El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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domingo, 25 de julio de 2021

MADRIGUERAS EN 1556

 


MADRIGUERAS en 1556

 

Madrigueras al igual que otros pueblos era heredera de los amojonamientos de 1481. El pueblo en término y jurisdicción de Villanueva de las Jaras, más allá de las casas era una isla rodeada por los términos de Alarcón. Esta indefinición jurídica la aprovechaban los moradores del lugar para dilucidar sus controversias. Tal fue el caso de Ginés García, que con el apoyo de la familia Aroca, en 1556, hirió al cura licenciado Ayora en el cementerio del pueblo. No hemos de pensar en el cementerio como lugar apartado, pues cementerio, iglesia y plaza con sus carnicerías eran espacios contiguos. No muy lejos estaba el llamado Pozo Hondo, origen del pueblo y la casa de Cristóbal Garrido, apellido que recuerda a la familia iniestense fundadora del pueblo. La plaza era lugar de encuentros y desencuentros y de tratos comerciales a la salida de misa de los domingos. Un testigo que vendía nabos nos dice que los hacía en una lonjeta, donde los hombres del pueblo se sentaban a hablar.

Ginés García era el ejemplo de agricultor acomodado. En el embargo de prendas que hizo la justicia no faltaban algunos ropajes de calidad, aunque lo que demostraba su riqueza era esas tres tinajas de cuarenta arrobas de vino, complementadas por la lana de su pequeño rebaño y pieles de sus cabras y el grano guardado en las cámaras de su casa de unas pequeñas explotaciones agrarias, así como un par de mulas de labor. Ginés tenía pastor a su cargo para cuidar su rebaño y tenía una joven criada para el cuidado de su casa. Ginés ya mostraba un gusto “pequeño burgués” de apego a la buena vida. A su ajuar se unía una vajilla que daba al hogar cierta aspecto de orden y comodidad: veintiséis escudillas valencianas, dos sartenes, una cuchara de hierro, dos asadores, tres picheles, uno de ellos de vidrio, mesa de ocho palmos y un banco de madera. Una sociedad de labradores con fuertes lazos de solidaridad familiares entre hermanos y cuñados, que por simple agregación de propiedades constituían grandes haciendas. Pedro García, hermano del anterior, tenía, en el momento de secuestro de sus bienes, cien fanegas de trigo rubión y cien de cebada, aparte de cuatro tinajas con treinta arrobas de vino cada una. A Ginés de Aroca se le secuestraron sesenta fanegas de trigo y otras tantas de cebada y centena y similar cantidad de vino. Al poder económico de los García-Aroca se unía su control de la vida política de Madrigueras. Pedro de Aroca el viejo ostentaba uno de los dos oficios de alcalde ordinario.

 

Ginés desconfiaba de la justicia de Villanueva, aunque en Madrigueras había un alcalde pedáneo con funciones judiciales menores, que llevó a cabo las primeras instrucciones del caso, haciendo probanza de testigos. Que el alcalde era autoridad respetada en el pueblo es muestra que, con motivo del retraimiento de Ginés en la iglesia para evitar ser apresado, fue capaz de contar con el apoyo de quince vecinos para actuar como guardas. Pero ni el alcalde pedáneo daba unidad a un pueblo dividido en dos. El escurridizo prófugo fue capaz de escapar de la iglesia para pasar a la ermita de Santo Tomé, estando situada en el llamado barrio de San Agustín, que caía en la jurisdicción de Alarcón. Era otro caso de pueblo creado en los momentos inmediatos a la guerra del Marquesado, con unos estrechos términos fijados a las casas existentes en 1480 y cuyo crecimiento posterior se había expandido por jurisdicción de Alarcón. Aunque lo más notorio era que Madrigueras tenía dos alcaldes ordinarios: uno para la jurisdicción ordinaria de la Jara, alcalde pedáneo muy dependiente de esta villa, y otro alcalde, aparentemente con una jurisdicción más autónoma, pero dependiente de Alarcón, para el barrio de San Agustín. Era tal el caos de jurisdicciones en el pueblo, que la madre de Ginés García, Catalina de la Jara, andaba por el pueblo gritando lo fácil que era matar a un clérigo, ya que en Roma absolvían por dos reales a los que mataban clérigos. De hecho, la justicia convivía con esa otra que imponían los hombres armados; Pedro Aroca y Andrés García, a caballo y con sendos arcabuces, habían facilitado la huida de la iglesia para pasar a la ermita de Ginés García. La de Madrigueras era una sociedad de clanes y los García-Aroca eran uno más, con una matriarca, Catalina de la Jara, que controlaba a todos, hijos y nietos, arremolinados todos en torno a unas casas aledañas en la calle que bajaba hacia la plaza del pueblo. Las diferencias del licenciado Ayora, un clérigo procedente de Belmonte, lo eran con el nieto Pedro de Aroca, pero la causa, unas cartas del clérigo a los suegros de Pedro de Aroca el mozo, la asumía como propia toda la familia. De hecho, el padre Pedro de Aroca el viejo intento agredir con un palo de retama al cura a su salida de la iglesia. No debemos despreciar estas organizaciones familiares, definidas por los contemporáneos como ligas y monipodios, al dominio económico y político de los pueblos se unía su imposición violenta por las armas. Ginés García sería liberado por sus hermanos y cuñados de la ermita de Santo Tomé, donde se presentaron a caballo, con arcabuces, espadas y hondas. Ni tampoco las alianzas familiares con otras familias. Una hermana de Ginés García estaba casada con el bachiller Clemente de Villanueva de la Jara y también relación familiar tenían los Aroca con el licenciado Cabronero de Iniesta, que facilitarían la acción militar de los García Aroca sobre la ermita de Santo Tomé, al facilitar, bajo testimonio de un notario apostólico que los guardas se alejaran treinta pasos del lugar sagrado de la ermita.

La mezcolanza de jurisdicciones era pareja a la diversidad de complicidades familiares y de intereses, hasta el punto de que el belmonteño Hernando del Pozo, hermano del licenciado Ayora, solicitaba la intervención de un alcalde de casa y corte, ya que los delinquentes son muchos e viven en diversas juresdiçiones. Aunque el Consejo Real se avino a derivar el caso a la justicia del marquesado y a su alcalde mayor Marquina, ante el que se presentó el licenciado Miguel Ayora con sus cuitas y contando el régimen de terror impuesto por los García Aroca del que era víctima, entre amenazas de matarlo en el mismo altar y acechando su casa.

Aparte de rencillas sobrevenidas, las diferencias tomaron un tinte ideológico. Los García Aroca, que dominaban los oficios concejiles del lugar, se presentaban como labradores que vivían de su trabajo, ligados de la tierra que los vio nacer y forjadores de la nueva población de Madrigueras. El licenciado Ayora era un intruso belmonteño, que vivía de las rentas de una iglesia que los naturales del pueblo habían construido. Ese carácter forastero pronto derivó a las acusaciones de judío, tal como reconocía el propio licenciado

A dicho que soy un judío ereje y que me a de quemar y echar fuego en mi casa e que hera un gavacho e otros muchos vytuperios

De las palabras se había pasado a los hechos con un Pedro de Aroca el mozo deambulando por el pueblo con un arcabuz de pedernal, cobijado bajo la capa. El primero que recibió las amenazas fue un tal Agustín, tenido por hijo ilegítimo del cura

Asy que vos puto judío todavía bueno que bueno yo os voto a Dios y a esta cruz e hizo con el dedo una cruz en la frente que os tengo de pegar fuego a vos e al puto bellaco judyo de vuestro padre y os tengo de quemar vivos

No sabemos si la acusación de judaísmo contra el clérigo era real o era simple aversión anticlerical a los clérigos, que, por lo demás tenían un comportamiento muy mundano. Cierto día, montados a caballo, aparecieron el cura Ayora y el cura de Tarazona, Pedro García, y las amenazas de Pedro de Aroca se volvieron a repetir: con estos judíos algún día tengo de hazer una hoguera, o esas otras de ir hasta Belmonte para matarlo en la casa del diablo donde se escondía o en el mismo infierno si era preciso.

La presencia del licenciado Miguel de Ayora en el pueblo se veía como intromisión intolerable en los asuntos locales. El cura no estaba solo en el pueblo, pues estaba acompañado de su hermano Nicolás de Ayora, también clérigo. Uno y otro no transigían con las acciones de los García-Aroca. Ya en 1551, el clan familiar se había propuesto salvar de la condena de cien azotes y galeras a un tal Fabián del Olmo, metiéndolo en sagrado, en la iglesia, para evadir la justicia, pero el cura lo impidió. La llegada del cura a Madrigueras debió asemejarse a la de un pequeño inquisidor dispuesto a acabar con el clima de degradación moral y falta de fe religiosa del pueblo. El cura debió ver en aquella Madrigueras de 1556 a la Sodoma bíblica rediviva: putas, amancebamientos, juegos, hechicerías y uso de hospitales para abuso de costumbres depravadas:

porque a echado putas públicas y a quitado amanzebamientos y mal casados y tablajerías y hechizerías y enjalmos ansy de las casas de Dios como son ospitales y otras casas del dicho lugar y le an ocupado que no predique en el pulpito segund que de todo lo pretende”

El cura Ayora llamaba a estos vecinos depravados como “perturbadores de repúblicas” en un claro intento de entrometer a la justicia civil en la preservación de las costumbres. Tal parecía que eso era posible hacia 1551, cuando el poder concejil de Madrigueras estaba en manos de la familia de los Garrido. El cura invocaba a los vecinos buenos que están en quietud y reposo. Las palabras del cura fueron recogidas por el alcalde Diego Garrido, que se comprometió a recorrer con su alguacil, provistos de varas de justicia, para reponer al pueblo en costumbres decorosas y cristianas. Al parecer las acusaciones contra el mencionado Fabián del Olmo venían por usar la iglesia para amancebarse con su mujer y como lugar de juego. El intento del cura de expulsarlo de la iglesia acabó en pelea con el joven que hacía de un camarín del templo su hogar provisional. Y es que los intentos de la autoridad de la iglesia de imponer el orden en el pueblo chocaba con las prácticas y costumbres de un pueblo alejado, donde faltaba autoridad. Las condenas del cura, procurando la excomunión del joven, y sus denuncias para condenarlo a galeras, chocaban en un pueblo que no conocía más ley que la particular de cada morador ni más moral que una total liberalidad de costumbres. Además, en el pueblo se condenaba la doble moral del cura, al que el joven Fabián del Olmo había espetado en la cara aquello de “otros, peores cosas hacen”.

 

AGS, CRC, LEG. 448-2

miércoles, 30 de junio de 2021

EL AÑO 1530 EN VILLANUEVA DE LA JARA

EL AÑO 1530 EN VILLANUEVA DE LA JARA

Villanueva de la Jara y su tierra era una comunidad suficiente en sí misma. Sus hornos (seis en la villa y seis en las aldeas), sus carnicerías, tienda pública, botica o tenería procuraban a sus vecinos el abasto necesario para la vida. La plaza estaba dominada por la torre del reloj, que había construido Pedro de Oma, y cuyo reloj estaba al cuidado del sacristán y era reparado por maestre Pedro, pasado el año 1510 y a su lado se erigían unas casas del ayuntamiento, que no sabemos si se corresponden con las actuales. Es cierto que faltaba un pósito, pero el molino actuaba de regulador de precios y abasto de granos y, otras veces, se aprovechaban las cámaras de algún particular, Alonso Valera, para guardar los excedentes de grano. Los pobres y excluidos contaban con un hospital de acogida, a cargo de Miguel Buenache, que recibía sueldo del ayuntamiento, y no faltaban las obras de caridad, como las dos fanegas que recibían los pobres para pasar la Pascua de Navidad o la fanega de trigo que recibían en Pozoseco durante la procesión que se celebraba en este pequeño pueblo. Tampoco faltaba el vino, tan vital como el pan para la alimentación. A veces era el concejo el que daba limosna a las viudas, otras, pagaba un real por enterrar un muerto que nadie reclamaba, o encargaba, por doce reales, a la mujer de Gonzalo Piñán que criara un niño expósito. Las buenas obras no faltaban, dos vecinos sacaron a la hija del boticario del pozo del hospital donde se había arrojado.

 

Villanueva de la Jara cuidaba sus construcciones públicas: en 1522, un tal Chamocho, cuya familia vemos asentada en San Clemente unos años después, “adobaba” el puente sobre el río Valdemembra y ahora, siete años después, García Castillo Montañes “adobaba” la casa del ayuntamiento o retejaba las carnicerías públicas y construía una nueva cárcel pública. Algo tan trivial como la fabricación de tejas debía estar en manos del ayuntamiento, y al igual que se retejaban las carnicerías, se hacía lo mismo con la casa de la comadre, donde los recién nacidos jareños veían la primera luz de este mundo. Unas puertas nuevas se colocaron en la casa de esta comadre para darle mejor apariencia, mientras Juan García de la Roya obraba en esta partería. Las calles se adobaban también. Martín el de la Cuartera, Vala de Rey y Miguel de Honrubia trajeron sesenta y siete carretadas de piedra, por la que recibieron en pago 670 maravedíes, a los que se sumaron otros 1080 mrs. de 108 carretadas adicionales, y cerca de otras trecientas carretadas más traídas por otros vecinos. Villanueva de la Jara se embellecía, sus calles de tierra se empedraban. Mientras Alonso Pérez llevaba la tierra y Diego del Prado arreglaba el maltratado camino de Iniesta o se arreglaba el camino hacia los molinos Nuevos, auténtico centro nodal de la economía jareña y donde Gómez García llevaba 247 carretadas de piedra para reforzar la presa en el río Júcar. Villanueva de la Jara era una villa cerrada, con una puerta de acceso que ese año de 1529, quizás por temor a algún fenómeno pestífero (por la muerte, se dirá), guardó Martín García de la Presa durante 29 días, con un salario de 20 mrs. diarios, o quizás porque las puertas de Villanueva se cerraban por la noche, temerosa de delincuentes, pues un tal Monedero también se encargó de las puertas de la villa. La verdad es que Villanueva tenía varias puertas y eran varios porteros y que ese año de 1530 se construyeron varias tapias para cercarla, tapias que eran de piedra y que levantaron entre otros, Miguel Sanz, Martín Vala de Rey, Martín de la Cuartera, Clemente Roldán, o los hermanos Alonso y Clemente Sanz; al camino de Iniesta se salía por una de estas puertas. García Montañés levantaba nuevas tapias para la cárcel del pueblo, en la plaza. Noticias de tablas, vigas, tejas y piedras para las casas del ayuntamiento hay este año. Pedro Pastor, de oficio carpintero, recibía once ducados y medios por “andar desvolviendo la casa del concejo e adobando la que está el boticario”, Aunque es demasiado temprano para hacer cábalas sobre las actuales casas del concejo jareño, si bien es cierto que el 17 de noviembre de 1530 el concejo se reunía en las casas del regidor Pascual García y el 27 de octubre de 1532, en la posada del corregidor Bargas, alojado en una casa de Pedro Monteagudo. El adecentamiento de los edificios públicos también se hacía en las aldeas, los hornos de Tarazona y Quintanar (cada aldea tenía dos hornos, uno nuevo y otro viejo) se reformaban o añadían puertas nuevas, al igual que se reformaba completamente el horno de Gil Buenache en Villanueva, hundido el Domingo de Ramos. El citado Juan García de la Roya andaba de aldea en aldea obrando en los hornos. El cantero Juan Gómez de Villanueva ampliaba y reforzaba las paredes de la botica del pueblo en la plaza; a buscar un nuevo boticario, Jaime Maluenda, fue Pedro de Mondéjar con otros vecinos. Los pueblos crecían y necesitaban nuevos servicios: Pascual Sancho veía embargadas unas casas en Casasimarro para destinarlas a carnicerías.

En realidad, la actividad era frenética ese año de 1530, los hombres no estaban faltos de trabajo. Villanueva pagaba deudas de antaño, entre ellas, las debidas al molinero Alonso Martínez por el trigo aportado al cerco de Játiva ocho años antes. Nuevos vecinos se habían instalado en el pueblo en la segunda década de 1520, viviendo de servicios diversos como carreteros, mensajeros (Francisco Zamora iba y venía a Cuenca una y otra vez), oficios manuales de tejeros, cerrajeros, caldereros o cualquier otro (Martín García no tenía descanso como alpargatero y Benito López lo mismo llevaba cartas que adobaba las calles de Villanueva) y siempre con la vista puesta del acceso a la tierra y su cultivo en las tierras aledañas, propiedad del concejo de Alarcón, y que se podían sembrar con el trigo que el concejo proveía, procedente de los molinos Nuevos. Y es que Villanueva de la Jara era una tierra de oportunidades, apellidos de renombre ejercían los oficios más insospechados: Francisco de Villena comerciaba con la venta de clavos, Martín de Buedo o Pedro Monteagudo cobraban por unos cuartones de pino, o caso del primero, por doce tablas provistas al concejo, y Alonso Guilleme empedraba las calles a 50 mrs. de salario, acompañado de otro vecino de Bailen. El oficio de carretero estaba muy extendido en Quintanar del Marquesado, algunos lo tenían como propio, de él vivía Juan Sanz, pero otros, como para Martín Vala de Rey, era fuente suculenta de ingresos. Este Martín Vala de Rey debía ser avispado, pues viendo el negocio, transportaba cualquier materia en su carreta o se dedicaba a repartir el trigo del molino a los labradores. Quizás, en ganancias, era equiparable el oficio de tejero; a retejar el ayuntamiento se dedicaba ese año Juan de Tremen Saiz. Espabilados para una sociedad tan dinámica desde luego no faltaban, Pedro Peinado lo hizo con la langosta. Otros cumplían con su oficio, como el herrero Pascual García que ponía a disposición su fragua para adobar el reloj de la torre con veinte libras de hierro.

Y Villanueva de la Jara procuraba ser una comunidad que daba servicios a sus vecinos: tenía contratado un bachiller de gramática para la educación de sus niños, con salario de 16 reales, cuyo estudio estaba en las casas que había alquilado Juan de la Osa, contrataba algún predicador para los sermones en su iglesia y como a aquel predicador de las Buedas les procuraba pagar la posada y estancia en el pueblo o les daba como pago unas perdices a esos otros frailes llamados Bonegan y Tomás. En las aldeas el que predicaba era fray Pedro de Santa María. El oficio de predicados estaba bien remunerado, siete ducados y tres reales recibió fray Tomás por sus sermones en la Cuaresma. Tampoco faltaba como pago diez arrobas de vino. Otros cometidos eran más mundanos, Juan de la Higuera. Juan Tieso y Pedro Pastor, en número de cuatro, complementaban sus ingresos matando raposas amenazantes de las gallinas, aunque había vecino, caso de Alonso Mondéjar, que lograba llevar toda una “lechugada” de lobos recién paridos hasta las casas del concejo. Y es que en torno al Valdemembra se encontraba todo tipo de fauna salvaje, como marotos, una especie de patos salvajes.

Villanueva de la Jara era una sociedad que se divertía; para agosto se corrían novillos por las calles del pueblo. De tal hecho, tenemos constancia el año 1522, cuando el pueblo permanecía ajeno a la leva forzosa de sus hombres para la guerra de Játiva del mes siguiente. Al igual que en San Clemente, existía un espacio para jugar a la pelota; el concejo de Villanueva recibía la llamada renta del portal de la pelota por valor de 2625 mrs. Existían otras fiestas, unas comunes a otros pueblos y otras chocantes, como la de Santa Águeda, que bien recibió dinero el sastre por unos servicios que desconocemos. Un santero cuidaba la ermita de la virgen de las Nieves, viviendo de la limosna del ayuntamiento, el oficio no debía estar bien pagado, pues Pedro Peinado fue fuera de Villanueva a buscar uno; mejor pagado estaba el sacristán, hasta ocho ducados, aunque recibía salarios pendientes, por regir el reloj y tañer las campanas por las ánimas del Purgatorio.

Los regidores ganaban un sueldo de 300 mrs., pero como siempre sus ingresos reales no respondían a su salario. Los que ganaban dinero eran los escribanos: Francisco Navarro, Alonso García, Antón Clemente o Lope de Araque. La villa tenía dos letrados, el bachiller González y el bachiller Clemente, que cobraban seis ducados cada uno. Los procuradores de Villanueva iban y venían a la corte, a la Chancillería de Granada o a Chinchilla, donde residía el corregidor de las tres villas ese año. Un pleito ocupaba su tiempo: la disputa por la propiedad de una rueda de los molinos Nuevos con Alonso Pacheco. De esos pleitos vivía el escribano Francisco Navarro que, defendiendo los intereses de su pueblo en Granada, recibió 10000 mrs.; no le iba a la zaga en ingresos por cometidos similares Clemente Ruipérez. Quizás el bien más preciado en el pueblo era el papel. Se mantenían las disputas de antaño con Alarcón, pero ahora se buscaban arreglos pacíficos. El asunto más conflictivo era la grana, procurándose dar solución en una junta de los oficiales de uno y otro pueblo que se celebró en Pozoseco. Otra junta, a la que asistió el regidor Fernán Martínez, se celebró en Chinchilla, tal vez, esta era una de las tradicionales juntas del marquesado de Villena, al parecer se trataba sobre la construcción de un puente. En las cuentas de un año después sabemos de la intención de construir un puente en el vado del Parral, junto a unos molinos, y de tratos con la ciudad de Chinchilla, por lo que más bien parece que la junta debió ser entre los dos pueblos para construir el puente. Ese año de 1531, los jareños llevaron cuatro carretas hasta el vado del Parral, para 1533 se repartían peonadas entre los vecinos de las villas y de las aldeas (un total de 208 peonadas por valor de 20300 mrs.) y se firmaban las escrituras entre Villanueva de la Jara y Chinchilla para la construcción de unos molinos; escrituras que se firmarían en Cuenca. Martín López recibiría 37531 maravedíes por la obra de ese molino ese año de 1533.

En un pueblo agrario dedicado al cultivo de granos, donde las viñas, aparte de cultivo familiar y propios del concejo en Gil García, intentaban la gran producción en el camino de Villalgordo del Júcar. En torno a ese camino, el tundidor Pascual Rabadán intentaba la aventura vitivinícola junto a los Mondéjar y los Ruipérez. En Quintanar el concejo cobraba una renta por la guarda de las viñas. Las aldeas se metían en pleitos con el marqués por la propiedad de las tierras que labraban sus labradores, especialmente con Tarazona, allí anduvo de probanzas treinta y seis días el escribano Francisco Navarro; y hasta las aldeas se tuvo que desplazar Alonso Romo a cobrar la correduría.

El verdadero poder de Villanueva de la Jara residía en sus campos de cereal y la expresión de ese poder eran los molinos Nuevos. Las ruedas poseídas por el concejo de Villanueva eran el símbolo de la victoria de los jareños frente a Alonso Pacheco, que poseía la otra parte de los molinos, en cuanto recuperación del excedente agrario para la villa. La Jara había salido victoriosa de los intentos de apropiación señorial, tanto de la Iglesia, a la que se había cedido para de sus rentas en las personas de unos obispos italianos que no pisaban la villa, como de los criados del marqués, Castillos y Pachecos de Minaya. El molino de los Nuevos proveía una maquila sustanciosa en ocho particiones anuales, tomando datos del año 1531, alrededor de 625 fanegas de trigo, de candeal 404 fanegas y de cebada y centeno 134 fanegas. El comercio de granos estaba controlado por el concejo, pero no faltaban los que eludían el control de las sacas de pan. Entre los multados estaba el maestre cantero Jaime Cardos.

 

ANEXO

 

Concejo de octubre de 1532, en casa del corregidor

Corregidor licenciado Bargas

Pedro de Monteagudo, alcalde ordinario

Bachiller González y Pedro García, regidores

Gaspar López, alguacil

Martín López, Alonso Ruipérez,Lorente López de Tébar, Ginés de Móndejar (los tres últimos regidores en 1531), diputados

 

Concejo de cuatro de octubre de 1533, siguen de año anterior, en la sala del ayuntamiento

Pedro Monteagudo y Miguel Mateo, alcaldes

Bachiller González, Juan Sanz de Ruipérez y Pedro García

Clemente Pardo, alguacil

 

Concejo de 18 de noviembre de 1533

Pedro de Monteagudo y Ginés Ruipérez, alcaldes ordinarios

El bachiller García, Pedro Pardo y Aparicio Royo, regidores.

Alonso Cardos, alguacil. 


AGS, CRC, 153, 5