El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

Imagen del poder municipal
EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
Mostrando entradas con la etiqueta Inquisición. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Inquisición. Mostrar todas las entradas

martes, 27 de febrero de 2024

Un casamiento forzado

 Ginés de los Herreros Osa y Guzmán cogió el camino de Altarejos para llevarse por las bravas a su novia. Ya en casa del padre de la novia, don Fernando del Castillo Guzmán, señor de Altarejos se llevó a su sobrina María Clara Portocarrero, dirección a la Parilla donde con ayuda de un familiar de la Inquisición Diego de Mena Barrientos se celebraría la boda. Del quebrantamiento y rapto de la novia se haría cargo un juez de Comisión mandado por el Consejo Real, Francisco de Alderete.

Es cierto que estos raptos, por lo que sabemos de casos pasados como el de María Valderrama, eran mucho más sofisticados de lo aparente e iban más allá de mozo envalentonado dispuesto a satisfacer alteraciones hormonales. De hecho, jugaban más los intereses económicos y familiares. Así, don Ginés Herreros, antes de llevarse a la novia, había obtenido mandamiento del provisor de Cuenca en el que se declaraba que la joven doña Clara había dado palabra de matrimonio a don Ginés de los Herreros y ahora pedía su cumplimiento, para disgusto del tío. Ante la oposición de don Fernando Guzmán, Ginés de los Herreros decidió dejar en depósito a la novia, tal cual. Quebrantando la casa de Fernando Guzmán se había llevado la novia y la había dejado "depositada" por mediación del familiar del Santo Oficio, Diego Mena, hasta la celebración del matrimonio. Nadie hacía nada ilegal ni amoral para la época. Es más, el acto de depósito de la novia fue llevado a cabo por el cura propio de la Parrilla, que se limitaba a cumplir con el mandamiento del provisor del obispado de Cuenca. Además, se pretendía salvar a la novia de cualquier desgracia que pudiera sobrevenir de la reacción desmesurada de sus deudos. La novia, a quien nadie preguntaba su parecer, iba de mano en mano y de depósito de una casa en otra, con intervención directa primero del alcalde de Altarejos Pedro de Alarcón, que dejó la novia en su casa después de declarar que quería casarse con Ginés y luego en una casa de la Parrilla, donde se la había llevado el cura, con ayuda del teniente de cura y del sacristán, hasta que se celebró el matrimonio. El "facilitador" del traspaso de la novia de casa de su tío hasta el altar final había sido el familiar de la Inquisición Diego de Mena, que había establecido en un mesón y el convento de San Francisco la logística preparatoria de la boda.

Cuando la justicia real actuó contra Ginés de los Herreros y el familiar del Santo Oficio, el segundo escondió al primero en un cuarto secreto de su casa, en tanto que los novios llevaban a buen término su casamiento en la iglesia de la Parrilla. Bien es verdad, que en este mundo todo eran complicidades. Al parecer, la principal opositora al matrimonio de los jóvenes era la madre del señor de Altarejos, doña María Castañeda. El caso es que el sanclementino Ginés de los Herreros tenía suficientes cómplices para entrar en casa de su amada. Los criados María Ortega y Diego de Alarcón le abrían la puerta para que los jóvenes se confesaran las confidencias


Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN,1924,Exp.18

miércoles, 27 de diciembre de 2023

SOBRE LA PREVALENCIA DE ASIENTO EN LA IGLESIA DE SISANTE

 Llegado el siglo XVII, Sisante había dejado muy atrás, desde 1635, a su villa madre, Vara de Rey. Sisante había adquirido la condición de cabeza de demarcación territorial con un corregimiento. Bien es verdad que su corregimiento era de los llamados de tercera y aquellos que eran designados como corregidores de Sisante no lo llevaban muy a gusto. Simple paso intermedio en su cursus honorum para conseguir un próximo ascenso. Había corregidores que echaban pestes del pueblo, pues a comienzos del siglo XVIII, Sisante todavía no presentaba el aspecto más nobiliario actual de sus palacios: "pues casas de Nacimiento he visto de mayor talla", nos dirá un corregidor que dedicará a la villa afrentosas coplas. 

Mientras construía sus edificios civiles y palacios, Sisante llegaba a superar mediado el siglo XVIII los mil vecinos, cuatro mil habitantes. Sisante era todavía muy pueblerino; por vecinos le corresponderían cuatro familiares de la Inquisición, pero tenía solo uno y bastante mal avenido con las autoridades. Las disputas, como suele ocurrir en un mundo de advenedizos a los que ciega el poder, eran cosa de niños. Ya sabemos la importancia que daban aquellos hombres, como los de ahora a ocupar un asiento en primera fila: así, que andaban moviendo los bancos del lado del Evangelio al de la Epístola o colocando unos bancos delante de otros para ocupar la primera fila. Y es que el corregidor podía ser de tercera, pero su orgullo no, así que procuró colocar delante del banco donde se sentaba el familiar un banco nuevo y los suficientemente grande para tapar la vista al familiar del Santo Oficio o lo que es lo mismo negar su visión y presencia a los demás. Hoy nos puede parecer cosa de chiquillos, pero que los familiares del Santo Oficio tuvieran un lugar visible en las iglesias venía recogido en un auto del Consejo de Castilla de 1730.

Quizás se rían ustedes de estas cosas, pero yo soy el primer sorprendido de estas cosas, Recuerdo que en mi niñez en un pueblo de la Alcarria de todos conocidos el alcalde se sentaba en el primer o en el último banco según llegara antes o después a la misa y que la única diferencia era aquella de los hombres a un lado y las mujeres a otro. Esa misma costumbre de separación por géneros la vi hace poco en un pueblo de Teruel, llamado Alacón. En la Mancha, creo que ya ha desaparecido esa discriminación, pero si van a cualquier iglesia verán el primer banco reservado a las autoridades. No todo es tan sencillo: al lado del Evangelio, el partido gobernante; al lado de la Epístola, el partido de la alternancia. No seré yo quien recuerde viejas normas donde se ha de sentar cada uno, aunque sí dar un consejo: en San Clemente,, cuando se negaban a reservar asiento a autoridad foránea, se quitaban todos los bancos de la iglesia y se llevaba cada uno su silla de casa.

PD: El resultado final del expediente es que el corregidor de Sisante tuvo que retirar el banco nuevo que había colocado  y se dio la razón al familiar Lorenzo Muñoz Serrano por la Suprema del Santo Oficio


AHN, INQUISICIÓN,3728,Exp.100, AÑO 1759

martes, 6 de septiembre de 2022

Visitas de los Inquisidores a San Clemente

 En 1593, todavía se recordaba la visita del Inquisidor General de la Inquisición de Cuenca  Fernando Cortés a la villa de San Clemente once años antes; entonces, y en la iglesia de Santiago Apóstol, se sentó en una silla y una almohada de terciopelo a los pies en el altar mayor, en la parte del Evangelio y bajo un dosel. El familiar del Santo Oficio de San Clemente Gonzálo Ángel decía que esa era la costumbre en San Clemente y en otras villas como Castillo de Garcimuñoz, así lo había visto en esta última villa durante la visita del Inquisidor Jiménez Reinoso. Aunque los problemas venían porque en la visita del Inquisidor Pedro Cifontes de ese año 1593, algunos oficiales del concejo y personas honradas habían metido sus sillas, aparentemente cuando el Inquisidor asistía a los oficios y no a la visita oficial, de anatema y edicto, momento en el que únicamente había un escaño en el centro de la iglesia y estaba prohibido que los vecinos metieran silla alguna en la iglesia. Las palabras exculpatorias de los familiares no parecieron convencer, a pesar, o quizás por ello, de citar la visitas a San Clemente y Castillo de Garcimuñoz, villas con bastante fama de judaizantes.

No es que se prodigaran los Inquisidores para San Clemente, afortunadamente, pues al edicto de fe y carta de anatema que leían iba seguido de un periodo de gracia para que los pecadores se autoinculparan o lo que era más frecuente fueran denunciados por sus vecinos. Se recordaba la visita del Inquisidor licenciado Diego del Camino hacía 25 años, la citada Fernando Cortés hacia 1581 o 1582 y esta que tratamos de Cifontes Loarte. Los Inquisidores visitaban los pueblos cuando podían, así el doctor Jiménez Reinoso visitó Castillo de Garcimuñoz en 1586 y Villanueva de la Jara e Iniesta en 1589. Sabemos que el inquisidor Camino visitó San Clemente, Castillo de Garcimuñoz y Belmonte en 1561.

Aunque el que más sabía del asunto era el doctor Tébar, cura propietario de la parroquia y descendiente directo de judíos, que habiendo preguntado cuál era la costumbre a los familiares del Santo Oficio le señalaron el uso. Mandó el doctor Tébar al sacristán Juan Agudo que pusiera silla al Inquisidor Cifontes y se puso una silla de terciopelo carmesí y una almohada, que no debió ser del gusto del Inquisidor, pues hubo de cambiarse la silla por una de cuero negro. Si ya la cosa principió con roces, estos fueron a más, cuando a instancia del cura Tébar, el alcalde mayor, los alcaldes ordinarios y los regidores, llevaron hasta la iglesia sus asientos del ayuntamiento para ocupar en la iglesia una posición principal. Si la justicia y regidores ocuparon el lugar central de la Iglesia, debió molestar más al inquisidor Cifontes que el doctor Tébar colocará su silla en el centro del altar mayor y junto a él la del alcalde mayor. Par más inri parece que el doctor Tébar, que demostrando quien mandaba procuró rodearse en el altar mayor de todos sus clérigos, colocó una silla más, pues mientras el Inquisidor pronunciaba sus edictos, el cura quería hablar de unos negocios particulares con el alcalde mayor,el licenciado Juan de la Fuente Hurtado, y tener una buena posición ante el predicador de la homilía, que resultó ser el cura de Villarrobledo.

Si el encontronazo del día de los edictos no sentó muy bien al Inquisidor, peor sentó que el día de la virgen de Marzo, fiesta popular en el pueblo, autoridades y pueblo de San Clemente acudieran cada uno con su silla al oficio divino, mientras que el Inquisidor era reducido a simple banco común

El doctor Tebár no debía estar muy contento con el Santo Oficio, pues seis años antes la Suprema había ordenado poner la palabra judaizante en el sambenito de su tío abuelo Luis Sánchez de Origüela, que colgaba con otra docena a la entrada de la Iglesia. 

Gonzalo Ángel, familiar del Santo Oficio de San Clemente, 50 años

Juan de Montoya, familiar del Santo Oficio de San Clemente, 56 años

Cristóbal Simón Ángel, secretario del Santo Oficio de Cuenca, 46 años

Cristóbal de Tébar y Valenzuela, 42 años (su declaración es de 3 de junio de 1593)

Juan del Campo, clérigo, 45 años

Francisco Martínez, clérigo, 50 años

Juan Agudo, sacristán de la Iglesia, 40 años

Licenciado Diego de Montoya, abogado, 51 años

Bachiller Alonso Ruiz de Villamediana, abogado, 62 años

Francisco Ángel, 36 años, labrador

Antonio García de Villamediana, familiar del Santo Oficio, 60 años

Pedro de Garnica Zapata, regidor, 34 años

Martín Ochoa, nuncio del Santo Oficio de Cuenca, 55 años


Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN,1924,Exp.25

sábado, 25 de junio de 2022

Juan Antonio Gracia, el sanclementino convertido a la fe mahometana (1732)

 Hoy vemos el pasado de las villas del sur de Cuenca como un conjunto de pueblos atrasados y sin historia, ajenas a lo que pasaba en el resto del mundo, pero a los hombres de los siglos XVI, XVII o XVIII se les hacían pequeños estos pueblos e iban en busca de fortuna por esos mundos. Así, es natural encontrar expedientes de sus vecinos repartidos por los archivos de otros países,

Tal ocurre en el Archivo Nacional de Portugal o de la Torre de Tombo, donde es posible encontrar las andanzas de varios vecinos del obispado de Cuenca. Uno de ellos es el sanclementino Juan Antonio Gracia, detenido por la Inquisición lisboeta, bajo la acusación de haberse convertido a la fe mahometana y vestir y practicar las costumbres de los moros. Juan Antonio Gracia era natural de San Clemente, hijo de Juan Gracia y Lorenza Sepulveda. Su padre era un asalariado, y en el primer tercio del siglo XVIII no debía ser ajeno a los constantes tratos comerciales de la villa conquense con la capital lisboeta; el hijo, trató de evitar el trabajo a jornal del padre y buscar la fortuna en la aventura militar como soldado, pero un hecho le cambiaría la vida: su apresamiento por los moros en la ciudad de Ceuta. Iniciaría nuestro hombre un periplo por ciudades Marruecos como cautivo de la morisma: primero en Tetuán, luego en Mequinez, para ser reducido a esclavo del Jerife y condenado a trabajos forzados. Nuestro paisano tuvo que adaptarse a las circunstancias para mejorar su situación, así que en los tres años de su estancia en Marruecos aceptó la fe musulmana y empezó a vestir y adoptar las costumbres de los moros.

Nuestro hombre, Juan Antonio Gracia, era un hombre nacido hacia 1700, y criado en el barrio del Arrabal de San Clemente. Sus padres lo habían bautizado en la iglesia de San Juan, una pequeña ermita en el mencionado barrio, situado en la calle del mismo nombre que hoy persiste, aunque este pequeño templo fue saqueado y destruido por las tropas napoleónicas. La advocación de San Juan es santo preferido del mundo converso, minoría muy presente, de la mano de la familia Origüela, en este barrio. Pero las indagaciones del Santo Oficio lisboeta iban en otra dirección: el barrio del Arrabal era un foco de marginalidad; sabedores de ello, los inquisidores lisboetas llevaron sus pesquisas a descubrir la genealogía de Juan Antonio Gracia. Pero nuestro protagonista tenía memoria olvidadiza; a igual que apenas si se acordaba de detalles de su cautiverio moro, más allá de andar vagando tres años por toda la Berbería en busca de una oportunidad para pasar a reinos cristianos, tampoco recordaba quiénes eran sus abuelos paternos o maternos. Se presentaba como un joven analfabeto, reconocía por su patria la villa de San Clemente, pero olvidaba toda su infancia y mocedad, para rememorar su presencia en tierra de moros, Mequinez y otras tierras de la Berbería. Decía no haber renegado de su fe católica, para declarar, a continuación, su fingimiento, "fingirse mouro". Afirmación vista por la Inquisición como apostasía, por más que Juan Antonio confesaba mantenerse apartado de las fiestas y solemnidades de moros y comer carne de cerdo a la menor ocasión. Pero los inquisidores lisboetas desconfiaban una y otra vez de este sanclementino, al que veían como un converso hábil, que había mutado su cautividad por sus servicios leales al jerife de Mequinez y gozado de una libertad de acción por todas las tierras de Berbería. No en vano, nuestro hombre empezó a ser conocido en tierras moras como Alí.
Juan Antonio Gracia se rindió a los inquisidores y comenzó a relatar su conversión al islam: tras una estancia de veinticuatro días en Tetuán había llegado cautivo a Mequinez; allí se le dio la bienvenida con una soga la pescuezo y atemorizado de morir colgado se aprestó a abrazar la fe de Mahoma, "temendo morte dijo e que nao matasen porque queria ser mouro". Convertido, consiguió la libertad, se casó con una mora, tuvo libertad de movimientos y pudo huir a tierras cristianas. Poco importaba a los inquisidores, a los que mantener la fe cristiana en su interior era una afrenta para quien había tenido la oportunidad de elegir el martirio en ese momento que la soga apretaba su pescuezo.

La realidad era que Juan Antonio García había conseguido escapar de tierras moras y llegado a Lisboa se había presentado voluntariamente ante el Tribunal del Santo Oficio, para "legalizar" su situación.

PROCESSO DE JOÃO ANTÓNIO GARCIA, Archivo nacional de Tombo, portugal, PT/TT/TSO-IL/028/00014

viernes, 18 de diciembre de 2020

De mercaderes judíos y Monumentos de Semana Santa en Villanueva de la Jara

 


En ocasiones, se adora a Dios en los lugares más insospechados. En una cuadra de mulas de Villanueva de la Jara y entre estiércol se había levantado un altar con una estampa de  Cristo entre esponjas y una estampa de la Virgen; dos cencerrillos a modo de matracas completaban el altar. La cuadra se había convertido en improvisado santuario de los hijos del mercader jareño Juan Esteban Fernández; un viejo conocido de la Inquisición que ya le había sido reconvenido, junto a su mujer María López, veintidós años antes, en 1722, por prácticas judaizantes. 


La afición por los altares había empezado como un juego de niños. Uno de los hijos, Felipe, de diez años junto a su hermano Vicente de nueve, habían convertido la cámara de la casa familiar en lo que ellos llamaban ermitas, colgando sobre la pared una tabla con estampas religiosas, clavadas con tachuelas. La práctica de levantar ermitas o monumentos en la Jara era algo común entre los niños del pueblo, en especial, para la Semana Santa. En torno a los altares levantados por los dos hermanos jugaban otros ocho chicos del pueblo. Lo que era práctica consentida, fue llevada al terreno del juego por los hijos del matrimonio, que levantaron un segundo altar, esta vez en el establo, cuya descripción difería en sus elementos y formas con la descripción de los delatores de sus padres, pues se había levantado con dos crucifijos de papel y al parecer, aparte de colocar a Cristo entre estiércol, la irreverencia que causó estupor entre los inquisidores fue aprovechar el palo que servía de acostadero para las gallinas, con platos y cencerrillos, quitados a dos borricos, como acompañamiento musical, que intentaba asemejarse a esas timbales que acompañaban al Santísimo en sus procesiones. Tenemos la seguridad que el padre reconvino violentamente a sus hijos, correa en mano, como era costumbre, aunque no sabemos si por ser consciente de las prácticas heréticas o, lo que es más probable, por su disgusto de ver a las gallinas en vilo.

El padre, Juan Sebastián Fernández, de 50 años en 1744, era natural de Berlanga del Duero y establecido como mercader en Villanueva de la Jara. En realidad, la familia procedía de Lisboa y era un linaje de mercaderes judíos, conocidos como los Rodríguez, establecidos en tierras conquenses, sobre los que la Inquisición había puesto sus ojos dos décadas antes condenando a varios miembros del clan por seguir la Ley de Moisés: la madre de Juan, María Rodríguez, su hermana Ana, sus hermanos Gabriel, Manuel, Narciso y Antonio, y su propia mujer María López y él mismo. Sin duda, las condenas inquisitoriales habían hecho mella en la familia, atemorizada por las acusaciones de sus vecinos, y como en tantos otros casos, intentaron demostrar su fe en los gestos externos y visibles a la comunidad. Juan Sebastián regaló en 1743 a la imagen del Buen Suceso, venerada en el convento de San Francisco, un vestido de damasco valorado en 500 reales, y otro vestido de diez pesos para el Niño Jesús de dicho convento, así como limosnas, ayudas a festividades, a cuidado de enfermos o la donación de seis fanegas de trigo para la parroquia de la Asunción y varias donaciones para acabar de dorar el retablo de dicha iglesia que hoy nos sorprende con su derroche de esplendor. Para entonces ya sabía de las delaciones de sus vecinos.


Los gestos cristianos del mercader, sin embargo, provocaban una mayor envidia en sus convecinos, vistos como ostentación del nuevo rico, ajeno al pueblo y a la comunidad. Su excesivo ardor a la veneración de imágenes era visto como teatralidad y los juegos de sus hijos como acusación manifiesta. Es cierto que nuestro mercader tenía sus enemigos, pero también que contaba con el apoyo y testimonio favorable en el pueblo de una minoría ilustrada (médico, escribano y tenientes de cura) que veían estas intromisiones inquisitoriales como extemporáneas y que, sin duda, influirían en una sentencia benigna.


Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN,3728,Exp.81, Juan Sebastián Fernández

viernes, 17 de julio de 2020

Juan Rabadán, solicitador en Villarta


Josefa Pérez era mujer casada de Villarta, de 27 años, moradora en Villapardo. Para San Mateo de 1734 acudió a confesarse a la iglesia del pueblo de Villarta, ante el monje dominico Juan Rabadán. Poco pudo hablar la mujer en el confesionario, pues el clérigo la asaltó declarándole su amor y unos deseos libidinosos, a los que la mujer no había de temer, pues para eso estaba el clérigo: para absolver sus pecados. Rabadán ya había puesto sus ojos en la mujer, cuando Josefa acudió a cumplir su obligación del precepto anual de la confesión para Pascua; desde ese momento, inició un atosigamiento continuo con la mujer, buscando unos favores no correspondidos, pero suficiente para desestabilizar a una débil Josefa, que para San Mateo acudió de nuevo al confesionario con sentimiento de culpa por despertar los deseos sexuales del religioso y esperando del mismo su absolución. Fue la oportunidad esperada por José Rabadán que expresó sin tapujos sus deseos: “y acusándose de sus culpas la dijo no se admiraua della, porque él era hombre y tenía los ojos puestos en ella y que se hauía de aprovechar della incitándola a cosas torpes y deshonestas”. La conseguiría en su casa o en la sacristía añadió, ante la pusilánime mujer que invocaba su honradez.
No se arredró el viejo cura rijoso, sesenta y cinco años de edad, que dos meses después asaltó a Josefa en su casa besuqueándola, mientras se deshacía del marido mandándolo a unos recados en Valencia. El monje tenía ya un currículum sólido como solicitador de mujeres en su convento de la ciudad de Alcaraz. Allí, en el confesionario, ofreció su manga a una tal Vicenta Guerrero para que la besara, aprovechando para tomar su cuerpo. La mujer casada, de veintitrés años había acudido a confesar no sus pecados sino su necesidad de conseguir ocho reales para desempeñar una prenda. Juan Rabadán se aprestó a dárselo de las limosnas, aconsejando a la joven, “que más valía ser mala de cuerpo que hurtar”. No paraba el monje, ducho en juegos eróticos: estando invitado con otro monje en la casa de Vicenta por su marido, aprovechaba para acariciar con su pie entre las faldas la entrepierna de Vicenta.
Las aventuras del monje acabaron cuando Josefa Pérez de denunció a un compañero suyo de convento, que traslado la denuncia a la Inquisición. Terminaron así las andanzas de Juan Rabadán, el monje alcaraceño que andaba por las aldeas de Iniesta buscando el favor de jovenzuelas casadas.

Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN,3728,Exp.41


domingo, 24 de mayo de 2020

Un tormento inquisitorial

21 de julio de 1547: Diego del Cañavate es sometido a tormento para que declare su pecado: negar el sacramento de la Eucaristía por haber dicho que en la Hostia no está ni el cuerpo ni la sangre de Jesucristo sino una imagen de él y que la consagración de la Hostia por los sacerdotes tenía el mismo valor que la imagen pintada de aquellos pobres que pedían limosna.


AUTO DE LOS INQUISIDORES

Fallamos atentos los actos y méritos deste dicho parte que debemos mandar y mandamos poner a quistión de tormento al dicho Diego del Cañabate para que en él diga la verdad de las cosas de que ha seydo amonestado, el qual dicho tormento mandamos le sea dado por tanto tiempo y espacio quanto a nos bien visto fuere y con protestaçión que le hazemos que sy en él muriere o se trujiere efusión de sangre o detruncación de miembro sea a su cargo y culpa e no a la nuestrea y por esta nuestra sentencia juzgando asi lo pronunciamos y mandamos en estos escritos y por ellos (firma de los dos inquisidores y del fiscal, con presencia de los testigos)

CONTESTACIÓN DEL REO

El dicho Diego del Cañavate dixo que no tiene más que dezir de lo que tiene dicho

INTERROGATORIO BAJO TORMENTO


Inquisidores:

Y ansí les mandaron sus reverencias a la cámara del tormento donde sus reverencias también baxaron con él y estando en él, sus reverencias le dixeron que mire lo que se la ha dicho y se ponga en su libertad y con toda verdad declare la crehencia e intención que tuvo diziendo las dichas palabras de la proposición que se la ha referido dado no que le mandan desnudar

Reo:

Dixo que está a merced de us reverencias, que no tiene más que dezir de lo que tiene dicho

Inquisidores:

Y ansí fue desnudo hasta quedar en camisa y ansi desnudo le mandaron que diga la verdad, dado no que le mandar atar los braços por las muñecas con cordeles de cañamo flojamente 

Reo:

Dixo que no tiene más que dezir, syno que se encomienda en  Dios y su madre para que le dé esfuerço que en ello pueda sufrir

Inquisidores:

Sus reverencias mandaron al ministro le apriete los dichos cordeles por las muñecas

Reo:

Y estándole apretando dezía: Oh justo señor en vuestras manos me encomiendo y que es más pecador que otro alguno y que dicha tiene  la verdad

Inquisidores:

Sus reverencias, que sea cuerdo y no se querrá dexar maltractar, pues solamente se le demanda declare la verdad y dexándolo de hazer demás de querer perseverar en el pecado aún permite que su persona sea maltratada, que es cosa ajena de los hombres racionales 

Reo:

Dixo que él tiene confesada la verdad y que es pecador y que no tiene más que dezir de lo dicho y ansí mandaron al dicho ministro que continuase en el dicho tormento

Inquisidores: 

Sus reverencias dixeron que a ellos les parece que el tesón que tiene dexando de dezir la verdad sobre la intención que se le demanda debe ser más con la zozobra de apretarale con el dicho cordel que debe tener porque otra razón alguna y porque que confían que puesto en su libertad terná mejor cuidado de lo que hasta aquí para descargar su consciencia, hogaban de se la dar en lo que les es posible, con apercibimiento que le hazían e hizieron que no satisfaziendo a la dicha su esperança y dexando de hazer lo que es obligado le tornarán a mandar continuar el dicho tormento por quanto no le han por suficientemente fecho no conforme a lo que se debe

Reo: 
Dixo que ya tiene dicho a sus reverencias y a Dios y que hagan lo que mandaren y que no tiene más que dezir ni que hablar y ansí fue desatado y mandado a la cárcel 

Por ante mí, Juan de Ibañeta, notario.

Diego del Cañavate, el veintisiete de julio, volvió a negar las acusaciones por dos veces. El día 24 de agosto  de 1547 era condenado por los Inquisidores: 

que el dicho Diego del Cañavate salga al cadahalso con los otros penitentes el día del auto, donde le sea leyda la sentencia estando en cuerpo y sin cinto e sin bonete e descalço y con una mordaza a la lengua y abjure de vehementi y sea açotado públicamente en esta cibdad y si toviere algunos v bienes pague la costa... y fecho el dicho auto que subido a un asno y atados los pies y las manos e una soga a la garganta y desnudo fasta la cinta le sean dados cient açotes públicamente trayendo vergüença por las calles acostumbradas  de esta cibdad a voz de pregonero 


domingo, 10 de mayo de 2020

El converso Pedro de Moya


Los inquisidores de Cuenca decretaron el ocho de octubre la prisión de Pedro de Moya, vecino, por entonces, de Villanueva de la Jara. Los Moya eran varios hermanos: Isabel, Catalina, Luis, Diego, Gonzalo, Juana y Pedro. Sus padres eran Juan de Moya e Isabel, la familia estaba establecida en Iniesta. Pedro era tejedor, su padre Juan tenía el oficio de carpintero. Una minoría que de lugares diversos había recalado en Castillo de Garcimuñoz, donde desempeñaban oficios manuales y que tras las persecuciones inquisitoriales de 1489 en adelante se había dispersado por la comarca, si bien en Iniesta tenían una existencia anterior. Jaime Zaragozano era carpintero, converso él mismo, había casado con Isabel Sánchez, otra conversa de Ocaña, hija de Isabel Sánchez y Alvar Sánchez. Los matrimonios eran endógamos, dentro del círculo converso. Una hija de Jaime Zaragozano se llamaba María Sevilla, tomando el apellido del marido Diego Sevilla, judío, asimismo.

Pedro de Moya fue objeto de la delación de sus vecinos, pues en Villanueva de la Jara pasaba por un hombre piadoso, que acogía en su casa a los frailes que allí acudían a pedir a la vez que actuaba de hospital de menesterosos y enfermos. A Pedro de Moya se le acusaba de practicar el ayuno mayor, para finales de septiembre. La práctica, aparte de atenerse a la ley mosaica, era negación del sacramento de la confesión:

Seyendo este confesante de fasta quatorze años uno más o otro menos, su madre deste confesante, que se decía Ysabel Sánchez de Moya le mandó una vez que ayunase no comiendo en todo el día hasta la noche, lo qual le decía que hiziese porque Dios padre se sentaba aquel día a juizio e perdonaba a todos

El día del ayuno mayor un candil permanecía encendido toda la noche, al igual que en las noches de los viernes a los sábados. La fiesta del sabath era respetada en toda la familia que holgaba. Los Moya comenzaron a ocultar sus prácticas mosaicas en cuanto llegaron los primeros autos de fe de la Inquisición en Sevilla, donde se quemaban los primeros herejes, alertados por los conversos que llegaban a la fortaleza de Alarcón desde Sevilla y Ciudad Real. Gonzalo y Luis procuraron contraer matrimonio con cristianas viejas. No obstante, en Iniesta había un círculo converso muy importante, en el que las mujeres mantenían las prácticas mosaicas. Conocemos el nombre de estas mujeres: la mujer de Alonso Hernández de Alarcón, Blanca Hernández; Isabel, mujer de Juan de Moya; Violante, la mujer de Antón Sánchez de Santorcaz, todas ellas difuntas en 1519. Pero también otras como María, mujer de Lope de Alarcón; Leonor, la de Perálvarez de Ciudad Rodrigo; Isabel, mujer de Pedro Navarrete, y la mujer de Juan López, platero, la conocida por la Platera vieja. A estas mujeres se sumaba una nueva generación: Isabel de Moya, hija de Juan e Isabel, casada con Juan López del Castillo; María Sánchez, casada con Alonso Herrero, e hija de Blanca Sánchez, de los Fandarines de Priego.

Por la confesión de Pedro Moya, sabemos de la nutrida comunidad judía en Iniesta a fines del siglo XV, si es que no nos encontramos incluso ante proselitismo entre cristianos viejos. Recordaba como la ceremonia del ayuno del Yon Kippur se juntaban en casa de su madre varias mujeres, cuyos maridos ejercían oficios artesanos diversos: Blanca Ruiz, la mujer de Garci Ruiz, el zapatero; Elvira Sánchez, mujer de Hernando de Molina, el tendero; Blanca, mujer de Hernando Ruiz, recuero; la de Lope Martínez zaragozano; Mencía de Moya, mujer de Diego López de Moya, zapatero; la de Lope Martínez, sastre. En otras ocasiones, el ayuno se hacía en casa de Juan de Santorcaz, un zapatero, bajo la dirección de su mujer Leonor, hija de Hernán García de Villarreal, con la presencia de su hijo Antón Sánchez de Santorcaz, que seguiría la tradición con su mujer Violante, y con presencia de Alonso Díaz y su hijo Hernando de Iniesta. El organizador de las reuniones era el citado Lope Martínez Zaragozano. La tradición familiar fue mantenida por Isabel de Moya, que al igual que su madre andaba descalza el día del ayuno mayor y encendiendo el candil; Isabel estaba casada con el citado Juan López del Castillo, al que algún vecino veía dándose cabezazos contra las piedras, cual, si fueran muros de lamentaciones, en los tiempos muertos que le quedaban en sus quehaceres de regatón, vendiendo carneros o cualquier otra cosa que se prestase.

Esta minoría conversa fue víctima de la guerra del Marquesado, Pedro de Moya recordaba haber salido de Iniesta con sus padres, destino a Alarcón, con motivo de las disputas entre sebosos y almagrados. El rencor antisemita obligaría después a la familia a emigrar a Villanueva de la Jara, donde los odios antisemitas pronto despertarían de nuevo.

La solidaridad religiosa iba acompañada de los lazos de sangre. De la declaración de Pedro de Moya se ve hasta que grado la endogamia del grupo era cerrada y cómo sería causa de la caída de todo el complejo converso en manos de la Inquisición:

E luego el dicho Pedro de Moya dixo que se acuerda que estando en la villa de Yniesta, seyendo este declarante de hedad de diez u siete años o diez e ocho años, seyendo moço por casar teniendo mucha amistad con Antón de Santorcaz susodicho que hera su primo hermano yva muchas veces en casa de Juan de Santorcaz, padre del dicho su primo, tío y hermano de su madre de este confesante e que lo más al año dormía este confesante en la dicha casa e fazían su ofiçio de çapateros en casa del dicho Juan de Santorcaz, en el qual tiempo vio este testigo como se juntaban en casa del dicho Juan de Santorcaz la madre de este declarante e su padre susodichos e Lope Martínez e Juan de Santorcaz e su muger Leonor e sus hijos Antón de Santorcaz, que hera de los días de este testigo, defunto, e Ysabel, hija del dicho Juan de Santorcaz, e mujer que agora es de Martín Sánchez carpintero, e que podría ser de edad de treze o quatorze años, e Fernán Garçia, hijos del dicho Juan de Santorcaz, el qual Fernán Garçía sería de edad de diez o honze años e Leonor muger de Pedro Blasco el viejo, que fue antes mujer de Almarco, hermana del dicho Juan de Santorcaz e que la muger del dicho Juan de Santorcaz, no tenía allí parientes ningunos e que estaba allí Alonso Diaz, veçino de la casa del dicho Juan de Santorcaz, los quales todos se juntaban en la dicha casa de Juan de Santorcaz e antes que cayese el ayuno de los dichos judíos, el dicho Juan de Santorcaz y el dicho Lope Martínez, el qual hera el negoçiante, el qual hera hermano de la agüela de este confesante e que también venía allí Jaime Zaragozano e Ysabel su mujer e Juana su hija, mujer de Alonso de Estudillo tendero, vezino de Yniesta e después de Cuenca y María de Sevilla, muger de Diego de Sevilla, vezina de Yniesta e que después se vino a vivir a Cuenca, viuda e aquí murió la qual hera mayor que de las hijas del dicho Jaime Zaragozano e que la Juana que hera la menor que ya estaba casada e que venía allí asimismo María, muger de Lope de Alarcón, veçina de Yniesta sobrina de la de Jaime Zaragozano e que venía asimismo allí Leonor, muger de Perálvarez de Çibdad Rodrigo y que asimismo venía allí Ysabel, muger de Pedro Navarrete, vecinos de Yniesta, y que a todos los dichos Juan de Santorcaz e el dicho Lope Martínez les dezían a todos como tal día hera el ayuno mayor e que lo ayunase que hera muy bueno





Una primera persecución contra los judeos conversos de Iniesta, estudiada por MORATALLA, se inició en 1489; entonces fueron encausadas Mayor García, mujer del sastre Alfonso de Huete e hija de Fernán García de Villarreal, Leonor García, mujer de Juan de Santorcaz, e Isabel Sánchez, mujer de Jaime Zaragozano. Es esta figura la que enlaza a la minoría conversa de Iniesta con el bando de los sebosos de Iniesta, pues fue muerto en los sucesos de otoño de 1477 junto a Pedro de Ocaña[1]. Unos sucesos que, según confesión de Isabel Sánchez, implicaron a más de cien hombres y que creemos que se reproducen en menor escala en los sucesos citados por Moratalla en 1485, presentados como una subversión social, donde vemos implicados varios conversos como Juan de Moya, Alonso de Villarreal o Lope el platero, pero también otros apellidos iniestenses de abolengo que demuestran una marginación de ciertos estratos sociales del gobierno de Iniesta[2]. La comunidad conversa, a pesar de las primeras persecuciones, siguió firme, aunque empezó a salir de su aislamiento con las alianzas matrimoniales con cristianos viejos de otras localidades, como Enguídanos, estableciendo una solidaridad familiar fundada en el oficio más que en la sangre. Es esta nueva forma de proceder la que lleva a Moratalla a pensar en el abandono de ciertos ritos judaicos e integración religiosa. La realidad era que el conflicto religioso se mutaba en social.

En realidad, la transformación que se produce en estas tierras. Existía una minoría conversa muy estructurada en Castillo de Garcimuñoz y Belmonte, bajo la protección del marqués de Villena. En 1478, con el establecimiento de la Inquisición, llegan nuevos judíos conversos, huyendo de Sevilla y Ciudad Real (entonces llamada Villarreal), que son acogidos por las comunidades locales existentes. Hay una primera persecución contra estas comunidades a partir de 1489, que supone una pequeña diáspora de estos grupos, huyendo de Castillo de Garcimuñoz, cuya "aljama" conversa se rompe. La solidaridad judeoconversa se extiende desde San Clemente a Hellín, Alcaraz o Iniesta donde son acogidos muchos de los perseguidos. Apellidos como los Moya, en el oficio de plateros, o Astudillo, aparecen enlazados con los Valdolivas y Peñafieles de Castillo de Garcimuñoz[3]. Pero también se acoge a huidos de la expulsión de judíos de 1492, que ahora se hacen pasar por cristianos, y que esconden a grandes familias judías como los abrabaneles. El cambio de siglo, estas familias consiguen medrar de nuevo, desempeñando oficios de menestrales (zapateros, carpinteros, tejedores, ...), constituyendo el embrión de una pequeña burguesía artesanal muy productiva. Su fe empieza a confundirse con la de los reformadores de la Iglesia, que en estas tierras son los franciscanos de la orden terciaria y su recuperación del viejo ideal de pobreza, así como con ciertos movimientos místicos, tales las beatas o alumbrados. Este grupo comienza a intervenir en los gobiernos municipales, con los diputados del común, en la segunda década del siglo XVI; es entonces, cuando se despiertan las envidias y rencores, que ya no son aquellos de los procesos de los años ochenta, basados en las diferencias de bandos entre sebosos y almagrados. Ahora las disputas tienen un marcado carácter social, entre capas productivas y esas otras que hacen de la renta su bienestar. El resultado es el movimiento comunero.

Un atemorizado Pedro Moya se acusó de nuevos cargos: profanación de la Hostia, rezo de oraciones judías, separación de la carne de los animales de las liendrecillas, antes de cocinar, e implicación en las prácticas judaicas. El fiscal pedía para él el relajamiento al brazo secular y la confiscación de bienes, así como la inhabilitación de todos sus descendientes. Pedro de Moya, el 31 de octubre de 1519, se hincó de rodillas ante los inquisidores, puestas las manos devotamente e pidiendo misericordia a Dios e penitençia a sus rreverencias.  La sentencia inquisitorial dada en el Castillo de Cuenca a seis de noviembre de 1519 le condenaba a dos años de penitencia llevando el sambenito o hábito con la cruz roja de San Andrés, a la inhabilitación para una serie de oficios: procurador, arrendador, boticario, especiero, físico, cirujano, sangrador, corredor, alcalde, corregidor, abogado, alguacil, relator, oidor o escribano, ni pueda traer oro ni plata ni corales ni perlas ni otras piedras preciosas ni vista seda ni grana ni chamelote y no ande a caballo ni traiga armas ni use de las otras cosas que están prohibidas a los reconciliados. La condena fue acompañada de la abjuración pública de Leví, en presencia de los canónigos de la catedral de Cuenca el doctor Muñoz, el licenciado Carrascosa y Juan del Pozo, junto a gran público que se concentró para la ocasión.

Pedro de Moya en pleno movimiento de las Comunidades pidió rebajar su pena. En enero de 1521, alegaba que se había llegado a un acuerdo entre letrados para aminorar su pena seis meses a cambio de una iguala o prestación en dinero. Era una muestra que estaba incumpliendo su pena desde hacía tiempo y que había sido denunciado de nuevo en el contexto del movimiento comunero.


ANEXO: GENEALOGÍA DE PEDRO DE MOYA, vecino de Villanueva de la Jara (edad de 58 a 60 años en 1519, nacido en 1459-1461)

PADRES

Juan de Moya e Isabel

MUJER

María Sánchez, hija de Alonso Herrero, vecino de Alarcón, y Blanca Sánchez de los Fandarines de Priego

HERMANOS

Catalina, mujer de Juan Delgado, vecino de Valencia

Isabel de Moya, presa de la Inquisición

Luis de Moya, vecino de Iniesta

Diego de Moya, vecino de Villar de Humo

Juana de Moya, vecina de Iniesta, mujer de Jaime Carrión, carpintero

HIJOS DE PEDRO DE MOYA

Juan de Moya, casado en Villanueva de la Jara

Juana de Moya, moza de edad de 30 años

Pedro de Moya, 25 años

Diego de Moya, de edad 23 años

Mari Sánchez de Moya, de edad 16 años

Cristóbal de Santiago, de edad 11 años

Francisca de Moya, de edad 7 años

TIOS POR PARTE DE SU MADRE

Juan de Santorcaz vecino de Iniesta

Leonor, mujer de Pedro Blasco el viejo, vecino de Iniesta




ARCHIVO DIOCESANO DE CUENCA, INQUISICIÓN, 73-1074


[1] GARCÍA MORATALLA, Pedro Joaquín: Iniesta en el siglo XV. Estudios iniestenses nº 10, Centro de Estudios de la Manchuela, 1999, pp. 299-315
[2] Ibídem, pp. 292 y ss.
[3] MORENO KOCH, Yolanda: La comunidad judaizante de Castillo de Garcimuñoz, 1489-1492, Sefard.

sábado, 2 de mayo de 2020

La guerra del Marquesado vista por Juan León


Juan Pardo se había presentado como rehén en Alarcón para que el alcaide Hernando de Alarcón soltará a su padre, Bartolomé Sánchez de Paracuellos, preso en la fortaleza. La casa del converso Juan León fue su cárcel; allí veía a este hombre y su mujer ayunar durante el día hasta llegar las estrellas de la noche. Sea cierta o interesada su narración, Juan Pardo sabía que el recuerdo era acusación de judaísmo. En 1492, de nuevo recordaría a dos hermanos judíos, seguramente recaudadores de impuestos o mercaderes, que posaban en casa de su padre y seguían la misma práctica y en las mismas fechas, para San Miguel de septiembre, en clara alusión a la fiesta del Yom Kippur. García Mondéjar acusaba a Juan León de comulgar en el día de Santa María Egipciaca, vigilia de la Pascua florida de la Resurrección sin haber confesado previamente. Ambas acusaciones estaban ligadas, en tanto la Inquisición acusaría a Juan León de hacer perdonar sus pecados con el ayuno, negando el sacramento de la confesión.

La iglesia de Santa María de Villanueva de la Jara era de menor tamaño que la actual, los cincuenta o sesenta comulgantes de la misa del sábado antes de la Pascua de Resurrección se hacían interminables al teniente de cura Bartolomé Martínez, pero sí que controlaba en unas tablillas el sacristán a los parroquianos entre aquellos confesados y esos otros sin confesar. Entre los pendientes del sacramento estaba Juan León. Este viejo criado del marqués era odiado en todo el pueblo; él lo sabía, pero con suficiencia respondía a sus enemigos que “el que no es negado a Dios no sea negado a las gentes, que no estoy confesado porque quiero mal a todo el pueblo”, aunque a decir de Alonso de la Osa las palabras exactamente proferidas, antes de abandonar la iglesia, habían sido “que lo que no es negado a Dios no ha de ser al mundo”.

Los acusadores eran declarados enemigos del marqués de Villena y su alcaide Hernando del Castillo; por el contrario, Juan de León se había significado por sus servicios al marqués. Ahora, en 1492, una década después de finalizada la guerra, Juan León intentaba abrirse camino en Villanueva de la Jara como procurador de causas, donde había tomado vecindad, aunque celoso de su persona la había mudado a la cercana villa de El Peral. Hombre culto y conocedor de la doctrina, Juan León no tuvo problemas en rezar el Padrenuestro, el Credo, el Salve Regina y el Ave María ante los inquisidores y parte del cabildo catedralicio, con varios canónigos presentes (Alfonso Rodríguez Castillo, provisor de Cuenca, Gonzalo Barrientos, tesorero, y varios canónigos, Ferrán Pérez de Párraga, Gil Martínez, Martín Fernández del Peso y Bernardino Martínez, así como Ruy Gómez de Anaya, abad de Santiago, y Juan de Hervías, abad de la Fe).

Más que su prueba de fe, Juan León destacó por su habilidad como letrado. Conocedor de los procesos inquisitoriales, fundados en el anonimato de los acusadores y denuncias genéricas que llevaban al reo a inculparse; Juan León alegó indefensión ante el Sant Oficio, pues las denuncias eran imprecisas en tiempo y en lugar. Se presentaba como hombre pobre que había gastado su caudal en la compra de bulas e indulgencias para la salvación de su alma, la de su mujer y la de sus antepasados, sabedor de las consecuencias negativas de la indagación de su genealogía. Obviando su pasado de recaudador, se presentaba como labrador que vivía de sus tierras; poca hacienda, de la que la Corona poco podía obtener de una confiscación de bienes. El oficio de labrador era seña de identidad de cristiano, en tanto que renegaba de otros oficios de engaños, como el de procurador de causas ejercido por el acusado. Al fin y al cabo, él había gastado su caudal contribuyendo a la guerra de los moros de Granada, ahora recién acabada. De las acusaciones de herejía y apostasía ni una sola palabra en su defensa, sabedor que entrar en ese terreno podía ser el inicio de nuevas acusaciones. Muestra de su fe y creencias era el buen recitado de las oraciones ante el cabildo catedralicio. Juan León haciendo tabla rasa del pasado había procurado que sus ganancias se invirtieran en tierras para que sus hijos ejercieran el honrado oficio de labrador arando las tierras de pan llevar; antes, eso sí, les había enseñado a leer y escribir en la iglesia. Sin embargo, para sus enemigos sus ganancias pasadas tenían oscuro origen, ligando con obcecación su oficio de procurador de causas a las irregularidades en el cobro de alcabalas.

El proceso, de religioso, lo intentó mutar Juan León en político. Pronto salieron a relucir las viejas diferencias políticas de la vieja guerra del Marquesado. Un modelo de defensa que tomará seis años después en su proceso inquisitorial el alcaide de Alarcón Hernando del Castillo. Juan León se confesó como un criado del marqués de Villena que daba salida en los mercados del Reino de Valencia a la grana, recogida en las tierras al sur de Villanueva de la Jara y usada para el tinte. Producto que era un motivo más de las diferencias entre el marqués y los lugareños. La irrupción de mosén Miguel de Zarzuela y sus lacayos en la primera fase de la guerra provocó la huida de los hombres próximos al de Villena en Iniesta, la Jara, El Peral, Motilla o Barchín. Juan León fue uno más de los que huyó a la fortaleza de Alarcón, convertida, bajo la protección de Hernando del Castillo, tanto en fuerte militar como en un “campo de refugiados” de la época, con hacinamiento de los huidos, que convivían con los rehenes prisioneros para chantajear a unos familiares dispuestos a tomar las armas a favor de la Corona. Juan León con su mujer e hijos menores fue acogidos, apenas si tenía para comer y vivía de la beneficencia del alcaide de Alarcón. Era difícil saber si Juan León no comía hasta caídas las estrellas por profesión de fe judaica (puerilmente reconocía que había adivinado que su ayuno mayor coincidía con ciertos judíos de paso en la fortaleza de Alarcón) o simplemente por la necesidad de reservar los alimentos a sus hijos, comiendo de las sobras ya llegada la noche. Entretanto la hacienda de Juan León quedaba arruinada en Villanueva de la Jara y los rencores acrecentados por la muerte. Todos los denunciantes de Juan León en el proceso inquisitorial han perdido algún familiar en la guerra del Marquesado como ha estudiado García Moratalla[1]: García de Mondéjar, vio asesinar a su tío del mismo nombre a manos de Diego del Castillo, que junto a su padre Juan eran los mayores enemigos del alcaide de Alarcón en la Jara. Benito de la Osa había sido ahorcado, era tío de uno de los acusadores el clérigo Bartolomé Martínez y quizás padre de Alonso de la Osa. La malicia en las declaraciones de estas dos personas es evidente: el primero ve Juan León comulgar, el segundo apostilla el no haber confesado. Diego Gil había visto asesinar a su mujer por el alcaide de Alarcón, sumando a sus odios cómo los hijos labradores de Juan León le arrebataban unas tierras que tenía por suyas. Conflicto este último que era de más calado, pues la disputa era por la apropiación de las tierras llecas del suelo de Alarcón. No obstante, consideramos que el verdadero promotor del pleito contra Juan León, y junto a García de Mondéjar, es Juan Pardo, personaje que copa los cargos concejiles de Villanueva de la Jara y la causa que le mueve es las rencillas de los diferentes conflictos en que interviene Juan León como procurador de causas en un momento que la sociedad jareña está muy endeudada y se suceden los contenciosos con los conversos por la recaudación de rentas y el impago de deudas con unas minorías judías y conversas que actúan como prestamistas.

Juan León era un hombre prisionero de las vicisitudes de su tiempo y es un testigo excepcional de un periodo cuya historia se resume en su propia vida. Aunque no nos lo dice, debía estar emparentado con esta familia de Belmonte. Hacia 1468 había llegado a la villa de Alarcón, donde estableció vecindad, quizás fuera una víctima más desarraigada, por la peste que azotó a Castilla esos años, o quizás su presencia en Alarcón sea deudora de su fidelidad a Hernando del Castillo, pues en 1472 Juan León abandona la fortaleza de Alarcón para irse a vivir a Villanueva de la Jara, coincidiendo con el hecho de que le “quitaran” a Hernando del Castillo la tenencia de dicha fortaleza en favor de Alonso Muñoz, vecino de Belmonte, aunque creemos, por pleitos posteriores, que los intereses de Hernando, al servicio del marqués, rondan en torno a Iniesta y Requena en esta época. Un momento en que la Jara, simple arrabal y granja de Alarcón, entra en el área de influencia de estas dos villas mayores, aprovechando los circuitos comerciales hacia el Reino de Valencia y ofreciendo sus productos: más ganado y grana que trigo. Juan León será uno de los que aproveche la coyuntura para hacerse con una hacienda sustanciosa en Villanueva de la Jara. Allí vivió seis cuatro años, hasta que comenzó la guerra del Marquesado. Juan León recordaba la llegada de mosén Zarzuela y sus lacayos a Villanueva de la Jara. Si de Iniesta tenemos la idea de un alzamiento generalizado contra el marqués, la liberación de Villanueva de la Jara, El Peral, Motilla o Barchín fue, por las palabras de Juan León, mucho más accidental. El objetivo de mosén Miguel Zarzuela era la torre de Piqueras, liberando a su paso a los citados lugares

Que beuí en el dicho lugar de Villanueva de la Xara fasta que se començaron las guerras del marquesado de Villena, quando vinieron los lacayos a tomar la torre de Piqueras e asymismo quando vino mosén Miguel Çarçuela con los lacayos e otra gente e tomó la villa de Yniesta e a Villanueva de la Xara e al Peral e a la Motilla e a Barchín que eran entonçes granxas e arrabales e aldeas de la dicha villa de Alarcón e fiso el dicho mosén Miguel que fuesen con todos los vecinos de los dichos logares a la dicha villa de Iniesta

Villanueva de la Jara, El Peral, Motilla y Barchín (quizás también para no recuperarse ya) quedaron vacíos por la marcha de sus vecinos a Iniesta, donde se concentraban las tropas de los vizcondes de Chelva y Biota. Con los vecinos fueron sus haciendas y ganados; Juan León se alojó en la casa de un iniestense principal Clemén Sánchez y con él todo el trigo, cebada, centeno y lana de su rica hacienda que fueron a parar a la casa que el iniestense tenía junto a la iglesia. Juan León volvería, pero para ver consumida la hacienda que le quedaba, ni siquiera conservó su casa en la Jara, que acabaría en propiedad de un almagrado o partidario de la Corona, Juan Gómez el sastre. Otros vecinos jareños como Diego Alarcón, Alonso Simarro el viejo o Fernando de Chinchilla daban fe de este exilio forzado en Iniesta.

Las desgracias de Juan León se sumaron. Como hemos referido, viniendo de Valencia a Alarcón con los dineros de la grana vendida en el Reino de Valencia fue robado por los lacayos de mosén Zarzuela que toparon con él cuando iban camino de Piqueras. Ahora, vuelto de Iniesta a Villanueva de la Jara ocupó temporalmente su casa, pero para ver como el resto de su hacienda era esquilmada por sus enemigos. Describía su estado de ánimo en su vuelta a Villanueva de la Jara, como el de una persona “doliente de tristeza e caymiento e desmayamiento de coraçón”, que gastaba y consumía su hacienda sin producir nada y sin apenas alimento que dar a sus cinco hijos pequeños, que no se sabían dar agua el uno al otro, las penurias fueron mitigadas por la ayuda de una moza llamada Magdalena. En Villanueva de la Jara, Juan León quedó hasta que el lugar se declaró villa: una muestra de que los vencedores no eran tales ni los perdedores tampoco, pues convivían como siempre lo habían hecho. A pesar de que en el mes de julio de 1476 Villanueva consigue el título de villa la convivencia de enemigos que eran paisanos continua; solamente se truncará cuando unos almagrados procedentes de Iniesta entran en la villa para hacerse con su control efectivo; es entonces cuando la guerra comienza de verdad en Villanueva de la Jara con su corolario de venganzas y muertes.

La presencia de almagrados en Villanueva de la Jara, partidarios de la Corona, aunque la existencia de este bando es anterior a las fidelidades bélicas, fue funesta para la nueva villa. Los iniestenses retraídos en Villanueva de la Jara actuaron como reclamo para la intervención de los partidarios del marqués de Villena. La declaración de villazgo de 1476 había creado unos equilibrios sobre el papel que no se correspondían a la realidad sobre terreno, pues la primera fase de la guerra en las nuevas villas del Valdemembra fue importada desde el Reino de Valencia, aunque hay que reconocer que desató las diferencias y enemistades latentes en el interior de las comunidades. Es de imaginar que, a la vista de la concordia de once de septiembre de 1476 entre la Corona y el marqués de Villena, hubiera apremio a que las situaciones de derecho creadas con los títulos devinieran en realidades de hecho, pero de las palabras de Juan León se desprende que hubo una situación de convivencia en las nuevas villas al este del Júcar, solo rota en el otoño de 1477 por los debates e qusitiones nuevamente acaesçidos en Chinchilla e Iniesta. Para reducir a los almagrados retraídos en la Jara se personó el hermano de don Diego López Pacheco, Juan, con mucha gente de caballo y pie. La matanza fue generalizada y así nos lo contaba Juan León

Después de ser el dicho logar de Villanueva fecho villa (8 de julio de 1476) fasta el tienpo que vino don Juan su hermano del dicho marqués don Diego López Pacheco con mucha gente a cauallo e a pye a causa de çiertos almagrados de la villa de Yniesta que estaban dentro en Villanueva rretraydos e conbatieron la dicha villa de Villanueva por fuerça de armas e mataron a Juan Sánchez de Cuenca Herrero e a Juan de Florençia vecinos de la dicha villa e firieron a otros muchos a vueltas de los quales mataron a Garçía de Mondéjar el viejo e a la muger de Diego Gil

Las muertes en Villanueva enconaron definitivamente los ánimos, cuyos vecinos, y especialmente los parientes de los muertos y heridos, acusaron directamente -crearon opinión y tema- a Juan León de ser el que había llamado a las tropas del marqués. Razón no les faltaría, pues con la ayuda de unos carros que le había prestado Hernando del Castillo, nuestro protagonista con su familia, de una arrancada nos dirá, salió huyendo de Villanueva camino de Alarcón ante el temor por sus vidas

Desyan muchos de los veçinos de la dicha villa que yda la gente (partidarios del marqués) que nos avían de matar a padres e a fijos por ser del vando del señor marqués y de Fernando del Castillo

En Alarcón permanecería Juan León durante el resto de la guerra hasta su finalización. Doce años después Juan León, ante los inquisidores, agradecería la ayuda prestada por su protector Hernando del Castillo. Su situación tras los hechos de Villanueva era de absoluta miseria. En la fortaleza de Alarcón y en los años que van del otoño de 1477 a marzo de 1480, Juan de León, junto a su mujer, sus cinco hijos y Magdalena, la moza al servicio de la familia, vivió una existencia miserable, viviendo de las sobras de la mesa del alcaide de Alarcón y su gente de armas. Primero comían los guerreros, luego, de las sobras, se alimentaba el resto. Aunque no hemos de dar demasiado crédito a nuestro encausado, pues su necesidad o fortuna no sería diferente a los demás que les tocó vivir estos tiempos de guerra

E después que porque me avía perdido por ser del vando del marqués e suyo de de Fernando del Castillo mandó que nos diesen de comer en la fortalesa a mí e a mi muger e hijos e a la moça que tenya entonçes que se llamava Madalena e comimos allí de contino asy a su mesa como a la mesa de sus criados e gente que en la dicha fortalesa por ser tienpo de guerras estávamos en la dicha fortalesa todos o los más días e a la noche a causa de las criaturas pequeñas que tenyamos viniamos a çenar en la casa en que morávamos en la dicha villa de Alarcón y trayamos para la çena asy lo que nos dava el despensero como lo que mi muger e yo e la dicha moça podíamos aver de lo que sobrava a la mesa del dicho Fernando del Castillo como a las mesas de su gente

Juan León nos describía las personas con las que había coincidido en la fortaleza, lo que constituía el círculo estrecho de Hernando del Castillo, en estos tiempos de guerra: los hijos del alcaide, Diego y Alonso del Castillo, Juan Moreno, criado y despensero, Pedro del Castillo, vecino de Alarcón, Alonso Rueda, morador en Olmedilla, Juan de Torrubia y su yerno García de Tresjuncos, moradores en Valverdejo, Andrés de Villamayor y Diego de Abencelle, vecinos de Castillo de Garcimuñoz, Pedro de Montoya, vecino de Vara de Rey, Alonso de Origüela, vecino de Honrubia, Pedro de Santacruz, vecino de Alarcón, todos ellos comensales y criados del alcaide de Alarcón y asimismo otros caballeros de Alarcón, como Gonzalo de Moreta, Martín de Zapata (que era caballerizo de Hernando del Castillo el del Arzobispo),Juan Velázquez y Diego Páez, a los que habría que sumar Fernando de la Cueva, vecino de Iniesta.

La fortaleza de Alarcón en la segunda fase de la guerra, especialmente cruel, fue centro de operaciones y cárcel sobrevenida donde se hacinaban junto a los guerreros los rehenes tomados para evitar que tomaron partido en la sublevación. A Juan León le tocó alojar a Bartolomé Sánchez de Paracuellos, que ofreció a su hijo Juan Pardo para ocupar su lugar tras siete meses de prisión, y así poder cuidar de sus ganados en Villanueva de la Jara. Era uno de tantos rehenes para evitar tanto las tentaciones de rebelión como moneda de cambio para trocar por los rehenes en manos del bando contrario, que por boca de Juan León también los había en Villanueva de la Jara. Juan Pardo compartiría mesa y, sobre todo, necesidad, cuando la guerra se hizo más dura en el año 1479, al menos hasta el sobreseimiento o tregua de 14 de septiembre. En ese tiempo se racionaron los alimentos en la fortaleza de Alarcón; no era extraño el día que llegada la noche no hubiera para la familia ración dada por el despensero Juan Moreno. Sin embargo, la prisión de Juan Pardo duró poco; el hijo era menos pusilánime que el padre. Rompiendo el juramento que ante la Cruz y los Santos Evangelios había hecho, escapó de la fortaleza tras siete u ocho días de presidio. Ese quebrantamiento del juramento, por el valor que la palabra tenía en aquellos tiempos, será usado por Juan León para acusar de perjuro a su enemigo e invalidar su testimonio.

Juan León volvería a Villanueva de la Jara poco después de la concordia de uno de marzo de 1480, y tras el perdón que la Corona concedió unos días después a todos los partidarios del marqués de Villena y su alcaide para que pudieran regresar a Villanueva de la Jara. El regreso de los partidarios del marqués no debió ser fácil. Juan León, a pesar del perdón general, no fue dejado entrar en Villanueva de la Jara, cuyo concejo se apoyaba en unas ordenanzas dadas y confirmadas por los Reyes Católicos que únicamente permitían vivir en la villa a pecheros, excluyendo no solo a hidalgos sino a conversos. Villanueva de la Jara, la villa que se llamaba a sí misma enemiga de hidalgos, añadía en su nueva república a los enemigos de religión o tornadizos que podían hacer falsa profesión de fe. Juan León se enfrentó al concejo de Villanueva de la Jara, presentándose como hidalgo en posesión de los León de Belmonte y no negó su fama de converso, iniciando un pleito ante el gobernador del Marquesado y su alcalde mayor que condenó en costas y penas al concejo jareño y le obligó a ser admitido como vecino. Juan León se había apoyado en uno de los capítulos de la concordia de uno de marzo de 1480 que obligaba a respetar a los perdedores de la guerra en sus personas y bienes tal como las poseían a la muerte del rey Enrique IV. La aceptación de Juan León como vecino de Villanueva fue un acto con muchos presentes, en especial citaba a Juan García el viejo o Lope García y sus hijos. Es curiosa la cita de estas personas, pues no estaban allí para agasajarle, porque estamos ante enemigos declarados del alcaide de Alarcón, Hernando del Castillo, en disputas por la llamada hoya del Roblecillo. Juan León tomó por nueva casa de morada una que era propiedad del alcaide de Alarcón, entre amenazas y a campana repicada que llamaba a los vecinos a quemar la casa del nuevo vecino.

Establecido en Villanueva de la Jara participó de la roturación de tierras llecas para hacerse con una nueva hacienda agraria, que explotarían sus hijos, mientras él ejercía el oficio de procurador de causas en la Jara. Juan León no solo tenía enemigos, también aliados como Martín Atalaya, preso en la guerra y posiblemente el que salvo la vida al ofrecer la suya su hermana Juan, o Pedro de Beamud, en Villanueva, o Juan de Córdoba, en El Peral, que le permitieron rehacer su vida y el apoyo de clérigos como Pedro Martínez de Calatayud y Miguel Ruiz, y de quien creemos que era el mentor de este último, Martín Gómez, que fundaría la primera capilla de la iglesia de Villanueva. Juan León se enfrentó al concejo de Villanueva de la Jara

El concejo de Villanueva de la Jara perdió el pleito por sus ordenanzas, pero los oficiales anuales las juraban como primer acto de gobierno cuando tomaban posesión. La vida de Juan León fue imposible en la nueva villa de realengo. Se le prohibió legar bienes en favor de sus hijos, le levantaron nuevos pleitos y se le impedía el derecho que tenían los otros vecinos de roturar las tierras llecas para pan o vino y acceder a su propiedad en un momento que se vivía un movimiento de nueva conquista de espacio agrario. Eran los años 1490 y 1491, Villanueva de la Jara vivía una frenética roturación de tierra a la que se habían sumado Juan León y sus hijos. Esta vez las presiones sobre la familia León fueron muy fuertes. Juan León escuchaba misa apartado de sus paisanos en las gradas del altar de San Benito, pasado el altar mayor; a los nuevos pleitos contra la familia para impedirles el acceso a la propiedad de la tierra y heredarla, se sumaron los odios y las amenazas que apelaban a la Inquisición para que quemaran a esta familia de conversos. Juan León tuvo que cambiar de vecindad al cercano pueblo d El Peral, con una comunidad más permisiva y donde se le respetaron sus preeminencias de hidalgo.

El partido pro-marqués y favorable a Hernando del Castillo seguía fuerte en Villanueva de la Jara a pesar de las amenazas. Juan León contaba con el apoyo de algunos vecinos que es de presuponer, que, huyendo de la presión de la villa y su concejo, intentaban hacerse con nuevas tierras en las aldeas jareñas del Sur, como Casasimarro, Quintanar y Tarazona. Nos son hombres conocidos: Alonso Simarro, Alonso de Ruipérez, Fernando de Chinchilla, Miguel García Escribano, Alonso Picazo, o Diego de Alarcón. Contaba quizás con las simpatías asimismo de Miguel Remón y su mujer con casa en la Cardosa, en Tarazona, un hombre de frontera afortunado que se había desplazado de Villanueva de la Jara a su alquería en fecha posterior a 1482, y del que confiaba que testificara cómo algunos vecinos habían proferido la amenaza que “aunque pasaran diez años lo habrían de quemar”.

Los principales enemigos de Juan León eran Juan Mondéjar el viejo y su hijo García Mondéjar el mozo, hermano y sobrino de García Mondéjar el viejo, asesinado durante la guerra. Los Mondéjar acusaban a Juan León de ser el inductor de la muerte de su pariente que ejecutaría la gente de Hernando del Castillo, su hijo, concretamente acusaban a su mujer de haber ido hasta El Peral, donde estaba la gente del marqués dos días antes de la muerte de García Mondéjar el viejo. Los Mondéjar estaban detrás de los pleitos para impedir la presencia del converso en la villa. Aunque las enemistades se olvidaban cuando había intereses comunes, García de Mondéjar el mozo echó mano de los servicios de letrado de León en pleito con Miguel Muñoz, aunque a la hora de pagar se negó a hacerlo por pedir el converso un precio de doscientos maravedíes por fanega de trigo. Alonso de la Osa no perdonaba a Juan León como “aconsejador” del ahorcamiento de su tío Benito de la Osa (un almagrado ajusticiado por la Corona para intentar mantener la paz entre bandos) como no lo perdonaba su otro sobrino el clérigo Bartolomé Martínez que acusaba a Juan León de testificar contra el finado, aprovechando que el juez, alcalde mayor de Marquesado, era un converso de Alcaraz, el bachiller Ruy Díaz de Montiel. Otros, de menor proyección en el futuro local de la Jara le profesaban igual enemistad, destacando Juan García el viejo y sus hijos, a causa de las referidas disputas por la hoya de Roblecillo con el alcaide de Alarcón, a las que no debía ser ajeno Juan León, que se sumaba al intento de asesinato del hermano de Juan, Pascual, que salvo la vida escondido en el cárcavo del molino del Júcar. Ambos Juan y Pascual eran los almagrados que más propiciaron la independencia de Villanueva de la Jara de Alarcón. Las relaciones familiares hacían extensivas esas enemistades a la villa de Iniesta, donde Alonso Garrido, emparentado con los García de la Jara, le profesaba igual odio. Eran estas vinculaciones familiares las que envenenaban una atmósfera contraria a Juan León, que se encontraba solo y sin parientes en Villanueva. Así el clérigo Bartolomé Martínez tenía una hermana casada con García Mondéjar, que a su vez tenían parentesco familiar con los García. Juan Tabernero, otro de los acusadores, estaba casado con una hermana del ahorcado Benito de la Osa, y era primo de Fernán Simarro que era el hacedor de las ordenanzas de Villanueva de la Jara, excluyentes de hidalgos y conversos. Fernán Simarro no perdonaba a Juan León que hubiera puesto en duda su obra jurídica al ganar el pleito para su vecindad ni asimismo que el converso hubiera defendido a Miguel Sánchez de Valera en un pleito por deudas en que se disputaban una taza de plata ni que se entrometiera en la comunión de intereses que Fernán tenía con Pedro de Ruipérez, otro más en la lista de enemistades.

Pero Juan León se había procurado enemigos entre los viejos sebosos por los derechos que pedía por sus servicios de abogacía con sus clientes. Uno de los que se consideraba agraviado era Pedro Ruipérez, que no le quería pagar un castellano adeudado en el pleito habido con la mujer de Pedro Remón ni las dos fanegas de trigo de sus servicios en otro pelito del citado Pedro Ruipérez con los alcabaleros de Villanueva de la Jara. No dudaba en buscar Juan León para acusar a Pedro a sus aliados entre la familia Ruipérez: Alonso, vecino de la Jara, y Juan, vecino de El Peral. Su oficio de procurador le había enemistado asimismo con otras familias de la villa en pleitos sobre herencias: tales eran los descendientes de Alvar Gómez y Fernán González. A la hora de cobrar como procurador de causas lo hacía en especie, en grano de trigo. A Juan García el mozo le pedía tres fanegas de trigo en pago, aunque a veces transigía, como hemos visto, para trocar las deudas en dinero: a doscientos maravedíes la fanega.



Y es que en el rápido desarrollo económico que experimentaba Villanueva de la Jara las rivalidades aumentaban: los hijos de Juan León se habían lanzado a una rápida roturación de tierras que colisionaba con la que había iniciado otro oficial del concejo jareño, Diego Gil, que se aferraba a las ordenanzas de la villa para negar el derecho de heredar de los hijos los bienes de Juan León como hidalgo y converso ni a adquirir tierras llecas por rompimiento, reservadas exclusivamente a aquellos que pecharan.

El fiscal pidió para el encausado la excomunión, confiscación de bienes y ser relajado al brazo seglar. Los inquisidores fueron más indulgentes, le absolvieron de las acusaciones, pero en vista del escándalo de las acusaciones le obligaron a abjurar públicamente de Leví y fue penitenciado

Que en el lugar donde el dicho Juan León rreçibió el corpus christi esté un domingo desnudo en camisa mientras se dize la misa de rrodillas e descalço e con una soga a la garganta dende que se comiençe la misa fasta que salga della con un çirio de çera ardiendo en la mano e mandamos que pague mil mrs. para la guerra contra los enemigos de la fe

Juan León resistió el tormento y no confesó su culpa.











Testigos presentados por el fiscal contra Juan León



Juan Pardo, hijo de Bartolomé Sánchez de Paracuellos.

García de Mondéjar

Bartolomé Martínez, clérigo teniente de cura de Villanueva de la Jara

Alonso de la Osa

Diego Gil

Juan Gómez, hijo de Alvar Gómez



Testigos presentados por Juan Léon

Pedro Martínez de Calatayud, clérigo, capellán del Peral

Miguel Ruiz, clérigo de Villanueva de la Jara, que aporta testimonio favorable del clérigo difunto Martín Gómez

Martín de Calatayud, vº El Peral

Juan de Motilla, vº El Peral

Diego Alarcón, clérigo Villanueva de la Jara.

Juan de Torrubia, vecino de Alarcón

Diego de Mondéjar, vecino de El Peral.









[1] GARCÍA MORATALLA, Pedro Joaquín: La Tierra de Alarcón en el señorío de Villena. Siglos XIII-XV. IEA. Albacete, 2003, pp. 219 y ss.


ARCHIVO DIOCESANO DE CUENCA, INQUISICIÓN, LEG. 6/127

sábado, 9 de noviembre de 2019

Los hermanos de Carlos o la blasfemia como rebeldía social

Los hermanos de Carlos tenían mala fama entre sus vecinos de Santa María de Campo. Agustín era mal hablado y contumaz, no parecían temer mucho a los ministros de la religión y allá por 1748 despotricaba contra Dios, la Virgen y los Santos. Ya su hermano, Pedro Félix, había tenido problemas con la Inquisición, porque en su opinión su madre era mucho más honrada que la Virgen, tanto, que mofándose del sacramento eucarístico, pedía que los fieles besaran el trasero de su madre al elevar el sacerdote la Hostia. Pedro Félix a principios de 1742, ante el cura José Romano y varios frailes trinitarios, en la puerta del convento de esta Orden, discutió con un hermano suyo al que le encomendó unos cuantos recados para su madre, en su decir, una puta pelleja a la que sacaría el corazón para darle más puñaladas que milagros obrase Dios. Reconvenido por los religiosos, Pedro Félix se alteró más para emprenderla a improperios  contra la deidad (era muy propio de su persona acordarse de las tripas de la Virgen) y con sus enemigos, amenazando con matar a cuantos ruines estuvieran contra él y manifestar su deseo de bajar al infierno, donde cinco mil diablos se cagarían en su alma. Especial inquina le tenía a un tío suyo, Juan Francisco Malo, al que acusaba de indigno para ejercer su ministerio sacerdotal por estar amancebado. Pedro Félix era un hombre con tablas; había servido como soldado en el regimiento de Dragones de Tarragona, para desertar después y pasar tres años y medio en los presidios de Orán.

La aventura militar parece ser que fue obligada, por la pretensión de Pedro de casarse con una hermanastra suya, fruto de los desamoríos de su madre con u tal Juan Carlos. Enterado del incesto, Pedro Félix enloqueció, maldiciendo a la puta de su madre, aunque acabaría casando con su supuesta hermana

Este Agustín era un mal hablado, un blasfemo; había manifestado su intención de quemar a la Virgen, cagarse en la Hostia y confundía sus pocas creencias con una nueva fe luterana, que decía haber abrazado hacía seis años y, que en iniquidad entendía como negación del sacramento de la confesión: no había cura ni Papa capaz de absolverle de sus pecados. En su locura, pregonaba a los cuatro vientos su deseo de ser quemado por el Santo Oficio, como mejor forma de coronar su linaje, del cual renegaba.

 En el linaje de los Carlos había tantos religiosos como renegados. Agustín tenía dos tíos carnales, presbíteros, un sobrino cura en el Quintanar y una sobrina religiosa en Villanueva de la Jara, pero su hermano Pedro ya había visitado las cárceles inquisitoriales tres años antes que él.

Parece que el infortunio de Agustín de Carlos comenzó por un supuesto trato carnal ilícito con una moza, otro más, que él intentó limpiar con su casamiento. Sin embargo sus propios familiares se debieron oponer al enlace. Su tenaz terquedad se intentó arreglar con una confesión, pero Agustín se opuso a confesarse con un cura, y de forma más dura con su ingreso en una mazmorra  de Santa María del Campo Rus tres días. Lejos de amilanarse, Agustín iba aumentando su rebeldía y sus blasfemias. En la cárcel de su pueblo parece que fue donde cada parte pergeñó su plan. Sus enemigos y deudos planearon enrolarle en el ejército para evitar su casamiento; Agustín pensó que si se presentaba como un blasfemo contumaz iría preso a las cárceles inquisitoriales y allí, pasado su mal trago y lejos de su pueblo, podría casarse con la moza. Él, que se presentaba como un luterano irredento, confesó sus planes al cura de su pueblo, pero ni la amistad del cura ni su locura parece que le libraron de su condena


Archivo Histórico Nacional,INQUISICIÓN,3728,Exp.48 Agustín de Carlos. 1748

viernes, 19 de octubre de 2018

Juan de Toro Ramírez, familiar del Santo Oficio de Santa María del Campo Rus




                               Mi agradecimiento a David Gómez de Mora, por darme a conocer este expediente


Juan de Toro Ramírez Arellano, hombre alto y de buena manera de veinte años, era familiar del Santo Oficio de la Inquisición en Santa María del Campo Rus. Hacía gala de ello, usando y extralimitándose en las potestades que el oficio le otorgaba. Para la Cuaresma de 1566 Juan de Toro estaba en Carrascosa de Haro, acompañado de otros dos vecinos llamados Diego Delgado de Rus y Juan Hernández. Alojado en casa de un tal Pedro Fraile, le pidió cebada para los caballos. Solo obtuvo paja. Una pequeña aventura que Juan de Toro convirtió en una pequeña cruzada. Juan de Toro era hombre viajero. Cinco años antes había estado en Madrid, pero ahora en busca de la paja y la cebada necesaria para sus caballos se presentó en Carrascosa como alguacil del Santo Oficio, dotado de una pequeña vara de justicia terminada en forma de cruz, y enfundada en su borceguí. Según unos, su persuasión para conseguir el cereal era simple amenaza; pero otros, iban más allá: usaba artes diabólicas
yo ya he hallado çevada toma ese harnero y ven conmigo Juan Hernández que aquí nos la darán porque ya les he metido el diablo en el cuerpo  
Juan Hernández le recriminó su actitud y el hecho de usar la vara para obtener cebada. La respuesta de Juan de Toro fue más enigmática
valeos el diablo que vara traes para que traes vara y dixo el dicho Juan de Toro... que con esta Dios haze merçed  
Juan de Toro tenía enemigos en Santa María del Campo Rus, pero también contaba con la poderosa amistad del señor del lugar. De hecho, la acusación contra Juan de Toro vino de Francisco García, miembro de una familia declarada enemiga del señor de la villa: los García de Mingo Martín, que por ese año de 1566 estaban enfrentados con don Antonio Castillo Portocarrero, al que buscaban por el pueblo para matarlo. Juan de Toro, alguacil de la villa y al servicio del señor, no escapaba a las iras de los García. Estos enfrentamientos ya los hemos narrado en otra parte y aquí traemos a colación lo que escribimos tiempo atrás para entender el conflicto
La familia García era temida en el pueblo, especialmente por don Antonio Castillo Portocarrero, al que habían amenazado de muerte varias veces. Razones tenía para ello, pues los oficiales que él mismo ponía eran objeto de las iras de los García de Mingo Martín, que era como les gustaba llamarse al clan. Miguel García tenía mala fama, ya no solo por matar hacía año y medio a Martín Chaves, también como estuprador de doncellas y provocador de altercados, así cuando apaleó tiempo atrás a un cobrador de la limosna de Nuestra Señora de Monserrate. Junto a su sobrino Pedro, ya había herido al alcalde Pedro Martínez Rubio, y no se echaba atrás en sus insultos y amenazas de muerte contra don Antonio Castillo Portocarrero. Con fama de bravucones, los García se habían convertido en la bestia negra de la nobleza regional. Se jactaban de haber liberado a un santamarieño llamado Andrés Rubio, retraído en la iglesia de Castillo de Garcimuñoz, por una pendencia con un Melgarejo. La hazaña de los hermanos Francisco y Miguel García fue reivindicada por ambos como ejemplo de que únicamente dos santamarieños valían tanto como todos los vecinos de Castillo de Garcimuñoz. Si Miguel García era bravucón no se quedaba atrás su madre, Francisca Redonda, que reconocía que su hijo salía por las noches a practicar el tiro y amenazaba al alguacil mayor de la villa, Juan de Toro, el día que bajaba con el asno por la calle del licenciado González para someter a vergüenzas públicas y azotar a su hijo, que "quien osara meterse con su hijo no quedara coxón de ellos". (1)
La acusación de Francisco García al Santo Oficio contra Juan de Toro iba contra éste, pero también contra su señor Antonio del Castillo por encubrir su incredulidad y sus blasfemias. La denuncia tiene fecha de 16 de septiembre de 1566. Las acusaciones eran duras. Se acusaba a Juan de Toro de blasfemar delante del Santísimo Sacramento, diciendo que no le valía Dios, ni Rey ni la Santa Iglesia; de afirmar en medio de la plaza del pueblo que el diablo estaba en la Gloria. Aunque la acusación más grave iba dirigida a considerarlo indigno del oficio de familiar que detentaba, pues era incapaz de guardar el secreto que tal oficio llevaba parejo. Es más Juan de Toro pasaba por confidente de su señor don Antonio del Castillo. Pero la rica familia de los García lanzaban la inquina de sus acusaciones contra la baja procedencia de Juan de Toro
es un honbre de baja suerte hijo de una hornera que fue encadenada por loca y es albeitar y hijo de mesonero y con favor de don Antonio hace estas cosas 
No lo sabemos, pero es posible que la enemistad entre Francisco García y Juan de Toro, además de los conflictos entre la familia García y el señor, viniera alimentada por colisión de intereses de dos oficios, que a primera vista pudieran parecer complementarios: Francisco García, un hombre de cincuenta años, se dedicaba a la crianza de garañones, Juan de Toro, era herrador y albéitar. Antes de albéitar, Juan, en sus años de zagal, había sido un leñador que vendía la leña a lomos de un borrico por las calles de Santa María del Campo. Un hermano suyo, Leonardo, había heredado el mesón familiar, mientras que otro llamado Francisco Martínez de Toro ejercía el oficio de albéitar y herrador en Buenache.

Los García, que por entonces empezaban a escapar de las garras de Antonio Castillo Portocarrero, consiguieron el once de enero de 1567 que los Inquisidores nombraran al sanclementino Juan Sánchez Merchante para pasar a Santa María del Campo a proceder contra el díscolo familiar. Se tomaban así Francisco García asegurada venganza de la prisión que sufrieran su hermano Miguel y sus padres. Las acusaciones de Francisco García iban dirigidas contra la honra de Juan de Toro, al que acusaba de ser un hombre vano sin juicio; un borracho, cualidad que le venía heredada de su padre (también llamado Juan), y un putero
Juan de Toro avía ydo con su familiatura  a la mançebía de Belmonte e que un alguazil le pidió las armas y el avía dicho que no se las podía quytar porque hera familiar del Santo Oficio y que el dicho alguazil le avía dicho: pues cómo el Santo Ofiçio ha de andar por las mançebías e que no se las avía osado quytar 
La mala lengua le perdía. Dos veces había sido apaleado como castigo: una en el campo y otra en la plaza de la villa. No debía ser un ejemplo el familiar, pues incluso Juan Hernández, teniente de alguacil, le acusaba. En una ocasión, fue penitenciado por ofrecerse a darle al diablo la Iglesia; en otra, la pena por blasfemar fue de mil maravedíes y seis meses de destierro.

La Inquisición decidió dejar en suspenso al familiar en el ejercicio de su cargo.




(1) https://historiadelcorregimientodesanclemente.blogspot.com/2017/09/santa-maria-del-campo-rus-en-1566.html


Archivo Diocesano Cuenca. Leg. 239, expediente 3112. Juan de Toro, familiar del Santo Oficio, 1567