El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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sábado, 2 de diciembre de 2017

Disputas entre Villanueva de la Jara y Alonso Pacheco por los molinos llamados Los Nuevos

Convento de las Petras, en el solar se levantaba el antiguo
convento, donde ingresó como monja Leonor de Guzmán
Jerónimo de Montoya era un vecino de Vara de Rey de treinta y cinco años, en 1530 recordaba cómo catorce años antes, su tío Alonso Montoya, otro paisano llamado Pedro Pintor, la madre de éste, Marina, y Alonso Pacheco, hijo segundón del señor de Minaya, se habían puesto de acuerdo para hacer llegar a doña Leonor de Guzmán y a su sobrina Catalina Carrillo hasta  La Parrilla. Leonor era hermana de Alonso Pacheco; Catalina, su hija. Por aquel entonces, La Parrilla, villa del señorío de Diego Hurtado de Mendoza, señor de Cañete, no era sino un punto intermedio que desde la Mancha de Montearagón conducía a la ciudad de Cuenca. Ese era el destino de tía y sobrina, que se disponían a ingresar como monjas en el convento de la Purificación de Nuestra Señora de la orden de San Pedro, las petras. Su vocación religiosa era nula; el ingreso en el convento tenía mucho más de coerción para ambas mujeres. Pero a los ojos de quien realmente había tomado la decisión, don Alonso Pacheco, vecino de San Clemente, tal medida era necesaria para preservar el patrimonio familiar, eso sí, en beneficio propio, evitando su disgregación. Allí fueron recibidas por el doctor Muñoz, patrón de dicho monasterio. Hombre poco fiable, pues después de recibir a las dos mujeres como novicias, no sin antes de asegurarse el compromiso de recibir la dote de setenta y seis mil maravedíes, concertó con representantes de la villa de Villanueva de la Jara la venta de tres ruedas de los molinos llamados Nuevos, propiedad de la mencionada Leonor de Guzmán. Los cien ducados, fruto de la operación, acabaron en manos del convento, que hizo una operación redonda. Por supuesto, esta última operación se hizo a espaldas de Alonso Pacheco, que al entregar al convento los setenta y seis mil maravedíes pretendía que hermana e hija renunciarán a cualquier derecho sobre los bienes familiares y cuyo único fin era desprenderse de su hermana y su hija para quedarse con el patrimonio familiar en su integridad. La dote de Leonor de Guzmán se haría efectiva, la de doña Catalina Carrillo, no, pues aparte de la cama de ropa, don Alonos Pacheco nunca aportó los treinta y ocho mil maravedíes,correspondientes a su hija.

Las dos mujeres emprendieron el camino hacia el convento de la Purificación de Cuenca con cama de ropa y una dote aportada por Alonso del Castillo de setenta y seis mil maravedíes. Leonor de Guzmán acabaría allí sus días entre rezos y maldiciones a su hermano Alonso, que se había quedado con los frutos de su patrimonio. Catalina Carrillo saldría del monasterio de Cuenca, pues su padre fue incapaz de pagar la dote conventual, aunque para acabar en el de Santo Domingo de Moya, es de suponer que más asequible. Pero si doña Leonor no pasaba del papel de monja intrigante engañada por su hermano, el concejo de Villanueva de la Jara no olvidaba los cien ducados pagados al doctor Muñoz, que le otorgaban una parte de las ruedas de los molinos llamados Nuevos de la ribera del Júcar y sobre los cuales ya se arrastraba litispendencia desde comienzos de siglo.

Pero, ¿quiénes eran estos personajes? Alonso Pacheco era el hijo segundo de don Juan Pacheco, señor de Minaya, que había dejado una prolífica descendencia en sus dos matrimonios. Del primer matrimonio con Leonor de Guzmán (la desgraciada mujer murió en su último parto), además de Alonso Pacheco, tuvo otros cinco hijos: Rodrigo Pacheco que heredó el mayorazgo y señorío de Minaya, Francisco Pacheco, Pedro Pacheco, Juan de Guzmán y Leonor Guzmán; del segundo matrimonio con doña María Ajofrín tuvo otros tres hijos y dos hijas (Luis, Gonzalo, Tristán, Juana e Isabel). Alonso de Pacheco es figura nodal para el devenir de la historia de San Clemente, casado con Juana de Toledo, la nieta del alcaide de Alarcón, Hernando del Castillo, por parte de su segundo hijo Alonso, daría lugar al linaje de los Pacheco en la villa de San Clemente y a sus tres ramas familares, procedentes de los tres vástagos que tuvo el segundo hijo de Alonso Pacheco, Diego, casado con Isabel de los Herreros.

A la pericia de Alonso Pacheco, y a los avatares de la vida, se debe que un segundón como él fuera capaz de legar uno de los mayores patrimonios de la zona a sus herederos, los futuros marqueses de Valera y los señores de Santiago de la Torre, Valdosma y Tejada. Los avatares de la vida apartaron del patrimonio familiar a los hermanos de Alonso, Pedro y Francisco, que murieron; la pericia de Alonso mandó a la vida espiritual  a su hermana Leonor, que renunció nada más pasar al convento a toda pretensión a los bienes paternos. Con su hija Catalina quizás la cosa fue más fácil, dispuesta a renunciar a la legítima con tal de evitar la entrada en cualquier convento. Los treinta y ocho mil maravedíes que hacia 1500 Alonso Pacheco ofreció de dote conventual por su hermana era una cantidad inferior a la comúnmente exigida a otras profesas, que iba de los cuarenta y cinco mil a cincuenta mil maravedíes, pero era ante todo claramente inferior al valor de los bienes renunciados por doña Leonor. La ambición de Alonso no se detuvo con sus hermanos de madre, sino que su avaricia el llevó a quedarse con la quinta parte que correspondía a los herederos de la segunda mujer de su padre, doña María de Ajofrín.

El doctor Muñoz, patrón del convento de las petras, no parecía muy dispuesto a dejarse embaucar por los tratos de Alonso Pacheco, que tildaba de engaños, ni tampoco reconocía valor alguno a la carta de renunciación de bienes de doña Leonor, simple escrito de monjas sin licencia del provisor o del propio patrón. El convento de las petras de Cuenca se había fundado en 1509 por legado testamentario del canónigo de la catedral Alfonso Ruiz. En su última voluntad, dejaba por patronos de dicho convento al maestro Martín Navarro, ya fallecido en 1530, y al doctor Eustaquio Muñoz. El doctor Muñoz de hecho era quien controlaba el convento y todas las transacciones ligadas al ingreso de las monjas, pero en el caso de Leonor de Guzmán intencionadamente se había ausentado en el momento de la firma de la carta a la renuncia de bienes y había evitado todo trato con don Alonso Pacheco, sabedor de las disputas por la herencia del señor de Minaya.

Don Juan Pacheco, señor de Minaya, al morir repartió sus bienes entre los herederos de sus dos mujeres. Para los hijos de doña Leonor quedaron las tres cuartas partes de los bienes, para los hijos de doña María el cuarto restante. o un quinto, según otros testigos. El señorío y mayorazgo de Minaya quedó en manos del primogénito, pero quedaba en disputa la herencia de los bienes que a la familia habían llegado por la falta de herencia de Hernán González del Castillo, el de la Torre Vieja de San Clemente, principalmente en esa villa de San Clemente y los molinos y dehesa de Galapagar en la ribera del Júcar. A los hijos de la segunda mujer le corresponderían un heredamiento, dehesa y molinos en Rus, término de San Clemente, un heredamiento y dos ruedas de molinos en Bolinches, en Jorquera.

Entre los bienes legados por Juan Pacheco a los hijos del primer matrimonio figuraban los molinos harineros Nuevos de la ribera del Júcar, constituidos por dos casas, una de ellas en el término de San Clemente con seis ruedas y otra casa de tres ruedas en la margen izquierda del río, término de Alarcón. La partición hecha efectiva en 1507 de los molinos Nuevos por legado testamentario de Juan Pacheco fue salomónica, no contentando a nadie: rueda y media para cada uno de los seis hermanos, que recibieron de su padre, además, cincuenta y cuatro mil maravedíes por cabeza. La partición de bienes se hizo ante dos escribanos, Diego de Arnedo, de Minaya, y Alvar Ruiz, de San Clemente, y ante el licenciado León, de Belmonte. Pero la equidad de la distribución estaba condenada desde el momento que cuatro de los seis hermanos, salvo Rodrigo y Alonso, eran menores de edad. La más desgraciada fue la hermana, Leonor de Guzmán, cuya curaduría se arrogó Alonso, más preocupado por su patrimonio que por su bienestar. Igual suerte corrió Francisco, que fue enviado como fraile franciscano a Salamanca, mientras en un principio legaba sus bienes, con la condición de casamiento, a su hermana Leonor de Guzmán, o Leonorica como era conocida en la familia. Tal decisión provocó las envidias y disputas de los hermanos. Rodrigo y su mujer Mencía ya pensaban en un buen casamiento para la Leonorica, pero la decisión de Alonso de meterla a monja desbarató sus planes. El despechado fraile Francisco viendo tales intrigas decidió dejar sus bienes a los pobres, pero se encontró con la oposición de su hermano Alonso que le espetó a la cara aquello de ¡más pobre que yo!, a lo que el acobardado monje solo supo responder: pues tomaoslos vos. A su muerte, con apenas veintiún años, el resto de bienes pasaron a su hermana Leonor, es decir de hecho a Alonso, curador de su hermana. Los infortunios se iban sucediendo entre los hermanos, un buen día, hacia 1513 o 1514, Pedro Pacheco se fue de su tierra con dieciocho años y desapareció, se dijo que estaba cautivo en África, en manos de los moros, según unos; como soldado en Nápoles, según otros. Se le dio por muerto, y ávido, como siempre, Alonso se apoderó de los bienes del hermano desaparecido y dado por muerto. Hacia 1520 poseía gran parte de herencia paterna y, entre ella, las seis ruedas de los molinos Nuevos de la casa de San Clemente y una rueda de dichos molinos de la casa de Villanueva de la Jara, en término de Alarcón.

Alonso Pacheco había heredado de su padre una ambición desmedida. La casa de Juan Pacheco, padre de Alonso, debía parte de su fortuna al medio millón de maravedíes que aportó al matrimonio su mujer Leonor de Guzmán, pero, poco antes de su muerte por parto, a Leonor solo se le reconocían por bienes un paño francés colgado en la pared de su casa y una ropa de terciopelo que legó a la iglesia de Minaya. O eso decían interesadamente los testigos, pues la herencia familiar se había infravalorado conscientemente. Según el convento de la Purificación la fortuna heredada por Leonor, la hija, ascendía a 400.000 maravedíes, tal vez, una evaluación excesiva, pero creíble si pensamos que cada rueda de molino ascendía a 100.000 maravedíes, y Leonor por legado propio y el de su hermano Francisco poseía tres. Los Pacheco era una familia de caballeros, en el sentido medieval del término, personas que por su mismo estado no debían ejercer oficios viles o mecánicos. El caso es que el padre, Juan, se movió en su última voluntad entre el deseo de preservar el mayorazgo familiar, que acabó en manos del primogénito, y el no dejar en la indigencia al resto de los diez hijos. A los cinco hijos de la primera mujer les dejó los molinos y una renta de 54.000 maravedíes, a los otros cinco hijos de la segunda mujer sendos molinos en Jorquera y Rus. Las rentas de los 54.000 maravedíes se acabaron pronto en manos del hermano mayor y de unos desaprensivos curadores. Para los testigos de la época era gente pobre y con harta necesidad. Por eso, Francisco o Leonor escogieron el camino de la Iglesia y Pedro la senda de la guerra. Pero, el hijo segundo, Alonso ya era mayor y con buen casamiento, Juana de Toledo, la hija de Alonso de Castillo, el hombre más poderoso de la villa de San Clemente por la época. Alonso Pacheco, hombre de pocos principios éticos, jugó con la necesidad de sus hermanos, para quedarse con los derechos de su hacienda, hasta construirse con un emporio económico, centrado en los molinos de la ribera del Júcar y los heredamientos de Rus, herencia de sus hermanastros, que también acabó en su poder. Alonso Pacheco, hombre de su tiempo supo ver el despegue agrario de las villas de realengo del Marquesado de Villena, y en concreto, la revolución agraria de Villanueva y sus aldeas, para sacar sustanciosos beneficios de las carretadas de grano que los agricultores llevaban hasta los molinos de la ribera del Júcar.

La joya de la herencia familiar era los molinos Nuevos, con nueve ruedas divididas a parte iguales entre los hermanos; pero los molinos fueron también un quebradero de cabeza para la familia después que una avenida del río Júcar por el año 1510 se llevase las dos casas de molinos. Los hermanos, encabezados por Rodrigo y Alonso, pues el resto de hermanos menores eran simples comparsas en el asunto, se concertaron con el concejo de Villanueva de la Jara para hacer frente a los costes de reedificación de las casas. Los costes fueron repartidos por mitades, pero Villanueva exigió la perpetuidad de los beneficios de la futuras moliendas a partes iguales; es decir, el monopolio del concejo jareño por la explotación de los molinos sitos en su ribera; un nuevo concierto, supondría la cesión de una de las seis ruedas a los Pacheco. La reconstrucción de los molinos fue aprovechada para sumar cuatro ruedas más, de modo, que siete ruedas quedarían del lado de San Clemente y seis del lado de Villanueva de la Jara. Un nuevo concierto, recogido en sentencia arbitral firmada en Minaya, supondría la cesión de una de las seis ruedas a los hermanos Pacheco, cuyos derechos eran tutelados por el mayor Rodrigo. Pero poco después en marzo de 1511, el concejo de Villanueva se haría con esa rueda tras haber prestado a don Rodrigo Pacheco 42.000 maravedíes a devolver en cuatro años, a cambio de hipotecar esa rueda. Lo que para Rodrigo Pacheco era empeño, se trataba de venta para el concejo de Villanueva de la Jara. Operación que no reconocería Alonso Pacheco por considerar la rueda de molino propiedad de los hermanos menores, y suya, como cesionario de los derechos de sus hermanos menores, al morir hacia mediados de la década de los veinte el primogénito Rodrigo. Claro que los derechos que se arrogaba Alonso Pacheco eran tan confusos como su supuesta ignorancia en el mencionado préstamo o robra de los 42.000 maravedíes, pues no faltaban testigos que lo vieron contado encima de un madero de la casa de los molinos Nuevos cada uno de los maravedíes recibidos, que lógicamente acabaron en su faltriquera. Este sería el origen del pleito entre Alonso Pacheco y el concejo de Villanueva de la Jara. Desde 1511, el concejo de Villanueva poseía por la vía de los hechos las seis ruedas de la casa de su ribera, gastándose ciento cincuenta mil maravedíes en su aderezo y mejora en los años catorce, diecisiete y veinte, pero a la muerte de Rodrigo Pacheco, su hermano Alonso decidió llevar en 1525 sus pretendidos derechos a la Chancillería de Granada. Estas enrevesadas operaciones entre Rodrigo Pacheco y el concejo jareño, lo que nos muestra es la falta de liquidez de los Pacheco, ejemplo de la nobleza regional, arruinada y sin liquidez a comienzos del quinientos. Realmente no era mucho mejor la situación del concejo jareño, pero jugaba con una ventaja: los ahorros de unos agricultores en plena expansión y la disposición directa de la recaudación real de las alcabalas, utilizadas temporalmente en beneficio del propio concejo para sus obligaciones (así se hizo para pagar a Rodrigo Pacheco) y cuyo anticipo era resarcido una vez recogida la cosecha. Por supuesto que una parte de esa baja nobleza vio la oportunidad de captar una parte del excedente agrario de los agricultores de la Manchuela con la maquila obtenida en las moliendas. Rodrigo Pacheco, propietario de los molinos del Batanejo, Alonso Castillo, de los de la Losa, Alonso Pacheco, de los Nuevos, o Diego Castillo, poseedor de los molinos de la Noguera, vieron en los molinos de la ribera del Júcar la oportunidad para resarcirse de la pérdida de otras rentas feudales. Los beneficios obtenidos fueron vistos por las villas de realengo como una vuelta a las extorsiones feudales, pero esas villas pronto impusieron su fuerza y participaron del excedente agrario con la construcción de sus propios molinos. El paisaje urbano de las villas de realengo vio cómo se erigían edificios religiosos, civiles y las primeras casas palacio.

Por otra parte, el incremento de ruedas venía a reconocer la insuficiencia de las instalaciones existentes por el fuerte desarrollo agrario de la zona. Recordemos que, en 1514, San Clemente también construirá los molinos llamados del Concejo (construcción que se prolongará todavía en 1525) a cargo del cantero vasco Pedro de Oma, que fue el autor unos años antes de la reconstrucción de los molinos Nuevos, como el mismo reconocía en su declaración:
este testigo hizo las dichas dos paradas de molinos y sabe que la una parada está a la parte de Villanueva de la Xara tiene seys rruedas
La labor constructora de Pedro de Oma fue frenética, interviniendo también en los molinos del Batanejo, propiedad de Rodrigo Pacheco
estando este testigo haziéndoles una casa (a Rodrigo Pacheco y su mujer Mencía) una casa de cantería en el Batanejo 
Claro que Pedro de Oma, analfabeto, pues no sabía firmar, sigue siendo una incógnita, y como ya adelantamos en alguna otra ocasión, su participación en la construcción de los edificios religiosos o civiles de la comarca es una apuesta segura, tal como él nos reconoce en su declaración:
dixo este testigo oyo dezir a los alcaldes y rregidores de la villa de Villanueva de la Xara estando este testigo obrando en la torre de la dicha villa que los dichos molinos rrentaban en cada un año más de seys çientas hanegas
Ayuntamiento de Villanueva de la Jara
A la izquierda, Torre del Reloj
Así, vemos  al cantero vasco edificando la Torre del Reloj que hoy flanquea por uno de sus lados al edificio renacentista del ayuntamiento. Con un basamento tal vez de una época anterior, la sobriedad de la torre quizás choca con el purismo del ayuntamiento civil, pero en la sencillez de las líneas y su tosquedad le acompaña sin desentonar. Es arriesgado adelantar el Renacimiento en estas tierras a comienzos de siglo y por supuesto erróneo intentar implicar a los vascos, muy apegados a lo antiguo, en estas nuevas formas arquitectónicas, pero que la Mancha de Montearagón vivió en los comienzos de siglo una renovación edilicia, anterior a esa otra constatada de mediados de siglo, nos es cada vez más evidente, y que los autores, aparte de autores vascos como los Oma, está por descubrir.

Alonso Pacheco contra el concejo de Villanueva
Tras la reedificación de los molinos Nuevos, a partir de 1616, las siete ruedas de la casa de la parte de San Clemente quedaron en propiedad de los pachecos; de las seis ruedas de la parte de Villanueva de la Jara, este concejo se quedó con la propiedad de cinco ruedas y la restante quedó en manos de la familia de los pachecos, aunque Alonso la consideró como suya propia en exclusividad, por la muerte de sus hermanos, la tutela sobre su hermana Leonor y la venta que en su favor había hecho el hermano menor Juan de Guzmán. Hoy este juego de reparto de ruedas de molino nos puede parecer curioso, pero no olvidemos que para los contemporáneos cada rueda de molino significaba unos derechos de maquila anuales que fácilmente pasaban de ciento cincuenta fanegas de trigo. No siempre era así, los años malos o de esterilidad reducían los derechos de maquila, que solían ser un quinto del trigo molido, a cuatrocientas o quinientas fanegas para las seis ruedas, es decir, unas noventa fanegas de trigo por rueda.Dicho de otro modo, Alonso Pacheco, que disfrutó en el período que va de 1500 a 1529 las tres ruedas de molino que correspondían a su hermana Leonor (las suyas y las heredadas de Francisco), obtuvo unas rentas de más de 10.000 fanegas de trigo. A añadir por supuesto a los frutos y ganancias mucho mayores de las ruedas que poseía en las casas del término de San Clemente. Y sin olvidar que algunos años los derechos de maquila impuestos habían sido superiores. No es extraño que el valor de una rueda de molino se hubiera duplicado en apenas un cuarto de siglo, tal es el caso de una rueda vendida en los molinos de los Carrascos, dos leguas río abajo de los molinos Nuevos: el valor de su venta hacia 1500 fue de 50.000 maravedíes, veinte años después su valor ascendía a los 100.000 maravedíes. Por esa cantidad sería por la que Rodrigo Pacheco compraría cada una de las ruedas de los molinos del Batanejo a un vecino de Villanueva de la Jara llamado Julián González.

Paraje de los molinos Nuevos en la actualidad


El pleito entre Alonso Pacheco y el concejo de Villanueva de la Jara era un juego de intereses, donde las necesidades de una villa agraria en expansión chocaban con las propias ambiciones del sanclementino, al fin y al cabo, un segundón de la familia de los señores de Minaya, pero que con la corta herencia recibida de sus padres, una rueda de molino y 54.000 maravedíes, y una certera alianza matrimonial con Juana de Toledo, nieta del alcaide de Alarcón, había sabido maniobrar para construirse una fortuna que rivalizaba con la de su suegro, Alonso del Castillo. Así, Alonso de Pacheco y Alonso del Castillo se habían convertido en los dos sanclementinos más ricos y también, por sus ínfulas señoriales, más odiados. Muestra del poder de Alonso de Pacheco son los testigos que presentó en su pleito contra Vilanueva, a los que el concejo tildaba de simples criados de baja condición molineros y trabajadores a su servicio, o, caso de Lope de Mendoza, simples familiares con intereses comunes. No obstante, Alonso Pacheco se había ganado enemistades entre sus vecino de San Clemente. Alguno era un viejo aliado en las pretensiones nobiliarias como Antón García, otros miembros de viejas familias, como los López de Perona, y el resto eran recién llegados al poder local como la familia Simón. Por ellos sabemos las redes clientelares que Alonso Pacheco, y su suegro Alonso Castillo, se habían creado en la sociedad sanclementina. Pedro Molinero, con apellido del mismo oficio, o el también molinero Pedro Cardoso se hacían cargo de las moliendas; ganancias que eran exacciones del quinto del trigo aportado por los labradores, pero que en alguna ocasión superaba esa proporción, por los conciertos, en sus molinos de la Losa y los Nuevos, a los que llegaron los dos Alonsos, suegro y yerno. Otras veces, las alianzas eran familiares, casos de Lope de Mendoza, hermano de Mencía, cuñada de Alonso, o Diego de Alarcón, primo hermano de la susodicha. Para Alonso Pacheco era de tanto valor la palabra de sus familiares caballeros como de sus criados molineros. Sabemos ya por el padre del Lazarillo de Tormes de la poca confianza que en aquella época merecían los molineros: viva imagen de los robos que para los labradores escondía la maquila. Pero la figura más que el personaje rahez, cretino o borracho que se nos quiere hacer ver en el expediente que estudiamos era el símbolo del juego de intereses de una época despiadada: el pobre molinero era poco lo que obtenía de las moliendas pero ante sus ojos pasaban los tratos más sucios y engaños más execrables a costa de los agricultores que con su grano llegaban a la ribera del Júcar.

Vista del paraje molinero de Los Nuevos
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El concejo de Villanueva obtuvo ejecutoria favorable en un primer momento del pleito, obligando a Alonso Pacheco a devolver la rueda de molino que poseía en la parte del río de Villanueva de la Jara y las rentas obtenidas con el disfrute de dicha rueda. Pero la ejecutoria obtenida en un primer momento no fue aceptada por Alonso Pacheco que prosiguió el pleito. Para 1530, el litigio se había complicado sobremanera, pues el concejo jareño había buscado la complicidad del convento de la Purificación de Cuenca, donde había profesado hasta su muerte como monja la hermana de Alonso, Leonor de Guzmán, y en cuyo nombre el convento invocaba su participación en la herencia de los molinos Nuevos. A decir del patrón del convento, el doctor Muñoz, la carta de renuncia de bienes de doña Leonor a favor de su hermano Alonso era nula y fraudulenta, por hacerse engañosamente y sin licencia de los superiores y patrones del convento. Para esa fecha de 1530, las partes dejaban entrever cierto cansancio, en especial, en lo que atañe a Alonso Pacheco, que veía consumida su hacienda en un pleito interminable. Para que lo represente en el litigio había dado poder el año anterior a su mayordomo, Martín López de Perona, vecino de la Roda. La carta de poder es significativa por las amplias atribuciones concedidas al mayordomo para disponer de los diversos negocios del señor con sus censatarios, renteros, molineros y pastores y para la compra, venta o cualquier transacción de bienes. Ahora, Alonso Pacheco busca entre sus viejos rivales sus testigos de apoyo, tal como Pedro Monteagudo, hermano de un regidor jareño, o el rico sanclementino Antón García, a quien cinco años tenía por enemigo. Pero las ansias de conciliación de Alonso Pacheco no eran correspondidas por la villa de Villanueva de la Jara, que no olvidaba una larga lista de pleitos perdidos con su contendiente. El concejo jareño intrigaba ahora con el doctor Muñoz y las petras, buscando una victoria plena en la posesión de las ruedas sitas en la parte de su término



ANEXOS

Relación de testigos presentados por Alonso Pacheco (1530):

Alonso de Montoya, 60 años, vecino de la Parrilla, tío de Jerónimo Montoya
Pedro de Monteagudo, 43 años, vecino de Villanueva de la Jara
Jerónimo de Montoya, 35 años, vecino de Vara de Rey
Sebastián Navarro, 55 años
Pedro Martínez Pintor, 65 años, vecino de Vara de Rey
Marina Martínez, su madre, 80 años, mujer de Juan Alcocer, vecina de Vara de Rey
Benito Cuartero, 48 años, vecino de Villanueva de la Jara
Pedro García el Viejo, 52 años, morador de Quintanar del Marquesado
Hernán Martínez Rubio, 73 años,vecino de la Roda
Juan Bonillo, 70 años, vecino de Minaya
Juan García Aljofín, 70 años, vecino de Minaya
Alonso Roldán, 70 años, vecino de Minaya
Andrés Martínez Bonillo, 60 años, vecino de Minaya
Antón García,vecino de San Clemente, 60 años

Relación de testigos presentados por Villanueva de la Jara (1530)

El doctor Muñoz, 50 años, patrón del convento de la Purificación de Cuenca
Juan de la Osa, vecino de Villanueva y procurador de la villa
Don García de Villarreal, chantre y canónigo de la catedral de Cuenca, 60 años.
Estefanía de Villarreal, mujer de Luis Carrillo Hurtado de Mendoza, 22 o 23 años
Pedro de Madrid, clérigo de 60 años de Cuenca
Juana Ruiz, abadesa de 60 años del convento de la Purificación de Cuenca
Marina Ruiz, vicaria de 50 años del convento de la Purificación de Cuenca
Juana de Lizama, monja de 30 años del convento de la Purificación de Cuenca, provisora
Pedro del Castillo, 63 años, capellán del convento de la Purificación de Cuenca
Juan del Pozo, canónigo de Cuenca, 70 años
María López, mujer de Juan Gasco, 60 años, vecina de Villanueva de la Jara
Alvar Ruiz, 75 años, vecino de Villanueva de la Jara
Juan López de Vicen López, 60 años, vecino de Villanueva de la Jara
Miguel Sánchez de Tresjuncos, 70 años, vecino de Minaya
Andrés Bonillo, 60 años, vecino de Minaya
Pedro de Medrano, vecino de Minaya, setenta años
Juan Sánchez de Jábaga, 60 años, vecino de Minaya
Diego de Alarcón, vecino de Minaya, 50 años
Miguel González, vecino de Minaya, 65 años
Pedro Chamocho (o Chamodio), vecino de la villa de San Clemente, 60 años
Juan González, alcalde ordinario. Tío de los Ruipérez, propietario de ruedas de molino en el Batanejo, que vende a los Pacheco
Pedro López de Tébar, alcalde ordinario
Juan de Monteagudo, Pascual García y Ruipérez, regidores de Villanueva de la Jara
Pascual Sánchez de Pozoseco, regidor de Villanueva de la Jara
Juan Tabernero, regidor de Villanueva de la Jara
Juan de la Osa, procurador de Villanueva de la Jara

Otros testigos

Hernán González Reillo, 50 años
Esteban de la Casa, molinero en los molinos Nuevos, 33 años
Hernán Rosillo, escribano de San Clemente en 1530
Francisco Hernández, escribano del número de San Clemente

Testigos en las probanzas de julio 1525, presentados por Alonso Pacheco

Declaraciones tomadas en las casas del término de San Clemente de los molinos Nuevos

  • Pedro Molinero
  • Pedro de Oma, cantero, vecino de San Clemente, 57 años antes más que menos
  • Pedro Camacho, vecino de Vara de Rey
  • Juan Cardoso, vecino de Alarcón

Declaraciones tomadas en las casas del término de San Clemente de los molinos del Batanejo

  • Andrés de Cuéllar, morador en Tarazona
  • Juan Camacho, vecino de Minaya
Declaraciones tomadas en Villanueva de la Jara
  • Juan González
  • Martín López el Viejo
  • Diego López
Otros testigos
  • Lope de Mendoza, 63 años, caballero, vecino de San Clemente, hermano de Mencía de Mendoza, mujer de Rodrigo Pacheco, señor de Minaya
  • Diego de Alarcón, vecino de Minaya, 45 años, primo hermano de Mencía de Mendoza
  • Simón Visiedo, 60 años
  • Hernán Martínez Rubio, 65 años
  • Pedro Chamodio, 55 años, molinero
  • Juan Cardoso, vecino de Alarcón, 55 años, molinero
  • Andrés Cuéllar, 50 años
  • Juan Chamodio, 
Testigos en la probanza de 1525, presentados por Alonso García, en nombre del concejo de Villanueva de la Jara

Antón García, vecino de San Clemente, más de 60 años
Alonso López de Perona, vecino de San Clemente, 60 años
Pedro de Albelda, vecino de San Clemente, 50 años
Martín del Campo, vecino de San Clemente, 60 años
Diego Simón, vecino de San Clemente, 60 años
Juan del Castillo, 55 años
Vasco Saiz Carretero, vecino de San Clemente, 55 años
Pedro de Alarcón, vecino de San Clemente, 37 años
Miguel Sánchez de Tresjuncos, vecino de Minaya, 60 años
Juan Catalán, vecino de Minaya, 60 años
Alejo Martínez, 50 años
Julián González, vecino de la Roda, 38 años
Simón Visiedo, vecino de la Roda, 60 años
Esteban de la Casa, vecino de Villanueva, 33 años
Pedro Chamocho, vecino de San Clemente
Hernán de la Peña


Concejo de Villanueva de la Jara de 4 de octubre de 1525

Martín García de Villanueva, alcalde; Martín López, Aparcio Talaya, Alonso Ruipérez, regidores, Juan de Monteagudo, diputado; Andrés Navarro, alguacil; y Francisco Navarro, escribano.

Concejo de Villanueva de la Jara de 17 de febrero de 1525

Pedro López de Tébar y Juan de la Osa, alcaldes ordinarios; Juan Tabernero, Pedro López Peinado, regidores; Diego Martínez Remielle, alguacil; Diego López y Juan Sanz de la Talaya, diputados.

Concejo de Villanueva de la Jara de 12 de noviembre de 1530

Pedro López de Tébar, alcalde ordinario; Pascual García y Juan de Monteagudo, regidores; Pascual Rabadán, alguacil; Hernán Martínez y Francisco García, diputados; Juan de la Osa, procurador de la villa. Otros: bachiller Clemente.

Testigos de la villa de San Clemente en las cartas de poder de Alonso Pacheco y probanzas de testigos de 1525

Juancho Vizcaíno, Juan Sánchez de Laredo, Miguel García, Francisco Hernández, escribano, Sancho Rodríguez, escribano, y su hijo Francisco Rodríguez, Baltasar Cabeza de Vaca, Hernán Rosillo, escribano, Gonzalo de Origüela, Estudillo, Francisco de Ávila, Juan de Oma, Pedro Gallego, Alonso Yubero,  Hernán González Pacheco, Juan Fraile, Pedro Barriga, escribano, Diego de Sandóval, Pedro Rosillo, Gonzalo Chacón, Martín de Tébar, Miguel López de Perona, Juan de Alarcón, Hernando de Origüela,

Testigos de la villa de Villanueva de la Jara en las probanzas de 1525

Juan de Mondéjar, morador Tarazona, Pedro Simarro, morador Tarazona, Antón Monedero, Pedro Armero, Alonso Simarro, Lope de Araque, Aparicio, Saiz del Atalaya, regidor, Alonso de Ruipérez, regidor



ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ CAJA 5390, PIEZA 5. Pleito entre Alonso Pacheco y la villa de Villanueva de la Jara por la propiedad de la rueda de un molino en los Nuevos. 1525-1530

lunes, 20 de noviembre de 2017

Las poblaciones del corregimiento de San Clemente hacia 1692


Fosman y Medina, Gregorio (fl. 1653-1713) Chorographia del Obispado de Cuenca Que dedica, y ofrece al Yllmo. Sor. Mi Sor. D. Alonso Antonio Des. Martin, Obispo de esta Diocesis del Consejo de su Magd. El Ldo. Bartholome Ferrer Pertussa cura de la Villa de Olmeda y anejos natural de este obispado Gregorius Fosman et Medina Matritensis faciebat Matriti 1692.
BNE. MV/7     http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000035362

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domingo, 5 de noviembre de 2017

Los Piquinoti contra la villa de San Clemente: la ruina de la Hacienda municipal







La Hacienda municipal de San Clemente ya dio síntomas de agotamiento desde finales del siglo XVI, pero la villa aún tenía liquidez para hacer frente a sus obligaciones.Sin embargo, las crisis de subsistencias del cambio de siglo y la terrible peste de 1600 dejaron a la villa exhausta. En auxilio de la villa llegó don Pedro González Galindo. Era un indiano llegado rico de las Indias, por sus méritos y por su matrimonio con su prima María de Tébar, nacida en la Ciudad de los Reyes. Bien acogidos en la Corte, especialmente su dinero, no lo fueron tanto en su villa de origen. Los sanclementinos nunca olvidaron sus orígenes ligados a la familia conversa de los origüela. Hubo un momento que los González Galindo y los Tébar parecieron dominar el pueblo. Don Pedro se hizo reconocer como regidor perpetuo y familiar del Santo Oficio, salvó a la villa, prestándole diez mil ducados de plata en 1607, en una operación de consolidación de deuda que hizo más llevadero el pago de intereses de préstamos anteriores. La fortuna hizo sonreír a la familia, que compraba bienes raíces de incomparable valor en las fincas de Matas Verdes o de las Cruces. Pero entonces llegaron las envidias, el entorno familiar volvió a sufrir las acusaciones de judaísmo. Pronto el cerco se cerró sobre el más notorio de los origüela, el doctor Cristóbal de Tébar, que para salvar su cuerpo más que su alma, hizo donación de sus bienes para la fundación en la villa de un Colegio de la Compañía de Jesús. El lugar elegido sería la iglesia de Nuestra Señora de Septiembre, donde residía la cofradía del mismo nombre, en la que los origüela trataban de limpiar sus orígenes y presentarse como cristiano viejos.

Mientras los sueños de Pedro González Galindo comenzaban a desmoronarse. Había pensado en dejar su emporio económico a su hijo Pedro, pero su matrimonio con Aldonza de Castilla fue un fracaso. La relación entre padre e hijo se agrió, especialmente después de la muerte de Aldonza sin hijos. Así la herencia familiar recayó en la hija Antonia González Galindo, casada con uno de los principales banqueros del reinado final de Felipe IV, Francisco María de Piquinoti. Antonia pronto enviudaría, ante la repentina muerte de su marido Francisco María, que se había vuelto loco al perder su fortuna. Pero la fortuna de los Piquinoti sobrevivió, salvada por Andrea Piquinoti, cuñado de Antonia, llegado desde Amberes para rescatar los negocios familiares. La herencia de los Piquinoti se dividiría entre sus cuatro hijos. Uno de ellos, Benito González Galindo Piquinoti heredaría el mayorazgo fundado por su abuelo Pedro González Galindo y parte de los bienes de la casa genovesa de los Piquinoti. Así la historia de una familia genovesa de banqueros, los Piquinoti, quedó ligada a la villa de San Clemente. Sin embargo, para los sanclementinos el apellido Piquinoti, o piquirroti, como maliciosamente se les llamaba, era sinónimo de origüela. El odio popular se transformó de una familia a otra. En San Clemente, los condes de Villaleal, título que de Carlos II consiguió para la familia Benito Galindo, eran los odiados piquirroti, que tenían sometida a la villa, incapaz de pagar los intereses de un censo de 10.000 ducados



El censo de diez mil ducados de plata prestados por Pedro González Galindo en 1607 estaba integrado como un bien más en el mayorazgo que fundó, junto a su mujer María de Tébar y Aldana, poco antes de su muerte en 1634. Dicho mayorazgo estaba constituido a la altura de 1697, una vez incorporados los bienes que servían de garantía del censo de los diez mil ducados, por
unas casas prinzipales que están en la dicha villa de Madrid en la calle de Alcalá junto al monasterio de las Ballecas, dos zensos que paga el Colegio Ymperial de la Compañía de Jesús de dicha villa de nueue mill ducados de plata de prinzipal y sus réditos zinco mill reales de vellón en cada un año, un juro sobre una casa que llaman del Salbador que está en la calle Maior de dicha villa de zinco mill y quinientos reales de prinzipal y sus réditos doszientos y setenta y zinco reales de vellón cada un año, un juro de nobenta y zinco mil setezientos y seis marauedís de renta a el año situado sobre yerbas del Maestrazgo de Alcántara, unas casas prinzipales en dicha villa de San Clemente, los oficios de escribanías del número de dicha villa, los oficios de correduría y almotazenía de dicha villa, un molino arinero que llaman del Conzejo en la ribera del río Júcar, la dehesa de la redonda en término de la dicha villa, un juro de mill nuebezientas y zinquenta fanegas de trigo situado en las tercias reales de dicho partido de San Clemente y Marquesado de Villena por priuilexio en cabeza de Pedro González Galindo, un oficio de rexidor perpetuo de deicha villa, el patronato del Colegio de la Compañía de Jesús della, una capilla en el convento de San Francisco della, un zenso de veinte mill ducados de principal en plata ympuesto con facultad real sobre los estados de los Vélez y Molina que corresponden de renta en cada un año doze mill y zien reales de vellón, otro zenso contra don Matheo de Villanueva y consortes vezinos de la villa de Tébar de zinco mill y doscientos reales de principal con poca diferenzia y de renta en cada un año socientos y setenta y tres reales poco más o menos, otro zenso contra el conzexo y particulares de la villa de la Roda, otro zenso contra el conzexo y particulares de la villa de Villarexo de Fuentes, una heredad en el sitio que llaman Matas Verdes en término de Villarrobledo, una viña de quatro aranzadas y media en término de San Clemente y qualesquier rentas y efectos que parezieren ser de dicho mayorazgo

El 29 de septiembre de 1668 llegan a San Clemente desde Madrid el escribano Juan Romanco de la Vega y el alguacil Eugenio de Villalobos. Llevan consigo una real provisión que les ordena un cometido claro: cobrar los 156.247 reales que el concejo de San Clemente debe a don Benito Galindo Piquinoti. En su cometido han de contar con el apoyo del alcalde mayor de la villa, el licenciado Francisco Morlote de Alvear, que, en su testimonio, nos presenta una villa que vive un clima de alteraciones. Él mismo acaba de salir de una excomunión; la razón no es otra que haber sacado por la fuerza a varios retraídos de la iglesia de Santiago, donde se habían refugiado tras cometer un asesinato.

La hacienda local de San Clemente estaba arruinada. Desde los años cuarenta, e incluso antes, la guerra y la presión fiscal habían derivado los ingresos de los bienes propios del concejo a sostener el esfuerzo bélico de la Corona. La crisis de comienzo de 1600 había destrozado las finanzas locales de una villa, que ya desde 1580 vivía del empréstito. En auxilio de la misma llegó Pedro González Galindo y su préstamo de diez mil ducados, en reales de plata, pero ahora, el ayuntamiento de San Clemente se vio impotente para pagar los réditos de este censo. El censo tomado a un interés de catorce al millar, es decir, cerca de un siete por ciento, se había renegociado a un interés más favorable del cinco por ciento anual, a pagar en moneda de vellón. Aún así con crisis de los años cuarenta, San Clemente no pudo hacer frente a los pagos. Se hizo precisa una nueva concordia de 1647, firmada entre el concejo de San Clemente y el segundo marido de Antonia Galindo, Pedro de Velasco y Echauz, donde la insuficiente rebaja de los réditos fue sustituida por el compromiso de destinar durante nueve años dos tercios de las rentas de unos propios, ya muy adelgazados, para pago de los réditos del censo. Pero la villa de San Clemente no pudo hacer frente a los pagos. El doce de junio de 1666 estalló la crisis financiera: la villa de San Clemente fue conminada a pagar los cerca de 1600 ducados que adeudaba de los réditos del censo de Pedro González Galindo hasta septiembre de 1665 y de los intereses acumulados por los retrasos. Dos años después llegarían escribano receptor y alguacil dispuestos a ejecutar la deuda.

El escribano Romanco de la Vega se alojó en la llamada Casa de las Comedias. Pero su actuación no era nada teatral. Para pagar las cantidades adeudadas a Benito González Galindo, se pusieron en almoneda varios bienes propios del concejo: la casa, ingenio, barca  y ejido de los molinos de la ribera del Júcar, la renta de la almotacenía y correduría y la escribanía pública. Un pregonero apostado en uno de los arcos de la galería del Ayuntamiento anunció a comienzos de octubre la venta de los propios de San Clemente. A su lado, el escribano y alguacil, pero también el todopoderoso don Rodrigo de Ortega y el presbítero Andrés de Matilla. La solidaridad se mostró entre los vecinos de una villa tan herida como arruinada y nadie del pueblo hizo postura en la almoneda. La subasta al mejor postor había fracasado, se imponía una tasación previa de bienes.

Daba fe de la ruina de la villa, su mayordomo de propios, José de Gomar, que, para el año que iba de San Miguel de 1666 a 1667, reconocía por ingresos unos misérrimos doce reales. La defensa de la villa frente a Benito Galindo Piquinoti la llevó el regidor Sebastián Cantero de Astudillo, que alegó que los Piquinoti podían advocar sus derechos sobre el usufructo de los propios, pero no sobre la propiedad de los mismos. Pero Benito Piquinoti también tenía quien llevara su causa en la villa, correspondiendo la defensa de sus intereses al clérigo José de Ortega y Rosillo, su primo, que procuró nombrar tasadores para valorar los propios de la villa. Quizás, el mismo nombramiento de los tasadores ya mostraba en sus nombres el aislamiento de Benito Piquinoti en la villa de San Clemente. Francisco Ovejero era un maestro de obras de molinos del lugar de Picazo; los otros tres eran ancianos sanclementinos de la época del abuelo Pedro González Galindo. Diego Martínez Alcaide era un antiguo comerciante que había hecho fortuna en los tiempos de guerra como abastecedor del ejército, Juan de Castañeda, un escribano, dedicado a la administración de las rentas reales, y Pedro Montoya Vizcarra había estado ligado a los arrendamientos de las dehesas del pueblo y del propio molino. Otro clérigo, Juan Rosillo Ángel, presentaría el seis de octubre la primera postura por los bienes del concejo (1). El clérigo no era sino el testaferro de un vecino de Salamanca, llamado José de Encinas y Figueroa, del que poco sabemos, salvo que a la sazón se encontraba en Motilla del Palancar ejecutando las deudas que dicha villa tenía pendientes por el servicio de millones. José de Encinas y Figueroa era uno de esos hombres que se situaba a medio camino entre los administradores surgidos en el contexto de las superintendencias nacidas en 1648 y aquellos que confundían sus oficios públicos con sus intereses privados, cuya hacienda procuraban engordar, aprovechándose de unas villas desvencijadas por el inhumano esfuerzo fiscal y militar soportado desde los años cuarenta.

Los amigos de la familia Piquinoti en San Clemente eran asimismo administradores de los intereses reales en la villa. Diego Martínez Alcaide era arrendador de impuestos, de la alcabala del viento y el cuatro por ciento; con pocos amigos en el pueblo, tenía a dos de sus hijos presos por una causa criminal. Las presiones obligaron a Diego Martínez a renunciar a la tasación e igual proceder siguieron el resto de los tasadores nombrados. Nuevos tasadores fueron propuestos por los Piquinoti, entre los nuevos arrendadores de los propios de los últimos años: Francisco Ballestero el mayor, maestro de obras, Juan López Chicano, arrendador de propios, Antonio Martínez, escribano del ayuntamiento, y Julián Herráiz, mayoral de pastores, y buen conocedor de las dehesas del pueblo. Antonio Martínez declinó el papel de tasador por encontrarse entendiendo, como escribano de comisiones, en un caso de falsificación de moneda en el lugar de Rada y la villa de Iniesta y quizás, con más razón, por haber entendido del asunto de las deudas contraídas con Piquinoti, como escribano de los autos proveídos por el alcalde mayor Morlote Alvear.

A pesar de la imposibilidad de conseguir tasadores, la subasta se reanuda el 15 de octubre de 1668. La postura del salmantino Juan de Encinas Figueroa, que mejoró la puja de su testaferro Juan Rosillo Ángel, hasta doscientos mil reales por los bienes concejiles, causó gran desagrado en el pueblo. El regidor Sebastián Cantero de Astudillo sólo reconocía una deuda de cincuenta mil reales por impagos en los últimos nueve años. Los llamamientos del pregonero Juan del Paraíso a nuevas posturas desde los arcos del ayuntamiento se sucedieron los últimos días de octubre. Nadie acudió. Mientras José de Ortega y Rosillo, el hombre de Benito Galindo Piquinoti en la villa, pedía se hiciera efectiva la postura del salmantino Juan de Encinas para el dos de noviembre. El ayuntamiento de San Clemente, reunido de urgencia la tarde del sábado tres de noviembre consigue retrasar la ejecución de los bienes de la villa hasta el día seis. El caso es que llegado el día seis ni José de Encinas se presenta ni otro postor presenta puja alguna. Entretanto, el concejo sanclementino ha fiado la salvaguarda de sus propios a una tasación de sus bienes que dé fe de un valor superior al que se ofrece en la puja. El 19 de octubre se tasará el molino, a partir del tres de noviembre el resto de bienes propios.

De todos los bienes propios de San Clemente, el molino de la ribera del Júcar, en el término de Sisante, llamado el molino del Concejo, era el más querido. Comenzadas las obras en 1514 por mandato del concejo sanclementino, las mismas corrieron a cargo del cantero vasco Pedro de Oma. Su construcción era un símbolo de la libertad de la villa frente a los monopolios de carácter feudal de la familia Castillo, alcaides de Alarcón. Pero a la altura de 1668, el molino, que, situado a medio camino entre Sisante y Casasimarro, había contribuido al crecimiento de estos pueblos, presentaba un estado calamitoso a ojos de los tasadores Francisco Ovejero y Francisco Ballestero. Una riada del río Júcar en 1667 había llevado a su arrendador Pedro Montoya Vizcarra a abandonarlo.
an visto el molino arinero que está en la ribera del Júcar y la casa y portales que está en el término de Sisante y el exido y yslas, que está el exido de este cabo del molino y llega al río y la ysla está entre el río y el caz, y ansimismo an visto dos hazas que son como todo lo demás referido propios desta villa, las quales están de la otra parte del río como se va desta villa de San Clemente a Casasimarro, que alindan con la uereda que baxa de dicho Casasimarro al río y por la otra parte con güertas del lizenciado Ruypérez, vecino de Casasimarro, todo lo qual según el estado en que oy está lo tasan en ochenta y dos mill y quinientos reales de vellón que es el verdadero valor que todo lo susodicho tiene en propiedad en que se yncluye el derecho de poder tener barca que su sitio della está junto a la casa por la parte de arriba donde ay una cal y canto y un árbol grande que no ay otro en todo su contorno como aquel porque al presente no ay barca, maroma ni los demás ynstrumentos nezesarios para usar della; y declaran que el dicho molino al presente está yermo sin que lo asiste persona alguna y la puerta del dicho molino y casa todo abierto con lo qual cada día vendrá en menos valor, en especial en este tiempo que está ymediato el ynvierno, que con las aguas será preciso que las ruinas se aumenten

Ubicación del molino del Concejo, entre Sisante y Casasimarro
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Imagen de la isla formada por el río Júcar, donde se ubicaba el molino de San Clemente
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Vista detallada antiguo molino y casas y hazas anejas
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En rojo, ubicación del molino del Concejo, propiedad de la villa de San Clemente. Aunque aparentemente las propiedades se se situaban en los términos de Sisante y Casasimarro, en realidad, el término era de Alarcón
Mapas y minutas del Instituto Geográfico Nacional




La tasación del molino en ochenta y dos mil quinientos reales era desorbitada para un ingenio que no estaba en uso, pero tal valoración perseguía apartar de la puja hecha al salmantino José de Encinas, que decidió desistir de la postura hecha. Las almonedas celebradas el nueve y diez de noviembre quedaron desiertas. A decir de José Ortega y Rosillo, no ay quien compre dichos bienes ni habrá quien quiera comprarlos por temor de no enemistarse con el ayuntamiento.

Tan interesado como el ayuntamiento en dejar desierta la subasta estaba Benito Galindo Piquinoti, sabedor que los propios del concejo de San Clemente, o parte de ellos, acabarían en sus manos. El conflicto jurídico estaba servido: el ayuntamiento consideraba que la ejecución solo afectaba a las rentas; Benito Galindo Piquinoti, a la propiedad de los bienes. El diez de noviembre el joven caballero de Alcántara pide se le adjudiquen el molino y propiedades anexos, la almotacenía, la correduría y las escribanías del número y del ayuntamiento. Dos días después el juez Juan Romanco de la Vega dicta sentencia adjudicando en venta judicial a Benito González Galindo la propiedad de una parte de los bienes propios de la villa de San Clemente: el molino y anejos, la almotacenía y la correduría
debo adjudicar y desde luego adjudico para en propiedad del dicho pago a el dicho don Benito Galindo Piquinoti y a quien por él fuere parte el molino arinero que está en la ribera del Júcar, casa y portales que están en el término de Sisante, que está de esta parte del molino y llega al río y la ysla que está entre el rio y el caz; y dos hazas que están de la otra parte del dicho río, en el camino que va de esta villa a Casasimarro, y alindan con la vereda que baja de dicha Casasimarro al río, por una parte, y por otra con güertas del lizenciado Ruy Pérez, vezino de dicho Casasimarro, que todo lo referido es propio de esta villa y está tasado en ochenta y dos mil y quinientos reales de vellón; y ansimismo adjudico a el susodicho los oficios de correduría y almotaçanía de esta villa en propiedad que son propios de esta villa y están tasados en settenta mil reales de vellón
El valor de los bienes adjudicados, 152.500 reales de vellón, no llegaba ni siquiera a  cubrir la totalidad de la deuda contraída con Benito Galindo Piquinoti: 156.247 reales de vellón y 18 maravedíes de los réditos del censo, a los que había que añadir 437 reales y 17 maravedíes de costas judiciales. No perdonaría Benito Galindo los 3.747 reales y 18 maravedíes restantes. El pago se haría sobre el arrendamiento del molino del último año. Mientras, para formalizar estos flecos de la venta judicial y dejar atados todos los cabos con el ayuntamiento, actuará como asesor en las operaciones el licenciado Lucas Mateo Fernández. Cuando el 5 de diciembre se hace tasación de costas y salarios la cantidad adeudada ha subido a 299.311 maravedíes, más de 8.800 reales. La deuda seguiría acrecentándose. El resultado es que Benito Galindo Piquinoti se haría por venta judicial con la propiedad de la escribanía en 1677 y con la dehesa redonda en 1686.

La venta judicial de los propios suponía una merma financiera para la villa que sería un elemento de primer orden para explicar el estado de postración de la villa. Pero hubo gestos simbólicos que fueron tanto o más importantes. Así cuando se entregaron los patrones de pesos y medidas de la villa, en posesión del arrendador de la almotacenía, a José de Ortega y Rosillo, representante de Benito Piquinoti
el qual (el almotacén Nicolás de Peñaranda) puso de presente el marco, pesos y medidas siguientes: una media arroba de arambre  para medir vino, un quartillo y medio quartillo de barro, un quartillo y media azumbre, de arambre, para medir miel, media libra y quarterón de oja de lata para medir azeite, un marco que dijo ser de quatro libras de peso con su balanza para contrastar las pesas, seis pares de balanzas viejas echas pedazos que no se puede usar por estar en dicha forma, una pesa de yerro de dos libras, otras tres pesas de 1 libra de yerro, otras dos pesas de yerro de a media libra, medio zelemín de madera herrado y medio quartillo de lo mismo sin herrar, una caja de madera para padrón de las varas de medir, una media fanega de nogal herrada para medida por donde se ajustan las demás desta villa, un cuño en que ay una que es la señal de que usa esta villa para marcar los pesos y medidas que se corrijen con los dichos padrones 



La villa de San Clemente nunca aceptaría la enajenación de los propios de 1668 y recurriría la decisión del juez y escribano receptor Juan de Romanco de la Vega ante el Consejo de Castilla. Por fin el 6 de octubre de 1728 conseguiría la nulidad de la venta judicial de 1668. El conflicto había seguido latente todos estos años. Desde 1681, la villa de San Clemente se había negado a pagar los réditos del censo, acumulando una deuda con los Piquinoti para el periodo de 1681 a 1729 de 207.900 reales. Incluso todavía se adeudaban 4.243 reales de la venta judicial de 1668. A la ruinosa situación de la Hacienda municipal de la villa de San Clemente se había intentado dar salida con un concurso de acreedores de 1672, pero la situación se había complicado sobremanera. Al concurso se presentó don Fernando Manuel Piñán de Zuñiga, beneficiado de Nuestra Señora de la Antigua de la ciudad de Sevilla, y heredero del censo de 6.000 ducados de plata que don Pedro Piñán había prestado a la villa de San Clemente. Fernando Manuel Piñán pidió el secuestro y reserva de bienes municipales, que pasarían a su administración directa, para hacer efectivo el cobro de los réditos de su censo. El cobro de los censos de los Piquinoti y Piñán entrarían en colisión. Hubo un nuevo concurso de acreedores en 1702, pero la cruenta realidad de la Guerra de Sucesión lo dejó en papel mojado.

Los Piquinoti reavivarían el pleito el 15 de enero de 1731 para recuperar las deudas atrasadas. Pero esta vez se querellarían tanto contra el concejo de San Clemente como contra los herederos de los Piñán. El detonante para la querella de los Piquinoti ha sido un auto del ayuntamiento de San Clemente de 12 de diciembre de 1730 decretando el secuestro de los bienes y rentas de los Piquinoti en la villa, intentando volver al concurso de acreedores de 1702, que no diferenciaba adscripción de bienes propios diferenciados y reservados para el pago de deudas a los acreedores y retomaba el control municipal de todos los bienes (incluidos los de la venta judicial de 1668 y posteriores, que solo se declarará nula en 1728) para hacer frente a los pagos. Los Piquinoti conseguirán de la justicia derogar el acuerdo del ayuntamiento de San Clemente de 12 de diciembre de 1730 por sentencia de 18 de mayo de 1741, haciendo valer el reconocimiento de sus deudas.

El quince de julio de 1741, el heredero de los Piquinoti, Juan Francisco Galindo Piquinoti, hijo de José Joaquín Galindo Piquinoti y nieto de Benito, decide hacer efectiva hacer la sentencia de la Chancillería de Granada de 18 de mayo y envía a Francisco Collar a negociar y ajustar con el ayuntamiento de San Clemente las cantidades que por las rentas de la almotacenía, correduría y escribanía se deben desde tiempos de su abuelo. En realidad, hay por ambas partes intención de llegar a un acuerdo para terminar con un conflicto que ya dura un siglo. Así, en la reunión del ayuntamiento de la villa de 29 de julio de 1741 se decide nombrar un contador a Francisco Antonio Cifuentes Mazo para liquidar cuentas con los Piquinoti, que nombraban su contador propio en la persona de Hipólito Francisco Jericó. En la distensión del conflicto contribuyó que los Piquinoti trocaran el interés por las deudas del concejo de San Clemente por otra disputa: la herencia de Andrea Piquinoti, el hermano de Francisco María y cuñado de Antonia Galindo, cuyos bienes no se integraron en le mayorazgo fundado por su padre y de los que eran legitimos herederos los cuatro hijos de Antonia. Pero los auténticos protagonistas que asumieron la responsabilidad de dar una solución final a tan largo conflicto fueron los regidores Juan de Espila Perona y Sebastián Belmonte.

En la liquidación de cuentas del concejo de San Clemente con los Piquinoti, la villa de San Clemente alegó que debía descontarse las ganancias de los bienes propios adquiridos por los Piquinoti en ventas judiciales desde 1668. Así los molinos harineros, por ejemplo, había sumado a la casa Piquinoti unas rentas anuales de 3.300 reales, la dehesa redonda, seiscientos reales, la correduría y almotacenía, 2.200 reales anuales, la escribanía en 2.650 reales anuales. Tales valores de arrendamiento no eran fijos en los diferentes años pero si estimativos. De tal modo que la escribanía no siempre se arrendaba en un único titular que la subarrendaba en otros escribanos, así a partir de 1712 se tendió a arrendamientos individuales entre los diez y ocho escribanos que la servían por una cantidad fija de cien reales, o al menos esta era la cantidad declarada, sin duda unfravalorada, ante la Contaduría mayor de rentas en manos de los Melgarejo. Lo que no cabe duda es que los Piquinoti exprimieron las rentas enajenadas a su favor de la villa de San Clemente. Una muestra es que para el período 1706 a 1716 los ingresos recibidos por el arrendamiento de la almotacenía y correduría ascendían a 787.292 maravedíes, es decir, algo más de dos mil ducados.

La liquidación de cuentas entre el concejo de San Clemente y los Piquinoti se formalizó el 30 de octubre de 1741 y comprendió el período comprendido entre el año 1629 y el año 1740. El censo de los diez mil ducados de plata imponía un interés próximo al siete por ciento, pero en la concordia de 1647 se decidió un nuevo interés del cinco por ciento, quinientos ducados, nuevamente rebajados en 1706, por una pragmática que afectaba a todos los censos, a un interés del tres por ciento, trescientos ducados:

  • Para el período de 1629 a 1638, 46.750 reales de réditos
  • Para el período de 1638 a 1647, 52.250 reales de réditos, más 4.000 reales de costas. Sumados a los anteriores hacen un total de 103.000 reales, que fueron reconocidos por la villa en la concordia de 1647.
  • Para el período de 1647 a 1705, 319.000 reales
  • 285 reales de prorrata de los réditos del año 1705, desde 18 de julio hasta que se decide en agosto de ese año bajar los intereses al 3 por ciento
  • 3.119 reales de prorrata de los réditos desde 17 de agosto de 1705 hasta misma fecha de 1706
  • Para el período de 1706 hasta 1728, 72.600 reales de vellón
  • 731 reales de prorrata de réditos desde 17 de julio hasta seis de octubre, fecha de sentencia de nulidad de las ventas judiciales de los propios de la villa.
  • 24.050 reales de los pagos hechos entre 1668 y 1728 al censo de doña Isabel de la Cadena, de 800 ducados de principal, por haberse sacado de las rentas de los propios embargados al censo de los Piquinoti
La liquidación de cuentas no sería aceptada por el concejo de San Clemente, que no reconocía las deudas que los Piquinoti pretendían de la memoria de Isabel de la Cadena, y se quejaba de las abultadas rentas que los Piquinoti habían ganado de la administración de los propios en el tiempo que los habían poseído tras la venta judicial. Pero San Clemente no quería avenirse a una solución, detallando las partidas que denunciaba. Simplemente, no quería pagar. Por los datos aportados por el Archivo Histórico de San Clemente tenemos noticias que el pleito entre la villa y los Piquinoti seguía en la década de los sesenta y que en 1786 se ajustaban cuentas para redimir el censo. En todo, este intervalo de tiempo los Piquinoti, llamados por el pueblo los piquirroti, que denunciaba sus orígenes conversos, procedentes de la familia origüela, eran el centro de las iras y el odio exacerbado del pueblo. Desde Antonia Galindo, la madre de Benito Galindo Piquinoti, el I Conde de Villaleal, ningún miembro de la familia había osado pisar la villa. Mientras, su casa palacio de San Clemente, el hogar familiar de Pedro González Galindo y su mujer María de Tébar y Aldana, permanecía en ruinas, como sigue hoy en día, con su vieja portada y escudo de armas familiares. Era el símbolo de la pervivencia de los origüela, de cuya sangre todos los sanclementinos querían renegar, pero ninguno podía olvidar.


Anexo. La Hacienda municipal hacia 1665

La hacienda municipal de la villa de San Clemente había menguado muy rápidamente desde comienzos del siglo. El patrimonio municipal, los llamados bienes propios, se habían vendido en los años treinta y cuarenta para hacer frente a las exigencias fiscales y militares de la Monarquía hispánica.  Todos estos bienes estaban hipotecados desde 1607, cuando la villa los ofreció como garantía en el censo de diez mil ducados de Pedro González Galindo. Por entonces, el valor de los mismos se había detallado de la siguiente manera:

  • La escribanía pública de la villa, con una renta anual de 600 ducados (225.000 mrs.), y que en el futuro garantizaría el pago de intereses.
  • La escribanía del ayuntamiento.
  • La caballería de la sierra, de los pinares, montes, dehesas y términos baldíos, con una renta anual de 100 ducados (37.500 mrs.)
  • Almotacenía, 200 ducados (75.000 mrs.).
  • Correduría, 300 ducados (112.500 mrs).
  • Los aprovechamientos de los dos pinares en los caminos de Munera y Villarrobledo, el monte de encinas del Cadozo y San Ginés, camino de Villar de Cantos y Santa María del Campo.
  • Las rentas de los sitios y hornos.
  • Los censos perpetuos sobre las heredades y tierras de la cañada de camino de Villarrobledo.
  • Renta de 12.000 maravedíes sobre los oficios de fieles ejecutores.
  • Penas impuestas en virtud de ordenanzas.
  • El molino harinero, una barca en la ribera del Júcar, en término de Vara del Rey, que rentaba 100.000 maravedíes anuales.
  • Las casas del cabildo y ayuntamiento.
  • La casa de la carnicería, red de peso, cámaras y graneros para pósito y alholí.
Hacia 1625, la rentas procedentes de los propios presentaban una situación mucho más boyante, que garantizaba el pago de los réditos del censo de diez mil ducados de Pedro González Galindo.
  • Escribanía pública, que sirve diez o doce escribanos, valor de 20.000 ducados, renta anualmente, 231.776 mrs. 
  • Escribanía del ayuntamiento, consumidas (vendidas a particulares), valor de 2.000 ducados, renta anual, 0 mrs.
  • Correduría y oficio de corredor, valor de 5.000 ducados, renta anual, 80.000 mrs.
  • Renta de la almotacenía, valor de 4.000 ducados, renta anual, 70.000 mrs.
  • Caballería de la sierra para guarda de los montes, términos y vedados, valor de 3.000 ducados, renta anual, 75.000 mrs.
  • Renta perpetua: Censos contra vecinos impuestos sobre tierras de la Cañada de Santa Ana, valor de 1.000 ducados, renta anual, 16.000 mrs.
  • Dos oficios de fieles ejecutores, servidos por dos regidores, pagados con penas de cámara, valor de 2.000 ducados, renta anual, 12.000 mrs.
  • Casa de los molinos harineros en la ribera del Júcar, valor de 10.000 ducados, renta anual, 136.000 mrs
  • 1/3 de las cortas de montes, pinares y dehesas, valor indeterminado, renta anual, 20.000 mrs.
  • Dehesa de Alcadozo, valor indeterminado, renta anual, 13.600 mrs.
  • Dos montes de encinas y pinares en los caminos de Villarrobledo, valor indeterminado, renta anual, 27.200 mrs.
  • Monte de encinas de Alcadozo y otro de Villar de Cantos (arrendada la bellota junto a la de las encinas ubicadas en los pinares, valor indeterminado, renta anual, 136.000 mrs.
  • Dehesa y pinar de la hoya de la Cierva, que es monte de encinas, pertenecientes a las heredades de Villalpardillo, valor indeterminado, renta anual, 34.000 mrs
  • Sitios yermos, ejidos de Rus, heredad de Casablanca, valor indeterminado, renta anual, 20.000 mrs.
  • Renta que pagan los abastecedores de carnicerías por el abasto y uso de la dehesa carnicera, valor indeterminado, renta anual, 53.256 mrs.
  • Alhorí de la villa, 2.000 ducados (valor de trigo y dinero), renta anual,  0 mrs.
  • Pósito de Alonso de Quiñones, 10.000 fanegas de trigo, no hipotecables a deuda alguna, renta anual, 0 mrs.
  • Casas de la cárcel, casas de su cabildo e ayuntamiento y las casas de las carnicerías y pósito, valor indeterminado, renta anual, 0 mrs.
TOTAL RENTA DE LOS PROPIOS: 954.834 mrs.

Así, podemos definir la hacienda municipal de la villa de San Clemente como una hacienda desahogada, pero a partir de los años treinta, las dehesas comenzaron a arrendarse, primeramente, y enajenarse después, cuando no, caso de Villar de Cantos, pasar a jurisdicción señorial de los Ortega. Los ingresos de las dehesas fueron a parar a sostener el esfuerzo bélico de la Monarquía, después se sumaron el caudal e ingresos del pósito. Las rentas, como la correduría, la almotacenía y la propia escribanía, que dependían del número de transacciones y negocios, decayeron paralelamente al declinar de las actividades comerciales de la villa. San Clemente fue incapaz de hacer frente a los pagos. Hemos citado anteriormente el testimonio de José Gomar, mayordomo de propios, que reconocía en el balance anual de su arca apenas doce reales, que desaparecieron tan pronto como ingresaron.

Los principales ingresos del ayuntamiento hacia 1665 procedían del arrendamiento de unos pocos bienes propios: la escribanía, la almotacenía, la correduría, la dehesa de Villalpardillo y el molino de la ribera del Júcar. El molino todavía procuraba al concejo 128.919 maravedíes anuales cuando Pedro Montoya Vizcarra lo arrendó en el período de 1664 a 1668. Los escribanos pagaban desde 180 a 700 reales por el ejercicio de la escribanía del número, pero el importe de dicha renta había disminuido por ser ejercida por menor número de escribanos. A decir del escribano Juan de Castañeda el valor de las escribanías del número y ayuntamiento no distaba en 1668 del valor que tenían en 1598, cuando la villa las compró por ocho mil ducados; cifra muy alejada de los veinte mil ducados en que serán valoradas un cuarto de siglo después. La correduría y almotacenía sería valoradas en 1668 en alrededor de 70.000 reales de vellón, considerándose que la renta anual no iba más allá de 1500 reales de vellón. Rentas muy minusvaloradas desde comienzos de siglo.

La villa tenía además de propiedades dos obligaciones principales, que respondían a dos censos contraídos en el pasado. Uno era el mencionado censo de diez mil ducados de Pedro González Galindo; el otro era un censo a favor de los herederos de Isabel de la Cadena, por el que la villa pagaba unos réditos anuales de 982,5 reales de vellón.




(1) La postura de Juan Ángel Rosillo, que actuaba en nombre de don José Encinas Figueroa,  se desglosaba del siguiente modo:

  1. Por el molino, casa, barca y ejido de la ribera del Jucar, 50.000 reales de vellón (punto de partida de la subasta 40.000 reales)
  2. Por la almotacenía, 35.000 reales (punto de partida 30.000 reales)
  3. Por la correduría, 25.000 reales (punto de partida, veinte mil reales)
  4. Por la escribanía, 55.0000 reales (punto de partida 50.000 reales)
  5. Por la dehesa de Villalpardillo 30.300 reales (punto de partida 30.000)

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ CAJA 845, PIEZA 11. Pleito entre la villa de San Clemente y los Piquinoti o condes de Villaleal por los réditos de un censo. 1741

domingo, 29 de octubre de 2017

Antón García, la hacienda de un rico vecino de San Clemente a comienzos del quinientos

Hay apellidos comunes que invitan a considerar a sus portadores como unos vecinos más en el devenir existencial de la historia, sin embargo hay casos que estamos ante protagonistas de primera línea de las vidas locales. Tal es el caso de Antón García, vecino de San Clemente. Este hombre nos aparece entre los hidalgos que en 1512 litigan su nobleza en la Chancillería de Granada. Pero sabemos muy poco de él.

Podemos aportar unos pocos datos por los testimonios de diversos testigos que declararon a favor de Antón García como persona abonada. Antón García era una de los fiadores de Tomás de Barrionuevo, vecino de la ciudad de Chinchilla y arrendador de la alcabala del ramo de la grana en 1508. La grana, excrecencia de un insecto, familia de la cochinilla, en las carrascas, era utilizada como elemento primario para la fabricación de tintes. De su recogida, como actividad complementaria, vivían muchas familias. Sometida a alcabala, varios personajes se disputaron el arrendamiento de este impuesto a comienzos de siglo: Alonso González de Origüela, Alonso de Mexía o Tomás de Barrionuevo. Este último, convertido en un arrendador al por mayor de la alcabala de la grana y las tercias en las tierras del Marquesado y Alcaraz, presentó varios fiadores para hacerse con el control del cobro de estos impuestos, entre ellos, Antón García, vecino de San Clemente.

Antón García ya nos aparece como procurador del común de la villa de San Clemente a fines del siglo XV y como uno de los principales del pueblo en las confrontaciones del concejo con Alonso del Castillo. Su fortuna no obstante debe tanto o más a su mujer que a él mismo. A favor de la suficiencia económica declararon el 26 de julio 1508 varios vecinos ante el alcalde ordinario de la villa Juan Picazo: Pedro Macacho, Juan López de Perona y Diego de Sandoval. Todos definieron a Antón García como persona de buen trato y conversación, pero también como un hombre que vivía de su sustanciosa hacienda
e que el dicho Antón Garçía tiene en esta villa e sus términos los bienes syguientes rrayzes: unas casas en esta calle donde biue, alinde de casas de Juan de Yuste, clérigo, e de Alonso Barvero en la calle pública, que puede valer quarenta mill mrs. (sesenta mil mrs. según Juan López de Perona) e un majuelo çerca la cañada alinde de majuelo de Juan Picaço e Françisco de los Herreros de çinco arançadas e media que puede valer a justa e comunal estimaçión quarenta mill mrs. e otro majuelo en la senda de el Medianil  de dos arançadas e tres quartillos. alinde de viñas de juan del Castillo, que puede valer veynte mill mrs. e otros majuelo en las Pinuelas de tres arançadas, alinde de viñas de Juan Cantero e Juan Sánchez el viejo, que puede valer quinze mill mrs. e otros dos pedaços de viñas, uno alinde de Pedro Rruyz de Segouia e otro alinde de Luys Sánchez de Orihuela que podrá valer çinco mill mrs. e çiertas tierras que heredó de su suegro, que no sabe todos los alindes en término de esta villa que pueden valer poco más o menos syete o ocho mil mrs. e allende desto sabe que es honbre que tyene buen abono de ganados e otros bienes muebles

Pero Antón García era un hombre que había llegado sin apenas bienes al matrimonio, su hacienda se había formado y consolidado sobre los bienes de la dote aportados en el momento de su matrimonio por su suegro. La mujer de Antón, Catalina López de Perona, posiblemente la hija de Juan López de Perona, afirmaba haber llevado al matrimonio
en dote e casamiento quarenta e tres o quarenta e quatro mill mrs. en dineros e bienes muebles e rrayzes e que no le mandaron arras ningunas ni a sydo entregada en ninguna cosa dellas e que todo fue en muebles eçebto una viña que vale fasta tres mill mrs. e questo es verdad
Antón García acumulaba así una hacienda en bienes raíces por valor de 150.000 maravedíes, a los que había que añadir unos ganados y otros bienes muebles de los que no sabemos la cantidad o valor. El antiguo procurador del común de la villa de San Clemente, que en los noventa había actuado de portavoz del común de los vecinos contra las quince o veinte familias ricas, había devenido en un miembro más de la oligarquía que criticaba. Dos fuentes eran la base de su riqueza, como hemos de suponer que también las de otros vecinos, cuyas tierras lindaban con las suyas: las viñas y los ganados. Sobre estas dos bases principales fundaría su riqueza la villa de San Clemente. Las tierras cerealistas de Vara de Rey y Sisante complementarán estas fuentes de riqueza. Aunque lo más destacable del caso de Antón García es que no era sino uno más de aquellos sanclementinos que hicieron fortuna en lo que nosotros hemos denominado como la revolución del mil quinientos en estas tierras

Aunque nos falta la fuente documental que lo atestigüe, creemos que la riqueza de Antón García fue heredada por Francisco García, llamado el rico, que compró una regiduría perpetua a mediados del siglo XVI. Desde su posición de regidor se enfrentó a todos los otros vecinos principales de la villa, pero también intentó establecer alianzas familiares para sus dos hijas: María y Elvira. Con Hernán Vázquez de Haro casaría Elvira García, de este modo, es posible que la fortuna de los García pasara a manos de la familia Haro, pero nos faltan las fuentes para afirmarlo sin lugar a dudas.


AGS, EMR, leg. 571. Fianzas e informaciones de abono de los arrendadores de rentas reales de los partidos del Marquesado de Villena, ciudad de Murcia, Segura de la Sierra y Alcaraz. 1508

sábado, 21 de octubre de 2017

Caballeros cuantiosos en el realengo del Marquesado de Villena en 1506-1507

Relación de libranzas hechas a los caballeros de acostamiento de San Clemente, Albacete, Chinchilla, Almansa, Yecla, Villanueva de la Jara y Liétor, con cargo a las alcabalas del marquesado de Villena. 1506-1507

                                                                         




San Clemente

Diego de Andújar
Alonso de Zapata
Alonso de Sepúlveda, vecino de Vara de Rey
Hernán Rodríguez (1507)

Albacete

Alonso de Cantos
Otro Alonso de Cantos
Martín de Cantos
Martín de Cantos, hijo de otro Martín de Cantos
Juan de Santacruz, alcalde
Gonzalo de Iniesta, alcalde
Juan Gómez de Piqueras
Francisco Martínez, regidor
Gil de Santacruz
Martín Sánchez de Verastegui
Juan Gómez de Vicen Pérez
Alonso de Villena
Luis de Arboleda
Juan Torres el mozo

Chinchilla

El bachiller Cristóbal de Biezma
Pedro de Moranchel
Carlos Muñoz
Diego Dotazo
Francisco de Moranchel
Pedro de Cazorla
Pedro de Tordesillas el mozo
Bartolomé de Alcañavate
Alonso del Campo
Juan de la Mota
Miguel Soriano el mozo
Pedro Gascón
Rodrigo del Peral el viejo
Rodrigo del Peral el mozo
Alonso de Monibáñez el mozo
Alonso de Cantos el mozo
Miguel de Aragón el viejo
Hernando de Olivares el viejo
Gil Verdejo
Pedro de Moranchel el viejo
Diego López de Alcaraz
Manuel de Alcañavate

Almansa

Pedro de Ochoa
Alonso Martínez de Paterna
Juan de Barrionuevo
Antón de Navajas
Gonzalo Gil
Martín Pérez
Pedro Esteban
Juan de Alarcón (1507)
Hernando de Piñán
Francisco de Parraga (tachado) Tarraga
Juan Mateo
Juan Fernández de Ayora
Antón Gil de Almansa
Martín Aparicio
Andrés Gómez
Hernán Díez
Francisco de Parraga
Francisco de Tarraga (tachado)
Juan Hortín
Francisco Jiménez, alguacil
Luis Navarro

Yecla

Pero Quiles
Juan Navarro
Diego Alcaraván

Villanueva de la Jara

Juan de Cuevas
Juan de Moya
Benito de la Jara
Francisco de Briones

Lietor

Alonso de Buendía
Gonzalo de Miravete
Pedro de las Penas





AGS, EMR, Leg. 75 -105 antiguo-.  Relación de libranzas hechas a los caballeros de acostamiento de Medina del Campo, Valladolid, San Clemente, Albacete, Chinchilla, Almansa, Yecla, Villanueva de la Jara y Liétor, con cargo a las alcabalas del marquesado de Villena. ca. 1506

AGS, EMR, leg. 108 antiguo. Libranzas a caballeros de acostamiento de San Clemente, Albacete, Chinchilla, Almansa, Yecla, Villanueva de la Jara, Liétor, Medina del Campo y Valladolid, hechas sobre rentas del marquesado de Villena. 1507


Anexo: Acostamientos de 1504

Iniesta

Alonso de Castañeda
Diego Zapata
Alonso de Cubas
Otro Alonso de Cubas yerno de Pedro de Buenache
Jorge de Lorca
Alonso de la Jara
Benito Garrido

San Clemente

Gonzalo Rosillo
Sancho Rodríguez
Hernán Rodríguez


AGS, EMR, leg. 69 -98 antiguo- Cuentas de las rentas de alcabalas de los lugares del marquesado de Villena, dadas por Diego de la Fuente, y libramientos a particulares y a caballeros de acostamiento. 1504


Anexo: Asiento de Martín de Cantos, vecino de Albacete para servir en la guerra

Yo Martín de Cantos, veçino de la villa de Aluaçete digo que vista la voluntad de su alteza que es quererse servir de una lança de mí e de otros sus vasallos deste marquesado como quiera que mi deseo y pensamiento es e a sydo e syenpre yvitando a mi padre e ahuelos de le seruir de más y con más pues desto ser sirve que asiento una lança gineta por mi e otra por mi fijo Martín de Cantos y otra por mi fijo Pedro de Cantos que están so mi poderío paternal e son personas de hedad y sufiçiençia para las seruir con tanto e suplico a su alteza sy a otro alguno deste marquesado y su comarca fiziere merçed en le asentar dos lanças que la misma merçed yo pido y suplico se me faga pues en voluntad de seruir otro alguno no me tiene ventaja y lo mismo le suplico faga con mis fijos cuando casados fueren o por sy vinieren y tanbién digo que pues a los acostamientos antes de agora asentados su alteza les da mill mrs. cuando los llama a seruir sin el acostamiento ordinario que para esto estos sean dados a mí e a los dichos mis fijos pues en deseo de seruir no somos de menos condiçión que los otros lo qual vmil(de)mente a su alteza suplico por mi e por los dichos mis fijos y ellos fyrmaron sus nombres en presençia del dicho Françisco de Ulloa e de mi el dicho escriuano, testigos Françisco de Buenache escriuano e Françisco de la Torre e Alonso de Alcaras e Mateo Roldán veçinos de la dicha villa de Aluaçete. Martín de Cantos, Cantos, Pedro de Cantos




AGS, Cont. Sueldo, leg. 6 Asientos de acostamientos reales en la villa de Albacete. 1505

sábado, 14 de octubre de 2017

Evolución histórica de la demografía de San Clemente (Cuenca)

Fig. 1: Población de San Clemente en la Edad Moderna. Coeficiente de 3.75 aplicado por vecino





Fig. 2: Evolución de la población en la Edad Contemporánea





FUENTES:
TORRENTE PÉREZ, D.: Documentos para la Historia de San Clemente. Tomo II, pp. 389-393. 1975
JIMÉNEZ MONTESERÍN, M.: "Los años sombríos del seiscientos", p. 158 en La economía conquense en perspectiva histórica (Julián Canorea Huete y Mª Carmen Poyato, coordinadores). UCLM. Cuenca. 2000
MARTINEZ FRONCE, F.: "De la Cuenca manchega". Cuenca, 27, 1986
: GARCÍA HERAS,  V.A.: “El impacto de la guerra de Sucesión en la evolución demográfica de San Clemente: una villa cabeza de Corregimiento”, en ENSAYOS, Revista de la Facultad de Educación de Albacete, Nº 26, 2011



ANEXO


POBLACIÓN DE SAN CLEMENTE EDAD MODERNA
Fecha VECINOS HABITANTES FUENTE OBSERVACIONES
1445 132 495 AMSC. AYTO 130 pecheros y dos hidalgos. Recuento de vecinos por villazgo
1495 180 675 AChGr caja 711 pieza 3 testimonio de Cristóbal Llorca, vecino de Alarcón
ca. 1500 200 750 AChGr caja 5355 pieza 8 Testimonios orales
1528 709 2659 Censo pecheros. AGS. CG. Leg. 768 Excluye hidalgos y clérigos
1530 800 3000 Diego Torrente 100 agricultores, muchos otros en granjerías de viñas
1546 1200 4500 AChGr caja 5355 pieza 8 Testimonios orales
1552 1261 4729 Mss. El Escorial (Zarco Cuevas) 37 clérigos y 90 hidalgos
1575 1200-1300 4500-4875 Relaciones Topográficas Incluidas 82 casas de hidalgos. Disminución de población por Guerra Granada
1586 1547 5801 Padrón de alcabalas AGS, Exptes Hacienda Incluidos hidalgos y clérigos seglares
1591 1572 5895 Tomás González 1829 90 hidalgos, 5 clérigos seglares y 5 regulares. Villar de Cantos 12 vecinos, Perona, 6, y Rus sin vecinos
1624 1800 6750 Padrón de alcabalas AGS, Exptes Hacienda En 1626, Villar de Cantos pasa a jurisdicción de los Ortega y quedará integrada en Vara del Rey
1635 1610 6038 AMSC.CORREGIMIENTO Vecinos mayores de 16 años. 12 Vecinos en Casas de Fernando Alonso y 4 en Perona
1645 700 2625 M. Jiménez Monteserín. Archivo Municipal de Cuenca Extraído de padrones militares, consideramos que hay ocultación de vecinos
1646 961 3604 AGS. CC. DIVERSOS, Leg. 23 doc. 1 Censo de dudosa fiabilidad para los historiadores
1654 877 3289
Diego Torrente
12 vecinos en Perona y 30 en Casas de Fernando Alonso
1697 1096 4110 AMSC. AYTO Leg. 33/1 Otros 44 vecinos en aldeas
1710 760 2850 Diego Torrente. AMSC. AYTO. Leg. 23 Censo con fines militares, poco fiable
1752 952 3570 Catastro de Ensenada Incluye 140 pobres y dentro de ellos 38 viudas, 12 casas de campo. Excluye clérigos. Algunos autores parten para el cálculo de 812 vecinos, excluidos los grupos anteriores. Se excluyen aldeas (Casas de Fernando Alonso, 130 vecinos, Casas de los Pinos, 90, Casas de Haro, 98, y Perona, 15)
1787 1487 5576 Censo de Floridablanca Incluye aldeas. Basándose en el mismo censo Jiménez Monteserín da 1375 vecinos
1787 950 3563 Cura Francisco Luján Beamud 440 vecínos más en las aldeas 
1805 929 3484 Mateo López Excluye aldeas. 888 pecheros, 21 hidalgos y 20 clérigos
1812 625 2343 Diego Torrente
1827 s/d 3622 Mnez. Fronce Felix
1829 886 3320 Diego Torrente Incluye 14 clérigos, 12 frailes y 30 monjas
1831 s/d 3461 Diccionario Geográfico Universal