El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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lunes, 10 de septiembre de 2018

Los Valenzuela: de arrendadores de abastos a hidalgos de sangre

El pleito de hidalguía de Gómez de Valenzuela con la villa de San Clemente comenzó el 15 de mayo de 1514, cuando Goméz de Valenzuela acudió a la Chancillería de Granada, agraviado por entrar en los padrones de los pecheros. No sabemos por qué Gómez de Valenzuela llegó a San Clemente hacia 1495, donde estaba casado con María Fernández.

Sus padres eran Alonso de Valenzuela y Juana Gómez, vecino de Mohorte, y su abuelo Gabriel López, casado con María López, vecinos de Cuenca. La casa de los Valenzuela posiblemente se situara en la calle actual de los Caballeros, o al menos allí vivía un Valenzuela, años después. Alonso Zapata había coincidido viviendo doce años en el lugar de Mohorte con Gómez de Valenzuela. El padre, según los testigos había muerto hacía 20 años y el abuelo, treinta años. Los Valenzuela, tenían una casa en Mohorte, donde se dedicaban a sus ganados

porque el dicho su ahuelo tenía en el dicho lugar de Mohorte una casa en la qual venía en desquilar su ganado


La hidalguía había sido ganada supuestamente por el abuelo Gabriel López hacia 1456, como luego veremos. En poder de Gómez Valenzuela estaba un traslado de la sentencia reconociendo hidalguía y cartas de servicio de Gabriel López. Pero para lo que unos era privilegio de hidalguía para otros era simple privilegio de caballería,

de una escritura de abtos e sentençia arbitraria que estava firmada de Juan de Porras nuestro escriuano e rrescebtor que fue en la dicha nuestra abdiençia por la qual constava que Grauiel López visahuelo de las partes contrarias avía sido cavallero guisado e cofrade de la cofradía del señor Santiago del cabildo de cavalleros de guisados e por aquella rrazón él e sus deszendientes e las partes contrarias se avían excusado de no pechar e no por ser hijosdalgos
A pesar de las dudas, Gómez de Valenzuela ganaría su hidalguía por sentencia de 8 de abril de 1515, confirmada el 19 de enero de 1524. La ejecutoria vendría dada por carta de 7 de junio de 1524. Mientras, Gómez de Valenzuela asentaba su posición en San Clemente emparentando a sus hijos con los Montoya, Tébar y con los Guedeja.

La hidalguía de Gómez de Valenzuela fue contestada ya por el concejo de San Clemente en 1528, que acusaba al primerizo hidalgo de haber contado con el favor del caballero Antón García, cuyo prestigio, ganado en la guerra de Granada, donde sería armado por el mismo Fernando el Católico, nadie discutía. Los acusadores, o acusador, pues la denuncia partía de Alonso Álvarez de Villarreal, decían que Gómez de Valenzuela era caballero armado pero no hidalgo. La condición de caballero armado no se transmitía a los descendientes. La acusación permaneció dormida once años, pero en 1539 las acusaciones del concejo de San Clemente se redoblaron contra Alonso de Valenzuela, el hijo de Gómez, que había fallecido en 1538. Seis años después, en 1545, se pedía se revocase la ejecutoria de 1524. A decir de los testigos en la revocación de la hidalguía había sido clave la declaración del tal Alonso Álvarez de Villarreal. El detonante había sido el impago de sus servicios como procurador de Gómez de Valenzuela con unas alfombras prometidas; pero los motivos reales se nos escapan. Lo que no cabe duda es que la denuncia de Alonso Álvarez de Villarreal acabó con las aspiraciones de hidalguía de los Valenzuela durante cien años.

Mientras que los hermanos Alonso y Bernardino de Valenzuela, vecinos de Cuenca, intentaban ganar  su hidalguía ante el concejo de esta ciudad. En San Clemente intentaba hacer lo propio el hijo de Gómez de Valenzuela, Alonso, con los testimonios de vecinos favorables de la villa de San Clemente. Alonso había pasado sus años de mocedad en Castillo de Garcimuñoz, se había casado en Belmonte con Juana Montoya, vecina de Vara de Rey, y ahora vivía en San Clemente. La Chancillería de Granada dictó el 21 de octubre de 1550 sentencia contraria y revocatoria de la hidalguía de Gómez de Valenzuela. En la decisión pesó sin duda las pruebas aportadas por el concejo de Cuenca contra los hermanos Alonso y Bernardino, vecinos de esa ciudad y deudos de los Valenzuela sanclementinos.

El concejo de Cuenca en 1543, con motivo del pleito de hidalguía de los hermanos Alonso y Bernardino Valenzuela (que perderán), llegó a negar la descendencia misma de los Valenzuela de Gabriel López de Valenzuela, alegando que el único de tal nombre existente en los padrones de Cuenca de mediados del siglo XV era un tal Gabriel López de Cuenca, que poco tenía que ver con un caballero armado o hidalgo. No obstante los hermanos Bernardino y Alonso obtendrían sentencia favorable de hidalguía el 21 de enero de 1545. La sentencia sería revocada el 14 de septiembre de 1546. Una de las razones dadas fue que los traslados de las escrituras que apoyaban la pretendida hidalguía no habían sido sacados de archivo público, sino que obraban en poder de particulares como Hernando de Valdés. La conexión enseguida derivó a la acusación de judeoconversos de los Valenzuela. El concejo de Cuenca presentó una escritura en que se acusaba directamente a Juan de Valenzuela , tío abuelo de los hermanos Alonso y Bernardino
e fazía presentaçión de una escriptura sacada por virtud de una nuestra carta e provisión rreal del santo ofiçio de la Santa Inquisiçión de la çibdad de Cuenca por donde constava que el dicho Juan de Valençuela hermano del ahuelo de las partes contrarias e Françisco de Valençuela constava e paresçía ser conversos syn otra distinçión alguna
Los hermanos Valenzuela no alegaron nada y, quizás preocupados por la deriva del pleito, pidieron que se concluyera el pleito. La sentencia definitiva de 21 de agosto de 1548 ratificaba definitivamente a los Valenzuela como hombre llanos y pecheros.

Los López de Cuenca han sido localizados por JARA FENTE como arrendadores de la sisa del vino y de la carne de la ciudad de Cuenca desde los años cuarenta del siglo XV (1). Empadronados como pecheros; Gabriel López de Cuenca sería empadronado en 1445 y años sucesivos (un sobrino suyo ya aparece como pechero en 1437). No obstante, el mismo Gabriel López Cuenca intenta obtener en 1456 carta de hidalguía, sin que sepamos si la llegó obtener como nos dirá su nieto Gómez de Valenzuela (2). Este mismo Gabriel López de Cuenca nos aparece como arrendador de la dehesa de la Vega del Codorno en 1454 (3). De arrendadores y abastecedores de vino y carne de la ciudad, los López de Cuenca pasarían a arrendadores de dehesas, ya como ganaderos. Los procesos inquisitoriales influirían en su decisión de dejar la ciudad de Cuenca y establecerse en Mohorte. De allí el paso a San Clemente, donde los Valenzuela enlazarían con las principales familias como los Guedeja, procedentes de Alcaraz, o los Tébar.

Cuando en 1597, el sanclementinos Gómez y su sobrino Alonso de Valenzuela pleitean de nuevo por su hidalguía, se intentan recuperar los padrones de hidalgos de 1531 a 1537 de la ciudad de Cuenca. Todos estos padrones han desaparecido de su archivo; la esperanza se centra en encontrar las pesquisas que el corregidor Blasco Núñez Vela llevó el año 1535 para averiguar los hidalgos existentes en la ciudad y tildar (borrar) de los padrones de hidalgos a los que no eran tales. El problema radicaba en que la relación de los hidalgos de 1535 había sido copiada de nuevo por un fraile trinitario por estar la dicha copia en muchas partes borrada enmendada escripta en muchas partes entre rrenglones sobrerraído y en las márgenes sin estar salvado. El escribano Pedro Velázquez al sacar traslado de dicha copia sesenta y dos años después la consideraría sospechosa. Para la elaboración del padrón de 1535, el corregidor Núñez de Vela había partido de los padrones de 1530, 1523 y 1495 por manera que muestran posesión de quarenta años e porque sus ahuelos de los susodichos murieron antes de la copia de los quarenta años que su boto es que los que fueren excluidos por no mostrar si sus ahuelos heran exentos en las copias de los años de antes de noventa e çinco paresçen por no estar aquí en la çiudad el escriuano mayor del ayuntamiento que si a los que toca mostraren copias de antes del año de noventa y çinco como sus padres e ahuelos estavan asentados en las copias que estos tales su voto y pareçer es que no pechen. La relación de exentos venía acompañada por otra relación de hidalgos dudosos

Relación de exentos de la ciudad de Cuenca de 1535 (I)
AChGr. HIDALGUÍAS, Sign. antigua, 301-181-382, Denegatoria de hidalguía de  Gómez y Alonso de Valenzuela, año 1597

Relación de exentos de la ciudad de Cuenca de 1535 (II)
AChGr. HIDALGUÍAS, Sign. antigua, 301-181-382, Denegatoria de hidalguía de  Gómez y Alonso de Valenzuela, año 1597

Relación de exentos de la ciudad de Cuenca de 1535 (III)
AChGr. HIDALGUÍAS, Sign. antigua, 301-181-382, Denegatoria de hidalguía de Gómez y Alonso de Valenzuela, año 1597


Hidalgos dudosos en 1535 de la ciudad de Cuenca
AChGr. HIDALGUÍAS, Sign. antigua, 301-181-382, Denegatoria de hidalguía de Gómez y Alonso de Valenzuela, año 1597
Los Valenzuela tampoco obtendrían ejecutoria de hidalguía en 1597, ante las dudas que planteaban los padrones de Cuenca de 1535. Se haría esperar la concesión hasta 1633, cuando una nueva saga de litigantes de la familia llevó su caso a Granada. Eran los hermanos  Diego y el capitán Pedro, hijos de Alonso de Valenzuela y María de Perona, y su sobrino Alonso de Valenzuela, hijo del fallecido Gregorio de Valenzuela, que había fundado capilla en la iglesia de Santiago,  y un cuarto hijo llamado Gómez de Valenzuela, ya fallecido, casado con Mariana de Zalbide y Artigas, cuya hija Mariana de Valenzuela había casado con el mencionado Alonso.

Todos ellos vecinos de San Clemente. Los bienes de la familia se procuraron mantener indivisibles con la creación de un mayorazgo en fecha que desconocemos, aunque ya Gómez de Valenzuela y su mujer María Fernández beneficiaron en un tercio y un quinto los bienes recibidos por el hijo mayor Alonso. Gómez  de Valenzuela y su mujer Juana de Montoya testarían el 29 de mayo de 1535. Además de los bienes legados favoreciendo al hijo mayor Alonso, se fundaron unas memorias de misas, de las que nombraron patrón al mencionado Alonso. Sería Alonso de Valenzuela, junto a su mujer Juana de Montoya, el que fundara mayorazgo. Por muerte del hijo mayor Gómez, el mayorazgo pasaría a su hijo menor Alonso, y éste lo transmitiría a su hijo mayor Gregorio, que, junto a su mujer Bernardina Guedeja de la Cerda, agregaría nuevos bienes a la memoria y mayorazgo, que comenzó a ser conocido como el mayorazgo de Gregorio Valenzuela. El mayorazgo pasará al hijo mayor del matrimonio, Alonso, que además había tenido otros dos hijos: Catalina de Valenzuela y Gastón de la Cerda.

Desde Gabriel López hasta los nuevos pretendientes habían pasado seis generaciones. El pretendiente de 1633, Alonso era
hixo lexítimo de don Gregorio de Balenzuela y doña Bernardina Guedexa de la Zerda su muger y nieto de Alonso de Balenzuela y doña María de Perona su lexítima muger y bisnieto de Alonso de Balenzuela y Juana de Montoya su lexítima muger y rrebisnieto de Gómez de Balenzuela y de María Fernández si lexítima muger y quinto nieto de Alonso de Balenzuela y Juana Gómez su muger y sexto nieto de Gauriel López de Balenzuela y María López su lexítima muger 
El pleito de los años treinta se fundamentó en reconocer a los Valenzuela como hidalgos de sangre. Tal opinión se fundaba en el mérito ganado en el seno de la sociedad sanclementina. Debió ser fundamental en dicho reconocimiento la alianza matrimonial de Gregorio Valenzuela con Bernardina Guedeja. La relación entre los Guedeja y los Valenzuela venía de antaño, cuando Bernardina Valenzuela, hija de Gómez Valenzuela y María Fernández, había casado con el licenciado Juan Guedeja. El resto vino después: el licenciado Villanueva, fustigador de hidalguías, reconocía a los Valenzuela su origen en Córdoba. Curiosamente el apellido Valenzuela venía aportado por la mujer de Gómez, el primero de la saga que llegó a San Clemente, María Fernández de Valenzuela y cuyo segundo apellido siempre se mantuvo callado.


Francisca Fernández de Valençuela abuela por parte de presente de mi señora doña María de Valderrama que casó con el señor don Jorge de Mendoça, fue ija de Diego López de Valençuela natural de la ciudad de Toledo y de Inés de Araque natural de Villalgordo, aldea del Castillo de Garcimuñoz y nieta de Grabiel López de Valençuela y María López de Quiñones, naturales de Córdoba, que vinieron a la dicha ciudad de Toledo con Diego López de Valençuela fue hermano de Alonso de Valençuela quarto abuelo de don Alonso de Valençuela que es familiar del Santo Oficio que oy vive y es nacido en San Clemente, el qual en 18 días del mes de marzo de 1633 sacó sentencia de reuista y executoria de ijo dalgo en posesión y propiedad por la baronía de Valençuela que la probó con escriuanos en Granada...Demás de lo dicho Gómez de Valençuela tercero abuelo de dicho don Alonso de Valençuela que sacó dicha executoria casó con María Fernández de Valençuela, hermana entera de dicha Françisca Fernández de Valençuela y la dicha casó con Gonçalo de Origüela en San Clemente= primos hermanos dicho Gómez y María Fernández de Valençuela su mujer y consiguientemente primo hermano dicho Gómez de dicha Francisca Fernández de Valençuela= (4)


El 18 de marzo de 1633 los Valenzuela eran reconocidos como hidalgos por la Chancillería de Granada. Se declaraba nula la sentencia de 21 de octubre de 1550 que había declarado pechero a Alonso Valenzuela el mayor y restituía la ejecutoria ganada por Gómez de Valenzuela el siete de junio de 1524. La sentencia sería ratificada el 21 de mayo de 1524. La carta ejecutoria sería expedida el 23 de septiembre de 1633. Hoy se nos conserva en el Archivo Histórico de San Clemente (5).

Probanzas de 1514, de la probanza de Gómez Valenzuela

Testigos: Alonso Zapata, vecino de San Clemente, hidalgo, 60 años
Martín Fernández, vecino de Mohorte, hombre pechero, 55 años
Juan de Belvis, vecino lugar de Mohorte, 55 años
Antón García, vecino de San Clemente, hidalgo, 52 años

Probanzas de 1545, de la probanza de Alonso de Valenzuela, hijo de Gómez


Hernán González de Origüela, vecino de San Clemente, pechero de 70 años

Martín Sánchez del Castillo, vecino de San Clemente, pechero de 72 años
Juan Caballón, vecino de San Clemente, pechero de 75 años
Alonso de León carpintero, vecino de la ciudad de Cuenca, pechero, 70 años
Juan de Moya, vecino de Cuenca, pechero de 75 años
Pedro Ruiz de ?????, guisado de caballo de la ciudad de Cuenca por la colación de San Gil, 70 años

Probanzas de 1633 a favor de los hermanos Valenzuela

Don Diego de Alarcón de la Torre, vecino y natural de la villa de la Roda, y regidor y guarda mayor de ella, 44 años. Posee en  San Clemente los heredamientos de Villalpardillo
Juan Castillo Villaseñor, vecino de San Clemente de 56 años, hidalgo
Juan González de Garnica, vecino de San Clemente, 72 años, escribano público e hidalgo
Juan Copado, vecino de San Clemente, de más de 70 años
Pascual Ballestero, vecino de San Clemente, hombre llano pechero de 64 años
Alonso de Palacios, vecino de San Clemente, pechero de 70 años.


(1) JARA FENTE, José Antonio: Concejo, poder y élites, la clase dominante de Cuenca en el siglo XV. CSIC. Madrid. 2000, pp. 308, 426, 438 y 439
(2) Ibídem, p. 357, nota 450
(3) Ibídem, p 443
(4) BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA, Mss. 3251, Linajes de España, fols. 300, 301 y 302
(5) AHMSC. Ayuntamiento. Legajo 32/27



AChGr. HIDALGUÍAS, Sign. antigua, 301-5-3, 7 de junio de 1524, Ejecutoria de hidalguía de Gómez de Valenzuela, natural de Cuenca y vecino de San Clemente

AChGr. HIDALGUÍAS, Sign. antigua, 301-1-31, 29 noviembre de 1548. Denegatoria de hidalguía de los hermanos Alonso y Bernardino de Valenzuela, vecinos de Cuenca
AChGr. HIDALGUÍAS, Sign. antigua, 301-181-382, Denegatoria de hidalguía de los hermanos Gómez y Alonso de Valenzuela, año 1597
AChGr. HIDALGUÍAS, Sign. antigua, 501-76-5, Denegatoria de hidalguía de Alonso, Diego, Pedro y Marianam mujer de Alonso, de Valenzuela. 1632
AChGr. HIDALGUÍAS, Sign. antigua, 301-112-17, Ejecutoria de hidalguía de de Alonso, Diego, Pedro y Mariana, mujer de Alonso, de Valenzuela. 1633

jueves, 29 de marzo de 2018

De los Llerena de Alcaraz a los Guedeja de San Clemente (I)

                                   


El 10 de abril de 1537 el bachiller Juan Guedeja demanda al concejo de San Clemente para ver reconocida su condición hidalga. La naturaleza hidalga de la familia había sido concedida al bisabuelo Ruy González de Llerena, por el rey Juan II, y transmitida hereditariamente a sus sucesores: el abuelo, Juan de Llerena, y al padre, Ambrosio de Llerena. Ante la Chancillería de Granada se presentó el bachiller, luego licenciado, Juan Guedeja con el privilegio de su bisabuelo. No estaba dispuesto a reconocer esa condición noble, que, por boca de su procurador, manifestó que el bachiller era un extranjero en el pueblo: un vecino de la ciudad de Alcaraz, donde debía permanecer empadronado si quería mantener su condición nobiliaria, pues su casamiento con una sanclementina ni le concedía la vecindad ni mucho menos la hidalguía en un pueblo poco propenso a las cartas de hidalguías. Además, el momento no era el más propicio, pues los hidalgos pleiteaban por el acceso a la mitad de los oficios concejiles. Exigencia que solo verían reconocida dos años después.

A las razones políticas del momento se unían otras de carácter personal: se tenía al bachiller Juan Guedeja por descendiente de padre bastardo. Pero el bachiller Guedeja, a diferencia del concejo de San Clemente aportó las pruebas que le daban la razón. Entre ellas, la ejecutoria de su bisabuelo Ruy González de Llerena, otorgada por el rey Juan II. Encabezaba la ejecutoria el escudo de armas de la familia
una carta de previllegio e confirmaçión del señor Rrey don Juan de gloriosa memoria que santa gloria aya escripta en pargamino de cuero e firmada de su rreal nonbre e sellada con su rreal sello de plomo pendiente en filos de seda e colores e al fin del dicho previllegio estaban pintado en el escudo de sus armas rreales de castillos e leones con dos círculos de letras de oro e colores e al prinçipio del dicho previllegio estaba un escudo de armas con el canpo la mitad azul e la mitad dorado y dentro una venera 

Ejecutoria de Ruy González de Llerena  de 6 de marzo de 1447 (traslado de 1540)
 La ejecutoria de Ruy González de Llerena es un tratado de filosofía política de la época: entre la teoría del Reino como un cuerpo místico y los deseos absolutistas de un rey atenazado por la realidad de sus limitaciones y dependencias. El Rey se presenta como el corazón, alma del Reino, que con la impartición de justicia da vida y mantiene unido al cuerpo, que es el Reino
que el rrey es señor puesto en la tierra en lugar de Dios para cunplir la justiçia e dar a cada uno su derecho, por ende es corazón e alma del pueblo, que así como el alma está en el corazón del ome e por ella vive el cuerpo e se mantiene así en el rrey está la justiçia que es vida e mantenimiento del pueblo de su señoría e otrosi como el corazón es uno e por el rresçiben todos los otros mienbros unidad para ser cuerpo bien así todos los del rreygno maguer sean muchos porque el rrey es e debe ser uno deben de ser todos uno con él para lo servir e ayudar en las cosas que a de hazer
El Rey también como cabeza que dirige al Reino representado por el cuerpo
el rrey es cabeza del rreyno porque asi como en la cabeça nasçen todos los sentidos porque se mandan todos los miembros del cuerpo bien así por el mandamiento que nasçe del rrey que es ser e cabeça de todos los del rreygno se deben mandar e guiar e obedeçer e grande es el derecho del poderío del rrey que todas las leyes e los derechos tiene so sí porque el su poderío no ha de los omes más de Dios cuyo lugar tiene en todas las cosas prinçipalmente pertenesçe amar e honrrar e guardar sus pueblos
Esa dependencia de los servicios de sus vasallos es lo que llevaron a conceder el título de hidalgo a Ruy González de Llerena, escribano de cámara y contador de la casa del príncipe Enrique. Ruy González de Llerena acompañó al futuro Enrique IV por todo el territorio peninsular en las luchas intestinas que desangraban al Reino
acatando los muchos e buenos e continos seruiçios que vos Rruy González de Llerena mi escribano de cámara e contador e secretario del prínçipe don Enrrique mi muy caro e mi muy amado fijo me abedes fecho así en el tienpo del dicho prínçipe mi fijo procuraba mi libertad e yo estaba opreso en las villas de Tordesyllas e de Portyllo e fuystes con él en mi seruiçio çerca de la villa de Pampliega con vuestros caballos y armas en el rrecuentro que uvo con el rrey de Navarra e con sus secaçys e que fueron desbaratados algunos de la conpañía del dicho rrey de Navarra y después asimismo estovistes con el dicho prínçipe mi fijo en el conbate y entrada que yo fize de la villa de Peñafiel e ansimismo de la entrada que el dicho prínçipe mi fijo fizo de la villa de Rroa que estaban rrebeladas e alçadas contra mí e después fuystes al Rreyno de Murçia e Marquesado de Villena e al Maestrazgo de Calatrava y en el tomamiento y apoderamiento de todo ello que el dicho prínçipe mi fijo e con el don Álvaro de Luna, maestre de Santiago y mi condestable de Castilla hizieron con mis poderes e después fuystes en la conpañía del dicho prínçipe mi fijo en la batalla que yo ove con los dichos rrey de Navarra e ynfante don Enrrique su hermano en el rreal de sobre Olmedo donde por la graçia de Dios nuestro señor yo e el dicho prínçipe mi fijo ovimos vitoria e los dichos rreyes de Navarra e ynfante don Enrrique su hermano fueron vençidos e desbaratados e fueron arrancados del canpo
Tras lo cual, venía la concesión de la hidalguía para Ruy González de Llerena y sus descendientes y de un escudo de armas familiar
seades e sean fijosdalgo notorios de solar conoçido e devengar quinientos sueldos según fuero e costunbre de España,... e que podades traer e trayades un escudo la mitad dorado y la otra mitad azul y en medio una venera las quales vos do e otorgo por armas e ynsignias e que vos llamedes del apellido que agora vos llamades
La ejecutoria, dada en la villa de Valladolid, tiene por fecha el seis de marzo de 1447, era un reconocimiento, más que a los servicios prestados, al mérito personal, pues los buenos se fazen por ellos mejores rresçibiendo galardones e rremuneraçiones. La ejecutoria se concede en un momento de euforia de la Corona, tras la victoria de Olmedo en 1445 sobre los infantes de Aragón, el poder incontestable del condestable don Álvaro de Luna, seis años antes de su conocido infortunio. En la ejecutoria es de destacar la secuencia de todos los grandes del Reino confirmando la voluntad real. Entre ellos, una figura de gran porvenir: Juan Pacheco, mayordomo del príncipe don Enrique. La fortuna de Ruy González de Llerena iría ligada a don Juan Pacheco, I marqués de Villena, de quien sería secretario, tras serlo del príncipe Enrique.


Confirmantes de la Ejecutoria de hidalguía de Ruy González de Llerena

Ruy González de Llerena había nacido en la ciudad de Alcaraz, a decir de los testigos, aunque parece más probable que llegara de Extremadura, tal como delata su apellido, con algún corregidor de la ciudad. Había ocupado los principales cargos municipales, como el de alcalde ordinario por el estado noble y procurador universal de la ciudad. Sus hijos el licenciado Juan, Diego y Alonso fueron regidores. El licenciado Juan Llerena había estudiado Leyes en la Universidad de Salamanca. Allí conoció a una salmantina de la que se enamoraría; con cuarenta años volvió a su ciudad natal, acompañado de esta mujer, llamada Catalina Guedeja, de veinticinco años, y el pequeño Ambrosio, fruto de la relación entre ambos, padre de nuestro protagonista. En concubinato vivieron el licenciado Juan y Catalina Guedeja, hasta que las presiones familiares y vecinales forzaron al licenciado Llerena a contraer matrimonio con Leonor de la familia alacaraceña de los Guerrero. El hijo Ambrosio cayó en la condición de bastardo. La madre Catalina de Guedeja se vería repudiada por segunda vez, cuando el licenciado Llerena casó de nuevo
el dicho liçençiado como ombre soltero se casó primera vez con la Guerrera que auía dicho e fallesçida se casó segunda con Bernaldina de Villena
Ambrosio de Llerena casaría con Catalina Gómez. Conocemos un poco mejor la vida de los Llerena por una criada llamada Catalina Sánchez. Esta mujer era natural de Ayna; con cinco años había entrado a servir en casa de Ruy González de Llerena, al que había visto enterrar en Santo Domingo. En una situación privilegiada, Catalina vio el discurrir de la vida de la familia Llerena. La familia Llerena, una vez muerto Ruy, se organizaba en torno a la viuda Mayor González de Teruel, judía conversa y hereje confesa, cuyos huesos serían desenterrados en 1504, para ser quemados. Fue la viuda quien acogió a Catalina Guedeja y quien permitió una relación de concubinato con su hijo Juan. En casa de la viuda y bajo su protección se crió el bastardo Ambrosio y otra hija habida de la relación entre Juan y Catalina. La buena suerte de Catalina Guedeja duró dos años, hasta que el licenciado Juan Llerena casó con Leonor Guerrero. Bruscamente el trato de Catalina Guedeja como señora de la casa se quebró
que un negro que tenía la madre del dicho liçençiado le llevaba la falda y entonçes no se llevaban faldas sino a personas de muchos mereçimientos
Catalina Guedeja fue obligada por su amante y sus hermanos a tomar los hábitos como monja, desterrada a casa de un pariente de la familia en Chinchilla, acabaría tomando dichos hábitos en el monasterio de Santa Clara de la ciudad de Alcaraz, de la orden de Santo Domingo. Parece que los lazos entre Mayor González de Montiel y la Guedeja continuaron muy vivos, tanto por las visitas continuas de la viuda al convento como porque ésta procuró dar una educación esmerada a sus nietos bastardos, dejándolos a cargo de un  preceptor llamado Montesino. La despreciada Catalina Guedeja encontraría su vocación en el convento, donde permaneció siete u ocho años, trasladándose posteriormente al convento de la orden en Sevilla, donde sería priora, y participando en la reforma de otro convento de la orden en Jérez de la Frontera, donde murió. En este carácter itinerante de la monja debieron ser determinantes sin duda las pesquisas inquisitoriales contra su protectora Mayor González de Montiel.

Pero la suerte de la familia Llerena había cambiado ya antes. Su apoyo al marqués de Villena en las guerras por la sucesión al trono de Castilla fue castigada con la pérdida de bienes e favor de la familia Reolid. Para entonces Ruy había fallecido; la desgraciada suerte la padecieron sus hijos Juan, Alonso, Diego, Rodrigo y Francisco. En especial, Diego y Francisco comprometidos con el marqués y que vieron confiscados sus heredamientos de Povedilla. Aunque pronto supieron acertadamente cambiar de bando, asegurar su fidelidad a la Corona y recuperar sus bienes (1). La fortuna cambiaría de nuevo a finales de siglo, cuando la familia sufrió los embates de la Inquisición, siendo procesada la madre, Mayor González de Montiel, que vería expropiada la propiedad de Pinilla. Es posible que muriera durante el proceso. En cualquier caso, sus huesos exhumados serían quemados (2).

El padre del bachiller Juan Guedeja, Ambrosio, abandonaría la ciudad de Alcaraz al casarse con Catalina Sánchez; aunque parece que luego volvió de nuevo a la ciudad hasta la muerte de su mujer. El bachiller, luego licenciado, Guedeja abandonaría el hogar familiar de Alcaraz para casarse en San Clemente, donde se asentaría. Allí daría el salto; de procurador de la villa pasaría a relator del Consejo Real. Pero la presencia de los Guedeja en estas tierras sobrepasaba la fortuita llegada de una madre deshonrada por el estudiante Juan de Llerena y sus herederos. En Belmonte, protegidos por el marqués de Villena, se establecían otros familiares de los Guedeja, llegados de Salamanca, que hacía de la capilla de la Purificación de la Colegiata su capilla familiar. Su estudio lo desarrollaremos más adelante.

Capilla de la Purificación de la Colegiata de la villa de Belmonte, fundación de su racionero y mayordomo don Jerónimo de Guedeja hacia 1560 (trazada por Esteban Jamete)




(1) PRETEL MARÍN, Aurelio: Los judeoconversos de Alcaraz entre los siglos XVI y XVII: Llerenas y Barreras, Álvarez y Toledos, Vandelviras, Sabucos y Parejas ante la Inquisición. Asociación cultural Alcaraz. Siglo XXI. 2017. Obra imprescindible para el estudio de las minorías conversas en Alcaraz y de los Llerena, en particular.
(2) PRETEL MARÍN, Aurelio: op. cit. pp 37 y ss.

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Ejecutoria de Hidalguía de Juan Guedeja González de Llerena. 1540. Signatura antigua301-14-2


Anexo: testigos de Alcaraz a favor de Juan Guedeja

Pedro de Penilla, portero del ayuntamiento de la ciudad de Alcaraz, hidalgo de 85 años
Cristóbal López , pechero de 55 o 60 años, vive cabo el monasterio de Santa Clara
Catalina Sánchez, mujer de Juan Sánchez Peral, moradores de Ayna, aldea de Alcaraz, 70 años
Jerónimo de Segura, hidalgo, 66 años, juez en çiertos pueblos e alcayde en Baños (de la Encina, Jaén)
Diego Cantarero, pechero de 87 años
Sancho Palomo, pechero de 80 años
Fernando de Vígara, hombre hijodalgo del Arrabal de la ciudad de Alcaraz

sábado, 13 de enero de 2018

Justicia real y privilegiados en la villa de San Clemente a mediados del siglo XVI


Las diferencias entre el regidor Alonso Valenzuela y el alcalde mayor Baltasar Orozco se remontaban a julio de 1548, cuando el primero se negó a librar veinte mil maravedíes de los propios de la villa a Rodrigo de Ocaña. Pero no fue hasta diciembre de 1548, cuando Alonso de Valenzuela pidió justicia al gobernador Luis Godínez de Alcaraz. Protestaba por los cincuenta días que había permanecido preso en la sala del ayuntamiento y en la cárcel pública y por la merma que esta situación había provocado en su hacienda
atenta la calydad de mi persona por ser rregidor, que es dynidad, e hijodalgo e honbre de honrra, en la dicha prysión fuy ynjuriado y el juez que ynjustamente prende, comete contra el preso delyto de ynjuria e demás desto por thener preso los dichos çinquenta días y no poder entender en mi fazienda ni visitar mis ganados e granjerías de canpo e otros negoçios que yo thenía fuera desta villa de San Clemente en los dichos çinquenta días de prysión perdy e me vynyeron de daño más de çien ducados
Rodrigo de Ocaña era el procurador de las causas de la villa ante el Consejo Real, por sus idas y venidas recibía un salario de ocho reales diario, una corona, a cobrar de los propios de la villa, a cargo de su mayordomo Pedro Hernández de Avilés. Sus estancias en el Consejo Real, que entonces residía en Aranda de Duero, eran prolongadas, la última fue de sesenta y dos días, desde finales de octubre a finales de diciembre de 1547. Desde septiembre de aquel año eran alcaldes de la villa de San Clemente Pascual de Valenzuela y Francisco de Olivares, alguacil mayor Pedro de Alarcón Fajardo. Los nombres de aquellos que desempeñaban los cargos concejiles aquel año no es un dato carente de valor, pues correspondía a un grupo de principales que había entrado en conflicto con los regidores perpetuos establecidos en la villa desde 1543. La misión de Rodrigo de Ocaña en la Corte se movía en esas disputas. Tanto él como el licenciado Guedeja, relator en el Consejo Real, habían recibido el 26 de octubre de 1547 comisión de los alcaldes ordinarios y alguacil mayor para defender el modo de elección de esos cargos según fijaba la ejecutoria ganada por la villa. Pascual de Valenzuela, Francisco de Olivares y Pedro de Alarcón Fajardo habían sido elegidos por las tradicionales suertes el día de San Miguel.

El tradicional método de elección por suertes de alcaldes ordinarios y alguacil mayor consistía en la elección de cualquier vecino por suertes. Frente a esta universalidad se acabó imponiendo la reserva de la elección de alcaldes a un colegio de electores reducido de cuatro hidalgos, para la elección de alcalde noble, y doce pecheros, para la elección de alcalde por el estado pechero. Y es que San Clemente había crecido demasiado y los intereses en juego eran muchos como para dejar la elección de la justicia del lugar y alguacilazgo a unas cuantas bolas de cera flotando en un cántaro. Una carta ejecutoria de la emperatriz Isabel había limitado el colegio de electores a personas hábiles y suficientes y reducido el número de elegibles a los mencionados cuatro hidalgos y doce pecheros, luego convertidos con el tiempo en colegio de electores, pero ahora la elección la hacían tanto los regidores perpetuos como los oficiales salientes, y es de presuponer, pues testimonios hay, con el concurso de otros vecinos que  no querían quedar excluidos, entre los nombres de las dieciséis personas introducidas en el cántaro. Decidía la mano inocente de un niño de ocho años, que sobre esta selección previa, sacaba las bolas de los afortunados. El método escandalizaba al doctor Alonso de los Herreros, que afirmaba que no se podía elegir como oficiales públicos a personas que no diferenciaban entre el bien y el mal y cosa no deçente sería que cupiese la vara de alcalde hordinario o de alguaçil mayor desta villa a persona menos sufiçiente o ydiota.

El año de 1547 los oficios de regidores de la villa estaban en mano de una reducida minoría de principales, que los habían comprado de por vida por la cantidad de cuatrocientos ducados. Sus nombres eran Cristóbal de Tébar, Alonso de Valenzuela, Hernando del Castillo, Francisco de los Herreros y Francisco Pacheco, señor de Minaya. Las disputas entre alcaldes ordinarios y regidores perpetuos no eran motivadas por principios o defensa de privilegios inmemoriales de la villa, sino por intereses económicos muy particulares. La causa de las disputas entre unos oficios y otros había sido el embargo de una manada de carneros, destinada al abasto de las carnicerías, a Inés Alarcón, mujer de Bernardino de los Herreros. Los carneros fueron entregados a Juan González de Origüela, abastecedor de carnicerías ese año, que rendiría cuentas de su gestión ante el ayuntamiento, pero la obligación final de pago de los carneros embargados recaía en los regidores Cristóbal de Tébar y Alonso Valenzuela, que a diferencia de los alcaldes, comprometieron ante el gobernador, además de su palabra, sus bienes. Por supuesto el resto de regidores se habían ausentado voluntariamente para no comparecer ante el gobernador doctor Rodrigo Suárez de Carvajal. Todos sabían a lo que jugaban. Sería falaz por nuestra parte pretender ver en las disputas un enfrentamiento claro entre regidores y alcaldes, más bien los dardos de los alcaldes, y, por omisión, de los regidores ausentes iban dirigidos contra los origüela, que controlaban el lucrativo negocio del abasto de carne en la villa. Cristóbal de Tébar, Alonso de Valenzuela y Juan González de Origüela estaban emparentados familiarmente. El problema era que junto al abastecimiento de las carnicerías, tema de interés para los tébar, origüela y valenzuela, en la posada del gobernador se habló de un tema muy espinoso: enviar un procurador a la Corte para defender la primera instancia de la villa. No sabemos lo que pasó en la posada del gobernador, en casa de la mujer Antón García Moreno, pero creemos que Alonso Valenzuela cedió en enviar a Rodrigo de Ocaña a la Corte para defender la elección popular de los alcaldes de la villa. Al fin y al cabo, tal consentimiento, no decidido en las salas capitulares del ayuntamiento, carecía de valor jurídico. Cristóbal de Tébar, más avezado que Alonso de Valenzuela, se pronunció en contra de una misión, la de Rodrigo de Ocaña, que no solo intentaba preservar la elección por suertes de los alcaldes ordinarios sino también eliminar los regidores perpetuos. Posiblemente Alonso Valenzuela y Cristóbal de Tébar no eran contrarios a la elección de alcaldes ordinarios de septiembre de 1547 en las personas de Pascual Valenzuela y Francisco de Olivares, pero Cristóbal de Tébar, a diferencia de Alonso, sabía distinguir perfectamente la diferencia entre contar en la alcaldía con personas próximas y el hecho de aceptar un sistema de elección por suertes, sin filtros o elecciones intermedias, que podía llevar a las alcaldía a cualquier vecino, es decir, a cualquier persona que pusiera en duda el bien de la república, que, para él, se confundía con los privilegios de una minoría, con los que podía mantener conflictos, pero de cuyos privilegios se beneficiaba y defendía.

Aparte de las disputas internas, la villa de San Clemente arrastraba varios conflictos con su antigua aldea de Vara de Rey, entre ellos, la escribanía de Vara de Rey, que había sido concedida como bien propio a la villa de San Clemente por la emperatriz Isabel de Portugal y que ahora se arrogaba la aldea eximida de la villa madre. Se sumaba el conflicto por el pinar de Azraque, que estaba sito en el término de Sisante, lugar comprado por Vara de Rey al precio de 3000 ducados y, con él, los derechos sobre el pinar. Pero si había cierta unidad en el proceder de los principales sanclementinos en torno a la defensa de intereses comunes frente a su antigua aldea de Vara de Rey, no existía tal consenso en otros temas. Las rivalidades entre las principales familias sanclementinas se manifestaba en que cada cual procuraba enviar a allegados a la Corte con el fin de defender intereses propios. Los regidores perpetuos intentaban asegurarse el control de los oficios de alcaldes, revocando la elección anual por suertes; los alcaldes ordinarios se quejaban del nombramiento del mayordomo de propios por los regidores (el cargo, que recaía en Pedro Hernández de Avilés, era simple testaferro de Cristóbal de Tébar).

El control de la elección del mayordomo de propios se había convertido en objeto de litigio. Si el control de la justicia, en manos de los alcaldes, era objetivo imposible para los regidores perpetuos, no ocurría así con el control de los bienes propios del concejo. Los regidores se habían arrogado el nombramiento del mayordomo, por quien pasaban las cuentas finales de los arrendamientos de los bienes propios de la villa, pero también un negocio de más importancia como era el abasto de pan y carne para la villa y el control de las seis tiendas públicas. El mayordomo solía responder con sus bienes de su mala gestión o, lo que era más usual, de la apropiación indebida de caudales públicos. Pero no solo él, también aquellos que se comprometían con sus haciendas como fiadores. No era el caso en los últimos años, en los que el mayordomo, con la complicidad de los regidores, se obligaba sin necesidad de fiadores. El último mayordomo de propios, Juan de Robres (o Robles), andaba en busca y captura, en su huida se había llevado los caudales públicos del año 1546. Curiosamente , será uno de los principales acusadores en la residencia del bachiller Orozco. El mayordomo de 1547, Pedro Hernández de Avilés era amigo reconocido de Alonso Valenzuela, cuyos intereses defendía como procurador. En realidad, las cuentas desde el establecimiento de las regidurías perpetuas en 1543 no estaban auditadas, ejecutadas en el argot de la época, y eran ejemplo de malversación de la hacienda municipal. El remedio, que contaba con el consenso social de la mayoría (o al menos de los excluidos del poder), era garantizar la independencia de los alcaldes ordinarios y de la elección de los mismos.

Aunque se respetaba la elección por suertes, la apariencia democrática de este método, que parecía calcado del ágora ateniense, distaba de la realidad. Previamente a las suertes, había una votación, o simple amaño, en la que se seleccionaba a los aspirantes a entrar en el cántaro del sorteo. En las intrigas por esta selección previa participaban todos, especialmente los regidores perpetuos y los más ricos; pero a la altura de la segunda mitad de la década de los cuarenta el control de la elección por los regidores perpetuos iba siendo cada vez mayor. Parece que este control fue respondido por un grupo de notables, defensores de intereses propios, aunque la solución propuesta era revolucionaria: cualquier vecino podía entrar en suertes, sin intermediación de los oficiales concejiles. Las familias principales pusieron el grito en el cielo: eso era dejar la justicia en manos de gente inhábil e incapaz. El sentido de clase lo expresaron abiertamente los pachecos, herreros o castillos, pero otros como los origüelas, que de la mano de las dos ramas familiares, los tébar y los origüelas, empezaban a dominar el abasto de la villa, parecían callar.  Las divergencias entre las familias principales abrían las puertas a la democratización del gobierno municipal, en palabras de la época: que no elijiesen alcaldes e alguaçil los rregidores sino el pueblo.

Un hecho lo vino a enturbiar todo. El 27 de julio, el alcalde mayor bachiller Orozco ordena la prisión en la sala del ayuntamiento de los dos alcaldes ordinarios, Pascual de Valenzuela y Francisco Olivares, del alguacil mayor Pedro de Alarcón Fajardo y del regidor Alonso Valenzuela. Allí seguían presos el día treinta, cuando Alonso Valenzuela pidió su libertad atento que valoraba la pérdida por cada día de su prisión en dos ducados de oro y que no podía ejercer su oficio de carnicero fuera de la villa. Le siguió en la petición el alguacil mayor Pedro de Alarcón Fajardo. Argumentaban que el ayuntamiento de San Clemente solo pagaría la mitad de los gastos del viaje de Rodrigo Ocaña, la otra mitad correspondería al bachiller Francisco Rodríguez, que actuaba como apoderado de Francisco García y los hijos de Astudillo, por el encargo que había hecho a Rodrigo Ocaña de entender en la corte sobre cierto contencioso por heridas a un vecino de Alarcón llamado Luis de Guzmán, y del que estaba entendiendo un pesquisidor en la villa de San Clemente.

 Aunque en un primer  momento la orden de prisión del bachiller incluía a los alcaldes ordinarios, al alguacil mayor  y al mayordomo de propios, Pedro Hernández de Avilés, pronto éstos se desentendieron y decidieron librar de los propios del concejo la deuda de veinte mil maravedíes con el procurador Rodrigo de Ocaña y quedar así libres. Pero no actuó igual Alonso Valenzuela, que en una defensa de principios negaba la validez de cualquier libranza de los propios si no había sido decidida por el pleno del ayuntamiento. Quizás reconocía ahora el error de haber permitido el paso a la Corte de Rodrigo de Ocaña y haber traicionado los intereses de clase de la minoría de regidores de la que formaba parte. Su empecinamiento lo pagó con una prisión de cincuenta días. Hasta el doce de septiembre, el alcalde mayor Orozco no dictará auto de libertad de Alonso de Valenzuela, condicionado a no abandonar la villa. Además de la pérdida económica en su hacienda, el regidor Alonso Valenzuela verá la prisión como un agravio para su persona y esperará a la finalización del alcalde mayor Orozco en su cargo para exigirle responsabilidades.

Las diferencias entre Alonso Valenzuela y el alcalde mayor Orozco venían ya de antes, pues el primero se había visto inmerso en una pelea con los hijos y criados de Francisco Jiménez, uno de los vecinos ricos del pueblo, que tampoco rehuía las peleas. Baste recordar los sucesos de 1553. El alcalde mayor había sentenciado a Alonso Valenzuela a destierro de la villa y a una multa pecuniaria, pero éste había paralizado la ejecución de la pena, apelando a la Chancillería de Granada. El alcalde mayor, incapaz de ejecutar la pena, había decidido la prisión preventiva por la gravedad de los delitos. Alonso Valenzuela acusaba de parcialidad al bachiller Orozco, que ya se había pronunciado a favor de Rodrigo Ocaña y su madre con ocasión de unas deudas a la panadería, origen de las rivalidades. La enemistad entre ambos personajes se convirtió en odio de enemigos irreconciliables, cuando Alonso estuvo casi cincuenta días preso, del veintisiete de julio al doce de septiembre, por negarse a firmar la libranza de lo adeudado a Rodrigo de Ocaña. Si no estuvo más tiempo fue por el temor del bachiller Orozco a la llegada del nuevo gobernador Luis Godínez unos pocos días después.

Pero el contencioso entre el bachiller Orozco y el regidor Alonso de Valenzuela iba más allá de las diferencias personales, para mostrar todas la contradicciones de la sociedad sanclementina de mediados de siglo. De la relación de testigos declarantes en la residencia contra el bachiller Orozco se deduce que ninguno de los principales del pueblo se quedó al margen. Presentes estuvieron Francisco Pacheco, Miguel Vázquez de Haro, Juan del Castillo, Francisco de Herreros, Miguel de Herreros, Francisco García, Miguel López de Astudillo, Gregorio del Castillo, Hernando de Montoya, Francisco de Ortega, Cristóbal de Tébar, Gonzalo de Tébar, Juan de Robles, Pedro de Alarcón Fajardo o Pedro de Garnica. Una larga relación en la que faltan nombres, pero que muestra el interés que el pleito levantó en la sociedad sanclementina y las amistades y enemistades que suscitaba la persona de Alonso Valenzuela: un hijodalgo rico, que, como otros principales sanclementinos, había forjado su hacienda en el cultivo de viñas y la posesión de ganados. A ello unía el monopolio del abasto de la carnicería pública de la vecina localidad de Vara de Rey.

El juicio de residencia contra el bachiller Baltasar Orozco se celebró a comienzos de febrero de 1549 ante el nuevo alcalde mayor doctor Morales. Acusaban los testigos la entente formada por Rodrigo de Ocaña y el antiguo alcalde mayor Orozco, que ponían la justicia al servicio de sus intereses particulares. Se decía que el procurador Ocaña amañaba las situaciones y el alcalde mayor Orozco dictaba las sentencias en claro delito de prevaricación. En Las Pedroñeras habían ejecutado varios destierros, Juan de Robles decía ser víctima de su justicia por infundadas deudas al sobrino de Ocaña. Asimismo el alcalde mayor tenía fama de quedarse con una parte desproporcionada de las condenaciones de cámara y penas de justicia. Las denuncias alcanzaban al gobernador Suárez de Carvajal. Pero la principal acusación contra la justicia real venía del propio Alonso de Valenzuela, que acusaba al procurador Rodrigo de Ocaña de vender al pueblo, no defendiendo el fin de su comisión: la elección democrática y por suertes de los alcaldes ordinarios. Curiosamente se acusaba de prevaricación en defensa de los intereses particulares por aquellos regidores perpetuos que defendían un cerramiento del gobierno local a favor de sus intereses. El error de Baltasar Orozco y el gobernador Rodrigo Suárez de Carvajal fue ir en contra de los tiempos. Defendieron las viejas tradiciones políticas del pueblo en un momento en que el gobierno local se cerraba en pocas manos. Pero sería injusto achacarles que su gobierno fuera contra los intereses del pueblo. Simplemente en el conflicto de intereses del común de los vecinos con los ricos ganaderos del pueblo, apostaron por el común, apostando por una política en defensa de las viñas y opuesta a un desarrollo anárquico del ganado lanar. Es más, se intentó una generalización del cultivo de olivos, intercalando pies de esta planta en medio de los majuelos, que, como sabemos, fracasaría. Como fracasaría a la larga el intento de preservar la autonomía de los cargos electos de alcaldes frente a los regidores perpetuos.

Las acusaciones de prevaricación alcanzaban alto y apuntaban directamente a los Pacheco. Concretamente a Alonso Pacheco de Guzmán, regidor de la villa, que, por su matrimonio con Juana de Toledo, había unido el linaje de los Pacheco a los descendientes del alcaide de Alarcón Hernando del Castillo. Las alianzas familiares, alianzas de riqueza y poder, se iban cerrando más con el matrimonio del hijo de Alonso Pacheco, llamado Diego, con Isabel de los Herreros. Alonso Pacheco Guzmán fue acusado directamente por Juan de Robles el viejo, mayordomo de propios, de apropiación de los caudales de las panaderías públicas en connivencia con Rodrigo de Ocaña y sus familiares, que tuvieron a su cargo el abasto de pan de la villa de San Juan de 1546 a San Juan de 1547. El alcance contra Rodrigo de Ocaña ascendía a cien mil maravedíes. Parece que Alonso Pacheco, señor de los molinos de la Losa en el Júcar y de importantes propiedades cerealistas en torno a Rus llevaba en el pueblo una política propia, ajena a sus familiares de Minaya e independiente tanto de los intereses vinateros como ganaderos, pero de enorme peso en la política local. Su influencia hizo que Alonso Valenzuela quedara aislado a la hora de pedir responsabilidades a Rodrigo de Ocaña y su madre en el caso de malversación de las panaderías del pueblo, en el que Alonso Pacheco no debía ser ajeno a los cien mil maravedíes que reclamaba el concejo. Pero Alonso Pacheco, jugaba con demasiadas cartas en la mano. Ahora en el contencioso entre Rodrigo de Ocaña y Alonso Valenzuela, se mantiene intencionadamente al margen. Unos pocos años después le será imposible mantener esa neutralidad y se verá marginado de la política municipal, momentáneamente, junto a los Castillo.

Alonso de Valenzuela se había negado a dar su poder a Rodrigo de Ocaña, pero no era el único. Francisco de los Herreros y Hernando del Castillo habían protestado la marcha a la Corte de Rodrigo de Ocaña. Tanto Francisco de los Herreros como un hermano de Hernando, Francisco del Castillo, darían con sus huesos en la cárcel. El propio Hernando del Castillo sería preso en la cárcel cuatro meses por una pretendida deuda de diez ducados. Igual rigor de cárcel padeció otro vecino llamado Francisco Suárez de Figueroa.

La sentencia definitiva contra el bachiller Orozco vendría el veintiseis de abril de 1549, siendo condenado a treinta ducados más costas judiciales por haber encarcelado sin justificación a Alonso Valenzuela. La sentencia fue redactada por el alcalde mayor doctor Morales, alojado en la casa de Sancho López de los Herreros, pero su pronunciamiento había tenido lugar catorce días antes en la ciudad de Chinchilla. No aceptó la sentencia el alcalde mayor Orozco, que apeló ante el Consejo Real. Defendía su causa, su hermano Gaspar Orozco. Pero si los oficiales reales tenían quien defendiera su causa ante la Corte, no iban a la zaga los ricos sanclementinos. De la causa de Alonso Valenzuela se hizo cargo el licenciado Juan Guedeja, vecino del pueblo, antiguo procurador de la villa (como tal recibía salario de los propios sin ejercer hasta que el ayuntamiento se quejó en noviembre de 1549) y ahora relator en Valladolid ante el Consejo Real. La sentencia definitiva, dada en Valladolid el 26 de septiembre de 1549, daría la razón a Alonso de Valenzuela.


Sentencia del Consejo Real de 26 de septiembre de 1549
AGS. CRC. 394-5

 El bachiller Orozco había perdido el caso. Las causas de su fracaso las manifestaba su hermano Gaspar en la petición de revisión del caso: el antiguo alcalde mayor alegaba indefensión, pues debía defender su caso desde Huete, a catorce leguas de San Clemente, temeroso de pisar tierra sanclementina, donde tenía demasiados enemigos. Ni siquiera pudo rescatar el proceso por el que había condenado a Alonso Valenzuela, pues aunque los autos habían pasado ante el escribano Ginés de Garnica, ahora obraban en manos de Juan Rosillo, nuevo escribano del ayuntamiento, que decía no saber nada del pleito. Juan Rosillo ocupaba uno de esos cargos añales, cuyo nombramiento recaía en manos de los regidores perpetuos y a cuyo servicio estaba. Esta era la gran carencia del gobierno del Marquesado de Villena: la inexistencia de escribanos propios por la justicia real ante quien pasaran sus autos judiciales. Así los pleitos quedaban en los pueblos en manos de escribanos, comúnmente simples testaferros de las oligarquías locales, que procuraban dejar en agua de borrajas las querellas. Los intentos de crear un escribano de provincia al servicio del gobernador y sus alcaldes mayores fracasaría en la década siguiente.

La villa de San Clemente le gusta reivindicarse como capital del Marquesado de Villena. Sin duda,era una de las principales, y en ellas se centraba la actividad política de la parte norte de la gobernación. Pero distaba mucho de ser la sede de una organización política permanente. Si algo definía a las figuras políticas del gobernador y del alcalde mayor era su carácter itinerante y el escaso arraigo en las poblaciones. Una de las condiciones de su nombramiento, que ahora sí se cumple, era ser no natural de las villas para ocupar cargos de la gobernación. El bachiller Baltasar de Orozco, alcalde mayor en 1647, era vecino de Huete. Su intento de actuar con independencia respecto a las familias principales lo pagó con el odio generalizado de todas, que le llevó a una actuación judicial, en palabras de la época, apasionada, y al encarcelamiento de varios vecinos principales. Su intento de independencia, acabó en parcialidad con Rodrigo de Ocaña. No fue el único y es que la situación predisponía. Tanto alcalde mayores como gobernadores, en su itinerancia y sin sede fija, acababan siendo alojados en las villas por aquellos vecinos ricos, interesados en influir en sus decisiones. Rodrigo Juárez de Carvajal fue gobernador del Marquesado de Villena hasta septiembre de 1548. Las estancias del gobernador en San Clemente eran largas, pero no tenía fijada su sede en esta villa; en octubre de 1547, aparece alojado de posada en las casas de la mujer de Antón García Moreno. De Luis Godínez de Alcaraz, su sucesor, no conocemos su posada, pero una y otra vez vemos a su vera y como sombra inseparable al regidor Hernando del Castillo. Su alcalde mayor, doctor Morales, se alojaba en la casa de Sancho López de los Herreros.

La residencia en casas particulares era motivo circunstancial de dependencia al servicio de intereses particulares de las autoridades del Marquesado, pero también de garantía de su independencia. La audiencia de los gobernadores y alcaldes mayores se establecía en sus propias casas de posada, ajena a la justicia que los alcaldes ordinarios impartían en las salas del ayuntamiento. En un principio, los gobernadores compartían tal oficio con el de jueces de residencia para juzgar la acción de sus antecesores, que poco, podían haber hecho en los escasos tres años que duraba su mandato (la norma era que no se llegase a culminar este plazo). Estos juicios de residencia son un  testimonio de primer orden de las disputas que se vivían en los pueblos del Marquesado y de las intromisiones de una justicia real que pocas veces alcanzaba a ver el juego de intereses económicos que andaban detrás de las aparentes luchas banderizas. Las amistades y enemistades en las villas de San Clemente eran muy mutables y poco tenían que ver con la vecindad o con el parentesco, sino que fluctuaban con la contradicción de intereses (otras veces complementarios) de vinateros, cerealistas, ganaderos, abastecedores de los tiendas públicas, tenderos, escribanos y leguleyos ( que en ocasiones eran procuradores con enorme influencia en la Corte y Chancillería), pero también de pequeños propietarios o simples jornaleros o pastores, que veían en el mantenimiento de una justicia propia, de alcaldes elegidos por suertes, la mejor garantía de sus derechos frente a los ricos. Pero esa defensa del bien común ya no solo se la arrogaban los alcaldes ordinarios, que, al fin y al cabo, eran los depositarios de la justicia real,  por los privilegios de villazgos obtenidos o confirmados en tiempo de los Reyes Católicos, cuando pasaron a ser villas de realengo, sino que ahora, cuando la justicia en primera instancia de los alcaldes ordinarios aparecía más debilitada por las intromisiones de los ricos, el común de los vecinos ponía sus esperanzas en la justicia del gobernador. Así la vieja figura itinerante comienza  a convertirse en una organización de gobierno y justicia más estable. No solamente por el carácter más sedentario de sus dos alcaldes mayores en San Clemente y Chinchilla, sino por la mayor complejidad del alguacilazgo y por la dotación de un escribano que, dando el salto desde su naturaleza de escribano de residencia, se pretende de provincia y ante quien pasan las apelaciones de la justicia ordinaria o las propias intervenciones del gobernador en primera instancia cuando está presente en las villas.

Sin embargo, esta apuesta de la Corona por hacer del gobernador, dotado de escribano propio, un garante del interés general o bien común de la república chocará con todos. Los alcaldes ordinarios no habían perdido todavía su legitimidad ante el común en las rencillas entre bandos, aunque su debilidad en el juego de intereses locales era vista por los principales, detentadores de las regidurías perpetuas, como una oportunidad de convertirlos en cargos añales a su servicio. Ni qué decir tiene que esto era deseo más que realidad y fuente de innumerables conflictos en unas comunidades rurales rotas. Correspondía a la pericia del gobernador mantener su neutralidad para garantizar el equilibrio, algo imposible si tenemos en cuenta dos de las principales funciones que tenía encomendadas: el reclutamiento militar y la exacción fiscal. La expedición militar a Francia en 1543 fue muy mal vista en el Marquesado por la aportación de hombres, que no llegaron a luchar, y de dineros; peor vista sería la recaudación fiscal coincidiendo con las plagas de langosta de 1547 y 1548. Aunque en un primer momento hubo condonación de tributos y un préstamo de seis mil ducados para luchar contra la plaga, en los años inmediatamente posteriores se exigió la devolución hasta el último de los maravedíes. Para garantizar la recaudación fiscal, en la plaza de la Iglesia, en la casa situada en la esquina que linda con la cuesta de Iranzo, Diego de Ávalos estableció las arcas en las que se debía depositar la recaudación de los pueblos del Marquesado. Los odios que podían despertar los ricos de los pueblos pronto se trasladaron hacia las instituciones incipientes de la Corona y hacia aquellos, caso de los hermanos Castillo, para la villa de San Clemente, que apoyaban su acción centralizadora.



AGS. CONSEJO REAL DE CASTILLA. 394-5. Alonso Valenzuela contra el alcalde mayor Baltasar Orozco. 1547-1550


Testigos favorables a Alonso Valenzuela (1549)

Juan de Robles, 37 años
Juan de Robles, padre, más de 50 años
Ginés de Garnica, 26 años
Juan del Castillo, 23 años
Miguel Vázquez de Haro, 36 años
Sancho López de los Herreros, 65 años
Rodrigo López, 60 años
Julián de Sedeño, 27 años
Francisco de los Herreros, 40 años
Francisco de Ortega, 21 años
Pedro de Garnica, 44 años
Pedro de Alarcón Fajardo, 32 años
Francisco Pacheco el cojo, regidor de la villa de San Clemente y señor de Minaya, 50 años
Alonso García, 50 años
Andrés González, 43 años
Francisco García, 49 años
Gonzalo de Tébar, 42 años
Francisco Juárez de Figueroa, 47 años

lunes, 2 de noviembre de 2015

Linajes de San Clemente: Origüela, Valenzuela, Araque, Oma, Granero, Garnica y de la Fuente

Linajes de San Clemente según el manuscrito 3251 de la Biblioteca Nacional de España. Se aporta una relación de linajes de San Clemente según el licenciado Juan de Villanueva Merchante, comisario de la Inquisición, que vivió a mediados del siglo XVII. La veracidad de las ascendencias hay que tomarlas con cierta prudencia, conociendo la relativa sinceridad de nuestro licenciado en el expediente de hidalguía de Francisco de Astudillo, aunque aquí se guía por las ejecutorias de hidalguía de las diferentes familias; las cuales, por supuesto, bien se guardarían de forjarse un pasado glorioso.



Mi señora doña María de Valderrama natural de la villa de San Clemente, casó con el señor don Jorge de Mendoça, marqués de agrópoli, hermano del marqués de Mondéjar, su cuñado de dicha doña María fue hermana entera de fray Fernando de Garnica, religioso agustino de don Gaspar de Garnica, calificador del Santo Oficio y prior de la Iglesia del Sr Santiago en Galicia y de doña Gerónima de Valderrama, monxa franciscana en San Clemente y fueron hijos legítimos y de legítimo matrimonio de Fernando de Avilés y de doña Juana de Valderrama, naturales de la dicha villa de San Clemente, a quien este que escriue conoció algunos años que dicho Fernando de Avilés tubo por hermano a el bachiller Gonçalo de Avilés, legista que casó en Montalbanejo cinco leguas de San Clemente con doña Isabel Xaraba que no tubieron sucesión y a Andrés González que casó en Velmonte con Catalina Inés de Molina, segundo en el Probencio con Francisca Ruiz, tercero en San Clemente con Quiteria Ximénez y dicho Fernando de Avilés y tres hermanos referidos fueron hijos de Gonçalo de Origüela, natural de San Clemente, y de Francisca Fernández de Valençuela, natural de la villa del Castillo, vivieron en San Clemente y dicho Gonçalo fue hermano de Hernán Gonçález de Origüela, presbítero, y de Alonso de Origüela, que murió en la guerra, y