El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

Imagen del poder municipal
EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

viernes, 26 de enero de 2024

Lope del Castillo, capitán de Huete en las Guerras de Italia

 La figura de Lope del Castillo, vecino de Huete, comenzó a descollar en tiempos de los Reyes Católicos y en las guerras de Italia, bajo las banderas del Gran Capitán, Gonzalo Fernández de Córdoba. En el Tercio de Nápoles tuvo oficios de teniente y de capitán en los primeros años del Quinientos y no faltaban testigos que decían haberlo visto en la corte papal de Julio II. Lope del Castillo participaría en la guerra de Navarra de 1512, aportando Huete una compañía de soldados al mando del dicho Lope. Uno de los que acompañó a Lope del Castillo fue Diego de Parada, para levantar el cerco al que estaba sometida Pamplona. Nuevamente, en una segunda fase de la guerra en 1516, gobernando el cardenal Cisneros, fue el encargado de llevar como alférez la gente de guerra reclutada en Córdoba por los capitanes Aguirre y Gorbalán.  Fue en época del cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, cuando Lope del Castillo alcanzó de la mayor notoriedad, primero como miembro de los alabarderos y guarda del infante don Fernando y, luego, del mismo emperador Carlos V, primero en Madrid y luego en Valladolid. Esta compañía de alabarderos estaba al mando del coronel Espinosa. Como alabardero, Lope del Castillo acompañó al joven rey Carlos cuando llegó a Castilla; otros testigos ratificaban esta afirmación, viendo a Lope del Castillo, el año 1518, como alabardero de la guarda de Carlos en Roa, población del conde de Siruela.

En tiempo de las Comunidades de Castilla, Lope del Castillo, abrazaría la causa imperial. Estando en Huete Perafán de Ribera y Pedro Patiño, y a su llamamiento, Lope reclutó gente de guerra entre parientes y amigos para luchar al lado del prior de San Juan. Levantaría una bandera de soldados al mando de su hermano Diego del Castillo, como alférez. En el combate de Dos Barrios, que se dio entre el prior de San Juan y el obispo de Zamora, Acuña, Lope del Castillo se haría cargo de la gente de guerra, por ausencia de Perafán de Ribera. Lope del Castillo recordará que en esa batalla le mataron un criado y un mozo que llevaba por "atambor". No debió sonreír la suerte a Lope del Castillo en esta jornada, pues él mismo fue herido, tuviéndo que subirse a una torre para salvar la vida y retirarse a Ocaña con varios hombres heridos, donde fueron atendidos en casa de un tal Francisco Díaz.

Llegados los tiempos de paz, Lope del Castillo ejerció el oficio de alguacil con los corregidores de Murcia, Cuenca y Huete.

La probanza de testigos es de 1530


Archivo General de Simancas, CCA,LEG,201,132


Nota: algunos de los Castillo de Huete, que hemos estudiado, como Leonardo y Alonso del Castillo, decían no ser parientes de este Lope del Castillo.

jueves, 25 de enero de 2024

LOS ENRÍQUEZ DE CUENCA

 En 1639, los Enríquez parecían saberse de memoria su ascendencia. A Granada y su Chancillería acudió Alonso Enríquez que recitó la genealogía familiar: "don Alonso Enríquez era vecino de la ciudad de Cuenca, hijo del dicho don Pedro Enríquez de Vadelomar y de doña Francisca Enríquez, prima hermana del anterior, sus padres, y el dicho don Pedro Enríquez de Valdelomar era hijo legitimado de don Miguel Enríquez, capellán mayor de la iglesia catedral de Cuenca y de Isabel Pastor, todos vecinos de la ciudad de Cuenca, y el dicho don Miguel Enríquez fue hijo legítimo de Alonso Enríquez y de Francisca Beltrán Valdelomar, vecinos de la ciudad de Cuenca, y el dicho Alonso Enríquez fue hijo de Alonso Enríquez y de Inés Díez Enríquez, vecinos que fueron de Becerril de Campos, y el dicho Alonso Enríquez fue hijo natural de don Rodrigo Enríquez, deán de la Santa Iglesia Catedral de Palencia y de María de Arce, ambos vecinos de la dicha ciudad de Palencia, que hubieron al dicho Alonso Enríquez siendo mozos solteros y en estado que podían contraer matrimonio, y el dicho Rodrigo Enríquez fue hijo legítimo de don Fadrique Enríquez, segundo almirante de Castilla". El entronque de los Enríquez con los almirantes de Castilla era hacerles partícipes de la sangre real, pues don Fadrique era hijo de Alonso Enríquez y nieto de Fadrique Enríquez, maestre de Santiago, que a su vez era hijo de Alfonso Onceno y doña Leonor de Guzmán. Los Enríquez de Huete cuidaron esta genealogía hasta los últimos detalles, recordando el túmulo y sepulcro de su progenitor, el deán Rodrigo, con su estatua yacente con ropas largas y un lebrel a los pies. La estatua yacente con sus hábitos de clérigo, sin bonete, y en su lugar un birrete que le tapaba las orejas, un ángel, y un escudo con las armas de los almirantes de Castilla: dos castillos arriba y abajo un león rampante y por la parte de bajo del sepulcro estaba un criado hincado de rodillas, levantado el brazo izquierdo, en el cual tenía un gavilán, que se quebró cuando se abrió el sepulcro y asimismo había a los pies del dicho don Rodrigo un lebrel con su collar y en el friso del arca había un letrero de letra francesa antigua en latín y al principio tenía un escudico pequeño con dos visones, matisadas  las armas al lado derecho y al lado izquierdo de los Quñones y debajo del dicho epitafio estaban siete figuras de bulto entre la coronaciones de diferentes santos.

Era tal la obsesión por defender su noble origen, que Pedro Enríquez y Valdelomar se presentó en la catedral de Palencia para abrir el sepulcro de su bisabuelo, don Rodrigo Enríquez, que había sido deán de la catedral e hijo del segundo almirante de Castilla y descendiente directo por tanto de Alfonso Onceno. Lo que vio don Pedro Enríquez (un bastardo más, pero ahora regidor y familiar del Santo Oficio de Cuenca), lo sabemos por un niño que estaba aprendiendo el oficio de escultor con Pedro de Torres, al que le tocó abrir el sepulcro. El sepulcro, con un lebrel a los pies, estaba situado y elevado al lado derecho de la capilla mayor, sería abierto después que don Pedro Enríquez se prestará "a dar una limosna para la fábrica de la iglesia" de doscientos ducados:

"se comenzó a abrir el dicho sepulcro y estuvo un gran rato dando golpes, hasta que llegó un cantero forastero y le dijo que no se cansase que por aquella parte era imposible ver nada, porque era necesario hacer un andamio y sacar la piedra en bulto y todo, pues era de una pieza, que con eso se descubriría y habiéndolo hecho así y ayudado el mismo cantero y otros oficiales, que todos eran seis el tirar de la piedra y retirada la dicha piedra y en ella estaba un cadáver entero sin faltarle de la armadura, más de la carne y un hueso en la parte del rostro y estaba tendido a la larga sin vestidura ninguna, excepto unos pazos de paño pardo, que estaban arrimados al mismo cuerpo por los lados, metidos algunos entre la cal que estaba arrimada al cuerpo por los lados y este testigo y los demás comenzaron a sacar la cal que había cantidad de una fanega y entre ella en presencia de muchos canónigos se meneo la dicha cal por los dichos oficiales y buscando si había señal de los dichos ornamentos (propios del enterramiento de un clérigo) y no se halló, sino fueron a lo que se quería acordar seis o siete pedazos del dicho paño pardo y uno de los oficiales tomó el cuerpo que estaba ya fuera del arca para descubrir mejor lo que había en ella y le levantó en alto, de manera que sin descomponerse la dicha armadura pudieron verle y según después oyó decir este testigo le vieron muchas personas eclesiásticas como seglares y después volvieron a poner el dicho cuerpo como le hallaron"

¿Qué se buscaba? Un cuerpo, cuya vestimenta denotaba un clérigo de órdenes menores pero sin casulla, estola y dalmática

La hacienda de los Enríquez se distribuía entre la ciudad de Cuenca, la villa de Altarejos y los lugares de Fresneda y Barbalimpia. Su historia es una historia de bastardías y legitimaciones reales. La última, el reconocimiento en Madrid por Felipe III y con ocasión de las cortes de Madrid, el 27 de marzo de 1608, de Francisco Enríquez Valdelomar como hijo legitimado del presbítero Miguel Enríquez. Para entonces, Pedro Enríquez ya era regidor de Cuenca, familiar del Santo Oficio y procurador en las cortes de ese año. La legitimación, lógicamente, se hizo previo pago. Don Miguel había sido cura de Fresneda y Altarejos, donde engendró a Pedro, antes de dar el salto a capellán mayor de la catedral de Cuenca.

Los Enríquez fueron a demostrar primero su hidalguía en Huete. Allí, declaró en su favor el cura de San Nicolás de Almazán, Miguel Blasco Castillo, y el capitán  Juan Bautista del Castillo, de familia conversa. Castillo y Enríquez había sido dos familias que habían participado de un mismo bando en la ciudad de Huete. El resto de testigos se hubieron de buscar en Becerril de Campos, donde otro Enríquez ya había estado unos años antes para conseguir la vara de alguacil mayor de la Inquisición. Pero el espaldarazo definitivo a la hidalguía de don Pedro Enríquez y su hijo Alonso vendría de don Juan Alfonso Enríquez de Cabrera, almirante de Castilla, duque de la villa de Rioseco


Pruebas documentales presentadas

  • Título de familiar del Santo Oficio de Pedro Enríquez de 25 de octubre de 1631, aunque la información genealógica es de 12 de enero de 1599


Genealogía de Pedro Enríquez de Vadelomar, vecino de Cuenca y natural de Fresneda de Altarejos

  • Padres: don Miguel Enríquez, vecino de Cuenca y natural de Huete, e Isabel Pastora, vecina de Altarejos y natural de Fresneda
  • Abuelos paternos: Alonso Enríquez, vecino de Huete y natural de Becerril de Campos, y Francisca Beltrán, vecina y natural de Huete.
  • Abuelos maternos: Miguel Pastor, vecino Fresneda y natural de Altarejos, y María Delgada, vecina y natural de Fresneda de Altarejos
Genealogía de Francisca Enríquez, mujer del anterior, vecina de Cuenca y natural de Saona, en la señoría de Genova, Italia.
  • Padres: Jerónimo Enríquez, vecino de Saona y natural de Huete (tío del pretendiente) y Lucrecia Enríquez Ferrera, vecina y natural de Saona
  • Abuelos paternos, los mismos del pretendiente anterior y su marido
  • Abuelos maternos: Octaviano Ferrero, natural y vecino de Saona, y Benardina Ferrera, vecina de Saona
EJECUTORIA DE 15 DE JUNIO DE 1639

ACHGR. HIDALGUÍA, 301-114-18

domingo, 21 de enero de 2024

JUAN DE BUEDO GOMENDIO Y BEATRIZ ENRÍQUEZ

DE GANADEROS DE SAN CLEMENTE Y VARA DE REY Y DE COMERCIANTES DE CUENCA
La reciente tesis de Yolanda Fernández Valverde sobre la familia Enríquez ha traído a colación el comercio de lanas en dirección a Italia. La autora, aunque de pasada, cita los negocios de los Enríquez en pueblos como San Clemente, Vara de Rey y Sisante, entre otros citados, que no son ajenos a las rutas trashumantes de los ganados sanclementinos y vararreyenses. Los Enríquez compraban la lana, para lavarla después en los lavaderos que poseían en el río Júcar y empacarla con destino a Italia por los puertos mediterráneos. Esos intercambios de la lana entre las tierras manchegas y la ciudad de Cuenca adquirieron entidad en el último tercio del siglo XVI. El incremento de los ganados sanclementinos en esa época lo tenemos constatado, así como las innumerables ventas de carne y lana, que tratan de evadir la acción del fisco. Una razón más para dar la importancia que se merecen a estos intercambios.
Los intercambios comerciales fueron acompañados de enlaces matrimoniales. La citada autora menciona el matrimonio en 1602 de doña Isabel Enríquez con don Juan de Buedo Gomendio, vecino de Vara de Rey. Da la casualidad que los Buedo están entre los principales ganaderos de la zona. El matrimonio, en el que en un principio parecía recaer la hacienda de los Enríquez (aunque luego lo haría en su hermana Francisca), sufriría los infortunios en los que cayó la familia Buedo. Los Buedo, además de ganaderos, controlaban las rentas reales del marquesado de Villena; hasta el año 1607 cuando se arruinan con la quiebra de la Hacienda. La ruina de los genoveses se llevó a los Buedo consigo y la onda expansiva llegó hasta Fresneda de Altarejos, donde residían Juan de Buedo Gomendio y Beatriz Enríquez, que vivieron en carne propia las malas artes de Francisco de Astudillo, alcalde mayor de San Clemente y que dos años después se quedó con la hacienda de los Buedo y la Tesorería de rentas reales del Marquesado de Villena. En 1607, doña Beatriz estaba intentado recuperar un censo que su marido había "mal vendido" a Martín de Buedo, tesorero de rentas reales.


4553. Exhorto del doctor Carranza, alcalde  mayor de Cuenca. Amparo a Beatriz Enríquez, vecina de Fresneda, en la posesión de bienes de su marido Juan de Buedo Gomendio. 1612. AMSC. CORREGIMIENTO, 95/44

4593. Entrega de bienes de su marido a Beatriz Enríquez, vecina de Fresneda. 1609. AMSC. CORREGIMIENTO, 66/20

2697. Beatriz Enríquez contra su marido Juan de Buedo Gomendio, posesión de censo. 1607. AMSC. CORREGIMIENTO, 45-1

1617. Carta de pago a Antonio Enríquez, mercader, 1605. AMSC. AYUNTAMIENTO, 120-17

Censo de Juan Enríquez contra el concejo de Motilla del Palancar, 22000 reales (2000 ducados). 25 agosto de 1579 (AGS; CME, 1409, folio 9)


sábado, 20 de enero de 2024

EL INFORTUNIO DE LUIS POLVOROSA, MAESTRO DE LATINIDAD DE LA VILLA DE SAN CLEMENTE

 Debía ser tal el control de la enseñanza por los jesuitas en la villa de San Clemente, que, cuando fueron expulsados, la villa quedó huérfana de maestros. En 1810, Luis Polvorosa recordaba cómo había ejercido de catedrático y maestro de latinidad en la villa manchega durante cuarenta y un años; ahora, imposibilitado para la docencia y en un pueblo devastado por los franceses, pedía una pensión al Consejo de Castilla. Don Luis Polvorosa se presentaba en su petición sumisamente y como un humilde vasallo y su carta llegó hasta Cádiz o, mejor dicho, sus dos cartas, pues fueron dos veces, en junio y agosto de 1810, las que suplicó en tanto su expediente quedaba perdido en medio de la guerra y de otros papeles para no ser contestado nunca, más allá del habitual "infórmese". Era tal su humildad, que, en su petición, recordaba que aunque la pensión solicitada fuera "hasta el fin de su vida, que por mucha ancianidad será breve"; si bien con un poco de sorna no olvidaba que el destinatario de su solicitud era "una agitada monarquía".

Los jesuitas dominadores de la enseñanza en San Clemente habían sido expulsados de esta villa en 1767 y con su expulsión quedó la villa sin una educación, controlada hasta ese momento por los seguidores de San Ignacio de Loyola. No tardaría el gobierno en sustituir a los jesuitas por otros educadores. En 1769, convoca una oposición para cubrir la cátedra de latinidad de San Clemente. Un total de siete opositores acuden al examen, que se publicó por edictos en toda Castilla, consiguiendo la plaza Luis de Polvorosa, una persona foránea de San Clemente, del que no sabemos su origen, más allá de que nos dice que "se expatrió de Castilla", para acudir a San Clemente. A las enseñanzas de don Luis acudían niños de San Clemente y de los pueblos vecinos; ejerciendo su cátedra estuvo cuarenta y un años, hasta que viejo y ciego se vio imposibilitado de ejercer la enseñanza. Cuatro horas de enseñanza por la mañana y cuatro por la tarde, durante esos cuarenta y un años, hasta reconocer "que se la debilitado la cabeza, que padece accidentes vertiginosos y tanta falta en la vista que no puede leer ni escribir". El pobre maestro era objeto en su vejez de la burla de sus alumnos: "los jóvenes vilipendian al maestro y pierden el fruto de la enseñanza para lo que es tan necesario el vigor de la persona como pericia en el arte".

Un hombre, además, además honrado, pues siempre había vivido con su sueldo de nueve reales, rechazando los estipendios de sus alumnos o sus padres. Ahora, en su vejez, la invasión del pueblo por los franceses lo había dejado en la ruina, "con solo el vestido puesto", y con las cargas familiares de una hija paralítica de treinta años y una esposa tullida de setenta y ocho, con "un muslo tullido, huyendo de los franceses". Pero don Luis tenía su orgullo, y, en su segunda carta, ya no se quejaba de sus alumnos sino de los " mal intencionados que en el día mandan en el pueblo" a los que acusaba de deponerle en su Magisterio u obviar la petición de una jubilación para su persona "y privarle de la dotación de trescientos ducados que de orden de V.A. ha percibido unas veces en Madrid y otras en Cuenca", dejándole en un estado de mendicidad, después de haber dedicado a la enseñanza dos tercios de su vida. Don Luis Polvorosa no tendría respuesta.


Archivo Histórico Nacional, CONSEJOS,12002,Exp.8

¿VALA DE REY O VARA DE REY?

A los Jávega, los conocemos como una familia de labradores de Vara de Rey. Labradores ricos que monopolizaban el poder municipal junto a otras familias hidalgas, a las que trataban de excluir en ocasiones. A falta de hidalguía, los Jávega buscaron otros signos de distinción social y el más notorio en aquella época, aparte de un oficio de regidor, era poseer una familiatura del Santo Oficio. Alonso de Jávega era familiar del Santo Oficio por la Inquisición. A diferencia de los hidalgos, salvo en algún privilegio común, como el no hospedaje de soldados, Alonso no estaba exento de pechar y podía ser preso por impago de deudas, pero el título de familiar le garantizaba una jurisdicción privativa, ajena a la ordinaria, en caso de problemas. Así, cuando se vio envuelto en un conflicto por deudas con varios vecinos de Castillo de Garcimuñoz, que pedían fueran liquidadas las deudas pendientes, Alonso de Jávega se resistió a ser apresado por el alguacil del corregimiento de San Clemente, Martín de Molina, emprendiéndola a golpes con él.

El mandamiento de prisión correspondía a una petición de la justicia de Castillo de Garcimuñoz y sería ejecutada por la justicia del corregimiento de San Clemente, por aquel entonces, el año 1594, encarnada por el corregidor licenciado Fernando del Prado (el mismo de la inscripción de la cárcel) y por su alcalde mayor Francisco Pimentel del Prado. Aunque en el enfrentamiento entre el alguacil Martín de Molina y el familiar de la Inquisición Alonso de Jávega el que peor salió parado fue el alguacil con varios dientes rotos, no parece que opinara igual el Santo Oficio de Cuenca, para el que los "rempujones" sufridos por su familiar era un ataque al fuero privativo del que gozaban sus familiares. La Inquisición de Cuenca pediría la inhibición de la justicia del corregimiento y que trasladara a Cuenca los autos en poder del escribano Juan de Robledo. 

La realidad era que de la justicia del corregidor se burlaba el Santo Oficio y la justicia de Vara de Rey. A pesar de sus dientes rotos, el alguacil Martín de Molina consiguió poner en la cárcel de Vara de Rey a Alonso de Jávega, junto a otro deudor, llamado García de Jávega, pero, en un pueblo donde podían más los lazos familiares e intereses vecinales, el alcaide de la cárcel permitió que los dos presos se fueran a dormir a su casa, sin intención de volver al día siguiente. Para mantener la autoridad de una justicia de corregimiento humillada, se tuvo que personar en San Clemente el alcalde mayor Pimentel; fue entonces, cuando los Jávega acudieron a la justicia privativa del Santo Oficio. Aunque sea anecdótico, una muestra de estas diferencias es que los vecinos de Vara de Rey y el Santo Oficio de Cuenca seguían llmando a su pueblo como toda la vida, Vala de Rey, mientras que el corregidor y su alcalde mayor, en una decisión impuesta seguramente con motivo del nuevo tributo del servicio de millones, comenzaron a llamar al pueblo como Vara de Rey, nombre con el que lo conocemos hoy. Los burócratas de Madrid eran incapaces de entender a qué respondía el nombre de "Vala", y así, cuando los escribanos mandaban sus oficios a Madrid fechados en la villa de Vala de Rey, en Madrid escribían en las espaldas de aquellos documentos de 1591 "Vara de Rey". En el intercambio epistolar cada uno seguía con su costumbre, pero las autoridades de San Clemente, un corregidor y alcalde mayor foráneos a las tierras conquenses, que ya recibían los oficios del Consejo Real con la nueva denominación de Vara de Rey, copiaban el nuevo nombre en sus oficios enviados a este pueblo hasta que, es de suponer, que, primero las autoridades y luego el resto del pueblo, tuvieron que desistir y resignarse a llamar a su pueblo tal como lo conocemos hoy: Vara de Rey. El resto, suponer que lo de Vara hace mención a la vara de justicia de los oficios reales y que detrás del cambio de nombre hay un sojuzgamiento a la autoridad real es mera sospecha. Al menos de momento.



Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN,1923,Exp.9

miércoles, 17 de enero de 2024

GENEALOGÍA DE SEBASTIÁN JIMÉNEZ DE CISNEROS, VECINO DE MOTILLA DEL PALANCAR

 

Sebastián Jiménez de Cisneros, abogado de los Reales Consejos y fiscal general eclesiástico del obispado de Cuenca. Año 1719


PADRES

Sebastián Jiménez de Cisneros y doña Josefa Lucas Zapata, vecinos de Motilla

ABUELOS PATERNOS

Don Alonso Jiménez de Cisneros y doña Polonia Lucas Zapata, vecinos de Motilla; él natural de La Roda y ella de Motilla

ABUELOS MATERNOS

Francisco Lucas Zapata y Juliana García, vecinos de Motilla


Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN,1570,Exp.5

lunes, 15 de enero de 2024

Villodre de Honrubia

 Fernando de Villodre el viejo, Diego de Villodre el viejo, Juan Muñoz y Fernando de Sepúveda iniciarán un proceso por ver su hidalguía reconocida frente al concejo de Honrubia, lugar de Alarcón en 1535. Ya un antecesor de la familia, Fernán Sánchez de Villodre, morador en Las Mesas, había defendido ante el corregidor de Alarcón, el licenciado García Sánchez Belvis, su hidalguía un cinco de enero de 1425. Por aquel tiempo, Las Mesas estaba representado por un procurador, Francisco Martínez, y junto al corregidor Belvis nos aparece el doctor Pedro Martínez del Castillo.

El padre de Fernán Sánchez de Villodre, morador en las  Mesas, era Alfonso González de Villodre, que era hermano de la madre de Rodrigo Rodríguez de Avilés. Alfonso vivía en Albaladejo y Torres, dos lugares pertenecientes a la villa de Segura y a la encomienda del mismo nombre; estaba casado con Mari López y estaba al servicio del comendador Gonzalo de Mesía (comía a su mesa). Alfonso ya había servido al padre del comendador Ferrán Mesía desde la década de 1370 y había sido ayo de Alfon Enriquez, hijo de don Fadrique.

El año 1488, Juan de Villodre, vecino de Alarcón y morador en Honrubia, comparece ante el alcalde ordinario de Las Mesas, Yuste de Mena para obtener copia del privilegio obtenido por Fernán Sánchez de Villodre. Este Juan de Villodre era su nieto, Fernán Sánchez de Villodre había tenido dos hijos: Fernán (padre de Juan) y Alonso. Un testigo refiere un tercer hermano, hacía 50 años, ser alcaide de Abanilla por mosén Fajardo. "gobernador del marquesado de Villena, en el tiempo del rey Juan de Navarra, padre de Fernando el Católico"


Vecinos que aparecen el año 1425

Yuste Martínez, morador de Las Mesas

Fernando Díaz de Córdoba, Fernando Ruiz de Talayuelas, vecinos de Alarcón

Juan Sánchez Borreguero, Juan Sánchez Batoua, vecinos de Alarcón

Juan Martínez de Segovia, escribano de Alarcón

Juan Sánchez de Madrigal, alguacil mayor del corregidor Belvis

Pedro de Placencia, hombre del corregidor

Vecinos de Las Mesas en 1488

Luis de Viana, Alonso Serrano, Juan Martínez, Juan Caballo, Alvaro Tamboril, Miguel de Manjavacas, Pero Hernández.

Pero Martínez de Funes, escribano

Juan Rodríguez de Mena

Martín López

Bartolomé Rodríguez


ACHGR, HIDALGUÍAS, sign. ant. 428-8


domingo, 14 de enero de 2024

El incendio de 1932 en el convento franciscano de San Clemente

 LEYENDA DEL CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE GRACIA DE LA VILLA DE SAN CLEMENTE, RELATIVA AL INCENDIO DE 1932


"El año 1932 se abrió esta puerta por haberse pegado fuego a causa... ocurrió el 9 de julio durante la novena del Carmen"


La foto de Francisco Martínez Montoya 

La imagen del periódico de Santi Granero

Galería superior de la panda adyacente a la iglesia, reconstruida






sábado, 13 de enero de 2024

La dehesa del Torrlaba (El Cañavate), 1501

 El impulso de la villa de El Cañavate, tras la guerra del Marquesado queda patente en este documento, en el que el alcaide de Belmonte, Diego Pacheco, que tenía para sí el lugar de Torralba, no sin grandes disputas con esa villa se queja al Consejo Real de cómo los cañaveteros no respetan sus derechos de una "dehesa adehesada", es decir, cerrada para su uso particular. En tono despreciativo, llama a El Cañavate "aldea". 


"que él tyene e posee en el término de Torralua que es dehesa dehesada sobre sy pacíficamente e que estar posesión su estado e está de mucho tienpo acá e que agora nuevamente dis que el consejo e vesinos del logar de Cañauate aldea que fue de la dicha villa de Alarcón dis que se jatan e alaban disiendo que han de quebrantar el dicho su término e paçer la yerva de la dicha dehesa"


Archivo General de Simancas, RGS,LEG,150110,283

Diego Martínez, pasajero a Indias de El Cañavate

 


El dicho día se despachó çédula para que el virrey de la Nueva España dé tierras y solares a Diego Martínez vezino de Cañavate que va aquella tierra

Archivo General de Indias, MEXICO,1091,L.9,F.57R(2)


EL CAÑAVATE Y SUS ALDEAS. LA COMISIÓN DEL LICENCIADO FRÍAS

 EL CAÑAVATE Y SUS ALDEAS

Hay títulos de villazgo que se resisten a aparecer. Uno de ellos es el de El Peral, que creemos ha de ser coincidente en el tiempo con los villazgos de Barchín y de Motilla, pero más dudas nos ofrece el villazgo de El Cañavate. En nuestra obra "El Año Mil Quinientos de la Mancha Conquense" apostamos que por una situación contradictoria en esta villa. El Cañavate era la llave de paso hacia Castillo de Garcimuñoz, y al igual que luego en la época de las Comunidades, tenía una gran importancia estratégica, era "la llave de paso hacia las fortalezas". No en vano, por mal estado el que se nos quiera presentar, creemos que era una estructura defensiva sólida durante la guerra del Marquesado y un bastión de los hombres del Marquesado de Villena frente a un pueblo declaradamente realista e isabelino. Es probable que la concesión del villazgo de la reina Isabel fuera una apuesta para incendiar la revuelta y que la independencia jurisdiccional de El Cañavate solo se hiciera realidad en la segunda fase de la guerra o, al menos, únicamente en esa fase es cuando se consigue tomar un castillo, que luego no se dudaría en desmocharlo. La conquista del castillo de El Cañavate sería la única victoria real de los isabelinos en este lado del Júcar, más fuertes y guerreros al otro lado del Júcar, donde en el Valdemembra, los campesinos eran una auténtica pesadilla para el alcaide de Alarcón y sus partidarios y se vivía una guerra cruel y "de cuchillo". En la margen derecha del Júcar, Jorge Manrique y Pedro Ruiz de Alarcón, andaban en su madriguera de Santa María del Campo Rus como conejos agazapados ante el valor y fuerza militar de los dos grandes capitanes de don Diego López Pacheco: Pedro Baeza y Diego Pacheco, el alcaide de Belmonte.
A falta de título de villazgo de El Cañavate, nos queda la confirmación de términos a este villa y las aldeas de Torralba, Cañada Juncosa y El Atalaya. Esa confirmación es encargada al gobernador Frías en Sevilla el nueve de febrero de 1478. La fecha no es baladí. La fecha no es baladí. En primer lugar, porque sería una ruptura de acuerdos de año y medio antes (o muestra de la fragilidad de los mismos en la zona) y, en segundo lugar, porque es anterior a la segunda fase de la guerra y rompe compromisos pasados.

En este documento, se vuelve a recordar la pasada, pero no fechada, concesión del villazgo a El Cañavate o exención jurisdiccional de Alarcón: "que al tienpo que era aldea, yo la dicha Rreyna por les faser bien e merçed la aparté y eximí de la villa de Alarcón e de los alcaldes e alguasyles e otros ofiçiales della para que dende en adelante para syenpre jamás fuesen villa por sy e sobre sy". Pero el documento, viene a validar otro anterior y también a romper compromisos, pues le vuelve a conceder a El Cañavate las aldeas de Cañada Juncosa y El Atalaya y también la de Torralba, que los Pacheco. alcaides de Belmonte, siempre consideraron la base territorial de su futuro señorío.
La importancia de este documento está asimismo en el hecho de reconocer a las tres aldeas mencionadas como despobladas, que no quiere decir inexistentes, pues en amojonamientos posteriores se coloca algún mojón en el campanario de las iglesias, en un hecho similar al villazgo de Quintanar o Tarazona, aldeas jareñas: el pueblo, donde reside o ha de residir la población, para las villas de realengo, el campo para Alarcón. Es decir, establecer un caballo de Troya, para la futura desmembración del alfoz de la fortaleza.
Cañada Juncosa y El Atalaya, despobladas ("e tener por término de aquí en adelante los lugares que disen del Atalaya e Cañada Yuncosa en Torralua, que son despoblados, los quales están çerca de la dicha villa e son anexos a ella porque la dicha villa pagasen ellos el pedido... que la dicha villa del Cañavate pague por la cabeça del pedido). Así las nuevas aldeas renacen al calor de una necesidad de reafirmar los nuevos núcleos de realengo y de una decisión administrativa por reorganizar la fiscalidad futura. La repoblación de Cañada Juncosa y El Atalaya responderá, luego, a dos modelos diferente: Cañada Juncosa será "el premio, que recibirán los caballeros de Vara de Rey y otros realistas, no sin disputas con los criados de los Pacheco, mientras que Atalaya será una nueva aventura de roturación de labradores, ajenos a cualquier encasillamiento en viejas aventuras militares pasadas y más próxima al modelo de las aldeas jareñas. O eso creemos, pues la realidad, sin duda, no fue tan meridiana. Eso sí, la conquista por la propiedad de la tierra no fue ajena a un clima de disputas, en ocasiones violentas, véase los enfrentamientos entre las familias de los Tébar y los Piñán.

Hay, un hecho más, el distrito fiscal de rentas reales del marquesado de Villena (alcabalas, tercias y servicio y montazgo de Chinchilla) aparece en este mismo momento como una decisión de la reina Isabel encargada al licenciado Frías, aunque en el texto aparece la palabra "pedido", que es lo que cobraba el marqués de Villena y cuya fiscalidad ahora se pretende arrebatar, en tanto se reorganiza la hacienda regia como regalía.

Archivo General de Simancas, RGS,LEG,147802,48

lunes, 8 de enero de 2024

El censo de la sal de 1631: un testimonio

 El censo de la sal de 1631 comenzó a andar con una real cédula de 3 de enero de ese año. Se trataba de establecer un impuesto sobre la venta de este producto que se consideraba monopolio de la Corona. El censo de vecinos elaborado para tal fin es uno de los más completos del Antiguo Régimen. Desgraciadamente, para el caso de Cuenca la información que nos ha llegado es muy parca. A pesar de ello, nos han quedado testimonios de las averiguaciones; así, un documento de Bartolomé Contreras de la Cárcel, receptor enviado a Iniesta para averiguar si existían alhoríes de sal u otros puntos para la distribución de la sal. El once de enero de 1631 el doctor Pedro López Cantero y Jerónimo Segovia contestaban negativamente.

SALARIO DEL CORREGIDOR

 


Politica para corregidores y señores de vassallos en tiempo de paz y de guerra y para Iuezes ecclesiasticos y seglares y de sacas, aduanas y de residencias y sus Oficiales y para Regidores y Abogados y del valor de los corregimientos y Gouiernos Realengos [PA 47/5203]



VECINOS DE SAN CLEMENTE 1559

 Diego de Abengoza era hijo de Nuño de Abengoza, en 1559 da su poder a Martín Carvajal para que defienda la causa de su hidalguía en Granada.



Oficios concejiles en abril de 1559

Francisco de Zapata y de Cisneros, gobernador del marquesado de Villena

Andrés González de Tébar, alcalde ordinario

Francisco de Ortega, alguacil mayor

Sancho López de los Herreros y Alonso González de Santacruz, regidores


Enfermedades en el San Clemente de 1559

El clérigo Tristán Pallarés de 65 años, padece de mal de bubas (inflamación de los vasos linfáticos en las ingles y sobacos)
Baltasar de la Serna, más de 70 años, padece de mal de corazón
Pedro de la Fuente, más de ochenta años, esta potroso (herniado)
Juan Manzano, 90 años, ciego del todo
Diego de Olivares el viejo, más de ochenta años, enfermo de perlesía (parálisis)









ACHGR. HIDALGUÍAS, SIGN. ANT, 303-356-8

domingo, 7 de enero de 2024

LA CONSTITUCIÓN DE 1812 LLEGA A SAN CLEMENTE

 ¿CÓMO LLEGÓ LA CONSTITUCIÓN DE 1812, LA PEPA, A SAN CLEMENTE?


Los ejemplares de la Pepa o Constitución de 1812 no llegarían a San Clemente hasta el mes de agosto. De hecho, tenemos constancia de la jura de algunos ayuntamientos de la zona, como el de La Roda, durante ese mes. Se nos conserva un oficio del General de los 2º y 3º ejércitos que, en nombre del secretario de Gracia y Justicia, remite tres ejemplares de la Constitución a la Subdelegación de Rentas del Partido de San Clemente, con estas palabras:

"En cumplimiento de ello paso a manos de v.m. los tres ejemplares de la Constitución... debe publicarse y jurarse este libro inmemorial que nos asegurará de un modo incontestable, serán en vano todos los esfuerzos del tirano por subyugarnos y la libertad de todos los ciudadanos españoles, sacándonos de la apatía e inacción en que la arbitrariedad y despotismo yacía algunos años.

Estoy penetrado de la suma importancia y lo sagrado del objeto y creo que v.m. también se penetrará de iguales sentimientos y se apresurará a cumplir con la mayor brevedad, solemnizando y ejecutando con la mayor exactitud cuanto S. M. se digna mandar en sus soberanos decretos y que hará sin la mínima falta cuanto le corresponde y esté de su parte para la rigurosa observancia de la Constitución en el concepto de que cualquiera omisión será inevitablemente de la más funesta transcendencia e insensiblemente nos irá conduciendo otra vez a nuestra ruina


AMSC. CORREGIMIENTO

Una apelación judicial en Barchín (1666)

 A pesar de los privilegios de primera instancia conseguidos por las villas y de los intentos de sus justicias de que los asuntos judiciales de los pueblos no salieran de ellos; los vecinos protestaron una y otra vez las decisiones de sus alcaldes ordinarios. Acudir a la Chancillería de Granada era muy costosa, pero la solución se encontró haciendo de los alcaldes mayores de San Clemente un tribunal intermedio de apelación, próximo y que apenas suponía gastos. Tal es el caso de la apelación presentada por Francisco Martínez, vecino de la villa de Barchín, contra la sentencia judicial del alcalde Damián de la Parrilla dada contra su padre Julián García, al resultar alcanzado en el servicio de la panadería del pueblo. Julián Martínez vería embargado un pollino valorado en ocho ducados (ochenta y ocho reales) y que sería rematado y vendido en ciento cincuenta reales. Julián Martínez acudió ante el alcalde mayor de San Clemente, Francisco Calderón que pidió se remitiesen a su audiencia los autos. No creemos que se llegarán a enviar. Era septiembre de 1666


AMSC. CORREGIMEINTO

sábado, 6 de enero de 2024

Quintanar del Rey y el poder de los Ruipérez

 El Quintanar del Rey de mediados del siglo XVII se movía entre Oñates y Ruipérez, que acaparaban los oficios concejiles de la villa. Aunque no siempre los matrimonios eran los queridos. Una Ruipérez, María se había casado con un foráneo, Juan Ruiz de Bujanda. Un extranjero mal aceptado por la familia y menos cuando pretendió y consiguió en 1626 la posesión de los vínculos y mayorazgos fundados por Juan Sáez de Ruipérez y María Gómez su mujer y Diego Pérez de Oviedo. Juan de Bujanda acabaría preso por las intrigas de Juan de Ruipérez, hombre poderoso y regidor. El derecho sobre los bienes vinculados no significó la posesión efectiva, por lo que en 1644 se envío desde Granada un receptor para que Juan Bujanda pudiera tomar posesión del mayorazgo. Juan Ruipérez no solo no lo aceptó sino que agredió y apresó al receptor enviado y al mismo Juan Bujanda.

El 26 de noviembre de 1644 llega desde Granada el receptor Francisco Gómez Izquierdo para hacer efectiva a favor de Juan Ruiz de Bujanda y su mujer María Ruipérez o María Pérez de Oviedo los bienes del patronato fundado por Juan Sáez de Ruipérez y su mujer. La heredera de ese patronato era María Ruipérez Oviedo. El receptor granadino, fiel al mandato de la Chancillería, que ordenaba la reposición de los bienes del patronato y sus frutos, desde la muerte del primer poseedor, a favor de Bujanda, mandó que se soltará de la prisión a Bujanda al tiempo que procedía contra Juan Ruipérez, regidor perpetuo de Quintanar, y Ana Carretera. La situación se enrevesó porque un receptor era eso: el que recibía los actos, pero la justicia recaía en el alcalde Pedro Cuartero Oñate, por comisión del alcalde ordinario de la villa ausente. Con la ayuda de otro próximo a los Ruipérez, el licenciado Juan Cuevas, el receptor Francisco Gómez pasó de acusador a acusado de ocultar alrededor de dieciocho de las cuarenta páginas de los autos del proceso que portaba y puesto en prisión con grillos, junto a Juan Ruiz de Bujanda. El licenciado Juan Cuevas Arostegui era un experto en derecho, hasta tal punto que deslegitimó al receptor granadino, aduciendo que su comisión se limitaba a otro menester en Vara de Rey y Pozo Amargo y que por tanto estaba cometiendo un delito por no entregar los autos de un asunto para el que no tenía comisión. De hecho, Cuevas se pasó leyendo desde las dos de la tarde hasta la noche para acabar determinando que faltaban varias hojas. Para dirimir las diferencias se buscó la casa del cura Juan Alarcón y Tébar, pero el encuentro, pensado para una solución pacífica acabó con amenazas veladas entre el licenciado Cuevas y el receptor granadino.

La detención del receptor fue novelesca, a la entrada del mesón donde se hospedaba y entre forcejeos del alcalde Pedro Cuartero y Juan Ruipérez, mientras el receptor recordaba su papel de oficial real y su inviolabilidad, que poco parecía preocuparle a sus enemigos. Aún así, el receptor granadino no perdió los papeles, es decir ni el comportamiento que exigía su oficio ni los papeles de su escribanía, que recogió de su habitación, tras pedir permiso, y de la que salió con su sombrero y gesto de gallardía. Bien es cierto que salió con la boca ensangrentada, una mano chorreando sangre y la sotana de negro luto desgarrada por el pecho y que al entrar en la cárcel recibió unos cuantos empujones por negarse a entregar sus papeles. Al parecer, uno de los dos alcaldes del pueblo, Martín Oñate Arroyo, que había cedido su vara en Pedro Cuartero, entendió la afrenta y problemática que era apresar a un receptor de la Chancillería de Granada, decidiendo soltar de la prisión a Bujanda y al receptor. Pero el receptor se negó a salir de la cárcel. Un alcalde no era nadie para decidir su soltura de prisión, decisión que solo podía corresponder a la Chancillería de Granada. Con razón la respuesta que obtuvo del receptor cuando antes le habían puesto los grillos era para tomársela como amenaza: "tráteme usted como hombre de bien y mire que estoy enfermo de gota y que puede venir por lo que hace riesgos". El alcaide le contestó: "otros más honrados, los han tenido".  Se pusieron varios guardianes para vigilar a los presos, llamándonos la atención el apodo de uno de ellos, Pedro Ruipérez "el desabrido". El rigor de la justicia quintanareña contra el receptor granadino se entiende por el interés que en el asunto tenía Juan Ruipérez y el papel de comparsas que en torno a él jugaban los oficiales de justicia. Los odios podían más que la razón: el hecho de que tanto Bujanda como el receptor granadino fueran encadenados respondía a la rabia de verlos tranquilamente a los naipes en la cárcel, lo cual era, por otra parte, lo más normal en aquellos tiempos. Es más, la soltura del receptor granadino de la cárcel solo se produjo cuando la Chancillería mandó nuevo receptor, acompañado de alguacil con vara de justicia, y vino acompañada de la prisión del hombre de confianza de Juan Ruipérez, el licenciado Cuevas Arostegui (un abogado de Villanueva de la Jara), hasta que, aquel en gesto de desafío, lo mando soltar de la cárcel al guardián, que no era otro que Alonso, el hijo de Juan Ruipérez, que ostentaba el título de alguacil mayor de Quintanar. Bien es verdad que la estancia del licenciado Cuevas en la cárcel fue bastante buena, salía a comer a casa de su guardián Alonso y juntos jugaban a las tablas en la cárcel. Mientras que el liberado y los Ruipérez se paseaban y pavoneaban por la plaza del pueblo, el receptor daba por finalidad su estancia en Quintanar para dar cuenta en Granada. 

Son ralas las noticias que tenemos del Quintanar de 1645. La vida se desarrollaba en su plaza, se nos habla de un hospital viejo, dándonos a entender que existía otro más reciente. En la misma plaza estaba el mesón de Pedro Sáez, donde se alojaban viajeros o los receptores que aquí describimos. Su cárcel, en una esquina de la plaza, que conocemos como habitación de mala muerte hacia 1590, es ahora más segura, con grillos para presos y un alcaide, Pedro Montoya; aunque es cierto que los presos, salvo si están encadenados, suelen perder el tiempo jugando a los naipes y a las tablas con sus carceleros . Si en 1575, Quintanar se nos presenta como un pueblo de labradores, para reconocer a continuación que la mayoría trabajan a jornal, en 1645 no vemos una sociedad tan simple. Creemos que en las Relaciones Topográficas no se está diciendo toda la verdad o se exagera la pobreza, al fin y al cabo, estos cuestionarios tenían una finalidad fiscal y las mentiras hemos de verlas como piadosas. Tres años antes, la sociedad quintanareña se define como una comunidad de labradores desencabalgados. Setenta años después, el trabajo a jornal debe ser común, pero, a pesar de que estamos viendo los peores años del siglo, con reclutamientos forzosos a Cataluña, el deseo de independencia parece muy vivo. No olvidemos que es en estos años, cuando los quintanareños disputan tierras con los tarazoneros, una muestra de que el pueblo aún tenía impulso. En 1645, desde luego, vemos una y otra vez esa denuncia de las personas poderosas que dominan el pueblo, lanzando los dardos directamente contra Juan Ruipérez y su hijo Alonso, pero ante nuestros ojos pasa una sociedad compleja de labradores, mesoneros, cerrajeros, abogados, herreros, maestros zapateros de obra prima ... es decir, una sociedad compleja en la que la desigualdad es la norma, pero los estratos profesionales eran muy comunes. Si bien lo que nos llama la atención eran esas personas que se "sustentan de su trabajo" o dedicadas a "hacer los caminos". Unos y otros parecen tener cierta independencia personal y no dudan en testificar contra los poderosos del pueblo. Por la misma época, sabemos de carreteros quintanareños que transportan comediantes de Murcia a San Clemente, pero no creemos ver a carreteros como los de Almodóvar del Pinar, sino a simple aventureros que se dedican a empleos varios, desde transporte de cualquier cosa y por cualquier medio a recaderos de servicios pagados. Un grupo de hombres que huyen de la tierra, porque no la tienen y porque huyen de un trabajo servil a jornal. Estos hombres son odiados por los Ruipérez, pues escapan a sus redes clientelares. Es el caso de nuestro protagonista, Juan Ruiz de Bujanda, un advenedizo que ha tenido la fortuna de casarse con una Ruipérez y al que se ve como un pobre que ambiciona la riqueza de esta familia,... con razón.

En Quintanar del Rey, en 1645, que por esa moda de cambiar el nombre de los pueblos había cambiado el suyo Quintanar del Marquesado por el de Quintanar del Rey, era un pueblo desconocido. Otros pueblos habían cambiado el nombre como Vala de Rey, que ahora, tras el intento de escindirlo de realengo, se llamaba Vara de Rey. En el caso de Quintanar del Rey daba igual, era un pueblo del que no se tenían noticias en Granada. Por eso, cuando Juan de Bujanda fue hasta Granada para quejarse de su cuñado Juan Ruipérez, que lo tenía preso en la cárcel por disputarle su hacienda, y consiguió que se despachará un receptor para entender en el asunto, el receptor designado Francisco de Rojas Orense se equivocó de pueblo y apareció en Quintanar de la Orden. Allí le dijeron que había otro Quintanar a veinte leguas que no sabían bien cómo se llamaba si del Rey o del Río o de Tarazona. Por fin el quince de enero de 1645, Francisco de Rojas, en compañía del alguacil Luis de Ávila llegaría al pueblo que él llamaba Quintanar de Tarazona. Su llegada, un domingo de noche no debió agradar al escribano. Al día siguiente, por la mañana Rojas, al tiempo que ordenaba soltar de prisión a Juan de Bujanda pedía que se le pagaran sus salarios del camino


ACHGR. PLEITOS CIVILES, C 9868-16