El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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domingo, 14 de julio de 2019

El Cañavate y Alarcón por la dehesa de Atalaya

El pleito entre El Cañavate y Alarcón sobre el aprovechamiento de la dehesa de Cañavate se venía arrastrando desde el año 1537, pero no se pronunció sentencia hasta 19 de marzo de 1549. La sentencia daba la razón, aparentemente, a El Cañavate
declaramos que los veçinos de la dicha villa de Alcañavate pieden paçer con sus ganados de lavor en la dehesa de la Atalaya sobre que es este pleyto aunque esté arrendada por el conçejo de la villa de Alarcón e no estando arrendada puedan hazer e hagan la dicha dehesa los dichos veçinos de Alcañavate todos los usos e aprovechamientos según e como hazen e puedan hazer los veçinos de la dicha villa de Alarcón e no les pongan ympedimentos algunos so pena de dosçientos mill maravedís

Sentencia de 19 de marzo de 1549
ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ CAJA 1976, PIEZA 7. El Cañavate vs. Alarcón por la dehesa de Atalaya. 1537

La dehesa de Atalaya se tenía por un propio de Alarcón, y como tal de libre arrendamiento para herbaje y reservándose el derecho a conceder cualquier uso o aprovechamiento solo con licencia previa del concejo de la villa de Alarcón. La sentencia no convenció a ninguna de las villas; ni a Alarcón que se reservaba el uso exclusivo de la dehesa, y limitaba los derechos de EL Cañavate y sus aldeas a las dehesas boyales que ya poseían, ni a El Cañavate que quería un libre aprovechamiento de sus ganados en todo el término de Alarcón, incluidas las dehesas adehesadas o privilegiadas, también cuando estuvieran arrendadas. Este derecho a la comunidad de aprovechamientos, acordado en 1480 y sentencias de años poseriores, lo limitaba el procurador de Alarcón a los terrenos baldíos con exclusión expresa de las dehesas cerradas
porque la dicha comunidad no se estiende a la dicha dehesa ni a las otras que mis partes tienen en los dichos sus términos salvo en los términos valdíos de la dicha villa
La sentencia sería confirmada en grado de revista, pero no sería aceptada por ninguna de las partes, que, a través de sus procuradores siguieron pleiteando en la Chancillería de Granada


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ CAJA 1976, PIEZA 7. El Cañavate vs. Alarcón por la dehesa de Atalaya. 1537

viernes, 19 de abril de 2019

Cañada Juncosa, el pueblo de las cuatro jurisdicciones

En 1732 se decía que en Cañada Juncosa había cuatro jurisdicciones: la más numerosa, que era la de El Cañavate, y otras tres correspondientes a Alarcón, Tébar y Honrubia, que era lo mismo decir que una jurisdicción, pues las dos últimas villas la poseían como antiguas aldeas de Alarcón. Cañada Juncosa era una población de 140 vecinos, repartidos en cuatro barrios con las mencionadas cuatro jurisdicciones diferenciadas, de los que la mitad de vecinos vivían en el barrio perteneciente a El Cañavate. Cañada Juncosa había dejado chica a la villa madre de EL Cañavate y, ahora, en palabras de Marcial Antonio de Torres, se corría el riego de
que quedaría la que fue madre y señora de todo esclaua y suxeta y tal vez aldea de su barrio
La pujanza de la aldea de Cañada Juncosa en este periodo es evidente por la capacidad de atracción de foráneos: un hornero, llamado Diego Melero; un francés, llamado Carreller, había instalado un mesón en el pueblo; y dos cirujanos se habían instalado en el mismo,  Blas Asensio, procedente del Reino de Valencia, y Juan Ibáñez, cuyo padre era médico en Atalaya. Cañada Juncosa era foco de atracción para los ganados forasteros. Una de las familias que había fomentado el villazgo era la familia de la Torre, pero sus ganados encontraban competidores en los ganaderos de las familias de pueblos vecinos.

A fecha de hoy, no disponemos del amojonamiento del licenciado Molina en 1481, para saber las dehesas que, como propias, quedaron para la villa de Alarcón, y poder afirmar que en el caso de El Cañavate se llegó a una solución semejante a la de Villanueva de la Jara, con una jurisdicción a El Cañavate sobre sus aldeas que no iba más allá del espacio ocupado bajo sus tejados. Aunque hay indicios que niegan este hecho y que nos llevan a pensar que El Cañavate se hizo con la posesión de varias dehesas, pues en la misma comisión se decía que, tanto como Motilla como El Cañavate, tenían ya términos propios (al menos, entiéndase, deslindados) desde antes de la muerte del rey  Enrique IV (fecha clave en la concordia de 1 de marzo de 1480, para alegar derechos)*. Pero, por un testimonio de un interrogatorio de 1757, sabemos que la villa de Alarcón se había arrogado, para su propiedad, una franja ancha a ambos lados del camino real (parte de cuyo término heredarán con el villazgo su aldeas de Tébar y Honrubia)
que la villa de Alarcón solamente tiene de jurisdición  lo ancho del camino real

La especial situación de complejidad de jurisdicciones de Cañada Juncosa, la conocemos por el interrogatorio de 1757, a instancias de la villa de El Cañavate. Cañada Juncosa era una aldea con cuatro calles con mojoneras formales, a pesar de su proximidad, y cuatro jurisdicciones con un alcalde pedáneo al frente de cada una ellas
el barrio y lugar de Cañadajuncosa se compone de quatro calles distintas y separadas sugetas a la jurisdición respectiba de las quatro villas de Cañabate, Tébar y Alarcón y Honrubia con sus respectibos vezinos que son, diez y nueve de la de Honrubia, veinte y quatro de la de Tébar, conquenta de la de Alarcón, y ochenta y uno de la de Cañabate, 

Censo de 504 ducados de principal a favor del convento de monjas benitas de Cuenca, y relaciones de los bienes propios del concejo de El Cañavate y de particulares hipotecados
(Archivo Histórico Nacional, CONSEJOS, 27048, Exp.4 - 1231)

En realidad, la parte que pedía el villazgo era el barrio perteneciente a El Cañavate, y el temor era que el resto de moradores se avecindaran en la nueva villa y existía un temor mucho mayor, que era la instalación de nuevos vecinos de otros lugares. De hecho, se consideraba que el impulsor de la iniciativa de villazgo, Pedro Ruiz de Zabarte, junto a otros vecinos, además de ser moradores en los barrios de Alarcón o sus antiguas aldeas, eran simples testaferros de intereses señoriales ajenos al lugar. Muestra de estos intereses, es que la dehesa carnicera del Montecillo y la dehesa de la Veguilla, amén de la dehesa vieja en Atalaya, se hallaban hipotecadas a varios censos, con un montante de principal que ascendía a cinco mil ducados (3.600 ducados correspondientes a las dos primeras dehesas), a favor del marqués de Valdeguerrero, vecino de San Clemente, y de las monjas benitas de la ciudad de Cuenca y agustinas del Castillo de Garcimuñoz (aparte de otro censo a favor de un vecino de El Cañavate, don Diego de la Torre, hombre poderoso de El Cañavate y principal opositor en la sombra al villazgo de la aldea). Entre los intereses ajenos que se citaban, estaban los Melgarejo y los Villanueva, poseedores de ganados, e Isidro Carvajal, apoyados por los hermanos José y Rafael del Castillo, cura y teniente del dicho lugar, con apoyos familiares en Valverde (donde tenían casada una sobrina con un hijo de don Miguel de Alcaraz, de nombre Blas) y en Piqueras. Sobre la familia Carvajal se denunciaba el estar detrás, aportando el dinero para mantener el pleito
y que el dinero para estos gastos lo hauían dado los señoritos de Cuenca de la congregación de San Phelipe llamados los Caruaxales

La aldea, Cañada Juncosa, había superado en población a la villa, El Cañavate, de apenas cien vecinos. Los primeros intentos de emancipación de la aldea se remontaban a 1722, cuando se celebró una junta de los cuatro barrios en casa del párroco, el doctor don José Lluva, que, a decir de algún testigo, convenció a los moradores de la inconveniencia del villazgo. Una nueva junta, esta vez únicamente de los moradores del barrio perteneciente a El Cañavate, se celebró en 1730, en casa del nuevo cura don Sebastián López de Peralta. Se dieron poderes, ante Cristóbal de Toledo, vecino de Olivares, para conseguir el derecho de villazgo, por sesenta vecinos el 30 de marzo de 1732 y, de hecho, se consiguió en 1732, pero, a decir de algún testigo, el proceso de villazgo se atascó, por no disponer la aldea de los 17.000 reales necesarios para la exención como villa y por la oposición de la villa de El Cañavate que nombró sucesivamente como alcaldes pedáneos de la aldea a dos hombres fieles, Pedro Sahuquillo y el sastre Juan de Villanueva, para entorpecer el proceso de exención. El dinero necesario para la obtención del villazgo y sus gestiones en Madrid, lo aportaría don Manuel de Moreda, beneficiado de Villaescusa de Haro y en nombre del seminario conciliar de San Julián de Cuenca el 15 de marzo de 1734, que no sería redimido hasta el veinticuatro de enero de 1757. El villazgo no se haría efectivo hasta 1759, año en el que aldea y villa llegaron a una concordia de siete puntos, que reconocía la presencia de la jurisdicción de El Cañavate en el gobierno de Cañada Juncosa con un regidor de villa y tierra en el concejo de El Cañavate, vecino de la aldea,  y cedía a la nueva villa la dehesa carnicera o del Montecillo y otra dehesa, tenida hasta entonces propia por El Cañavate, la llamada Veguilla, de la que Cañada Juncosa se obligaba a pagar las cargas de un censo con la que estaba hipotecada. La ejecutoria de villazgo es de trece de julio de 1759.

Era una renuncia por parte de El Cañavate a parte de sus propios, constituidos por el oficio de correduría y almotacenía, el horno de pan cocer y otras dehesas, además de las dos mencionadas y ahora cedidas a su barrio: Torrejón, Saceda, Cerrada y Vieja de Atalaya. Pero la dotación de propios a la nueva villa se hacía necesario para que no ocurriera como en casas similares, tal era el caso de Casas de Guijarro, emancipado como villa de Vara de Rey, e incapaz de pagar los costes de exención, y que se había obligado a sujetarse como pedánea a la villa de San Clemente. Cañada Juncosa, únicamente tenía una cárcel con una cámara encima, que hacía las funciones de pósito. La falta de medios de los moradores de Cañada Juncosa para su autonomía les condenaba a depender de intereses foráneos. El único labrador de la aldea era Pedro Ruipérez Zabarte, pero renteros de propiedades de señores forasteros y las únicas que tenía estaban embargadas a una memoria fundada por el doctor Buendía y a un censo a favor de las religiosas agustinas del Castillo de Garcimuñoz. El resto de moradores eran pastores, que complementaban con otros oficios como paleros o yeseros, al servicio de grandes propietarios de ganados como el citado Diego de la Torre o los hermanos Pedro y Mateo de Villanueva, vecinos de Tébar y El Picazo, que sin duda se oponían a la entrada de nuevos competidores en el disfrute de los pastos.

Firma de María Manuel Melgarejo, caballero de la orden de San Juan.


En la emancipación de Cañada Juncosa como villa jugaban intereses nobiliarios; en especial, los de Manuel María Melgarejo, caballero de la orden de San Juan, avecindado en ese lugar. La familia Melgarejo iniciara un proceso de usurpación de bienes de realengo desde la posesión de oficios concejiles. Un caso es la apropiación en 1781 de un ejido de realengo, contiguo a la casa que la familia poseía en Cañada Juncosa. Manuel María Melgarejo se había instalado, a al menos avecindado, procedente de Pinarejo, en la nueva villa de Cañada Juncosa en 1778, desde entonces las quejas contra este caballero y sus ganados fueron continuas por la libertad que sus ganados pastaban los términos del pueblo, sin respetar plantíos o dehesas acotadas.


*Sobre la concesión de un término cerrado a El Cañavate, las Relaciones Topográficas nos dicen
que esta villa tiene media legua de término en derredor, y que es suyo de él porque es propio suyo; y que es término cerrado, y que goza de todo el término y suelo de la villa de Alarcón en labrar, y pacer, y rozar, y en todo lo demás que la dicha villa de Alarcón goza
por concierto que los pasados tuvieron con la villa de Alarcón, como en suelo suyo que estaba; y que a esta villa dio el término cerrado porque esta villa dio a la villa de Alarcón mayor término que tiene para gozar del cerrado 

ZARCO CUEVAS, Julián: Relaciones de pueblos del Obispado de Cuenca. Edición de Dimas Pérez Ramírez. Cuenca, 1983, pp. 208 y 209



ANEXO I: MOJONERA DE CAÑADA JUNCOSA, CON MOTIVO DE LA ÚNICA CONTRIBUCIÓN DE 28 DE FEBRERO DE 1752 (sacada del archivo municipal de El Cañavate)

Ai un mojón en el dicho lugar de Cañada Juncosa, que es una piedra, algo más de una bara de alto, situado en el corral de la casa de Julián García, el que es dibisorio de las quatro jurisdiciones, de las villas de Thébar, Alarcón, Honrubia y la de esta; ai otro mojón más bajo del antezedente, en un solar de Alfonso Martínez, que dibide esta jurisdición con la dicha del Honrubia, dentro del lugar, de modo que distingue y separa el centro y contenido de ambos lugares, por tener las quatro villas cada una el suio; ai otro mojón en la calle de Alarcón sobre una pared, formado de cal y piedra, que separa y distingue el lugar de hesta villa con el de Alarcón y ba guadando la línea de heste dicho lugar, al primer mojón que queda citado, en el corral de Julián García, de modo que los mojones de hesta jurisdición comprenden el lugar de Cañada
ANEXO II: RELACIÓN DE CENSOS CONTRA LA VILLA DE EL CAÑAVATE

  • Mil cien ducados reales de principal a favor de Pedro Montoya Ortega y contra el concejo de la villa, por escritura de cinco de febrero de 1590, para pago del nuevo servicio de millones. Bienes hipotecados: casas del concejo y cárcel, tienda y carnicería, cuatro hornos de pan cocer (dos en El Cañavate y otros dos en Atalaya y Cañada Juncosa), seiscientos almudes trigales de las dehesas de Atalaya, Torrejón, Cañada Juncosa, Vega Mayor, la Salceda y la Cerrada, la escribanía y la almotazenía
  • Quinientos ducados de principal a favor de María Álvarez de Tébar, viuda de Antón García Monteagudo, y contra el concejo, por escritura de cinco de mayo de 1590, para pago del nuevo servicio de millones, con el ensanche de la dehesa carnicera. Bienes hipotecados, los anteriores.
  • Trescientos ducados de principal a favor de Ana María de Ortega, viuda de Gómez de Valencuela, y contra el concejo, por escritura de diez de septiembre de 1597, para armar, vestir y dar sueldo a once soldados de los doscientos cincuenta repartidos al partido de San Clemente. Bienes hipotecados, los anteriores.
  • Quinientos cuatro ducados de principal  a favor del convento de monjas de San Benito de la ciudad de Cuenca. no consta el año.
  • Mil cien ducados de principal a favor de Francisco Ignacio de Sandoval, marqués de Valdeguerrero, No consta año. 
ANEXO III: PROPIOS DE LA VILLA DE EL CAÑAVATE
  • Una dehesa llamada la Veguilla en Cañada Juncosa, se arrienda por 120 reales anuales
  • Una dehesa llamada la Vega Mayor, arrendada por 200 reales anuales. Dehesa boyal.
  • Las dehesas de Salceda y Cerrada, arrendadas por 60 reales anuales
  • La dehesa de Torrejon, arrendada por 60 reales anuales.  Dehesa boyal
  • La dehesa de pasto y labor de la Atalaya, arrendada por 560 reales anuales
  • La correduría y almotacenía, arrendadas en 375 reales
  • Correduría y almotacenía del lugar de Cañada Juncosa, arrendada en 90 reales
  • Un horno de pan cocer en el lugar de Cañada Juncosa, arrendado en 40 reales
  • Otro horno en El Cañavate sin arrendar
Archivo Histórico Nacional, CONSEJOS, 27048, Exp.4. La villa de Cañabate, Alarcón, Tébar, Honrrubia (Cuenca) y diferentes moradores del barrio de Cañada Juncosa contra el mismo barrio sobre retención de la gracia obtenida por éste de exención de jurisdicción de la villa de Cañabate y aprobación de unos capítulos.

domingo, 3 de febrero de 2019

El Corregimiento de las diecisiete villas, una administración bajo el signo de la corrupción (III)

Las intromisiones del corregidor en la villa de Santa María del Campo Rus continuaban, después de la desgraciada intervención del último gobernador mosén Rubí de Bracamonte, que acabó con tumultos sangrientos en la localidad. Es más, solo se conocía desde esta rebelión santamarieña la visita de un corregidor, Melchor Pérez de Torres; visita, al parecer, muy apresurada y en un contexto de visita del resto de las villas. El día de Año Nuevo de 1592, el encargado de vigilar la correcta elección de oficios concejiles fue el alguacil Alonso Lafuente Zapata, que llevó de salarios diez ducados. La villa protestó por los diez ducados del alguacil en un poco exitoso pleito que mantuvo en su poder el fiel escribano Francisco de Astudillo. Mientras a la villa se le quitaban tantas razones como maravedíes, los alguaciles del corregimiento veían en los contenciosos una fuente de ingresos. Diego de Agüero, nuestro ya conocido alguacil, prefería ahora recibir salario en especie de capones y cabritos. El caso de Alonso Lafuente es ejemplo de los abusos de estos alguaciles. Su comisión en la elección de oficios duró tres días; el salario cargado sobre la villa fue de diez ducados, es decir, 3750 maravedíes. El corregidor intentó mediar en el conflicto, imponiendo un salario de quinientos maravedíes diarios; sin embargo, el salario marcado por las provisiones ganadas por las villas marcaban un salario de seis reales o doscientos maravedíes. Los abusos de los oficiales del corregimiento en Santa María del Campo Rus venían de antaño, de los últimos tiempos de la gobernación del Marquesado.

No hemos de considerar a los regidores santamarieños, sin embargo, defensores de las libertades municipales. Sabemos que los regidores Hernando Gallego Patiño, Hernán González, Pedro de Ortega y Juan Galindo Castillo aprovecharon una provisión del Consejo Real que intentaba aliviar la necesidad de los labradores, prestando trigo de los pósitos, para hacerse con el grano del alhorí municipal. El corregidor los llevó presos a la villa de San Clemente, aunque al final hubo una solución concertada: su libertad de prisión a cambio del pago de una multa de tres mil maravedíes. Su relación con la autoridad real sedente en la villa de San Clemente había mejorado mucho en los años finales del corregidor Antonio Pérez de Torres. Si al comienzo del corregimiento las autoridades habían apoyado a la familia Rosillo, en 1592 el alcalde elegido es Hernando de Chaves, de una familia rival; conocemos de las actuaciones favorables de la justicia del partido contra el concejo de El Cañavate por entrar sus vecinos en los montes de Santa María del Campo Rus.

La villa de El Cañavate nos aparece como un pueblo celoso de su buen gobierno. Las preguntas de la secreta son comunes, pero hay que diferenciar entre aquellas que denuncian los abusos y esas otras que refieren la administración del gobierno local. En las respuesta de estas últimas, El Cañavate se presenta como una villa respetuosa con las ordenanzas, los aranceles que aparecen colgados en sus tiendas y mesones, el cuidado de sus calles y mesones, la escrupulosidad en las pesas y medidas, registro de sus presos en un libro del alcaide de la cárcel, el abasto de sus tiendas y pósito o la correcta aplicación de las penas de cámara. Especialmente cuidado y diligencia se tenía en la administración de pósito, tanto en la custodia de caudales y panes como en su registro en libros:
ay un arca con tres llabes en el pósito desta villa adonde se echa el dinero dél e que las llabes las tienen un alcalde y un rregidor diputados por el ayuntamiento e la otra el mayordomo e sabe que la panera tiene dos llabes y la una tiene en su poder un rregidor diputado y la otra un mayordomo e como se va cobrando el trigo se va echando en la panera e ansimismo y luego que el dinero entra en poder del mayordomo se entra en el arca de tres llabes y ay dos libros uno en poder del rregidor que tiene las llabes del dinero y alhorí y otro en poder del mayordomo e que cada uno en su libro asientan las partidas de trigo que se sacan y en que día y quién lo manda y ansimismo que en el arca de tres llabes ay otro libro donde se asientan las partidas del dinero que se mete y se saca de la dicha arca y que dentro el dicho dinero entran luego el libro y se cierra luego el arca quedando debajo de tres llabes donde está de ordinario.
Esta villa celosa de sus libertades y franquezas, guardadas en el arca de tres llaves de su archivo, que en otro lugar hemos definido como república de labradores, y que se asemejaba a la alegoría que tiempo después y en otro lugar intemporal el barón de Mandeville nos presentará como ejemplo de colmena de abejas incorruptas, donde no tiene cabida el principio de vicios privados, virtudes públicas, mostraba ya los primeros signos de aristocratización y desigualdad, aunque sus vecinos todavía veían a estos Ortega-Montoya o Cañavate como ejemplo de familias virtuosas
Pedro de Montoya alcalde ordinario desta villa tiene un hijo que es alférez mayor del ayuntamiento y el otro hijo rregidor perpetuo pero que cada uno bibe en su casa con su muger y familia de por sí y que este testigo los tiene por jente de tanto balor que antepondrán el bien público a sus bidas y de sus padres y Francisco López Cañabate rregidor desta villa tiene un hijo alcalde hordinario en esta villa el qual no fue nombrado por su boto ni parescer y otro hijo rregidor y que el uno y el otro son tan celosos del bien público que por él pospondrán el amor paternal y que el dicho Francisco López Cañabate tiene otro hermano rregidor que se dize Juan López Cañabate el qual es tan celoso de la rrepública que meritoriamente se le puede llamar padre della
El narrador, el regidor Bartolomé Gallego, era un hombre de los viejos tiempos. En su cabeza, no había otros principios que aquellos valores de la virtud, el bien común y el buen gobierno, pero la colmena virtuosa ya mostraba los primeros signos de un cuerpo estratificado, donde los vicios privados eran el fundamento del bien común. La vieja república de El Cañavate, que había sobrevivido a la sangre comunera que tiñó de rojo las aguas de su río Rus, cedía al dominio de los Ortega y los Cañavate, patricios y padres de la nueva república. El escribano Cristóbal Jareño ya denunciaba las primeras irregularidades en la administración del pósito el año 1590 a cargo de su mayordomo Andrés Redondo, ajeno a lo que marcaba la pragmática en la custodia y guarda de caudales y panes. El escribano denunciaba sin ambigüedades el control del gobierno municipal por Pedro de Montoya y Francisco López del Cañavate, así como las irregularidades en el ejercicio de sus compañeros escribanos, como Alonso Roldán, que falsificaban probanzas a favor de Juan López de Cañavate y contra un vecino llamado Diego Lezuza. Tampoco faltaba en las denuncias las talas nocturnas en el monte por un alcalde ordinario de la familia Cañavate con la ayuda de un caballero de sierra llamado Pedro de Cuenca.

viernes, 30 de noviembre de 2018

El Cañavate: el fin del gobierno de los labradores.


La oposición a la hidalguía de Francisco de Lomas y su sobrino Eugenio de Lomas vino de los labradores de El Cañavate, que andaban en disputas con hidalgos como los Ortega Montoya, Zamora y Aguilar o Peralta por el control del gobierno municipal. Eran los herederos del los labradores ricos del siglo XVI, que habían ejercido el control de la villa y que ahora se oponían a los intentos de señorialización de una minoría. Hombres acomodados e instruidos. Los labradores que se opusieron a la hidalguía de los Lomas nos aparecen como hombres que saben leer y escribir. Conocemos sus nombres, por ocupar cargos en el gobierno municipal o por ser acusadores de la pechería de los Lomas: Pedro Sánchez de Hontecillas, Miguel Cañete, Francisco López Caballón, Francisco Sánchez, Diego García Plaza o Jorge López. Tres de ellos acudirían a Granada a declarar contra los Lomas. En este mundo de representación, el labrador rico se creía con tantos o más derechos que el hidalgo.

En El Cañavate, tierra donde familias como el duque de Escalona, que poseía casas en la Atalaya, los Pacheco de Belmonte, los Ortega y otros nobles que tenían haciendas en la villa y sus aldeas, existía una clase de agricultores ricos que controlaban el poder municipal. Un impuesto como el servicio ordinario, del que estaban exentos los nobles, era pagado por todos, pecheros e hidalgos, en El Cañavate, en un repartimiento que, aunque diferenciado, afectaba a todos. Los hidalgos pagaban la séptima parte de dicho servicio. A la altura de 1600, los hidalgos participaban como regidores y alcaldes en el gobierno municipal, pero en modo alguno había división de oficios a mitad entre pecheros e hidalgos. De las reuniones municipales se desprende que muchos años el oficio de alcalde era monopolizado por pecheros y que un noble principal como Gabriel Ortega Montoya permanecía ausente o callado en las reuniones del concejo a pesar de ser regidor perpetuo. Parecía como si los labradores mantuvieran a raya a los hidalgos.

De hecho, el conflicto con Francisco Lomas y su sobrino Eugenio vino por la preferencia en los asientos de la iglesia. Siendo alcalde el 8 de marzo de 1602, Francisco de Lomas pidió que a los hidalgos se les dieran los asientos en las partes públicas a mano derecha.  En el mismo ayuntamiento Jorge Pérez, alcalde ordinario, y los regidores Sebastián del Río y Diego Martínez Cañavate, del estado de los labradores, pidieron que se empadronara a Francisco de Lomas con el resto de pecheros y labradores. Conociendo este poder de los labradores, nos sorprende el proceso de señorialización en que se vio envuelta la villa de El Cañavate, que tendría su punto álgido en la compra de la mitad de la aldea de Atalaya por el duque de Escalona en 1637.

El cambio en el gobierno municipal, tal como nos cuenta el labrador Pedro Sánchez de Hontecillas tuvo lugar hacia 1602. Seguramente en la elección de oficios de Año Nuevo; esta vez, se eligieron según la ejecutoria favorable a los hidalgos; ejecutoria ganada, es de suponer, el año de antes. Por esos años, los hidalgos consiguieron reservarse la mitad de los oficios, es decir, un alcalde ordinario de los dos existentes para cada uno de los estados llano y noble y rotación anual del cargo de alguacil mayor. Los regidores eran perpetuos y objeto de compra venta. El primer alcalde ordinario por los hijosdalgos sería Francisco de Lomas. Motivo de más para que los odios y rivalidades fueran contra su persona. La primera elección de oficios, ateniéndose a la ejecutoria recién ganada, que suponía la división a mitad entre pecheros e hidalgos, estuvo llena de polémica. Parece que el cargo de alcalde ordinario y ostentar la vara recién traída era privilegio que debía recaer en Gabriel de Ortega, pero este hidalgo era un intrigante, cediendo el cargo de alcalde en Francisco de Lomas y dándole el envenenado consejo que debería tener un asiento en la iglesia que prevaleciera sobre el alcalde de los pecheros
que auía de tener mejor lugar que su compañero el alcalde de los pecheros y procurava que tuviera preminencias por lo qual el del estado de los pecheros lo llevavan mal y procuraron empadronarlo como lo hizieron en presencia del corregidor de la uilla de San Clemeynte
El concejo de dos de mayo de 1602, con presencia del corregidor, que debatió el empadronamiento de Francisco de Lomas con los pecheros fue muy tenso. Para entender la crispación se ha de tener en cuenta que Francisco de Lomas y Vera estaba en la cárcel de la villa por negarse a pagar los pechos. El corregidor tomó partido por los nobles. Nombró provisionalmente como alcalde al labrador y regidor, aunque afín a los hidalgos, Cristóbal Prieto, mientras estuviera preso Francisco de Lomas, para a continuación dar la razón a los hidalgos en la preferencia de asientos y a su alcalde Francisco de Lomas
dándole el primero asiento en la yglesia de esta villa y procesiones e otros actos públicos dándole el primero lugar en todas las partes y dejándole firmar el primero en qualesquiera decretos
En el ayuntamiento, los agricultores formaron un bloque cerrado, pero, en ausencia de su alcalde encarcelado, los hidalgos hicieron una defensa de clase de su compañero. La voz la puso Gabriel de Ortega, regidor perpetuo, manifestando su oposición al empadronamiento de Francisco de Lomas. Otro hidalgo presente en la sala Diego de Zamora y Aguilar, alguacil mayor, respaldó la posición de Gabriel de Ortega, al igual que los labradores Cristóbal Prieto y Francisco López de Lezuza.

Los labradores forzaron un ayuntamiento el día siguiente, tres de mayo. Andrés López Cañavate, Sebastián del Río, Diego García Plaza, Diego Pastor, Diego Martínez Cañavate y Juan Sánchez Carrasco se mantuvieron en su oposición a considerar hidalgo a Francisco de Lomas. Pero el corregidor, muy parcial en el asunto, se pronunció a su favor.

Los representantes de los labradores se opusieron a Francisco. Y entre ellos destaca la oposición de los que hasta ese momento habían sido los valedores de los Lomas. Nos referimos a los López de Cañavate. Un miembro de esta familia le espetó cínicamente al corregidor don Alonso López de Calatayud, presente en el ayuntamiento, que no dudaba de la hidalguía de Francisco de Lomas pero que quería que le costase algo. Esta ruptura de la afinidad entre los Lomas y los López Cañavate sería explicables, según nuestra opinión, por el poder que estaban alcanzando en El Cañavate la familia Ortega, parejo a su aparición como actores principales en la villa de San Clemente.

Odios aparte, la república de los labradores se resquebrajaba. Pedro de Lomas había accedido al cargo de alguacil mayor a finales del quinientos por el apoyo que le prestaba un pechero Juan López Cañavate, sentando así las bases para acceder al oficio de alcalde en 1602, como hijodalgo. Pero esta vez, lo hacía por el favor de Gabriel Ortega. La lucha por los oficios concejiles fue pareja a los intentos de los hidalgos por verse libres del pago de pechos reales o concejiles, pasando de la voluntariedad en el pago a la obligatoriedad y embargo de prendas. El tema no era baladí, pues estar en los padrones de El Cañavate no significaba tener la condición de pechero, ya que los hidalgos aparecían en dichos padrones bajo un encabezamiento que los intitulaba como hidalgos. Olvidar ese encabezamiento lo pagaría caro, al sacar un traslado de los padrones, el escribano Juan Lezuza. El hidalgo Francisco de Araque recordaba como los hidalgos eran obligados a pagar servicios propios de los pecheros a mediados del siglo XVI
que este testigo a uisto los padrones y repartimientos que por los oficiales del concejo se hacían entre los vecinos de la dicha villa y en ellos halla que para encubrir sus pensamientos en ellos decían que unos heran para pleitos y otros para fuentes y otros dicen conforme a la costumbre que la dicha villa tenía y con capa desto entravan y repartían a otros hijosdalgo como hera a Rodrigo de Ortega que este hera hijodalgo y ansimismo repartieron a Lope de Araque padre deste testigo y hera hijodalgo y este testigo tiene la executoria de su padre en su poder y ansimismo a Martín de la Serna que hera hijodalgo 
Y es que, como hemos visto en otro lugar (1), El Cañavate tenía una constitución u organización peculiar. En 1532, se definía como un pueblo de doscientos vecinos casi todos labradores. Hasta la revuelta de las Comunidades, los concejos abiertos eran la norma. Los vecinos se juntaban con sus alcaldes y regidores para discutir en común de los problemas de la villa.  Aunque ya antes de las Comunidades, la participación popular se había encauzado a través de unos diputados y los cabildos estaban en transición entre el concejo abierto y el cerrado. No obstante, en la primera mitad o dos terceras partes del siglo, todavía existía un consenso en el interior de la sociedad de El Cañavate, con compromisos entre los labradores y los hidalgos. Los hidalgos, y en especial alguno de ellos, como  los Ortega preferían empadronarse y pagar contribuciones en esta pequeña villa, que entrar en la lucha por el poder de grandes urbes como San Clemente. Dominaban los pequeños propietarios agrícolas, que convivían con otros mayores, pero a los que se sometió al gobierno de esta república por los labradores. Quienes no lo hicieron tuvieron que vender sus tierras, como los Castillo de San Clemente, o tuvieron que plegarse, caso de los Pacheco y su intento de señorío sobre la dehesa de Torralba.

Los padrones de 1516, 1520, 1532, 1534 o 1538 distinguían entre centenas de hidalgos y centenas de pecheros. La centena era la parte repartida del servicio ordinario. Los mismo ocurría con los padrones conservados desde mediados de la década de los cuarenta. Los traslados de los padrones en los que aparecen hidalgos nos aportan una relación de los hidalgos de El Cañavate. En los años cuarenta, ademas de los Lomas, otros hidalgos eran Martín de Serna, Diego de Ortega o Pedro de Montoya. Una nobleza que, procedente de Vara de Rey o de Villar de Cantos, se había afincado en Cañavate eludiendo la presión de poderosos concejos como el de San Clemente, aprovechando las haciendas que poseían en El Cañavate.

Recuperar los hidalgos de 1516 es más incierto, por no respetar el escribano Juan de Lezuza, el encabezamiento que intitulaba a los hidalgos, pero el traslado de Lezuza ha sido corregido posteriormente en la Chancillería de Granada, donde se trasladaron los padrones originales, con una indicación para indicar los hidalgos de esa fecha de 1516 en El Cañavate. Los mencionados son Arias de Tébar, Peralta de la Serna, Lope Alarcón, Pedro de Lomas, Sebastián de Tébar, Diego de Castañeda, Francisco de Lomas, los hijos de Alonso de Araque, Juan de Gabaldón,  Juan Ramírez y la viuda de Pedro de Alarcón. Únicamente tenemos la duda en esta relación de la presencia de Juan del Campo, que ya no aparece un futuros padrones. La aportación de los hidalgos, 16 maravedíes por cada centena, solidaria o compulsiva, tenía por finalidad sufragar el litigio que la villa de El Cañavate mantenía con Rodrigo Pacheco por la posesión de la dehesa de Torralba en su término municipal.

En víspera de las Comunidades, el año 1520, los hidalgos sufrieron un nuevo repartimiento. A los nombres citados de 1516, se suman, Bernardino de Tévar y Gregorio de Araque. La presencia de Arias de Tébar como regidor y participante en el repartimiento, en la elaboración del padrón y aportando una cantidad máxima de diez centenas (a diez maravedíes la centena), nos lleva a pensar en la voluntariedad de los hidalgos en estas contribuciones. De todos modos, su aportación se reducía a 40 centenas sobre un total de 720 repartidas en el pueblo.

En 1524, a los hidalgos se han sumado Pedro de Cuevas y un miembro de un linaje de Vara de Rey, Martín López de Huete, mientras que han desaparecido los Tébar. ¿Desaparición de la villa, consecuencia de la guerra de las Comunidades? El panorama cambia completamente en los padrones de 1530, aunque creemos que los tres primeros nombres responden a pecheros (Martín González Lozuza, Martín Briz, Pedro Lucas), también aparecen otros hidalgos indudables con una presencia en el pueblo ligado a sus patrimonios y que se les hace pechar: el señor Rodrigo Pacheco, Rodrigo de Ortega y Diego de Zamora. En 1532, aparecen dos pecheros y en medio de los hidalgos Martín de la Parra, reaparece la viuda de Arias de Tébar y un Juan Ramírez nos parece como pobre, ya en los viejos padrones tenía una aportación de apenas media centena. Nuevos apellidos se suman en los años siguientes: Corvera, López, Barcenas, Muelas, Carreño, Flomesta o una familia de cuya existencia sabemos, pero que hasta ahora pasa desapercibida. En 1550, vemos a Francisco Gómez y Pedro Gómez hidalgo.  Entretanto, años antes, en la labriega villa de El Cañavate hemos visto pechar a don Diego Ruiz de Alarcón o a don Juan de Alarcón Pacheco. Una muestra más que las contribuciones no era tanto una imposición sobre las personas sino sobre sus haciendas. Esta imposición sobre las haciendas, impuesto sobre el patrimonio y la renta personal avant la lettre y signo de una fiscalidad moderna, es evidente en los repartimientos de mediados de siglo. El origen de esta progresividad estaba en la división de cantidad a pagar en las llamadas centenas y en el pago por cada vecino de una a doce centenas según su patrimonio. Se empadronaban las personas, pero en cuanto poseedores de heredades. De hecho, los asentamientos en el padrón nos hablan de la heredad o casas de Luis Carreño o de la casa y tierras de Rodrigo Pacheco. En el repartimiento de 1551, se dice
que es su intención repartir las dichas zentenas de caudal de diez mil marauedíes una zentena e de unas casas de hasta diez mil marauedíes e fasta veynte e treinta e de allí arriba dos zentenas e de cada zien almudes de heredad otra centena e de cada millar de vides otra y de los que menos ubiere lo que Dios les diere a entender sin pensar de agraviar alguno
La comunera Cañavate, que vio correr el río Rus con la sangre de los rebeldes del movimiento, no solo había mantenido el espíritu solidario de comienzos de siglo, donde todos contribuían más allá de su condición pechera o hidalga, sino que valiéndose una imposición injusta, el servicio, pensada para los pecheros, había sabido crear un régimen tributario justo fundado en la progresividad de la renta y patrimonio personal de cada uno. El Cañavate se nos presenta como ejemplo de modernidad. Pero es solo un espejismo, en apenas un cuarto de siglo, la situación cambia radicalmente.  El repartimiento de 1587 se hace todavía sobre las personas y heredades, pero excluye del mismo a los hidalgos que estén en posesión de ejecutoria. Las exenciones de pechar, nacidas de la riqueza y la proximidad al poder concejil comienzan a aparecer.

Después de la guerra de las Alpujarras, las villas, y El Cañavate no fue una excepción, se empobrecieron. En la guerra murieron hombres y se perdieron brazos para el campo. Anclada en los 320 vecinos de la villa y los 70 de sus aldeas, El Cañavate y su tierra habían alcanzado el tope de crecimiento de un espacio agrario encajonado entre dos cerros. La desgracia de muchos fue fortuna de pocos. La sociedad de labradores se fue haciendo más injusta y desigual. El Cañavate seguía siendo tierra de labranza y crianza. Sobre todo de lo primero, pues aunque tierra recia, se sacaba provecho con gran trabajo, y en el término había pocos pastos y los ganados se veían obligados a ir a herbajar a las extremaduras. Los labradores de El Cañavate eran gente del común y antes son pobres que ricos (2), pero se estaba formando una minoría diferenciada por el enriquecimiento de algunos, ya pecheros, como los hermanos López de Cañavate, o ya hidalgos, como los Ortega, Zamora o Araque.

De lo mucho que se jugaba en la lucha por el poder en la pequeña villa de El Cañavate, da fe el empeño de sus actores en la defensa de sus posiciones. Tres labradores, los mencionados Pedro Sánchez Hontecillas, Francisco Sánchez y Martín López Caballón (todos ellos rondando los sesenta años de edad) fueron en 1608 a lomos de sus pollinos hasta Granada, para ratificar sus dichos en su villa ante el diligenciero enviado por la Chancillería. Nueve días de ida y otros nueve de vuelta, en la época de lluvias del mes de abril, a razón de ocho reales de gasto la jornada. Lógicamente la Chancillería se desentendió del pago y lo endosó al concejo de El Cañavate

y que vienen cada uno en un pollino y que se detuvieron en el camino respeto de las muchas aguas y ríos nueve días tasó a cada uno de los susodichos diez y ocho días de camino de venida y vuelta y estada a razón de ocho reales cada día
Igual tasación del viaje, a ocho reales diarios cada una de las diecisiete jornadas y media de viaje, hasta sumar un total de setecientos reales, y por supuesto a cargo de los propios de El Cañavate, fue la que se hizo para cada uno de los otros cinco testigos, labradores asimismo, que fueron a declarar a Granada. 

Los Lomas consiguieron sentencia favorable dela Chancillería de Granada de 26 de agosto de 1609. Los Lomas contaban con varios oficiales del concejo y sus favores, como los Ortega y los Araque. Pero también de muchos enemigos, que deseaban para El Cañavate un gobierno de gente honrada, condición que confundían con la de labrador rico. Contaban todavía con el control parcial del concejo y sus oficiales; uno de ellos, era el escribano del concejo de El Cañavate, a comienzos del seiscientos, Juan de Lezuza, que testimonió el carácter pechero de Francisco Lomas, por lo cual habría de responder ante la Chancillería de Granada, acusado de falsificar los padrones de hidalgos de la villa, conservados en cinco cuadernos y que recogían padrones que iban del año 1516 a la década de los treinta. Apresado en 1609 el escribano, en la cárcel de Granada, en su defensa tuvieron que salir dos vecinos de Alarcón y otro de Cañavate para reafirmar su profesión de buen cristiano y su buena vida y fama. Con especial énfasis lo hizo Andrés de la Orden Quijada. Sin embargo, para el fiscal de la Chancillería, licenciado Bernardino Ortiz de Figueroa, el caso era un ejemplo de corrupción en el que era cómplice, sobornado seguramente, el escribano de la Chancillería, enviado a El Cañavate a hacer las diligencias, Alonso de Torices Jara. La prevaricación del escribano Juan de Lezuza fue condenada severamente: dos años de inhabilitación para ejercer el oficio de escribano, un año de destierro y alejado cinco leguas de la villa de El Cañavate y diez mil maravedíes e multa. En la cárcel de Granada se pudrió el escribano Juan de Lezuza, incapaz de pagar la fianza de tres mil maravedíes y solicitando míseramente se le dejase ser acogido a las limosnas de los pobres para comer.

Y es que las hidalguías, en aquella Castilla interior, donde podía más la representación que el trabajo, se habían convertido en fuente de ingresos y raíz de corrupciones si los escribanos y diligencieros (que hacían diligencias) tenían la suficiente habilidad para ganarse la voluntad de los escribanos y oficiales locales. Tal fue el caso de Alonso de Torices, diligenciero granadino, que ocupó en sus pesquisas hasta un total de once días de trabajo, desde el dos de junio hasta el doce de junio de 1607. El escribano Juan de Lezuza le certificó los once días, aun a pesar de que por medio había cinco días feriados: tres de la pascua del Espirítu Santo, celebrada el nueve de junio, un domingo de la Trinidad y el día de San Bernabé. A decir del escribano, se trabajó cada uno de ellos o al menos, en sus palabras, cinco días de holgar pero que eran días de ocupación. El diligenciero echó trece días más del viaje de ida y vuelta para cerrar la cuenta. Las cuentas eran un ejemplo de la relajación de las normas y preceptos religiosos en aquella España interior, más si pensamos, por ejemplo, en el proceso inquisitorial que sufrió cien años antes Hernando del Castillo, por trabajar en sus molinos de la Noguera un domingo o, más exactamente, por obligar a trabajar a los canteros vascos que los reparaban.

Mundo de representación en el que los gestos y símbolos importaban más que los hechos, el diligenciero iba provisto con real provisión de sello de placa. El ayuntamiento se reunía en pleno para recibir al que, a pesar de su poca monta, no dejaba de ser un funcionario real. Claro que el ayuntamiento reunido era también un símbolo: la representación del poder de los labradores. Por eso, intencionadamente estaba ausente don Gabriel de Ortega Montoya, cuya fortuna familiar y la de sus parientes sanclementinos se había forjado en la labranza de tierras en Villar de Cantos y El Cañavate; pero ahora importaban más las ínfulas del hidalgo.

Concejo de El Cañavate de 3 de junio de 1607

Mundo de representación y de agasajos, donde el diligenciero granadino ya tenía, antes de su llegada, preparado el plan de trabajo en El Cañavate y sus aldeas. Entre los que esperaban para exponer su testimonio contra los Lomas estaban los Jareño de la aldea de Atalaya, labradores con representación en el gobierno municipal.

Pero la pequeña sociedad de El Cañavate se empezaba a romper y con ella la solidaridad de los labradores. Francisco y Bernardino de Lomas eran hijos de un segundo matrimonio y como tales dejados en segundo plano por sus convecinos. El favor en el pueblo lo contaban sus hermanastros, Pedro y Juan, nacidos de un primer matrimonio de Pedro de Lomas con una deuda de una de las familias de los hombres más ricos del pueblo a mediados del quinientos, los hermanos Juan y Francisco López Cañavate, que se hicieron por compra con las primeras regidurías perpetuas del pueblo. Ese rompimiento de la vieja república de labradores, nacido de la desigualdad en la riqueza desde mediados de siglo, lo personificaba muy bien Diego Ortega, casado con una Montoya, que ganada ejecutoria de hidalguía, la misma que se le negaba a sus deudos de San Clemente, se vanagloriaba y mostraba a sus vecinos el escudo de su ejecutoria de hidalguía miniada. Este símbolo de ostentación molestaba y no se entendía. Singularmente por los labradores acomodados del pueblo. Pedro Sánchez de Hontecillas, más allá de los formulismos de la declaraciones de testigos, presentaba el pueblo dividido en dos: los labradores como él, defensores del real patrimonio, dignos de calidad, fe y crédito, y esos otros hidalgos, que poco tenían de sangre noble, y que fundaban su crédito en la palabra de hombres pobres y necesitados, cuyas voluntades compraban. El crédito de la palabra del labrador frente al poco concierto de la plática del necesitado. El labrador que mostraba la riqueza fruto de su trabajo, frente a la ociosidad de hidalgos y pobres y que mantenía una equidistancia de orgullo frente a la vanidad del hidalgo y la poca estima que le merecía el pobre, categoría donde se confundían los marginados con los que empleaban su trabajo a jornal para otros, si es que la primera condición no era causa de la segunda.

Sin embargo, hombres como Pedro Sánchez de Hontecillas no hablaban el mismo lenguaje de su padre y abuelo. Aunque estemos en el contexto de un expediente de hidalguía, el labrador de 1600 habla del interés del real patrimonio, el labrador de 1500 hubiera hablado del bien común de la res pública.

Acabada con la resistencia de los labradores y desenmascaradas sus maniobras, los Lomas consiguieron nueva sentencia favorable a su hidalguía de 7 de julio de 1610. La ejecutoria no se despacho hasta 1617.

La familia Lomas era de nobleza cierta, un Juan de Lomas había sacado carta ejecutoria en 1502 y los ascendientes de los litigantes habían enlazado con familias nobiliarias como los Araque y los Vera. El padre de Francisco Lomas y abuelo de Eugenio (hijo de un hermano llamado Bernardino), de nombre Pedro, había casado con Isabel Vera, natural de la Hinojosa, aldea de la villa de Alarcón. Y el padre de Pedro y antecesor de la familia, llamado también Pedro de Lomas, había casado con Catalina de Araque. Nobles y labradores vivían en armonía, mientras no se vio comprometido la hegemonía de los segundos. A falta de demostrar sus calidades en la exención de impuestos, los hidalgos demostraban su naturaleza en la guerra si tenían oportunidad. Ese momento llegó en la guerra de las Alpujarras, allí moriría Bernardino de Lomas, hermano y padre de los litigantes Francisco y Eugenio. En calidad de qué fue reclutado no lo sabemos, si en los primeros momentos, más a la vieja usanza de reclutamientos hechos y aportados por las villas, o en las compulsivas levas posteriores. En lo demás, la familia Lomás defendía su hidalguía con gestos más que con realidades. Según decía el labrador Francisco Sánchez, Bernardino Lomas se negaba a pagar pechos, pero para evitar la cárcel se dejaba prendar por los impuestos no pagados; aceptaba alojar soldados, pero para mantener las apariencias pagaba a otros vecinos para que los sustentaran en su casa o en otras ocasiones les pagaba la posada en el mesón del pueblo. La muerte de Bernardino dejó a la familia desamparada. El labrador Miguel Sánchez Cañete reconocía que los Lomas a veces no habían pechado por ser pobres. Y es que la familia se desvertebró a la muerte de Bernardino: su hermano Francisco se ausentó de la villa y lo mismo hicieron otros dos hermanastros, habidos de un primer matrimonio del padre, llamados Pedro de Lomas de la Casa y Juan de Lomas, aunque este último es posible que corriera la misma suerte de Bernardino en la guerra de Granada.

Pero fruto de los parentescos de la familia de la madre de los hermanastros Lomas de la Casa, la suerte de la familia cambió. El apoyo de los hermanos López Cañavate y del mismo corregidor de San Clemente Antonio de Calatayud nos lo contaba Francisco González:
porque el dicho Pedro de Lomas de la Casa era este primo hermano de Francisco y Juan López Cañavate hermanos regidores perpetuos que fueron desta villa el qual deudo era por parte de la madre del dicho Pedro Lomas y que los dichos regidores eran personas de valor en esta dicha villa en la qual los demás oficiales del concexo y vecinos della no hazían otra cosa más de lo (que) querían y ordenaban los dichos regidores perpetuos y que por este parentesco e favor que con ellos tenían el dicho litigante y sus hermanos y con los demás oficiales del concejo y otras personas particulares y en especial particularmente por el mucho favor y ayuda que tenían del corregidor de la villa de San Clemente que se halló muchas vezes en esta villa el qual a lo que se quiere acordar se llamaba don Antonio de Calatayud

Los intereses de los Lomas eran regionales y sus relaciones familiares se extendían por la Alberca, la Hinojosa, Las Pedroñeras o por Socuéllamos. Los conocía bien Francisco de Araque, alcalde ordinario por el estado de los hijosdalgo en 1609, emparentado con los Lomas, que ligaba a los familiares de estos pueblos como de un mismo tronco:
porque su madre deste testigo hera hermana de Pedro de Lomas padre del dicho Francisco de Lomas que litiga y los conoció y fue conociendo desde que este testigo hera de poquita hedad porque como niño y nieto iba a la casa de su abuelo y siempre en la dicha villa de Alcañabate a los quales y cada uno de ellos los a tenido por hijosdalgo notorios de sangre por línea reta de varón legítima y en tal posesión opinión y reputación los a tenido y tiene todo el tiempo que los a conocido y conoce desde que este testigo tiene uso de raçón que será de cinquenta años a esta parte y por tales los a visto que por los veçinos y moradores de la dicha villa de Alcañabate an sido avidos y tenidos comunmente reputados sin aber cosa en contrario hasta que este pleito se movió ... y que este testigo se acuerda de aber oído decir a su padre y a su madre y al tiempo que murieron tendrían cada uno ochenta años y abrá que murió su padre deste testigo treinta años y su madre veynte y quatro años que su magestad abía mandado hacer llamamiento de hijosdalgo y que el dicho Pedro de Lomas abuelo deste testigo y del dicho Pedro de Lomas tenían en aquel tiempo tres hijos mancebos y tres hijas casadas con tres hijosdalgos y como tal hijodalgo tenía aprestados sus tres hijos y tres yernos para que fuesen en servicio de su magestad como tales hijosdalgo y que este testigo conoció a Marco de Lomas y Francisco de Lomas que son difuntos y conoce a Rodrigo de Lomas todos hermanos vezinos naturales de la Hinojosa y este testigo los a tenido por sus deudos por su madre deste testigo... pero tiene por cierto que el padre de los dichos Marco y Francisco y Rodrigo de Lomas vecinos de la Hinojosa heran hijos de Rodrigo de Lomas el viejo y que este hera hermano de su abuelo deste testigo y del abuelo y de los dichos Francisco de Lomas que litiga y bisabuelo del dicho Eugenio de Lomas y que en la dicha villa del Cañabate no a auido Juan de Lomas si no es otro hermano de Francisco de Lomas que litiga y este abrá que murió cerca de quarenta años y que si a auido otro Juan de Lomas en el Cañabate no lo conoció ni se acuerda y que siempre a oído decir que en la villa de la Alberca abía un Juan de Lomas muy viejo y que este hera hijodalgo de executoria 
El apellido Lomas se había perdido en La Alberca, por falta de varón en la sucesión y su descendencia había quedado integrada en una familia hidalga de esa villa: los Chaves. Algunos nietos de Juan de Lomas, el de la ejecutoria de 1502 y fallecido hacia 1550, vivían a comienzos del siglo XVI en Socuéllamos. De los Lomas de la Hinojosa, solo vivía a comienzos del siglo XVII, Rodrigo de Lomas, que se había establecido en El Pedernoso.

Gracias al testimonio de Rodrigo de Lomas podemos recomponer el origen de la familia, que él situaba en Cordovilla, actual provincia de Palencia, en las antiguas merindades de Burgos. El primero de los Lomas que llegó a la zona fue el bisabuelo del litigante Francisco, que se llamaba Pedro de Lomas. Llegado de las merindades, es de suponer que en la segunda mitad del siglo XV, se había instalado en Alarcón primero y luego en El Cañavate. El bisabuelo Pedro de Lomas había tenido por hijos a Juan de Lomas, el hidalgo con eejecutoria de la Alberca,  Pedro de Lomas de El Cañavate y Francisco de Lomas que daría origen a la rama de la Hinojosa a través de la línea sucesoria de su hijo Rodrigo (padre a su vez de Rodrigo, Marco y Francisco). Todo hace suponer que un hermano de este Rodrigo, de nombre Agustín se estableció en Belmonte.






Ayuntamiento de El Cañavate de 12 de agosto de 1602


Francisco Lomas y Vera, alcalde por los hidalgos, Jorge Pérez, alcalde por el estado llano.

Regidores perpetuos: Diego Martínez Cañavate, Sebastián del Río, Francisco López de Lozuza, Miguel Martínez, Alonso López de Checa, Juan Fernández Carrasco

Ayuntamiento de El Cañavate de 21 de abril de 1606

Francisco López Caballón, alcalde ordinario
Regidores perpetuos: Diego Martínez Cañavate, Alonso López de Checa, Miguel Martínez, Francisco Gallego,
Alguacil mayor: Juan de Araque

 Ayuntamiento de El Cañavate de 8 de noviembre de 1607


Alcaldes ordinarios: Diego de las Muelas y Cristóbal Jareño

Regidores: Juan Gómez de Peralta, alférez mayor.
Regidores: Diego Martínez Cañavate, Francisco López de Lozuza, Alonso López de Checa, Miguel Martínez, Francisco Cañavate, Miguel de Osma.


Testigos de la probanza de 1607 y 1609, a favor de los Lomas


Andrés Montesinos, 67 años; hijo de Pedro Checa (nacido en 1502)
Pedro de Segovia, labrador,  92 años
Sebastián López el viejo, 77 años
Francisco de Torres, hidalgo, 78 años
Ana de Requena, mujer de Diego de las Muelas, alcalde ordinario por el estado hidalgo. 70 años
Catalina López, mujer de Domingo López de Tébar.
María Ruiz, viuda de Francisco de Alarcón, 70 años
Cristóbal Prieto
García de Chaves, vecino de La Alberca, nieto del ejecutoriado Juan de Lomas, 66 años

Testigos de la probanza de 1608, contrarios de Francisco y Eugenio Lomas

1.-Ratifican su dicho en la Chancillería de Granada

Pedro Sánchez de Hontecillas, labrador, 60 años
Martín López de Caballón, labrador, 57 años
Francisco Sánchez, labrador, 50 años
Miguel Cañete, labrador, 55 años
Diego García Plaza, labrador y morador en Cañada Juncosa, 58 años
Jorge Pérez, labrador , 48 años
Francisco López Caballón, labrador, 52 años
Francisco Tornero, labrador, 66 años

2.-No ratifican su dicho en la Chancillería de Granada

Alonso de la Jara
Benito Montesinos Cañavate, sastre, 60 años
Juan de Alarcón Bermejo, labrador del lugar de Cañadajuncosa
Alonso Martínez Calvo, labrador de Atalaya, 66 años
Cosme Jareño el viejo, vecino de Atalaya de 66 años
Rodrigo de Ruipérez, vecino de Atalaya, de 56 años
Damián Jareño, vecino de Atalaya
Juan Ruiz, labrador de Cañadajuncosa, 45 años
Pedro Sánchez de Alarcón, vive de su trabajo, 60 años
Francisco González, labrador





(1) DE LA ROSA FERRER, Ignacio. El Cañavate, realengo e intereses señoriales. en https://historiadelcorregimientodesanclemente.blogspot.com/2018/02/el-canavate-realengo-e-intereses.html, 23 de febrero de 2018.
(2) ZARCO CUEVAS, Julián: Relaciones de pueblos del Obispado de Cuenca. Diputación Provincial de Cuenca, 1983, pp. 203-210

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Signatura antigua: 302-234-13. Francisco de Lomas Vera y su sobrino Eugenio de Lomas

ADENDA: UNA PEQUEÑA REFLEXIÓN SOBRE LAS SOCIEDADES MANCHEGAS DEL SIGLO XVI:

A comienzos del siglo XVI, hubo una sociedad en el sur de Cuenca levantada y fundada en el valor del trabajo y el mérito personal. Sociedades pobres en población y recursos que venían de la guerra y la rapiña del siglo XV. De pronto, el milagro, hombres con sus azadones roturando las tierras, guerreros convertidos en mercaderes o empleándose como labradores para salir adelante. Vascos y cántabros que bajaban a la llanura manchega a alzar como canteros nuevos pueblos, zamoranos a vender sus paños, carreteros de la sierra que traían las maderas necesarias para las casas, gente del común que explotaba como rentero las tierras (que lo de jornal se despreciaba, como muestra de sumisión no aceptada por el orgullo y el deseo de ser libre). Y sin embargo, el brutal y rápido crecimiento trajo una legión de desheredados: el pequeño agricultor que no tenía suficientes ingresos se empleaba como presto a desempeñar sus servicios para otros, muchos deambulaban por los pueblos al acabar la vendimia o siega o improvisaban trabajos manuales para sobrevivir, algunos hidalgos se tragaban el orgullo e iban a los montes en busca de leña para vender, llevada en burros (una humillación para un hidalgo de la época). Y de repente, todas las contradicciones estallan. Quizás los hombres no eran conscientes de su clase, pero sí de lo que les oponía a los demás. Los más ricos ven en las contradicciones sociales, oportunidades para la lucha y conquista del poder concejil y amasar sus fortunas, pero obvian los movimientos profundos de las sociedades rurales. Algo del peligro se atisba, se encienden las hogueras donde las conciencias más críticas y librepensadores son arrojadas. Se les llama judíos, pero son hombres con una visión demasiado moderna para su época. Las hogueras provocan más odios. Cuando nadie lo espera, llega el verano de 1520, El Provencio y Santa María de Campo se sublevan y expulsan a sus señores y, en ausencia y rebeldía, los someten a juicios populares. Las villas de realengo parecen tranquilas en manos de las familias y patriciado tradicional, pero los hidalgos arruinados comienzan a poner voz al descontento. Llega finales de octubre o el mes de noviembre e inesperadamente se produce una auténtica subversión social, los desheredados se hacen con el poder: nombran capitanes o sota capitán, que responden a una autoridad que está en todas partes y en ninguna. El mesianismo se apodera del movimiento: juntas de doce miembros, cual apostolado, se forman en los pueblos. Todo se pone en cuestión en los tres meses siguientes, aunque apenas se sabe nada, porque hay una intencionada destrucción de los papeles de ese periodo, una vez finalizado el movimiento. Nuestra única certeza es que el movimiento es aplastado sin piedad por una nobleza regional (y con intereses que van más allá), con la colaboración de los agricultores propietarios que han visto con horror como el movimiento no respetaba las haciendas y a los que se les debe prometer seguir controlando los gobiernos municipales. La victoria de los agricultores es completa, que vienen de los pueblos a luchar contra los comuneros que se han hecho fuertes en el Cañavate. En el río Rus, y bajo su puente, tiñéndolo de rojo, yacerán cientos de comuneros muertos. La república de labradores, en la que han querido participar los desheredados y gentes de oficio, ha triunfado, pero es un espejismo, pues está tutelada por los grandes hacendados. La nueva constitución se mantiene un cuarto de siglo, pero a mediados del siglo XVI, la nueva minoría de hacendados pide el control absoluto del gobierno concejil. En la segunda mitad del siglo XVI recuperarán del desván el viejo abuelo que ganara una batalla: no tendrán dificultad pues en la época de los Pachecos hubo muchos hombres con arrojo que frente el enemigo en batallas o entre ellos a cuchilladas resolvían sus disputas. Otros se inventarán sus abuelos o simplemente serán sus enemigos quienes les recordarán su pasado real o ficticio para desprestigiarles.  Pero hay una verdad indudable: el hombre ya no es hijo de sus obras, sino de la memoria del pasado que sea capaz de crearse con su dinero

viernes, 15 de junio de 2018

Trigo y fraude en la Mancha conquense a finales del siglo XVI



                                                                       
Christoph Weiditz. Grabado del siglo XVI

Diego Velázquez, gobernador del Marquesado de Villena, se quejaba el 5 de julio de 1579 desde Villanueva de la Jara cómo el precio del pan estaba alcanzando los treinta y los treinta cinco reales en los pueblos del Marquesado y cómo se burlaba la tasa, especialmente en los lugares de señorío. La acusación iba dirigida contra varios vecinos de Iniesta a los que se acusaba de ventas especulativas en Tarazona de la Mancha. Junto al escribano Francisco Rodríguez Garnica, el licenciado Velázquez había sido testigo de los desmanes y abusos en la venta de granos los meses posteriores a la cosecha del verano de 1578.

Se denunciaba con especial ahínco la especulación de granos en la villa de Iniesta, de puertas adentro, y en el pequeño lugar de Casas de Juan Fernández como centro de las operaciones especulativas. Francisco García Ruipérez, vecino de Tarazona, denunciaba cómo Francisco Gómez vecino de Iniesta le había vendido veintiséis fanegas de trigo
en dos veces que fueron dos carretadas a precio cada una fanega de ueyntitres rreales en las casas que dicen de Juan Fernández que son del dicho Francisco Gómez

Francisco Gómez se valía de un testaferro llamado Alonso López Palmero, de treinta y nueve años y vecino de Villalgordo del Júcar, que recibió en la ermita del lugar de Casas de Juan Fernández el dinero. La operación pecaba de nocturnidad, pues fue en la noche de Nuestra Señora de Septiembre cuando se cerró. El caso es que Alonso López Palmero ya se encontraba en la ermita de las Casas de Juan Fernández desde la víspera del 14 de septiembre con varias carretadas de trigo. Alrededor de cuatro carretadas con cincuenta fanegas de trigo, dispuestas para la venta a precio de 24 reales. Las compras de granos, también cebada y centeno, por Francisco García Ruipérez a vecinos de Iniesta, tales como Gregorio Cabronero, Baltasar de Cuenca o Juan López Alpargatero eran continuas. El precio de la cebada alcanzó hasta los nueve reales, doce el centeno y siete la avena.

Casas de Juan Fernández. Foto de José Díaz Martín
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Así el pequeño lugar de Casas de Juan Fernández se convertía en centro neurálgico de la especulación de granos, soslayando la pragmática que fijaba la tasa de granos o límite superior de venta de los cereales en el Reino de Castilla. Las operaciones de compra y venta de granos tenían un alcance regional. Francisco García Ruipérez asumía el papel de acaparador de granos en Tarazona. Sus compras, además de Iniesta, se extendían a Villanueva de la Jara. Otro pequeño lugar de cierre de tratos eran las Casas de Marisimarro, lugar de Villanueva de la Jara. Allí Pedro Bonilla, vecino de la Motilla había vendido a Francisco García Ruipérez tres carretadas de trigo con cuarenta fanegas a precio de veintitrés reales cada una. Las operaciones tenían sus riegos, sobre todo en el transporte, pues cuando el hijo de Francisco García pasaba con las carretas por el lugar de Gil García tuvo que enfrentarse con los vecinos de este lugar que intentaron robarle el grano.

Pero el acaparamiento de granos en Tarazona de la Mancha no era monopolio únicamente de Francisco García Ruipérez. El regidor de Tarazona, Alonso de Mondéjar, compraba sesenta fanegas de cebada eludiendo la tasa en el molino de Losarejo, sito en tierra de Alarcón, a un vecino de Sisante llamado Juan Serrano. El trigo fue llevado hasta Tarazona por el hijo del regidor e Isidro Monedero, que reconocían que habían cerrado compras similares en Iniesta.

La figura del testaferro, quizás debíamos emplear la palabra regatón (aunque este término es más propio del mundo de las lanas) es fundamental por dos motivos. En primer lugar, asumía el papel de intermediario en las ventas; así, López Palmero se encargaba de dar salida al trigo de los vecinos principales de Iniesta, tales como el citado Francisco Gómez o el regidor Antón Granero. Era el encargado en cerrar las ventas a los acaparadores de Tarazona en lugares aparatados de la villa de Iniesta para eludir la acción de la justicia. En segundo lugar, jugaba con los precios, que según transcurría el tiempo tendían hacia máximos. Para la Navidad, el precio del trigo ya alcanzaba los veintiséis reales la fanega. Además Alonso López Palmero era una figura bregada. En su declaración ante el gobernador Velázquez, siendo conocedor de la colisión de jurisdicciones, se negó a declarar, remitiéndose a su confesión ante la justicia ordinaria de la villa de Iniesta, mucho más benigna y sin lugar a dudas con intereses comunes con los vecinos principales que vendían su grano. Alonso López Palmero era más que un tratante, era el almotacén y corredor de la villa de Iniesta y, por eso mismo, debía velar porque los granos vendidos se ajustaran a la tasa. Al menos esa era la teoría, pues el juego de complicidades hacía de él un hombre de paja al servicio de los principales y labradores de la villa de Iniesta.  En su declaración ante el alcalde ordinario de Iniesta, Antón Atienza, el almotacén defendió que todas las transacciones de granos se habían ajustado a la tasa, algo poco creíble pues eran demasiados los implicados como se deduce de la relación de ventas a Francisco García Ruipérez:

  • Gregorio Cabronero, una carretada de cebada
  • Juan López Alpargatero, nueve fanegas de cebada
  • Juan Gómez de Correa, morador en Casas de Juan Fernández, 14 fanegas de trigo
  • Antón Ruiz, regidor, once fanegas de trigo
  • Sebastián Herrero, once fanegas de trigo
  • Baltasar de Cuenca, tres cherrionadas de cebada


Tan importante o más que el testaferro, eran los vecinos principales de Tarazona que actuaban como penúltimo eslabón de la cadena especulativa. Francisco García Ruipérez, de sesenta y cuatro años, y su hijo revendían el grano comprado en el sur de Cuenca en los molinos de la Marmota, propiedad de Pedro Carrasco, principal de la villa de Albacete. El comprador del grano era Jorge de Villena, hacedor de la ciudad de Chinchilla, con destino al pósito de esta ciudad. Los precios finales eran desorbitados. Más si pensamos que su fin era el abasto de los vecinos chinchillanos.

El desorden en la venta de granos, tal como decía el licenciado Medinilla, alcalde mayor de Marquesado, era generalizado en todas las villas de realengo, y también en las de señorío. Se denunciaban transgresiones en Belmonte, Castillo de Garcimuñoz, Alarcón, Tébar y Honrubia. Las especulaciones coincidían con años de carestía y malas cosechas, o al menos se intentaba crear esa imagen. Se citaba con especial preocupación la falta de pan en La Roda
que en la villa de la Rroda a causa de no auerse coxido los años pasados pan en la dicha villa a sido necesario traerlo de fuera especialmente de las dichas villas del Marquesado

Hasta la Roda fue enviado Juan Pérez de Oviedo como juez de comisión para averiguar la escasez de la villa. A su servicio se pusieron todos los alguaciles del Marquesado, encabezados por Juan de Villanueva, alguacil mayor. En el caso de La Roda, el encargado de comprar trigo para el pósito fue un vecino llamado Andrés González. En su periplo había ido hasta Tébar y la villa de San Clemente para comprar trigo. En el caso de San Clemente, la venta se cerró en el monte del Calvario, a veintiocho reales cada una de las veinte fanegas de trigo compradas. En la transacción intervino Hernando Origüela. Otro vecino de La Roda, Francisco Ruiz, fue hasta Alarcón  y su aldea de Tébar para comprar setenta fanegas de trigo para el abasto de la villa y otras veintiséis en Cañadajuncosa. En esta aldea la venta se cerró por debajo de la tasa, a un ducado la fanega, es decir, once reales, pero el transporte del trigo supuso un encarecimiento de la fanega en cinco reales y medio. De la cifra de un ducado por fanega de trigo hemos de dudar, pues no deja de ser sospechosa la coincidencia entre los testigos en aportar un dato común, coincidente con la tasa del trigo fijada en 1571. Similares compras hicieron otros vecinos de La Roda en otras villas; tal, García Martínez el rubio en Iniesta, que compraba el centeno y cebada al vicario de la villa. En este caso, actuaban de testaferros, unas beatas hermanas del clérigo. Los precios, esta vez sí declarados, duplicaban la tasa de granos.

La fijación de un precio máximo en la venta del grano o tasa fue establecido con carácter temporal en 1502 por vez primera y por un período de diez años, revisada en 1539 y posteriormente  en 1558 se le dio un carácter indefinido. Por la pragmática de 9 de marzo de 1558 se pretendía un doble objetivo: garantizar la sementera de los agricultores pobres y el abasto de los vecinos de los pueblos y ciudades. Los pósitos municipales se convertían en los establecimientos provisores para lo uno y lo otro. Se trataba de fijar un precio máximo en origen para garantizar el precio final del pan a los consumidores que una vez convertido el grano en pan cocido debía dejar a los panaderos únicamente lo necesario para sus casas y familias (unos treinta maravedíes). El precio de venta del trigo en origen se fijo por la pragmática de 1558 en nueve reales y cuatro maravedíes la fanega de trigo, desde los siete reales de 1539 (venía de 110 mrs. del año 1502, unos tres reales). La pragmática de ocho de octubre de 1571 elevó la tasa a once reales (un ducado). El once de marzo de 1584 se volvió a subir a catorce reales la fanega de trigo, fijándose finalmente en dieciocho reales por pragmática de dos de septiembre de 1605. En cuanto a la cebada, el precio venía fijado por la tasa de 1566 en cinco reales

En la fijación de los precios finales del pan cocido siempre se jugó con un elemento sobrevenido: el coste del transporte de los cereales. Ya vimos en un pleito de 1503, recién establecida la tasa, como se intentó eludir la misma con unos excesivo precios del transporte. Ahora en 1578, las alegaciones eran las mismas. Como hemos visto, el transporte de trigo desde Cañadajuncosa a La Roda se calculaba en cinco reales y medio por fanega. ¡La mitad del precio fijado por la tasa para la venta! Los precios de acarreo que se intentaron fijar legalmente por la época iban de los seis a diez maravedíes por fanega y legua para el trigo y de los cinco a nueve para la cebada (pragmáticas de 26 de abril de 1558 y de 8 de enero de 1587). Si calculamos la distancia entre Cañadajuncosa y La Roda en seis o siete leguas, el precio de acarreo se aproxima a los treinta maravedíes por legua de acarreo y fanega de trigo; es decir, el triple de lo estipulado legalmente.

Al leer los documentos, en estos caminos laberínticos de la especulación queda la duda de quién estaba detrás de esos mozalbetes que se encargaban de las operaciones de carga y acarreo de los granos, jóvenes entre los dieciséis y los veintitantos años, incapaces de mentir en las probanzas de testigos. Llegamos en seguida al nivel de los tratantes, más avezados como Alonso López Palmero, conocedores de las pragmáticas que estaban defraudando e incluso del nombre de algunos labradores, como Pedro de Moya, de la aldea de Tébar. Pero resulta difícil llegar más allá. Alguien dice ver a Hernando de Origüela en el monte del Calvario de San Clemente, se menciona a algún regidor de Iniesta, a Francisco Gómez, rico hacendado de Casas de Juan Fernández, o incluso a la poderosa familia albaceteña de los Carrasco, pero todos ellos se guardan de participar directamente en las ventas. Algunos vecinos trataban de escapar a estas redes especulativas, comprando ellos mismos directamente los granos. Este era el caso de Francisco Escribano, vecino de La Roda, que recorría los pueblos para comprar pequeñas cantidades para su casa y para la de su vecino Juan Bonjorne. Aunque conseguía el trigo a precios menores, no por eso las operaciones dejaban de ser menos fraudulentas: compras a un clérigo de Iniesta, que se valía de un criado, a un labrador que venía con el trigo molido del molino (en este caso, la operación se cerró a veintitrés reales la fanega en un mesón de la Jara) y directamente a quién por principio lo tenía prohibido: el pósito de Villanueva de la Jara o las tercias de Tébar. Incluso Sancho de Angulo, juez de las salinas de Minglanilla, se apuntaba a la vorágine especuladora de los granos, ocultando las operaciones con la fórmula del trueque: recibió de Diego Pérez de Oviedo, vecino de La Roda, una esclava a cambio de veintiocho fanegas de trigo y veinticuatro de cebada. El juez de salinas no pudo hacer frente a su compromiso y hubo de pagar la esclava, parte en cebada y parte en dinero. La disputa de la esclava no era sino arma arrojadiza de los testigos, en especial de alguno de ellos como Alonso Resa, contra el juez de comisión Juan Pérez de Oviedo, pues quien estaba implicado en el asunto era su familiar Diego Pérez de Oviedo. Los regateos entre Diego Pérez de Oviedo y el juez de salinas de Minglanilla demostraban la participación de ambos en una fijación indirecta del precio del grano más llevada por el interés particular que por el respeto a la tasa
el dicho Diego Pérez de Oviedo no se la quso dar (la esclava) si no era por treinta fanegas de trigo y treinta de cebada e que visto por el alguacil García (que actuaba en nombre del juez de salinas) que no se la quería dar por la cantidad de pan que dicho tiene e el dicho alguacil gozó y executó a el dicho Diego Pérez e hizo execución en una esclauilla  e le apremio por vía de torzedor para que le diese la dicha esclaua e este testigo (Alonso Resa) como depositario del dicho esclauillo fue tercero entre los susodichos Juan García alguacil y el dicho Ouiedo y como el dicho Diego Pérez de Ouiedo le apremiaua el dicho alguacil sobre la dicha esclaua vino a darle la dicha esclaua por las veynte y ocho fanegas de trigo e por las veynte e quatro de cebada
El valor de la esclava se había fijado en ochenta ducados y la disputa simplemente traducía esa cantidad a las propias fluctuaciones del mercado de granos.

Que los pagos no eran siempre en metálico lo demuestran otros casos. Principales de las villas, como el sanclementino Cristóbal García de Monteagudo, recibían de Antonio de Monteagudo una treintena de ovejas. Dicho ganado lo había de recibir en pago por las veinticuatro fanegas de cebada y una de avena que debía entregar a Antonio de Monteagudo, lo que hizo indirectamente a través de su suegro Pedro de Montoya, vecino del Cañavate. Del trato se expidió unas tosca letra de cambio, documento de carácter privado, ajeno al control del fisco. Como precio de referencia se tomo el valor de cinco reales y un cuartillo por oveja. Otro de los principales sanclementinos implicado en el comercio de granos, eludiendo la tasa, era Hernando del Castillo; ya de edad avanzada, tan viejo como avezado, prefería cerrar los tratos con Andrés González Mesonero. Este vecino de la Roda había llegado con tres carros a por el trigo. Siguiendo los consejos de Hernando del Castillo, cambaron, durante su estancia en San Clemente, hasta tres veces de parador. Primero, alojados en el parador de Romero, luego en el de Moguer y, por último, recelando de la proximidad de la justicia, en el parador que estaba junto a la mancebía del pueblo y el juego de pelota. Las treinta fanegas de trigo vendidas por Hernando del Castillo fueron medidas por él mismo, sacando a relucir su cicatería, en la cámara de su casa en la villa de San Clemente a la luz de un candil, que sujetaba un vecino de La Roda, Antonio del Castillo. Sería éste, en compañía del mencionado Andrés, los que cerrarían el trato y cargarían los costales, cuando todavía no había despuntado el alba
e cargaron las dichas treynta fanegas depriesa para salirse con ello antes que pareçiese gente por las calles e las cargaron (en los carros). 
Hernando del Castillo, desconfiado, siguió sigilosamente a los carros hasta que se perdieron en medio de las viñas, temeroso que la justicia descubriera el fraude y embargara su trigo. Unas horas antes, de las cámaras de Hernando habían salido otras veinticuatro fanegas de cebada en un carro conducido por el hijo de Andrés González Mesonero. Un tercer carro no llegó a salir, pues Hernando del Castillo, precavido, se reservó trigo para su casa. El destino del trigo, después de evitar los caminos principales, era el pósito de La Roda.

La necesidad de los vecinos de La Roda les llevaba a personarse en los pueblos y cambiar cualquier cosa en su poder por el deseado trigo. Era común que acudieran hasta Vara de Rey, donde intercambiaban almohadas de alfombra o miel por el cereal. El alumbre de miel se intercambiaba por cuatro celemines de trigo. A la villa de Cañavate, los de La Roda llegaban con su lana y cordellates. Una arroba de lana se intercambiaba por una fanega de cebada. Estos eran tratos igualitarios, como se habían hecho de toda la vida, insertos en la tradición del trueque y en la buena voluntad de las partes. Muestra de ello es que tres arrobas de lana se intercambiaron por tres fanegas de cebada, siendo el valor de la lana en su conjunto de trece reales, precio con el que jugaban los especuladores para una sola fanega de cebada. Aunque en El Cañavate también se cerraban tratos ilícitos a media noche, especialmente en el mesón de una mujer, llamada la viuda de Castañeda, sito al lado del puente sobre el río Rus. Detrás de las ventas, parece que estaba su yerno, Juan Jareño. Por cambiar se cambiaba una fanega de cebada por un vestido para la vieja. La mayoría de los tratos correspondían a pequeñas ventas de los labradores, que no eran ajenos al ambiente especulativo, que se vivía. La venta era por almudes y celemines y el precio del trigo se situaba por encima de los dos ducados la fanega; la cebada, a once reales. Entre los vendedores, destacaba un vecino llamado Pedro Sánchez de Hontecillas. Estas transacciones se hacían a plena luz del día y en presencia del alcalde de la hermandad. Estas ventas al por menor y al precio doble de la tasa se realizaban también en la placeta nueva de Iniesta, en presencia del medidor del pósito municipal.

El trueque se movía en el terreno del regateo. Antonio Martínez, de La Roda, acudió varias veces a Iniesta con un cortinaje de lino en pos del mejor precio, pero el valor de las cosas venía determinado por el trigo y a sus dos ducados la fanega se tuvo que plegar. Pedro Monteagudo intercambiaba cualquier cosa, con resultado muy desfavorable para él: en Iniesta,  una cuera de tafetán, valorada en seis ducados por un almud de trigo y una fanega de cebada; en Gil García y en casa del mesonero, una cortina por veintiún celemines.  A Vara de Rey llegó Mateo Sánchez Bernal en busca de trigo, llevaba un lienzo de doce de varas y un plato de estaño, grabado con el nombre de Jesús, pretendía cambiarlo por el grano vareño en casa de Lucas de Tébar. El tira y afloja entre Mateo Sánchez y la mujer de Lucas de Tébar es una muestra de los intercambios en aquella época y del trigo como mercancía central que regía el valor del resto de las cosas
e ansí fue este testigo con la dicha del dicho Lucas de Teuar y trataron de lo que le auía de dar por el dicho lienço e plato e visto que lo vieron dixo este testigo que le avían de dar trigo y cevada por ello y este testigo pidió a dos rreales y medio por cada una vara del dicho lienço porque hera de lino y por el dicho plato pidió doze rreales porque los valía e no le quisieron tomar el dicho lienço a más de sesenta mrs. la uara y el plato que conçertó primero e pidió este testigo doce rreales por dicho plato y la dicha mujer que lo compró vezina de la dicha de Lucas de Tévar, porque este testigo dixo que quería por él trigo antes que dineros, dixo la dicha muger que ella le daría trigo a rrazón de la tasa e le daría ocho rreales e ansí le dio ocho celemines de trigo e algo menos pues que este testigo estimaua el dicho plato en doze rreales e le parescía a este testigo que los valía y el dicho lienço no lo quisieron comprar más de a sesenta marauedis la vara e le dieron çebada a la tasa en ello que son las dichas doce varas e que otro lienço de la propia manera pocos días antes lo avían vendido al propio presçio e que si no lo dieran la dicha cevada por él no lo diera por el dicho prescio syno a dos rreales e medio e que lo teniendo de nescesidad lo dio e lo dieran aunque no le dieran más de a rreal... e que en Viveros aldea de Alcaraz vendió este testigo un manto de media seda a una muger por dos fanegas de trigo e que la de Juan Diaz mesonera en el dicho lugar de Viveros conosce la dicha muger e valía el dicho manto sesenta rreales

La acusación directa, y valiente, contra los poderosos y ricos, como principales culpables de jugar con la necesidad ajena, especialmente de la gente flaca e pobre, vino de un vecino de La Roda, llamado Hernán Ruiz del Peral. Acusaba como las principales compras de los vecinos de La Roda se habían cerrado en lugares de señorío, en Alarcón y Castillo de Garcimuñoz y sus aldeas, para evadir los controles de la hacienda real. Los precios habían alcanzado los tres ducados, el triple de la tasa. Las compras a precios abusivos también se dieron en los lugares de realengo. En Sisante, Diego Gómez vendía el trigo a veintiocho reales y la cebada a once. Eran precios superiores a otros lugares como Cañavate o Santa María del Campo, que, ya de por sí, duplicaban la tasa. Pero  a la especulación de granos se sumaban todos. Un portugués de Iniesta, mercader de lencería, revendía el trigo comprado por él mismo, quince celemines, aceptando como forma de pago cinco cucharas de plata, cuyo valor superaba los treinta cuatro reales. La venta le supuso un beneficio de diecinueve reales.

Contra lo que pudiera parecer, el gobernador Velázquez elevó sus informes al Consejo de Castilla, denunciando las fraudulentas ventas de trigo que alcanzaban las desorbitadas cifras de mil maravedíes (cercanas a los tres ducados), al tiempo que pedía se enviara comisión para castigar a los  verdaderos culpables, protegidos por las justicias ordinarias de los pueblos, y a los mayordomos de los propios y de los pósitos que había  comprado el pan a precios excesivos y se negaban a dar los nombres de los vendedores. El clima de bandidaje que reinaba en los pueblos del Marquesado era desolador
Por otra carta que también escribe al Consejo con cierta ynformación de testigos suplica que los mayordomos de los concejos sean castigados por auer comprado el trigo a más de la premática y porque no dan quién se la o aya vendido ni en dónde y por la ynformación consta que los concejos dieron licencia y poder a los mayordomos para comprar trigo a cómo lo hallasen sin que diesen quién se lo vendió y adonde lo compraron e qué vecinos del mismo lugar lo vendían a mill mrs. de noche a deshoras disfraçados y enmascarados y tiznadas las caras porque no los conociesen y así en las quentas que dauan de los propios dauan por quenta el gasto del trigo que comprauan y no dauan el lugar y persona de quién lo comprauan lo que era en gran daño de los propios
No siempre los vendedores se escondían detrás de máscaras o caras tiznadas. En ocasiones, los poderosos se valían de gente menesterosa para cerrar las ventas. En Atalaya del Cañavate, cumplía tal papel un zapatero remendón. Aunque los preferidos en el papel de intermediarios eran los mesoneros. Hemos visto como en Cañavate o San Clemente los tratos se cerraban en torno a los mesones. Igual ocurría en Iniesta, donde se formalizaba las ventas en un mesón camino de Minglanilla y en el llamado parador Cerrado. En Honrubia, los tratos se cerraban en el mesón de un tal Plaza y en Pozoamargo en el mesón de un hombre apodado el Brebas. Las casas aisladas del campo eran lugares idóneos para cerrar las transacciones, hemos citado el caso de Casas de Juan Fernández, pero otros eran núcleos o alquerías de poca entidad, tal es el caso de las casas de Juan Martínez de la Casa, lugar indefinido en la jurisdicción de Alarcón, a una legua de la misma, cabo Sisante, o las ventas que se realizaban en Cañavate en una casa aislada, camino de Honrubia. Función similar cumplían los molinos, entre los que destacaba el de La Losa; en estos casos, se jugaba con la maquila y el trigo ya molido para elevar los precios, dando los fieles de Villanueva de la Jara cierta legalidad a las ventas, llevando registros de las mismas.

Quien pagaba los excesivos precios era el común de vecinos de La Roda. Por reconocerlo lo reconocía hasta el regidor Diego de Alarcón de la Torre. El alhorí de la villa ofrecía el pan almacenado a precios de treinta y un reales la fanega, y más. La maña cosecha de 1578 había llevado al concejo de La Roda a autorizar las compras de cereales fuera de la villa. El mayordomo del pósito Juan de Jábega. Se expidieron libranzas para que ciertos vecinos pudieran comprar el trigo. Principalmente, el regidor Martín Moreno, que compró trescientas fanegas de trigo, pero también una multitud de vecinos que realizaron compras menores: Pedro García fue a El Cañavate, Juan Velázquez a Iniesta, Pedro de Buencuchillo a Pozoamargo y Cañavate (cambiaba alfombras por trigo). A estos nombres se podían unir otros ya mencionados, donde es difícil discernir las compras particulares de las compras para el pósito.

La Roda había decidido la compra de trigo para su pósito en un ayuntamiento de octubre de 1578 al que había asistido el gobernador Velázquez, aunque sabemos que las compras eran anteriores a esa fecha. La villa había se había endeudado a censo en la villa de Madrid, para conseguir dinero con el que proveerse de granos. En un principio, la villa se abastecía de carros de trigo venidos de allende del puerto de Guadarrama, pero la  escasez de este trigo apenas si aliviaba la necesidad de la villa. El concejo de La Roda, tomó la decisión de endeudarse a censo y comprar el trigo a treinta reales si era preciso. Se buscó primero el trigo en Almansa e incluso se concertó la compra con unos carreteros de Andalucía, o más bien parece que se pretendían de esa tierra para ocultar una operación de abasto de la villa de La Roda, donde los intereses y principales beneficiarios eran personas de la comarca. Así lo denunciaba el regidor Martín Moreno, encargado por el concejo de las compras
que los dichos ombres que le vendían el dicho pan heran de la tierra porque venían de noche a contratar con este testigo las dichas ventas del dicho trigo y del rrescivo del dinero dello y que salía cada fanega a más de veinte y ocho rreales e más maravedís e que asymismo dixo este testigo que a cabo de un mes poco más o menos dixo Diego de Alarcón vezino e rregidor desta dicha villa que tenía una carta en que decía que darían trezientas fanegas de trigo a treynta rreales en tierra de Alarcón y los señores del ayuntamiento le tornaron a dar a este testigo dineros para que tornase a buscar trigo e fue a lugar del Marqués de Villena que es en término e juredición de Alarcón a Tévar y este testigo halló otras ciento e tantas fanegas que no esta bien certificado en esto e de uno que le dixo que hera de Téuar le dio e vendió nouenta fanegas de trigo e que puestas en la dicha villa de la Roda salieron a veynte y nueue rreales cada una fanega... y esto fue de noche y venía arrebucado por no darse a conozer  y las demás se las dieron otros dos hombres de la dicha tierra de Alarcón que menos los pudo conozer porque se encubrían de tal manera

La compra de trigo en Tébar, señorío del marqués de Villena, a casi tres ducados la fanega, difícilmente se entiende son la complicidad de algunos regidores rodeños, como Diego de Alarcón. Por eso, el juez Juan Pérez de Oviedo, decretó órdenes de prisión. El primer encarcelado fue Hernando de Córdoba. Su culpa, saber el nombre de los especuladores del grano y participar de estos tratos. Fue trasladado a la cárcel de la villa de San Clemente. Hernando de Córdoba acusó a los hermanos López, Andrés y el regidor Juan, de estar detrás de las treinta fanegas que él mismo compró en la villa de El Cañavate, también acusó al ya conocido Alonso Sánchez de Hontecillas y a otro hombre llamado Cantero. Pero las declaraciones de Hernando de Córdoba eran simplemente la punta del iceberg de una trama más compleja, que el gobernador del Marquesado no dudaría en denunciar.

A las pesquisas del alcalde mayor y su juez comisionado Juan Pérez de Oviedo en la villa de La Roda, se sumaron las propias pesquisas realizadas por el gobernador Diego de Velázquez en su visita a los pósitos del Marquesado, acompañado del escribano Francisco Rodríguez de Garnica. La situación de fraude generalizada se había demostrado especialmente en cuatro villas: El Cañavate, Quintanar del Marquesado, Motilla del Palancar y Villanueva de la Jara.

Martín Martínez, mayordomo de El Cañavate, mostró un pósito lleno de trigo, ciento treinta y cinco fanegas, pero sus precios de compra eran muy altos: cincuenta y siete fanegas a veintidós reales y medio, seis fanegas a veinticinco reales, dos fanegas a veintinueve reales y sesenta y nueve fanegas a mil maravedíes. Su sucesor Antón López había comprado trescienta cincuenta fanegas más, a precios de veintidós a veinticinco reales. Pero de los vendedores ni una palabra ni un registro con sus nombres, tan solo treinta y cuatro partidas de las compras. El modus operandi, el común en otras villas: ventas cerradas de noche y a forasteros. Los altos precios derivados de la necesidad de la villa. Poco creíble pues El Cañavate vendía su trigo a la necesitada villa de La Roda.

Quintanar del Marquesado era una república de labradores, sus vecinos complementaban las tierras de su escaso término con las tierras del suelo de Alarcón que se extendían en estas comarcas en torno al río Júcar. Pueblo recientemente eximido de la villa de Villanueva de la Jara, todavía estaba en formación como entidad independiente. Las rivalidades de la villa hacía más difícil ocultar las cosas. La denuncia contra el fraude a la tasa de granos vino del regidor Joaquín Pastor, que acusaba abiertamente al mayordomo del pósito, Alonso Mondéjar, de encubrir las operaciones ilícitas. Los labradores principales, incluido el mayordomo, se habían concertado para vender su propio trigo a precios de hasta treinta reales, fingiendo que supuestos forasteros disfrazados habían acudido a vender su grano en la villa a altas horas de la noche. Pero vecinos como el alcabalero o corredor Gil Navarro manifestaban que no quedaba constancia de pagos tributarios como la alcabala del viento o la correduría, a pesar de lo que aseguraba el mayordomo, de las trescientas diez y ocho fanegas compradas a forasteros. Los encargados de comprar el trigo fueron Miguel Valencia y Martín Donate. El primero, por temor o por desavenencias con el concejo quintanareño, no ocultó la verdad. Los labradores ricos se habían puesto de acuerdo para vender su propio trigo a precios altos al alhorí.  Se fingían carros supuestamente traídos por forasteros, que con la cara pintada de negro acudían hasta la casa de Miguel Valencia a vender su trigo, pero la realidad era que en la nocturnidad de las ventas todos sabían que los vendedores eran labradores del pueblo que daban a Miguel Valencia medio real de comisión por su papel de tercero. Inverosímil era la versión del otro tercero en las operaciones, Martín Donate de Honrubia, a su entender, los vendedores que defraudaban eran forasteros de Camporrobles y Henarejos, pues los vecinos del pueblo vendían el trigo a un ducado. Claro que entre estos hombres honrados destacaba, además de Alonso Martínez Talavera, un familiar del confesante llamado Miguel Donate. El mismo Martín Donate reconocía la facilidad con la que cualquier vecino del pueblo hubiera podido burlar la tasa.

Si hay un pueblo donde el fraude era generalizado, ése era Motilla del Palancar. A pesar de contar con un único testimonio, el del labrador Bartolomé Valverde, que compró ochocientas once fanegas. Los precios pagados, hasta treinta y un reales la fanega. Nadie sabía nada en el pueblo: ni registros de las ventas ni naturaleza de los vendedores. La orden del concejo era comprar a cualquier precio, tal y como reconocía Bartolomé Valverde, él mismo podía haber metido su propio trigo a precios excesivos. El gobernador Diego de Velázquez, junto a su escribano Francisco Rodríguez Garnica, abandonaron el pueblo, a sabiendas que era poco más lo que los vecinos iban a confesar y lo que necesitaban saber.

El esfuerzo económico que debía realizar una villa de cierta entidad para garantizar la provisión de trigo de su pósito a estos precios era ingente, y si eso exigía un endeudamiento a censo, las hipotecas adquiridas comprometían a toda la villa. Este era el caso estudiado de La Roda, pero otras villas como Motilla o Villanueva de la Jara todavía contaban con recursos para comprar grandes cantidades de trigo, aun a riesgo de esquilmar su hacienda municipal. Villanueva de la Jara compró mil ochenta y dos fanegas de trigo a veintiocho reales cada una. El desembolso total ascendía a treinta mil trescientas diez reales, casi tres mil ducados. La familia Bravo denunció sin tapujos el fraude. Andrés Bravo, escribano de la villa, acusaba cómo algunos regidores habían utilizado como testaferro al clérigo Miguel López, en la seguridad que iba a ocultar las operaciones de sus vecinos. El clérigo celoso de su comisión recogió las más de mil fanegas en apenas una semana, en partidas de cien a doscientas fanegas, tal como declaraba Juan Bravo, escribano asimismo. Es decir, el abasto de granos quedó en manos de unos pocos vecinos. El beneficio que obtuvieron algunos principales jareños, cuyo nombre se mantiene en el anonimato, es paralelo al que obtuvo Elvira Cimbrón, señora de Valera, e hija de Francisco Castillo, vecino de San Clemente. En sus molinos de La Losa se cerraban ventas de granos duplicando y triplicando la tasa. Antón López del Castillo, encargado por el concejo jareño para comprar trigo en ese lugar compró gran cantidad de trigo en La Losa, lugar con fama de seguro y donde las ventas quedaban en el más absoluto secretismo.

El informe final del licenciado Diego Velázquez, gobernador del Marquesado de Villena, fue elaborado en Villanueva de la Jara el cinco de julio de 1579. El gobernador no se dejó embaucar por la maraña de transacciones y heterogeneidad de sus partícipes. Había visitado los pósitos de las ciudades y villas del Marquesado. Los había encontrado repletos de granos. Los regidores y principales habían hecho circular el falso rumor de malas cosechas y concertado con los mayordomos municipales para vender el grano, del que ellos mismos eran poseedores, a excesivos precios. La culpabilidad que se trasladaba a forasteros era simple cortina de humo para esconder sus fraudes. Los principales y regidores consiguieron su objetivo, duplicar y triplicar el precio de los granos, dando salida a su excedente de granos y obteniendo pingües beneficios. En ese clima especulativo es en el que se dan las grandes operaciones como las trescientas fanegas vendidas en Tébar y el menudeo de transacciones de poca monta, guiadas por el mismo principio especulador, aunque respondieran a la vieja tradición del trueque. El beneficio desmesurado de unos pocos era el virus que gangrenaba de fraude y corrupción las sociedades locales. Los perdedores eran la gentes pobre y flacas, en palabras del gobernador, víctimas de los principales de sus villas. La misma firmeza del gobernador para denunciar los fraudes era pareja a su tibieza a la hora de pedir castigo para los culpables al rey don Felipe II
El licenciado Diego Velázquez vuestro governador del marquesado de Villena digo que visitando y tomando cuentas de los pósitos y alhorís deste marquesado y execuntando los alcance y otras deudas para que este año estén proveídos y bastecidos de pan so color de la nescesidad que uvo el año pasado e hallado por las dichas quentas estraños modos e ynbinciones para contravenir a la tasa y premática rreal vendiéndolo a mas precio della en grano los rregidores y personas principales de las ciudades y villas deste marquesado que an tenido mano con los mayordomos de los pósitos en esta forma: que los rregidores de las dichas ciudades y villas an dado y davan comisión a los tales mayordomos y otras personas para conprar pan para los dichos pósitos a qualquier precio que lo hallasen sin que pidiesen rrazón y quenta ny testimonio de dónde lo trayan ny de quien conpravan, sino que lo conprasen aunque fuesen excediendo de la tasa y agora por la espirencia se a visto que el año pasado aunque fue estéril no lo fue tanto que el trigo que se cojió en este marquesado bastara para los vecinos y moradores de él y se pudiera aver conprado todo a la tasa de V. Mt. sino fuera por el dicho fraude porque con color de la dicha comisión que los tales mayordomos y otras personas tenían para poder conprar, ellos propios y los rregidores y personas de los dichos lugares llebaban el trigo a casa de los dichos mayordomos y conpradores y finjiendo que eran forasteros yban de noche mascarados y tiznadas las caras y lo vendían y cobraban a precio de veynte y ocho y treynta rreales la hanega y a más precio alguno y por cosa cierta se tiene que todo el pan que por esta orden se conpró era de los propios vecinos y cojida del pueblo y no de forasteros y los mayordomos y conpradores en las quentas dicen y declaran ser de forasteros sin mostrar otra rrazón ni claridad más de sola su palabra y con juramento declaran lo que va rreferido lo qual a sido de mucho ynconbenyente porque estos tales en efecto an sido terceros de los vendedores para vender su trigo a más de la tasa y muy malos administradores de los pósitos como a V. Mt. constara por los testimonios y declaraciones de los propios por ser negocio de la calidad que es están las culpas de muchos por determynar hasta consultarlo con V. Mt. porque si a esto se da lugar para este año será muy mayor daño, Vuestra magestad le mandará ver y proueer y ordenando lo que más convenga a su rreal seruicio cuya C. R. Md. nuestro señor guarde por muy largos años con acrecentamiento de mayores rreynos y señores como sus criados deseamos de Villanueua de la Xara, 5 de julio de 1579


AGS. CRC. Leg. 267. Pesquisas del gobernador Diego Velázquez sobre los fraudes contra la pragmática que fijaba los precios de los granos. 1579