El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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domingo, 31 de diciembre de 2017

Las viñas de San Clemente y el esplendor de la villa en el Siglo de Oro

Paisaje en Casas de Fernando Alonso, aldea de San Clemente
Aquella pequeña villa, que apenas llegaba a las mil almas a la muerte de Isabel la Católica, se había convertido en uno de los principales centros políticos de Castilla a mediados del quinientos. Tal era la villa de San Clemente, que tras un despegue económico asombroso en las primeras cuatro décadas del siglo, pretendía ahora convertirse en centro político del antiguo Marquesado de Villena, invitando al gobernador a fijar su sede en la villa o, de la mano de Diego de Ávalos, centralizando la recaudación de las rentas reales.

Las cuatro primeras décadas del siglo XVI se nos quedan en la penumbra. Apenas unas pinceladas: la lucha por la libertad de la villa frente a los hermanos Castillo; las disputas entre pecheros y nobles por el poder local, o quizás sería mejor decir las intrigas de los ricos, ya pecheros ya hidalgos; la intromisión interesada de la Inquisición al final de la segunda década en estas riñas; una rebelión de las Comunidades en la que los sanclementinos tomaron partido frente al Emperador, y de las que apenas si sabemos nada, para acabar rindiendo pleitesía como feudatarios a la Emperatriz Isabel; periodo que pasa por el de mayor esplendor de la villa, pero que nos es completamente desconocido.

¿Por qué sabemos tan poco de la historia de la villa de San Clemente en los primeros cuarenta años del quinientos? Obviamente por la escasez de documentos, valga como muestra que las actas municipales, que hasta el fin de la Edad Moderna se conservaron fielmente y encuadernaron en pergamino diligentemente, han desaparecido hasta el año 1548. Pero quizás hay una razón de más peso: la sociedad sanclementina trabajaba abnegadamente. No buscaba su reconocimiento en los papeles sino en sus obras, improvisando un espacio urbano que se presentaba como aglomeración de casas, donde cada cual luchaba porque la suya fuera más principal. Hasta San Clemente llegaban las carretas de la ciudad de Cuenca, repletas de madera; más cercana se encontraba la piedra, en su aldea de Vara de Rey; desde 1537, villa. Como amalgama de casas se fue definiendo el espacio urbano, en anárquica y sucesiva ordenación perimetral en torno al centro espiritual de la Parroquia de Santiago, solo en la segunda mitad del siglo se plantea la creación de espacios urbanos: la cicatería de su patriciado urbano, capaz de echar por tierra las megalomanías constructivas de Vandelvira,  e imponer un proyecto edilicio, donde la iglesia, cortada a chaflán, se disfraza de palacio para rendirse ante el espacio público de una plaza mayor, que a su vez se rinde o rendirá al monumental ayuntamiento.

¿Cómo fue posible el milagro? No fue milagro, sino persistencia y duro esfuerzo de un pueblo de campesinos. Pero la tierra no ayudaba. Los sanclementinos parecieron inclinarse en un principio por la ganadería, hasta cien mil cabezas se dice que disponían hacia 1530, si bien es verdad que el recuento incluía a Vara de Rey, Sisante o Pozoamargo. Los problemas con los pueblos aledaños se presentan como conflictos de unos propietarios de ganados que ansían los antiguos comunales de la Tierra de Alarcón. Son conocidas las apetencias de los sanclementinos por los pinares jareños, también los conflictos con Cañavate o La Alberca por términos. Sin embargo, la gran apuesta de la villa de San Clemente fue por la tierra. Sus campos roturados eran poco propicios para el cultivo de cereales, el trigo de San Clemente era rubión, dirán sus vecinos santamarieños. Las zonas más aptas para el cultivo del cereal eran las tierras del norte, donde estaban también las zonas de monte. Eran zonas, tal que Perona, donde se concentraban las propiedades de los vecinos principales, como los Castillo.  La poca pluviosidad, unida a unos suelos pobres y pocos profundos, necesitados del barbecho y el correspondiente descanso, daba un escaso rendimiento por grano sembrado. Aún así, los suelos arcillosos del norte toleran el cultivo de cereal, algo imposible en los suelos arenosos del centro y sur del término. No importaba, el trigo que faltaba se podía buscar en la aldea dependiente de Vara de Rey o las villas vecinas de Santa María del Campo o Villarrobledo. San Clemente se pudo dedicar al único cultivo para el que eran aptas sus tierras: las viñas. Las viejas quejas de fines del cuatrocientos por las usurpaciones de la tierra parecen desaparecer a comienzos del nuevo siglo. Las luchas continuaron, pero quedaron ensombrecidas por continuo esfuerzo de unos hombres que roturaban tierras de escasa calidad como tierras de pan llevar, pero aptas para la vid. San Clemente no cultivaba sus campos para comer, plantaba vides para vender vino. Sus habitantes ni buscaban la subsistencia del pequeño propietario ni el acaparamiento del labrador rico, simplemente esperaban la vendimia y los pingües beneficios de la venta de su vino. Los sanclementinos no estaban atados a la tierra como esos otros agricultores de las tierras de pan llevar. El estacional trabajo de las viñas les procuraba tiempo para otras cosas.

En los terrenos rojizos del sur y centro del pueblo, formados de arenisca y guijarros, se levantarían desde comienzos del quinientos las enormes extensiones de viñedos. El clima ayudaba, dando un grano de uva, rico en azúcar y pobre en acidez, de buena gradación alcohólica . El proceso de plantación de viñas fue muy rápido. La única limitación que encontró fue la necesidad de la villa de contar con un pinar propio de una legua de largo, el Pinar Viejo, que se comenzó a plantar en los años cuarenta, tras la pérdida de la jurisdicción sobre aldea de Vara de Rey y, en consecuencia, la del pinar del Azraque, situado en su término, en los lugares llamados las Torcas y el Horno Negro. El auge de la villa de San Clemente va ligado a sus viñas, y su crisis a la desaparición de sus majuelos.

Hoy vemos el paisaje sanclementino inundado de viñas; su existencia es reciente y debe mucho a la creación de la Cooperativa de Nuestra Señora de Rus en 1945. Pero hasta esa fecha fue un cultivo marginal, que apenas, tal como nos señala el amirallamiento de 1880, suponía el cuatro por ciento de la superficie cultivada. La ruina de las viñas sanclementinas ya se vislumbró con la decisión del concejo de 1580, que prohibieron la plantación de más vides, y se agudizó con la crisis del granero villarrobletano a comienzos del seiscientos, que obligó a la villa de San Clemente a abandonar el monocultivo y adaptar su economía a una agricultura más diversificada y apoyada en el cereal para garantizar la alimentación de sus habitantes. Aunque el declinar de las viñas ya se presentó sus primeros síntomas desde 1550, cuando los peones exigieron más salarios y mejores condiciones de trabajo, que redujeron la ganancia de los propietarios, y cuando una nueva hornada de propietarios de ganados, privados de los pastos en los pueblos comarcanos, frenaron la expansión de los viñedos. Después vendría la citada crisis de inicios del seiscientos y, en las décadas siguientes, una política impositiva con el servicio de millones muy dura, que acabó con la rentabilidad del vino.

La decadencia de las viñas hizo a San Clemente más pobre, pero también más desigual. Los mayorazgos de los Pacheco en Santiago de la Torre, con más de siete mil celemines (algo más de dos mil de cultivo de cereal y el resto de dehesas); de los Ortega, luego marqueses de Valdeguerrero, en Villar de Cantos, diez mil almudes (cerca de cuatro mil de cereal y el resto de dehesas), o de los marqueses de Valera en Perona, 3.500 almudes, daban fe la concentración de la propiedad en pocas manos y del monocultivo del cereal.

La realidad que nos presenta el catastro de Ensenada en 1752 es de absoluto predominio de las tierras de cereal, que de forma brutal han suplantado a las viñas en el paisaje agrario. De los 81.000 almudes de labrantío en el término de San Clemente, 71.000 almudes corresponden a tierras de cereal y apenas dos mil cuatrocientos almudes al cultivo de la vid. Algo similar ocurre en las aldeas. Casas de Fernando Alonso, donde el doctor Tébar cedió cincuenta mil vides en la finca de las Cruces para la fundación del Colegio de la Compañía de Jesús, las viñas apenas si ocupan 300 almudes de los 1.300 las tierras labradas. El espacio ocupado por la viñas en Casas de los Pinos y Casas de Haro es similar, pero sobre un espacio labrado mayor de 3.200 y 3.400 almudes, respectivamente.

El paisaje agrario de 1752 hubiera sido completamente ajeno a un sanclementino de doscientos años antes. Don Diego Torrente, de un modo aventurado, hacía sus cálculos sobre la abundancia de viñas a mediados de la década de los  cuarenta del siglo XVI, cuando el gobernador Sánchez de Carvajal ordenó plantar cuatro pies de olivos por cada ochocientas vides existentes en una aranzada de tierra; teniendo en cuenta que se plantaron cuarenta mil olivos, la cifra de vides resultantes es de ocho millones. Si nosotros seguimos con estos aventurados cálculos, podemos deducir que la superficie de aranzadas ocupadas por las viñas era de diez mil; reducida esta medida a almudes, la superficie ocupada por los viñedos ascendía a cerca de 14.000 almudes, unas 4.500 hectáreas, una superficie superior en cuatro veces a la existente doscientos años después e inferior a la de veinte años después, tal como informaban los testigos. Es posible que el terreno cultivado fuera mayor, pues la plantación de viñas continuó bien entrada la segunda mitad del siglo XVI al amparo de unas ordenanzas concejiles muy proteccionistas con la vid, que impedía la venta de majuelos si no era con la obligación de mantener ese cultivo.  A los ojos de los contemporáneos los viñedos, especialmente en la zona del sur del término sanclementino, se extendían con una continuidad donde cada majuelo lindaba con otros. En esa homogeneidad del cultivo jugaba el interés de los propietarios que evitaban los corredores entre las viñas y mucho menos los campos de cereales que pudieran servir de paso o agostaderos para los ganados.

Los contemporáneos se referían a las viñas como la principal granjería de la villa. El valor de la superficie que ocupaban los majuelos se entiende mejor si pensamos que la superficie ocupada por los cereales estaba sometida a prolongados períodos de barbecho, habitualmente de dos años, que mermaba la superficie real de cereal a la mitad o a la tercera parte. El procurador Juan Guerra declaraba el valor de la producción vitivinícola en la riqueza de la villa, que abastecía de vino a las regiones vecinas
por ser la principal grangería e hazienda de los vezinos de la dicha villa el vino que en su término se coje por ser bueno, del qual se bastecen las ciudades e villas comarcanas del marquesado de Villena e de la serranía de Quenca e aún se provehe el rreyno de Murcia por ser como está dicho muy bueno y muy saludable (2)
A las relaciones de comarcas aportadas por Juan Guerra, habría que añadir las tierras de Alcaraz e incluir entre las villas del Marquesado que se abastecían de vino sanclementino a Villanueva de la Jara, Iniesta o la propia Albacete. En la exportación del vino concurrían dos razones: la enorme cantidad producida y la poca pericia de la época en su conservación. El vino se daña presto, se decía; obligando a tirar el vino no consumido. El negocio del vino se fundaba entonces más en la cantidad que en la calidad, basado en la comercialización de ingentes cantidades de vino joven,que apenas si alcanzaba, para el año de 1545, el precio de un real por arroba vendida. De la extensión del cultivo de viñedos ya tenemos pruebas a comienzos del  quinientos. Una de las personas que hizo fortuna con el vino fue Antón García. De la descripción detallada de sus bienes se desprende que poseía ya en el año 1508

e que el dicho Antón Garçía tiene en esta villa e sus términos los bienes syguientes rrayzes: unas casas en esta calle donde biue, alinde de casas de Juan de Yuste, clérigo, e de Alonso Barvero en la calle pública, que puede valer quarenta mill mrs. (sesenta mil mrs. según Juan López de Perona) e un majuelo çerca la cañada alinde de majuelo de Juan Picaço e Françisco de los Herreros de çinco arançadas e media que puede valer a justa e comunal estimaçión quarenta mill mrs. e otro majuelo en la senda de el Medianil de dos arançadas e tres quartillos. alinde de viñas de juan del Castillo, que puede valer veynte mill mrs. e otro majuelo en las Pinuelas de tres arançadas, alinde de viñas de Juan Cantero e Juan Sánchez el viejo, que puede valer quinze mill mrs. e otros dos pedaços de viñas, uno alinde de Pedro Rruyz de Segouia e otro alinde de Luys Sánchez de Orihuela que podrá valer çinco mill mrs. e çiertas tierras que heredó de su suegro, que no sabe todos los alindes en término de esta villa que pueden valer poco más o menos syete o ocho mil mrs. e allende desto sabe que es honbre que tyene buen abono de ganados e otros bienes muebles (3)
A los cinco majuelos que poseía Antón García habría que añadir otra viña aportada por su mujer como dote matrimonial. Su hacienda debía aproximarse a las quince aranzadas, es decir, unas doce mil vides. Era una de las personas atrevidas que a comienzos de siglo se decantó por el vino, que por el valor de las tierras tenía una rentabilidad superior a esas otras tierras heredadas de su suegro. La aranzada de cepas se valoraba en aquella época en cinco u ocho mil maravedíes, dependiendo de la calidad de las tierras.

Desgraciadamente las escrituras notariales conservadas, reflejando los actos de compra y venta, son escasas, pero llamativamente la primera que se nos conserva del año 1536 es la venta de un majuelo. Más allá de la anécdota, el dato viene corroborado por la representación que Pedro Barriga hizo ante el Consejo de la Emperatriz Isabel en diciembre de 1530, año en el que las viñas se habían quemado y las vendimias estaban perdidas. Se reconocía que en una villa de ochocientos vecinos, apenas cien familias era labradoras, sustentadas por las tierras de pan llevar, el resto, en su mayoría, vivía de la granjería de la viñas (5). La documentación existente en Simancas y en El Escorial sobre tercias reales nos refieren un valor de más de dos mil arrobas para las tercias del vino (6). Estaríamos hablando de una producción de cien mil arrobas de vino para la villa de San Clemente. Cifra muy corta, pues los datos que disponemos sobre averiguación de fraudes en las rentas reales nos dicen que apenas si se declaraba un veinte por ciento de la riqueza. El fraude del vino tiene más razón de ser si pensamos que los clérigos, parte interesada en las rentas decimales, formaban uno de los principales grupos propietarios de viñas.

Si comparamos las cifras de las tercias de San Clemente con las conocidas de Albacete para los años ochenta se constata el dominio apabullante en el caso albaceteño de la producción ganadera y cerealista. El valor de las tercias de Albacete ascendía a 725.700 maravedíes por 261.105 maravedíes que valían las tercias de San Clemente. Basta comparar, fraudes aparte, las 140 cabezas de ganado de las tercias de San Clemente con las más de 1.000 cabezas de Albacete o las 500 fanegas de granos de tercias (215 y 237 fanegas de trigo y cebada) de la primera con las 580 fanegas de trigo, 738 fanegas de cebada y 48 fanegas de centeno de la segunda villa. Datos aportados en el caso de Albacete para  1582 y  el año 1581 para San Clemente.

La dependencia en granos de San Clemente era clara, su limitado desarrollo ganadero en comparación con Albacete también. Cuando San Clemente intentó a finales de siglo el desarrollo ganadero llevando sus ovejas de los pastos comunes de la tierra de Alarcón a integrarse en los circuitos trashumantes que tenían por extremos los pastos de Chinchilla y los valles de Murcia obtuvo por respuesta las cortapisas de Albacete. Valga como ejemplo la exigencia de derechos aduaneros por pasar las ovejas los límites de las diez leguas de la raya de los Reinos de Aragón.

Y sin embargo, San Clemente tenía una ventaja en la producción vinícola. El valor de las tercias de vino y cargas de uva rondaba en esta villa las 2.000 arrobas. Aunque no disponemos de datos del valor en especie del producto de la uva de Albacete, sabemos que traducido el producto de las tercias a dinero era de 39.627 maravedíes por los 124.000 maravedíes de San Clemente; es más la alcabala cobrada por las ventas del vino, alcanzaban en San Clemente los 454.600 maravedíes por los 60.250 de la villa de Albacete. El año 1581, el valor de las tercias de San Clemente fue de 1504 arrobas (¿hecho circunstancial por mala cosecha, cifras que reflejan el fraude o bajada en la producción respecto a las 2000 arrobas de 1552) y ciento treinta y nueva cargas de uva, que se vendieron a dos reales la arroba de vino y dos y medio la carga de uva, duplicando el precio de treinta años antes.

La plantación de viñas continuaba a buen ritmo en la década de los sesenta, pero los intereses de los viticultores estaban entrando en colisión con los dueños de ganados, los hombres más ricos de la villa, que, además dominaban el gobierno municipal. Fue el año de 1562, cuando este dominio del gobierno local por los ganaderos se quebró, con el acceso a los cargos municipales de hombres más próximos a los intereses de los viticultores. Las tensiones en el ayuntamiento se reflejaron en la vida cotidiana. Juan de Oma se quejaba de que los ganados del escribano Ginés Sainz se comían sus viñas.  Aunque el más odiado era Francisco Rosillo, cuyos ganados pastaban por viñas y cebadales con total impunidad. Los dueños de viñas se aprestaron a poner por sus propios medios las guardas que no ponía el ayuntamiento para la conservación de las viñas propias, amenazando con tomarse la justicia por su mano y descalabrar a algún ganadero. Se temía que los ganados se comieran los zarcillos y hojas de las vides, pero más aún la propagación de un gusano que acababa con la planta. Era el llamado gusano blanco, que se desarrollaba en el estiércol dejado por los ganados en las villas, comiéndose los brotes de los sarmientos. La epidemia era causa, para algunos testigos, de la escasez de vino obtenido en los últimos años. Menos sentido tiene culpar a los ganados de la ruina del olivar, que se plantó entre las cepas en los años cuarenta. El olivo es un árbol que necesita de veinte años para dar fruto. El caso es que de los treinta o cuarenta mil pies de olivos que se habían plantado una quincena de años antes, en 1562 apenas si quedaban unos pocos. La causa era que el clima de San Clemente es demasiado extremo para este cultivo.

Entre las quejas de los vinateros contra los ganaderos estaba el aprovechamiento del Pinar Viejo. Dicho pinar había sido plantado en los años cuarenta para poner fin a la escasez de leña que padecía la villa (más acuciante desde la pérdida del pinar de su antigua aldea de Vara de Rey). Los propietarios de viñas cedieron a la expropiación de tierras para la plantación de pinos, pensando en el bien común de los vecinos y, especialmente, en la indemnización de 1500 ducados que se les prometió. Veinte años después, tal como nos cuenta el regidor Antón de Ávalos, no habían recibido compensación alguna, a pesar de lo cual se había iniciado en esos años la plantación de otro pinar llamado Nuevo. Pero lo más sangrante para los propietarios de majuelos era que el aprovechamiento principal del pinar era como lugar de refugio de los ganados, desde donde se internaban en las viñas. Traemos a colación el testimonio de Antón de Ávalos por su objetividad. A Antón de Ávalos le unía amistad con Francisco Rosillo (acusado como él de intentar matar en 1553 al alcalde Hernando de Montoya, ganadero como ellos), que vio embargada cuatrocientas cabezas de ganado por el intento de linchamiento. Claro que el conflicto entre ganaderos y viticultores era algo más complejo que enfrentamiento entre grupos diferenciados. Algunos de los vecinos veían en las viñas y los ganados, intereses complementarios. El principal acusado de intentar matar al alcalde Hernando de Montoya en 1553 fue Francisco Jiménez, el padre de Antón de Ávalos, que desde el 24 de junio se había hecho con el abasto de las carnicerías de la villa. Fue en la carnicería donde surgió la disputa por un trozo de vaca, riña que acabó violentamente. Tanto Francisco Jiménez como Hernando Montoya tenían en común la composición dual de su patrimonio, presente en los bienes embargados a Francisco Jiménez: mil cabezas de ganado lanar y cabrío, cuarenta arrobas de lana prieta y seiscientas arrobas de vino en veinte tinajas.

Aunque los sucesos de 1553 contaran con una víctima y unos agresores dueños de ganados, la lucha de bandos se desató entre la gente del Arrabal, encabezada por la familia Origüela, y los hijos de una generación de ganaderos, llamados a ocupar el poder municipal en los años siguientes. Entre los jóvenes que participaron en las reyertas e implicados en el intento de asesinato del alcalde Hernando de Montoya estaban los futuros regidores y ganaderos de la villa de San Clemente: el mencionado Antón de Ávalos, los Rosillo, Antón Barriga, Diego de Alfaro (hijo de Alonso de Oropesa) o Antón García de Monteagudo.

Las fallidas ordenanzas de 1562 intentaban dar salida al conflicto entre vinateros y ganaderos. Fueron confirmadas por concejo abierto y ratificadas por el gobernador del Marquesado, Carlos de Guevara, que, guiado por la bien común, echó atrás el intento de los regidores de asignarse un salario de tres mil maravedíes al año por las visitas a las viñas y montes, pues tal como decía el gobernador ni el trabajo de las tales visitas es tanto ny menos la dicha villa tan rrica de propios.


Encabezamiento de las Ordenanzas de San Clemente de 1562
AGS, CRC, 493-1


La voz de los intereses de los propietarios de viñas la puso Diego Sánchez de Origüela, que se quejaba como la voluntad del pueblo, expresada en concejo abierto era negada por algunos regidores, con intereses ganaderos, que contradecían las ordenanzas aprobadas por el común de los vecinos. Diego Sánchez de Origüela prestaba su voz al clan de los Origüela, con fuertes intereses en el sector del vino (Pedro de Tébar, Pedro Hernández de Avilés, Andrés González de Avilés o Francisco de la Carrera) y a otros vinateros como Francisco de la Fuente Zomeño, Alonso de la Fuente Zapata, Luis de Alarcón Fajardo, Miguel López de Vicen López, Cristóbal del Castillo, escribano, Francisco del Castillo Villaseñor, escribano, o Ginés del Campillo, pero también a otros cuyos intereses en el negocio del vino los complementaban con la posesión de ganados, tales eran Francisco Rosillo (que camaleonicamente pasaba de denunciado a acusador), Alonso Rosillo, Antón Montoya o Diego de Alfaro. Destacar entre los propietarios de viñas el grupo de los escribanos que invertían los ingresos generados en sus oficios en la compra de majuelos. Aunque el sentido de las inversiones cambiaban con los tiempos, el escribano Miguel Sevillano poseía una hacienda de majuelos heredada de sus suegros Juan de Robledo y María de Montoya, pero supo deslizarse con habilidad hacia el campo ganadero.

Nos puede parecer una contradicción que los dueños de ganados estuvieran entre los más importantes propietarios de viñas. Pero tal contradicción no era tal, pues los ganaderos introducían los ganados en sus propias viñas. Era contra esta práctica contra la que iban las ordenanzas de 1562, pues al estar las viñas juntas o separadas por angostas sendas, los ganados acababan comiéndose viñas de los vecinos. El peligro era denunciado fundamentalmente por los pequeños propietarios de majuelos, que además de la desconfianza con la que veían la concentración de propiedades en pocas manos, veían día a día el peligro de ruina de sus haciendas, amenazadas por los principales beneficiarios de las compras, poseedores de ganados.

Las ordenanzas de 26 de febrero de 1562 tenían por objetivo la guarda de las viñas, pero fueron justificadas por la necesidad de guardar los pinares recién plantados y la salvaguarda de unos olivares imprescindibles para una villa necesitada de aceite. Aunque iban mucho más allá. comenzaban por denunciar las ausencias de encinares en el término municipal y recordaba como las carrascas de las dehesas estaban aniquiladas, especialmente en la zona norte y los términos de las aldeas de Perona y Villar de Cantos, donde los ricos del pueblo concentraban sus tierras. A las viejas ordenanzas que regulaban la corta de leña o recogida de la bellota únicamente con licencia o albalá del ayuntamiento, se unían ahora nuevas regulaciones mas punitivas para la conservación de los pinares y olivares. En el caso de los olivos, las penas iban de los doscientos maravedíes por la corta de ramas a los cuatrocientos por comerse los árboles, ochocientos por arrancar un pie de árbol, y hasta mil maravedíes para los propietarios que entraran con más de cien cabezas de ganado.

Las ordenanzas de 1562 se detenían especialmente en uno de sus capítulos en las viñas, por ser la prinçipal grangería de la villa. Don Diego Torrente Pérez examinó el expediente sobre dichas ordenanzas existente en Simancas, donde fueron enviadas para su confirmación por el Consejo Real (8). Aunque transcribió algunas probanzas de testigos, no lo hizo con las ordenanzas. La razón es la dificultad de lectura que presentan por el deterioro y calado de las tintas ferrogálicas, que por su acidez superponen la escritura del haz y del envés de los folios. En realidad las ordenanzas son las mismas que las existentes en el Archivo Histórico de San Clemente, confirmadas por el Consejo Real en 1584, con la salvedad, que, a instancias del gobernador Carlos de Guevara, se suprimieron las ordenanzas 16, 17 y 20. En estas ordenanzas de 1584 falta la cabecera de las mismas, cuya imagen reproducimos supra. Dichas ordenanzas en lo referente a viñas venían a mandar que se penara con cinco sueldos, de a ocho maravedíes y medio, por cada tres vides con fruto que el ganado comiere. La pena iba íntegra para el dueño de la viña perjudicado. El problema radicaba en que por tradición las viñas sin fruto comidas por el ganado no se penaba. Una vez acabada la vendimia, las grandes propietarios de viñas, que lo eran también de ganados, entraban sus ovejas en los viñedos cual si fueran agostaderos o campos adehesados y se comían los pámpanos o sarmientos de las vides propias y, por ser colindantes los majuelos, de los ajenos, incluyendo obviamente los olivares recién plantados. La práctica de los ganaderos perjudicaba a una población pobre, que acabada la vendimia recogía las uvas residuales que quedaban en las cepas. Por esa razón, se establecieron las mismas penas tanto para las viñas con fruto o sin fruto, pero se añadió que el atrevimiento de entrar en las dichas viñas con manadas de más de cien cabeças, y haga daño o no lo haga, por cada una vez que entrare de día en cada viña, mill mrs.; y si fuere manada de cien cabeças abaxo, por cada una vez que entrare de día, pague por cada cabeça diez mrs. Las penas se doblaban de noche y se repartían en tres tercios entre dueño de villa, denunciador, que solía ser el anterior, y juez que sentenciare.

Los veinte años que tardaron en ser confirmadas las ordenanzas dan fe del conflicto de intereses entre ganaderos y vinateros. Tal confirmación en fecha tan tardía llegaba demasiado tarde. El intento regeneracionista de la agricultura de San Clemente de mediados de siglo había fracasado. El intento de autarquía en el abasto de aceite había fracasado, los azafranales que se plantaron hacia 1550 fueron pisoteados y destrozados por los ganados. Tan solo los pinares Viejo y Nuevo aguantaron, en un legado que ha llegado hasta nuestros días, pero las dehesas del norte del pueblo fueron arrasadas, cuando no vendidas, caso de Villar de Cantos a ricas familias, como los Ortega. Pero ganados y viñas continuaron con un crecimiento desordenado, donde podía más la ambición de enriquecimiento de los ricos que la explotación racional de la tierra.  La uva se comenzaba a coger antes de madurar. El ayuntamiento de 3 de septiembre de 1580 intentaba extender el carácter religioso de la fiesta de la Vera Cruz del 14 de septiembre a un día que fijara el desvedamiento para vendimiar la uva. Aunque lo peor de todo fue la extensión de la vid a terrenos con suelo de mejor calidad, pero no aptos para el cultivo de la vid y hasta entonces ocupados por el cereal. La pérdida de calidad de la uva, vino acompañada con una mengua de las cosechas de trigo, justo en un momento en que el granero villarrobletano (que también había extendido su cultivo de trigo a suelos pobres) entraba en crisis. El resultado fue la terrible de crisis de final de siglo. Una población hambrienta fue presa de la peste de julio de 1600, con las consecuencias ya conocidas.

Los contemporáneos fueron conscientes del mal que se avecinaba. El ayuntamiento de seis de noviembre de 1582 prohibió plantar más viñas, porque se estaba reduciendo la producción de trigo y se estaba acabando con los barbechos que servían de pasto para los ganados. Aunque algunas decisiones del ayuntamiento, ya tomadas desde el mismo momento de implosión de la plantación de viñas fueron tan erróneas como letales. Nos referimos a la prohibición confirmada por ordenanzas y acuerdos municipales reiterativos de levantar valladares en torno a las viñas y otras propiedades particulares. Se impidió una política agraria de enclosures, como la que se estaba desarrollando en Inglaterra por las mismas fechas. Pero eso era pedir demasiado para la España del siglo XVI. Hacia finales de siglo, la explotación de las viñas presenta una imagen anárquica: los ganados campando a sus anchas y los pobres, aliviando su necesidad, hurtando las uvas y sarmientos de las cepas.

Pero la crisis de las viñas en estos años tenía causas propias y ajenas a los intereses ganaderos. Entre ellas, la principal y no reconocida, era la evolución de los salarios de unos jornaleros que luchaban por mejorar su trabajo. Ahora, en una villa en ebullición urbanística, podían elegir entre emplearse en el campo o como albañiles en las edificaciones civiles y privadas que se levantaban. Ya en los acuerdos municipales de 1548 hay obsesión por fijar los salarios en una tasa variable según la época del año, pero que en ningún caso debía exceder de real y medio o de un real, en el caso que el jornalero fuera mantenido, es decir, se le diera de comer. Preocupaba tanto o más el que los jornaleros no tuvieran residencia fija y anduvieran de pueblo en pueblo a la búsqueda de mejores condiciones salariales. Los jornaleros eran acusados de su poca predisposición al trabajo, no respetando la jornada de sol a sol. Por tal razón, el trabajo reglamentado a jornal fue muy mal visto (el morisco Alonso de Torres había trabajado a jornal a su llegada a San Clemente en 1571, y sus vecinos se lo recordaban como una deshonra), fue en parte sustituido por el trabajo a destajo, donde los trabajadores ganaban salarios superiores a cambio de mayores exigencias: los podadores cobraban dos reales y medio por el trabajo de una aranzada (unas ochocientas cepas). Pero la presión de unos trabajadores que podían vender su fuerza de trabajo en la multiplicidad de labores, llevó a una excesiva reglamentación del trabajo, que, para el caso de las viñas, recogía el transporte de los cuévanos o la aportación de medios propios.

La rebelión de los jornaleros, que tenía mucho más de holganza, porque muchas vezes salían tan tarde que hera pasado mucha parte de aquel día, que de movimiento organizado, llegó hasta el Consejo Real, que por provisión de 13 de junio de 1552 ordenó cumplir las viejas ordenanzas que obligaban a los jornaleros a acudir a las plazas públicas a alquilar su trabajo al alba de cada día, con todas sus herramientas y con sus mantenimientos, y permanecer trabajando hasta la puesta del sol. La fijación de los jornales correspondía a los concejos. Pero la tasación de los jornales iba contra los tiempos, más entre unos jornaleros a los que se abría una amplia panoplia de trabajos y que, en palabras del Consejo Real, se comportaban como mercenarios a la hora de alquilar sus servicios. Las condiciones laborales, doradas a mediados de siglo, empeoraron a partir de los años setenta. Los motivos fueron que la sociedad sanclementina se quebró tras la guerra de los moriscos de 1570 y, sobre todo, que el impulso constructor de edificios religiosos, civiles y particulares, que en la villa venía arrastrándose desde los años cuarenta, comenzó a agotarse. Don Diego Torrente recogió las ordenanzas que la villa fijó en los acuerdos concejiles de 5 de marzo de 1570
Primeramente, que en los meses de março, abril e mayo se les dé a los podadores y cabadores por cada un día, a cada uno, dos reales e un quartillo de vino, manteniéndose ellos de lo demás; y si les dieren de comer, les den real y medio; y que los tales jornaleros sean obligados a salir e yr a la lavor, en estos tres meses, a las syete oras de la mañana, y que no salgan de la lavor hasta puesta de sol.
Yten, que el tienpo que durase la vendimia e cosecha de huva, se dé a cada peón para pisar, real y medio y de comer; e para vendimiar, un real y de comer; e las mugeres e zagales, a veynte mrs. e de comer (9)

El agravamiento de las condiciones laborales venía marcado por unas condiciones laborales que se retrotraían a veinte años antes, con cierta degradación de los oficios mejor pagados, como podadores y pisadores, que veían recortado el mantenimiento a medio litro de vino diario, sin aportación de pan o carne; pero la verdadera devaluación de los salarios venía del proceso inflacionario de precios vivido en el siglo XVI. Según Hamilton, si hasta 1535 los precios marcan en sus fluctuaciones contradictorias oscilaciones al alza y la baja, que provocan, en su brusquedad, cierta estabilidad de los mismos a largo plazo, a partir de la segunda mitad de los años treinta el ascenso es generalizado y podemos decir que brutal en la década de los cuarenta, especialmente en Andalucía y Castilla la Nueva. Pero lo peor estaba por venir, en la segunda década del siglo los precios se duplicarían (10). Las decisiones que hemos visto del concejo sanclementino en materia del salario, se acercaba a la congelación de salarios: en 1570 se imponían los salarios de 1550, e incluso se rebajaban, reglamentando y extremando la duración del tiempo de trabajo. En ese periodo los precios de las cosas costaban un cincuenta por ciento más. Los jornaleros sanclementinos, como otros de Castilla, habían perdido la batalla, viendo la subida de precios en la década de los cuarenta y las amplias posibilidades de trabajo existentes, consiguieron ciertas mejoras hacia 1550, pero fueron transitorias. La llegada de setenta familias moriscas en 1570 contribuiría a la bajada de los salarios. No obstante, la sociedad sanclementina no era una sociedad dual, como lo será siglos después; contaba con numerosos estratos intermedios de funcionarios, artesanos y pequeños propietarios. Antes que sociedad campesina era pequeña corte manchega. Este carácter de capitalidad política, fiscal y de servicios de la gobernación del Marquesado de Villena, y luego de su corregimiento, posibilitó que resistiera mucho mejor la crisis de comienzos del seiscientos que otras villas agrarias como Villarrobledo o Albacete. Al menos hasta 1640, luego la naturaleza de la sociedad sanclementina cambió y se hizo más desigual.

La ganadería era el otro gran negocio de la villa. Los poseedores de ganados disponían de hatos que oscilaban entre las dos mil y las cuatro mil cabezas. Sus detractores los señalaban con nombres y apellidos: Alonso de Oropesa, Hernando de Montoya, Ginés Sainz, escribano, Sebastián Cantero, Francisco Rosillo, Gregorio de Astudillo, Juan López de Perona y Francisco de Ortega. Entre los detractores estaban los clérigos, sin duda defensores de las rentas decimales del vino, unas 9.000 arrobas, a pesar de las ocultaciones, más seguras en el cobro que las cabezas de ganado y, cómo no, propietarios de majuelos. Pero los ganaderos comienzan a tener dificultades para encontrar pastos desde los años cuarenta. Primero ven vedado su acceso al pasto e invernada de los pinares de Azraque y La Losa, sitos en los términos de Vara de Rey y Villanueva de la Jara, luego vienen los pleitos con los pueblos vecinos de Cañavate y La Alberca por el acceso a los montes comunales. Especialmente enconado fue el pleito con la villa de La Alberca, provocado por la decisión de esta villa de acotar la mitad de su término y que se prolongaría hasta inicios del seiscientos. Así, los ganados sanclementinos se vieron obligados a pasar los puertos de Alcaraz y Chinchilla para herbajar en la invernada. Pero las condiciones ahora eran más gravosas, si Alcaraz incrementó en 1555 los derechos de montazgo de cada cabeza de ganado lanar hasta los doce maravedíes, las condiciones no eran mejores en los puertos de Chinchilla, donde Albacete pretendía cobrar un nuevo derecho a los ganados, correspondiente al pago de los puertos secos, por encontrarse la villa de Albacete a doce leguas de la raya, frontera, del Reino de Aragón.

Cuando en los años ochenta llega Rodrigo Méndez para averiguar la riqueza de las villas del Marquesado, su visión del estado de las haciendas privadas choca con las quejas lastimeras de los vecinos. Rodrigo Méndez ve una realidad de opulencia y riqueza en manos de los llamados ricos. Los vecinos se quejan del estado lastimero de unas tierras arruinadas. Las pesquisas para averiguar el fraude de las rentas reales, en la villa de San Clemente, se centran particularmente en las ocultaciones en la venta de cabezas de ganado. Ahora San Clemente ya no nos aparece como la abastecedora de vino para las regiones comarcanas sino como abastecedora principal de carne de pueblos como Belmonte y de la propia ciudad de Cuenca. Este dominio temporal de los ganaderos en la villa de San Clemente va acompañada de una crisis de poder. La desaparición de la primera escena política de los Castillo hacia 1550; la posterior lucha de bandos que se desató en 1553, de la que saldrían como grandes perdedores los Origüela, afianzó el poder local de las familias de ganaderos que marcarían el rumbo de la política sanclementina el último tercio del siglo XVI.

 El dominio de los propietarios de ganados, ahora plenamente integrados en las rutas trashumantes, hacia los puertos de Alcaraz o Chinchilla, parece acabar con la república de tenderos, entre cuyos tratos destaca el del vino. La plaza del pueblo, que antaño era el centro de tiendas como las del tabernero Gonzalo de Tébar, que obtenía ocho maravedíes por arroba de vino vendida en 1548, ve como los bajos de las casas se quedan vacíos. Los comerciantes, coincidiendo con las obras de la Iglesia y el Ayuntamiento, abandonaron la plaza para refugiarse en el Arrabal. Este barrio y sus vecinos, alejados del poder local, pareció revivir con sus tiendas, sus artesanos y la llegada de nueva población morisca en los años setenta. La sociedad sanclementina se hizo dual. Mientras el Arrabal adquiría una vida propia, ajena a la agricultura, los ganados recorrían los campos esquilmando ya no solo las viñas o pinares del sur, sino los campos de cereales y dehesas del norte, en manos de grandes señores. Incluso el atrevimiento en su dominio les llevaba a pastar en los cebadales cercanos al pueblo. La reacción no se hizo esperar y vino de dos personajes principales del pueblo: don Juan Pacheco Guzmán, alférez de la villa, que había recibido por su casamiento con Elvira Cimbrón, la herencia de los Castillo en Perona, y el doctor Cristóbal de Tébar, cura de la villa. Coincidiendo las crisis pestíferas y de subsistencias de comienzos de siglo, los Castillo, ahora bajo el apellido Pacheco, y los Origüela, de la mano de la rama familiar de los Tébar, volvían al primer plano de la política municipal.

Tanto don Juan Pacheco como el doctor Tébar eran hombres que venían del pasado, ambos había nacido hacia 1550 y morirán a mediados de la década de los veinte del siglo posterior. Don Juan Pacheco representaba los intereses cerealistas, heredados de su abuelo político Alonso de Castillo: 3.500 almudes en Perona. A las heredades de Perona unía otras en San Clemente y en Villarrobledo; en esta última villa, en la que poseía la heredad de Sotuélamos, había entrado en conflicto con los intereses de la Mesta. Los conflictos con los ganaderos de don Juan Pacheco Guzmán, alférez mayor de la villa de San Clemente, se extendieron a esta última villa, aunque adquirieron la veste de un conflicto político por la primera instancia y la supresión de los cargos alcaldes. El doctor Cristóbal de Tébar, cura del pueblo, por tradición familiar, y como controlador de la tazmía y rentas decimales, estaba inmerso en el negocio del vino. Se recuerda a menudo la cesión de 53.000 vides de majuelo nuevo en la finca de las Cruces al Colegio de la Compañía Jesús, pero se olvida que a comienzos de siglo había comprado, junto a su hermano el indiano Diego, otras 9.500 cepas en la finca de Matas Verdes. A nosotros nos interesa esta última compra, porque iba acompañada de otros novecientos almudes de tierras de pan llevar. Si las heredades de la finca de las Cruces, en Casas de Fernando Alonso, acompañadas de 500 almudes de trigo, aún mantenían en la duda al cura, la apuesta de ambos hermanos Tébar era ya clara por el cereal en la finca de Matas Verdes (11). De hecho, las heredades de Matas Verdes acabarían en su sobrina María de Tébar Aldana, mujer de Pedro González Galindo, y después en sus herederos los Piquinoti, que se garantizaron con un juro situado sobre las rentas reales del Marquesado de Villena la cantidad anual de 1.950 fanegas de trigo.

Sin embargo, los grandes triunfadores de la villa de San Clemente del siglo XVII no fueron ni el alférez Juan Pacheco ni el doctor Tébar. Los herederos del primero abandonaron el pueblo, aunque no sus propiedades, el segundo cedió sus bienes a los jesuitas ante la presión inquisitorial y sus herederos los Piquinoti fueron repudiados en el pueblo. Los grandes triunfadores fueron los Ortega. Don Rodrigo de Ortega sentó las bases de la riqueza familiar en torno a las propiedades cerealistas de Villar de Cantos y de Vara de Rey, pero nunca se olvidó de sus ganados. Sí entraron en una fase de declinar irremediable las viñas, como un estertor de aquel pasado glorioso en que las viñas inundaban ininterrumpidamente el paisaje sanclementino, todavía en 1664 la villa concede un donativo de 2.000 ducados de vellón condicionado a la apertura durante nueve años de una taberna pública en Madrid para vender el vino en la Corte.


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(1) MARTÍNEZ MARTÍNEZ, Fco. "Estructura rural de San Clemente" en CUENCA.23/24. 1984, pp. 7-56)
(2) AGS, CRC, 493-1, Ordenanzas de San Clemente de 1562
(3) AGS, EMR, leg. 571. Fianzas e informaciones de abono de los arrendadores de rentas reales de los partidos del Marquesado de Villena, ciudad de Murcia, Segura de la Sierra y Alcaraz. 1508(4) AMSC. ESCRIBANÍAS. Leg. 28/1
(5) AMSC. AYUNTAMIENTO. Leg. 1/2, nº 36
(6) Nomenclátor de algunos pueblos de España con los vecinos y rentas que pagaban. BIBLIOTECA DEL REAL MONASTERIO DEL ESCORIAL. Manuscritos castellanos L. 1, 19, fol. 113 vº)
(7) AGS. EXPEDIENTES DE HACIENDA. Leg. 202, fol. 6-XIV. Averiguación de rentas reales y vecindarios del Marquesado de Villena. 1586
(8) TORRENTE PÉREZ, Diego: Documentos para la Historia de San Clemente. 1975, TOMO I, pp. 347 y siguientes.
(9) TORRENTE PÉREZ, Diego: Documentos para la Historia de San Clemente. 1975, TOMO II, pp. 40-44.
(10) HAMILTON, Earl J.: El tesoro americano y la revolución de los precios en  España, 1501-1560. Barelona. Ariel. pp. 199 y siguientes
(11) ARCHIVO GENERAL DE LA UNIVERSIDAD DE NAVARRA. FONDO PÉREZ SEOANE. Familia Piquinoti, Posesión por parte de don Francisco María Piquinoti, como marido de Dª Antonia González Galindo, del mayorazgo fundado a favor de su mujer. 21 de enero de 1639.
AMSC. AYUNTAMIENTO. Leg. 4/14. Expediente de fundación del Colegio de la Compañía de Jesús de San Clemente, en virtud de los legados del doctor Cristóbal de Tébar, cura propio de la Iglesia Mayor de Santiago. Años 1613-1620 (hay transcripción de los documentos en Diego Torrente Pérez, Documentos para la historia de San Clemente, tomo II, 1975, pp. 289-295

ANEXO. Probanza de testigos de las Ordenanzas de 1562

Francisco del Pozo, clérigo,
Juan Sánchez de Palomares, clérigo
Antonio Galindo
Tristán de Pallarés, clérigo
Diego González, clérigo
Juan Cañamero, clérigo
Gregorio del Castillo, el viejo
MIguel García Macacho
Hernando de Origüela, hijo e Hernando Origüela
Juan de Mérida
Gaspar de Sevilla
Antón de Ávalos, regidor
Domingo de Vicen Pérez, alcalde de la hermandad
Diego Sánchez de Origüela
Francisco de la Fuente Zomeño
Diego Vázquez, 44 años
Gonzalo de Iniesta, 48 años
Alejo Rubio, 60 años
Miguel López de Vicen López, procurador de la villa, 48 años
Juan de Garnica, procurador del número, de 35 años
Francisco del Castillo Villaseñor, 35 años
Bartolomé Jiménez de Atienza
Alonso del Campo
Francisco Moreno
Licenciado Pomares
Francisco de Zorita, alguacil mayor del Marquesado de Villena






miércoles, 24 de agosto de 2016

Las dehesas de las Vaquerizas y el Picarazo en las Pedroñeras y los conflictos con la Mesta

El adehesamiento por las villas de los pastos comunes de la antigua tierra de Alarcón supuso un freno al desarrollo ganadero de aquellas villas que no disponían de pastos o simplemente los que tenían eran insuficientes por el auge económico y demográfico de la primera mitad de siglo. En este contexto se dieron situaciones paradójicas como la que aquí presentamos: la alianza entre la villa de San Clemente y el Honrado Concejo de la Mesta frente a la villa de las Pedroñeras.

En la década de 1540, la villa de Las Pedroñeras había cerrado la llamada dehesa de las Vaquerizas e impedido el acceso a la misma que tenía tanto San Clemente, y otras villas del suelo de Alarcón, como la Mesta para el pasto de sus respectivos ganados. Esta extraña alianza fruto de un interés común se presentó un trece de octubre de 1556, cuando el procurador de la villa de San Clemente Alonso de Belmonte denunció a la villa de las Pedroñeras ante el alcalde entregador Diego Calderón y ante el alcalde mayor del marquesado licenciado Marquina

a noticia de la dicha villa su parte avía venido que la dicha villa de las pedroñeras hazía y tenía hecha cierta dehesa vedada en do dezían las vaquerizas que hera término y pasto común y suelo de alarcón y por ser en perjuyzio de la dicha villa su parte e vezinos della de justizia el dicho alcalde entregador devía mandar deshacer la dicha dehesa para que fuese pasto común de la dicha villa su parte y a las demás comarcanas del suelo de alarcón

A las quejas de la villa de San Clemente se unió el procurador de la Mesta que, en términos similares, expuso los agravios que sufrían los ganados del Concejo

avían hecho una dehesa en el pasto común de los ganados de la cabaña real ansí de los estantes como de los pasantes que a ellos tenían derecho y de los pueblos comarcanos que en ello tenían comunidad y derecho de poder pascer y pastar con sus ganados por ser término común

El acotamiento de la dehesa de las Vaquerizas iba acompañada de un rompimiento de tierras y la sembradura de cien fanegas de terreno. La Mesta veía peligrar sus privilegios y más si pensamos que la cañada real conquense de los Chorros recorre de norte a sur todo el término de las Pedroñeras. La respuesta de las Pedroñeras vino de su procurador que alegó que el cerramiento y acotamiento de la dehesa de las Vaquerizas se había hecho tras obtener licencia real, al igual que la había obtenido la villa de la Alberca con quien se compartía, para pagar el servicio ordinario y extraordinario con el fruto de su arrendamiento.

El proceso de acotamiento de dehesas por las Pedroñeras no se limitaba a las Vaquerizas; por la misma época la villa afrontaba otro contencioso con la Mesta por el cierre de la dehesa del Picarazo y la roturación de 60 fanegas de tierra. Las contradicciones de los acotamientos salían a la luz de nuevo, sin dar una credibilidad absoluta a la villa de las Pedroñeras que primero declaraba haber cerrado la dehesa para responder a una provisión real de conservación de montes y después decía tener licencia real para cerrar esta dehesa y dedicarla a dehesa boyal para sustentación de las bestias de sus vecinos, era claro que las exigencias fiscales y militares de la corona (entre ellas la reciente petición de cría de ganado caballar para el ejército), iban acompañadas por las respuestas de los pueblos solicitando arbitrios (léase uso privativo de sus propios y comunes frente al uso comunal consuetudinario) para hacer frente a las nuevas peticiones. La realidad era que los arbitrios se usaban, aun sin licencia real, y que el interés general que procuraba la corona se trocaba en uso de los arbitrios en beneficio particular de algunos vecinos.

La sentencia del alcalde entregador y el alcalde mayor de 14 de octubre sería condenatoria para el concejo de las Pedroñeras en el caso de las dos dehesas, obligándole a permitir el pasto común en las mencionadas dehesas y condenándole a pagar 4.500 maravedíes por la dehesa de Picarazo y otros 4.500 maravedíes por la dehesa de las Vaquerizas. La sentencia condenatoria elevaba en su evaluación la tierra roturada hasta 600 fanegas en el primer caso y 800 almudes en el segundo. Formaban entonces el ayuntamiento de las Pedroñeras los alcaldes ordinarios, Francisco Martínez Sancho y Francisco Gómez, y los regidores Andrés Sánchez de Pedro Gómez y Marco Castellano.

La villa de las Pedroñeras apelaría la sentencia ante la Chancillería de Granada que por ejecutoria de 15 de junio de 1564 le daría en parte la razón sobre la dehesa de las Vaquerizas, anulando la pena pecuniaria impuesta a los alcaldes y regidores pedroñeros, pero ratificando lo sustancial de la condena: el libre paso a la dehesa de los ganados de la Mesta y de los comarcanos. La ejecutoria seguía a otra de 9 de julio de 1560 que ratificaba la sentencia del alcalde entregador en su totalidad, incluida penas condenatorias, en el caso del Picarazo, y que a su vez sería nuevamente confirmada por la Chancillería de Granada el 1 de noviembre de 1561. Pero entre las sentencias de 1561 y la de 1564 algo había cambiado: la anulación de las penas a los justicias y regidores de la villa de las Pedroñeras. Eso era lo mismo que darles el beneplácito para continuar con sus procesos de acotamientos y roturaciones






Archivo Histórico Nacional,DIVERSOS-MESTA,153,N.4.  Ejecutoria contra la villa de Pedroñeras sobre roturación en los pastos (dehesa del Picarazo). 1561


Archivo Histórico Nacional,DIVERSOS-MESTA,153,N.5 Ejecutoria contra la villa de Pedroñeras sobre roturación en los pastos (dehesa de las Vaquerizas). 1564

Imagen: moneda de dos cuartos, equivalente a dos maravedíes, de la época de Felipe II, acuñada en la ceca de Cuenca  (Colección particular)

martes, 23 de agosto de 2016

San Clemente y la Mesta a mediados del siglo XVI

Escudo Honrado Concejo de la Mesta
Hacia 1542 los ganados de Juan Garcés Marcilla, ganadero y hermano de la Mesta, pasan por los términos de la villa de San Clemente. Contaba la villa con varios caballeros de sierra encargados de velar por el cumplimiento de sus ordenanzas y velar por la integridad y aprovechamiento de sus términos. Asensio de Zahorejas, Gil Rubio y Gil Martínez, caballeros de sierra, junto a varios vecinos aprehenderán diez carneros al ganadero, que acudirá al alcalde entregador pidiendo justicia y la restitución de los diez carneros o una indemnización de doce reales por cada uno de ellos. Previamente la justicia ordinaria, de la mano del alcalde mayor doctor Gamonal había absuelto a las caballeros de sierra, que, en su opinión, se habían limitado a hacer cumplir las ordenanzas de la villa.

El conflicto entre San Clemente y la Mesta no era cosa menor, pues la villa salvo en su límite meridional estaba fuera de los circuitos trashumantes, ya sean vías mayores como las cañadas o menores como cordeles y veredas. La cañada real conquense abandonaba la provincia de Cuenca, en uno de sus ramales, el de los Chorros, por las Pedroñeras y las Mesas camino de la sierra de Alcaraz y en dirección al valle de Alcudia, y el otro ramal, en el de los Serranos, se dirigía por Casas Benítez y la Roda hacia hacia el puerto de Chinchilla y de ahí a tierras murcianas. La situación de la villa de San Clemente en la red viaria de las cañadas reales se puede ver en el enlace adjunto.

Cañada real conquense



Así pues la villa de San Clemente se enfrentaba a la pretensión de la Mesta a su derecho a disfrutar de cualquier pasto perteneciente a los términos de los concejos, con exclusión únicamente de las llamadas cinco cosas vedadas: panes, viñas, huertas, dehesas y prados de guadaña. Las villas querían ver lejos a los ganados trashumantes, más si tenemos en cuenta que la disposición de pastos comunales era muy limitada por las restricciones y acotamientos de los pastos pertenecientes a la antigua tierra de Alarcón y que ahora las villas se arrogan para uso privativo de sus vecinos. Ya citamos en su tiempo el caso de Vara de Rey, que aplicaba la costumbre local frente a la Mesta de considerar las reses de los hermanos mesteños como mostrencas o extraviadas y aplicar su valor al sostenimiento de la Cofradía de Nuestra Señora de la Concepción para la salvación  de ánimas del Purgatorio existente en el lugar. Creemos que en el caso de San Clemente, se intentaba entorpecer el paso de los ganados trashumantes acogiéndose al derecho de borra y asadura (que por privilegio detentaba la villa de Alarcón y que San Clemente se pretendía subrogar como antigua aldea suya). Villanueva de la Jara ya había tenido un pleito similar con la Mesta. En tiempo de los Reyes Católicos había perdido un pleito, al tratar de llevar, también como antigua aldea de Alarcón, una borra de cada cabaña y hato a los ganados que entraban en sus términos de paso para invernar y herbajar en el campo de Cartagena, y defender la facultad de sus caballeros de la sierra de llevar prendas y penas. La Mesta procuró sacar traslado de esta ejecutoria, ganada el 25 de agosto de 1487, casi setenta años después como jurisprudencia de apoyo para sus alcaldes entregadores, lo que daba cuenta del valor jurídico que atribuían a dicha ejecutoria.

Mientras que el procurador de la Mesta simplemente alegaba el derecho de los ganados de la asociación a disfrutar de los pastos y aguas de sus términos comunales, la villa de San Clemente incidía en el hecho de que los ganados de Garcés Marcilla se habían apartado de las vías pecuarias, que pasaban por el extremo sur del término municipal

los dichos ganados no auían guardado el viaje que deuían guardar e proseguir antes auían tornado hazia atrás y auían rrevuelto el dicho ganado y se avían querido aprovechar de los aprovechamientos de la dicha villa

La Mesta antepuso sus privilegios a las ordenanzas de la villa de San Clemente

porque conforme a los preuillegios de sus partes podían yr y pasar por libremente por todos los términos comunes e valdíos de todas las ciudades villas e lugares de nuestros rreynos libremente e syn pena alguna paciendo las yeruas y bebiendo las aguas ... no hazía al casso las hordenanzas que dezía que thenía la dicha villa porque aquéllas no se entendían con sus partes 

Asimismo la Mesta daba a la palabra cañada un sentido mucho más amplio que comprendía tanto la vía de anchura de 90 varas y sus ramales menores por donde circulaban sus ganados como cualquier parte de los términos de los concejos no incluidos en las llamadas cinco cosas vedadas

menos se podría dezir que sus partes avían de yr por cañada por todos los términos de la dicha villa porque cañada solamente se entendía y avía lugar entre las cinco cosas conthenidas en el dicho preuillegio

La sentencia de 9 de mayo de 1542 del alcalde entregador de la Mesta, Bernardo de Quirós, revocaría la sentencia del doctor Gamonal, recordando las penas impuestas por contravenir los privilegios de la Mesta e impedir el libre paso de sus ganados; además sería ratificada cinco años después por la Chancillería de Granada, el 30 de abril de 1547

fallo que deuo de mandar e mando a los dichos asensio de çahorejas e gil martínez e gil rruuio caballeros de sierra e otros qualesquier caballeros de sierra que aora son o fueren de aquí adelante que no prenden ni maltraten los ganados de los hermanos del concejo de la mesta contra sus preuillegios antes los dexen yr e pasar conforme a ellos so pena de cinquenta mill marauedís e por auer prendado los dichos diez carneros y aprouechádose de ellos por su propia autoridad condeno a los dichos çahorejas e gil rruuio y gil martínez y a cada uno dellos yn solidum a que los vuelvan e rrestituyan libremente e por cada carnero seys rreales con más pena del tress tanto del dicho valor de los carneros

La carta ejecutoria de la Chancillería de Granada llegaría, para ser obedecida, al ayuntamiento de San Clemente un veinte de mayo de 1547. Por entonces componían su ayuntamiento cinco regidores perpetuos que habían comprado sus oficios unos años antes, tras el establecimiento de esta figura en 1543. Sus nombres Francisco de los Herreros, Sancho López de los Herreros, Cristóbal de Tébar, Hernando del Castillo y Alonso García. Es decir, dos Herreros, un Origüela, un descendiente del alcaide de Alarcón y el primero de los García Monteagudo. Completaban el ayuntamiento los alcaldes ordinarios Felipe de Segovia y Miguel López de Ávalos.

Prueba del valor que la Mesta concedía a la carta ejecutoria es que el procurador de la Mesta pidió se le devolviese el original para ser mostrado a otras villas con las que mantenía pleitos y los varios traslados que de la mencionada carta se sacaron.

El drama para la villa de San Clemente era ya no tanto que tuviera que soportar el paso ocasional de algún ganado de los hermanos de la Mesta, sino la dificultad para encontrar pasto para sus ganados propios. Desde mediados de siglo los pleitos se acumulan por el cierre de las villas de sus pastos, imposibilitando el acceso de ganados foráneos que se acogían para su disfrute al derecho que les daba la misma pertenencia al suelo de Alarcón. San Clemente mantendrá un contencioso con Villanueva de la Jara al respecto desde 1618, y durante treinta años, por el cierre del pinar de la Losa. Pleitos similares se mantendrían con El Cañavate y La Alberca; aunque San Clemente vio reconocido el acceso a estos pastos en la Chancillería de Granada, las trabas para su ganado cada vez eran mayores. La solución vendría dada en el quinientos con la integración de los ganados sanclementinos en las rutas de la trashumancia hacia los puertos de Alcaraz y Chinchilla. Por un documento aportado por don Diego Torrente Pérez, con ocasión del vedamiento del pinar de Azraque sabemos que la cabaña lanar sanclementina en 1530 estaba próxima, según la declaración de Juan Sevilla a cien mil cabezas. La cifra es muy alta y a pesar de que por aquella época el término sanclementino era mucho más amplio, pues incluía Vara de Rey; el número sigue siendo difícil de asimilar si  no es pensando en la integración de dicha cabaña en los circuitos trashumantes con destino Chinchilla y Alcaraz, hecho que reconocían los diferentes testigos. Esa integración de los ganados en los circuitos trashumantes es algo comprensible si tenemos que el término de Vara de Rey era cruzado por la cañada real de los Chorros en dirección a Alcaraz y que por el sur del término de San Clemente discurría la vereda de los Murcianos que unía la cañada referida con la de los Chorros y conducía hacia los pastos murcianos. Los testimonios de fines de siglo que adjuntamos del ganadero Miguel de Perona prueban dicha integración. Para entonces la villa contaba ya con varios ganaderos con hatos que oscilaban entre las dos mil y las cuatro mil cabezas. Algunos de sus nombres, además de Miguel de Perona, eran Antonio García de Monteagudo y su madre María Álvarez de Tébar, Ginés de la Osa o los regidores Diego de Alfaro y Juan de Oropesa, de quienes nos ha quedado constancia en las averiguaciones que en 1586 hizo Rodrigo Méndez, administrador de rentas reales.



Documentos adjuntos


Carta de pago del ganadero y regidor de San Clemente Miguel de Perona. Pago de servicio y montazgo de Chinchilla. Año de 1594. Archivo Municipal de San Clemente, Sección Ayuntamiento




Licencia de la ciudad de Alcaraz para que Miguel de Perona pueda pastar con sus ganados en la sierra. 27 de octubre de 1589. Archivo Municipal de San Clemente, sección Ayuntamiento


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Archivo Histórico Nacional, DIVERSOS-MESTA,181, N.1d. San Clemente (Cuenca). Traslado de ejecutoria sobre aprehensión de ganados de la Mesta, 2 de noviembre de 1553

viernes, 8 de abril de 2016

¿Mulas o caballos en el Marquesado de Villena?

Hacia 1562 las mulas se iban imponiendo en la labranza en el espacio manchego y en el territorio del Marquesado de Villena. La reproducción de mulas cambió radicalmente la cría de ganado caballar: cada vez eran más la yeguas que se echaban al garañón, asno destinado a la reproducción, para la crianza de mulas. Eso iba en detrimento de la cría de caballos, necesarios a la Monarquía para fines militares. Se intentó remediar la situación con la real cédula de 23 de octubre 1562, que intentaba hacer un registro de las yeguas y potrancas existentes en los pueblos y se conminaba a alcaldes y regidores en sus ayuntamientos a que trataran de las posibles medidas de la cría caballar, la compra de caballos de raza para la reproducción (un caballo semental por cada 25 yeguas) y el adehesamiento de parte de los términos de los pueblos para hacerla posible. La segunda parte de la propuesta, para engatusar a los principales de los pueblos, era una serie de franquicias y exenciones sobre huéspedes y deudas; sin duda insuficientes pues el propio gobernador del Marquesado propondría la creación de una nueva nobleza villana, no tanto para la guerra como limitando los cargos de los concejos a aquellos en condiciones de poseer y mantener un caballo.

se proveyese que en las çibdades y villas deste marquesado veçino ni otra persona alguna pueda pedir ni ser elegido ni nombrado a oficio público de conçejo como es a alcalde hordinario o de la hermandad o rregidor o alguazil o escrivano o mayordomo que no tuviere cavallo de valor de diez mill maravedís y dende arriba al tiempo de la election de los tales oficios y lo oviere tenido y sostentado seis meses antes de la tal electión propio suyo avido por sus dineros o de su cría sin fraude ni cautela alguan

Era entonces gobernador del Marquesado de Villena, don Carlos de Guevara, que obedeciendo la orden real, mandaría verederos a los pueblos a comunicarla y recogerían los acuerdos de los ayuntamientos. Martín Gallego, vecino de San Clemente, acudiría a comunicar la orden al primer pueblo que llegó será a La Roda. Su ayuntamiento, reunido el 10 de noviembre, estaba formado por los alcaldes ordinarios Cristóbal Sanz Prieto y Juan de la Serna y los regidores Antonio Fernández de Córdoba, Juan del Campo, Pedro Ruipérez y el ausente Juan Carrasco. El total de ganado caballar (yeguas, potros, potrancas y rocines) en La Roda era de 21 animales, destacando el regidor Juan Carrasco que poseía dos caballos, dos yeguas, dos potros y dos potrancas.
En Iniesta la noticia llegó el 15 de noviembre, su regimiento estaba formado por los alcaldes Juan Núñez y Alonso de Atienza, los regidores Benito García, Miguel Cabronero, Francisco de Lorca, Antón Granero, Martín Mateo y Juan García, y los alguaciles Pedro Clemente y Alonso Cabronero. No tenemos noticias del registro que se debió hacer.
En la villa del Peral el ayuntamiento reunido el 18 de noviembre estaba formado por los alcaldes Pedro Contreras y Alonso de Tórtola, el regidor Sebastián Gómez y el diputado Juan Pérez de Chavarrieta. 10 fueron los animales registrados.

En Barchín la reunión del ayuntamiento fue el 22 de noviembre. Eran alcaldes Pedro Lucas y Benito Vinuesa; regidores, Cristóbal López y Pedro de Liébana; diputados del concejo, Miguel de Piqueras y Pedro de Villalba. Sólo se registraron dos caballos, aunque, eso sí, aprovecharon para cerrar una dehesa del pueblo llamada Ero Rodrigo. De la misma forma procederían otros pueblos. En las Mesas se registraron siete animales.

Hasta marzo del año siguiente no se reanudarían las diligencias. En Vara de Rey era por entonces alcaldes Martín de Buedo y Alonso de Andújar y regidores Diego de Buedo y Ginés de Andújar. Nadie respondió al pregón o no nos ha quedado registro alguno.

En San Clemente el ayuntamiento se reunió el 8 de marzo de 1563. A diferencia de otras villas, presidía el gobernador del Marquesado de Villena, Carlos de Guevara, junto a él, el alcalde mayor licenciado Noguerol de Sandoval, y los representantes ese año de la villa presentes: Pedro de Montoya, alcalde ordinario, Francisco García, Sancho López de Herreros y dos advenedizos en el concejo, Julián Sedeño de Mesa y el licenciado Muñoz. Se echaba de menos algunos regidores de familias conocidos.
Del registro de caballos se puede saber los propietarios de caballos, yeguas y potros que existían en la villa. Era San Clemente una villa más compleja, donde el caballo era símbolo de hidalguía pero donde la presencia de múltiples rocines mostraba la diversidad de la actividad económica de la villa:
  • Francisco de Herreros registro una yegua, dos potros y un rocín
  • Jorge Simón, un potro
  • Francisco Perona, yerno del anterior, un caballo
  • Diego de Haro, un caballo
  • Francisco García, un caballo
  • Andrés de Perona, un caballo
  • Hernán López de Aparicio, un caballo
  • Pascual García, un rocín
  • Alonso Domínguez, un rocín
  • Pedro Martínez del Hito, un rocín para echar a borrica
  • Pedro Ruiz de Segura, un rocín
  • El Bachiller Villanueva, un caballo
  • Francisco de la Carrera, un rocín
  • Luis de Alarcón Fajardo, un rocín
  • Hernán Vázquez de Haro, tres caballos y un rocín
  • Diego Ortega, un caballo y un rocín
  • Esteban Ángel, un cuartago
  • Bernardo de Alarcón Fajardo, un cuartago
  • Pedro López de Garcilópez, un rocín
  • Gonzalo Martínez Ángel, hijo de Cristóbal Ángel, un caballo y un rocín
  • Juan López de Perona, hijo de Gonzalo Martínez, un rocín
  • Juan Rosillo Simón, un rocín
  • Pedro Catalán, un rocín
  • Ginés del Campillo, un cuartago
  • Diego Simón, dos yeguas y un potro
  • Juan de Gálvez, un rocín
  • Francisco de Perona, hijo de Gregorio de Perona, un rocín
  • Hernando de Montoya, un caballo
  • Rodrigo López calderero, dos yeguas, un potro y dos rocines
  • Diego de Ávalos, un rocín
  • Juan de Montoya, un rocín
  • Juan de Orbea Mondragón, un caballo
  • Bartolomé Jiménez de Atienza, un rocín de trabajo
  • Francisco García de Jaén, un rocín
  • Alonso de Oropesa, un caballo y un potro
  • Martín Jiménez, una yegua
  • Don Juan Pacheco, un caballo
  • Gregorio Astudillo, en nombre de Elvira Muñoz, un rocín
  • Lope Aguado forjador, un rocín
  • Pedro de Moya regidor, un potro
  • Bautista de Montoya, un caballo
En Villanueva de la Jara, el ayuntamiento se reunió el 14 de marzo de 1563, eran alcaldes ordinarios Dionisio Clemente y Lorenzo Borgoño y regidores Agustín de Valera, Juan de Caballón, Gregorio Clemente, Pedro de Monteagudo y el bachiller González. Tras el acatamiento de la cédula real, se pregonó en los lugares de Tarazona, Quintanar del Marquesado (estaban presentes Martín de Cabronero, Benito de Ruipérez, Julián Clemente, Juan Donate y Juan Lucas) y Casasimarro. Los tres pueblos aparecen como lugares, lo que nos hace dudar de la fecha de consecución del título de villa de alguno de ellos.
Detallamos la relación de propietarios de caballos y yeguas en estos tres lugares de la tierra de Villanueva de la Jara, inexistentes en Casasimarro y prácticamente en Quintanar y con siete propietarios en Tarazona:
  • Alonso Saiz de Solera, morador de Tarazona, una yegua y dos potrancas
  • Martín Sáiz Barriga, morador en Tarazona, tres yeguas
  • Antón de Gabaldón, morador de Tarazona, una yegua
  • Martín López el mozo, morador en Tarazona, una yegua
  • Juan de Tébar, morador en Quintanar, una yegua
  • Gil Moraga, morador en Tarazona, una yegua
  • Francisco de Mondéjar, morador en Tarazona, una yegua
  • Juan Tabernero el viejo, morador en Tarazona, dos potros
En Villanueva de la Jara no disponemos de datos, pero tampoco había interés por darlos, los intereses agrarios se conjugaban mal con los militares de la Corona

vieron el registro fecho de las yeguas que ay en algunos lugares de la jurisdicción de esta villa y que en ella no se a registrado yegua alguna y que las yeguas registradas son número de diez y no dis puestas para caballo

La ocultación de yeguas fue algo muy común entre los labradores ricos, que se oponían a destinar sus yeguas para cría de caballos con fines militares. Es más, la pragmática de 1562, sería recordada veinte años después, en un inusual memorial conjunto de todas las villas del Marquesado protestarían la política de la Corona como causa de la ruina de la agricultura del Marquesado y la desaparición de las mulas en la labranza:

Las ciudades y villas del Marquesado de Villena que es de lo rreduzido a la corona de v. mt. dizen que en aquella tierra solía aver mucha cantidad de yeguas las quales se echaban al garañón de que rresultaua gran bien y provecho a toda la provincia por ser su principal granjería la labrança y de causa de aver v. mgt. mandado que no se pudiesen echar al garañón sino al cauallo todos se han desecho de las yeguas que tenían porque para este efecto no sirven en aquella tierra, por ser como es pobre de pastos y muy fría por este rrespecto an venido las labranças a mucho menos por falta de las mulas que se solían criar y i v. mgt, se sirviere de hazer merced a aquella provincia podría conseguir sus yntentos en lo tocante a criar cavallos con mandar que la mitad de las yeguas que cada uno tuviere las puedan echar al garañón y la otra mitad al cavallo y con esto se animaran a tenerlas y procurarán que las que ovieren de echar al cauallo sean de buena raça y castizas para que no aya fraude en la mitad que ovieren de echar al cauallo, convernía que v. mgt. mandase que a todas estas yeguas se les echase un yerro o marca para que fuesen conocidas y que estas tales no se pudiesen echar al garañón con lo qual se acrecentaría la labrança en toda aquella tierra y se aumentarían los cauallos y rrecibirían de v. mgt. particularísima merced
(Memorial de las ciudades y villas del Marquesado de Villena al secretario de Felipe II, Juan Vázquez, con fecha 22 de julio de 1583)

La Monarquía en esa fecha seguía defendiendo la crianza de caballos frente a las mulas. En un memorial de 9 de marzo de 1580, el gobernador del Marquesado de Villena centraba sus esperanzas en poder cerrar la dehesa del Calaverón de Villarrobledo para el pasto de las yeguas. Aunque sus intereses, tal como nos dice un memorial de marzo de 1580, chocaban con los intereses de la Mesta. Las yeguadas de esta villa de la tierra de Alcaraz tenían fama, tal como dice el memorial, de criar caballos que alcanzaban precios de doscientos, trescientos y hasta cuatrocientos ducados. La villa había obtenido para adehesar este monte en tiempos del gobernador Briceño de Mendoza, pero una sentencia de alcalde entregador de la Mesta había recordado el destino del Calaverón al pasto del ganado, aunque es de suponer que también había intereses agrarios. Las informaciones realizadas por el gobernador Diego Velázquez reconocían que se habían arrancado diez mil encinas y se habían quemado los atochares. Había, en cualquier caso, un especial interés de Villarrobledo por cerrar el Calaverón. Villarrobledo, antigua aldea de la tierra de Alcaraz, estaba obligada al aprovechamiento común de esa dehesa.




    Archivo General de Simancas, CCA (Cámara de Castilla), DIV, 22, 12. Ordenanzas y diligencias sobre el fomento de la raza caballar efectuadas en el Marquesado de Villena. 1562-1583



sábado, 2 de enero de 2016

Ordenanzas de Barchín: agricultores contra ganaderos; el común frente a los poderosos (1613)

Las ordenanzas de 1603 ya detalladas de Barchín del Hoyo no estuvieron exentas de polémicas. No fueron aceptadas de forma consensuada en su integridad por todos los vecinos y además contaron con la oposición radical de una parte de los vecinos, en su mayoría, pequeños ganaderos.
En 1612 se pedirá por parte de los regidores y alcaldes de la villa su confirmación al Consejo Real que, sin duda conocedor de las diferencias existentes en el pueblo, ordenará al corregidor de San Clemente, Andrés Cañas Frías, que se persone en Barchín para que en su presencia se celebre concejo abierto para la aprobación de las ordenanzas y se recojan cuantas informaciones de testigos fueran necesarias.

Aunque el corregidor excusó su presencia, se mandó al escribano Cristóbal Aguado para asistir y recoger las conclusiones del concejo abierto y las informaciones de testigos. El concejo abierto se celebró el 30 de abril de 1613 en la sala baja del ayuntamiento junto a la plaza de la villa. Presidían la reunión los alcaldes ordinarios García de Buedo Gomendio, por el estado noble, y Andrés Lucas, por el estado pechero. Junto a ellos los regidores Bautista Pascual de la Orden, el doctor Jerónimo de Perea, Pedro Gascón y Diego García y 55 vecinos del pueblo (1), daba fe de la reunión el escribano Juan de Lezuza. La reunión, aunque alejada de los dos tercios de los vecinos para un pueblo que contaba con trescientos, no por ello dejaba de ser representativa; sin embargo su resultado, favorable a las ordenanzas, no fue aceptado por todos.

El hombre poderoso del pueblo era García de Buedo Gomendio, descendiente de familia hidalga procedente de San Lorenzo de la Parrilla, su influencia y ramificación familiar se extendía por los pueblos próximos: San Clemente, Vara del Rey o Villanueva de la Jara. Según acusarían algunos vecinos después, era el autor de estas ordenanzas, redactadas diez años antes y que ahora trataba de imponer. Pero el consenso entre los poderosos de Barchín se había roto. Los intereses ganaderos de García de Buedo chocaban con los agricultores enriquecidos del pueblo, dispuestos a disputarle el poder local. García Buedo imponía su poder desde la alcaldía de los hijosdalgo y la privacidad que disponía para impartir justicia. Esa es la razón por la que se oponía a que las penas por corta de leña de montes y pinares se dividieran a partes iguales entre concejo y denunciador, excluyendo al juez, es decir, él mismo. A terceras partes se dividían otras penas por entrar en huertos, viñas u olivares, pero no parece que los vecinos estuvieran dispuestas dejar en manos de García de Buedo no ya los ingresos de las multas sino el control de la explotación de los bienes comunales, en el caso de esta villa situada al pie de la sierra de Cuenca, de gran riqueza forestal y de caza. De hecho, tal vez para limar asperezas, García de Buedo que, en la apertura del concejo abierto, había defendido su derecho a la tercera parte de las multas, condescendió en que no se debían penar las sacas de cuajo de matas, enebros y sabinas en los montes. La transacción hecha a la asamblea de vecinos fue presentada como un acuerdo de consenso entre los regidores.

Los vecinos del concejo abierto dieron su aquiescencia al libre uso de montes y tala de leña, pero protestaron por boca de los más decididos el intento de García de Buedo de reservar una tercera parte de las penas de los montes al juez o alcalde ordinario. Así se lo recordaron vecinos familiares de algunos de los regidores, como Martín Gascón el viejo o el ganadero Andrés García Romero, que supo defender lo que era interés privado en nombre del bien común: el juez era parcial y no había de tener parte, pues los vecinos viven de hacer carbón y valerse de alguna leña.

En las siguientes informaciones de testigos recogidas por el escribano Cristóbal de Aguado las diferencias entre los vecinos principales eran más marcadas, y aunque salvo Fabián de Olmeda, todos eran favorables a la exclusión del juez de las penas, la ordenanza tercera de los montes era valorada de manera muy diferente. Juan Parrilla Montoya o Diego Perea Zapata eran partidarios del libre disfrute de los montes, léase su roturación. Otros como Antonio García Herrero el mayor era más claro en su exposición, defendiendo el rompimiento del monte para la agricultura: está la tierra muy montuada dello y en baldíos y es nezesario arrancarse para el uso de la labor e con esto los vecinos tendrán alguna leña con que se escusarán cortar los montes.

En cualquier caso, el informe final del corregidor de San Clemente fue dar por buenas las ordenanzas, con las salvedades de eliminar la tercera y las penas a mitad en lo tocante a montes, y remitirlas para su aprobación al Consejo de Castilla. Pero algunos vecinos del pueblo no daban la batalla por perdida, pues su oposición a las ordenanzas iba más allá de las diferencias en torno a dos capítulos. Veinte vecinos del pueblos, en su mayoría pequeños ganaderos, marginados en su actividad tradicional por el desarrollo de la agricultura y por la concentración de la propiedad y ganados en manos de algunos poderosos de la villa, manifestarían su oposición ante el Consejo de Castilla en el mes de julio de mano del procurador Pedro Muñoz. Abanderando a esos veinte vecinos se encontraba a la cabeza Andrés García Villora. La primera representación ante el Consejo ya era toda una declaración de intenciones:
... por parte de los alcaldes, regidores y algunos vecinos ricos de la dicha villa se ha pedido confirmación de ciertas ordenanzas hechas por los susodichos en muy gran perjuicio del común

La segunda representación ante el Consejo de Castilla era un detallado memorial de los agravios sufridos por el común de los vecinos, indefensos ante los poderosos de la villa. En primer lugar se criticaba el procedimiento de elaboración de las ordenanzas:
  • La elaboración de las ordenanzas no había guardado la instrucción y orden que por provisión real se mandaba por no haber asistido a hacerla más que un alcalde, el de los hijosdalgo, García Bueno Gomendio, excluyendo al otro alcalde por ser labrador y ocupado en su labranza
  • La información de testigos se había hecho ante Juan de Lezuza, escribano público amigo de los que pretendían la confirmación, y no como era obligatorio ante el escribano del ayuntamiento.
  • Los poderosos sólo habían admitido por testigos los que declaraban a su gusto
A continuación se rechazaban las ordenanzas una por una en nombre del buen gobierno al servicio de la república que querían quebrantar en interés propio los poderosos:
  • Se rechazaba la segunda ordenanza por aumentar las penas de los que entraban en dehesas y términos vedados, muy dañosa para los vecinos de una villa de tan corto término que es poco más de media legua y en el ay quatro deesas cerradas y otra que se pretende hazer con que queda el término mucho más corto y por mucho cuidado que se tenga es imposible dexar de entrarse algún ganado y para esto ay pena de quatrocientos maravedís por cada manada de ganado que es pena muy bastante y se a executado de tiempo inmemorial  a esta parte y si las penas se multiplican a tan grande exceso como pretenden los contrarios en pocos días se arán señores de los ganados de los pobres de más que todas las penas que se an executado an sido siempre para el concejo en que acude a las necesidades públicas que no tiene otros propios y si se aplicase en la forma que se pretende quedaría pobre el concejo y algunos particulares de los ricos del lugar en que andan los oficios de ordinarios se lleuarían las condenaciones a sido el designio que les a mouido a alterar el buen gobierno que asta aquí a auido en la dicha villa
  • La oposición a la ordenanza tercera era total, pues la prohibición de desmontar romeros, enebros o sabinas iba contra el común de los vecinos, pues jamás se les prohibió a los vecinos de la dicha villa el hazer leña en los términos de la dicha villa que son tan montuosos y espesos que no puede auer peligro que falte antes si no se quitase de quaxo algunas matas de enebro y romeros ni se podrían tener ganados no otros aberlos ni salir la gente por los montes que por ser tan grande cría muchos lobos y este año se an cojido más de quarenta lobos pequeños en una legua ... los que quitan algunas matas son los pobres a quien jamás se les a prohibido antes bajo gran probecho
  • Las ordenanzas cuarta a novena iban referidas al aprovechamiento de la leña de las carrascas y pinos de los pinares de San Sebastián y Villar de Yuso. Se intentaba privar a los vecinos de la costumbre del aprovechamiento de esta leña con fuertes penas disuasorias. Se consideraban excesivas penas que podían llegar a los 6000 maravedíes y se consideraba contra derecho la participación en esas penas del juez o alcalde ordinario. Se decía además que no ay inconviniente en cortas pinos rodenos porque en seis o ocho años tornarán a crecer y hacerse tan grande como son necesarios para cortarse y si no se cortaren algunos no se podía auitar en la tierra por auer por la grande espesura muchas loberas y ser necesario desmontar algunas vezes.
  • La ordenanza décima se sintió como verdadero agravio para un pueblo al que las Relaciones Topográficas presentaban con pozos y fuentes abundantes. Las penalizaciones por usar las acequias del pueblo como abrevaderos se consideraba una gran novedad pues era un uso consuetudinario y no se les pude prohibir al ganado andar libremente en las hazas donde no estubiere sembrado
  • Con la ordenanza decimoquinta se pretendía negar a los ganados el acceso a los rastrojos una vez levantada la cosecha, con malicia, se añadía
  • De las ordenanzas decimo octava y décimo novena se consideraban las penas agravios, pues lo que se llamaba huertos con frutales no eran sino términos perdidos y sin cerco, sin provecho alguno para sus dueños, situados en lugares que hasta ahora habían sido pasto común de todos.
  • Frente a las ordenanzas sobre intromisión de ganados en viñas y olivares, se defendía el uso y costumbre inmemorial, según el cual el que manifiestamente el daño que a hecho en las viñas que declarándole dentro de tres días pague el daño sin llebarsele pena que aora de nuebo se pretende introducir y porque en la dicha villa ay muchas olibas por labrar en eriazos
El memorial no parece que fuera atendido por el Consejo de Castilla, pero el proceso de confirmación de las ordenanzas se paralizaría por algo en lo que todos estaban de acuerdo. Barchín defendía con una sola voz el uso exclusivo de sus montes y dehesas frente a las otras villas del suelo de Alarcón. Sólo se reconocía a esta villa el aprovechamiento de pastos en Barchin. Por eso Alarcón fue llamada al juicio; no se presentó y así no fue posible la confirmación de las ordenanzas.



(1) Los vecinos presentes en el concejo abierto eran: Cristóbal Perea Zapata, Juan de Aranda el viejo, Simón Martínez, Andrés García de Villora, Pedro de la Parrilla, Bartolomé de la Osa, Juan de Vinuesa Arguisuelas, Francisco Carretero, Francisco Ruiz soldado,  Juan de Piqueras, Andrés García Romero ganadero, Cristóbal López de Orozco, Francisco de Arcos, Juan Lucas, Simón López, Gil Carretero Gómez, Andrés García Romero, Juan de Liébana, Pedro Redondo, Martín Pérez, Alonso Carretero el viejo, Pedro de la Osa, Diego García mayor, Andrés García de Villora el viejo, Martín Cano, Gil Sainz, Gil Carretero el viejo, Pedro Martínez, Bartolomé de Zafra, Pedro de Piqueras, Miguel Jiménez, Alonso de Herrero, Juan de Fustamante, Miguel Martínez, Juan Solera, Pablo Lucas, Juan López Cabronero, Amador de la Orden, Bernal Clemente, Pablo de Fustamante, Gaspar López, Juan López Mateo, Diego Martínez Rubio, Diego del Campillo, Martín Gascón el viejo, Juan Armero, Francisco Hernández, Juan de la Cámara, Marco de Cardenete, Juan de Zafra, Felipe García, Juan Palomero, Juan de Vinuesa el viejo, Juan Marzal

AHN. CONSEJOS. Leg. 28391, Exp. 3

miércoles, 23 de diciembre de 2015

Don Diego de Ortega Guerrero y la ganadería en San Clemente a mediados del seiscientos

Dos Ortega se imponen en la villa de San Clemente durante la mitad de la centuria del seiscientos. Don Rodrigo Ortega y don Diego Ortega y Guerrero. Es nuestra intención volver sobre esta familia, cuyas ramificaciones familiares e intereses económicos van más allá de la villa de San Clemente. Pero hoy pretendemos presentar un esbozo del declinar de la actividad ganadera en San Clemente a través de los conflictos de la villa con el segundo de los Ortega, Don Diego.

El catastro de Ensenada, a mediados del siglo XVIII,  nos presenta una actividad ganadera en la villa de San Clemente muy disminuida, limitada a los agostaderos y excluida del aprovechamiento de los pastos comunales de la tierra de Alarcón. La actividad ganadera sanclementina tuvo un devenir histórico problemático: los conflictos con los ganados trashumantes de la Mesta durante el siglo XVI tuvieron su contrapartida en la salida de los ganados locales de los pastos del suelo común, intentando complementarlos con nuevos pastos en Alcaraz, Chinchilla o Murcia mediante la integración en los circuitos trashumantes hacia esos destinos. Familias como los García Monteagudo, Alfaro, Oropesa o Perona deberán gran parte de su fortuna a la propiedad de hatos de ganados de dos mil a cuatro mil cabezas, destinados al abasto de la carne de la villa de San Clemente, pero también de otras localidades de la zona y de la misma ciudad de Cuenca, o en menor medida a la venta de otros productos derivados como los añinos o lanas. Otras familias probarían el éxito en el negocio ganadero desde finales del siglo XVI; algunos como Miguel Sevillano o Francisco Astudillo, debiendo su ascenso social al desempeño de oficios públicos a la sombra del corregidor, consolidarán su patrimonio con la incorporación al pastoreo; otros, como la familia Ruiz Ángel, se convertirá en asiduo abastecedor de la carnicería pública de la villa.

Pero la ganadería sanclementina dio síntomas de agotamiento desde el mismo momento de su despegue. Ya desde finales del siglo XVI conocemos de pleitos con la villa de Albacete, que intentaba imponer un derecho aduanero adicional al servicio y montazgo de Chinchilla a los ganados de la villa de San Clemente. Véase al respecto el conflicto del ganadero Pedro Castañeda y Haro con los recaudadores albaceteños. Los conflictos se extendieron al aprovechamiento de los pastos comunes de los propios de la villa. Es más, creemos que el conflicto de comienzos del siglo XVII del alférez de la villa, Don Juan Pacheco y Guzmán con el concejo por la supresión de los alcaldes ordinarios esconde profundas diferencias con familias ganaderas como los Montoya, Oropesa o Perona, y tal vez los Ortega. El conflicto local se debió agudizar por el rompimiento de tierras a causa del establecimiento del servicio de millones desde 1590. San Clemente ya arrendaría sus propios para el pago del nuevo impuesto. Pero las consecuencias de servicio de millones irán más allá de San Clemente. La Alberca y Santa María del Campo, cerrarán sus dehesas para el uso exclusivo de sus vecinos y la misma determinación tomará Barchín del Hoyo. Curiosamente es ahora cuando los pueblos intentan conseguir confirmaciones de la primera instancia de sus alcaldes ordinarios frente a la justicia del corregidor. El hecho no era accidental, pues la privacidad de la primera instancia era fundamental para sustanciar en los pueblos de origen los conflictos por los aprovechamientos comunales a favor de los lugareños.

El servicio de millones fue el inicio de la dislocación de los aprovechamientos  comunales de los pastos del suelo común de Alarcón. Las necesidades militares de la Monarquía desde finales de los años veinte y, especialmente, en las dos décadas siguientes dislocaría las propias economías locales con el arrendamiento de los propios, el rompimiento de las tierras comunes y su apropiación de hecho por los ricos locales. En San Clemente, la dehesa de Alcadozo ya se arrendó a finales de los años veinte en favor del presbítero Cristóbal Olivares y sus ganados. En 1635, y en el contexto de asignar arbitrios para financiar el reclutamiento de soldados para presidios, los dos pinares del pueblo serán rematados a favor de Martín Alfonso de Buedo para apacentar ganados lanares. Los Buedo compartían sus intereses en San Clemente con los propios de su villa natal Vara del Rey, donde estaban entrando en colisión con los Ortega.
La lógica que se establece por el aprovechamiento de los bienes propios de la villa desde 1635 es infernal, prueba de ellos son las innumerables denuncias por la intromisión de ganados en los propios de la villa, ahora arrendados en manos de particulares, y, en menor medida, por la corta de leña. Las denuncias se extenderán a las dos décadas siguientes. Es en este contexto, en el que se desarrolla el pleito que tratamos a continuación.

Don Diego de Ortega Guerrero había obtenido, al igual que su primo Rodrigo, el hábito de la orden de Santiago en 1640, y al igual que su primo disfrutaba una de una regiduría perpetua en el concejo de San Clemente, que, sin duda, sabía aprovechar en beneficio propio... y de sus intereses ganaderos. De hecho, podemos considerarlo como el último gran ganadero de los malogrados rebaños sanclementinos. Parece que la obtención del hábito de Santiago dio un nuevo impulso a las ambiciones de este caballero, que utilizaría su posición política para iniciar una escalada en la usurpación del aprovechamiento de los bienes públicos:

        nuestro fiscal, en el pleito con don diego ortega guerrero cauallero de la orden de señor Santiago regidor de la villa de san clemente de que se le mandó dar traslado para que pidiese lo que conviniese  por una petizión nos hizo relazión diziendo que como parezía del pleito el susodicho con muchos ganados que tenía y avía tenido era dañador público comiéndose las dehesas públicas e montes de la dicha villa e las viñas heredades y sembrados de los vezinos y respecto de ser como era poderoso

El pleito era de 1659, y se había iniciado a instancias de un vecino del pueblo, Pedro Carrasco Rada, (parte interesada como abastecedor de carnicerías y a quien habitualmente se reservaba la dehesa carnicera) que había acudido a la Chancillería de Granada en busca de justicia y cuyo segundo apellido ya anuncia las nuevas familias que se harán hueco en la vida municipal a lo largo del setecientos. La raíz de la denuncia era doble: el uso privativo de los bienes comunales y la colisión con los intereses ganaderos, en una difícil convivencia entre propietarios de ganados y agricultores:   

     en que por parte de pedro carrasco rada denunciador se auía alegado que auía contra el dicho veinte y quatro denunziaziones de daños echos en viñas y otros en la dehesa carnizera... tres denunziaziones que se le hizieron un cinco de maio  de zinquenta y siete por el dicho pedro carrasco rada por aprehensión de los ganados en la dehesa carnizera

La Chancillería de Granada ordenará remitir traslado de las denuncias de la justicia de San Clemente contra Don Diego los diez años anteriores, así como de las ordenanzas municipales. Desconocemos el resultado del pleito, pero no parece que hiciera mella en el poder ganadero de esta familia, que tampoco habían olvidado la alternativa de la trashumancia por los puertos de Chinchilla. En 1708, el sucesor de Don Diego, Don Diego Joseph Ortega Guerrero, registrará a finales de noviembre en el puerto real de Chinchilla 3.190 cabezas de ganado y medio mes después otras 750 cabezas; su familiar Rodrigo Ortega, 3.166 y 656 cabezas respectivamente. Un familiar de Santa María del Campo, Agustín de Ortega, registrará 3.906 reses. Otros vecinos de San Clemente participarán también de esta ruta, pero en menor medida: Juana de Cañizares registrará 2.017 y José de Haro 1.110. Otros ganados como los de Francisco Pacheco dividirán sus pastos entre los puertos de Chinchilla y los de Villanueva de la Fuente (1). Así se puede hablar de un renacer de la ganadería sanclementina en la época borbónica, pero la contrapartida fue la concentración de los ganados en unas pocas familias; en 1777, Bernardo Tausí contará con más de 8000 cabezas, al igual que la familia Melgarejo. El resto de ganaderos no pasaran de las 3000 cabezas.


(1) VICENTE LEGAZPI, M. LUZ N., La ganadería en la provincia de Cuenca en el siglo XVIII, Tomo II, Tesis doctoral. Universidad Autónoma de Madrid. pp. 1179-1180

FUENTES

AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 96/51. Traslado del pleito entre don Diego de Ortega y los abastecedores de carnicerías. 1659
AMSC. CORREGIMIENTO. Legs. 77 al 80, Denuncias contra vecinos de San Clemente por infringir las ordenanzas. Siglo XVII