El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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lunes, 4 de marzo de 2024

Buenache de Alarcón y el onceno

En los lugares de señorío del sur de Cuenca era costumbre pagar un diezmo adicional al señor, además del diezmo eclesiástico. Este diezmo, raramente era la décima parte de los frutos cosechados y se aproximaba más a la onceava o quinceava parte, siendo fluctuante en relación a la fuerza de las partes enfrentadas. En Buenache de Alarcón, los campesinos paraban el llamado "onceno" a los señores del lugar: la familia Ruiz de Alarcón. El año 1595, tal renta señorial fue discutida por los vecinos en los tribunales, amparándose en una escritura de 1496 que declaraba sus bienes libres de tributos. Don Pedro Ruiz de Alarcón alegó que los bienes eran tributarios de "una especie de décima" desde tiempo inmemorial, en virtud de un "pacto, conveniencia o transacción" que se había hecho entre vecinos y señores cuarenta y nueve años antes del pleito. El origen del tributo se quería ver no en imposición señorial sino en tributo pagado con anterioridad a los reyes. Dicho tributo se pagaba en florines al monarca. Según Pedro Ruiz de Alarcón, los señores de Buenache se había encargado de la recaudación del tributo y como compensación recibiría la llamada "décima", luego reducida a "onceno", y el pago de este tributo se hacía desde una escritura entre los vecinos de Buenache y el abuelo de Pedro Ruiz de Alarcón que  se remontaba a 1466, que venía a ratificar otro concejo de 1415 y que reducía la décima a onceno. 

Las discusiones entre los vecinos de Buenache y su señor llegaba a poner en duda por este el concejo abierto de 1496. A este concejo abierto habían acudido los alcaldes Martín Sánchez y Fernán López, dos regidores y un vecino Fernando Soler, nombrados por su nombre, aunque el concejo decía reunir a cuarenta vecinos para una población que se consideraba pequeña ese año. La oposición al "onceno" se había discutido en ese concejo de 1496, pero el debate se había reabierto en un nuevo concejo abierto de 1568, lo que muestra el rechazo al impuesto de los bonacheros a este tributo.


Madrid, 14 de enero de 1644. Alegaciones de Pedro Ruiz de Alarcón en el pleito con el concejo de Buenache el onceno.


CIRCA 1644. BUENACHE DE ALARCÓN, CUENCA. PLEYTO DEL ONZENO. LIBRERÍA ANTICUARIA LUCES DE BOHEMIA

martes, 21 de mayo de 2019

La liga y monipodio de los renteros de El Pedernoso

No hemos de trasladarnos a la obra cervantina de Rinconete y Cortadillo para encontrar el término de liga y monipodio. Lo que nos ha quedado en la memoria como asociación de malhechores era después de la guerra del Marquesado algo común en las villas de realengo. Agrupaciones de hombres en busca de su provecho particular, muy alejados de la imagen de ladrones, para confundirse con los oficiales del concejo, pues era el control de los cargos concejiles lo que les permitía hacer uso de ellos para el control de los bienes, que no eran otros que la tierra para el cultivo y las yerbas de pasto y abrevaderos para el ganado.

Era aquella época de la posguerra del Marquesado, como cualquier otra de fin de hostilidades, lugar de revanchas; los hombres, al menos aquellos poderosos, acudían al Consejo Real en busca de justicia y cartas de seguro para salvar sus personas y haciendas. Otros, menos afortunados, perdían el pequeño patrimonio y su casa y con ello su dignidad como personas, acabando sus días en las puertas de las iglesias, viviendo de las limosnas ajenas o deambulando por los campos, recogiendo los granos sueltos y los racimos de uvas olvidados en los majuelos. A la puerta de la iglesia de Vara de Rey solía pasar sus horas Miguel Sánchez del Ramo entre la conmiseración y escarnio de sus vecinos. O tal era el caso de Juan Escribano que andaba por las viñas y panes apreciando los daños de los ganados o de Martín de Gil Gómez, que trabajaba a jornal segando, podando o cavando. Ambos eran de Honrubia. Se trataba de labradores arruinados, enemigos de hidalgos los llamaban; pues de sus bocas salían las palabras más groseras contra esos hidalgos que no pechaban. No todos los desfavorecidos eran pecheros; un Juan de Ortega, hidalgo arruinado de San Clemente, andaba para oprobio suyo y de su linaje, por las noches recogiendo gavillas de leña en el monte y ahora de montar caballos iba andando tras un rucio, siendo el hazmerreir de sus paisanos. De las burlas no se libraba ni el mismo alcaide de Alarcón, Hernando del Castillo, que, con más de ochenta años, acudía en burro, desde la fortaleza a la villa de San Clemente, para visitar a sus nietos; Rodrigo de Ortega el viejo se reía de él, viéndolo a lomos de tan insignificante bestia, pero el ladino alcaide, cargado de vivencias del mundo, le recordaba al terrateniente de Villar de Cantos que más pecado era parecer pobre, en aquellos tiempos, que dejar de ser hidalgo.
Aquellas sociedades tradicionales de pequeños labradores habían visto sus haciendas empequeñecidas, cuando no robadas, por las dádivas del maestre don Juan Pacheco y su hijo Diego a sus paniaguados. Quizás el caso más sonado fuera el del jareño Pascual García, que veía robado su heredamiento de la Hoya del Roblecillo. La guerra vino a hacer ley común el robo y el saqueo. Unas veces, eran operaciones militares que requisaban grandes cantidades de cabezas de ganado o destruían pueblos, hundiéndolos para un cuarto de siglo, como La Alberca; pero otras, simples robos a arrieros y carreteros, tales en el camino de El Provencio a Socuéllamos, donde la hostilidad militar se confundía con la simple oportunidad de la ganancia fácil; una tierra de nadie, donde el espacio agrario se iba forjando, pero que en el presente era simple dehesa donde las piaras de cerdos comían las bellotas, cuando no el cadáver de algún niño mal enterrado por una madre deshonrada.
Conflicto de sebosos contra almagrados, se nos dice, pero las gotas de sangre judía no dependían tanto del líquido que corría por las venas, sino de las enemistades ganadas en la guerra. En la fortaleza de Chinchilla, don Juan Pacheco fue capaz de reunir allá por el año 1464 a todos, hombres forjados en la guerra y esos otros que esperaban aprender de las armas en en las hostilidades. Unos eran los cuantiosos, que vivían del arte militar, otros, solo tenían un caballo en el que habían empeñado su hacienda para ganar la fortuna y la gloria. Pero dos décadas después todos se encontraban sin oficio ni beneficio, huyendo de las venganzas pasadas o simplemente buscando la fidelidad de sus próximos. En algún caso, únicamente tenían su apellido, dado por el lugar de procedencia, y que, cuando cambien los tiempos, será carta de naturaleza para pretensiones hidalgas. Pues los hombres, que han aprendido a moverse en la guerra de un sitio para otro, rompiendo las familias, ahora en tiempos de paz se asientan en los pueblos para rehacer sus vidas con sus tierras y ganados. De aquellos hombres que han servido al marqués, pocas fidelidades quedan. El alcaide García Pallarés ahora quiere honrar a sus reyes; los Rosillo o los Cantos son paladines de la causa real y buscan ahora el poder en San Clemente o Albacete; otros, como, los Vara de Rey inician un periplo hacia Hellín, para buscar, después, las nuevas oportunidades nacidas en alquerías convertidas en grandes aldeas, caso de Quintanar del Marquesado. El apellido Alarcón lo llevan todos, pero solo los más afortunados intentarán confundirse con los Ruiz de Alarcón en pretensiones hidalgas. Muchos se hacen labradores, otros aprenden las letras en improvisados estudios de gramática, si es que así se puede llamar a las casas de los clérigos: tal vez al calor de las lecciones de un cura aprendieran sus primeras letras los Ruiz de Almarcha, familia de leguleyos y alcaldes mayores, como aprendió las letras el clérigo Diego de Alarcón en Castillo de Garcimuñoz.
Nunca ha habido parto tan doloroso como la nueva sociedad que surgió de la guerra y se forjó en el fin de siglo. A cuchilladas nacían las nuevas villas, aunque sería más acertado decir que el nacimiento era en la contienda de los hombres por buscar su espacio vital. Las misas en la parroquia de San Clemente acababan a la salida de la puerta de Santiago en trifulcas con grupos organizados de hombres, provistos de dagas y espadas. Y es que los ricos de los pueblos aprovechaban los servicios como matones de unos hombres sin oficio qué ejercer. Hemos de pensar, en la villa de San Clemente, a un caballero converso Sancho Rodríguez poniendo las armas y a los sempiternos Origüelas escondiendo la mano después de lanzar la piedra. Como hemos de imaginar a Ruipérez o Cañavates en Villanueva de la Jara recomponiendo su poder, mientras los Mondéjar, enemigos del marqués, ponían los muertos. Pero las disputas adquirían la veste de pequeñas rencillas, que no llegaban a engendrar estas luchas de bandas y formación de ligas y monipodios, que denunciaba el belmonteño Gonzalo de Iniesta en ese otro lugar más alejado que era El Pedernoso. Confabulación mafiosa que no podía ser otra que los labradores de la villa, que, haciéndose con el poder concejil, pretendían ajustar las cuentas pendientes de la vieja aldea belmonteña con sus antiguos señores y sirvientes. Claro que el lugar preferido para resolver las disputas era la soledad de los campos. Por las heredades de El Cañavate resolvían sus diferencias a puñaladas los Piñán del Castillo y los Tébar.
Es de destacar el caso de El Pedernoso; aquí las acciones desmedidas no correspondían a los criados del marqués, sino a los labradores de la villa. Alcanzado el villazgo en 1480, labradores de El Pedernoso, quisieron poner fin a la intromisión de los colonos llegados desde Belmonte, que, por compra se decía, se habían hecho con parte de las tierras de la antigua aldea, dependiente de Belmonte por un periodo de quince años. Para ello formaron una liga o monipodio para imponer fuertes penas a aquellos que labraran las tierras de los foráneos en la villa. Estamos tentado de pensar que dicha liga se confundía con el gobierno concejil, pero creemos que más bien era simple reunión de vecinos imponiendo sus decisiones. Era una forma violenta de impedir el uso de estas tierras y forzar la venta o cesión obligatoria al nuevo concejo de El Pedernoso. La falta de arrendatarios para los propietarios belmonteños buscaba su expulsión del pueblo y la usurpación de sus propiedades (1). Aunque quizá el conflicto tuviera un marcado carácter de clase y estemos ante una subversión de los renteros, que intentaban el acceso a la propiedad de la tierra que labraban a costa de usurparla a sus dueños. Sabemos de la negativa de los renteros a pagar canon alguno a un gran propietario, vecino esta vez de la villa, llamado Sancho Arronis. Este carácter de clase es más marcado si pensamos que los conflictos surgen poco después que el licenciado Luna sentenciase términos propios para las villas de Las Pedroñeras, Las Mesas y El Pedernoso frente al marqués de Villena. La lucha por la jurisdicción era la lucha por la tierra (2). La lucha de los renteros de El Pedernoso iba más allá y apuntaba al marqués de Villena, a quien se pagaba con carácter anual un censo o renta, quizás reminiscencia señorial de un pretendido derecho sobre la tierra. Esta vez el Consejo Real, era el año 1495, sentenció a favor de don Diego. Hemos dicho quizás reminiscencia señorial más que por el momento que se tomó el censo, por las condiciones draconianas del mismo. El Pedernoso, y sus vecinos, era villa que padecía gran necesidad; el año 1490, la Corona exigió una importante aportación monetaria para la guerra contra los moros en Granada. En ayuda de la villa acudió el alcaide de Belmonte en nombre de su señor, prestando veinte mil maravedíes y cien fanegas de trigo; las condiciones impuestas eran crueles, la imposición de un censo enfitéutico sobre las casas, tierras y viñas de sus vecinos y la entrega anual de quince pares de gallinas (4)
La realidad era que El Pedernoso era uno de los casos más explícitos de la ruina provocada por la guerra del Marquesdo y la pobreza en la que habían caído muchos labradores, perdiendo sus tierras a favor de los hombres del marqués y del propio don Diego López Pacheco. Habían ganado la tierra, pero habían perdido sus tierras
que ellos resçibieron mucho daño en el tienpo de las guerras del Marquesado asy por esto como por los pleytos que han seguido con el marqués Diego López Pacheco e con otras personas por la esterilidad de la tierra del no coger pan ni vino ellos estavan muy pobres e alcançados e para conplir estas cosas dis que ovieron de vender e vendieron sus ganados e las tierras e bienes e rrayses que tenían e aquellos que dis que las conpraron ge las tornaron a arrendar e ellos las tomaron a rrenta dellos por mayores presçios (5)
Hubo que llegar la guerra de Granada para que estos aprendices de malhechores feudales tuvieran ocupación. Con ellos fueron de peones los labradores. Si alguna virtud tiene la guerra es que ofrece a los hombres la igualdad en el valor ante la muerte. Así, en 1492, a la vuelta de la guerra, las luchas banderizas fueron sustituidas por la universidad y común de los hombres que se pretendían iguales. Procuradores síndicos y diputados velaron por el bien común en los pueblos. Era un espejismo, pues la reacción señorial a la muerte de la Reina Católica, acompañada de la enfermedad y el hambre, fue más violenta que nunca. Pero la universidad de hombres que aspiraban a ser libres esta vez respondieron. Superada la crisis pestífera de 1508, los hombres empezaron a hacer realidad su sueño.


(1) Archivo General de Simancas,RGS,LEG,148805,128 Que la villa de Pedernoso derroque cierta liga y monipodio hechos para que nadie labrase las heredades de Gonzalo de Iniesta. 1488
(2) Archivo General de Simancas,RGS,LEG,148902,159 Sobre la ejecución de ciertos contratos en Pedernoso. 1489
(3) Archivo General de Simancas,RGS,LEG,149502,569 Orden de cumplir la ejecutoria ganada por Diego Pacheco, vecino de Alcorcón, en pleito contra el concejo de El Pedernoso, a causa de un censo que tenían que pagarle. 1495
(4) Archivo General de Simancas,RGS,LEG,149003,397 Queja sobre censo de Diego Pacheco, alcaide de Belmonte, a villa de Pedernoso. 1490
(5)Archivo General de Simancas,RGS,LEG,148808,20 Queja sobre censo de Diego Pacheco, alcaide de Belmonte, a villa de Pedernoso. Para que el gobernador del marquesado de Villena, dé término de espera al concejo de Pedernoso, para el pago de unas deudas, si hallare que son pobres. 1488

domingo, 16 de diciembre de 2018

Las tierras de Alarcón en Iniesta


Los términos de Alarcón colindaban con los de Iniesta. Era la zona de la Ensancha, donde, sobre suelo de Alarcón, labraban las tierras los vecinos de Iniesta. La tradición, a la altura de 1528, se conjugaba con los intereses de la villa de Alarcón, que consideraba a los iniestenses como ocupantes de su suelo, y que debían pagar un canón por el cultivo de esas tierras. La Tierra de Alarcón había sido desmembrada por la exención de las villas después de la guerra del Marquesado. Las contribuciones fiscales de mediados del siglo XV ya nos muestran una Tierra desgajada (véase ANEXO I). El villazgo de San Clemente en 1445 había contribuido a ello, pero otros lugares como Barchín o Motilla del Palancar tenían sus términos definidos desde entrado el siglo XV. El amojonamiento de estos lugares después de 1480 por el licenciado Molina no dará lugar a disputas, más allá del conflicto entre Barchín y Alarcón por Valverdejo. Otros lugares como Gabaldón, arruinado y despoblado después de la guerra, cayeron del lado de Motilla. Pero los territorios del sur que se abrían a la izquierda de la ribera del Júcar y que llegaban a los mismos límites de Iniesta por el este y a los límites del obispado de Cuenca por el sur estaban más indefinidos. Alarcón no aceptó perder estos territorios acabada la guerra. Villanueva de la Jara, que había articulado su territorio en torno al río Valdemembra, intento crear un espacio amojonado propio, que chocó con las amplias dehesas que tenía el suelo de Alarcón y aquellas otras que habían caído en dominio señorial por donación y merced de los Pacheco.

El término de Villanueva de la Jara nos muestra, aún siendo el
croquis tardío, del Catastro de Ensenada, y ya eximidas algunas
aldeas por villazgos, la difícil articulación de un espacio propio
por el ,mantenimiento de los viejos derechos señoriales y de
Alarcón, tras el fin de la guerra del Marquesado.

Villanueva de la Jara y sus labradores conquistaron el espacio con la roturación de nuevos núcleos como Tarazona, Madrigueras, Quintanar o Gil García. Las casas de estas nuevas aldeas eran de Villanueva de la Jara (al margen de aquellas que se había reservado el marqués), los campos de Alarcón. Los pequeños núcleos de casas, simples quinterías, en algún caso, al finalizar la guerra se convirtieron en pueblos que multiplicaron la población a comienzos del siglo XVI; las casas se construían ya sobre el suelo de Alarcón, y, en algún caso, como en Tarazona, los mojones partían las casas. Pero todavía el suelo de Alarcón conservaba un área de tierras, labradas o por labrar, y sin población. No existían núcleos posteriores como las Casas de Santacruz; la explotación de la tierras se hacía por renteros desde Iniesta. Era lo que se conocerá posteriormente como la Ensancha de Alarcón. En estas tierras, los viejos derechos de la villa de Alarcón chocaban con los renteros de Iniesta, labradores de esas tierras y con los deseos de los Pacheco por hacerse con el excedente de sus cosechas.

Término de Alarcón, según el Catastro de Ensenada.
El croquis intenta reflejar las tierras de Alarcón en torno a la ribera
 del Jucar y la Ensancha, limítrofe,
 desde la cañada Calera, con Iniesta


Los viejos derechos de la villa de Alarcón se superponían a aquellos otros que el maestre Juan Pacheco había impuesto sobre los renteros. Sabemos del caso de los renteros iniestenses que labraban las tierras de Jorquera y parcialmente de la labranza de estos renteros en tierras de Alarcón, por los estudios de ORTUÑO MOLINA (1).  El conflicto surgía entre la explotación de las tierras en régimen de enfiteusis, más favorable a los labradores, que, a cambio de reconocer al marqués un derecho eminente sobre las tierras, disponían de la propiedad de facto de las tierras más allá de un canon fijo anual. o la alternativa más desfavorable, y deseo señorial, de imponer una renta anual revisable a los labradores de Iniesta, con el riesgo de ser considerados simples renteros de la tierra que labraban. En el caso de las tierras de Alarcón, vecinas de Iniesta (2), el maestre Juan Pacheo había impuesto un cahíz por cada quince cahíces cosechados como tributo a los labradores; hacía veinticinco años se decía, a contar hacia atrás desde 1488. Jurídicamente se consideraba que dichas tierras eran llecas y no propias del concejo de Alarcón, con lo que los Pacheco se arrogaban su propiedad. El primer tributo impuesto por los Pacheco fue cambiado en 1488 por un canon de cincuenta fanegas pagadas por cada uno de los labradores de la villa de Iniesta, que para entonces ya, desde los límites de sus términos, roturaban las tierras próximas a los términos e liecos de Madrigueras, casa de Gil García e en la cañada del Halcón y en la casa de la Vurrilla y en los otros liecos (3). Las cincuenta fanegas cobradas por el maestre don Juan Pacheco, fueron cedidas posteriormente a un criado suyo, llamado Pedro de Espinosa, aunque al finalizar la guerra del Marquesado, el hijo del maestre don Juan, Diego López Pacheco recuperó para sí tal derecho. Reabriéndose de nuevo el conflicto con los labradores de la villa de Iniesta. Creemos que la historiografía albaceteña sobrestima el proceso roturador al finalizar la guerra del Marquesado. Para nosotros, tal impulso roturador se vio muy constreñido en los años ochenta por unas sociedades rurales muy esquilmadas por el esfuerzo y destrucción de la guerra y, en cualquier caso, se sustanció en beneficio del desarrollo ganadero. El debate de finales de siglo se centró más en los deseo de los Pacheco de recomponer rentas. Para ello, el mejor modo de conseguirlo era considerar como llecas las tierras (susceptibles de usurpación, por tanto) del sureste de Alarcón, sobre el que la debilitada villa de Alarcón podía alegar derechos como bienes propios, pero no los labradores de Iniesta, cuya vecindad era en suelo de Cuenca y por tanto no podían alegar los derechos que les daba el fuero de Alarcón a la libre roturación de esas tierras, fundado en un derecho de presura (4). La roturación desmedida de tierras vino a comienzos de siglo y una vez que las sociedades rurales se sobrepusieron a la crisis alimentaria de comienzos de siglo y a la epidemia de peste que azotó la zona en 1507 y 1508. No negamos los impulsos roturadores de los años ochenta y noventa (5), pues las constataciones que tenemos es que los núcleos poblados al sur de Villanueva de la Jara comienzan a tener cierta entidad, llegando caso de Quintanar o Tarazona a los treinta vecinos cada una. Pero la verdadera explosión agraria y poblacional de la zona tiene lugar en la segunda década del siglo XVI, momento en que las aldeas jareñas triplican su población, las ruedas de los molinos del Júcar son incapaces de moler el trigo que les llega o familias como los Castillo se enriquecen con los préstamos a censo a los agricultores. Es difícil saber lo que pasó en la Ensancha de Alarcón, pero nos aventuramos a decir que los primeros intentos de roturación (algunos obligados por quienes huían de las represalias de los vencedores de la guerra) a partir de 1485, fue seguido, tras el impasse de comienzos de siglo, de una multiplicación de los procesos roturadores. Los pequeños labradores, incapaces de hacer frente a los cánones tributarios del marqués de Villena se vieron obligados a vender sus tierras, viviéndose un proceso de concentración agraria en apenas una veintena de propietarios que, posiblemente redujeran a la condición de renteros suyos a los pequeños labradores. Esa veintena de propietarios gozaba de suficiente excedente como para buscar un compromiso con el marqués. El resultado fue la búsqueda de un reconocimiento pleno de la propiedad de la tierra a cambio de un canon llevadero a don Diego López Pacheco. El gran perjudicado fue el concejo de Alarcón. Es solo una hipótesis de estudio, que ha de ser refrendada por las fuentes documentales, pero digna de plantearse.

Las disputas sobre el derecho de los labradores a labrar las tierras de Alarcón fueron sustanciadas en un primer momento por el juez de comisión Bartolomé de Santacruz en 1488, que reconoció el derecho de los agricultores iniestenses, pagando un canon de cincuenta fanegas de trigo por la labranza de los terrazgos y treinta maravedíes de cada yunta que labraren para los caballeros de sierra de Alarcón. La sentencia del corregidor Santacruz fue modificada por la Chancillería de Granada, que reconoció en 1526 a favor del concejo de Alarcón las cincuenta fanegas que pagaban los labradores de Iniesta al marqués. La presión del marqués de Villena y duque de Escalona obligaría a la villa de Alarcón a renunciar el 27 de marzo de 1528 a dicho tributo en favor del marqués.

El acuerdo, o imposición, a tres de 27 de marzo de 1528 fijaba que los renteros iniestenses se comprometían a pagar un máximo de seiscientos fanegas de cereal al marqués don Diego López Pacheco, la mitad de trigo y la mitad de cebada y centeno. Y en lugar de las cincuenta fanegas de trigo y camuña, los renteros de Iniesta debían pagar dos fanegas de trigo por cada par de ganado, yunta, que labrasen en dicho término de Alarcón. Dicho tributo se pagaba en concepto de renta, pero también como reconocimiento de derecho eminente del marqués sobre dichas tierras, pues se permitía el acceso a la propiedad de los renteros de Iniesta sobre las tierras que cultivaban, siempre que pagaran las mencionadas dos fanegas y que cualquier enajenación de tierras no se hiciera a forasteros. El concejo de Alarcón perdía el derecho de tanteo sobre estas ventas, reservado únicamente a enajenaciones a forasteros. Por otra parte, las tierras en litigio tenían la consideración de propios de Alarcón. Razón por la cual, la villa de Alarcón tuvo que renunciar ese 27 de marzo en favor del marqués al cobro del derecho de las cincuenta fanegas en sus nuevas formas, en aun artificio jurídico que reconocía su soberanía sobre su suelo, pero no sobre las rentas generadas por éste.

La negociación de este compromiso por parte del marqués la llevó Andrés del Castillo Quijano, su contador; hombre del que poco sabemos aparte del rechazo que provocó su deseo de hidalguía en 1539. Andrés del Castillo, asumió también la representación del concejo de Alarcón, posiblemente muy a pesar de la villa, y Hernán García, hijo de Mingo Juan, llevó la representación de los labradores de Iniesta.

El pleito se había iniciado hacia 1488. Mientras el pleito se quedaba muerto, los labradores iniestenses, por la vía de los hechos, en el primer cuarto de siglo, conseguían hacerse con el control de la explotación de las tierras sin hacer frente a sus tributos. Pero cuando el marqués de Villena decide cobrar estas rentas, la primera solución que adoptarán los vecinos de Iniesta será avecindarse en la villa de Alarcón, determinación que agradará al concejo de Alarcón, pero no tanto al marqués de Villena y menos al concejo de Iniesta, poco dispuesto a perder, aunque pocos, una parte de sus vecinos. El concejo de Iniesta fue el primero en buscar una salida de compromiso
les paresçía ser mejor e más útil e provechoso a la dicha villa e a los veçinos della averese de pagar una moderada suma e cantidad de pan por cada un par de mulas o bueyes o otra cualquier yunta que labraren en los dichos términos que no averse de pagar las dichas çinquenta fanegas 
Así el concejo de Iniesta se puso en contacto con don Diego López de Pacheco para buscar un compromiso, mandando como apoderado a Hernán García de Mingo Juan. La oferta de Iniesta fue pagar dos fanegas de trigo por cada yunta de labranza y treinta maravedíes para los caballeros de sierra de Alarcón. Hernán García de Mingo Juan representaba a un total de dieciocho labradores, que explotaban directa o indirectamente las tierras de los términos de Alarcón, en lo que luego se llamará la Ensancha. Conocemos sus nombres: Diego de Cubas, Pedro Clemeinte, Juan de Iniesta, Martín Merino, Alonso de Sotos, Alonso de la Jara el viejo, Alonso de la Jara el mozo, Juan Correa, Diego Mondéjar, Benito de la Jara labrador, Alonso de las Heras, Aparicio Sánchez de las Heras, Pedro Ruiz, Alonso del Soto, Pedro de la Jara el mozo,  Juan de la Jara yerno de Pedro de la Parra, Juan Clemeinte, Hernán García de Mingo Juan. Esta larga lista es significativa porque muestra cuánto había cambiado la situación en la Ensancha de Alarcón. Los viejos y múltiples renteros en la zona habían sido sustituidos por unos pocos labradores que cultivaban superficies más extensas y que habían conseguido una plena propiedad de hecho sobre las tierras. La vieja exacción feudal de los Pacheco sobre los renteros, que suponía una importante parte del excedente agrario, había devenido en la exigencia de un derecho eminente sobre las tierras de escasa tributación y que dejaba en manos de los labradores la enajenación de las tierras.

La concordia entre el concejo de Iniesta y el concejo de Alarcón y don Diego López Pacheco fue acordada por Hernán García de Mingo Juan en nombre del primer concejo y el contador Andrés Castillo en nombre de las segundas partes. Contenía siete capítulos:

  1. Los labradores de Iniesta se comprometían a pagar para Santa María de agosto al marqués de Villena seiscientas fanegas, mitad de trigo y mitad de cebada y centeno. Previamente la villa de Alarcón renunciaba a recibir las 1950 fanegas de trigo y comuña que tenía derecho a percibir por sentencia ejecutoria, al considerarse que los labradores egelestanos labraban tierras pertenecientes a los propios de Alarcón.
  2. Aceptación por ambas partes los treinta maravedíes por yunta con destino a los caballeros de sierra de Alarcón, que se habían dejado de pagar. Destacar que éste era un golpe más a una vieja institución. Los caballeros de sierra de Alarcón tenían su fuerza derivada de los desmesurada extensión de los propios de Alarcón. Un repaso de los nombres de los caballeros nos muestra que eran algo más que guardas de montes; a comienzos de siglo, los antiguos criados y caballeros al servicio del marqués encontraron nueva ocupación defendiendo los montes de la villa y garantizando el monopolio o control de la explotación de actividades como la grana o el paso de los ganados mesteños y locales. Ahora perdían una fuente de sus ingresos como perderían con el tiempo los ingresos derivados de los derechos ganaderos de borra. En realidad, la capitulación seguía reconociendo el derecho a favor de los caballeros de sierra de Alarcón y únicamente perdonaba a los labradores de Iniesta los treinta maravedíes por yunta que en los años pasados habían dejado de pagar. Pero es poco creíble que unos labradores que por la vía de los hechos habían dejado de pagar lo hicieran ahora en el presente y después en el futuro.
  3. Renuncia del concejo de Alarcón y de sus caballeros de sierra, así como del marqués de Villena y duque de Escalona a cualquier derecho pasado sobre los terrazgos labrados por los de Iniesta o derivado de las averiguaciones y probanzas hechas en el pleito entre ambas partes.
  4. Pago a partes iguales entre los litigantes de las costas del juicio mantenido en años pasados por los terrazgos.
  5. Sustitución del viejo tributo de cincuenta fanegas a pagar por cada uno de los labradores de Iniesta por una nueva imposición de dos fanegas de trigo anual por yunta y a desembolsar el quince de agosto: dos hanegas de trigo de terradgo e tributo de cada un año de cada un par de mulas o bueyes o de otra qualquier yunta con que labraren qualesquier partes de los dichos términos y que la den y paguen de buen trigo linpio e rreçibidero por el día e fiesta de Santa María de agosto de cada un año dentro de la dicha villa de Yniesta a la persona que el dicho señor marqués o sus subçesores nonbraren. Téngase en cuenta que se repartían de hecho seiscientas fanegas entre dieciocho labradores y nos haremos una idea de la entidad de los labradores iniestenses con más de treinta yuntas por cabeza. Pártase también de las antiguas 1950 fanegas pagadas a razón de cincuenta por terrazgo para deducir la cifra de alrededor de cuarenta renteros de antaño y el enorme esfuerzo roturador de la zona desde aquellos pocos labradores de 1488, cuyos nombres se nos han conservado. Es decir se pagaba mayor cantidad de trigo por labrador que antes, pero la superficie labrada por labrador era mayor y el tributo pagado en su montante global era un tercio de la renta antigua. Los iniestenses ganaban en el concierto, es poco imaginable que el marqués perdiera en el trato, así que hemos de concluir que el perdedor real en esta iguala desigual era el concejo de Alarcón. En la concentración y mayor superficie de los labrantíos (y en su extensión, pues se habla de la labranza de tierras llecas) desempeñó un papel fundamental la introducción de la mula, en sustitución del buey, en los campos. Aquí residía la clave del pleito: los múltiples tributos por la gran diversidad de terrazgos cultivados habían dado lugar a unos pocos labradores labrando grandes superficies y con mayor excedente en las cosechas. El número de terrazgos se había reducido drásticamente por las enajenaciones y concentración de propiedades entre los labradores iniesteneses y con ello la cuantía de tributos, aplicados por terrazgo. Los pagos tenían carácter retroactivo y se retrotraían a los años atrás de diferencias en el pleito mantenido.
  6. La ejecutoria de la Chancillería de Granada, que no había llegado a aplicarse y de la que desconocemos la fecha, reconocía las cincuenta fanegas pagadas por los terrazgos de Iniesta como propio de la villa de Alarcón y no renta del marqués. Ahora en la escritura de concertación, Alarcón renunciaba a tal derecho en favor del marqués, ahora convertido en nuevo derecho de dos fanegas por yunta.
  7. Derecho de los labradores a vender y trocar los heredamientos libremente, supeditado a dos condiciones: Las ventas no se ha de hacer a forasteros, salvo, en ese caso, que el concejo de Alarcón se reserve en los primeros treinta días siguientes a la venta y trueque un derecho de tanteo para comprar las heredades en transmisión.
La renuncia de la villa de Alarcón sobre los terrazgos no vendría hasta el 29 de marzo de 1528, cuando el concejo de la villa, reunido en sesión plenaria hizo renuncia formal a sus derechos ante el contador Andrés del Castillo. Uno por uno los oficiales de Alarcón aprobaron la escritura de transacción, conveniencia y capitulación de 27 de marzo de 1527 y ratificaron la renuncia a considerar los terrazgos como propios de la villa de Alarcón. La renuncia fue doble, pues se renunciaba a los derechos sobre el viejo suelo de la tierra de Alarcón en favor del marqués y se renunciaba a esa misma propiedad de las rentas que les había reconocido la Chancillería de Granada. No creemos en la voluntariedad de la renuncia por los regidores alarconeros, tutelados en el pleno del ayuntamiento por el hombre del marqués, el contador Andrés del Castillo, y obligados a jurar ante la Cruz y los Evangelios.  Tal humillación se la hicieron pagar en su persona diez años después, cuando Andrés del Castillo Quijano pretendió ganar ejecutoria de hidalguía. No contó con el favor y declaración de los vecinos de la villa de Alarcón.




Concejo de Alarcón de 29 de marzo de 1528:

Juan Pérez de Villanueva, Garci Zapata, Antonio de Villanueva (alcaldes ordinarios), Martín de Olmedilla (juez), Andrés del Castillo, contador del marqués de Villena, Diego López Granero (regidor), Melchor Granero, Juan de Ruipérez, Diego López de Flomesta (diputados de caballeros y escuderos), Cristóbal de la Parilla, Antón Sánchez de Moya y Garci Martínez de Monedero, (diputados de los labradores)



Concejo de Iniesta de 6 de febrero de 1528

Martín de Cubas y y Martín Martínez de Castillejo, alcaldes ordinarios
Juan García de Domingo Juan y Juan Clemeinte, alguaciles
Benito Pérez, Juan García de Castillejo,
Alonso Paino, Martín del Campo, Benito de la Jara, labrador, Alonso Cano, Martín Merino,
diputados

ANEXO I


LUGAR O VILLA
CONTRIBUCIÓN MARAVEDÍES 1455
OBSERVACIONES
CIUDAD DE CHINCHILLA
51757,5
57757 al margen
VILLA DE ALBACETE
18105

VILLA DE HELLIN
16380

VILLA DE TOBARRA
6900

VILLA DE ALMANSA
13800

VILLA DE BELMONTE Y SU TIERRA LA VIEJA
54345

CONCEJO DE LOS OLMILLOS
510

CONCEJO DE LAS MESAS
4305

CONCEJO DE EL PEDERNOSO
5506,5

CONCEJO DE LAS PEDROÑERAS
2580

CONCEJO DE TRESJUNCOS
4905

VILLA DE SAN CLEMENTE
12247,5

CONCEJO DE VALA DE REY
3532,5
Aldea de San Clemente
CONCEJO DE PERONA
1700
Aldea de San Clemente
VILLA DE CASTILLO DE GARCIMUÑOZ
66427,5
Casa de Don Benito, El Pinarejo, El Quintanar, La Puebla, La Nava, Torrubia, La Almarcha y la Cañada
CONCEJO DE HONRUBIA
5125

CONCEJO DE MONTALBANEJO
8445

CONCEJO DE LA HINOJOSA
1626,5

CONCEJO DE OLIVARES
1552,5

CONCEJO DE BARCHÍN
4395

CONCEJO DEL CAÑAVATE
9440

CONCEJO DE LA ALBERCA
4477,5

CONCEJO DE LA MOTILLA
2242,5

VILLA DE ALARCON
20250
Valdemembra, El Peral, Gabaldón,  Olmedilla, Valhermoso, Pozoseco, Tébar, Gascas, Villalba
CONCEJO DE LA RODA
5257,5

VILLA DE INIESTA
34500



El gráfico nos muestra la entidad propia a efectos fiscales (pedido de las cuatro monedas de 1455) de diversos núcleos poblacionales, a pesar de tener la consideración en muchos casos de aldeas. Destaca la integración de El Peral o Villanueva de la Jara (aquí denominada Valdemembra) en la villa de Alarcón.

Fuente: Archivo Histórico Nacional. Consejos, 31760, pieza 44.

NOTAS


(1) ORTUÑO MOLINA, Jorge: Realengo y señorío en el Marquesado de Villena. Real Academia Alfonso X el Sabio. 2005, pp. 252 y ss. Véase asimismo GARCIA MORATALLA, P. J.: Iniesta en el siglo XV. Iniesta, 1999
(2) Ibídem, p. 257
(3) Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 148804, 24. Comisión al licenciado Bartolomé de Santa Cruz para que determine en la demanda del concejo de la villa de Iniesta por causa de ciertas imposiciones que les exigía el marqués don Diego López Pacheco, no obstante una carta del anterior marqués don Juan Pacheco, en que quitaba tales imposiciones. 12 de abril de 1488
(4) ORTUÑO MOLINA, Jorge: op, cit. p. 258, nota 531. El autor nos recuerda la cita del fuero de Alarcón inserta en un pleito de la Chancillería de Granada: e todo aquel que fuera del exido o de rayz agena fiziere auertura firme la aya
(5) ORTUÑO MOLINA, Jorge: op, cit. p. 259, nota 534. El autor recuerda la roturación de tierras por algunos vecinos de Iniesta en Alarcón y Jorquera: Gil Martínez de Alarcón, Aparcio de las Heras Miguel Herrera, Alfonso Sánchez Herrera. 

AHN, NOBLEZA, FRÍAS, Casa Pacheco: Leg. 700-21. Escritura de transacción entre el concejo de Alarcón, el concejo de Iniesta y don Diego López Pacheco, por los terrazgos. 1528