La oposición a la hidalguía de Francisco de Lomas y su sobrino Eugenio de Lomas vino de los labradores de El Cañavate, que andaban en disputas con hidalgos como los Ortega Montoya, Zamora y Aguilar o Peralta por el control del gobierno municipal. Eran los herederos del los labradores ricos del siglo XVI, que habían ejercido el control de la villa y que ahora se oponían a los intentos de señorialización de una minoría. Hombres acomodados e instruidos. Los labradores que se opusieron a la hidalguía de los Lomas nos aparecen como hombres que saben leer y escribir. Conocemos sus nombres, por ocupar cargos en el gobierno municipal o por ser acusadores de la pechería de los Lomas: Pedro Sánchez de Hontecillas, Miguel Cañete, Francisco López Caballón, Francisco Sánchez, Diego García Plaza o Jorge López. Tres de ellos acudirían a Granada a declarar contra los Lomas. En este mundo de representación, el labrador rico se creía con tantos o más derechos que el hidalgo.
En El Cañavate, tierra donde familias como el duque de Escalona, que poseía casas en la Atalaya, los Pacheco de Belmonte, los Ortega y otros nobles que tenían haciendas en la villa y sus aldeas, existía una clase de agricultores ricos que controlaban el poder municipal. Un impuesto como el servicio ordinario, del que estaban exentos los nobles, era pagado por todos, pecheros e hidalgos, en El Cañavate, en un repartimiento que, aunque diferenciado, afectaba a todos. Los hidalgos pagaban la séptima parte de dicho servicio. A la altura de 1600, los hidalgos participaban como regidores y alcaldes en el gobierno municipal, pero en modo alguno había división de oficios a mitad entre pecheros e hidalgos. De las reuniones municipales se desprende que muchos años el oficio de alcalde era monopolizado por pecheros y que un noble principal como Gabriel Ortega Montoya permanecía ausente o callado en las reuniones del concejo a pesar de ser regidor perpetuo. Parecía como si los labradores mantuvieran a raya a los hidalgos.
De hecho, el conflicto con Francisco Lomas y su sobrino Eugenio vino por la preferencia en los asientos de la iglesia. Siendo alcalde el 8 de marzo de 1602, Francisco de Lomas pidió que a los hidalgos se les dieran los asientos en las partes públicas a mano derecha. En el mismo ayuntamiento Jorge Pérez, alcalde ordinario, y los regidores Sebastián del Río y Diego Martínez Cañavate, del estado de los labradores, pidieron que se empadronara a Francisco de Lomas con el resto de pecheros y labradores. Conociendo este poder de los labradores, nos sorprende el proceso de señorialización en que se vio envuelta la villa de El Cañavate, que tendría su punto álgido en la compra de la mitad de la aldea de Atalaya por el duque de Escalona en 1637.
El cambio en el gobierno municipal, tal como nos cuenta el labrador Pedro Sánchez de Hontecillas tuvo lugar hacia 1602. Seguramente en la elección de oficios de Año Nuevo; esta vez, se eligieron según la ejecutoria favorable a los hidalgos; ejecutoria ganada, es de suponer, el año de antes. Por esos años, los hidalgos consiguieron reservarse la mitad de los oficios, es decir, un alcalde ordinario de los dos existentes para cada uno de los estados llano y noble y rotación anual del cargo de alguacil mayor. Los regidores eran perpetuos y objeto de compra venta. El primer alcalde ordinario por los hijosdalgos sería Francisco de Lomas. Motivo de más para que los odios y rivalidades fueran contra su persona. La primera elección de oficios, ateniéndose a la ejecutoria recién ganada, que suponía la división a mitad entre pecheros e hidalgos, estuvo llena de polémica. Parece que el cargo de alcalde ordinario y ostentar la vara recién traída era privilegio que debía recaer en Gabriel de Ortega, pero este hidalgo era un intrigante, cediendo el cargo de alcalde en Francisco de Lomas y dándole el envenenado consejo que debería tener un asiento en la iglesia que prevaleciera sobre el alcalde de los pecheros
Los labradores forzaron un ayuntamiento el día siguiente, tres de mayo. Andrés López Cañavate, Sebastián del Río, Diego García Plaza, Diego Pastor, Diego Martínez Cañavate y Juan Sánchez Carrasco se mantuvieron en su oposición a considerar hidalgo a Francisco de Lomas. Pero el corregidor, muy parcial en el asunto, se pronunció a su favor.
Los representantes de los labradores se opusieron a Francisco. Y entre ellos destaca la oposición de los que hasta ese momento habían sido los valedores de los Lomas. Nos referimos a los López de Cañavate. Un miembro de esta familia le espetó cínicamente al corregidor don Alonso López de Calatayud, presente en el ayuntamiento, que no dudaba de la hidalguía de Francisco de Lomas pero que quería que le costase algo. Esta ruptura de la afinidad entre los Lomas y los López Cañavate sería explicables, según nuestra opinión, por el poder que estaban alcanzando en El Cañavate la familia Ortega, parejo a su aparición como actores principales en la villa de San Clemente.
Odios aparte, la república de los labradores se resquebrajaba. Pedro de Lomas había accedido al cargo de alguacil mayor a finales del quinientos por el apoyo que le prestaba un pechero Juan López Cañavate, sentando así las bases para acceder al oficio de alcalde en 1602, como hijodalgo. Pero esta vez, lo hacía por el favor de Gabriel Ortega. La lucha por los oficios concejiles fue pareja a los intentos de los hidalgos por verse libres del pago de pechos reales o concejiles, pasando de la voluntariedad en el pago a la obligatoriedad y embargo de prendas. El tema no era baladí, pues estar en los padrones de El Cañavate no significaba tener la condición de pechero, ya que los hidalgos aparecían en dichos padrones bajo un encabezamiento que los intitulaba como hidalgos. Olvidar ese encabezamiento lo pagaría caro, al sacar un traslado de los padrones, el escribano Juan Lezuza. El hidalgo Francisco de Araque recordaba como los hidalgos eran obligados a pagar servicios propios de los pecheros a mediados del siglo XVI
Los padrones de 1516, 1520, 1532, 1534 o 1538 distinguían entre centenas de hidalgos y centenas de pecheros. La centena era la parte repartida del servicio ordinario. Los mismo ocurría con los padrones conservados desde mediados de la década de los cuarenta. Los traslados de los padrones en los que aparecen hidalgos nos aportan una relación de los hidalgos de El Cañavate. En los años cuarenta, ademas de los Lomas, otros hidalgos eran Martín de Serna, Diego de Ortega o Pedro de Montoya. Una nobleza que, procedente de Vara de Rey o de Villar de Cantos, se había afincado en Cañavate eludiendo la presión de poderosos concejos como el de San Clemente, aprovechando las haciendas que poseían en El Cañavate.
Recuperar los hidalgos de 1516 es más incierto, por no respetar el escribano Juan de Lezuza, el encabezamiento que intitulaba a los hidalgos, pero el traslado de Lezuza ha sido corregido posteriormente en la Chancillería de Granada, donde se trasladaron los padrones originales, con una indicación para indicar los hidalgos de esa fecha de 1516 en El Cañavate. Los mencionados son Arias de Tébar, Peralta de la Serna, Lope Alarcón, Pedro de Lomas, Sebastián de Tébar, Diego de Castañeda, Francisco de Lomas, los hijos de Alonso de Araque, Juan de Gabaldón, Juan Ramírez y la viuda de Pedro de Alarcón. Únicamente tenemos la duda en esta relación de la presencia de Juan del Campo, que ya no aparece un futuros padrones. La aportación de los hidalgos, 16 maravedíes por cada centena, solidaria o compulsiva, tenía por finalidad sufragar el litigio que la villa de El Cañavate mantenía con Rodrigo Pacheco por la posesión de la dehesa de Torralba en su término municipal.
En víspera de las Comunidades, el año 1520, los hidalgos sufrieron un nuevo repartimiento. A los nombres citados de 1516, se suman, Bernardino de Tévar y Gregorio de Araque. La presencia de Arias de Tébar como regidor y participante en el repartimiento, en la elaboración del padrón y aportando una cantidad máxima de diez centenas (a diez maravedíes la centena), nos lleva a pensar en la voluntariedad de los hidalgos en estas contribuciones. De todos modos, su aportación se reducía a 40 centenas sobre un total de 720 repartidas en el pueblo.
En 1524, a los hidalgos se han sumado Pedro de Cuevas y un miembro de un linaje de Vara de Rey, Martín López de Huete, mientras que han desaparecido los Tébar. ¿Desaparición de la villa, consecuencia de la guerra de las Comunidades? El panorama cambia completamente en los padrones de 1530, aunque creemos que los tres primeros nombres responden a pecheros (Martín González Lozuza, Martín Briz, Pedro Lucas), también aparecen otros hidalgos indudables con una presencia en el pueblo ligado a sus patrimonios y que se les hace pechar: el señor Rodrigo Pacheco, Rodrigo de Ortega y Diego de Zamora. En 1532, aparecen dos pecheros y en medio de los hidalgos Martín de la Parra, reaparece la viuda de Arias de Tébar y un Juan Ramírez nos parece como pobre, ya en los viejos padrones tenía una aportación de apenas media centena. Nuevos apellidos se suman en los años siguientes: Corvera, López, Barcenas, Muelas, Carreño, Flomesta o una familia de cuya existencia sabemos, pero que hasta ahora pasa desapercibida. En 1550, vemos a Francisco Gómez y Pedro Gómez hidalgo. Entretanto, años antes, en la labriega villa de El Cañavate hemos visto pechar a don Diego Ruiz de Alarcón o a don Juan de Alarcón Pacheco. Una muestra más que las contribuciones no era tanto una imposición sobre las personas sino sobre sus haciendas. Esta imposición sobre las haciendas, impuesto sobre el patrimonio y la renta personal avant la lettre y signo de una fiscalidad moderna, es evidente en los repartimientos de mediados de siglo. El origen de esta progresividad estaba en la división de cantidad a pagar en las llamadas centenas y en el pago por cada vecino de una a doce centenas según su patrimonio. Se empadronaban las personas, pero en cuanto poseedores de heredades. De hecho, los asentamientos en el padrón nos hablan de la heredad o casas de Luis Carreño o de la casa y tierras de Rodrigo Pacheco. En el repartimiento de 1551, se dice
Después de la guerra de las Alpujarras, las villas, y El Cañavate no fue una excepción, se empobrecieron. En la guerra murieron hombres y se perdieron brazos para el campo. Anclada en los 320 vecinos de la villa y los 70 de sus aldeas, El Cañavate y su tierra habían alcanzado el tope de crecimiento de un espacio agrario encajonado entre dos cerros. La desgracia de muchos fue fortuna de pocos. La sociedad de labradores se fue haciendo más injusta y desigual. El Cañavate seguía siendo tierra de labranza y crianza. Sobre todo de lo primero, pues aunque tierra recia, se sacaba provecho con gran trabajo, y en el término había pocos pastos y los ganados se veían obligados a ir a herbajar a las extremaduras. Los labradores de El Cañavate eran gente del común y antes son pobres que ricos (2), pero se estaba formando una minoría diferenciada por el enriquecimiento de algunos, ya pecheros, como los hermanos López de Cañavate, o ya hidalgos, como los Ortega, Zamora o Araque.
De lo mucho que se jugaba en la lucha por el poder en la pequeña villa de El Cañavate, da fe el empeño de sus actores en la defensa de sus posiciones. Tres labradores, los mencionados Pedro Sánchez Hontecillas, Francisco Sánchez y Martín López Caballón (todos ellos rondando los sesenta años de edad) fueron en 1608 a lomos de sus pollinos hasta Granada, para ratificar sus dichos en su villa ante el diligenciero enviado por la Chancillería. Nueve días de ida y otros nueve de vuelta, en la época de lluvias del mes de abril, a razón de ocho reales de gasto la jornada. Lógicamente la Chancillería se desentendió del pago y lo endosó al concejo de El Cañavate
En El Cañavate, tierra donde familias como el duque de Escalona, que poseía casas en la Atalaya, los Pacheco de Belmonte, los Ortega y otros nobles que tenían haciendas en la villa y sus aldeas, existía una clase de agricultores ricos que controlaban el poder municipal. Un impuesto como el servicio ordinario, del que estaban exentos los nobles, era pagado por todos, pecheros e hidalgos, en El Cañavate, en un repartimiento que, aunque diferenciado, afectaba a todos. Los hidalgos pagaban la séptima parte de dicho servicio. A la altura de 1600, los hidalgos participaban como regidores y alcaldes en el gobierno municipal, pero en modo alguno había división de oficios a mitad entre pecheros e hidalgos. De las reuniones municipales se desprende que muchos años el oficio de alcalde era monopolizado por pecheros y que un noble principal como Gabriel Ortega Montoya permanecía ausente o callado en las reuniones del concejo a pesar de ser regidor perpetuo. Parecía como si los labradores mantuvieran a raya a los hidalgos.
De hecho, el conflicto con Francisco Lomas y su sobrino Eugenio vino por la preferencia en los asientos de la iglesia. Siendo alcalde el 8 de marzo de 1602, Francisco de Lomas pidió que a los hidalgos se les dieran los asientos en las partes públicas a mano derecha. En el mismo ayuntamiento Jorge Pérez, alcalde ordinario, y los regidores Sebastián del Río y Diego Martínez Cañavate, del estado de los labradores, pidieron que se empadronara a Francisco de Lomas con el resto de pecheros y labradores. Conociendo este poder de los labradores, nos sorprende el proceso de señorialización en que se vio envuelta la villa de El Cañavate, que tendría su punto álgido en la compra de la mitad de la aldea de Atalaya por el duque de Escalona en 1637.
El cambio en el gobierno municipal, tal como nos cuenta el labrador Pedro Sánchez de Hontecillas tuvo lugar hacia 1602. Seguramente en la elección de oficios de Año Nuevo; esta vez, se eligieron según la ejecutoria favorable a los hidalgos; ejecutoria ganada, es de suponer, el año de antes. Por esos años, los hidalgos consiguieron reservarse la mitad de los oficios, es decir, un alcalde ordinario de los dos existentes para cada uno de los estados llano y noble y rotación anual del cargo de alguacil mayor. Los regidores eran perpetuos y objeto de compra venta. El primer alcalde ordinario por los hijosdalgos sería Francisco de Lomas. Motivo de más para que los odios y rivalidades fueran contra su persona. La primera elección de oficios, ateniéndose a la ejecutoria recién ganada, que suponía la división a mitad entre pecheros e hidalgos, estuvo llena de polémica. Parece que el cargo de alcalde ordinario y ostentar la vara recién traída era privilegio que debía recaer en Gabriel de Ortega, pero este hidalgo era un intrigante, cediendo el cargo de alcalde en Francisco de Lomas y dándole el envenenado consejo que debería tener un asiento en la iglesia que prevaleciera sobre el alcalde de los pecheros
que auía de tener mejor lugar que su compañero el alcalde de los pecheros y procurava que tuviera preminencias por lo qual el del estado de los pecheros lo llevavan mal y procuraron empadronarlo como lo hizieron en presencia del corregidor de la uilla de San ClemeynteEl concejo de dos de mayo de 1602, con presencia del corregidor, que debatió el empadronamiento de Francisco de Lomas con los pecheros fue muy tenso. Para entender la crispación se ha de tener en cuenta que Francisco de Lomas y Vera estaba en la cárcel de la villa por negarse a pagar los pechos. El corregidor tomó partido por los nobles. Nombró provisionalmente como alcalde al labrador y regidor, aunque afín a los hidalgos, Cristóbal Prieto, mientras estuviera preso Francisco de Lomas, para a continuación dar la razón a los hidalgos en la preferencia de asientos y a su alcalde Francisco de Lomas
dándole el primero asiento en la yglesia de esta villa y procesiones e otros actos públicos dándole el primero lugar en todas las partes y dejándole firmar el primero en qualesquiera decretosEn el ayuntamiento, los agricultores formaron un bloque cerrado, pero, en ausencia de su alcalde encarcelado, los hidalgos hicieron una defensa de clase de su compañero. La voz la puso Gabriel de Ortega, regidor perpetuo, manifestando su oposición al empadronamiento de Francisco de Lomas. Otro hidalgo presente en la sala Diego de Zamora y Aguilar, alguacil mayor, respaldó la posición de Gabriel de Ortega, al igual que los labradores Cristóbal Prieto y Francisco López de Lezuza.
Los labradores forzaron un ayuntamiento el día siguiente, tres de mayo. Andrés López Cañavate, Sebastián del Río, Diego García Plaza, Diego Pastor, Diego Martínez Cañavate y Juan Sánchez Carrasco se mantuvieron en su oposición a considerar hidalgo a Francisco de Lomas. Pero el corregidor, muy parcial en el asunto, se pronunció a su favor.
Los representantes de los labradores se opusieron a Francisco. Y entre ellos destaca la oposición de los que hasta ese momento habían sido los valedores de los Lomas. Nos referimos a los López de Cañavate. Un miembro de esta familia le espetó cínicamente al corregidor don Alonso López de Calatayud, presente en el ayuntamiento, que no dudaba de la hidalguía de Francisco de Lomas pero que quería que le costase algo. Esta ruptura de la afinidad entre los Lomas y los López Cañavate sería explicables, según nuestra opinión, por el poder que estaban alcanzando en El Cañavate la familia Ortega, parejo a su aparición como actores principales en la villa de San Clemente.
Odios aparte, la república de los labradores se resquebrajaba. Pedro de Lomas había accedido al cargo de alguacil mayor a finales del quinientos por el apoyo que le prestaba un pechero Juan López Cañavate, sentando así las bases para acceder al oficio de alcalde en 1602, como hijodalgo. Pero esta vez, lo hacía por el favor de Gabriel Ortega. La lucha por los oficios concejiles fue pareja a los intentos de los hidalgos por verse libres del pago de pechos reales o concejiles, pasando de la voluntariedad en el pago a la obligatoriedad y embargo de prendas. El tema no era baladí, pues estar en los padrones de El Cañavate no significaba tener la condición de pechero, ya que los hidalgos aparecían en dichos padrones bajo un encabezamiento que los intitulaba como hidalgos. Olvidar ese encabezamiento lo pagaría caro, al sacar un traslado de los padrones, el escribano Juan Lezuza. El hidalgo Francisco de Araque recordaba como los hidalgos eran obligados a pagar servicios propios de los pecheros a mediados del siglo XVI
que este testigo a uisto los padrones y repartimientos que por los oficiales del concejo se hacían entre los vecinos de la dicha villa y en ellos halla que para encubrir sus pensamientos en ellos decían que unos heran para pleitos y otros para fuentes y otros dicen conforme a la costumbre que la dicha villa tenía y con capa desto entravan y repartían a otros hijosdalgo como hera a Rodrigo de Ortega que este hera hijodalgo y ansimismo repartieron a Lope de Araque padre deste testigo y hera hijodalgo y este testigo tiene la executoria de su padre en su poder y ansimismo a Martín de la Serna que hera hijodalgoY es que, como hemos visto en otro lugar (1), El Cañavate tenía una constitución u organización peculiar. En 1532, se definía como un pueblo de doscientos vecinos casi todos labradores. Hasta la revuelta de las Comunidades, los concejos abiertos eran la norma. Los vecinos se juntaban con sus alcaldes y regidores para discutir en común de los problemas de la villa. Aunque ya antes de las Comunidades, la participación popular se había encauzado a través de unos diputados y los cabildos estaban en transición entre el concejo abierto y el cerrado. No obstante, en la primera mitad o dos terceras partes del siglo, todavía existía un consenso en el interior de la sociedad de El Cañavate, con compromisos entre los labradores y los hidalgos. Los hidalgos, y en especial alguno de ellos, como los Ortega preferían empadronarse y pagar contribuciones en esta pequeña villa, que entrar en la lucha por el poder de grandes urbes como San Clemente. Dominaban los pequeños propietarios agrícolas, que convivían con otros mayores, pero a los que se sometió al gobierno de esta república por los labradores. Quienes no lo hicieron tuvieron que vender sus tierras, como los Castillo de San Clemente, o tuvieron que plegarse, caso de los Pacheco y su intento de señorío sobre la dehesa de Torralba.
Los padrones de 1516, 1520, 1532, 1534 o 1538 distinguían entre centenas de hidalgos y centenas de pecheros. La centena era la parte repartida del servicio ordinario. Los mismo ocurría con los padrones conservados desde mediados de la década de los cuarenta. Los traslados de los padrones en los que aparecen hidalgos nos aportan una relación de los hidalgos de El Cañavate. En los años cuarenta, ademas de los Lomas, otros hidalgos eran Martín de Serna, Diego de Ortega o Pedro de Montoya. Una nobleza que, procedente de Vara de Rey o de Villar de Cantos, se había afincado en Cañavate eludiendo la presión de poderosos concejos como el de San Clemente, aprovechando las haciendas que poseían en El Cañavate.
Recuperar los hidalgos de 1516 es más incierto, por no respetar el escribano Juan de Lezuza, el encabezamiento que intitulaba a los hidalgos, pero el traslado de Lezuza ha sido corregido posteriormente en la Chancillería de Granada, donde se trasladaron los padrones originales, con una indicación para indicar los hidalgos de esa fecha de 1516 en El Cañavate. Los mencionados son Arias de Tébar, Peralta de la Serna, Lope Alarcón, Pedro de Lomas, Sebastián de Tébar, Diego de Castañeda, Francisco de Lomas, los hijos de Alonso de Araque, Juan de Gabaldón, Juan Ramírez y la viuda de Pedro de Alarcón. Únicamente tenemos la duda en esta relación de la presencia de Juan del Campo, que ya no aparece un futuros padrones. La aportación de los hidalgos, 16 maravedíes por cada centena, solidaria o compulsiva, tenía por finalidad sufragar el litigio que la villa de El Cañavate mantenía con Rodrigo Pacheco por la posesión de la dehesa de Torralba en su término municipal.
En víspera de las Comunidades, el año 1520, los hidalgos sufrieron un nuevo repartimiento. A los nombres citados de 1516, se suman, Bernardino de Tévar y Gregorio de Araque. La presencia de Arias de Tébar como regidor y participante en el repartimiento, en la elaboración del padrón y aportando una cantidad máxima de diez centenas (a diez maravedíes la centena), nos lleva a pensar en la voluntariedad de los hidalgos en estas contribuciones. De todos modos, su aportación se reducía a 40 centenas sobre un total de 720 repartidas en el pueblo.
En 1524, a los hidalgos se han sumado Pedro de Cuevas y un miembro de un linaje de Vara de Rey, Martín López de Huete, mientras que han desaparecido los Tébar. ¿Desaparición de la villa, consecuencia de la guerra de las Comunidades? El panorama cambia completamente en los padrones de 1530, aunque creemos que los tres primeros nombres responden a pecheros (Martín González Lozuza, Martín Briz, Pedro Lucas), también aparecen otros hidalgos indudables con una presencia en el pueblo ligado a sus patrimonios y que se les hace pechar: el señor Rodrigo Pacheco, Rodrigo de Ortega y Diego de Zamora. En 1532, aparecen dos pecheros y en medio de los hidalgos Martín de la Parra, reaparece la viuda de Arias de Tébar y un Juan Ramírez nos parece como pobre, ya en los viejos padrones tenía una aportación de apenas media centena. Nuevos apellidos se suman en los años siguientes: Corvera, López, Barcenas, Muelas, Carreño, Flomesta o una familia de cuya existencia sabemos, pero que hasta ahora pasa desapercibida. En 1550, vemos a Francisco Gómez y Pedro Gómez hidalgo. Entretanto, años antes, en la labriega villa de El Cañavate hemos visto pechar a don Diego Ruiz de Alarcón o a don Juan de Alarcón Pacheco. Una muestra más que las contribuciones no era tanto una imposición sobre las personas sino sobre sus haciendas. Esta imposición sobre las haciendas, impuesto sobre el patrimonio y la renta personal avant la lettre y signo de una fiscalidad moderna, es evidente en los repartimientos de mediados de siglo. El origen de esta progresividad estaba en la división de cantidad a pagar en las llamadas centenas y en el pago por cada vecino de una a doce centenas según su patrimonio. Se empadronaban las personas, pero en cuanto poseedores de heredades. De hecho, los asentamientos en el padrón nos hablan de la heredad o casas de Luis Carreño o de la casa y tierras de Rodrigo Pacheco. En el repartimiento de 1551, se dice
que es su intención repartir las dichas zentenas de caudal de diez mil marauedíes una zentena e de unas casas de hasta diez mil marauedíes e fasta veynte e treinta e de allí arriba dos zentenas e de cada zien almudes de heredad otra centena e de cada millar de vides otra y de los que menos ubiere lo que Dios les diere a entender sin pensar de agraviar algunoLa comunera Cañavate, que vio correr el río Rus con la sangre de los rebeldes del movimiento, no solo había mantenido el espíritu solidario de comienzos de siglo, donde todos contribuían más allá de su condición pechera o hidalga, sino que valiéndose una imposición injusta, el servicio, pensada para los pecheros, había sabido crear un régimen tributario justo fundado en la progresividad de la renta y patrimonio personal de cada uno. El Cañavate se nos presenta como ejemplo de modernidad. Pero es solo un espejismo, en apenas un cuarto de siglo, la situación cambia radicalmente. El repartimiento de 1587 se hace todavía sobre las personas y heredades, pero excluye del mismo a los hidalgos que estén en posesión de ejecutoria. Las exenciones de pechar, nacidas de la riqueza y la proximidad al poder concejil comienzan a aparecer.
Después de la guerra de las Alpujarras, las villas, y El Cañavate no fue una excepción, se empobrecieron. En la guerra murieron hombres y se perdieron brazos para el campo. Anclada en los 320 vecinos de la villa y los 70 de sus aldeas, El Cañavate y su tierra habían alcanzado el tope de crecimiento de un espacio agrario encajonado entre dos cerros. La desgracia de muchos fue fortuna de pocos. La sociedad de labradores se fue haciendo más injusta y desigual. El Cañavate seguía siendo tierra de labranza y crianza. Sobre todo de lo primero, pues aunque tierra recia, se sacaba provecho con gran trabajo, y en el término había pocos pastos y los ganados se veían obligados a ir a herbajar a las extremaduras. Los labradores de El Cañavate eran gente del común y antes son pobres que ricos (2), pero se estaba formando una minoría diferenciada por el enriquecimiento de algunos, ya pecheros, como los hermanos López de Cañavate, o ya hidalgos, como los Ortega, Zamora o Araque.
De lo mucho que se jugaba en la lucha por el poder en la pequeña villa de El Cañavate, da fe el empeño de sus actores en la defensa de sus posiciones. Tres labradores, los mencionados Pedro Sánchez Hontecillas, Francisco Sánchez y Martín López Caballón (todos ellos rondando los sesenta años de edad) fueron en 1608 a lomos de sus pollinos hasta Granada, para ratificar sus dichos en su villa ante el diligenciero enviado por la Chancillería. Nueve días de ida y otros nueve de vuelta, en la época de lluvias del mes de abril, a razón de ocho reales de gasto la jornada. Lógicamente la Chancillería se desentendió del pago y lo endosó al concejo de El Cañavate
y que vienen cada uno en un pollino y que se detuvieron en el camino respeto de las muchas aguas y ríos nueve días tasó a cada uno de los susodichos diez y ocho días de camino de venida y vuelta y estada a razón de ocho reales cada díaIgual tasación del viaje, a ocho reales diarios cada una de las diecisiete jornadas y media de viaje, hasta sumar un total de setecientos reales, y por supuesto a cargo de los propios de El Cañavate, fue la que se hizo para cada uno de los otros cinco testigos, labradores asimismo, que fueron a declarar a Granada.
Los Lomas consiguieron sentencia favorable dela Chancillería de Granada de 26 de agosto de 1609. Los Lomas contaban con varios oficiales del concejo y sus favores, como los Ortega y los Araque. Pero también de muchos enemigos, que deseaban para El Cañavate un gobierno de gente honrada, condición que confundían con la de labrador rico. Contaban todavía con el control parcial del concejo y sus oficiales; uno de ellos, era el escribano del concejo de El Cañavate, a comienzos del seiscientos, Juan de Lezuza, que testimonió el carácter pechero de Francisco Lomas, por lo cual habría de responder ante la Chancillería de Granada, acusado de falsificar los padrones de hidalgos de la villa, conservados en cinco cuadernos y que recogían padrones que iban del año 1516 a la década de los treinta. Apresado en 1609 el escribano, en la cárcel de Granada, en su defensa tuvieron que salir dos vecinos de Alarcón y otro de Cañavate para reafirmar su profesión de buen cristiano y su buena vida y fama. Con especial énfasis lo hizo Andrés de la Orden Quijada. Sin embargo, para el fiscal de la Chancillería, licenciado Bernardino Ortiz de Figueroa, el caso era un ejemplo de corrupción en el que era cómplice, sobornado seguramente, el escribano de la Chancillería, enviado a El Cañavate a hacer las diligencias, Alonso de Torices Jara. La prevaricación del escribano Juan de Lezuza fue condenada severamente: dos años de inhabilitación para ejercer el oficio de escribano, un año de destierro y alejado cinco leguas de la villa de El Cañavate y diez mil maravedíes e multa. En la cárcel de Granada se pudrió el escribano Juan de Lezuza, incapaz de pagar la fianza de tres mil maravedíes y solicitando míseramente se le dejase ser acogido a las limosnas de los pobres para comer.
Y es que las hidalguías, en aquella Castilla interior, donde podía más la representación que el trabajo, se habían convertido en fuente de ingresos y raíz de corrupciones si los escribanos y diligencieros (que hacían diligencias) tenían la suficiente habilidad para ganarse la voluntad de los escribanos y oficiales locales. Tal fue el caso de Alonso de Torices, diligenciero granadino, que ocupó en sus pesquisas hasta un total de once días de trabajo, desde el dos de junio hasta el doce de junio de 1607. El escribano Juan de Lezuza le certificó los once días, aun a pesar de que por medio había cinco días feriados: tres de la pascua del Espirítu Santo, celebrada el nueve de junio, un domingo de la Trinidad y el día de San Bernabé. A decir del escribano, se trabajó cada uno de ellos o al menos, en sus palabras, cinco días de holgar pero que eran días de ocupación. El diligenciero echó trece días más del viaje de ida y vuelta para cerrar la cuenta. Las cuentas eran un ejemplo de la relajación de las normas y preceptos religiosos en aquella España interior, más si pensamos, por ejemplo, en el proceso inquisitorial que sufrió cien años antes Hernando del Castillo, por trabajar en sus molinos de la Noguera un domingo o, más exactamente, por obligar a trabajar a los canteros vascos que los reparaban.
Mundo de representación en el que los gestos y símbolos importaban más que los hechos, el diligenciero iba provisto con real provisión de sello de placa. El ayuntamiento se reunía en pleno para recibir al que, a pesar de su poca monta, no dejaba de ser un funcionario real. Claro que el ayuntamiento reunido era también un símbolo: la representación del poder de los labradores. Por eso, intencionadamente estaba ausente don Gabriel de Ortega Montoya, cuya fortuna familiar y la de sus parientes sanclementinos se había forjado en la labranza de tierras en Villar de Cantos y El Cañavate; pero ahora importaban más las ínfulas del hidalgo.
Mundo de representación y de agasajos, donde el diligenciero granadino ya tenía, antes de su llegada, preparado el plan de trabajo en El Cañavate y sus aldeas. Entre los que esperaban para exponer su testimonio contra los Lomas estaban los Jareño de la aldea de Atalaya, labradores con representación en el gobierno municipal.
Pero la pequeña sociedad de El Cañavate se empezaba a romper y con ella la solidaridad de los labradores. Francisco y Bernardino de Lomas eran hijos de un segundo matrimonio y como tales dejados en segundo plano por sus convecinos. El favor en el pueblo lo contaban sus hermanastros, Pedro y Juan, nacidos de un primer matrimonio de Pedro de Lomas con una deuda de una de las familias de los hombres más ricos del pueblo a mediados del quinientos, los hermanos Juan y Francisco López Cañavate, que se hicieron por compra con las primeras regidurías perpetuas del pueblo. Ese rompimiento de la vieja república de labradores, nacido de la desigualdad en la riqueza desde mediados de siglo, lo personificaba muy bien Diego Ortega, casado con una Montoya, que ganada ejecutoria de hidalguía, la misma que se le negaba a sus deudos de San Clemente, se vanagloriaba y mostraba a sus vecinos el escudo de su ejecutoria de hidalguía miniada. Este símbolo de ostentación molestaba y no se entendía. Singularmente por los labradores acomodados del pueblo. Pedro Sánchez de Hontecillas, más allá de los formulismos de la declaraciones de testigos, presentaba el pueblo dividido en dos: los labradores como él, defensores del real patrimonio, dignos de calidad, fe y crédito, y esos otros hidalgos, que poco tenían de sangre noble, y que fundaban su crédito en la palabra de hombres pobres y necesitados, cuyas voluntades compraban. El crédito de la palabra del labrador frente al poco concierto de la plática del necesitado. El labrador que mostraba la riqueza fruto de su trabajo, frente a la ociosidad de hidalgos y pobres y que mantenía una equidistancia de orgullo frente a la vanidad del hidalgo y la poca estima que le merecía el pobre, categoría donde se confundían los marginados con los que empleaban su trabajo a jornal para otros, si es que la primera condición no era causa de la segunda.
Sin embargo, hombres como Pedro Sánchez de Hontecillas no hablaban el mismo lenguaje de su padre y abuelo. Aunque estemos en el contexto de un expediente de hidalguía, el labrador de 1600 habla del interés del real patrimonio, el labrador de 1500 hubiera hablado del bien común de la res pública.
Y es que las hidalguías, en aquella Castilla interior, donde podía más la representación que el trabajo, se habían convertido en fuente de ingresos y raíz de corrupciones si los escribanos y diligencieros (que hacían diligencias) tenían la suficiente habilidad para ganarse la voluntad de los escribanos y oficiales locales. Tal fue el caso de Alonso de Torices, diligenciero granadino, que ocupó en sus pesquisas hasta un total de once días de trabajo, desde el dos de junio hasta el doce de junio de 1607. El escribano Juan de Lezuza le certificó los once días, aun a pesar de que por medio había cinco días feriados: tres de la pascua del Espirítu Santo, celebrada el nueve de junio, un domingo de la Trinidad y el día de San Bernabé. A decir del escribano, se trabajó cada uno de ellos o al menos, en sus palabras, cinco días de holgar pero que eran días de ocupación. El diligenciero echó trece días más del viaje de ida y vuelta para cerrar la cuenta. Las cuentas eran un ejemplo de la relajación de las normas y preceptos religiosos en aquella España interior, más si pensamos, por ejemplo, en el proceso inquisitorial que sufrió cien años antes Hernando del Castillo, por trabajar en sus molinos de la Noguera un domingo o, más exactamente, por obligar a trabajar a los canteros vascos que los reparaban.
Mundo de representación en el que los gestos y símbolos importaban más que los hechos, el diligenciero iba provisto con real provisión de sello de placa. El ayuntamiento se reunía en pleno para recibir al que, a pesar de su poca monta, no dejaba de ser un funcionario real. Claro que el ayuntamiento reunido era también un símbolo: la representación del poder de los labradores. Por eso, intencionadamente estaba ausente don Gabriel de Ortega Montoya, cuya fortuna familiar y la de sus parientes sanclementinos se había forjado en la labranza de tierras en Villar de Cantos y El Cañavate; pero ahora importaban más las ínfulas del hidalgo.
Concejo de El Cañavate de 3 de junio de 1607 |
Mundo de representación y de agasajos, donde el diligenciero granadino ya tenía, antes de su llegada, preparado el plan de trabajo en El Cañavate y sus aldeas. Entre los que esperaban para exponer su testimonio contra los Lomas estaban los Jareño de la aldea de Atalaya, labradores con representación en el gobierno municipal.
Pero la pequeña sociedad de El Cañavate se empezaba a romper y con ella la solidaridad de los labradores. Francisco y Bernardino de Lomas eran hijos de un segundo matrimonio y como tales dejados en segundo plano por sus convecinos. El favor en el pueblo lo contaban sus hermanastros, Pedro y Juan, nacidos de un primer matrimonio de Pedro de Lomas con una deuda de una de las familias de los hombres más ricos del pueblo a mediados del quinientos, los hermanos Juan y Francisco López Cañavate, que se hicieron por compra con las primeras regidurías perpetuas del pueblo. Ese rompimiento de la vieja república de labradores, nacido de la desigualdad en la riqueza desde mediados de siglo, lo personificaba muy bien Diego Ortega, casado con una Montoya, que ganada ejecutoria de hidalguía, la misma que se le negaba a sus deudos de San Clemente, se vanagloriaba y mostraba a sus vecinos el escudo de su ejecutoria de hidalguía miniada. Este símbolo de ostentación molestaba y no se entendía. Singularmente por los labradores acomodados del pueblo. Pedro Sánchez de Hontecillas, más allá de los formulismos de la declaraciones de testigos, presentaba el pueblo dividido en dos: los labradores como él, defensores del real patrimonio, dignos de calidad, fe y crédito, y esos otros hidalgos, que poco tenían de sangre noble, y que fundaban su crédito en la palabra de hombres pobres y necesitados, cuyas voluntades compraban. El crédito de la palabra del labrador frente al poco concierto de la plática del necesitado. El labrador que mostraba la riqueza fruto de su trabajo, frente a la ociosidad de hidalgos y pobres y que mantenía una equidistancia de orgullo frente a la vanidad del hidalgo y la poca estima que le merecía el pobre, categoría donde se confundían los marginados con los que empleaban su trabajo a jornal para otros, si es que la primera condición no era causa de la segunda.
Sin embargo, hombres como Pedro Sánchez de Hontecillas no hablaban el mismo lenguaje de su padre y abuelo. Aunque estemos en el contexto de un expediente de hidalguía, el labrador de 1600 habla del interés del real patrimonio, el labrador de 1500 hubiera hablado del bien común de la res pública.
Acabada con la resistencia de los labradores y desenmascaradas sus maniobras, los Lomas consiguieron nueva sentencia favorable a su hidalguía de 7 de julio de 1610. La ejecutoria no se despacho hasta 1617.
La familia Lomas era de nobleza cierta, un Juan de Lomas había sacado carta ejecutoria en 1502 y los ascendientes de los litigantes habían enlazado con familias nobiliarias como los Araque y los Vera. El padre de Francisco Lomas y abuelo de Eugenio (hijo de un hermano llamado Bernardino), de nombre Pedro, había casado con Isabel Vera, natural de la Hinojosa, aldea de la villa de Alarcón. Y el padre de Pedro y antecesor de la familia, llamado también Pedro de Lomas, había casado con Catalina de Araque. Nobles y labradores vivían en armonía, mientras no se vio comprometido la hegemonía de los segundos. A falta de demostrar sus calidades en la exención de impuestos, los hidalgos demostraban su naturaleza en la guerra si tenían oportunidad. Ese momento llegó en la guerra de las Alpujarras, allí moriría Bernardino de Lomas, hermano y padre de los litigantes Francisco y Eugenio. En calidad de qué fue reclutado no lo sabemos, si en los primeros momentos, más a la vieja usanza de reclutamientos hechos y aportados por las villas, o en las compulsivas levas posteriores. En lo demás, la familia Lomás defendía su hidalguía con gestos más que con realidades. Según decía el labrador Francisco Sánchez, Bernardino Lomas se negaba a pagar pechos, pero para evitar la cárcel se dejaba prendar por los impuestos no pagados; aceptaba alojar soldados, pero para mantener las apariencias pagaba a otros vecinos para que los sustentaran en su casa o en otras ocasiones les pagaba la posada en el mesón del pueblo. La muerte de Bernardino dejó a la familia desamparada. El labrador Miguel Sánchez Cañete reconocía que los Lomas a veces no habían pechado por ser pobres. Y es que la familia se desvertebró a la muerte de Bernardino: su hermano Francisco se ausentó de la villa y lo mismo hicieron otros dos hermanastros, habidos de un primer matrimonio del padre, llamados Pedro de Lomas de la Casa y Juan de Lomas, aunque este último es posible que corriera la misma suerte de Bernardino en la guerra de Granada.
Pero fruto de los parentescos de la familia de la madre de los hermanastros Lomas de la Casa, la suerte de la familia cambió. El apoyo de los hermanos López Cañavate y del mismo corregidor de San Clemente Antonio de Calatayud nos lo contaba Francisco González:
Pero fruto de los parentescos de la familia de la madre de los hermanastros Lomas de la Casa, la suerte de la familia cambió. El apoyo de los hermanos López Cañavate y del mismo corregidor de San Clemente Antonio de Calatayud nos lo contaba Francisco González:
porque el dicho Pedro de Lomas de la Casa era este primo hermano de Francisco y Juan López Cañavate hermanos regidores perpetuos que fueron desta villa el qual deudo era por parte de la madre del dicho Pedro Lomas y que los dichos regidores eran personas de valor en esta dicha villa en la qual los demás oficiales del concexo y vecinos della no hazían otra cosa más de lo (que) querían y ordenaban los dichos regidores perpetuos y que por este parentesco e favor que con ellos tenían el dicho litigante y sus hermanos y con los demás oficiales del concejo y otras personas particulares y en especial particularmente por el mucho favor y ayuda que tenían del corregidor de la villa de San Clemente que se halló muchas vezes en esta villa el qual a lo que se quiere acordar se llamaba don Antonio de Calatayud
Los intereses de los Lomas eran regionales y sus relaciones familiares se extendían por la Alberca, la Hinojosa, Las Pedroñeras o por Socuéllamos. Los conocía bien Francisco de Araque, alcalde ordinario por el estado de los hijosdalgo en 1609, emparentado con los Lomas, que ligaba a los familiares de estos pueblos como de un mismo tronco:
Gracias al testimonio de Rodrigo de Lomas podemos recomponer el origen de la familia, que él situaba en Cordovilla, actual provincia de Palencia, en las antiguas merindades de Burgos. El primero de los Lomas que llegó a la zona fue el bisabuelo del litigante Francisco, que se llamaba Pedro de Lomas. Llegado de las merindades, es de suponer que en la segunda mitad del siglo XV, se había instalado en Alarcón primero y luego en El Cañavate. El bisabuelo Pedro de Lomas había tenido por hijos a Juan de Lomas, el hidalgo con eejecutoria de la Alberca, Pedro de Lomas de El Cañavate y Francisco de Lomas que daría origen a la rama de la Hinojosa a través de la línea sucesoria de su hijo Rodrigo (padre a su vez de Rodrigo, Marco y Francisco). Todo hace suponer que un hermano de este Rodrigo, de nombre Agustín se estableció en Belmonte.
porque su madre deste testigo hera hermana de Pedro de Lomas padre del dicho Francisco de Lomas que litiga y los conoció y fue conociendo desde que este testigo hera de poquita hedad porque como niño y nieto iba a la casa de su abuelo y siempre en la dicha villa de Alcañabate a los quales y cada uno de ellos los a tenido por hijosdalgo notorios de sangre por línea reta de varón legítima y en tal posesión opinión y reputación los a tenido y tiene todo el tiempo que los a conocido y conoce desde que este testigo tiene uso de raçón que será de cinquenta años a esta parte y por tales los a visto que por los veçinos y moradores de la dicha villa de Alcañabate an sido avidos y tenidos comunmente reputados sin aber cosa en contrario hasta que este pleito se movió ... y que este testigo se acuerda de aber oído decir a su padre y a su madre y al tiempo que murieron tendrían cada uno ochenta años y abrá que murió su padre deste testigo treinta años y su madre veynte y quatro años que su magestad abía mandado hacer llamamiento de hijosdalgo y que el dicho Pedro de Lomas abuelo deste testigo y del dicho Pedro de Lomas tenían en aquel tiempo tres hijos mancebos y tres hijas casadas con tres hijosdalgos y como tal hijodalgo tenía aprestados sus tres hijos y tres yernos para que fuesen en servicio de su magestad como tales hijosdalgo y que este testigo conoció a Marco de Lomas y Francisco de Lomas que son difuntos y conoce a Rodrigo de Lomas todos hermanos vezinos naturales de la Hinojosa y este testigo los a tenido por sus deudos por su madre deste testigo... pero tiene por cierto que el padre de los dichos Marco y Francisco y Rodrigo de Lomas vecinos de la Hinojosa heran hijos de Rodrigo de Lomas el viejo y que este hera hermano de su abuelo deste testigo y del abuelo y de los dichos Francisco de Lomas que litiga y bisabuelo del dicho Eugenio de Lomas y que en la dicha villa del Cañabate no a auido Juan de Lomas si no es otro hermano de Francisco de Lomas que litiga y este abrá que murió cerca de quarenta años y que si a auido otro Juan de Lomas en el Cañabate no lo conoció ni se acuerda y que siempre a oído decir que en la villa de la Alberca abía un Juan de Lomas muy viejo y que este hera hijodalgo de executoriaEl apellido Lomas se había perdido en La Alberca, por falta de varón en la sucesión y su descendencia había quedado integrada en una familia hidalga de esa villa: los Chaves. Algunos nietos de Juan de Lomas, el de la ejecutoria de 1502 y fallecido hacia 1550, vivían a comienzos del siglo XVI en Socuéllamos. De los Lomas de la Hinojosa, solo vivía a comienzos del siglo XVII, Rodrigo de Lomas, que se había establecido en El Pedernoso.
Gracias al testimonio de Rodrigo de Lomas podemos recomponer el origen de la familia, que él situaba en Cordovilla, actual provincia de Palencia, en las antiguas merindades de Burgos. El primero de los Lomas que llegó a la zona fue el bisabuelo del litigante Francisco, que se llamaba Pedro de Lomas. Llegado de las merindades, es de suponer que en la segunda mitad del siglo XV, se había instalado en Alarcón primero y luego en El Cañavate. El bisabuelo Pedro de Lomas había tenido por hijos a Juan de Lomas, el hidalgo con eejecutoria de la Alberca, Pedro de Lomas de El Cañavate y Francisco de Lomas que daría origen a la rama de la Hinojosa a través de la línea sucesoria de su hijo Rodrigo (padre a su vez de Rodrigo, Marco y Francisco). Todo hace suponer que un hermano de este Rodrigo, de nombre Agustín se estableció en Belmonte.
Ayuntamiento de El Cañavate de 12 de agosto de 1602
Francisco Lomas y Vera, alcalde por los hidalgos, Jorge Pérez, alcalde por el estado llano.
Regidores perpetuos: Diego Martínez Cañavate, Sebastián del Río, Francisco López de Lozuza, Miguel Martínez, Alonso López de Checa, Juan Fernández Carrasco
Ayuntamiento de El Cañavate de 21 de abril de 1606
Francisco López Caballón, alcalde ordinario
Regidores perpetuos: Diego Martínez Cañavate, Alonso López de Checa, Miguel Martínez, Francisco Gallego,
Alguacil mayor: Juan de Araque
Ayuntamiento de El Cañavate de 8 de noviembre de 1607
Alcaldes ordinarios: Diego de las Muelas y Cristóbal Jareño
Regidores: Juan Gómez de Peralta, alférez mayor.
Regidores: Diego Martínez Cañavate, Francisco López de Lozuza, Alonso López de Checa, Miguel Martínez, Francisco Cañavate, Miguel de Osma.
Testigos de la probanza de 1607 y 1609, a favor de los Lomas
Andrés Montesinos, 67 años; hijo de Pedro Checa (nacido en 1502)
Pedro de Segovia, labrador, 92 años
Sebastián López el viejo, 77 años
Francisco de Torres, hidalgo, 78 años
Ana de Requena, mujer de Diego de las Muelas, alcalde ordinario por el estado hidalgo. 70 años
Catalina López, mujer de Domingo López de Tébar.
María Ruiz, viuda de Francisco de Alarcón, 70 años
Cristóbal Prieto
García de Chaves, vecino de La Alberca, nieto del ejecutoriado Juan de Lomas, 66 años
Catalina López, mujer de Domingo López de Tébar.
María Ruiz, viuda de Francisco de Alarcón, 70 años
Cristóbal Prieto
García de Chaves, vecino de La Alberca, nieto del ejecutoriado Juan de Lomas, 66 años
Testigos de la probanza de 1608, contrarios de Francisco y Eugenio Lomas
1.-Ratifican su dicho en la Chancillería de Granada
Pedro Sánchez de Hontecillas, labrador, 60 años
Martín López de Caballón, labrador, 57 años
Francisco Sánchez, labrador, 50 años
Miguel Cañete, labrador, 55 años
Diego García Plaza, labrador y morador en Cañada Juncosa, 58 años
Jorge Pérez, labrador , 48 años
Francisco López Caballón, labrador, 52 años
Francisco Tornero, labrador, 66 años
2.-No ratifican su dicho en la Chancillería de Granada
Alonso de la Jara
Benito Montesinos Cañavate, sastre, 60 años
Juan de Alarcón Bermejo, labrador del lugar de Cañadajuncosa
Alonso Martínez Calvo, labrador de Atalaya, 66 años
Cosme Jareño el viejo, vecino de Atalaya de 66 años
Rodrigo de Ruipérez, vecino de Atalaya, de 56 años
Damián Jareño, vecino de Atalaya
Juan Ruiz, labrador de Cañadajuncosa, 45 años
Pedro Sánchez de Alarcón, vive de su trabajo, 60 años
Francisco González, labrador
(1) DE LA ROSA FERRER, Ignacio. El Cañavate, realengo e intereses señoriales. en https://historiadelcorregimientodesanclemente.blogspot.com/2018/02/el-canavate-realengo-e-intereses.html, 23 de febrero de 2018.
(2) ZARCO CUEVAS, Julián: Relaciones de pueblos del Obispado de Cuenca. Diputación Provincial de Cuenca, 1983, pp. 203-210
ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Signatura antigua: 302-234-13. Francisco de Lomas Vera y su sobrino Eugenio de Lomas
ADENDA: UNA PEQUEÑA REFLEXIÓN SOBRE LAS SOCIEDADES MANCHEGAS DEL SIGLO XVI:
A comienzos del siglo XVI, hubo una sociedad en el sur de Cuenca levantada y fundada en el valor del trabajo y el mérito personal. Sociedades pobres en población y recursos que venían de la guerra y la rapiña del siglo XV. De pronto, el milagro, hombres con sus azadones roturando las tierras, guerreros convertidos en mercaderes o empleándose como labradores para salir adelante. Vascos y cántabros que bajaban a la llanura manchega a alzar como canteros nuevos pueblos, zamoranos a vender sus paños, carreteros de la sierra que traían las maderas necesarias para las casas, gente del común que explotaba como rentero las tierras (que lo de jornal se despreciaba, como muestra de sumisión no aceptada por el orgullo y el deseo de ser libre). Y sin embargo, el brutal y rápido crecimiento trajo una legión de desheredados: el pequeño agricultor que no tenía suficientes ingresos se empleaba como presto a desempeñar sus servicios para otros, muchos deambulaban por los pueblos al acabar la vendimia o siega o improvisaban trabajos manuales para sobrevivir, algunos hidalgos se tragaban el orgullo e iban a los montes en busca de leña para vender, llevada en burros (una humillación para un hidalgo de la época). Y de repente, todas las contradicciones estallan. Quizás los hombres no eran conscientes de su clase, pero sí de lo que les oponía a los demás. Los más ricos ven en las contradicciones sociales, oportunidades para la lucha y conquista del poder concejil y amasar sus fortunas, pero obvian los movimientos profundos de las sociedades rurales. Algo del peligro se atisba, se encienden las hogueras donde las conciencias más críticas y librepensadores son arrojadas. Se les llama judíos, pero son hombres con una visión demasiado moderna para su época. Las hogueras provocan más odios. Cuando nadie lo espera, llega el verano de 1520, El Provencio y Santa María de Campo se sublevan y expulsan a sus señores y, en ausencia y rebeldía, los someten a juicios populares. Las villas de realengo parecen tranquilas en manos de las familias y patriciado tradicional, pero los hidalgos arruinados comienzan a poner voz al descontento. Llega finales de octubre o el mes de noviembre e inesperadamente se produce una auténtica subversión social, los desheredados se hacen con el poder: nombran capitanes o sota capitán, que responden a una autoridad que está en todas partes y en ninguna. El mesianismo se apodera del movimiento: juntas de doce miembros, cual apostolado, se forman en los pueblos. Todo se pone en cuestión en los tres meses siguientes, aunque apenas se sabe nada, porque hay una intencionada destrucción de los papeles de ese periodo, una vez finalizado el movimiento. Nuestra única certeza es que el movimiento es aplastado sin piedad por una nobleza regional (y con intereses que van más allá), con la colaboración de los agricultores propietarios que han visto con horror como el movimiento no respetaba las haciendas y a los que se les debe prometer seguir controlando los gobiernos municipales. La victoria de los agricultores es completa, que vienen de los pueblos a luchar contra los comuneros que se han hecho fuertes en el Cañavate. En el río Rus, y bajo su puente, tiñéndolo de rojo, yacerán cientos de comuneros muertos. La república de labradores, en la que han querido participar los desheredados y gentes de oficio, ha triunfado, pero es un espejismo, pues está tutelada por los grandes hacendados. La nueva constitución se mantiene un cuarto de siglo, pero a mediados del siglo XVI, la nueva minoría de hacendados pide el control absoluto del gobierno concejil. En la segunda mitad del siglo XVI recuperarán del desván el viejo abuelo que ganara una batalla: no tendrán dificultad pues en la época de los Pachecos hubo muchos hombres con arrojo que frente el enemigo en batallas o entre ellos a cuchilladas resolvían sus disputas. Otros se inventarán sus abuelos o simplemente serán sus enemigos quienes les recordarán su pasado real o ficticio para desprestigiarles. Pero hay una verdad indudable: el hombre ya no es hijo de sus obras, sino de la memoria del pasado que sea capaz de crearse con su dinero
1.-Ratifican su dicho en la Chancillería de Granada
Pedro Sánchez de Hontecillas, labrador, 60 años
Martín López de Caballón, labrador, 57 años
Francisco Sánchez, labrador, 50 años
Miguel Cañete, labrador, 55 años
Diego García Plaza, labrador y morador en Cañada Juncosa, 58 años
Jorge Pérez, labrador , 48 años
Francisco López Caballón, labrador, 52 años
Francisco Tornero, labrador, 66 años
2.-No ratifican su dicho en la Chancillería de Granada
Alonso de la Jara
Benito Montesinos Cañavate, sastre, 60 años
Juan de Alarcón Bermejo, labrador del lugar de Cañadajuncosa
Alonso Martínez Calvo, labrador de Atalaya, 66 años
Cosme Jareño el viejo, vecino de Atalaya de 66 años
Rodrigo de Ruipérez, vecino de Atalaya, de 56 años
Damián Jareño, vecino de Atalaya
Juan Ruiz, labrador de Cañadajuncosa, 45 años
Pedro Sánchez de Alarcón, vive de su trabajo, 60 años
Francisco González, labrador
(1) DE LA ROSA FERRER, Ignacio. El Cañavate, realengo e intereses señoriales. en https://historiadelcorregimientodesanclemente.blogspot.com/2018/02/el-canavate-realengo-e-intereses.html, 23 de febrero de 2018.
(2) ZARCO CUEVAS, Julián: Relaciones de pueblos del Obispado de Cuenca. Diputación Provincial de Cuenca, 1983, pp. 203-210
ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Signatura antigua: 302-234-13. Francisco de Lomas Vera y su sobrino Eugenio de Lomas
ADENDA: UNA PEQUEÑA REFLEXIÓN SOBRE LAS SOCIEDADES MANCHEGAS DEL SIGLO XVI:
A comienzos del siglo XVI, hubo una sociedad en el sur de Cuenca levantada y fundada en el valor del trabajo y el mérito personal. Sociedades pobres en población y recursos que venían de la guerra y la rapiña del siglo XV. De pronto, el milagro, hombres con sus azadones roturando las tierras, guerreros convertidos en mercaderes o empleándose como labradores para salir adelante. Vascos y cántabros que bajaban a la llanura manchega a alzar como canteros nuevos pueblos, zamoranos a vender sus paños, carreteros de la sierra que traían las maderas necesarias para las casas, gente del común que explotaba como rentero las tierras (que lo de jornal se despreciaba, como muestra de sumisión no aceptada por el orgullo y el deseo de ser libre). Y sin embargo, el brutal y rápido crecimiento trajo una legión de desheredados: el pequeño agricultor que no tenía suficientes ingresos se empleaba como presto a desempeñar sus servicios para otros, muchos deambulaban por los pueblos al acabar la vendimia o siega o improvisaban trabajos manuales para sobrevivir, algunos hidalgos se tragaban el orgullo e iban a los montes en busca de leña para vender, llevada en burros (una humillación para un hidalgo de la época). Y de repente, todas las contradicciones estallan. Quizás los hombres no eran conscientes de su clase, pero sí de lo que les oponía a los demás. Los más ricos ven en las contradicciones sociales, oportunidades para la lucha y conquista del poder concejil y amasar sus fortunas, pero obvian los movimientos profundos de las sociedades rurales. Algo del peligro se atisba, se encienden las hogueras donde las conciencias más críticas y librepensadores son arrojadas. Se les llama judíos, pero son hombres con una visión demasiado moderna para su época. Las hogueras provocan más odios. Cuando nadie lo espera, llega el verano de 1520, El Provencio y Santa María de Campo se sublevan y expulsan a sus señores y, en ausencia y rebeldía, los someten a juicios populares. Las villas de realengo parecen tranquilas en manos de las familias y patriciado tradicional, pero los hidalgos arruinados comienzan a poner voz al descontento. Llega finales de octubre o el mes de noviembre e inesperadamente se produce una auténtica subversión social, los desheredados se hacen con el poder: nombran capitanes o sota capitán, que responden a una autoridad que está en todas partes y en ninguna. El mesianismo se apodera del movimiento: juntas de doce miembros, cual apostolado, se forman en los pueblos. Todo se pone en cuestión en los tres meses siguientes, aunque apenas se sabe nada, porque hay una intencionada destrucción de los papeles de ese periodo, una vez finalizado el movimiento. Nuestra única certeza es que el movimiento es aplastado sin piedad por una nobleza regional (y con intereses que van más allá), con la colaboración de los agricultores propietarios que han visto con horror como el movimiento no respetaba las haciendas y a los que se les debe prometer seguir controlando los gobiernos municipales. La victoria de los agricultores es completa, que vienen de los pueblos a luchar contra los comuneros que se han hecho fuertes en el Cañavate. En el río Rus, y bajo su puente, tiñéndolo de rojo, yacerán cientos de comuneros muertos. La república de labradores, en la que han querido participar los desheredados y gentes de oficio, ha triunfado, pero es un espejismo, pues está tutelada por los grandes hacendados. La nueva constitución se mantiene un cuarto de siglo, pero a mediados del siglo XVI, la nueva minoría de hacendados pide el control absoluto del gobierno concejil. En la segunda mitad del siglo XVI recuperarán del desván el viejo abuelo que ganara una batalla: no tendrán dificultad pues en la época de los Pachecos hubo muchos hombres con arrojo que frente el enemigo en batallas o entre ellos a cuchilladas resolvían sus disputas. Otros se inventarán sus abuelos o simplemente serán sus enemigos quienes les recordarán su pasado real o ficticio para desprestigiarles. Pero hay una verdad indudable: el hombre ya no es hijo de sus obras, sino de la memoria del pasado que sea capaz de crearse con su dinero
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