San José y Santa Ana de Valera de Yuso.

AGS, CMC, 512, 85

sábado, 8 de septiembre de 2018

Villalgordo del Júcar (1787)



Villalgordo del Júcar, aldea de Villanueva del Júcar, y con gran parte de su término perteneciente a Alarcón (que disfrutaba de las dehesa de Galapagar y la ribera del Júcar). Para 1672, se emancipa como villa de Villanueva de la Jara y cierra su término (a costa de los viejos propios de Alarcón). Una población con cierto impulso demográfico. De sus pocas más de mil almas, al año morían entre cuarenta y cincuenta, nacían sesenta. Su economía se fundaba en los granos y la vid. De las viejas dehesas, ahora en 1787, apenas si queda nada.






Villalgordo del Júcar, pueblo de trescientos vecinos de la Mancha en Castilla la Nueva, está situado a la izquierda del río Júcar, bajando agua abajo, en una llanura algo elevada sobre dicho río, como a la distancia de ciento cincuenta pasos y como a la de trescientos de un gran puente de seis ojos para su tránsito bastante capaces y cuya fábrica es de piedra de sillería de la mayor firmeza y estructura, por su fundamento que es un peñasco a la reserva de la cubierta con sus antepechos de lo mismo, y viene a rematar por la parte opuesta en una parada de molino de seis piedras con una habitación muy capaz y una gran huerta y olmeda que hacen el sitio ameno y delicioso, esto es propio del señor de Minaya.

Ignórase cuándo y por qué se fundó, pero se deduce ser muy antiguo el tiempo de la población, por haberse encontrado por los años de sesenta del presente siglo algunos sepulcros cerrados así de piedra como de plomo y en ellos huesos de personas con varias monedas de cobre, que bien registrados solo se podía advertir Rómulo. Lo que se sabe de cierto, que siendo aldea de la jurisdicción de Villanueva de la Jara se hizo villa en el año de 1672 por concesión de la Reina Gobernadora, doña Mariana de Austria, en la menor edad del señor Carlos Segundo, con privilegio de no reconocer juez de alzadas ni otro superior que la Chancillería de Granada, a cuyo distrito corresponde, o al Real y Supremo Consejo de Castilla. No tiene armas particulares y solo usa de las reales y se gobierna por dos alcaldes ordinarios, dos regidores, un alguacil mayor, procurador síndico y dos alcaldes de la hermandad, que anualmente se gobiernan por el ayuntamiento. Tiene cura propio, con una iglesia parroquial cuya titular y patrona como de todo el pueblo es Santa María Magdalena, y además a la orilla del pueblo como al mediodía hay una ermita muy decorada, dedicada al señor San Roque por los años de treinta de la era presente, con ocasión de una enfermedad contagiosa y mortal que se padeció en el ... generalmente y luego que invocaron la protección del santo, ofrecieron levantarle templo y celebrar su día sanaron enteramente de su dolencia.

Esta villa dista quince leguas mirando al norte de la ciudad de Cuenca, capital de este obispado e intendencia y de la villa de San Clemente, que es cabeza de este partido se halla separado cinco leguas al poniente, dos lugares confinantes son por el saliente Tarazona y el Quintanar del Rey, cada una a la distancia de dos leguas y a la mitad se hallan las caserías de las Escobosas, despoblado y que únicamente sirven en el día para habitación de los labradores en las temporadas que se ocupan en este sitio. Mirando al norte y a la distancia de dos leguas y media está el Picazo por las márgenes del río Júcar y subiendo el dicho río a los tres cuartos de él molino de seis piedras que llaman el Batanejo con una huerta y arboleda bien frondosa y más arriba como legua y media hay otra rueda de molino de cuatro piedras que dicen de los Nuevos. Por el poniente están las casas de Benítez y Casas de Guijarro cada una distante una gran legua y finalmente al mediodía y distante dos leguas se halla la Roda y a la de una está Fuensanta y en medio del camino mira a esta, están las casas del Carmen que son de la jurisdicción de Vara del Rey, en estas casas como a doscientos pasos se mira la cueva do hizo ejemplar penitencia en hábito de hombre la venerable doña Catalina Cardona (¿o Córdoba?)de la casa de este nombre por los años de 1560 y la que fundó en el mismo sitio un convento del Carmen descalzo en tiempo de Santa Teresa, el cual después se trasladó y se halla en Villanueva de la Jara, lo está igualemente el cuerpo de esta Venerable.

El término y jurisdicción de esta villa se extiende del mediodía al norte legua y media y de saliente a poniente una legua, cuyo terreno es de la mayor calidad para cosecha de granos por lo muy arenoso y en más proporción para plantío de viñas y olivas de que hay en mayor abundancia, como también de azafrán, por lo que regulado por un quinquenio producirá anualmente de trigo como nueve o diez mil almudes y de cebada, centeno y avena siete mil, de vino quince mil arrobas y de muy buena calidad porque lo llevan para Madrid, de azafrán seiscientas libras de tostado y de aceite setecientas o novecientas arrobas. Abunda igualmente de mucha hortaliza por las muchas huertas que hay en su comprensión, de donde se surten los pueblos vecinos de fruta y finalmente de arboledas que lo hacen bien divertido. No tiene montes ni otras dehesas, que una de pinar hacia el norte y otra de mata parda hacia el mediodía (la llamada de Galapagar), ambas de corta consideración.

Tiene dos escuelas, la una para niños y la otra para niñas, pero sin otra dotación que lo que estos contribuyen mensualmente según la costumbre y alguna asistencia con que el cura párroco ayuda voluntariamente a este efecto.

Las enfermedades que son más comunes son tercianas, tabardillos y algunos dolores de costado y su curación la respectiva y regularmente prueba bien la sangría, por lo que el número de muertes suele ser de cuarenta a cincuenta anualmente de todas clases y edades y el de nacidos de sesenta poco más o menos. 

Es cuanto puedo decer en cumplimiento de la orden de S. I. I. comunicada a este efecto con el interrogatorio remitido por don Tomás López, Geógrafo de su majestad, a que acompaño el mapa de la vuelta, que he procurado formar con el mayor cuidado, Villalgordo del Júcar, y abril 19 de 1787.

Juan Joseph Duque


BNE. MSS.MICRO/14485 (Mss. 7293)  Correspondencia, relaciones y mapas enviados a don Tomás López, geógrafo de los dominios reales, de poblaciones del Reino Murcia y Castilla la Nueva. 1786-1788

domingo, 9 de julio de 2017

Fray Julián de Arenas, guardián del convento de San Francisco de la Observancia de la villa de San Clemente

Fraile franciscano. Rembrandt
Corría el Corpus de 1719 cuando Fray Julián de Arenas subió al púlpito de la iglesia parroquial de Santiago de la villa de San Clemente. Con él se iniciaba el primero de los sermones de la octava del Corpus de ese año. El franciscano comenzó su discurso reconociendo la dificultad de articular palabra ante el esplendor del Santísimo Sacramento presente en el altar mayor. Era simple argucia para iniciar un discurso cuyas implicaciones teológicas provocarían un terremoto en la villa de San Clemente. Mudo se quedaba el fraile al igual que, tal como explicaba, mudo se quedó San Juan, cuando, junto a la Virgen María, a los pies de Cristo en la Cruz, escuchó de su boca el mulier ecce filius tuus ... ecce mater tua. ¡Y más le hubiera valido callarse! Pero no lo hizo, continuando con unos razonamientos teológicos que seguramente casi ninguno de los presentes entendía. Pero entre los feligreses aquel día había un carmelita descalzo que pronto se dio cuenta del peligroso zarzal donde se estaba metiendo el franciscano.

Apenas hacía cincuenta años que los carmelitas descalzos se habían instalado en la villa de San Clemente. En un principio dos o tres frailes carmelitas descalzos se habían instalado en la hospedería de monjas de la misma orden, administrándoles la confesión y demás sacramentos. Pero en agosto de 1670 los carmelitas consiguieron licencia del cabildo sanclementino para instalarse en la villa. El pueblo se dividió en dos sobre la conveniencia o no de un nuevo convento. A la cabeza de los opositores, los franciscanos observantes que se echaron literalmente a la calle para obtener los apoyos de los vecinos contra los carmelitas. Ya en 1662 habían conseguido evitar el traslado de los carmelitas calzados de la Alberca alegando la superabundancia de doctrina en la villa. Ahora, las razones eran bastante prosaicas: en la villa, empobrecida y necesitada, no había lugar para sustentar a dos conventos de frailes, y menos para un convento que no admitía la posesión de bienes raíces para su sustento (condición que pronto incumplirían, pues poseían tierras en la Alberca y huertas junto al convento de monjas carmelitas). El pueblo se dividió en dos. Las familias tradicionales, encabezadas por los regidores José Rosillo, Pedro de Oma, Bernardo de Oropesa y Francisco Pacheco, se opusieron a las pretensiones carmelitas; Francisco Caballón, Juan de Ortega, Antonio Sanz de los Herreros y otros dieron su voto favorable al establecimiento de la orden. Las razones declaradas de los opositores eran que había ya demasiado monje para tan escasa vecindad de 800 vecinos. Las razones profundas eran otras: los derechos de patronazgo y control que de hecho ejercían las viejas familias sobre los franciscanos, en cuyo estudio de gramática formaban a sus hijos, y cuyos conventos eran lugar de enterramiento de sus familiares. Recordemos que familias como los Pacheco tenían capilla propia en el el convento de monjas clarisas y que habían heredado el patronazgo de los Castillo sobre el ochavo del convento de Nuestra Señora de Gracia.

Los carmelitas ganarían la batalla en 1673, poniendo al año siguiente la primera piedra de su convento, que para 1687 ya estaba terminado y erigido. Los derrotados eran los franciscanos observantes que, llegados a la villa en 1503, vieron cómo se establecían nuevos rivales. Curiosamente el caballo de Troya de los carmelitas para introducirse en la villa había sido un fraile de la familia de los Pacheco, el padre Juan de Jesús María. Hecho poco significativo, pues los Pacheco andaban a la gresca entre ellos, divididos en tres ramas familiares, por la herencia del mayorazgo. La tensión entre los frailes es muestra de la tensión que se vivía en la villa de San Clemente, donde la decadencia del pueblo iba acompañada de una crisis social e institucional con las principales familias de la villa enfrentadas. Es en este contexto en el que produce en 1672 el asesinato de de Juan de Ortega y Agüero, de la rama santamarieña de esta familia, que ocupaba el alguacilazgo mayor de San Clemente. En el asesinato participaron Antonio de Oma y Villamediana y Juan Rosillo, entre otros. Las élites dirigentes del pueblo se recomponían a cuchilladas y la villa se deshacía con sus campos arruinados. Sobraban hidalgos y monjes y faltaban manos para el trabajo en el campo. Venían monjes y se iban agricultores. La transformación que se estaba produciendo era radical. Los orgullosos hidalgos sanclementinos, tan advenedizos como arruinados, se establecían en la calle Boteros. El poder compartido por cualquier advenedizo a la riqueza o persona talentosa, se cerraba ahora, anunciando el señorío de los Valdeguerrero y de los Oma. Los viñedos se arruinaban y con ellos los agricultores. El agricultor devenía en pobre,  endeudado, vendía sus tierras; la propiedad se concentraba en pocas manos. La ruina de la villa era la ruina de sus agricultores y artesanos, que cayendo en la pobreza pronto se convertirán en el lumpen,  transformados en el siglo XVIII en masa de jornaleros, proveerán de brazos para el campo al servicio de los nuevos amos, una nobleza regional, cuyos intereses y propiedades escapan de los límites de las villas. El proceso de transformación fue trágico en el reinado de Carlos II: masas de pobres en las villas más populosas del Marquesado, sin oficio ni beneficio, huían hacia el Reino de Valencia; surgían nuevas aldeas, las llamadas Casas, levantadas por esta masa depauperada que ofrecía sus brazos para cultivar unos campos abandonados. La pequeña corte manchega se rendía ante el campo, único remedio con sus frutos de la pobreza, pero propiedad de la tierra y trabajo se habían divorciado definitivamente. Es en esta situación de pobreza donde aparecen los carmelitas descalzos. En un principio simples confesores de monjas, ocuparon el espacio abandonado por los frailes franciscanos, que no era otro que el cuidado de una masa de pobres desvalidos y enfermos. Los carmelitas descalzos ayudaron a vertebrar una sociedad descompuesta por el hambre y la guerra, dirigiendo el proceso social que conducía a la conversión de los marginados en jornaleros al servicio de los Oma, Valdeguerrero o Melgarejo. Ni siquiera fueron conscientes estas élites de un proceso del que salieron como grandes beneficiarios. Daba igual: un Marqués de Valdeguerrero se presentará como vencedor de los campos de batalla, pero quien realmente había ganado era su antecesor Rodrigo de Ortega, sin necesidad de salir de su pueblo. La reconciliación del moribundo don Juan de Ortega con su asesino don Antonio de Oma Villamediana adquiere una simbología manifiesta.

Los franciscanos, que convirtieron su convento en estudio de gramática prestigioso, formaban a las familias sanclementinas de una sociedad abierta, pero en la medida que esta misma sociedad se cerró, se hizo más desigual y la permeabilidad entre los diferentes estratos sociales desapareció, la labor educativa franciscana se hizo innecesaria. Su educación devino en escolástica cada vez más incomprensible y, en lo que podía tener de inteligible, peligrosa, pues introducía cuñas en un orden mental muy cerrado. Había otra razón más: la labor educativa de los franciscanos en el siglo XVI se había visto sustituida por los jesuitas desde la fundación de su Colegio. Los franciscanos caminaban por los derroteros de la  marginalidad como lo hacía la sociedad sanclementina.

El convento de los frailes había nacido con el despertar del pueblo y con sus limosnas; pronto había sustituido como lugar predilecto de enterramiento para las familias a la iglesia de Santiago; la última voluntad de los sanclemetinos, aquéllos que podían, era enterrarse con el hábito y el cordón franciscano, y que una comitiva de observantes siguiera su ataúd. Encomendar las últimas voluntades y las donaciones a los franciscanos les daba demasiado poder y secretos para dominar la sociedad sanclementina. Con la rivalidad jesuita, el estudio de gramática franciscana se reconvierte en un centro de formación superior en artes, filosofía y teología. Cuanto más complejos se hacían sus estudios más se aislaba el convento del pueblo. Cuando hacia 1670 el convento se reforma, ningún vecino aporta un solo real de los 8.000 que vale la obra. Hasta su patrona, la Marquesa de Valera, se negará setenta años después a financiar las obras necesarias para su reconstrucción. Los otrora cuarenta monjes, ahora reducidos a la mitad, entablan pleitos con sus patrones e inician durante todo el siglo XVIII una andadura propia.

Es en este contexto, un convento aislado de los centros de poder, cuando se inicia el proceso inquisitorial contra el guardián del convento: Fray Julián de Arenas. La octava del Corpus era una fiesta, que salvo en algún pueblo, ha caído hoy en desuso en España; comenzaba el sábado siguiente al jueves del Corpus. El sermón de la noche del sábado marcaba el inicio de las fiestas, al que seguían representaciones religiosas de carácter alegórico y otras más profanas de carácter lúdico. El año de 1719, el sermón correspondió al guardián del convento de Nuestra Señora de Gracia. Fray Julián de Arenas hizo gala de la formación teológica de su orden y la suya propia, con fama de hombre sabio y docto, graduado por la Universidad de Salamanca. Ante el monumento eucarístico levantado en el altar el fraile reconoció quedarse sin palabras, tal como enmudecido se había quedado San Juan escuchando la Tercera de las Palabras de un Cristo agonizante en la Cruz.
a vista de Cristo sacramentado, los sentidos se entorpecen, los ojos ven y no ven, los oídos oyen y no oyen y la lengua habla y no habla
La parangone intencionada le llevó a la formulación de una proposición, que tal vez inadvertida para el público, no pasó inadvertida a los monjes carmelitas descalzos presentes en el coro:
la 1ª, citando a su doctor seráfico (San Damiano), que aquellas palabras Mulier ecce fillius tuus fueron efectivas y que hicieron en la realidad lo mismo que hacen estas: hoc est corpus meum; pasa a ser la susbtancia de pan substancia de Cristo, quedando solo los accidentes, así por virtud de aquellas Mulier ecce fillius tuus pasó realmente la substancia de Juan a ser substancia de Cristo, quedando solos los accidentes de Juan
La 2ª que mediante la transubstanciación que así mismo afirmó haber habido pasó San Juan a ser hijo natural de María  
Entre los presentes en el sermón estaba el carmelita descalzo fray Cristóbal de la Concepción, que el 24 de junio se presentó ante el Santo Oficio denunciando tales proposiciones heréticas tanto por su contenido como por sus consecuencias. A juicio del carmelita con la transubstanciación de Cristo en San Juan antes de morir y el reconocimiento de este último como hijo de María, se reconocía que la Virgen había tenido dos hijos naturales, Cristo y Juan. Escándalo doble, pues siendo España (y aún más la villa de San Clemente) como era en aquella época defensora del dogma de la Inmaculada Concepción, reconocía a San José como padre, ya no putativo de Cristo, sino natural de dos vástagos.

Tales disquisiciones teológicas eran ajenas al pueblo que asistió al sermón del Corpus sin enterarse mucho del contenido. Pero vigilantes en el coro estaban el citado fray Cristóbal de la Concepción, otro carmelita llamado fray Francisco de José y María y el padre Miguel Pérez, vicario de las religiosas trinitarias. En seguida se pusieron de acuerdo con el cura del pueblo para reconvenir al franciscano, encargando al vicario trinitario primero que se hiciera con el sermón y luego a don Gaspar Melgarejo la misión de conseguir del religioso que se retractara de sus palabras.

No cabe duda que el sermón de fray Julián pasó sin pena ni gloria ante unos feligreses que no entendieron palabra del mismo. Incluso el teniente de cura Alonso de Sevilla reconocía que San Pedro Damiano y el tema de la transubstanciación era algo incomprensible para él. Aunque también reconocía como los carmelitas aprovechaban sus momentos de relajo a la fresca por las noches para divagar sobre el sermón y encontrar nueva materia de acusación contra el franciscano. La suspicacia carmelita, una vez conseguido el sermón escrito, se encaminaba por denunciar asimismo, tras concienzudo análisis caligráfico, como el guardián había adulterado el texto del sermón para suavizar sus palabras. También tenía dudas don Gabriel Fernández de Contreras, cura del pueblo, sobre que el franciscano hubiera cometido herejía en sus palabras, pues similares proposiciones las había escuchado de joven en la universidad de Alcalá. Ya se encargaron los carmelitas de ganarse la opinión del cura mandando a convencerle a don Gaspar Melgarejo. El cura ya había llegado a un compromiso con el fraile para que retractándose con una corrección de términos salvara su honor y su autoridad. Era una corrección jurídica más que teológica, insinuada por la formación de jurista del cura, licenciado en Leyes por Alcalá. Justamente para eso había ido Gaspar Melgarejo a casa del cura, para recordarle que el tema iba a acabar en el Santo Oficio y allí tendría oportunidad de demostrar sus consejos de jurista.

Ante las dudas de los curas, los carmelitas no dudaron en buscar el apoyo de la sociedad civil de la época, y qué mejor apoyo que don Félix Manuel Pacheco de Mendoza, el cual en su declaración hizo un alarde de Teología que debió sorprender a los propios inquisidores. Advertía don Félix que la Iglesia no podía permitir la existencia de dos Santísimos Sacramentos. ¿Acaso habrían de comulgar los fieles con dos Hostias, una con el cuerpo de Cristo y otra con el de San Juan? Ni don Gaspar Melgarejo Ponce de León fue tan radical en sus afirmaciones. Sin duda, muy inferior intelectualmente a fray Julián, se dejó ganar en su opinión, pero pronto le pondrían en su sitio los carmelitas amenazándole si persistía en su actitud tibia con la excomunión.

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Las posturas eran entre carmelitas y franciscanos irreconciliables. La declaración de guerra era total. Fray Julián de Arenas, olvidando la actitud tibia de un principio se preparó para la confrontación. En el pueblo no había cabida ni coexistencia entre las dos órdenes. El guardián volvió provocadoramente a pronunciar otro sermón en el mismo término que el del Corpus el primer domingo de octubre en la parroquial de Santiago y, allí mismo, invitó a todo el pueblo, incluido sus enemigos a un nuevo sermón para el cuatro de octubre, celebración de San Francisco de Asís,, en el convento de Nuestra Señora de Gracia. Fray Julián de Arenas, se quitó la piel de cordero y lanzó toda el poder de su oratoria contra la comunidad carmelita
los delatores eran unos ignorantes, idiotas e imprudentes, nuevos teólogos y nuevas columnas de la Iglesia
Durus est hic sermo, añadió, dando a entender que sus enemigos carmelitas eran duros de mollera, burlándose de sus dotes intelectuales, comparándoles con el tonto del pueblo
miren señores, Agustinico, ese que va por las calles,a saber señor uno del todo fatuo, no hubiere hecho el reparo en cosa tan trivial y común
Es más, fray Julián se reivindicó a si mismo. Él, padre guardián del convento, era mucho hombre en aquel puesto para necesitar defender sus proposiciones con padrinos. Esta última palabra era clara afrenta a todos aquellos que habían firmado contra él, a los que acusó uno por uno:  a los consabidos carmelitas, añadió al rector de los jesuitas y a varios miembros de la sociedad civil, entre ellos a don Antonio Pacheco, al síndico Francisco López, al cirujano Antonio Martínez, a Custodio el boticario o a los licenciados Parra, Sevilla y Pedro Yuste. Los estratos medios de la comunidad sanclementinos, a la sombra del poder, se decantaban por los carmelitas.

Fray Cristóbal de la Concepción y su compañero fray Mateo del Espíritu, prior de la congregación, recordarían ahora un decreto de 9 de marzo de 1634, que castigaba a aquellos religiosos que injuriaren a otros miembros de comunidades religiosas. Respecto a las proposiciones heréticas, afirmaba que por más que los hombres doctos de la Iglesia habían filosofado sobre el mulier ecce filius tuus, esa divagaciones debían quedar en el seno de la Iglesia, pues expuestas ante un pueblo ignorante y analfabeto podrían dejar en muy mal lugar a San José, a la Virgen, al mismo Cristo y, en menor medida, a Zebedeo, tenido por padre natural de San Juan. En el fondo, lo que se estaba poniendo en cuestión era el dogma de la Inmaculada Concepción, que el mismo Vaticano solo reconocería en 1855, pero que España ya defendía a ultranza, aunque con la incredulidad de los franciscanos. Muestra de esta resistencia franciscana al dogma es que el Santo Oficio había condenado hacía poco a otro franciscano en Guadalajara por palabras similares a las de fray Julián. Pero sobre todo, el conflicto religioso tenía un fuerte matiz social. Fray Julián de Arenas denunciaba a los carmelitas por intentar suplantar la inteligencia del pueblo, cuya voz y pensamiento se arrogaban. Esa transubstanciación de la inteligencia del pueblo sí que era peligrosa, pues el mismo Cristo había bajado hasta el pueblo predicando en el lenguaje común de las parábolas.

Permítanme el atrevimiento, pero este fray Julián se adelantó con su discurso a esa obra maestra de la literatura universal, inserta en los Hermanos Karamazov de Dostoievski, que es La leyenda del Gran Inquisidor. Este es el gran debate. Fray Cristóbal de la Concepción asume el papel de Gran Inquisidor; Fray Julián de Arenas el de Jesucristo que vuelve de nuevo a la Tierra y ya no reconoce en su Iglesia la religión natural que siglos atrás predicó. Fray Cristóbal defiende que los pobres han de seguir siendo ignorantes, pues sapientes serían desgraciados e infelices. Fray Julián responderá a los carmelitas con el valor del silencio; al igual que Cristo fue mero espectador silencioso ante el discurso del Inquisidor dostoievskiano,  fray Julián permanecerá mudo ante el Santísimo Sacramento como mudo se quedó San Juan al escuchar la Tercera Palabra y mudo permanece el pueblo. La palabra obra en poder de los carmelitas, pero no es la inteligencia lo que han arrebatado al pueblo sino su ignorancia, reduciendo su saber a sus esquemas y arrebatándole el pensar por sí mismo. Por eso, los carmelitas se asemejan al Agustinico, aunque al menos el tonto del pueblo tiene ese don de la locura que le falta a los carmelitas y es motivo de diversión para los críos.

El debate del carmelita y del franciscano es de sustancia y no de meros accidentes, pues es un debate que tiene su raíz en la reafirmación del franciscano a no renunciar a su libertad. La libertad del fraile, como la de cada uno de los vecinos sanclementinos, no es renunciable en esos garantes del orden social que son los carmelitas. Fray Julián se queda solo, incluso es traicionado por un compañero de orden, fray Miguel Herrera, confesor de las clarisas. El rector de los jesuitas, el padre Juan Martínez Clavero, también se posiciona en su contra. Fray Julián los sabe. No en vano ha sido el jesuita el que con motivo del sermón del Corpus murmuró aquello de ¡vaya, nos han añadido un nuevo sacramento!, y posteriormente eso otro de dura, dura es la proposición. El guardián no se muerde la lengua y es contra el jesuita contra el que van las palabras de durus est hic sermo. El debate sube de nivel y el jesuita lo sabe, reconociendo la superioridad intelectual del franciscano. No discurro inteligencia en otro clérigo, que no sea usted, le dirá a fray Julián.

Hoy nos rendimos ante la valentía del padre Arenas. Emotivas resultan las palabras con las que comenzó su sermón en el convento de Nuestra Señora de Gracia, tras la lectura del Evangelio
es cierto tenía ánimo de asentar la mano y ensangrentarme, mas me han pedido que no me enoje y he de cumplir la palabra, que es fuerte rigor haber uno de venir a reñir y decirle esté templado
la moderación del sermón fue acompañada de un torbellino de citas de doctores de la Iglesia, pues en palabras del guardián con el calor de los libros se aprendía, que apabulló a los carmelitas descalzos
han perdido de su estimación, crédito y buena opinión los padres carmelitas, y más entre la gente común, que entre ellos se habla todo lo declarado como entre los primeros de esta villa
El sermón se pronunció en la Iglesia de San Francisco, la más querida por el pueblo, llena a rebosar por los vecinos de San Clemente, cuya voluntad supo ganarse el padre guardián. Así lo reconocía el vicario de las trinitarias, pues este sermón, sin poner en duda ningún dogma de fe, se había ganado al pueblo, ya que ponía en duda el mismo principio de autoridad. Muestra de que el debate había bajado al pueblo es que la discusión escapó del ámbito de la villa de San Clemente. Los carmelitas acudieron a buscar apoyos a la vecina Santa María del Campo, donde se encontraron con una respuesta no esperada del trinitario padre Alarcón
¿qué cuidado les da a ustedes que María Santísima tenga dos hijos naturales, por ventura han de sustentar a alguno?
Esto ya era inaceptable, del debate teológico se había pasado a la incredulidad. El pirronismo ganaba adeptos en tierras manchegas. Una ola de solidaridad se extendió en el pueblo en favor de Fray Julián y señalando a esos Judas de los carmelitas que delataban a un convecino. En su delirio, el franciscano había llegado a asumir el papel de Jesucristo; al igual que éste, cuando los judíos le pedían milagros, el padre Julián respondía a sus interlocutores tratándolos como gente depravada y adúltera. De los apoyos del franciscano entre el pueblo llano no cabe duda. Gabriel Díaz, de oficio labrador, no se mordió la lengua a la hora de defender al fraile ante el Santo Oficio
se alegró este testigo el oírlas (las proposiciones del fraile) por si alguno dándose por sentido, sacaba la cara a defenderla
Tales desacatos no podían quedar sin respuesta. Ya lo decía don Rodrigo de Ortega, principal de la villa, aseverando que hay cosas delicadas que no se pueden predicar desde el púlpito. El Santo Oficio mandó a Pedro de Losa, comisario de Minaya, a hacer averiguaciones  a la villa de San Clemente, informaciones que prepararon los cargos que el fiscal elevó a los Inquisidores contra fray Julián de Arenas. Los cargos tenían mucho de reflexión y justificación de la ortodoxia de la Fe católica. Debía quedar claro que en la Tercera Palabra de Cristo en la Cruz
constituyó Cristo a San Juan especial hijo adoptivo de María Santísima y a esta Señora su especial Madre adoptiva desde entonces para su asistencia y consuelo
Cristo era el único hijo de María, y de Dios Padre, acudiéndose a la autoridad de los Evangelios de San Mateo y San Lucas, que se referían a Cristo como el Unigénito. San Pedro Damiano hablaba de la relación entre San Juan y la Virgen como adopción maravillosa y perfectísima. Mantener que San Juan era hijo natural de la Virgen era caer en la herejía de los sacramentados. Se trajo a colación la autoridad de San Pablo, auténtico edificador de la Iglesia cristiana, a quien por simple cuestión cronológica, nadie podía acusar de ser hermano de Cristo,  y sus palabras vivo ego, iam non ego, vivit vero in me Christus.

La Inquisición se empleó a fondo para demostrar los errores heréticos de fray Julián de Arenas. La fundamentación teológica la hizo el jesuita Pedro Francisco de Ribera. Una defensa del misterio de la Eucaristía y de la Inmaculada Concepción, digna de estudio para teólogos. Indagando, aseveró que el franciscano había sacado sus proposiciones de fray Hortensio Félix Paravicino, pero yendo más allá que éste, pues fray Hortensio, arrepintiéndose de sus proposiciones, las había zanjado con un no digo yo tanto. Reinterpretó en sentido ortodoxo a Pedro Damiano y a Tomás de Buenaventura y concluyó pidiendo la excomunión de fray Julián de Arenas. Desconocemos la sentencia de los Inquisidores de Cuenca, allá por diciembre de 1726, aunque debió ser condenatoria. Pero sabemos que fray Julián no se rindió. Este hombre prosiguió su lucha particular durante nueve años más, hasta conseguir la suspensión de su causa en la Suprema de la Inquisición. El testarudo fraile, émulo de su maestro Jesucristo, no se resignó a la pasiva actitud del silencio, defendiendo en aquellos tiempos difíciles la libertad de conciencia y pensamiento.




Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN, 1929, Exp.1.  Proceso de fe de Julián de Arenas. 1719-1726
TORRENTE PÉREZ, Diego. Documentos para la Historia de San Clemente. 1975. Tomo II, pp. 257-264

jueves, 21 de abril de 2016

La malograda primera fundación del convento de carmelitas descalzas de San Clemente (1598)

Es conocida la historia de la fundación del convento de monjas carmelitas descalzas de San Clemente. La comunidad religiosa de Valera fundada por Ana de San Agustín se acabaría mudando a San Clemente en 1617, buscando una población de mayor número de vecinos que los escasos trescientos de Valera, pues al fin y al cabo la propia supervivencia del convento dependía de las limosnas. Pero es desconocido que veinte años antes hubo un intento de fundación de un convento de monjas de carmelitas descalzas. Su benefactor era Francisco de Mendoza y así lo dejó legado en su testamento proveyendo para su sostén un juro situado sobre las alcabalas del Marquesado de Villena y sus casas principales en San Clemente. La herencia malograda acabaría agregándose en 1627, por donación de doña Elvira Cimbrón, heredera de su primo hermano don Francisco Mendoza, al convento de franciscanas clarisas de la Asunción, donde profesaban las hijas de los principales señores del pueblo. La riqueza de este convento no dejaba de ser una afrenta para las humildes carmelitas descalzas venidas de Valera, alojadas, después de estar temporalmente en una morada cedida por don Alonso de Oropesa, en las casas que en la calle de la Herroyuela les había cedido Melchor Tébar, tal vez el hermano del doctor Cristóbal Tébar  y también el hermano pequeño de los Tébar, que había acudido a América a petición de su hermano Diego. Nuestra duda, que hoy no podemos contestar, es hasta qué punto en la decisión de abandonar Valera por las monjas carmelitas se pudiera esconder una rivalidad entre los Tébar y doña Elvira Cimbrón que, no hemos de olvidar, era señora de Valera. Así el éxito de los Tébar se corresponde con el fracaso de los Castillo en su intento de fundación del Carmelo en San Clemente.

Don Francisco de Mendoza, hijo de don Alonso Castillo y Juana  de Mendoza y esposo de doña Juana Guedeja y Peralta, y de cuya riqueza y linaje tendremos ocasión de hablar, había legado por su testamento de 13 de octubre de 1598 entre sus obras pías su deseo y también los medios materiales para la fundación de un convento de monjas carmelitas descalzas en San Clemente:

es que mando que en la dicha villa de San Clemente se funde e ynstituya un monesterio de monjas de la orden de carmelitas descalzas, el qual ha de estar en las mismas casas principales que tengo en la dicha villa de San Clemente y quiero que de los dichos mis vienes y hazienda se fabriquen e rrepare en las dichas mis cassas lo que fuere necesario para la comunidad del dicho convento e lo demás de mi hazienda sea para que la dicha renta de ella se tenga en el dicho monesterio dos capellanes que digan cada día missa, uno de ellos por mi ánima e por mi yntenzión y se dé de limosna lo nezesario para ornamento y cossas de la sacristía y lo que restare sirua la cantidad que por dar e para sustento de las monjas que a de aver en el dicho monesterio del qual a de ser patrono el señor de Perona (en aquel momento, Juan Pacheco de Guzmán, casado con Elvira Cimbrón) que por tiempo fuere perpetuamente para siempre xamás y cometo a la dicha doña Elvira Cimbrón mi prima a quien mando el dicho mandado haga de persona y a sus suzesores y qualquiera de ellos que obre la fundazión del dicho monesterio e perpetuidad dél agan y ordenen las escrituras  y cláusulas e firmezas que fueren nezessarias y ellos quien para más seguridad y perpetuydad  que yo se lo remito y an de poner clausal que perpetuamente para siempre en el dicho monesterio de carmelitas descalzas an de tener reciuidas dos monjas de mi linaxe la una de parte de mi padre y la otra de mi madre y no la abiendo sus ambas sea del un linaje o del linaje que fuere el señor de Perona  para de coro sin docte que siempre a de aver el dicho número de las dichas dos monjas y como fueren bacando las an de ir rezibiendo nombradas por el señor de Perona por manera que siempre continuamente an de tener en el dicho monesterio las dichas dos monxas de mi linaje de padre y madre o del linaje del señor de Perona

En el testamento se incluía una cláusula que sería determinante en el legado de Francisco Mendoza y que determinaría que doña Elvira Cimbrón en 1627, como patrona de las obras pías y memorias fundadas por su primo, decidiera dar una finalidad distinta al legado

y si la dicha orden de carmelitas descalzas no quisieran fundar el dicho monesterio para en tal caso quiero y mando que la dicha mi hazienda se dé al monesterio y convento de monjas de nuestra señora de la Absunzión de la orden de Santa Ysauel de la dicha villa de San Clemente para que sea obligado el dicho monesterio y convento a cumplir lo mismo que el dicho convento de carmelitas a de tener ... y si el dicho monesterio de nuestra señora de la Asunbzión de la orden de Santa Ysauel no quisieran pestar ni pasar por lo de suso referido quiero y mando que en los dichos mis vienes y hazienda suzeda el ospital del señor San Sebastián de la dicha villa de San Clemente para que tengan los dichos capellanes que siempre el uno dellos cada día diga missa por mi ánima e yntenzión administre sacramentos a los pobres y lo demás se gaste en camas y curar pobres naturales que se an de curar en el dicho ospital

Conocemos también donde estaban situadas las casas principales de don Francisco de Mendoza y que ahora cedía para la fundación del convento

las casas principales y acesoria que están en esta dicha villa en la calle que va desde las almenas de la torre vieja al convento de San Francisco, linde de las cassas de la viuda de Domingo López y tres calles públicas que son las mismas que fueron del dicho señor don Francisco de Mendoça

Así el primer fracaso de la fundación de las carmelitas descalzas de San Clemente iría en beneficio de las franciscanas clarisas (el tercero en discordia era el hospital de San Sebastián). Eso ocurriría ya en septiembre de 1627. Pero la agregación de los bienes de las memorias fundadas por Francisco de Mendoza al convento de clarisas, no era un acto voluntario de su patrona, la viuda Elvira Cimbrón. Durante más de veinte años, doña Elvira, en vida de su marido, había gastado en beneficio propio la hacienda legada para fines religiosos de Francisco Mendoza. Muerto su marido, Juan Pacheco y Guzmán, alférez mayor de San Clemente, la viuda se vio asediada y acosada por las denuncias, que llevarían a su excomunión. Obligada por la presión se vería forzada a entregar el legado piadoso a las monjas clarisas. Es más, quizás el traslado de las carmelitas descalzas de Valera a San Clemente en 1617 fuera una decisión motivada por la propia presión ejercida por familias rivales, como los Origüela, sobre doña Elvira Castillo e Inestrosa y Cimbrón, que era su nombre completo, y su marido entonces con vida, para cumplir con el mandato testamentario de don Francisco Mendoza. ¿Acaso no se había visto obligado unos pocos años antes el doctor Tébar a ceder su fortuna para la fundación de un Colegio de la Compañía de Jesús, tras una campaña acusatoria de sus enemigos que ponían en duda la limpieza de su sangre? De modo más claro, la donación de doña Elvira Cimbrón ante el escribano Bartolomé de Celada vino precedida de una petición ante la justicia ordinaria de las monjas clarisas que exigía el traspaso forzoso de los bienes vinculados a las memorias.



AGS. CONTADURIA DE MERCEDES (CME). 273, 47. Juro a favor de don Francisco de Mendoza

jueves, 11 de febrero de 2016

Fundación del Convento de Carmelitas Descalzas de Villanueva de la Jara (1580)


                 CAPITULO XII

Parte la Venerable Madre Ana en compañía de N. S. M. Teresa de Iesús a la fundación de Villanueua y sucesos del camino


Muy consolada se hallaua nuestra Santa Madre  en Malagón, por ver que en aquel espiritual Paraíso, que ella auía plantado, cogía Dios tan gustosos frutos de virtudes, y deseosa de trasplantar a otras partes tan fecundas plantas, estaua disponiendo en su ánimo las fundaciones de otros conventos. Auianle pedido en Villanueua de la Iara, fuesse a aquella villa a fundar uno por instancias de nueue personas virtuosas, que en trage de Beatas viuían juntas en una misma casa con grandes exercicios de virtud; y deseosas de darle forma de Conuento, instauan a Santa Teresa, que las recibiesse debaxo de su obediencia, y disciplina, y fuesse allí a fundar. Las conuenencias, y medios, que para este efecto se le ofrecían, eran muy pocas, y pesándolas con su mucha prudencia, le pareció no ser conveniente empeñarse en fundación, que no auía de poder perseuerar y así estaua algo remissa, ó por mejor dezir, determinada a no admitit esta fundación, sino ir a Llerena, a donde le ofrecían otra, y dauan para ella seiscientos ducados de renta. Con este ánimo  estaua la Santa, quando vino un propio segunda vez a Villanueua de la Iara, pidiéndole con más apretadas instancias la Villa, que fuesse. Y sintiendo en sí las mismas dificultades, que en este punto tuuo, lo encomendó a Nuestro Señor, y apareciéndosele la dixo: Hija, con pobres fundé yo mi Iglesia. Estas palabras, y el manifestarle su voluntad, la reduxeron que a toda priessa partiesse de Malagón para Villanueua de la Iara, aunque al presente se hallaua en la cama con perlesía y otros achaques penosos. Pero como ninguno en ella era impedimento para cumplir la voluntad de Dios, dispuso desde luego la jornada, señalando su diuina Magestad las Religiosas, que auía de lleuar consigo; y entre ellas, en primer lugar, a la Venerable Madre Ana de San Agustín, como ya se dixo. Salieron, pues, de Malagón con Nuestra Madre Santa Teresa, la Venerable Madre Ana de San Bartolomé, María de los Mártires, Constança de la Cruz, Elvira de San Angelo y Beatriz de Iesús. Luego que salieron de casa, se halló la Santa buena de todos sus males. Y así se aliuiaron sus hijas de la pena con que iban a verla tan mala. Experimentaron en el camino muy particulares prouidencias. Una noche después de auer pasado un día muy penoso, llegaron a un lugarcillo pequeño, hospedaronlas lo mejor que fue posible, y estando la Santa recogida, y con ella en una misma pieza la Venerable Madre Ana de San Agustín, y Ana de San Bartolomé, su secretaria, empeçaron a oír una música celestial, que mucha multitud de Ángeles, que estauan en  el aposento dauan a las esposas de el Cordero. El mote de la música, y lo que contenía la letra, eran agradecimientos de parte de Dios, por el seruicio que le hazían en aquella fundación. Era tanta la dulçura, y la suauidad de esta música, que con durar grande parte de la noche, les pareció auía durado sólo un instante, sintiendo en sus coraçones, y particularmente nuestra Venerable Madre Ana de San Bartolomé para hazerla participante de aquel fauor de el cielo, y entrambas con igual agradecimiento lo estuuieron escuchando.

Saliendo el día siguiente de este lugar, llegaron al Conuento del Socorro, que era de Religiosos de la Órden adonde la prodigiosa virgen Catalina de Cordoua auía hecho vida tan penitente y rara, que pudo competir con la de S, María Egipciaca, y a otras santas, que fueron en admiración de los desiertos. Aquí fueron recibidas la Santa Madre, y sus hijas con toda estimación y cariño de religiosos de aquella Casa, saliéndolas a recibir en procesión con notable gozo. Grande le tuuo la Santa Reformadora en ver la vida Santísima, y penitente  que en aquel Conuento hazían sus religiosos. Detúuose en aquel sitio dos días para aferuoriçarlos con su enseñança; y uno dellos, acabando de comulgar, y estando con ella la Venerable Madre Ana, se quedó arrobada, echando de su rostro resplandores las luzes que en su alma ardían. Buelta del arrebatamiento, le dixo a la Venerable Madre, como a quien más fiaua sus secretos, lo que nuestro señor auía dado a entender en aquel arrobamiento; y entre otras casas, fue una a dezirle, que se auía de seruir mucho Su Magestad en aquella Casa que iban a fundar a Villanueua.

Partieron de aquí para esta villa, y los religiosos del Socorro les dieron algunas pobres alhajas de lo poco que tenían para componer el nueuo Monasterio. Dieronles también alguna ropa de Sacristía, y Ornamentos, y entre ellos a un Niño Iesús pequeñito para que les hiziesse compañía, el qual después hizo muchos milagros, y finezas con la Venerable Madre Ana, como adelante se dirá. Llegaron este día temprano a Villanueua, y se fueron derechas la Santa Madre, y sus hijas a la Iglesia Mayor de la Villa, adonde se pusieron en Oración, estando en ella como unos Serafines ardiendo en el amor de Dios. Concurrió la mayor parte del Lugar a la nouedad, y todos quedauan admirados de la Santidad, que en sus acciones mostrauan. Tenían dispuesta una solemne Procesión para lleuarlas a su casa desde la Iglesia, y en ella lleuauan el Santísimo Sacramento en sus andas, como suele hazerse en aquel lugar, quando se celebra la Fiesta. Començando a andar la Procesión, le hizo nuestro Señor un fauor singular a la Venerable Madre Ana, y fue ver al Niño Jesús, que iba entre las andas del Santísimo Sacramento, y entre nuestra Santa Madre andando, y se llegaua hasta su querida Esposa, y le hablaua mostrando el Santísimo Niño grande hermosura, y alegría en su diuino rostro; y que leuantando su mano iba hechando la bendición a las Religiosas, y al pueblo, que tan afectuoso las acompañaua. Admiróse del caso la Venerable Madre Ana, y llegándose a su Santa Madre le dixo lo que le pasaua. A lo qual la Santa le respondió: Yo os mando en virtud de Santa Obediencia, no digáis nada a nadie de esto, que aquí pasa, La sierua de Dios, como tan obediente lo calló, y fue prosiguiendo en gozar de aquella tan apacible vista, absorta en la contemplación de la bondad de aquel diuino Señor, que tantas demostraciones haze por quien de veras le sirue. Auiendo llegado a la pobre capilla, a donde se hauía de fundar el Monasterio, colocaron el Santísimo Sacramento. Despidióse la gente, y la Santa con las religiosas que lleuaua, y las nueue Beatas que allí viuían se quedó encerrada, estando todas aquella noche en oración, que era el principal sustento de que se alimentauan, dando Su Magestad muchas gracias por el beneficio recibido; y pidiendo por la conseruación, y aumento de aquella Casa, que por voluntad suya auía fundado.


BIBLIOTECA DE CASTILLA Y LEÓN. Signatura: G-E 960. Vida, virtudes y milagros de ... Ana de San Agustin, Carmelita Descalza ... / por el M.R.P. Fr. Alonso de San Gerónimo, Carmelita Descalço ... Madrid, por Francisco Nieto, 1668, pp. 26-28
http://bibliotecadigital.jcyl.es/i18n/consulta/registro.cmd?id=4080