El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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domingo, 4 de noviembre de 2018

La rebelión comunera en la villa de San Clemente


Escultura de Juan de Padilla en Toledo


El 22 de noviembre de 1533, los hidalgos sanclementinos, representados por Rodrigo de Ortega el mozo y Hernán Vázquez de Haro, por fin conseguían una sentencia favorable de la Emperatriz Isabel para que los hidalgos sanclementinos tuvieran presencia en el gobierno municipal. Era la reafirmación de un derecho que ya habían impuesto los hidalgos en las dos décadas anteriores por la vía de la fuerza derivada de su poder económico, pero era un derecho muy contestado, que no se resolvería definitivamente hasta cinco años después.

Unos años antes, en 1526, cuando el representante de la Emperatriz llegó a San Clemente para tomar posesión de la villa como parte de las obligaciones del Emperador Carlos V con su esposa, contenidas en las capitulaciones matrimoniales, se encontró con un poder pechero muy asentado, mientras los hidalgos de la villa asistían a la ceremonia como simples espectadores. Muestra de ello es que el licenciado Cervato, corregidor de la Emperatriz se vio obligado a ratificar el monopolio pechero sobre el poder municipal, que ya disfrutaban desde el año 1445. Era el año 1528. Los hidalgos veían negado un derecho contestado y reciente, pero que les otorgaba la merced de asistir con dos procuradores a los ayuntamientos y, parece, que con derecho de voto.

No se resignaron los hidalgos, pues, el diez de octubre de 1530, Rodrigo de Ortega y Hernán Vázquez de Haro acudían ante el corregidor de la Emperatriz Isabel, el licenciado Jerónimo Álvarez de Sotomayor, para volver a solicitar su derecho, que ellos consideraban inmemorial, a participar en los oficios públicos.

Pero ahora en 1530, las cosas habían cambiado radicalmente. Del grupo de los hidalgos, y tras la muerte del padre Alonso en 1528, los Castillo habían desaparecido de la escena política (que no de los negocios de sus censos y molinos).  Los hidalgos que ahora protestan pertenecen a una nobleza menor. Aparte de Rodrigo de Ortega el mozo y Hernán Vázquez de Haro, familias de gran proyección futura, sus partenaires son Pedro de los Herreros, Baltasar Granero, Diego de Alarcón, el bachiller Resa, Francisco García o Jerónimo Montoya.  Pero había otros con mayor proyección, tales como Antonio Ruiz de Villamediana, y, sobre todo, el grupo contaba en la sombra con la poderosa familia de los Herreros. Entre los testigos que asisten al nombramiento de Rodrigo de Ortega el mozo para defender los intereses nobiliarios están Bernaldino de los Herreros y Sancho López de los Herreros. La familia, como veremos, ha tenido un papel primordial en la desarticulación del movimiento comunero en 1521.

Entre los pecheros, el grupo de los Origüela y Herreros se había resquebrajado. Los Herreros no ocultaban sus deseos nobiliarios; los Origüela tenían que compartir el poder municipal con nuevos actores. En la reunión del ayuntamiento de 1530, los protagonistas han cambiado. Son viejas familias, en unos casos; otras, son novedosas. Pero todas ellas familias que ya bien, como los Origüela, no tienen intención de rectificar la decisión de su progenitor, Pedro Sánchez de Origüela, de renunciar a su hidalguía, o ya bien se sientes orgullosos de su condición pechera y, por qué no, hacen gala de su manifiesta enemistad a los hidalgos. Sus nombres: García Martínez Ángel, alcalde ordinario; los regidores, Hernando de Origüela, Cristóbal Merchante y Pedro Barriga; el alguacil Pedro de Perona, y Pascual Simón, diputado en nombre del concejo y universidad de la villa. Junto a las familias de abolengo, la súbita aparición de un nuevo apellido Simón, cuya familia mostrará un obsesivo interés por controlar la cofradía de Nuestra Señora de Septiembre, que por el mismo hecho de autodenominarse cofradía de cristianos viejos, hemos de dudar de tal naturaleza.

El concejo sanclementino siempre había sido reacia a la presencia de los hidalgos en sus ayuntamientos, pero paradójicamente habían accedido a dichos ayuntamientos en época de las Comunidades
que nunca los hidalgos desta villa entraron en los ayuntamientos del concejo salvo el año de los movimientos de la Comunidad y alteraciones pasadas y de aquella entrada como fecha en tiempo de Comunidad no pudieron adquirir algund derecho
El precedente no podía ser del agrado de los hidalgos, que aseguraban que dicho derecho se había alcanzado desde el compromiso con los pecheros para evitar cuestiones y diferencias. Nosotros hemos constatado el nombramiento a comienzos del siglo XVI de dos diputados hidalgos para el reparto diferenciado en este estamento del impuesto universal de la alcabala, la presencia de síndicos y diputados hidalgos que asumen la representación del común frente a los poderosos desde finales del siglo XV. No obstante, no parece que hubiera una continuidad en los ayuntamientos de dos diputados hidalgos con voz y voto. Eso sí, las dos tendencias señaladas marcaron el devenir de la intervención de los hidalgos en la política sanclementina: exclusividad estamental, tal como marca el repartimiento apartado de la alcabala, y, alternativamente, portavocía de los grupos sociales más marginados frente al poder pechero que había devenido en república patricia.

La justificación de cualquier teoría política se justifica en el pasado. Los hidalgos sanclementinos no fueron menos.  En nombre de un pasado mítico e inmemorial denunciaron las bases constitucionales de la república pechera de San Clemente, que no eran sino los capítulos acordados con el marqués de Villena en 1445 y que les otorgaba el monopolio del poder municipal. Ya entonces, atendiendo al Fuero Juzgo, se asimiló la condición de pechero a la de postero. Es decir, el gobierno debía quedar reservado a los vecinos naturales de la villa, con casa poblada, hacienda propia y que contribuyeran fiscalmente por sus bienes. La argucia que había valido para excluir del gobierno municipal a los allegados y criados del marqués de Villena y luego a la poderosa familia de los Castillo y Pacheco, se había convertido en una rémora a partir de 1510. Cuando la sociedad sanclementina se hizo más plural. La pequeña villa de pastores y labradores vio llegar hombres venidos de todas partes. Las nuevas fortunas se consolidaban con la misma rapidez con la que se disgregaban las viejas redes clientelares y rivalidades entre antiguos enemigos sebosos y almagrados. Con las fortunas vinieron los desheredados por la suerte, condenados a la marginación.

El pórtico de Santiago de la iglesia parroquial era lugar de concejos abiertos, que a fines de siglo había devenido en auténtico patio de Monipodio donde se solventaban a cuchilladas las disputas internas de la villa. Este marco pronto se convirtió en ajeno. Simbolizaba a la vieja villa. Era un espacio que se situaba entre el cementerio parroquial y la capilla de San Antonio, propia de los herederos del Hernán González de Avilés, que se pretendían herederos de la casa fuerte, que aledaña todavía se levantaba y que no era otra que la del fundador de San Clemente, Clemén Pérez de Rus. Con el cambio del siglo, una decisión regia de la monarquía vino a emancipar la política de sus viejas ataduras tradicionales. En 1486, los Reyes Católicos ordenan la construcción de nuevas casas municipales, pues ennonblescense las Ciudades y Villas en tener casas grandes, y bien hechas en que hagan sus ayuntamientos y Concejos, y en que se ayunten justicias, regidores y oficiales a entender en las cosas cumplideras a la república que han de governar (1).


San Clemente no tardaría en levantar las suyas. Tal vez, ese arquitecto llamado Juan Díaz de Barcenillas, procedente del valle de la Hoz en la Montaña, viniera aquí para levantar un ayuntamiento nuevo. A fines del siglo XV, en el lugar donde se levanta el imponente edificio renacentista actual, ya se deberían levantar las casas propias para ayuntamiento de sus regidores y alcaldes. Edificio consolidado de dos plantas ya se levantaba cuando la Emperatriz Isabel pidió en 1526 su dote matrimonial. Las nuevas casas consistoriales recogieron las diferencias de antaño, pero ahora, en una sociedad más abierta, los bandos se deshacen y se reivindica el mérito. Los primeros en hacerlo son aquello que gozan del privilegio de la sangre y la tradición: los nobles. La comunidad les pide el esfuerzo contributivo para los nuevos proyectos de la villa: los molinos del Júcar, la construcción del convento de los frailes. Se oponen, pero su oposición va más allá del estatus privilegiado: se les pide contribuir, pero son apartados de la toma de decisiones políticas. No tardarán en buscar en el pasado nuevas razones para solicitar su derecho a la asistencia y al voto en las sesiones concejiles. En 1512, los hidalgos al unísono piden su derecho a participar en los oficios concejiles. Lo hacen recuperando viejas leyes del reinado de Juan II, anteriores a la concordia entre la villa y don Juan Pacheco en 1445. Las ordenanzas de Juan II, dadas en Palenzuela, en 1430 excluían a caballeros y escuderos de los ayuntamientos, reservados al grupo reducido de regidores y alcaldes, pero recordaba un viejo derecho: puedan entrar en los dichos concejos los sexmeros, do los hay (2). ¿Qué sexmos quedaban de la vieja Tierra? De la división de la Tierra de Alarcón en sexmos no sabemos nada. Al fin y al cabo su extensión era tanta, que la fortaleza fue incapaz de articular un espacio administrativo en torno a sí. Sabemos por una relación de aldeas de 1293 de la persistencia de un sexmo de Zafra (3). Sin embargo, la organización en sexmos de la Tierra de Cuenca, no se conservó en Alarcón. Pero el pasado de una tierra común en el suelo de Alarcón pervivió y las nuevas villas exentas se refería a sí mismas como San Clemente y su tierra o Villanueva de la Jara y su tierra, reivindicando quizás derechos de dominio de reminiscencias feudales sobre sus aldeas. Ese dominio es claro en las relaciones entre San Clemente y sus aldeas, sobre todo, Vara de Rey. Quizás fuera esa dependencia en la que se apoyaron los hidalgos para exigir su participación como sexmeros en los ayuntamientos sanclementinos. Al menos tal condición de sexmeros se arrogan los hidalgos sanclementinos al recordar en 1530 sus aspiraciones a los oficios municipales.


La participación de los hidalgos en los ayuntamientos de San Clemente se fundaba, aun sin reconocerlo, más en la práctica real que en los reconocimientos formales. Ya en la década de los noventa, un hidalgo procedente de Iniesta, llamado Antón García, que llega a San Clemente por casamiento con Catalina López de Perona, hija de una de las familias sanclementinas de toda la vida, asume la defensa del común frente a los poderosos. Este nuevo Robin Hood, hijo del libertador de la villa de Iniesta frente a los Pacheco y héroe él mismo de la Guerra de Granada, armado caballero por el mismo Fernando el Católico ante la Grandeza de España, es un caballero, pero no ha llegado a San Clemente como soldado sino como viticultor. Es un hidalgo que ha cambiado la adarga por los campos de cultivo y las nuevas oportunidades que ofrece el vino. Se erige en defensor del bien común y de la república, pero es simplemente para defender los intereses de una nueva capa de afortunados que apenas si acaba de despuntar: los cultivadores de viña. Ha heredado el majuelo de su suegro Juan López de Perona, y lo ha incrementado. Alrededor suyo, otros vecinos disponen de sus propias viñas. Todos hacen causa común frente a los ganados de Miguel Sánchez de los Herreros y Alonso Sánchez Barriga. 

No tardará el tiempo en que los intereses contrapuestos de agricultores y ganaderos se vuelvan aliados, porque complementarios devienen los estos negocios diversos en las mismas personas. Antón García tiene como propietarios lindantes de sus majuelos a un Luis Sánchez de Origüela y a un Francisco de los Herreros. La sociedad sanclementina se recompone en sus odios. A comienzos del siglo XVI dos figuras emergen con fuerza en la vida del pueblo. Son dos segundones, pero agraciados por la fortuna. Hablamos de Alonso del Castillo, el hijo del alcaide de Alarcón, y Alonso Pacheco, el hijo del señor de Minaya. Poseen amplias propiedades en torno a Perona y Rus, son dueños de los molinos y controlan el préstamo de dinero a los nuevos agricultores que surgen en la comarca. Son, antes que hidalgos, ricos. Mucho más inmensamente ricos que aquellos quince o veinte vecinos, que se denunciaban hacía veinte años como dominadores de la vida municipal. En torno a sí reúnen la oposición de un segundo rango de hidalgos que ha hecho de la fortuna su distinción social: el propio Antón García, los Haro, los Ortega o un mercader de Tierra de Campos que se hace nombrar Martín Ruiz de Villamediana.

La fuerza y poder económico de los hidalgos tiene su recompensa en los años finales del reinado de los Reyes Católicos. Según declaraba Rodrigo de Ortega el mozo en 1531, treinta años años antes, en 1501 por tanto, los hidalgos habían llegado a un pacto de conveniencia e iguala con los pecheros que les permitían entrar en el ayuntamiento con dos diputados nobles con voz y voto. La decisión fue ratificada por provisión y mandamiento de los Reyes Católicos; motivándose la decisión en la finalidad de acabar con las diferencias, debates y cuestiones habidas en la dicha villa y que daban lugar a altercados. Hasta Segovia fue Antón García a recoger la provisión real, que fue presentada en San Clemente al alcalde mayor Basurto. Se complementaba así el gobierno municipal de pecheros formado por siete oficiales (alcaldes, regidores y alguacil) y otro número igual de siete diputados pertenecientes al estado llano. Tras la expresión de pacto de conveniencia e iguala creemos que se esconde una aportación monetaria de los hidalgos, a cambio de su entrada en los concejos. El pacto debió durar tan poco como la conveniencia del mismo. Es posible que el referido pacto se retrasase, tal como aseguraba el escribano Pedro de la Fuente, a tiempos del gobernador licenciado Gallego, es decir 1509, pero, aun así, dos años después no hay rastro de los diputados hidalgos.

Si se mantuvo la estructura municipal tradicional con el añadido de siete diputados pecheros (ampliados en número en algún momento), no ocurrió lo mismo con los dos diputados hidalgos, cuya presencia en los ayuntamientos es creíble que fuera breve tras el citado pacto, siendo despojado el estado nobiliario de dicho derecho. En cualquier caso, las opiniones eran divergentes, pues Antón García opinaba que se había dado carta de naturaleza a la entrada de los hidalgos en el gobierno muncipal. Pero lo que para los hidalgos era participación en el gobierno municipal era para testigos tan señalados como Alvar Ruiz del Castillo, veinticinco años  escribano del ayuntamiento, simple participación de los hidalgos para el repartimiento de alcabala entre los de su estado. Los primeros nombrados fueron Juan López Rosillo y Antón García, dos hombres de la Corona. Alonso López de Perona, cuñado de Antón García, negaba voz o voto a diputados hidalgos en los ayuntamientos y reducía la participación de los nobles únicamente  a los concejos generales o abiertos en los que participaban todos los vecinos. Es más, en palabras de Antón García, dichos concejos abiertos, al dar lugar a constantes altercados, fueron sustituidos por los catorce oficiales (dos alcaldes, cuatro regidores, un alguacil y siete diputados pecheros), a medio camino entre el concejo abierto y el ayuntamiento cerrado. Los siete diputados, con el tiempo, fueron los siete oficiales del ayuntamiento del año anterior. Ni que decir tiene que Antón García agregaba dos diputados más de los hidalgos a esta configuración concejil, que sin embargo, lejos de cumplir con sus deseos, se mantuvo en estos catorce miembros hasta 1537.

Los años que van de 1503 a 1511 son años de desvertebración social. Años de hambre, años de especulación por los ricos y años de pestilencia, en los que los ricos hidalgos cometen el error en 1508 de abandonar el pueblo para librarse del mal. Pues efectivamente de error se debe catalogar su abandono de la villa para salvar sus vidas. Alonso del Castillo se ausenta durante nueve meses del pueblo. Mientras ellos se van a Vara de Rey, Villar de Cantos o la fortaleza de Alarcón, el común de los vecinos de San Clemente se queda en el pueblo padeciendo el mal pestífero y, por supuesto, sacando adelante sus haciendas. El error es ante todo un error político, pues el periodo que va de 1503 a 1511 es un hervidero de pasiones políticas en la villa de San Clemente. Aprovechando la construcción de unas nuevas casas consistoriales, donde hoy se levanta el ayuntamiento renacentista, los concejos abiertos se suceden. Estas reuniones comunales a campana tañida tampoco son la norma, pues son excepcionales para decidir en temas de repartimientos para obras como las de los molinos que afectan a todos. Sin embargo, el ayuntamiento cerrado de alcalde, regidores y demás oficiales se abre con la presencia de diputados. Hasta un total de siete el año 1511, tal como marcaba el pacto e iguala de diez años antes. La novedad es que los hidalgos son apartados del gobierno municipal. En los concejos de 1513 a 1514, las reuniones son semiabiertas, pero junto a los oficiales del ayuntamiento nos aparecen nuevos nombres, algunos de baja extracción social. En 1513, los Origüela y los Herreros parecen dominar la escena política municipal, pues forman parte del concejo como regidores o alcaldes y también como diputados, pero el poder está en esa representación de hasta once diputados que ha suplantado al concejo cerrado. Sin duda, los diputados coinciden con los vecinos principales, cuya panoplia se ha ampliado, pero el común, el popolo minuto, aparece ya en las reuniones con sus nombres propios: así, un Rodrigo Martínez, peraile. Hasta los de la Huerta, gente de baja rahez del Arrabal, ocupan cargos de regidores en 1514. Hay que fijarse en los nombres para comprender el salto cuantitativo que se ha dado de 1511 a 1513. Si en el concejo de 1511, sus representantes son el símbolo del poder patricio de la villa; sus apellidos así lo denuncian (Alonso López de Perona, Martín López de Tévar,  Juan López Cantero, Sancho López de los Herreros, García Sánchez y Gonzalo de Sanclemente, regidores, y Juan Manzano, alguacil, Martín del Campo procurador síndico y Martín González de los Herreros, Francisco de los Herreros, Luis Sánchez de Orihuela, Sancho Rodríguez, Diego de Andújar,  Juan de Olivares y García López de Ávalos); en 1513, el ayuntamiento ha dado paso a la gente del Arrabal y del común, menestrales y artesanos, que piden su lugar frente a los ganaderos y agricultores. Para 1514, vuelve a cerrarse el concejo, pero esta vez bajo la preponderancia absoluta de los Origüela. Pero el equilibrio es muy frágil. Los Herreros tienen una presencia señalada. La familia Olivares, agricultores de Villar de Cantos adquieren una papel significativamente protagonista. Aunque lo más destacable es la presencia de una figura, que, como diputado, da continuidad a todos los concejos: es Luis Sánchez de Origüela. En torno a su figura aparecen otros como Gonzalo de Sanclemente o Alonso González de la Huerta. Es una amalgama de gente descreída, denunciados por sus enemigos como conversos, moros, o simplemente canalla social.

El ascenso social de la marginalidad solo ha sido posible por la exclusión de los hidalgos, que, desde 1512, intentan conseguir con pleitos en la Chancillería de Granada lo que no han conseguido en las disputas políticas de cada día. Los pleitos se trasladan a Granada, pero las intrigas y odios se viven en las calles. La denuncia y la delación social entran de lleno en el debate político y con ellas el Santo Oficio. La fe se resfriaba, en expresión de los regidores sanclementinos. Luis Sánchez de Origüela es acusado de falta de fe verdadera. Le recuerdan sus ironías sobre las imágenes religiosas que desfilan por el pueblo, simples trozos de madera para Luis sin simbología alguna. Ya dos años antes se ha dudado de otro Origüela, Alonso, que dice sus misas sin guardar los preceptos canónicos. Luis acabará en la hoguera, como Hernando de Sanclemente, acusado de prácticar la fe islámica, o Juana Fernández de Astudillo. Las hogueras arderán con especial virulencia estos años en Belmonte, Castillo de Garcimuñoz o San Clemente. ¿Eliminación de personas y familias próximas al marqués de Villena? No lo creemos, más bien hombres y mujeres que más allá de sus dependencias pasadas habían buscado definir su identidad en las cambiantes sociedades de comienzos de siglo y habían definido sus propias ideas revolucionarias frente a la tradición del pasado.

LAS COMUNIDADES EN LA VILLA DE SAN CLEMENTE


Estatua del comunero Juan Bravo en Segovia


El enfrentamiento virulento llegó el año 1520, año de las Comunidades. En el mes de noviembre. Las versiones de pecheros e hidalgos sobre este movimiento social eran divergentes. Según los pecheros, los hidalgos había capitaneado el movimiento subversivo; según los hidalgos, las comunidades habían maltratado y expulsado de la villa a los hidalgos. La acusación más directa de los hidalgos en el movimiento de las comunidades vino de Hernando de Origüela, que acusó a los hidalgos sanclementinos de levantar en la villa la Comunidad, formar una junta de trece miembros y ocupar los cargos, nombrados por dicha junta, de capitán, letrado y procurador. Como prueba de ello señalaba la firma de dos hidalgos principales en los libros del ayuntamiento de ese año: Martín Ruiz de Villamediana y Antón García.
e que en el dicho año de la comunidad dizen que tuvieron dos diputados los fijosdalgos que fue sota capitán hidalgo e letrado de la dicha villa hidalgo e procurador de la dicha villa fidalgo los que señalaron e heligieron los treze que tenían puestos de la comunidad y que los dichos hijosdalgo hizieron e levantaron dicha la comunidad y que en aquel dicho año dezían que avían señalado diputados los dichos hijosdalgos e que se halla aquel año en el libro de los ayuntamientos desta villa una ferma de Martín Rruiz que hera fijodalgo el qual avía seydo puesto en el concejo por mano de los de la comunidad... e otra ferma de Antón García vecino desta villa por procurador
Juan de Olivares, regidor en 1531, recordaba que la Junta formada en tiempo de las comunidades estaba formada por doce personas, una menos de los que recordaba Hernando de Origüela, y que los hidalgos habían participado en los oficios concejiles elegidos por esa Junta con tres o cuatro miembros. Otros testigos favorables a los hidalgos reconocieron su participación directa en el gobierno municipal de las Comunidades, entre ellos, Sancho López de los Herreros.

Las acusaciones entre pecheros e hidalgos eran interesadas, pues como reconocía Alonso López Rosillo, el levantamiento de las comunidades había sorprendido a unos y otros al ser una rebelión del vulgo o gente común, que se dotaron de nuevas autoridades provisionales en sustitución de las elegidas para San Miguel
porque al teinpo e sazón que se levantó la comunydad que la movieron e levantaron el vulgo de la gente común en esta villa ... que helegidos e señalados los ofiçiales que avían de ser desde el día de San Miguel de setienbre en adelante por la mano e pareceres de los oficiales que hasta aquel dicho día avían seydo que vino el alguazil que avía helegido la comunidad e les enbaraçó las dichas eleciones que tenían hechas e se solian hazer el dicho día de San Miguel diziendo que no avían de ser oficiales los elegidos por los dichos oficiales syno los que el capitán de la dicha comunydad que nonbrase e que aquellos avían de ser e fueron fasta que sus magestades proveyeron e les mandaron quitar sus oficios 
Reconstruir las historia de las Comunidades en San Clemente es entrar en una historia de silencios. Algunos testigos de los hijosdalgos mencionaron el hecho muy por encima y todos los testigos favorables al concejo callaron sobre las alteraciones vividas en la villa. Por otros estudios (4), sabemos que en el verano los ánimos se caldearon. En agosto de 1520, San Clemente envía un mensajero a Chinhilla y Albacete avisando que el marqués de Villena ha intentado atacar la villa de El Pedernoso y proponiendo una Junta que rechace la renovación del gobernador Diego de Vargas. La actitud agresiva del Marqués de Villena es comprensible si tenemos en cuenta que durante el mes de agosto los provencianos se han sublevado contra su señor Alonso de Calatayud, que ha huido a refugiarse hasta Las Mesas. El 17 de agosto es sometido en ausencia y rebeldía a un juicio popular, en el que doscientos vecinos prestan su testimonio acusador. A finales de agosto o comienzos de septiembre se celebra la Junta del Marquesado en Chinchilla. En cumplimiento de lo allí concertado los concejos dan poderes a Juan de Barrionuevo, Sancho Martínez de Olivencia, Diego de Lorca y Francisco de los Herreros, vecinos de Chinchilla, Villena, Iniesta  y San Clemente para negociar con el regente Adriano Utrecht, en especial la negativa a una prórroga del mandato del gobernador Diego de Vargas (5). Sin embargo, en San Clemente, para San Miguel de 1520, el concejo elige sus oficiales según es orden y costumbre. 

Para octubre o noviembre los hechos se debieron precipitar. El alcalde mayor del Marquesado, licenciado Peñarrubia es expulsado de la villa. Los siete oficiales del ayuntamiento y los siete diputados del común destituidos, sustituidos por una junta de doce o trece miembros. La villa se dota de una organización militar y extiende el movimiento a otras villas de la comarca. El movimiento parece contar en un principio con el apoyo de algunos hidalgos de la villa, como Martín Ruiz de Villamediana y Antón García. Pero el testimonio de Alonso López Rosillo nos deja entrever una radicalización del movimiento: se levantó la comunydad que la movieron e levantaron el vulgo de la gente común en esta villa. Los propios testimonios nos hablan de la huida de los hidalgos aterrorizados fuera de la villa. Pero el silencio de los testigos nos impide saber más. Seis décadas después las Relaciones Topográficas nos hablan de una batalla sangrienta en El Cañavate. En todo este momento, nos queda la duda del papel que jugó la familia Herreros en el movimiento, quizás intentando reconducirlo en un primer momento y quizás contribuyendo a su represión. Si no, ¿qué sentido tiene que Antonio de los Herreros recibiera el hábito de San Juan, coincidiendo con la represión del movimiento comunero en estas tierras por el prior de San Juan? Pero si podemos decir con seguridad que la zona fue comunera hasta el final del movimiento, como demuestran las contestaciones de pueblos como Villanueva de la Jara, El Pedernoso o Las Pedroñeras a las peticiones contributivas de la Junta; para mediados de febrero para los dos primeros pueblos y para el nueve de abril para el caso de Las Pedroñeras (6).

Pasadas la comunidades, apenas uno o dos años después los hidalgos intentaron entrar en el gobierno municipal, pero tal derecho les fue negado por un concejo pechero que ganó ejecutoria a su favor. Hacia 1528, el gobierno municipal estaba formado por dos alcaldes, regidores, alguacil y siete diputados de los hombres buenos. Ese año los hidalgos intentaron meter en ese gobierno dos diputados hidalgos, Antón García y Juan Rosillo, pero tal derecho les es negado. Es más Juan Rosillo fue expulsado de la sala del ayuntamiento, acudiendo para lavar la afrenta a casa de Antón García: el cual en compañía del bachiller Resa y Alonso Pacheco acudían al corregidor para ver con impotencia como su derecho era negado. Igual ocurrirá en 1529 con los diputados del estado noble Diego de Haro y Diego de Alarcón. Y lo mismo ocurrirá con los citados Rodrigo de Ortega y Hernán Vázquez de Haro en 1530. En estos años sucesivos, los dos diputados hidalgos serían expulsados de la sala consistorial el día de San Miguel, día de la elección de oficios concejiles, y a la que los hidalgos pretendían acceder por una elección paralela.

La disputa entre pecheros e hidalgos por los oficios concejiles fue trasladada el 10 de febrero de 1531 por el corregidor Álvarez de Sotomayor, para confirmar las aseveraciones contrapuestas de unos y otros, a la ratificación de una probanza de testigos. El caso es que el corregidor se desentendió de tema tan espinoso y delegó la probanza en el escribano Pedro de la Fuente; hombre que no debió ser de confianza del concejo, pues previamente había sido nombrado como testigo por los hidalgos. Finalmente se haría cargo de la probanza el teniente de corregidor, el licenciado Pedro López. La probanza de testigos favorables a los hidalgos se hizo en marzo de 1531; la de los pecheros, al año siguiente. El pleito se alargó al año 1533, bajo el gobierno del corregidor Gudiel Cervatos. Finalmente se examinaron libros de actas en busca de firmas de diputados hidalgos que hubieran participado y votado en los ayuntamientos. Se examinaron los libros de actas de noventa años atrás. Se comenzó por un libro de actas que se iniciaba en 25 de enero de 1439, no había firmas de hidalgos. Se siguió por otro que comenzaba el 29 de septiembre de 1513, tampoco aparecieron los nombres de hidalgos votando. Por fin la sentencia llegó el 27 de octubre de 1533. Fue favorable a los pecheros, pues los hidalgos no habían podido demostrar estar en posesión del derecho a tener voz y voto en los ayuntamientos. Recurrieron al Consejo de la Emperatriz Isabel y al Consejo Real, pero la participación hidalga en los oficios concejiles tendría que esperar hasta 1538.




Testigos de la probanza de los hidalgos de San Clemente,  1531

Juan Lozano, procurador de causas de la villa, 56 años
Alvar Ruiz del Castillo, antiguo escribano del ayuntamiento, 71 años
Andrés Jiménez,
Alonso López Rosillo, 50 años
Sancho Rodríguez., 62 años
Alonso López de Perona, 65 años, cuñado de Antón García
Antón García, hidalgo, 68 años
Pedro Rodríguez,  55 años, cuñado de Rodrigo Ortega
Pedro de la Fuente, escribano, 50 años
Alonso de Palacios, 73 años
Martín del Campo
Sancho López de los Herreros, 45 años
Pedro Hernández de Hellín, 55 años
Francisco Hernández, escribano, 40 años

Testigos de la probanza favorables al concejo, 1532

Hernando de Origüela
Juan de Olivares, regidor
Alonso de Astudillo, 46 años
Alonso López de Garcilópez, 37 años
Francisco de Ávalos, 56 años
Gonzalo Martínez Ángel, 58 años
Miguel López de Perona, 60 años
Diego de Caballón, 50 años
Francisco de Olivares, 50 años
Benito García, 58 años
Antón de Monteagudo, 55 años


(1) Ley 1, título 2, libro 7 de la Nueva Recopilación
(2) Ley 2, titulo 2, libro 7 de la Nueva Recopilación
(3) BNE. Mss. 13090,  Libro de diferentes cuentas de entrada y distribución de las Rentas Reales, y gastos de la Casa Real en el reinado de Don Sancho IV. Años 1293 1294
(4)PRETEL MARÍN, Aurelio: "Los comuneros de Albacete" en Castilla en llamas. La Mancha comunera, pp. 211-254
(5) Ibídem,
(6) Archivo General de Simancas, PTR, LEG,5,DOC. 90, 92, 139


ARCHIVO DE LA CHACNCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Signatura antigua: 302-342-60. Los hidalgos de San Clemente contra el concejo por el acceso a los oficios concejiles. 1530-1533

ANEXO I: La visión de las Comunidades del licenciado Velázquez, en nombre de los hidalgos de San Clemente

el año de las comunidades que ovo en estos rreynos porque en esta dicha villa en el dicho año ovo comunidades en deservicio de sus magestades y porque las dichas comunidades los que las fizieron echaron por fuerça desta dicha villa al bachiller Peñarruvia alcalde mayor que hera en el dicho tienpo deste partido y desta dicha villa y quitaron los otros oficiales que heran desta dicha villa e hizieron alcaldes e oficiales nuevos e fizieron capitán e syndico e alférez y cárzel y hizieron que otros lugares estuviesen en comunidad y a muchos de los hijosdalgo echaron fuera desta dicha villa por fuerça y si más duraran las dichas comunidades echaran desta dicha villa todos los hijosdalgo o ellos se fueran y mandaron pregonar e se pregonó que no fuese nadie en grado de apelación ante los señores presidente e oydores del Concejo e chancillería de sus magestades e sacavan e sacaron vandera por esta dicha villa y fuera della con atanbores y con otros ynstrumentos todo lo qual e cada una cosa de ello hizieron por tenerse los oficios desta dicha villa y las honrras e mando della y estenyeron (detuvieron) y echaron fuera del concejo desta dicha villa a los dichos hidalgos y los despojaron de la dicha su posesión vel casy en que avían estado y estavan al dicho tienpo de helegir dentre sy los dichos dos hijosdalgo para entrar e estar e votar en el dicho concejo a la dicha posesión vel casy

ARCHIVO DE LA CHACNCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Signatura antigua: 302-342-60. Los hidalgos de San Clemente contra el concejo por el acceso a los oficios concejiles. 1530-1533

ANEXO II. La visión de Pedro Barriga, regidor de San Clemente en 1530-1531 sobre las Comunidades

y visto el ayuntamiento que se hizo por los oficiales el año de la comunidad no se hallará que el concejo mi parte pecase en la comunidad ni la hiciese salvo personas particulares que la hizieron pecaron en ella sus partes porque el procurador de la comunidad fidalgo fue la justicia y sota capitán de capitán de la comunidad fidalgo fue y el letrado de la comunidad fidalgo fue y en el ayuntamiento de la comunidad y no en otro de todo el libro de los ayuntamientos del concejo ovo diputados fijosdalgo y fermaron como consta del dicho libro pero el concejo no pecó en la comunidad y consta que don Juan Hurtado de Mendoça governador que fue del marquesado que vino después de la comunidad tiró los oficios de alcaldes e regidores e alguazil a quien la comunidad los dio y los tornó al concejo y personas que los tenían por el dicho concejo al tienpo que la comunidad los dio 

ARCHIVO DE LA CHACNCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Signatura antigua: 302-342-60. Los hidalgos de San Clemente contra el concejo por el acceso a los oficios concejiles. 1530-1533

domingo, 15 de abril de 2018

Dos cartas de la guerra de las Comunidades de Castilla

Sabemos algo más de la historia del movimiento de las comunidades en las tierras de señorío del obispado de Cuenca, pero muy poco de las tierras de realengo. Presentamos dos cartas del prior de San Juan, declarado partidario del Emperador Carlos, a los hermanos Antonio y Sancho de los Herreros. En la primera de ellas, de 27 de marzo de 1521, se les pide que acudan con gente de guerra a favor de la causa del Emperador Carlos; la carta o patente que concede a Antonio de los Herreros el título de capitán responde al intento del prior de San Juan, Antonio de Zuñiga, de reclutar a los partidarios de la causa realista en el Marquesado de Villena. En la segunda carta, de cuatro de mayo, se considera la aportación de esa gente ya innecesaria, una vez derrotado el movimiento comunero en Villalar el 23 de abril. Aunque tal vez la lectura pueda ser otra: la incapacidad de los hermanos Herreros de levantar gente de guerra en la villa de San Clemente para defender la causa del Emperador Carlos V.




Nos don Fray Antonio de Zuñiga, prior de San Juan en estos Rreynos de Castilla e de León, etc., por la presente mandamos de parte de sus magestades y damos comissión y facultad a vos Antonio de los Herreros, o a vuestro hermano Sancho López de los Herreros, veçinos de la villa de San Clemente e a qualquier de vos para que como capitán vengáis con la jente de la dicha villa y su tierra que han de ymbiar aquí en seruiçio de sus magestades juntamente con la que los otros pueblos del Marquesado han de ymbiar para que seáis capitán de la dicha jente de San Clemente y su tierra que les cupiere de ymbiar aquí como dicho es, esto visto que sois personas nobles e prinçipales e lo haréis como lo an echo vuestros antepasados con toda lealtad e conçierto e como combenga al seruiçio de sus magestades y a onrra de vuestro pueblo y les mandamos que os obedezcan y acaten como a tal capitán e por tal os rresçiuimos y hauemos por rresçiuido y rrogamos y encargamos al conçejo y ayuntamiento de la dicha villa de San Clemente que os encarguen la dicha jente que assí les cupiere ymbiar como dicho es. Fecha en Laguardia a veynte y siete días del mes de março de quinientos e veynte y un años. El prior de San Juan. Por mandado del prior mi señor Fernando Dalua su secretario
                                                        ************
A mi pariente el capitán Antonio de los Herreros en San Clemente. Pariente.
Suares que la presente os dará, os dirá y mostrará la rrelaçión de las nuebas de acá y porque son tan buenas como veréis y todo lo de Castilla está ya llano en seruiçio del Rrey nuestro señorno curéis de hazer la jente que fuistéis a traer pues no ay nezessidad della a Dios graçias, el qual oi aya en su guarda. En Ocaña, quatro de mayo. A la onrra el prior de San Juan
ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. Hidalguías. Probanzas de los hermanos Herreros, 1666. Signatura antigua: 301-121-11, folio 9 vº 

sábado, 13 de mayo de 2017

Las Comunidades de Castilla: la batalla de Carboneras de Guadazaón

Vista general de Carboneras de Guadazaón
El documento abajo presentado nos narra la batalla acaecida entre las tropas realistas, que reciben tropas y piezas de artillería, desembarcadas en el puerto de Alicante, y los comuneros, que se habían hecho fuertes en el pueblo conquense de Carboneras de Guadazaón. La batalla tendría lugar el 14 de noviembre de 1520. Las tropas realistas serán dirigidas por el duque de Santisteban, hijo del marqués de Villena (y duque de Escalona), y el marqués de Moya. La derrota comunera supondría la primera pérdida de la villa de Moya, en la que intervino también el señor de Valverde, Jorge Ruiz de Alarcón. Con razón se dice al final del texto queda tan allanado y está tan sosegado que no es cosa de creer; pues para el mes de febrero, los comuneros con la ayuda de las villas de Iniesta, Motilla, Requena y Mira recuperan la fortaleza hasta la derrota definitiva del movimiento.

El conde acabó su jornada de lo de Moya y porque es cosa de mucha ymportançia me pareçió que era justo hazer saber al duque como pasa, los villanos de Moya y su tierra estaban muy rrezios y muy fortaleçidos e jamás quisyeron conçierto con su señoría, el conde estubo tan rrezio en ayudar al marqués de Moya que de que vido que por bien no aprovechava junto alguna parte de gente de nuestra tierra y tomó a sueldo quatro çientos soldados de los de (en blanco) que avían desenbarcado en Alicante y fueron sobre ellos con muy buen exérçito y diez o doçe piezas de artillería a un lugar que se llama Carboneras, lugar bien rrezio y bien torreado, avía en él seysçientos onbres de pelea, començó el conbate, la cosa más rreñyda que en Castilla se a visto ni oydo dezir, al fin les entregaron el lugar y los mataron çiento y ochenta personas y prendieron trezientos onbres, saquearon el lugar que era bien rrico, de los nuestros murieron tres o quatro y entre ellos Alonso Dávalos, ovo onbres que hizieron cosas estrañas (tachado= Juan Aluares), hecho esto luego se vino a dar al conde la villa y fortaleza de Moya y toda la otra tierra y se le entregó a el marqués de Moya y está en ello muy paçífico, lo que ha sydo para paçificaçión de aquella tierra ya lo puede ver el duque porque los queda tan allanado y está tan sosegado que no es cosa de creer



Sección Nobleza del Archivo Histórico Nacional, OSUNA, C. 1635, D. 205. Copias simples de cartas e informes que detallan acontecimientos de [la Guerra de las Comunidades (1517-1522)].

Las Comunidades de Castilla en Santa María del Campo Rus

                         
La guerra de las Comunidades de Castilla adquirió en la Mancha conquense la forma de movimiento antiseñorial, especialmente en la villa de El Provencio, señorío de los Calatayud, y Santa María del Campo, en ese momento bajo jurisdicción de don Bernardino del Castillo Portocarrero, III señor de Santa María del Campo y de Santiago de la Torre. El estado de levantamiento generalizado de la población del sur de Cuenca se entiende mejor si lo insertamos en el contexto de la sublevación de la villa de Moya contra su señor Juan de Cabrera y el apoyo generalizado con que contaron estos movimientos de impronta antiseñorial por parte de los vecinos de las villas de realengo de lo reducido a la Corona en las tierras de Cuenca.

La rebelión comunera en Santa María del Campo la conocemos por la carta que don Bernardino del Castillo Portocarrero envío a Carlos V, solicitando ser resarcido de los agravios cometidos por sus vasallos. El documento ya fue estudiado y transcrito parcialmente por Juan Ignacio Gutiérrez Nieto (1). De su lectura se desprende que los alborotos de los vecinos de Santa María del Campo fueron un auténtico levantamiento (así se define en la carta) contra su señor, al que le negaron la obediencia, depusieron las autoridades y justicias por él nombradas y le requisaron cuantos bienes poseía en el lugar, además de la negativa a seguir pagando renta alguna.

El carácter revolucionario del movimiento se conforma en un primer momento por la proximidad e influencia del movimiento comunero de la ciudad de Toledo, desde donde se extiende a estas tierras, y adquiere singularidades propias con el nombramiento de nuevas justicias y la dotación de una embrionaria organización militar bajo la capitanía del comunero Diego Esteban Blanco. Contra este desconocido personaje santamarieño, líder indiscutible de la rebelión comunera en el lugar, irán dirigidas todas las iras de Bernardino del Castillo Portocarrero.

La rebelión de Santa María del Campo no fue un hecho aislado; en El Provencio hubo similar levantamiento señorial contra su señor Alonso de Calatayud. A diferencia de éste, que tuvo que huir de su villa y refugiarse en Las Mesas, o de Juan de Cabrera, que tuvo que huir de Cardenete, don Bernardino pudo librarse del odio y venganza de sus vasallos santamarieños por residir en Salamanca, donde su familia gozaba de las rentas del mayorazgo fundado por su abuelo el doctor Pedro González del Castillo y un regimiento adquirido por la familia en 1491. Además, las villas de realengo del Marquesado apoyaron con recursos y hombres la revuelta. Al viejo sueño inacabado de librarse de la nobleza local durante las guerras del Marquesado y reducir las villas a la corona real, se unía ahora el interés de unas villas por acabar con enclaves señoriales que con sus viejos derechos feudales entorpecían el desarrollo económico de los pueblos. Igual que solo se entiende la acción decidida de Requena, y el comunero Luis de la Cárcel, contra Moya por los obstáculos que al comercio requenense suponían los derechos de portazgo que disfrutaban los marqueses de Moya, la acción de solidaridad de los vecinos de Cañavate (en este caso, hay intereses agrarios también) y de San Clemente está guiada por el impedimento de las trabas feudales al libre desarrollo del comercio y circulación de personas por la región. Los vecinos de El Cañavate y San Clemente harían comunidad con los vecinos de El Provencio para ayudar a los santamarieños. Conocemos la virulencia que alcanzaron los enfrentamientos por algún caso concreto como el de El Cañavate, el alojamiento de seis o siete compañías de soldados en la villa da fe de la importancia del movimiento insurreccional (2). Pero está por estudiar la generalización del movimiento en las tierras del Marquesado de Villena, de los estudios de la rebelión en las tierras de Moya, conocemos la solidaridad comunera de las poblaciones de Mira, Requena, Motilla o Iniesta, e incluso que esa solidaridad se hizo extensiva a otras villas de realengo del Marquesado de Villena: se intentó reclutar tropas en ayuda de la sublevada Moya por diversas villas de la zona, así, Villena, Fuensanta, San Clemente, Villanueva de la Jara, la Motilla, El Pedernoso, Barchín del Hoyo, El Peral, Alberca, Las Pedroñeras, La Almarcha y la lejana Yecla (3).

Desconocemos el alcance de la represión del movimiento una vez derrotado, pero en el margen del documento nos aparece la concesión por la Corona de cada una de las peticiones de don Bernardino; incluido un comentario más que inquietante, junto a la petición de castigo para el capitán Esteban Blanco: el proceder contra los insurrectos sería el mismo que contra los comuneros de Moya.




                                                                                 ( cruz )


                                                       S(acra) Ce(sárea) Ca(tólica) M(agestad)


Don Bernaldino del Castillo, vesino de la çiudad de Sal(aman)ca, diçe que el su lugar de S(an)ta María del Canpo que es en la Mancha de Aragón se levantó por Juan de Padilla e la comunidad sin cabsa ni rrasón con gran alboroto e palabras ynjuriosas contra él e le tomaron vna casa que en el dicho lugar tiene con todo lo que en ella estaua e la encastillaron e le tomaron todos los dineros e pan que tenía e se le devían de las rrentas del dicho lugar e le quitaron los alcaldes e justiçia e lo pusieron de su mano e hisieron capitán del dicho alboroto e levantamiento a vn Diego Estevan Blanco e enviaron a la Junta que los faboresçiese e han fecho e hasen de cada día otros ynsultos e daños de que Dios Nuestro Señor e vuestra magestad son deseruidos y el rreçibe mucho daño e agrauio,

suplica a vuestra magestad mande dar sus prouisiones para el dicho lugar e vesinos e moradores de él que le bueluan la obediençia e señorío que syn cabsa le quitaron para que estén como antes estavan e le rrestituyan e tornen todo el pan e dineros e vino e otras cosas que le tomaron e han tomado fasta el día de oy asy de sus rrentas como de lo que tenía en la dicha su casa e mande al dicho Estevan Blanco capitán que vaya a dar rrasón a los sus governadores de sus rreynos de Castilla por qué ha fecho lo susodicho e de los muchos gastos que ha fecho e hase el dicho lugar e a de ver condenar en las penas en que por ello yncurrió

otrosy dize que los vesinos de Sant Climente e Cañavete y la villa de Provençio fueron a ayudar e fauoresçer al dicho lugar de Santa María del Canpo en el dicho alboroto e levantamiento, suplica que tanbién se dé prouisión contra ellos para que den rrasón por que lo hisieron e sean castigados dello

yten suplica que se escriva a los governadores de Castilla que este negoçio ayan por muy rrecomendado para le proueer e rremediar con brevedad e justiçia como cosa de seruidor de vuestra magestad

                                                                               *****

(1) GUTIÉRREZ NIETO, Juan Ignacio: Las comunidades como movimiento antiseñorial. Planeta, Barcelona, 1973. El estudio que afecta a El Provencio, Santa María del Campo y otras poblaciones del Marquesado de Villena en págs. 204 y ss.

(2) La participación de los vecinos de El Cañavate está documentada por las Relaciones Topográficas de Felipe II:
que no saben otros hechos señalados que hayan pasado en esta villa, más que en el tiempo de las Comunidades, el año veinte e uno, haber (a) esta villa venido gente del Marquesado a echar seis o siete compañías de soldados que en ella estaban aloxados sin ellos sentirlo saliendo todo el pueblo; la cual gente trujo el alcalde mayor que a la sazón era para los echar por los grandes daños y fuerzas que hacían a las mujeres y en las haciendas, y haber la dicha gente muerto a saeta y con otras armas a muchos de los dichos soldados y herido gran cantidad, y despojándolos y desnudándolos en cuero sin quedar ninguno, sino fuese alguno que se quedase escondido, y ansí muchos de ellos denudos se escaparon por la sierra arriba, que está junto a la dicha villa, y los que quedaron los llevaron desnudos en cuero de esta villa a la villa de Bala de Rey, el pueblo hacia el medio día de ella; lo cual fue primeros días de hebrero del dicho año con nieves, porque los que los perseguían de Villanueva, Iniesta y El Peral y otras partes, que son otros lugares del Marquesado deben seído muchos afrentados por las dichas villas tomándoles sus mujeres y hijas
ZARCO CUEVAS, Julián: Relaciones de pueblos del Obispado de Cuenca. Edición preparada por Dimás Ramírez. Excelentísima Diputación de Cuenca. 1983. pp. 206 y 207.

También nos ha quedado la relación de los hechos en El Peral, de donde se infiere por las palabras de Benito Gómez, no era hombre de negocios, la oposición de los labradores ricos al movimiento
se dice que en el tiempo de los movimientos y alborotos de las Comunidades, como en esta villa hubiese un levantamiento de ciertos comuneros, andaban de noche por las calles congregados llamando a las puertas de las casas, y llamaban a los que vivían (en) ellas y les hacían jurar la dicha Comunidad  y quitaban las varas a los alcaldes ordinarios y de la Hermandad que había y otros oficios, y les hacían que los tuviesen por la Comunidad. Llegaron a la casa de un vecino de esta villa, que era alcalde de la Hermandad por los vecinos pecheros, y le pidieron que les diese la dicha vara, o que jurase la dicha comunidad, el cual era un hombre labrador, y que no se tenía cuenta con él y que parecía no era hombre de negocios, sino apartado de ellos, y al parecer no era hombre que se entremetía en nada. Dixo a los dichos comuneros: "¿Qué borracherías son estas porquerazos?" Y parece que de estas palabras se dio noticia al capitán de los dichos comuneros, el cual diz que quso informarse de él de las dichas palabras y le dixo: "Vení acá, Benito Gómez; diz qué habéis dicho vos"; refiriéndole las dichas palabras, a manera que lo amenazaba. El cual respondió: "Señor, cuando yo lo dixe no estaba aquí vuestra merced""
Ibidem, pp. 402 y 403

La aldea motillana de Gabaldón, pasado medio siglo, se apuntaba al furor anticomunero, aunque ratificando la presencia de tropas en Cañavate y cómo ocurrió una batalla en un río del Cañavate, el río Rus, que se volvió sangre de una puente abaxo
que en el tiempo de las Comunidades entraron a tirar hombres de armas en cantidad, y que la gente del pueblo con otras comarcanas que les favorescieron y que fueron tras ellos cinco leguas y que siempre fueron en alcance y mataron muchos de los comuneros de tal manera que toparon con río en el Cañavate y que se volvió en sangre de una puente abaxo; y que a un hombre de la villa de La Motilla que dice Juan Portillo, y es vivo, le echaron una saeta por junto a el suelo con yerba y que no se halló quien le chupase la hierba; y que sanó; y a otro hombre del dicho lugar de Gabaldón armando una ballesta se le quebraron entramos los compañones
Ibidem; p. 266

La implicación de la villa de Iniesta en la toma de Moya y las correrías del Obispo de Zamora, Acuña, también nos vienen relacionadas. Destaca la mención a la composición del movimiento, gente de baja suerte y clérigos de corona, excluidos del poder municipal. Iniesta se convirtió en núcleo insurreccional en todo el Marquesado de Villena y nexo de unión de estas tierras con la insurrección del Marquesado de Moya. Más destacable es la conexión del movimiento comunero con las germanías valencianas que se anuncia al final del texto
en el dicho tiempo vino el obispo de Zamora y comunicó con los que pudo levantar, que fueron ciertos vecinos, unos de baxa suerte, y otros de los que no admitían a oficios del concejo por haber asumido corona y por otras causas y promesas que les hizo, y nombraron de ellos capitanes, alcaldes y alguaciles y otros oficiales por la Comunidad, y se levantaron en aquel tiempo que estos tuvieron los dichos oficios por la Comunidad (y) se levantaron otros lugares del Marqués de Moya, Cabrera, y avisaron a la justicia de esta villay Comunidad, y a otras del Marquesado y sacaron gente de a pie y de a caballo y fueron a Cañete y Moya y la ganaron para el Rey, aunque después dicen fueron castigados en penas pecuniarias por un juez de S.M., y desde a un año para ganar Xátiva salio mucha gente de esta villa, donde murieron muchos y asistieron hasta que se acabó y ganó y quedó real.
Ibidem, p. 310

Contrastan los silencios intencionados e interesados de los hechos de las Comunidades en las respuestas de las villas principales como San Clemente o Villanueva de la Jara.

(3) LÓPEZ MARÍN, Mariano: "El levantamiento de las Comunidades de Moya. Apoyo de los comuneros de Requena y Mira. Consecuencias para las aldeas moyanas". Revista Oleana, nº 22. Actas del III congreso de Historia Comarcal: Camporrobles, Mira y Requena, Mira, 9 al 11 de noviembre de 2007; pp. 506-529. 




Archivo General de Simancas, PTR, LEG, 1, DOC. 66. Carta de D. Bernardino del Castillo a S.M. siglo XVI (ca. 1521)

Véase también
La rebelión antiseñorial de El Provencio

lunes, 1 de mayo de 2017

San Clemente: de república pechera a república patricia

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No quisiéramos trasladar la idea que con el establecimiento de los regidores perpetuos en 1543, comprados a cuatrocientos ducados el regimiento, se pusiera fin a un periodo de democracia en el gobierno del ayuntamiento de la villa de San Clemente, pero la instauración de estos regimientos perpetuos supuso un punto de inflexión en los gobiernos de las villas del Marquesado de Villena. El gobierno de los ricos ya se denunciaba en San Clemente o Villanueva de la Jara desde finales del siglo XV, pero desde el Consejo Real se procuró intervenir para acabar con los abusos de los poderosos.

En Villanueva de la Jara, la elección de los oficios municipales recaía en unas pocas familias que monopolizaban el poder. Los regidores salientes elegían a los entrantes, en lo que era una fórmula habitual en otras villas.  Se intentó acabar con los abusos en el ejercicio del poder desde la tradición histórica, intentado recuperar lo que el fuero de Alarcón decía en materia de elección de oficios: por suertes entre aquellas personas ociosas que poseyeran caballo, armas y casa en la villa desde hacía un año*. Sin embargo, las protestas en 1495 no venían de una minoría de caballeros villanos. Era el común de los vecinos el que protestaba contra el abuso de una minoría de vecinos ricos que disfrutaba de los propios de la villa en beneficio propio. Por eso la contestación del Consejo Real no podía retrotraerse al fuero de Alarcón; ahora en tiempos de paz eran necesarias unas nuevas ordenanzas, que introdujeran novedades para intentar frenar los abusos: creación de nuevos oficios concejiles, ante quienes los oficiales municipales ya existentes debían responder de su actividad pasada en el ejercicio del cargo; creación del oficio de procurador síndico, que recogía las quejas de la comunidad de los vecinos, e introducir un criterio de capacidad en la elección de los cargos frente al de riqueza u otros criterios medievales de una sociedad militar. Elección por suertes que ampliaba la base de electores y las personas elegibles, que debían ser personas áuiles i sufiçientes e veçinos de la dicha villa, aunque no tobiesen ni obiesen tenido ni mantenido armas ni caballos un año antes. Así un aire de democracia se extendió por los concejos del Marquesado de Villena en las dos primeras décadas del quinientos; superando los intentos de regresión señorial a la muerte de la reina Isabel, ese carácter participativo de la vida municipal llegaría a tener su momento álgido en la época de las Comunidades.

Durante la segunda década del quinientos nos encontramos con concejos amplios, podríamos decir semiabiertos, junto a los regidores aparecen los diputados del común que se han multiplicado en número y que en ocasiones aparecen de modo indiferenciado con la presencia de otros vecinos. El único criterio para la presencia en estos concejos es más que la riqueza la propia valía de las personas. Las reuniones del concejo han dejado de llamarse solamente ayuntamiento, la nueva fórmula que los intitula es la de ayuntamiento y universidad o ayuntamiento y comunidad.

El monopolio del poder municipal por unas pocas familias en Villanueva era la norma común al resto de los pueblos de la comarca. La configuración de la naturaleza del poder municipal tuvo una evolución propia en cada villa, aunque el punto de llegada fuera el mismo: la exclusión de la mayoría de la población. Ya hemos estudiado la evolución del poder concejil en San Clemente. Para nosotros, San Clemente es una república de pecheros. Entiéndase, res pública como concepto de origen medieval confundido con el concepto de bien común, pero también como concepto moderno de que la acción política debía estar al servicio de la comunidad y del interés general. Hoy este concepto de la política nos parece ajeno, pero en aquel entonces este pensamiento impregnaba las mentalidades del común. Ni qué decir tiene, que quien accedía al cargo pronto se olvidaba de sus obligaciones con la comunidad, pero no faltaba quien se las recordara. El oficial debía servir al cargo y no servirse de él.

Torre Vieja
San Clemente era república de pecheros, por supuesto. Nunca admitió esta villa los intentos de señorialización. Hoy la llamada Torre Vieja es un elemento arquitectónico aislado en la villa, es el símbolo de los intentos fracasados de dominio señorial sobre la villa de Hernán González del Castillo. Deseos señoriales que fueron confinados a la villa de Minaya. Hoy, siendo como es la historia vengativa, la Torre Vieja ha devenido en museo etnográfico, nutrido de aparejos y utensilios del pueblo llano. Cuando San Clemente es incluido en los mil vasallos que recibe el marqués de Villena, don Juan Pacheco, en 1445, los capítulos entre ambas partes tienen mucho de concordia y poco de sojuzgamiento. Y no tanto por la letra de los mismos, que no es menuda, sino por los fracasos del maestre de Santiago, Juan Pacheco, para someter al lugar. Lugar que consiguió desde el mismo momento de su incorporación al Marquesado el título de villa, pero también asegurarse el monopolio del poder local. La ratificación de los oficios concejiles correspondía al marqués, pero su intervención ya se discutió desde la primera elección. San Clemente formaba parte, como antigua aldea, de la tierra de Alarcón, pero nunca quiso saber nada de su fuero, como no fuera para el aprovechamiento de su suelo. Alarcón era fortaleza militar, San Clemente tierra de labriegos. Alarcón exportaba caballeros villanos para la reconquista contra los moros; San Clemente procuraba conquistar su propio espacio agrario y recelaba de esos caballeros, que desde su posición de alcaides de fortalezas intentaban apropiarse de las rentas de su trabajo. Que se lo digan si no a Hernando del Castillo, que vio respondido su intento de señorialización de Perona con la respuesta decidida de los sanclementinos, que derribaron la horca colocada, símbolo de la jurisdicción y opresión señorial. El interés de los sanclementinos por el fuero y ordenanzas de Alarcón era interesado. Por las leyes de Alarcón se debían regir los oficios públicos de sus aldeas, ya que no los propios, en su elección y en sus competencias limitadas, sometiéndose a la jurisdicción de la villa de San Clemente, que recordó su primacía especialmente a su aldea de Vara de Rey.

Juan Pacheco, I marqués de Villena
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De entre las cláusulas que se arrancaron al Marqués de Villena por los sanclementinos en los capítulos de 1445, que más bien podríamos llamar concordia, destaca uno: los oficios concejiles quedaban reservados a los hombres pecheros y postreros de la villa. Eso era tanto como negárselos a los criados de don Juan Pacheco y luego su hijo Diego López Pacheco. Bien lo sabía la poderosa familia de los Castillo, alcaides de Alarcón, que tuvieron que esperar a la venta de regidurías perpetuas a partir de 1543 para acceder al poder municipal. Aunque poco lo disfrutaron ante unos pecheros que, sabedores de que nadie nace hidalgo, sacaron a colación en 1547 con el expediente de hidalguía de los hermanos Castillo sus bajos orígenes, descendientes de un aceitero de Castillo de Garcimuñoz, para más inri con sangre conversa.

La reserva de los oficios concejiles en manos pecheras no evitó la formación a fines del cuatrocientos de una nueva oligarquía local, reducida, por testimonios de la época, a quince o veinte familias. San Clemente a fines del cuatrocientos era una población de apenas doscientos vecinos. A pesar de las amplias extensiones de terreno que poseían los Pacheco, señores de Minaya, y Alonso del Castillo, cuyo patrimonio se había visto incrementado por su matrimonio con María de Inestrosa, el extensísimo término de la villa daba oportunidades a cualquier vecino de adquirir tierras o incrementar las propias. El desarrollo agrario ya había comenzado antes de las guerras del Marquesado, en 1477, coincidiendo con la primera fase de la guerra, los Reyes Católicos conceden una dehesa boyal para pasto de los animales de labor, junto al paraje de Rus, sin duda para atraer a la causa real a aquellos agricultores que colonizaban el espacio agrario. No cabe duda, que la guerra y sus requisas provocaron un parón en este primer desarrollo agrario, pero después del fin de la guerra en 1480, una población menguada por la guerra dispuso de nuevo de los amplios recursos de la tierra. La roturación  de montes y la apropiación de dehesas debió ser caótica; todos en mayor o menor medida participaron de esa rapiña. Las diferencias entre San Clemente y su aldea de Vara de Rey, que apenas si debía llegar a los cien vecinos, se olvidaron y sus poblaciones se mezclaron. La población se movía de un pueblo a otro en busca de oportunidades. Los testimonios que poseemos de mediados del quinientos nos muestran personas que habiendo nacido en cualquiera de las villas del Marquesado se desplazaron en su juventud a otras en busca de fortuna. El caso de Hernando López es paradigmático, nacido en San Clemente en 1482, había pasado su niñez entre esta villa y su aldea de Vara de Rey, de joven había cuidado ovejas en los pinares de Villanueva de la Jara, para asentarse finalmente en Motilla, donde residiría tras su matrimonio, llegando a ser regidor de esa villa. Con las oportunidades y la riqueza nacieron las primeras desigualdades y los enfrentamientos.

Castillo de Garcimuñoz, origen de los Origüela
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En San Clemente, desde fines del siglo XV, dos familias comienzan a descollar; son los Herreros y los Origüelas. Miguel Sánchez de los Herreros ha llegado con las guerras, pero se ha integrado en la sociedad sanclementina gracias a su matrimonio con Teresa Macacho. Pedro Sánchez de Origüela lo ha hecho antes, en 1455. Ambos han renunciado a sus pretensiones hidalgas para acceder al poder local. Sin embargo su poder es contestado por las familias excluidas del poder local. Los Origüela son versátiles, saben adaptarse al cambio, enlazan matrimonialmente con los López Tendero, con los Tébar de Castillo de Garcimuñoz, e incluso, para oprobio de una familia que presume de cristiana vieja, con los Rosillo. Pero la contestación de las familias rivales de los Herreros y Origüelas cada vez es mayor. En la década de 1480, se produce una extraña alianza: los hidalgos de Vara de Rey se casan con las hijas de los pecheros de San Clemente. Se les acusa de hacerlo para no pagar pechos, pero es una acusación interesada y falsa, pues los acusadores saben a conciencia que justamente el no pechar es causa de exclusión de los oficios concejiles. Son el caballo de Troya que los Castillo y Pacheco necesitan para deshacer el poder pechero de la villa de San Clemente, odiado ahora por unos vecinos que ven como camina hacia la formación de una nueva oligarquía. La confrontación tardará todavía en llegar.

Los hidalgos, más bien habría que hablar de amalgama de excluidos, ya nobles ya pecheros, prestan su voz a los marginados ante el Consejo Real. Denuncian el expolio de los bienes comunales, el uso de las regidurías en beneficio propio, la malversación de las cuentas públicas. Son acusaciones que se repiten en la década de los noventa por todos los pueblos del Marquesado de Villena. La oligarquía local responde ante una sociedad que se está haciendo más compleja con un programa ilustrado: hospitales públicos, establecimiento de un estudio de gramática en 1494, llegada de la orden franciscana reformada desde el primitivo ideal de pobreza. Es insuficiente, ya en 1488, la comunidad e omes buenos de la villa de San Clemente denuncian a los quince o veinte hombres ricos del pueblo, que dis que mandan. Es la primera vez que aparece el término de hombres ricos. En la Mancha conquense las diferencias no son de sangre, son de riqueza. La expresión de hombres ricos volverá a repetirse en los documentos durante todo el quinientos, para denunciar lo que en la mentalidad popular es sinónimo de fraude, expropiación de los bienes comunales y desigualdad en el repartimiento de impuestos y cargas contributivas. Frente a los hombres ricos surge un concepto opuesto, el de comunidad, también se recupera el de omes buenos, pero ésta es una expresión de menos fortuna, pues se la intentan apropiar aquéllos. El concepto de comunidad no es ya medieval, no es entendido como cuerpo donde cada uno es miembro integrante y encuentra su posición y función social por su nacimiento, es un concepto que nace ante todo del rechazo y oposición frente a aquellos que dis que mandan la dicha villa, fatigan a los vesinos della e destruyen la dicha comunidad. Frente al poder de la oligarquía local se exige la creación de una nueva figura que contrarreste el poder de los regidores: el procurador síndico, que mire por las cosas tocantes a la dicha comunidad.  El conflicto de 1488, ha surgido por un incidente muy grave: la dehesa boyal del pueblo ha sido arrendada a los ganaderos. Los campesinos no tienen donde llevar para pastar a sus bueyes de labranza mientras ven como los pastos de la dehesa de boalaje son comidos por los ganados lanares de Miguel Sánchez de los Herreros o Alonso Sánchez Barriga. La comunidad de los vecinos todavía está en condiciones de frenar a estos hombres ricos, que se ven en la necesidad de integrar sus ganados en las rutas mesteñas, dirección a Murcia. Otros, como Alonso López de Perona, les seguirán en esta aventura ganadera y harán fortuna.

Hasta comienzos del quinientos los conflictos parecen quedar en simples agravios en los que la Corona actúa como poder arbitral, pero con la muerte de la reina Isabel llegan los llamados años malos, años de carestía, de crisis de subsistencias y de peste. Años de regresión señorial, donde Alonso del Castillo intenta convertir los títulos de propiedad, que sobre la aldea de Perona tiene, en dominio señorial. El empobrecimiento de la primera década del quinientos afectó a muchos vecinos de la villa de San Clemente. Frente a la figura del síndico personero surge con más fuerza la nueva figura de los diputados del común. Son ellos los que deben velar por la explotación de los montes y bienes propios, el abasto de lo esencial para los pobres y el respeto de la tasa de granos establecida el 23 de diciembre de 1502. Los precios de los granos se disparaban por la especulación y por los costes de transporte. Sabemos que dos carreteros de Iniesta compraron trigo para la villa en 1503 a razón de 110 maravedíes la fanega, precio fijado por la tasa. Lo tuvieron que hacer en el Campo de Criptana, distante treinta seis leguas de Iniesta. El transporte durante el mes de abril fue penoso por caminos embarrados, en carretas cargadas con doce fanegas cada una y tiradas por bueyes. El transporte, y los portazgos, acabarían elevando el precio a 220 maravedíes. Desconocemos el precio de venta en la villa de Iniesta por los rederos municipales, pero seguramente que nuevos especuladores harían subir el precio final del trigo. Este caso, en el que los carreteros pagaron los platos rotos del malestar social, es un ejemplo de las penurias que debió pasar una población subalimentada en años de carestía, y propensa a ser víctima de epidemias como la peste; población además engañada por los especuladores en años de buenas cosechas.

En San Clemente el problema de abastecimiento se agravaba; a las malas cosechas se unía el control que sobre los cereales ejercía la baja nobleza de los Castillo y Pacheco. En especial, Alonso del Castillo, que poseía grandes posesiones de tierras en torno a Perona, Villar de Cantos, Vara de Rey y sus aldeas y también Cañavate. Es decir, la parte del término municipal de San Clemente y sus aldeas más aptas para el cultivo de cereales. Con razón recordará muchos años después, en 1584, el bachiller Rosillo, vecino de Santa María del Campo Rus, ya perdidos por la villa de San Clemente los graneros de sus aldeas, la buena calidad del trigo de su pueblo frente al trigo rubión de San Clemente, de poca calidad, de menos valor e no tan bueno para pan coçido. Justamente, sería la calidad de las tierras sanclementinas, más aptas para el cultivo de las viñas, las que decidirían su futuro vitivinícola.

La Losa (Casas Benítez)
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Pero el principal control que ejercerá Alonso del Castillo sobre los vecinos de San Clemente será la molienda del trigo con la posesión de los molinos de la ribera del Júcar, en especial los molinos de La Losa. Los conflictos de los Castillo con las villas de realengo comenzaron con el enfrentamiento entre Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón, y Villanueva de la Jara, cuando esta villa intentó construir un molino en las aguas del Júcar allá por 1489. Ocho años después el conflicto seguía latente, las formalidades jurídicas de un Hernando del Castillo a punto de morir, intentado ver reconocidos sus derechos posesorios sobre la ribera del Júcar con la colocación de nuevos mojones, de lo que daba fe el escribano y testigos que le acompañaban, fueron respondidas un veinticinco de febrero de ese año 1497 por los vecinos de Villanueva, que armados a pie y caballos hicieron valer por las bravas sus derechos sobre la margen izquierda del Júcar. Los jareños se presentaron con ochenta hombres armados, hasiendo asonadas de guerra con tanbor e pendón. Los derechos feudales de los Castillo sobre la ribera del Jucar, concedidos por Juan Pacheco en 1462 a Hernando, se habían convertido en un estorbo para el desarrollo de las villas de realengo. En primer lugar, afectaban a la libre circulación de las personas; por eso los jareños contaron con el apoyo de la Corona cuando se propusieron construir un puente sobre el río Júcar en 1501, obviando los derechos de barcaje que pudiera tener la villa de Alarcón. Estos impedimentos a la libre circulación de las personas, iban más allá de los derechos medievales de la villa de Alarcón. La existencia de señoríos como el de El Provencio, en manos de los Calatayud, y Santa María del Campo Rus, propiedad de los Castillo Portocarrero, se traducía en la imposibilidad de sus habitantes, atraídos por las libertades y desarrollo económico de las villas de realengo, de abandonar estos pueblos, pero también en un freno a la libre circulación de mercancías. Obstáculos que venían de la existencia de portazgos en estas villas. Ambas mantenían una posición nodal en los caminos de la época. El Provencio, situado un poco antes de llegar a Villarrobledo y San Clemente, estaba en el camino que desde el Reino de Toledo llegaba hasta el Reino de Murcia; Santa María del Campo Rus, se situaba en medio del camino romano que por Villar de Cantos y Vara del Rey (con un ramal derivado hacia San Clemente) se dirigía hacia La Roda con el mismo destino que el anterior. Los gravámenes de estos portazgos era una agresión directa a la villa de San Clemente, que  había visto ratificado  en los años 1484 y 1508 su derecho al mercado franco de los jueves, ya concedido en 1476.

No obstante el principal enemigo de la república pechera de San Clemente, en los comienzos de siglo fue Alonso del Castillo, y por extensión, dadas las alianzas familiares, los Pacheco de Minaya, ahora asentados en San Clemente por el matrimonio de Alonso Pacheco, hermana del señor de Minaya, con Juana de Toledo, hermana de Alonso del Castillo. Aunque ambas familias solo confluirán con el matrimonio de Juan Pacheco Guzmán y Elvira del Castillo Cimbrón, en la segunda mitad del siglo XVI. Alonso del Castillo ejercía una clara extorsión sobre los vecinos de San Clemente. Aparte de sus discutidos derechos de patronazgo sobre el convento franciscano de Nuestra Señora de Gracia y de jurisdicción señorial sobre la aldea de Perona, la base de su poder estaba en sus extensas posesiones de tierras cerealistas y en el monopolio de los molinos harineros de La Losa, en el río Júcar. De su trigo dependía, en gran parte, el abasto de pan de la villa de San Clemente. Ya en 1502, año de carestía, había prestado 518 fanegas de trigo para el abasto de la villa; la contrapartida fue que la villa de San Clemente tuvo que renunciar en un concejo abierto a su pretensión de edificar un molino propio. Ello condenó a la villa los siguientes años, que tuvo que soportar maquilas aberrantes, incrementadas en un cincuenta por ciento, por el concierto entre Alonso del Castillo y su cuñado Alonso Pacheco, propietario de otros molinos en el Batanejo.

Concejo abierto
La reacción señorial de la primera década del siglo provocó la solidaridad pechera. Nunca los ayuntamientos de la villa de San Clemente fueron tan abiertos y democráticos Al igual que en 1502, en 1513 tiene lugar un nuevo concejo abierto para sufragar la construcción de un molino harinero, repartiendo los gastos entre los vecinos, contribución que se hace extensiva a los hidalgos. El pueblo participa mancomunadamente con sus limosnas a la edificación del convento de Nuestra Señora de Gracia. Los ayuntamientos que han dejado de celebrarse en la iglesia de Santiago Apóstol para hacerlo en un nuevo edificio, son de base más amplia, junto a los dos alcaldes, alguacil y cinco regidores aparece el ya mencionado síndico personero, pero también numerosos diputados del común, que han ampliado su número inicial de dos, confundidos con la presencia de otros vecinos bien como testigos bien rescatando la vieja fórmula de omes buenos. Hasta incluso se rescata la vieja figura del jurado, esta vez como garantía de la probidad de las reuniones y dando fe de las mismas. En 1511 junto a los cinco regidores, nos aparecen hasta un total de siete diputados del común. La celebración de los concejos se hacen según el uso y costumbre que parece invitar al conjunto de la comunidad, a canpana tañida para las cosas de nuestro concejo, pro y bien de la dicha villa e rrepública della. Los Herreros y los Origüela dominan la escena municipal, siempre presentes como alcaldes, regidores o diputados. Junto a ellos otros vecinos de notoriedad, como los López Perona, López de Tébar, Olivares, Andújar, López Cantero o López de Ávalos. En plenos  sucesivos se incorporarán nombres que marcarán la historia sanclementina como Alfaro,  Huertas (emparentados con los Origüela), Simón o Ángel. La aparición de este último apellido en la vida sanclementina a fines del cuatrocientos es una incógnita, más que nada por su origen milanés; su presencia en el gobierno de la villa como alcaldes en tiempos de la emperatriz Isabel será una constante. No obstante, llama la atención que el cargo de síndico personero es ocupado por desconocidos en lo que es una muestra del valor de esta figura como defensora de los intereses populares. Entre los presentes en las reuniones nos aparece en ocasiones algún peraile o destaca la presencia de un cantero llamado Pedro de Oma, que junto a otros vizcaínos, sin vecindad reconocida, se les llama para escuchar su parecer.

Sin embargo, el apogeo de los pecheros, esconde sus propias diferencias y las contradicciones de una sociedad que, recuperado el bache de la crisis de comienzos de siglo, va ganando en número de habitantes y se va haciendo más compleja. A engrosar la población de la villa acuden numerosos vecinos de señorío, que cuentan con la licencia de la reina Juana para abandonar las tierras de los Calatayud, Portocarrero, Pacheco, Castillo o Ruiz de Alarcón. Una nueva ola roturadora de tierras baldías y llecas y de ejidos, acompañada de la desecación de lavajos, pone en explotación nuevas tierras. De nuevo, aparecen los conflictos por el dominio de la tierra y la lucha entre ganaderos y agricultores. San Clemente sigue ganando su espacio interior, pero pierde el acceso a las tierras comunes del suelo de Alarcón frente al resto de villas de realengo que empiezan a cerrar sus términos. Antonio de los Herreros, el hijo de Miguel Sánchez de los Herreros, asume los intereses generales de la villa ante el Consejo Real. ¡Qué contradicción, el hombre más rico de los pecheros de la  villa defendiendo los intereses generales de la comunidad!

En 1512 la confrontación de intereses contrapuestos se nos presenta como un revivir de la vieja lucha entre pecheros e hijosdalgo de fines del siglo anterior. Los hidalgos protestan ante la Chancillería de Granada su exclusión de oficios públicos. Juntos, y en torno a Alonso del Castillo, aparecen los apellidos que pronto marcarán las élites dirigentes de San Clemente en el futuro: Guzmán, Vázquez de Haro, Ruiz de Villamediana, Alarcón, Mejía, Rosillo, Ortega, Valenzuela, Abengoça y otros, procedentes de Vara de Rey, de menos futuro, como de la Serna o Palacios. Junto a ellos, un Antón García, que ha defendido en la década anterior los intereses de la villa como procurador y cuyo hijo Francisco no tendría descendencia masculina y acabaría legando a mediados de siglo su patrimonio a los Haro, y el vizcaíno Pedro de Oma. Este cantero vasco hará una gran fortuna con la fiebre edificadora de comienzos de siglo, su presencia está constatada en San Clemente, pero también inicialmente en Belmonte y en zonas más distantes como Jumilla. Pero los pecheros tienen razones sobradas para excluirlos de los oficios concejiles. Acusan a los hidalgos de ser los protagonistas de los procesos de rapiña de los bienes comunales y propios de la villa, pues tenían tomados muchos términos comunes e baldíos de la dicha villa e dehesas del coonçejo, e que cada día tomavan e ocupavan arándolos e senbrándolos, e los apropiavan ansy, e comyan con sus ganados los panes de los vezinos, e cortavan los montes públicos e vedados.

La acusación de los pecheros era cierta, pero solo en parte. Del proceso de rapiña participaban hidalgos, pero también pecheros como los Herreros, cuyos intereses comenzaban a confluir. La solidaridad de los pecheros se resquebraja. La traición viene de los Herreros. Grandes ganaderos, sus intereses son similares a los de los hidalgos. En el campo pechero, los Origüela se quedan solos. ¿Cuál era el patrimonio de los Origüela? Lo desconocemos, pero sí sabemos por la sucesión de sus testamentos que su patrimonio estaba alejado de los bienes raíces. De la lectura de los testamentos destaca sobre todo una prolífica descendencia que en cada generación supera la decena de hijos. Parece como si su única herencia fuera inundar con la sangre de sus hijos las venas de las familias sanclementinas... infectarla dirán sus enemigos. La acusación llega contra el más señalado de los Origüela, Luis Sánchez de Origüela. Al primogénito, Pedro, casado en segundas nupcias con Ana de Tébar, se le respeta, pero no así a los familiares que el clan tiene en Castillo de Garcimuñoz. El órgano ejecutor es el Santo Oficio; los procesos inquisitoriales se multiplican en toda la comarca.
Sambenitos
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La principal víctima es Luis Sánchez de Origuela, imbuido de ideas avanzadas reflexiona en voz baja contra las tallas de madera religiosas que durante Semana Santa procesionan por las calles de San Clemente, simples iconos sin espiritualidad alguna en su opinión. Las envidias se cebarán contra este hombre, que más de cien años después será recordado por el escribano Miguel Sevillano como un hombre bueno. Su destino, la hoguera, su recuerdo infame permanecerá colgado en un sambenito a la vista de todos los sanclementinos que accedían a la iglesia parroquial por la puerta de Santiago. Otro hombre habituado a ocupar oficios concejiles en el ayuntamiento le acompañará en los procesos de 1517 y en la hoguera: Hernando de Sanclemente, acusado de moro y apóstata.

La derrota de los Origüela, que aún resistirán de modo marginal en los oficios públicos, es el triunfo de los Herreros, que abandonan la causa pechera. Antonio de los Herreros reivindica la condición noble como cofrade de la orden de San Juan, la familia ya había fundado su memoria en la capilla de San Antón, lindante con la de San Antonio de los Pacheco y, aparte de la rama familiar que pervive y mantiene el apellido, lega su patrimonio a tres de las principales familias del pueblo, por casamiento de las tres hijas de Antonio de los Herreros con los antecesores de tres linajes de la villa: Pacheco, Haro y Villamediana.

Carlos V
Los procesos inquisitoriales de 1517 no suponen el fin de la causa pechera, sino que la refuerzan moralmente y la radicalizan socialmente, apoyándose en los sectores de artesanos y menestrales de la sociedad. La solidaridad pechera trasciende las fronteras de las villas y se convierte en movimiento de protesta regional, independientemente de la condición de realengo o de señorío de las villas. Es el movimiento de las Comunidades, que en las tierras de señorío de El Provencio, Santa María del Campo Rus y la más distante de Moya se convierte en movimiento de subversión social contra unos señores que por robar habían arrebatado hasta la honra a sus vasallos. Por un momento se revive el movimiento insurreccional de las guerras del Marquesado. El Provencio se alzará por sus magestades e por la corona rreal, discutirá los títulos jurisdiccionales que sobre la villa tiene su señor don Alonso de Calatayud, y lo expulsará de la villa, que esperará su oportunidad de revancha desde su destierro en Las Mesas. Los vecinos de Santa María del Campo forman comunidad y juran fidelidad al capitán Juan de Padilla, se rebelan contra su señor Bernaldino del Castillo, declarado partidario realista, conscientes que enfrentarse a su señor es enfrentarse al Emperador. Saquean la casa de su señor y su hacienda. Si en el caso de El Provencio es su justicia la que cambia de bando, en Santa María del Campo los alcaldes nombrados por Bernaldino son despojados de sus oficios y nombrados nuevos alcaldes favorables a la causa comunera. El movimiento se dota de una rudimentaria organización militar. En Santa María del Campo, se nombra capitán a Diego Esteban Blanco, en El Provencio a Juan Martínez Bonillo. Más destacable es la solidaridad de las villas de realengo que todavía en abril de 1521 contestan a las peticiones de ayuda de la Junta de Tordesillas (conservamos las respuestas de Villanueva de la Jara y Las Pedroñeras). El ideal que une a villas de señorío y de realengo es el mismo: la reincorporación de los señoríos al patrimonio real y el fin de la injerencia de la baja nobleza regional próxima al marqués de Villena en el gobierno e intereses económicos de las villas. De ahí, la solidaridad pechera que envuelve el movimiento: San Clemente, El Provencio y Cañavate enviarán hombres armados en defensa de sus vecinos sublevados en Santa María del Campo Rus. Lo mismo harán Motilla e Iniesta, que, junto a hombres de Mira y Requena, acudirán en defensa de los sublevados contra los Cabrera en Moya, que para febrero de 1521 están asediando la fortaleza de su señor. Hasta aquí se desplazó el obispo Acuña dispuesto a sumar hombres para la causa, en Iniesta llegó a reclutar cien hombres; los reclutados en Motilla se pusieron bajo las órdenes del capitán Juan de Jara. La represión fue terrible, la conocemos para el caso de Moya, pues nos ha dejado testimonio aquel que la aplicó, el licenciado Montalvo, de las sentencias, muchas de ella a muerte, no se libraron Iniesta y Motilla. Desconocemos el alcance de la represión en El Provencio, Santa María del Campo Rus, Cañavate o San Clemente, que participaron activamente con hombres armados en el movimiento, pero no debió haber indulgencia, dado el carácter popular del movimiento, formado por lo que conocemos de El Provencio, por menestrales, artesanos y otros oficiales, ajenos en su mayoría al cultivo de la tierra. que vivían de su oficio y de la prestación de servicios esporádicos a sus señores o a los concejos.

Carlos V e Isabel de Portugal
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La radicalidad del movimiento comunero no supuso cambios en el gobierno municipal de la villa de San Clemente. Al menos aparentemente, pero la realidad es que el gobierno municipal ganó en estabilidad y cesaron las luchas banderizas. A pesar del vacío de la documentación para el período que va desde el fin de las Comunidades hasta mediados de los años cuarenta, se pueden sacar algunas conclusiones. Los hidalgos siguieron apartados del gobierno de la villa. La sentencia de la Chancillería de Granada que posibilitaba el acceso a la mitad de los oficios municipales es de 1537. Los Origüela volvieron esporádicamente al gobierno municipal, aunque compartiéndolo con familias que, aunque antiguas, ahora adquieren más notoriedad. Hablamos de los Simón, Ángel, Barriga, Olivares o  Perona. De entre ellos destacamos los Simón, de los que poco sabemos, pero que desde mediados de los treinta aparecen muy ligados a la cofradía de Nuestra Señora de Septiembre. Quienes desaparecen de la escena son los Herreros, quizás por dos razones: la falta de herencia masculina en la rama principal y el proceso de reconocimiento de su hidalguía. En el acto de recibimiento de la emperatriz Isabel, el 19 de junio de 1526, los Herreros ya están excluidos del poder concejil y se sitúan del lado de los hidalgos del pueblo (los Castillo, Pacheco, Ortega, Haro o, sorprendentemente, un López de Perona). Fueron años pacíficos de los que poco se sabe, pero la villa debió recibir un nuevo impulso, muestra de ello es que en 1533 se decide construir una nueva iglesia parroquial. Los tratos y ventas debieron aumentar y hubo necesidad de regular el uso de pesas y medidas para evitar los fraudes; señal de que los intercambios eran tan numerosos que ya escapaban del control del almotacén y fieles del ayuntamiento y que en muchas ocasiones se realizaban en los domicilios, entre particulares y ajenos a todo control. Es ahora cuando San Clemente da otro salto cuantitativo en su población, duplicándola desde los setecientos vecinos reconocidos en el censo de pecheros de 1528. San Clemente empieza a definir su estructura productiva, abandonando el cultivo de cereales y decantándose por las viñas, que necesitan una mano de obra menor o al menos más estacional. En 1530, año de penurias, sabemos que de los ochocientos vecinos largos de la villa, apenas cien son labradores, siendo el principal trato la granjería de las viñas. La estructura social de la villa comienza a cambiar, las seis tiendas que la villa tiene en la plaza se muestran insuficientes para abastecer a la población como pequeña se queda la plaza para el mercado de los jueves, que una década después será trasladado a la calle de la Feria, desde el puente del río Rus hasta la misma plaza. Esto dinamizará el barrio del Arrabal, barrio industrioso con sus artesanos con tienda abierta a pie de calle. La república de pecheros agricultores y ganaderos deviene en república de tenderos. Tenderos, vendiendo vino, trigo o cualquier otra mercancía fueron los Tébar, que ahora ponen las bases de su riqueza personal. Los regidores tendrán que ceder, intentarán controlar el abasto al por mayor de la villa, pero la venta al detalle está condenada a escapar a partir de los años cuarenta del control municipal.

La integración de San Clemente en un distrito propio, junto a Villanueva de la Jara y Albacete, y separado del resto de la gobernación del Marquesado, contribuyó a fijar los límites de su territorio frente a las villas comarcanas, de forma no querida en el caso de Vara de Rey, que con sus aldeas de Sisante y Pozo Amargo, fueron amputadas con el proceso de villazgo de 1537. Ese mismo año, los hidalgos obtienen el reconocimiento a disfrutar del acceso a la mitad de los oficios municipales. Pero la victoria hidalga ya no tiene mucho sentido, pues tan solo seis años después se venden las primeras regidurías perpetuas a cuatrocientos ducados cada una. El gobierno ya no es un gobierno ni de pecheros ni de hidalgos; es un gobierno de ricos.
Ayuntamiento de Vara de Rey
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San Clemente se ha hecho tan grande que debe conceder a Vara de Rey su independencia, pues los pleitos y asuntos quedan sin resolver. Las formas tradicionales de gobierno comienzan a entrar en crisis.

A pesar de los reveses económicos de los años cuarenta o cuarenta y uno, la villa siguió un proceso de desarrollo económico continuo. San Clemente empezó a rivalizar como centro administrativo y político del Marquesado. La venta de los oficios de regidores devuelve a primer plano de la política local a los Castillo y, en concreto, a Hernando, uno de los hijos de Alonso del Castillo. Las regidurías perpetuas suponen una crisis de las formas tradicionales de gobierno y de elección de los oficios. La justificación doctrinal del nuevo gobierno lo hará un miembro de una de las familias más favorecidas por el establecimiento de los regidores perpetuos. El doctor Alonso de los Herreros defenderá el gobierno de los escogidos por su capacidad y suficiencia, visible en su riqueza, frente al gobierno de los inhábiles e idiotas, al que lleva la elección por suertes de los oficios, defenderá la autonomía local frente a la intromisión de la justicia real en el gobierno municipal, negando su papel de defensores del bien común de la República, para acabar mostrándose favorable a la transmisión hereditaria de los oficios. Su propuesta era dejar el gobierno municipal en manos de un patriciado urbano, capaces y suficientes, y ricos añadiríamos nosotros. La república de pecheros ha devenido en república de patricios. Pero la sociedad sanclementina no estaba dispuesta a dejar el poder en manos de unas pocas familias que se transmitieran los cargos hereditariamente. Todavía les quedaba una baza: defender la autonomía de los oficios alcaldes, alguaciles, escribano o mayordomo frente a los intentos de convertirlos en cargos añales al servicio de los ricos.

El año de 1547 había un divorcio entre los cargos perpetuos de los regidores y los oficios anuales de alcaldes, alguacil y mayordomo de propios. Los representantes de los oficios anuales del ayuntamiento se estaban haciendo eco de un sentir popular que añoraba los viejos tiempos en que los oficios concejiles estaban al servicio de la res pública y del bien común. Rodrigo de Ocaña en nombre de la villa de San Clemente, cuya representación se arrogaba, además de la de los cargos añales, defendía ante el Consejo Real los viejos tiempos en los cuales los mayordomos de los propios y alhorí y escriuano del concejo y procurador de la rrepública de la dicha villa los eligiese el pueblo y justiçia dél y que la dicha justiçia y dos personas nonbradas por las personas pobres de la dicha villa diesen alvalaes para cortar en los montes y que no tuuiesen mano ny voto en todo ello los rregidores perpetuos de la dicha villa. 


Escribano
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Hay, además, un problema de competencias entre la jurisdicción real, encarnada por el gobernador y su alcalde mayor, y la primera instancia de los alcaldes ordinarios. El problema se agrava porque el gobernador comienza a residir largas temporadas en San Clemente, interviniendo en los asuntos de la villa. De hecho, en 1550 el ayuntamiento le pide que fije su residencia en la villa, pero el gobernador rechaza la invitación. ¿Por qué? pues porque posiblemente se intente hacer del carácter itinerante del gobernador un instrumento para acabar con los despropósitos en materia judicial y de gobierno de las ciudades y villas del Marquesado a cargo de las oligarquías locales. Se intenta crear una escribanía de provincia. Un gobernador itinerante, acompañado de su escribano, podrá advocar para sí el conocimiento de cualesquier causas en las que estén conociendo los alcaldes ordinarios de las villas. La oposición de las villas es frontal y después de varios años de contenciosos acaban consiguiendo la eliminación del nuevo escribano. Con el tiempo la Corona solo conseguirá la creación de un escribano de comisiones, pero ésta es una figura ad hoc y con término de plazo en las comisiones, aunque casi nunca consigue acabar los pleitos iniciados. Las oligarquías de los ricos y el común de las villas se han puesto de acuerdo. Los primeros llevados por el interés sin duda de evitar la injerencia en los propios y pósitos que controlan para su beneficio personal, los segundos en la añoranza de mantener los privilegios concedidos en los últimos años de la reina Isabel otorgando como un propio más la escribanía del ayuntamiento, que debía recaer en personas examinadas, hábiles y suficientes. El escribano era la garantía de la independencia y transparencia de los actos concejiles. El triunfo de las villas es total, es el primer aldabonazo que marcará el fin de la gobernación del Marquesado. Las villas acuden a los tribunales reales para obtener confirmación de su primera instancia en materia civil y criminal. San Clemente obtiene la garantía del respeto a su primera instancia civil y criminal, mero y mixto imperio en 1548, 1549 y 1551. En 1554, obtiene que los presos no saldrán ni serán trasladados de su cárcel.

Alarcón, de donde fue alcaide el primer Hernando del Castillo
Creemos que el agente de la Corona en San Clemente es Hernando del Castillo, regidor perpetuo al menos desde 1547. Es el hijo menor de Alonso del Castillo y en los años finales de la década de los cuarenta es el dominador de la vida municipal. Hasta tal punto que algunos plenos se celebran con Hernando, el gobernador Godínez y los dos alcaldes,alguacil y escribano de comparsas. Pero el dominio es solo aparente. Las tensiones por el poder municipal son muy graves y estallarán de forma violenta. El San Clemente de los años cuarenta es una sociedad rica, aunque cada vez más desigual, donde las esporádicas crisis de subsistencias golpean muy fuerte a los desfavorecidos. Es una sociedad, trasladando conceptos modernos hacia atrás, corrupta. En la multiplicación de los intercambios, en la expansión del negocio del vino, en la incapacidad del concejo por controlar las ventas, algunos encuentran la vía del enriquecimiento fácil. Los arrendadores de los ramos de las alcabalas se quedan para sí gran parte de lo recaudado, pues los conciertos están muy por debajo del valor real de las transacciones, no se llevan libros de registro. La alcabala, impuesto del diez por ciento ad valorem de las mercancías no llega en su recaudación al uno por ciento. La venta de productos básicos está bajo el control del ayuntamiento en sus seis tiendas existentes en la plaza, pero la realidad de las ventas escapa del intervencionismo municipal. Gonzalo de Tébar hace fortuna vendiendo un vino aguado (acusación, es verdad interesada, contra un Origüela), del que sisa seis maravedíes por arroba. Antón Dávalos especula con el pan, aprovecha que la cosecha del cuarenta y ocho ha sido mala; pero se equivoca, es víctima de movimientos especulativos de mayor calado y pierde dos maravedíes por cada libra de pan vendido.

Escudo de los Melgarejo. RAH
Antón Dávalos y Gonzalo de Tébar son peones de poca importancia en este juego de la especulación. Los hilos los mueve, desde Castillo de Garcimuñoz, el licenciado Melgarejo y su madre Catalina Olivares. Con la complicidad de los regidores perpetuos sanclementinos. El ayuntamiento de 9 de noviembre de 1548 es el ejemplo más vivo y vergonzoso de cuando la res pública se humilla y subordina a los intereses privados. Presidía el ayuntamiento Luis Godínez de Alcaraz, a su lado, Hernando del Castillo, junto a los otros regidores, que esta vez sí están presentes en un pleno de enjundia. Son Francisco Pacheco, Sancho López de los Herreros, Cristóbal de Tébar, Francisco de Herreros y Alonso de Valenzuela. Como invitado especial el licenciado Melgarejo. El tema de debate: el abasto de pan a la villa. El año 1548 tendrá una cosecha nefasta, la langosta ha arrasado los campos. La Corona es consciente de la gravedad del problema. Perdona las alcabalas de ese año a los pueblos de la Mancha conquense e incluso las Cortes adelantan seis mil ducados a los pueblos para combatir la plaga (pedirán su devolución en 1555). El problema del abasto de pan se hace acuciante en la villa de San Clemente. Antón Dávalos, abastecedor de panaderías, compra 500 fanegas de trigo, ve una buena oportunidad de negocio. Pero manejando la situación está el licenciado Melgarejo. Ya en 1545, aprovechando la mala cosecha del año anterior, había prestado mil ducados a la villa de San Clemente, que se emplearon en comprar el trigo que el propio Melgarejo vendió, eso sí, obteniendo un margen de beneficio adicional del diez por ciento. La operación se ampliaría en otros mil ducados, en esta ocasión, con intervención directa del regidor Hernando del Castillo.

Para noviembre de 1548, la situación de desabastecimiento de la villa era calamitosa, el trigo alcanza los catorce reales la fanega. De nuevo, en el pleno de 9 de noviembre estaban los mismos actores de 1545. La excusa era pedir un nuevo préstamo de dos mil ducados al siete por ciento de interés, para redimir los censos que la villa tenía contraídos al diez por ciento. El licenciado Melgarejo, que aportaba el dinero, acudió a la reunión sin un real. No importaba, el dinero era virtual, mil ducados, más los intereses, los aportaba con el dinero del censo de 1545, que ahora se redime, el resto con la aportación de varios cientos de fanegas de trigo excedentario que posee y a las que tiene necesidad de dar salida. En la operación intervienen los regidores que obtienen liquidez, en un momento crucial de operaciones especulativas, recuperando el dinero prestando a su propia villa unos años antes. Los precios del pan se hunden, contentando a un pueblo que ha pagado precios de oro desde la primavera del año anterior. Se liberan las doscientas fanegas de trigo del alhorí para abastecimiento de la villa, resultado de las requisas de las cosechas de agosto, para pago de las tercias, de los agricultores y que ahora, habiendo retenido parte del trigo restante para la venta, esperando precios altos, veían como se hundía hasta los nueve reales y medio.

El año de mil quinientos cuarenta y ocho es el año del divorcio entre las capas populares de la sociedad sanclemetina y sus élites dirigentes. Mientras las élites dirigentes entran en disputas por el control del poder municipal, con la compra de regidurías perpetuas, las capas populares comprenden la importancia de la elección de los cargos municipales de alcaldes ordinarios para la defensa de sus intereses y que la oligarquía, en expresión de la época, intenta reducir a cargos añales. Esas mismas capas populares focalizan su odio hacia Hernando del Castillo y sus hermanos Alonso y Francisco, que, en estos momentos intentan conseguir ejecutoria de hidalguía en la Chancillería de Granada. Las acusaciones de criptojudaísmo afloran de nuevo, con una violencia y expresividad que obligarán a sus sucesores, desde sus cargos en el Santo Oficio, a intentar destruir estos expedientes o al menos dejarlos olvidados en las cámaras del secreto. El resultado es que los Castillo son apartados del poder municipal y solo volverán veinte años después, diluidos en los Pacheco, de la mano del alférez mayor de la villa Juan Pacheco Guzmán, casado con Elvira Cimbrón, la hija de Francisco del Castillo. Francisco Mendoza, el hijo de otro de los hermanos, Alonso, casado con doña Juana Guedeja, aprovechará la notoriedad de su suegro en la Corte, para adquirir allí influencia y evadirse de los asuntos locales de su villa natal.

Antes, en las elecciones para alcaldes del año 1549, la alianza circunstancial entre Herreros y Castillos, compartiendo y repartiéndose el poder municipal, se ha roto. Pachecos y Castillos intentan imponer dos testaferros como alcaldes, pero los Herreros deciden tomar el poder con la elección de dos familiares directos como alcaldes: Sancho López de los Herreros y Miguel de los Herreros. El Arrabal no acepta esta elección y su presión consigue imponer como alcalde por los pecheros a un Origüela, Andrés González de Tébar. Será encarcelado y los Herreros se mantendrán en el poder. En la elección de 1552, los Origüela consiguen poner un próximo como alcalde, Hernando de Montoya. La elección ha contado con la oposición de los Herreros, apoyados por familias como los Rosillo, Oviedo o Jiménez Dávalos y un regidor que cada vez tiene más peso, Francisco García, hijo del hidalgo Antón que ya en 1512 se había personado con el resto de hidalgos para obtener la mitad de los oficios de la villa. La lucha de bandos se radicaliza, es una lucha por el poder pero asimismo un conflicto social donde los sectores populares del Arrabal no quieren ser marginados.

Edificio del pósito y carnicerías
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En 1553 las tensiones acumuladas estallan de forma violenta. El motivo aparentemente insignificante, el reparto de la carne de una vaca que el cortador Morillo está despedazando un 24 de julio. El conflicto, narrado en otra parte, acaba con el alcalde ordinario Hernando Montoya herido en la cabeza por jóvenes de las familias Rosillo, Jiménez-Dávalos y Oviedo. Se refugian en la Iglesia tras su acción, arropados por la protección del cura Tristán Pallarés (el tío del que fundará capellanía). Antes los Garnica, padre e hijo, han bajado de su casa en la plaza para defender y salvar la vida del alcalde Montoya. Cuando las noticias llegan al Arrabal se produce una auténtica rebelión popular, varias decenas de vecinos de este barrio suben hasta la Plaza Mayor, no pueden acceder a la Iglesia protegida por varios alguaciles armados, pero asaltarán varias casas en busca de principales del pueblo que han huido, entre ellos, Francisco García, que es el que más odios despierta. Con los jóvenes refugiados en la torre de la Iglesia, la noche es de negociaciones y acuerdos. La justicia del Marquesado se implica para mantener la paz, mientras los más viejos de las familias principales intentan encauzar el conflicto. Los Tébar, la rama más moderada e integrada de los Origüela intenta reconducir la situación llevando el proceso al Consejo Real. Allí denunciarán la acción parcial del alcalde mayor del Marquesado, licenciado Cordobés, a favor de algunas familias principales del pueblo.

Los grandes beneficiarios de 1553 no serán ni Herreros ni Origüelas, sino los Pachecos. Los años hasta final de siglo, son años en los que nuevos actores intervienen en la vida del pueblo. Los Origüela serán marginados por una nueva ola de procesos inquisitoriales en los años sesenta, entre los condenados el nieto de Luis Sánchez de Origüela; varios miembros de la familia emigran a América en busca de fortuna; otros, como la rama de los Astudillos, medrarán desempeñando cargos públicos como escribanos a la sombra del poder de la justicia del Marquesado; unos y otros, irrumpirán con fuerza en la primera década del seiscientos. Mientras tanto, nuevas familias, se hacen un hueco en el panorama sanclementino, destaca entre ellos los Ortega, Francisco intenta patrimonializar el cargo de fiel ejecutor, pero la villa lo reserva para sí por privilegio real. Varios ganaderos como los Monteagudo, Oropesa, Alfaro, Perona o de la Osa incrementan su poder en la villa gracias a su aumento de riqueza, pero tendrán que esperar a la primera década de siglo para dar la batalla en torno a la primera instancia al alférez mayor de la villa, don Juan Pacheco Guzmán, que ahora es el hombre fuerte del pueblo. San Clemente, además de centro administrativo,será centro fiscal. El control de las rentas reales recae en una familia de Vara de Rey, los Buedo. Su ruina será, a comienzos de siglo, la ascensión definitiva al poder de Francisco Astudillo y de Rodrigo de Ortega, primer señor de Villar de Cantos.

Palacio Pedro González Galindo, abuelo de Benito Galindo Piquinoti I conde de Villaleal
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No pretendemos analizar a fondo lo ocurrido en la villa de San Clemente a partir del último tercio del quinientos, dejándolo para otra ocasión. Adelantaremos que la sociedad sanclementina vivió un nuevo impulso tras la guerra de Granada, la presencia de la población morisca, recién instalada, dinamizó la economía el Arrabal, que vio como se multiplicaba las actividades artesanas, esos mismos moriscos aportaron su trabajo como pastores a los ganaderos del pueblo, uno de los sectores con más impulso. Como centro administrativo consolidado desde 1583 con la Tesorería de rentas reales y desde 1586 como cabeza del corregimiento, San Clemente vivió una nueva edad dorada. Pero el desarrollo económico tenía sus pies de barro. El endeudamiento de las familias se incrementó y también el del concejo de San Clemente, que para sufragar los gastos propios de su actividad edilicia o bien para atender las necesidades fiscales de la Corona tomó a préstamo a censo cantidades que finalmente ascenderían a la cantidad de 10.000 ducados. Para pagar los réditos de los censos el pueblo empeñó su patrimonio y sus bienes propios y comunales, incluido el caudal de su pósito, para desgracia de los desfavorecidos. La crisis de 1600 enseñó la realidad descarnada a los sanclementinos y acabó con sus sueños, pero allí estaba Pedro González Galindo, el antecesor de los Piquinoti, dispuesto a arreglar los problemas financieros de la villa y prolongar los sueños dos décadas más. Los Origüela, antiguos tenderos, volvían como rentistas. El odio de la villa se cebó de nuevo contra ellos, su presencia en la villa se hizo imposible. Su casa, el palacio Piquinoti, quedó en ruinas, pero con su maltrecha fachada para recordar al pueblo de San Clemente esa historia olvidada.






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Anexo: la añoranza del buen gobierno desde un documento de 1547
Don Carlos por la diuina clemençia enperador de los rromanos, augusto rrey de Alemania, doña Juana su madre y el mismo don Carlos por la misma graçia rreyes de Castilla, ... a vos el que soys o fuéredes nuestro gouernador e juez de rresidençia del marquesado de Villena o vuestro lugarteniente en el dicho ofiçio, salud y graçia, sepades que Rrodrigo de Ocaña en nonbre de la villa de San Clemente y de los alcaldes, alguasyl e mayordomo della nos hizo relaçión diziendo que para el bien de la rrepública de la dicha villa y vezinos della convenía que los mayordomos de los propios y alhorí y escriuano del conçejo y procurador de la rrepública de la dicha villa los eligiese el pueblo y .justiçia dél y que la dicha justiçia y dos personas nonbradas por las personas pobres de la dicha villa diesen alvalaes para cortar en los montes y que no tuuiesen mano ny voto en todo ello los rregidores perpetuos de la dicha villa y que se deshiziese una tienda que los dichos rregidores tenían hecha y se proueyese como la dicha villa se estuuiese proueyda de bastimentos por los grandes dapnos que de lo contrario se seguirían a la dicha villa como nos podría constar por una petiçión de capítulos de que ante nos hizo presentaçión y nos suplicó lo mandásemos rremediar mandando proueyésedes lo susodicho como por la dicha petiçión él en nonbre del dicho su parte nos lo suplicava e proveer sobre ello como la nuestra merçed fuese lo qual visto por los del nuestro Consejo fue acordado que deviamos mandar dar esta nuestra carta para vos en la dicha rrazón e nos tuvimoslo por bien por la qual vos mandamos que luego veais la dicha petiçión de capítulos que de suso se haze minçión que va firmada de Blas de Saavedra nuestro escriuano de cámara de los que rresiden en el nuestro Consejo y os ynforméys y sepáis la horden que sobre lo en ello contenido se tenía en la dicha villa antes que en ella oviese rregidores perpetuos y de lo que agora se vsa y guarda y de lo que sobre todo convernía proveerse para para el bien y pro común de la dicha villa y vezinos della y de lo que más os paresçiere çerca dello y dentro de quinze días primeros siguientes ynbiéys ante los del nuestro Consejo rrelazión verdadera dello juntamente con vuestro paresçer de lo que en ello se deve proueer çerrado y sellado en pública forma en manera que haga fee para que por ellos visto se prouea lo que sea justo e no fagades ende al por alguna manera so pena de la nra. mrd. y de diez mill mrs. para la nra. cámara, dada en la villa de Aranda de Duero a diez días del mes de dizienbre de mill y quinientos y quarenta y syete años

AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 3/4
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*Tº commo fagan iuez e alcaldes
Mando que el primer domingo después de la fiesta de San Miguel el conçeio ponga iuez e alcaldes e notario e andadores e sayón e almotaçán en cada un anno por fuero. Et cada anno dezimos por esto que ninguno non deue tener offiçio de conçeio nin portiello si non por anno o si todo el conçeio non rogas por él. Et aqueste mismo domingo la collaçión onde el iudgado daquel anno fuere del iuez tal que sea sapient y entendido de partir el derecho del tuerto e la uerdat e de la mentira e aya casa enna çipdat e cauallo

BNE, Mss/282. Fuero de Alarcón otorgado por Alfonso VIII. fol. 38 rº. Entre 1201 y 1300?