El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

lunes, 13 de agosto de 2018

Las rutas de la trashumancia de ganados mayores entre Alarcón e Iniesta

Era 1557 y la villa de Alarcón andaba metida en pleitos con don Rodrigo Pacheco y su padre Francisco, señores de la villa de Minaya. Los alcaldes alarconeros habían ordenado derribar el molino que en el lugar llamado la Hocecilla, junto a la ribera del Júcar, intentaban edificar los Pacheco. No era el único litigio, pues Alarcón que tenía dehesas diseminadas en su amplio término, mantenía contenciosos con Juan de Villena por la dehesa de Pozoseco y con Juan Zapata por la dehesa de Villar de Mingo Pérez.

Estos pleitos nos sitúan en otro contencioso que preocupaba tanto o más al concejo de Alarcón y que enseguida encomendó a sus procuradores este nuevo asunto. Sin duda la apropiación de facto de las dehesas de Alarcón por ciertos poderosos como Juan de Villena, caso de Pozoseco, y Juan Zapata Castañeda, caso de Villar de Mingo Pérez, fue el detonante del conflicto por el aprovechamiento de los bienes comunales del antiguo suelo de Alarcón. En el nuevo pleito que surgió se discutía la reciprocidad que pedía la villa de Alarcón para que sus ganados pudieran pastar la yerbas y beber la aguas de los abrevaderos en el término de la villa de Iniesta, tal como los vecinos de Iniesta usaban en el término de Alarcón. Las probanzas de testigos fueron aportadas por ambas partes, pero si Alarcón contó con el apoyo de los motillanos e incluso con el de moradores de las aldeas de Iniesta, partes interesadas en el asunto, Iniesta tuvo que buscar los testigos en las aldeas de Jorquera, donde desde comienzos de siglo la migración de iniestense había contribuido a poblar como moradores o renteros estas aldeas de señorío, tales como Mahora o Cenizate. El doce de septiembre de 1559, después de una sentencia favorable del doctor Marquina, alcalde mayor del Marquesado de Villena, el concejo de Alarcón obtuvo amparo del alto tribunal granadino para seguir disfrutando de los aprovechamientos comunales de Alarcón, en tanto que se dictara sentencia definitiva.

En el contencioso había bastante de oportunismo y otro tanto de razón histórica. Iniesta, al igual que otras villas, intentaba cerrar sus términos y acabar con los usos comunes, sometiendo los aprovechamientos de pastos y aguas a la previa concesión de licencia por el concejo. Se aplicaban ordenanzas propias, según las cuales las caballeros de sierra podía prendar el ganado foráneo que entrara en sus tierras, tanto del suelo de Alarcón (Motilla, El Peral y Villanueva de la Jara) como del suelo de Cuenca (Enguídanos y Campillo de Altobuey). Para ello jugaba con la confusión histórica. Iniesta, aquella que es en Montaragón, pertenecía a la tierra de Cuenca por concesión de Alfonso X el Sabio en 1255



pero las disputas políticas desde la época de don Juan Manuel habían colocado a Iniesta en el terreno de intereses del Marquesado de Villena. En este carácter singular, se apoyaba Iniesta para defender una costumbre inmemorial y unas ordenanzas antiquísimas, que no especificaba, que le otorgaban el derecho a prendar una de cada cinco reses de ganado que pastara sus términos sin licencia concejil. Tal derecho fue aplicado de modo intermitente desde inicios del siglo XV. En la plaza mayor del pueblo se guardaban en un corral o quintanar (que de aquí viene la palabra y no de granja o alquería) las reses quintadas. De esta contradicción de estar en litigio entre dos tierras distintas participaba Juan de Monteagudo, caballero de sierra de Iniesta de 49 años, que defendía a ultranza los términos propios de Iniesta para a continuación declarar el carácter ocasional con el que se habían aplicado penas a los ganados del suelo de Alarcón.

La villa de Iniesta fue incapaz de defender su singularidad respecto al resto de las villas del suelo de Alarcón. Contó en las probanzas con el apoyo de vecinos de los pueblos comarcanos del suelo de Cuenca, pero cuando la villa de Alarcón exigió a los oficiales iniestenses que juraran públicamente que tenían derechos inmemoriales que los apartaban de los aprovechamientos comunes del suelo de Alarcón no lo hicieron. Este hecho fue determinante para que el doctor Marquina, alcalde mayor del Marquesado de Villena, dictara en San Clemente el uno de septiembre de 1557 sentencia favorable a los intereses de Alarcón
Fallo la parte del concejo de la villa de Alarcón aver provado lo que convino provar y la parte de la villa de Yniesta no aver provado sus execiones según y como le convino en cuya consequencia que devo de rrestituyr y rrestituyo poner y pongo en la posesión a los vezinos de la villa de Alarcón según y como estavan antes e al tienpo que por la dicha villa de Yniesta fueron despoxados de la posesión uso e costunbre de los vezinos de la dicha villa de Alarcón thenían de goçar de los dichos términos de la villa de Yniesta con sus ganados e alimañas mayores de comer las yerbas y beber las aguas de los dichos términos y en la dicha posesión no les perturben ni enquieten so pena por cada una vez de cien mill mrs. para la cámara de su magestad e declaro pertenezerles el dicho derecho y gozar los dichos términos los vezinos de la dicha villa de Alarcón según y cómo lo puedan gozar los vezinos de la dicha villa de Yniesta so la qual dicha pena mando al concejo justicia rregimiento de la dicha villa de Yniesta y cavalleros de sierra y guardas della que luego como esta mi sentencia les sea notificada buelban y rrestituyan y hagan bolber a los vezinos de las dicha villa de Alarcón qualesquier prendas que les ayan tomado por rrazón de lo susodicho libremente e sin costas e de aquí adelante no les puedan ni consientan prendar gozando en los dichos términos según dicho es y no hago condenación de costas contra ninguna de las partes salvo que cada una pare las hechas por su parte y por esta mi sentencia difinitiva ansí lo pronuncio y mando juzgando el dotor Marquina

El pleito se había iniciado a instancias de Juan de Castañeda, vecino de la villa de Alarcón, que, dada la vecindad de su hermano Pedro en Iniesta y los antecedentes familiares, tenía intereses económicos en la villa de Iniesta, más allá de los pretendidos derechos consuetudinarios alegados al libre pasto. Juan Castañeda se quejaba de los alcaldes de Iniesta, parte interesada en el asunto, según nos decía. Su decisión de no dejar pastar a sus ciento veinte vacas le había supuesto una pérdida de doscientos ducados y el embargo de diez vacas. Prueba de que la justicia de Iniesta había actuado torticeramente era que los motillanos, como antigua aldea de Alarcón, mantenían su derecho a pastar en el suelo de Iniesta. La diferencia de los Castañeda con el bachiller Merchante, alcalde de Iniesta, no debían ser nimias, pero se nos escapan. El caso es que el negocio de las vacas de la familia Castañeda, herederos de Pedro del Castillo, alcaide de Ves, les venía no tanto del padre, Pedro de Castañeda, sino de la madre Catalina Páez, un apellido de gran significación y raigambre en la villa de Alarcón y que ahora parece perderse.

Hoy, habituados como estamos al negocio lanar, nos parece extraño la cría de manadas de vacas en estos lugares, pero las carnicerías de las villas estaban bien provistas de la carne de vacuno. Y si no que se lo digan a Hernando de Montoya, que en 1553 vio como se iniciaba un conflicto que casi le cuesta la vida por no respetar el derecho consuetudinario de los regidores sanclementinos a llevarse la mejor parte del animal cuando se sacrificaba una res. Además, la crianza de vacas era determinante para proveer de bueyes a la agricultura. Las manadas de vacas también participaban de sus circuitos de trashumancia, por limitados que fueran. Bartolomé de Barriga, hatero de las vacas de Catalina Páez, como su padre Alonso Ballestero, llevaba las vacas al término de Iniesta a herbajar, por los lugares de Cueva de la Higuera, Consolación, Villalpardo, Mortanchinos y Casa Tejero. Del negocio de las vacas vivían vecinos de otros lugares como el barchinero Alonso de Gascón, el motillano Martín, hijo de Miguel Sainz o Juan Ballestero de Alarcón, que se dedicaban al pastoreo de al servicio de propietarios de ganado vacuno como el regidor Juan Zapata de Castañeda o sus parientes los Castañeda. Su labor era herbajar a la vuelta de San Miguel, aunque es más creíble que el paso a herbajar a Iniesta se produjera después de Todos los Santos o en diciembre, con las vacas en invierno en los pastos de Iniesta, donde la estancia se alargaba cinco meses, hasta que las vacas parían y se separaban los terneros en verano. Estos pastores hablaban de su trabajo y andanzas como si los mojones no existieran, solían ser bien recibidos en la villa de Iniesta. Incluso se proveían de la harina necesaria para el pan, sal, sebo o abarcas en casa del regidor perpetuo Juan Zapata. Por eso nos es difícil explicar el giro de mala vecindad que se produjo entre alarconeros e iniestenses a finales de 1556.

Antecedentes los hubo. Finalizada la guerra del Marquesado, Iniesta intentó cerrar sus términos, pero Alarcón le ganó la partida con una ejecutoria que le era favorable. En los años veinte, el conflicto de los de Iniesta vino con los de Motilla, pero de nuevo perdió. Y es que el gobierno de Iniesta no era homogéneo: el regidor Juan Ruiz de la Almarcha era favorable al libre aprovechamiento de pastos entre los suelos de dos tierras diferentes, la de Cuenca y la de Alarcón, pues los iniestenses eran los principales beneficiarios. Así, los moradores de La Puebla, como Benito Gil o Pedro López, se dedicaban a la crianza de yeguas. Solo que esa realidad de amplios pastos fue cambiando en la medida que el espacio común del suelo de Alarcón se fue adehesando: primero el suelo común de las villas eximidas, luego el propio término de Alarcón, arrendado y explotado por los vecinos de las nuevas poblaciones que crecían junto a sus mojones. Pero los términos tardaron en cerrarse, pues la costumbre podía más. Iniestenses y motillanos sabía perfectamente que los mojones entre ambas estaban junto a las casas de Juan Parra y el Talayón y que la cañada Calera actuaba como frontera natural, pero el trasiego de personas y bestias hacía de tales fronteras un espacio permeable. Y sin embargo esa pretendida libertad de tránsito no podía olvidar los mojones de cal y canto con los que Iniesta había delimitado su territorio.

El contencioso se había iniciado en diciembre de 1556, cuando las vacas de Juan Castañeda y otros alarconeros fueron sorprendidas pastando en Vadocañas, en la Rambla de Iniesta. Juan Castañeda sería denunciado ante los alcaldes de Iniesta, el bachiller Merchante y Francisco Espinosa, y sus vacas quintadas según las ordenanzas de la villa, es decir, se prendieron por la justicia egelestana de cada cinco vacas una. Pero el gobierno local de Iniesta distaba de ser homogéneo, Juan de Castañeda, delegó su defensa en Juan Granero. Los Granero y los Castañeda tenían intereses económicos y lazos familiares en Iniesta desde antaño y en el caso de los Granero, representación municipal, de la mano del regidor Antón Granero. Aunque pronto, llevadas a cabo las primeras diligencias, Juan Castañeda pidió que los autos se trasladarán ante el juez Marquina, alcalde mayor del Marquesado de Villena. El contencioso se enquistó un poco más, cuando le fueron prendadas veinte vacas a otro ganadero de Gascas, Jerónimo Pacheco. Para mayor escarnio también le fueron prendados tres o cuatro toros, los cuales fueron corridos para diversión de los iniestenses y uno de ellos, en práctica no habitual en la época, muerto.

El pleito se trasladó así a San Clemente, entendiendo directamente en el mismo, el citado Licenciado Marquina y el gobernador Día Sánchez de Carvajal. En el pleito se personó en defensa de sus privilegios inmemoriales la villa de Alarcón y se trajeron a colación las sentencias favorables del la villa de Motilla para aprovechar los pastos de Iniesta. El conflicto jurídico adquiría una veste regional. Coincidía además con un reciente contencioso entre el gobernador y las villas por el intento de la justicia del Marquesado de entender en primera instancia en los pleitos. Perdida dicha pretensión, ahora se intentaba conocer del pleito de los pastos de Iniesta en apelación. Pero era una solución muy enrevesada. Alarcón, villa de señorío, no pertenecía a la gobernación e Iniesta había sido obligada a remitir los autos originales de la denuncia de Juan Castañeda al alcalde mayor de San Clemente. Era una fórmula jurídica, la de la apelación, que distaba de la más común para estos casos: la comisión judicial con término de plazo.

Antes de la denuncia contra Juan Castañeda, la villa de Iniesta había permitido el pasto de vacas y yeguas en sus términos. Así lo aseguraba Juan de Villena, regidor perpetuo de Villanueva de la Jara, que no tenía razones para mentir, pues se hallaba inmerso en un contencioso con el concejo de Alarcón por la dehesa de Pozoseco. A su decir, vecinos de Alarcón y de otros lugares pastaban  en término de Iniesta, tal hacían las vacas de Jerónimo Pacheco o del clérigo Pedro Pérez, moradores en Gascas, de Pascual García, morador en el término de Olmillos, y de Catalina Páez o las yeguas de Ortega Sevilla o Juan de Ruipérez, vecinos de Alarcón,y en reciprocidad las yeguas de los iniestenses Correa o Pedro de Mondéjar pastaban en los términos de Alarcón. Tenemos noticias de cómo el pastoreo de vacas y las rutas de trashumancia estaban especialmente desarrollados en la pequeña aldea de Gascas, granja de la villa de Alarcón. Allí, además de Jerónimo Pacheco o el clérigo Pedro Pérez, era común que otros vecinos tuvieran vacadas. Ese era el caso de Alonso de Ruipérez, aunque las vacas poseídas no llegaran a las dos decenas. Por tal razón, las juntaba con las vacas de un vecino de Motilla, llamado Álvaro el Rubio, hasta llegar a un número de cuarenta y enviarlas por el mes de noviembre a pastar a los prados de Iniesta, guiadas por el pastor motillano Cristóbal Martínez de Cortijo  hasta finales de marzo, aunque lo normal era que la estancia en los prados de Iniesta se prolongara más allá en el tiempo, hasta finales de mayo. Los caminos de la trashumancia no siempre se detenían en Iniesta, las vacadas iban más allá. A veces pastaban en las salinas de Iniesta, Minglanilla, y desde allí se encaminaban a Requena y Valencia, punto final donde las vacas seguramente eran vendidas para el abasto de carne.

Los términos de Iniesta y de Alarcón, aunque hoy nos parezca extraño, entonces eran colindantes. Pues el término de Alarcón, además de extenderse varias leguas río Júcar abajo, se desparramaba por numerosas dehesas como Pozoseco, Villagordo, Galapagar y por un significado término de tierras que desde Jorquera llegaban hasta los términos de El Peral y que lindaban con los mojones de Iniesta
los términos e mojones de Alarcón e que sabe que confinaban con los mojones de la villa de Yniesta desde el término de la villa del Peral hasta el término de Xorquera que será hasta tres leguas poco más o menos
El lugar de confluencia entre los términos de Alarcón e Iniesta era la dehesa del Villar de Mingo Pérez. Francisco Villena, hombre principal de Villanueva de la Jara tenía una heredad en el paraje de los Atochosos. término de Alarcón, en el vértice superior de la dehesa de Mingo Pérez. Desde allí veía pasar camino de Iniesta los ganados mayores por la cañada del Halcón. La familia vio venir los conflictos y se deshizo de la heredad, que vendió a un fulano Polo. Los intereses de la familia se centrarían en torno a Pozoseco, también en término de Alarcón. Quizás los Villena se deshicieron de su heredad en el mismo momento que Villanueva de la Jara ganó ejecutoria para cerrar sus términos frente a la villa de Iniesta.

Hoy vemos a Alarcón, desligado de sus aldeas, reducidos sus términos alrededor del promontorio, sobre el que se levanta su fortaleza, pero en el siglo XVI, aun a pesar de la concordia de 1480, los términos de Alarcón se extendían por el sur y este varias leguas, siendo limítrofes de Jorquera, Motilla, Iniesta, El Peral, Villanueva de la Jara, Barchín, Piqueras, Solera o Buenache. Antón Monedero, nos describe cómo los términos de Alarcón confinaban con los de Iniesta
donde el camyno que va de la villa de Villanueva de la Jara a la villa de Yniesta adonde llega el camyno al dicho término de Yniesta y dene allí hazia abaxo van juntos los dichos términos de Alarcón y de Yniesta hasta llegar por la dehesa del Villar de Mingo Pérez al término de la villa de Xorquera y por aquí a visto que se juntan los dichos términos como dicho tiene de suso y dende el dicho camyno de Villanueva hazia esta villa de la Motilla vienen los términos de la villa del Peral y de la villa de la Motilla juntos hasta el Talayón grande que se juntan los términos con el término de la villa del Campillo
Aquellos hombres del siglo XVI  tenían un sentido cíclico de la vida. Les era difícil situar en el tiempo los propios acontecimientos vitales. Solamente los hechos que rompían esa monotonía les servían de referencia para ordenar el pasado. Uno de estos acontecimientos fue el cerco de Salses, en el otoño de 1503, durante la guerra del Rosellón que enfrentó a España y Francia. El propio Fernando el Católico intervino en persona; a la jornada real fueron llamados los hidalgos y con ellos los infantes. El motillano Benito García, hijo de Bernal García, aún recordaba la salida de los soldados de las villas manchegas y cómo ya Iniesta había aprovechado la salida para la guerra de los caballeros de Alarcón para cerrar sus términos a los vecinos de la villa de Motilla. A comienzos del siglo ya estaba muy desarrollado la cría de ganado vacuno y yeguar. Pedro Castañeda, el padre de Juan y marido de Catalina Páez, ya disponía de una vacada; Juan Jiménez, vecino de Buenache de Alarcón, andaba con sus yeguas en los pastos de Iniesta; Pascual García, morador de Olmillos, aldea de Alarcón, hacía lo propios con las pocas vacas, unas quince, que tenía. Pero la justicia de Iniesta, a pesar del vacío provocado por la salida para la guerra de los caballeros de Alarcón, dirigió sus miras contra los vecinos de Motilla, que poseían pequeñas vacadas que entraban libremente a los términos colindantes de Iniesta. Entre los prendados estuvo el mencionado Benito García, por esa época un zagal de diecisiete años. Pero ni Antón García, el hijo del mítico Mingo Juan y alcalde ordinario de Iniesta en aquella época se atrevió a penar a los ganados vacunos de los motillanos y los dejó en libertad.

La única limitación que encontraban los ganados de la tierra de Alarcón en los términos de Iniesta era un breve período de tiempo desde el día de Corpus Christi hasta el de Santiago, en el que se acotaba el término. Las diferencias entre los favorables y contrarios a acotar el término de Iniesta eran pronunciadas. Ya en 1503, con motivo del incidente con los ganaderos motillanos, Miguel Cabronero, regidor de Iniesta, pidió el establecimiento de penas para los ganados intrusos. En la propia Iniesta había intereses encontrados, pues muchos de sus vecinos y sus familiares tenían sus haciendas fuera de la villa. Uno de ellos debió ser Onofre Martínez, que dio una patada al regidor en la plaza pública y en presencia de sus vecinos. Se acudió en busca de consejo, dio su parecer el doctor Espinosa, que determinó por buena la libertad de aprovechamiento de pastos.

Curiosamente ningún vecino de Iniesta trajo a colación que su suelo formaba parte de la tierra de Cuenca. La élite iniestense con intereses económicos en todo el Marquesado miraban al sur más que al norte. Tuvo que ser un vecino de El Peral, Álvaro de Velena, que declaró de oficio, quien señalara la diferenciación de las dos tierras. No obstante, a continuación reconocía la comunidad de pastos. ¿Cuándo se produjo esta indiferenciación de tierras y aprovechamientos comunes? No hay una fecha fija o la desconocemos. Los testigos refieren dicho aprovechamiento a tiempo inmemorial, lo que coincide con la expresión que nos trae a colación ORTUÑO MOLINA, desde memoria de ome que no es contraria (1). Esa libertad de pastos de los iniestenses era extensible a los pastos de Jorquera. Ya acabada la guerra del Marquesado, comenzaron las roturaciones y con ellas quedó patente las limitaciones de los términos de Iniesta para el cultivo, cuyos habitantes buscaron las tierras de las vecinas Alarcón y Jorquera. Si en el segundo caso, parece que había un derecho previo a la roturación a cambio de un censo enfitéutico, dicho derecho no existía para las tierras de Alarcón, por estar Iniesta excluida de su fuero. En un caso y en otro los conflictos llegaron con el marqués Diego López Pacheco que consideraba a los iniestenses que roturaban ya la tierra de Jorquera ya la tierra de Alarcón como renteros, obligándoles a pagar un canon (un derecho de terrazgo ya establecido por su padre). La sentencia de 1526 negó tal derecho aunque obligó a los iniestenses a pagar un canon al concejo de Alarcón (2). Por supuesto, hablamos de tierras llecas o baldías y no de las comunales, pero la diferencia entre unas y otras se borraba ante el impulso de unas roturaciones que no paraban ante obstáculos legales. Es más, creemos que la diferenciación entre tierras baldías y concejiles, señalada por VASSBERG (3), es una creación posterior en un siglo que responde a motivos fiscales.

Es en este contexto de apropiación de tierras sin cultivar del suelo de Alarcón en el que se deben entender las limitaciones al libre movimiento de ganados entre las villas. Si en el último cuarto de siglo XV los conflictos son entre las villas de realengo y los derechos señoriales pretendidos por los Pacheco, esta dualidad se superará desde principios del siglo XVI. El conflicto es entonces entre las propias villas. Ya no se trata de establecer derechos de terrazgo señoriales o cánones concejiles sobre una roturación controlada de los ejidos. Ahora la roturación desbocada ha hecho desaparecer el monte de uso comunal. Los nuevos espacios agrarios se han conquistado a costa de las dehesas de Alarcón, que debe buscar en otros términos las yerbas y aguas que no encuentra ni en sus términos ni en su suelo.

Antigua era la crianza de vacas. En el negocio estaba metido desde los primeros tiempos el alcaide de Alarcón, Hernando del Castillo, y su hijo Diego, que ya llevaban a herbajar a sus vacas en invierno a los pastos de Iniesta, en el paraje de Fuente Vicente, como tantos otros. Aunque fueron los Castañedas quienes hicieron del ganado vacuno un negocio familiar muy provechoso. El negocio compartido con los Páez, y asegurado por el enlace matrimonial entre Pedro Castañeda y Catalina Paéz, pasó a los hijos y al yerno, un tal Ludeña. Las vacas de los Castañeda pasaban a Iniesta, pero no se detenían aquí, pues algunas vacas pasaban hasta el término de Requena,

por estar más ancho e alcançar por aquella parte pinares e tierra lleca e que no ay tantas labores como las partes que amojonan las dichas villas de Alarcón e Yniesta


Esa extensión de las tierras de labor era la causa de los pleitos. La roturación de las dehesas de Alarcón estaba acabando con los bienes comunales del suelo de Alarcón. Pero los campos de labor eran ante todo viñedos. El buey, que comía en las dehesas, aún pervivió labrando los campos de cereales, pero se hizo completamente innecesario en los majuelos de viñas. La mula sustituyó al buey e irrumpió violentamente en los campos de la Mancha de Montearagón desde comienzos de siglo. Bueyes, y vacas, pasaron al olvido, y con ellos, los aprovechamientos comunes del suelo de Alaracón. La mula no se alimentaba de yerbas, sino de granos. El cambio fue muy rápido allí donde el viñedo era el principal  cultivo. Más lento don pervivió el cereal. Caso paradigmático de lo último es el caso de Quintanar del Marquesado que a la altura de 1570 todavía labraba con los bueyes. Pero Quintanar no tenía apenas término propio, dos terceras partes de las tierras de labranza se extendían sobre el suelo de Alarcón, en la llamada dehesa de Galapagar. Pero la partida estaba perdida para los bueyes y la apuesta de los Castañeda por los bueyes es previsible que causa de su ruina: en la labor, la mula desplazó al buey; en el abasto de carnes, la oveja a la vaca.

Por aquel comienzos de siglo, se estaba imponiendo en la comarca la posesión de yeguas para la crianza de mulas, que comienzan a sustituir a los bueyes en el campo. Mateo López, Alonso Armero el viejo o Juan Garrido, vecinos de Motilla se dedicaban a ello. En Iniesta, poseían yeguas Juan de la Parra, Juan de las Heras o Martín de Segovia, hijo del citado Alonso Armero, que se internaban con ellas en la cañada de la Calera e incluso hasta Gabaldón y el abrevadero de Fuente el Collado y en el Pozo de los Frailes, en término de Alarcón. Mateo Lucas llevaba sus yeguas desde Iniesta por la cañada de la Calera hasta la propia villa de La Motilla, donde les daba de beber en el Pozo de Arriba, antes de dirigirse a las Masegosas. La crianza de yeguas era ya práctica habitual en la zona desde antes de la guerra del Marquesado. Alonso Córdoba recordaba cómo su padre de igual nombre y su tío Juan Rico, vecinos de El Peral, le contaban que sus abuelos, ya naturales de esa villa cuando era aldea de Alarcón, poseían yeguadas. Por la misma época, Alonso Saiz de Valverde tenía cien yeguas en Motilla y un número sin determinar Antón de Castañeda. Alonso de Herrero el viejo, al igual que otros vecinos de Iniesta, tenían en menor número yeguas; con ellas iban a pastar hasta los confines del término de Alarcón en La Almarcha. El motillano Diego de Gabaldón llevaba con quince años, hacia 1495, a beber las yeguas al Pozo de Castillejo, la futura aldea de Iniesta. La crianza de mulas tuvo en la aldea de Gabaldón un centro de temprana crianza: el padre de Diego Gabaldón. Alvar López o Alonso Armero se dedicaban a ello.

La posesión de yeguas fue oportunidad de riqueza y fuente de negocio para los vecinos más despiertos. El desarrollo de la mula para la labranza, especialmente con el desarrollo de los viñedos, debió renacer desde comienzos del siglo. Las yeguas ya no se usaban para la crianza de caballos con fines militare sino que echadas al garañón procreaban acémilas para la agricultura. En la crianza de mulas estaban todos los pueblos interesados. Hacia 1500 nadie parecía interesado en poner cortapisas a las recuas que del suelo de Alarcón a Iniesta se movían libremente. Los motillanos, así nos lo contaba Alonso Pastor de sesenta años, veían pasar por medio del pueblo a los alarconeros con sus mulas en noviembre, hacia la primavera veían pasar a los garañones. Siguiendo la Cañada de Calera se introducían en términos de Iniesta, un año después, las yeguas preñadas el año anterior y las mulas recién nacidas al final de la primavera volvían a sus pueblos de origen. La trashumancia de las yeguas también tenía un sentido inverso, de Iniesta al suelo de Alarcón. Así lo recordaba Pascual Pérez de Marquina, cuyas yeguas en compañía de las de Juan Correa accedían a los pastos alarconeros.

La crianza de mulas fue tan rápida como el mismo proceso roturador. Nos es difícil comprenderlo en la actualidad, pero la plantación de viñas y la introducción de mulas fue un fenómeno revolucionario que cambió los paisajes y las sociedades de la primera mitad del quinientos. Fue necesario un tercer factor, la voluntad de los hombres. Esa voluntad la tenían todos, pero los hombres de la llanura tenían el futuro de su lado. Los bueyes de Alarcón, al igual que su fortaleza, pasaron a ser un recuerdo del pasado.


Testigos presentados por Alarcón en mayo de 1557

Juan de Villena, regidor perpetuo de Villanueva de la Jara. 54 años. Tenía, legado de su padre Francisco, un heredamiento en los Atochosos, término de Alarcón, en el límite de Iniesta, aunque la ha vendido en favor de un fulano Polo
Martín de Espinosa, vecino de Iniesta. 46 años, primo hermano de Francisco de Espinosa, alcalde de Iniesta, y cuñado de Juan García, regidor de Iniesta. Martín Espinosa está casado con hermana de Juan de Castañeda, María, ambos hijos de Pedro y de Catalina Páez.
Bartolomé Barriga, vecino de Alarcón, 46 años
Alonso Ballestero, 32 años, vecino de Alarcón
Martín García, morador en Gascas, labrador de 35 años
Alonso de Olmeda, 65 años, caballero de sierra de Alarcón, hijo de Alonso de Olmeda, natural de Iniesta
Martín de Miguel Sainz el mozo, vecino de Motilla, 20 años
Juan Ballestero, 35 años
Benito Ballestero, 20 años
Martín Gascón, vecino de Barchín, hijo de Alonso Gascón, de 16 años
Diego López de Flomesta, vecino de Alarcón, 72 años
Juan Martínez de la Caxa
Pedro de Ruipérez, vecino de Alarcón, 43 años

Testigos de probanza en Motilla de Palancar de abril de 1557 ante los alcaldes de esta villa, Hernando de los Paños y Miguel de la Casa

Benito García de Bernal García, vecino de Motilla, 67 años
Alonso de Córdoba, escribano de la Motilla, 60 años, hijo de Alonso de Córdoba, el viejo, vecino de El Peral
Juan Guerrero, vecino de Motilla, más de setenta años, procedente de El Peral
Juan Tendero, vecino de Motilla, 70 años
Juan de Valverde el viejo, vecino de La Motilla, 70 años, pariente en tercer grado de Benito García, regidor perpetuo de Iniesta. Hijo de Miguel Saiz de Valverde y nieto de Alonso Saiz de Valverde.
Antón  de Bonilla, el viejo, vecino de La Motilla, 80 años
Antón Monedero, vecino de Motilla, 68 años. Pariente de Benito García en tercer grado
Juan Ponce, vecino de Iniesta, 70 años
Juan García Tejero, vecino de Iniesta, 80 años?
Pedro de Zafrilla, vecino de Iniesta, setenta años
Alvaro el Rubio, vecino de La Motilla
Cristóbal Martínez de Cortijo, vecino de Motilla
Herrán Marco, vecino de La Motilla, 60 años
Antón Guilleme, vecino de La Motilla, 85 años
Juan Salvador, vecino de La Motilla, 53 años
Antón Armero, vecino de La Motilla,
Alonso Pastor, vecino de La Motilla, 60 años
Mateo López, vecino de La Motilla, 65 años
Pascual Pérez de Marquina, vecino de Iniesta, 80 años
Benito Pérez de Marquina, vecino de Iniesta, 50 años
Pedro López, morador en La Puebla y vecino de Iniesta, 40 años
Benito Gil, morador de La Puebla y vecino de Iniesta, 70 años
Diego de Gabaldón el viejo, vecino de La Motilla, 77 años


Probanza de Iniesta, mayo de 1557

Alonso Garrido, morador de Mahora y vecino de Jorquera, 55 años
Francisco de Correa, vecino de Madrigueras de Villanueva de la Jara, 50 años
Jorge Martínez, morador en Madrigueras y vecino de Villanueva de la Jara, 62 años
Antón García, vecino de Mahora, 50 años
Juan de Mislata, morador de Mahora, 80 años
Varios vecinos de Cenizate
Mateo Lucas, vecino de Iniesta, 57 años
Juan de Monteagudo, vecino de Iniesta, 49 años
Bartolomé de Sabuquillo, vecino de Campillo,

Probanza de Alarcón de octubre de 1558

Francisco de Olmeda, vecino de Villanueva de la Jara, 64 años
Juan de Villena, regidor de Villanueva de la Jara. más de 50 años
Juan de la Olmeda el viejo, vecino de Iniesta, 85 años
Gil Martínez de Jábaga, vecino de Iniesta, 60 años
Diego de Alarcón, clérigo de El Peral, 75 años
Álvaro de Velena, vecino de El Peral, 70 años
Diego de Gabaldón, vecino del lugar de Gabaldón, 78 años
Juan Martínez, morador del lugar de Gabaldón, 66 años
Antón Armero, morador de Gabaldón, 45 años
Juan de Jábaga, vecino de Barchín, 68 años


Estructura del gobierno de la villa de Alarcón

Un gobernador y justicia mayor de la villa, en nombre del Marqués
Cuatro alcaldes ordinarios
Un juez
Dos regidores
Almotacén
Dos diputados

Gobierno de Alarcón en 1558

Juan de Castañeda, Alonso Olmeda, García Vizcarra, Francisco de Cañaveras, alcaldes ordinarios
Melchor Granero, juez
Juan Granero Iniesta y Lope de Llanos, regidores
Gabriel de Castañeda y Gil Martínez, diputados




Regidores perpetuos de Iniesta en 1557

Miguel Cabronero
Benito García
Juan Zapata de Catañeda
Antón Granero
Francisco de Lorca
Francisco de las Casas
Alonso López
Juan García de Ibáñez Gil


(1) ORTUÑO MOLINA, J.: Realengo y señorío en el Marquesado de Villena. Real Academia de Alfonso X el Sabio. Murcia. 2005. p. 233
(2) Ibídem, pp. 256 y ss.
(3) VASSBERG, D.: Tierra y sociedad en Castilla. Barcelona. Crítica, 1987. pp. 17-18

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. PLEITOS.  (AChGr). 01RACH/ caja 987- expediente 2. Pleito entre Alarcón y Juan de Castañeda contra la villa de Iniesta por el libre aprovechamiento de términos. 1557-1559

lunes, 30 de julio de 2018

El convento franciscano de Nuestra Señora de Gracia: el símbolo de un pueblo




Hoy es 30 de julio de 2018, el vetusto convento de los frailes nos sigue presentando ese aspecto destartalado que amenaza ruina, pero quién sabe si en su abandono ha despertado las conciencias o simplemente se ha convertido en testigo del pasado que ha recordado a los sanclementinos su historia. Hoy nace la esperanza de su recuperación. Por supuesto habrá disputas y corrillos en la plaza y calles del pueblo sobre qué hacer con el viejo edificio. Más allá de las opiniones encontradas el convento de Nuestra Señora de Gracia habrá ganado una batalla más, que no será la última. En los próximos dos años recuperará su esplendor de antaño.

Cuando los restauradores recuperen cada uno de sus muros, cuando se enfrenten a su claustro oculto por los vanos tapiados, no deben olvidar una cosa. El convento de Nuestra Señora de Gracia es un convento del pueblo. El pueblo lo levantó con sus limosnas. La iglesia de Santiago era la iglesia principal, pero desde hace quinientos años la misa mayor dominical se celebraba en la iglesia de los franciscanos. La plaza mayor era el lugar de confrontaciones públicas y cierre de negocios, pero nuestro convento, y su olvidado claustro, era el escondido sitio de los encuentros deseados y de las confidencias ocultas. La iglesia de Santiago era el lugar de las homilías y las deslumbrantes octavas del corpus, pero el convento de los frailes era tribuna del sermón heterodoxo y del verbo libre. La iglesia de Santiago era el lugar de enterramiento de las grandes familias que querían subyugar al pueblo. El convento de los frailes era sitio de descanso eterno de quiénes en el pueblo dudaban de todo o habían llegado a él sin nada. Alonso Castillo, el hombre del marqués de Villena en la villa, tuvo que claudicar ante unos sanclementinos que no aceptaban más señores. Pretendía todo el convento y tuvo que quedarse con un ochavo. Martín Ruiz de Villamediana vino de Tierra de Campos como mercader, en San Clemente se forjó su riqueza, su fama y su hidalguía, pero en su hora final solo buscó el regazo de paz de una capilla del convento de los frailes por sepultura. Sabía que su memoria sería olvidada, por eso, creó un convento de clarisas. Dentro de poco, cuando se descubra la belleza cegada y callada de los arcos del convento de los frailes, empezaremos a desear ver el inaccesible claustro de las clarisas. Entonces comprenderemos el verdadero espíritu sanclementino: los edificios, incluso los religiosos se hacían a la medida del hombre. Aquí, llegó Vandelvira dispuesto a hacer una cúpula en la iglesia de Santiago que deslumbrará a todos, incluso a Dios. Dicen que desdeñó de su idea, porque Rodrigo Pacheco vio desaparecer su capilla de San Antonio. Pero no es verdad, los sanclementinos no querían que nada apagara el espacio abierto de su plaza.

Porque los sanclementinos son amantes, a pesar de lo que se diga, de los espacios abiertos. Y si un espacio era símbolo de esa apertura, ese era el convento de los frailes. Cuando en 1517 Luis Sánchez de Origüela fue quemado por sus ideas luteranas, pues qué era su pensamiento sino avanzado protestantismo de quien creía que el hombre en su soledad solo necesita de su fe para hablar con Dios y cuando maldecía esas imágenes en las que veía ídolos. Él, que, al igual que el resto de los sanclementinos, solo se amaba a sí mismo. Para qué necesitaban los sanclementinos la iglesia de Santiago si con sus manos ya estaban levantando otra. Se lo hicieron pagar y su infame memoria se conservó en el sambenito que colgaba entrando por la puerta de Santiago. Los Origüela dieron la espalda a su iglesia y a su cementerio aledaño y se fueron al convento de Nuestra Señora de Gracia. En él, levantaron su capilla de enterramiento. Les siguieron otros como los Ortega y los ya consabidos Villamedianas. Todos creían en lo mismo: el futuro se lo labra cada uno y la memoria que ha de llegar a nuestra muerte no se labra en mármol, sino en el recuerdo que dejamos en nuestros vecinos. Quizás, es un deseo más que una certeza, fuera Pedro de Oma quien labrara las piedras de la maravillosa iglesia del convento. Tal vez supiera hacer algo más que molinos y torres en la vecina Villanueva de la Jara. Dicen que iglesias fabricaba en Jumilla. Desde luego la iglesia responde al espíritu de la villa de San Clemente de comienzos del quinientos. Pedro de Oma era un analfabeto y un extranjero, que hablaba mala lengua vizcaína. Como la mayoría de los hombres que llegaron a esta tierra de oportunidades y como los primeros frailes foráneos solo llegó con sus manos. Y con ellas, y las de sus paisanos que le acogieron, debió levantar este cantero vasco media villa. Eran los primeros años del siglo XVI. San Clemente era un lugar de encuentro y sus habitantes eran capaces de todo, como recordarán sus nietos cuando Felipe II les vino a preguntar en unas mal llamadas Relaciones Topográficas.

Se intentó hacer de los frailes unos comparsas, pues ellos daban el crédito y la buena fama en el siglo XVI. Pero los sanclementinos sabían que ni filas de franciscanos detrás de los ataúdes ni kilos de cera fundidos ganaban el Paraíso. Por eso hacia 1650, un vecino desafió a todo el pueblo: cambió su deseo de ser enterrado en el convento de los frailes por una simple fosa cavada en la puerta sur de la iglesia de Santiago. Envuelto en una estera, debía ser pisoteado por todo el mundo, para a todos recordarles que era un hombre, a pesar de la arrogancia con que se presentaba en vida.

De gestos estaba llena la vida de San Clemente, y de esos gestos se valió fray Julián de Arenas, el prior del convento de Nuestra Señora de Gracia, cuando con valentía expuso sus ideas heterodoxas. Fue repudiado y condenado, pero nos enseñó una verdad: el valor del silencio, a imitación de Cristo; es preciso guardar silencio para que la verdad se abra camino. Su silencio era el de la resignación de todo un pueblo, pero también el símbolo del escepticismo del que nace el libre pensamiento. Es ese silencio, guardado durante siglos, el que hace del convento de Nuestra Señora de Gracia el símbolo de todo un pueblo y de cada uno de los vecinos de la vieja villa de San Clemente.

Llegó la desamortización y el convento pareció condenado a desaparecer y a la ruina como tantos otros, pero un solo hombre, uno solo, fue capaz de mantenerlo. Se llamaba el padre Tomasito. Era cura y supo preservar la encarnación del alma del pueblo. Por eso se le quería tanto y por esa misma razón, por negar su vida en bien de todos, de él nos hemos olvidado todos. El padre Tomasito se fue, llegaron carmelitas. Por fin lograban lo que no habían conseguido durante doscientos años: echar a los franciscanos. El tiempo los echaría a ellos también. Y sin embargo, solitaria y abandonada la vieja iglesia se nos muestra dispuesta a aceptar a todos. De nuevo, se convierte en símbolo como punto de encuentro de todos. ¿Qué si no fue la histórica villa de San Clemente a comienzos de mil quinientos?

domingo, 22 de julio de 2018

El marco de hierro de Alarcón



Iglesia de Santa María. Alarcón



Las diferencias entre la villa de Barchín del Hoyo y la de Alarcón se acabaron dirimiendo en la Chancillería de Granada. El conflicto había surgido el seis de diciembre de 1515, cuando el caballero de sierra de la villa de Alarcón Diego de Castro prendió al barchinero Benito de la Osa por cortar un pie de carrasca
andando (Diego de Castro) en los términos de la dicha villa guardando los avía tomado al dicho Benito de la Osa vezino de la dicha villa de Barchín que avía cortado una cabeça de un pie de marco cabe la dehesa de Valverdejo camino de Navodres e que podía aver que le avía tomado quinze días poco más o menos e que por lo susodicho el dicho Benito de la Osa avía caydo e yncurrido en pena de seisçientos mrs. conforme a la ley del fuero de la villa de Alarcón
La transgresión de Benito de la Osa daría lugar a uno de los conflictos más enconados de la época. Su triunfo judicial es el símbolo del triunfo de toda una generación de labradores que rompió la tierra y creó un nuevo paisaje agrario inundado de campos, donde antes había monte, carrascales y atochares.  La ley transgredida  era norma común en el suelo de la Tierra de Alarcón. Se apelaba al antiguo fuero, pero el fuero de Alarcón poco tenía que decir de un paisaje donde el cultivo era la excepción. Por eso se centraba más en el coger los frutos de las carrascas y robles que en el talar los árboles. La ley referida era posterior, se recogía en las hoy desaparecidas ordenanzas de Alarcón, y prohibía expresamente la tala de leña de carrasca que acabara con la cabeza del árbol o tronco y que tuviera un grosor correspondiente a la medida de un pie de un marco de hierro, cuyo patrón se conservaba en la villa de Alarcón, pero de las que las aldeas guardaban una réplica. La circunferencia de ese marco de hierro equivalía, a decir de los coetáneos, en el grosor de la pierna de un hombre o de un brazo. Que en aquellos tiempos el brazo de los hombres, hecho al trabajo, no desmerecía sus piernas.

Contemporáneamente al pleito de Benito de la Osa, un hombre se empeña en describir, como tantas otras de España, las tierras de la Mancha conquense. Es Hernando de Colón, el hijo del Almirante, que nos dejará en su Cosmografía una radiografía del paisaje de la época (1). En la exageración de sus cifras poblacionales refleja el enorme impulso de la zona en este comienzo de siglo. En la descripción del paisaje, los campos labrados y las viñas van desplazando los carrascales. En bella expresión del hijo del Almirante, los campos del sur de Cuenca, eran las tierras dobladas. Es decir, junto a las campiñas y viñas se intercalaban las tierras escabrosas que ahora estaban siendo conquistadas por el hombre para la agricultura.

Ya lo hemos dicho en otro sitio. El aprovechamiento comunal de los montes empezaba a ser cosa del pasado. La complementariedad de la piña, la bellota o la grana en las economías familiares era cada vez menor. El monte se hacía innecesario. El proceso debió ser similar a ese otro que en la Francia rural nos describe Marc Bloch como défrichement (2). Pero si allí, en Francia, fue un proceso continuo con sus impulsos y parones, aquí en la Mancha conquense fue un movimiento brusco, violento. Entiéndase la violencia como determinación de unos hombres por doblegar la naturaleza agreste. Los ganados se hicieron paso por los enmarañados montes. Los corredores abiertos por las ovejas dieron paso a los claros abiertos en los montes. El cereal y la viña lo empezó a inundar todo. Se conquistó el espacio próximo a los núcleos poblacionales y desde ellos, pero también los hombres se aventuraron a levantar sus casas en medio del espacio arbóreo, para a continuación esquilmarlo.

El caso de San Clemente es paradigmático. La baja nobleza fiel a los Pacheco habían constituido sus grandes dominios en Perona y Villar de Cantos. Eran tierras de cereal. Pero la revolución agraria vino del sur, donde los suelos pedregosos fueron ganados para la viña. El desarrollo de este cultivo fue espectacular en toda la comarca. Diego del Castillo ya a fines del cuatrocientos, cuando acude a Tarazona para castigar a sus vecinos, depredadores de la grana de sus montes, se queda en las afueras del pueblo, desde un  pequeño cerro ve los majuelos que se levantan ya a su alrededor. Son solo los inicios. La vid competirá con el trigo por ganar la tierra. Los labradores con los nobles. El trigo va a parar a los molinos de los Castillo y los Pacheco, el vino a los lagares domésticos de los vecinos.

El mundo de la Mancha conquense parece no reconocerse a sí mismo. Durante el siglo XV, la nueva nobleza, asociada al encumbramiento de los Trastamara, irrumpe en la zona, luego vendrán los Pacheco y su legión de criados. La guerra del Marquesado es una guerra dinástica, pero asimismo una guerra social. Del viejo mundo de las pequeñas villas de labradores que aceptan mal el yugo de los Pacheco y sus aliados. Pero la revolución viene después. Las sociedades rurales tardan una generación en librarse de las cargas y de las deudas de la guerra. Su mundo vital y su espacio agrario es el de dos generaciones anteriores. Desde final del siglo hay intentos por romper los viejos espacios heredados, pero las villas son autocomplacientes: una escasa vecindad, se divide entre unas pocas familias de ricos y aquellos otros que caen en sus redes de dependencia. Todo parece predispuesto para la existencia cíclica de unas sociedades tradicionales.

Sin embargo, todo está a punto de cambiar. Los hombres siguen recorriendo las viejas tierras del suelo de Alarcón como antes, pero las villas eximidas han cerrado sus términos, redondos dirán en la terminología de la época. Los conflictos ya no son únicamente con la vieja nobleza, sino que se circunscriben al interior de unas villas. Amigos y enemigos de antaño en la guerra del Marquesado cambian sus alianzas y luchan por el control de los nuevos poderes locales nacidos en las villas eximidas tras las guerras. Los hidalgos que han participado en innumerables guerras internas y contra el moro, deben colgar sus armas tras la rendición de Granada. Los libros del Sueldo de Simancas, mal que se mantienen con estos caballeros que aun quieren vivir de sus acostamientos. Los viejos hidalgos se convierten en una masa parasitaria sin oficio ni beneficio. Algunos como los Haro tienen las tierras, otorgadas como merced por las viejas fidelidades, pero otros como Juan de Ortega solo les queda el orgullo, que debe ceder ante la necesidad del hambre y emplearse a jornal. De montar a caballo con sus armas ha pasado a la ignominia de andar detrás de una bestia cargada de leña.

Es el año 1504, muere la Reina Isabel. Su muerte viene acompañada, y seguida, de una terrible época de carestía y de peste. Sabemos de pueblos como la aldea de Torrubia que se despueblan, tal era su caso, que de cuarenta vecinos veía reducida su población a solamente tres. La catástrofe era general en el Reino. La tasa de granos intento paliar el hambre, pero los especuladores podían más. Unos eran simples canallas, como Juan del Campo o Lázaro Gabaldón, que con sus carros iban hasta Caracuel en el campo de Calatrava a comprar un trigo que luego revendían a doble del precio de la tasa. Otros eran malhechores feudales, como Alonso del Castillo, que con un préstamo de seiscientas fanegas de trigo a la villa de San Clemente intentaban comprar su libertad, obligando a la villa a reconocer el viejo monopolio señorial del molino. Pero sería una equivocación pensar que estamos volviendo a las viejas exacciones señoriales del medievo. Ahora, en una sociedad desvertebrada por la crisis se impone la ganancia amoral del interés particular. La situación nace de la necesidad: hidalgos arruinados, canteros vascos ya llegados desde fines del siglo anterior y sin oficio, mercaderes venidos del norte y que no tienen a quién vender, jornaleros al servicio de la nobleza regional y sin trabajo y, más que nada, familias rotas por la muerte de algunos de sus miembros, que, en algunos casos expulsaban a los hijos fuera de casa, y en otros, dejaban viudas jóvenes, solitarias sí, pero con hacienda y punto de mira de casamientos provechosos.

Todo está descompuesto y todo por recomponer. Los hombres deambulan por toda la comarca y cambian su residencia de pueblo en pueblo. Otros llegados de las tierras más lejanas se asientan en las villas porque no saben donde ir ya. Estaríamos tentados de acudir a viejas explicaciones marxistas del conflicto de clase para explicar la situación, pero los hombres parecen no adscribirse a grupo alguno, ni siquiera parecen tener sentimiento de pertenencia a grupo. Esta vez, nos parece más sugerente la explicación toynbeana de estas sociedades. De la necesidad, nacen los retos y de los retos, las respuestas. Los hombres quedan solos ante la naturaleza, sin protección. Ni siquiera esos frailes franciscanos que llegan a San Clemente saben lo que hacer, pues por no tener no tienen ni edificio en el que cobijarse. Pero estos franciscanos son un acicate y un referente. Llegan pobres, pero con la limpieza de su conducta y sus mentes, debiendo construir su futuro en una villa ajena que desconocen. Son un revulsivo para unos vecinos, que habían visto a la villa de San Clemente desangrase en reyertas internas, cual si el pueblo fuera simple patio de Monipodio. En torno, a los franciscanos surge una nueva forma de ver las cosas: levantar nuevas realidades con el trabajo y nuevas solidaridades entre los hombres con proyectos comunes. La iglesia de Santiago Apóstol, su pórtico y plaza ajena, se abandona. Las reuniones del ayuntamiento en este pórtico acababan mal. Los vecinos veían con recelo la vieja casa aneja de Clemén Pérez de Rus, que parecía confundirse con la capilla de los señores de Minaya en la iglesia de Santiago y que poco aportaban en estos tiempos si no eran rivalidades internas para recomponer el patrimonio familiar. Las reuniones en la plaza actual del pósito desembocaban en trifulcas tumultuarias. El centro de la vida se desplaza y los proyectos cambian. Del viejo cantero cántabro Juan Díaz de Barcenillas, vecino de Hoz, que viene a reformar la iglesia de Santiago, no sabemos ya nada. Nuevos espacios de encuentro se levantan. Fundamentalmente dos: las casas consistoriales en su ubicación actual y el convento de Nuestra Señora de Gracia, en un principio, regalo de Alonso del Castillo, pero del que los sanclementinos hacen un proyecto propio. No solamente en San Clemente; en Villanueva de la Jara, Pedro de Oma levanta una tosca torre en la plaza del pueblo, cuya única finalidad es hacer visible en su altura el orgullo de una comunidad de vecinos que se reivindica a sí misma. Todos contribuyen, se dice que con limosnas, pero son pechos concejiles acordados por todos en forma de repartimientos solidarios. Por esa razón, se mira con desprecio a aquellos como Martín Ruiz de Villamediana que se amparan en su hidalguía para no contribuir. Él, que justamente es visto por sus vecinos como un fenicio que hace de su oficio de mercader la razón de su distinción social.

Pero los proyectos comunes son solo eso, proyectos. Entelequias en la cabeza que no dan para comer. El vivir diario de los hombres es vida sufrida y arrastrada. Necesitan el trigo de Alonso del Castillo y de los Montoya o los Ortega para comer. Pero estos hombres comen de forma desarreglada. Si no hay pan se come harina de bellota. En el hato que se prepara por la mañana, cuando falta el pan se sustituye por la ingesta de vino y si hay suerte carne de oveja. Es en el vino y en el ganado, donde los hombres ven el horizonte de su futuro. Como pastores atraviesan las comarcas, rompiendo el monte (aquí, simple tierra doblada) enmarañado; como vinateros, plantan viñas en las tierras próximas a los pueblos. Después, a reja y yunta y pala de azadón, tal como nos decía el viejo fuero de Alarcón y con un espíritu que parece recordar los primeros tiempos de la repoblación, se lanzan a roturar el espacio más alejado de los pueblos, limítrofe a las viñas plantadas y a los claros abiertos por el ganado. Los pueblos, que son poco más que la llamada calle pública, si es que no tienen su origen en alquería aislada, se llenan de casas. Las canteras de Vara de Rey prestan la piedra para la construcción, aunque es más común que los vecinos utilicen las viejas torres defensivas desmochadas por orden de los Reyes Católicos. Aunque sería soñar si viéramos en los hogares familiares los posteriores casas palacio de estable estructura pétrea. Muestra de que la piedra es algo caro y ajeno es que los canteros vascos todavía construyen con la piedra y canto irregular las iglesias y que Hernando Colón, ya en 1517 (más bien alguno de los criados que envió por estas tierras), aún ve en pie el viejo castillo de Vara de Rey. Se construye, sí, pero con barro y paja. Casas de adobe, de muy poca resistencia. Es ahora cuando se levantan los arrabales: amalgama de casas familiares de los recién llegados a los pueblos. Aún falta un poco para que los serranos conquenses lleguen con su carretas de pinos para las techumbres de las casas de piedra.

Nace una nueva sociedad de frontera, enfrentada a una naturaleza virgen y agreste, pero donde los hombres ya no buscan el equilibrio y armonía con ella. Parece una sociedad sin leyes, pero la memoria de los hombres perviven las viejas normas. Sin embargo, los contextos han cambiado radicalmente. Los hidalgos y sus caballos se ponen al servicio del alcaide de Alarcón como caballeros de sierra para defender los montes del viejo suelo común de la rapiña. Aunque esta vez, la vieja tierra ya no es común, pues desde 1480, el espacio, tomando como ejemplo los amojonamientos municipales del licenciado Molina, se ha acotado y cerrado. Nacen las redondas, espacio definido a compás por las villas, del que quieren beneficiarse exclusivamente. En un principio, es el viejo espacio comunal, del que en turbias operaciones de arrendamiento concejiles se intentan aprovechar los ricos para pastos de sus ganados, pero puede más el hambre de tierras de los vecinos que se lanzan a la roturación salvaje, arrancando de raíz las plantas. Es poco lo que pueden hacer los caballeros de sierra de Alarcón (y los de las propias villas). Persiguen a lo que hurtan la grana en los montes comunes, pero cuando llegan a Tarazona, como en 1498,  tras los ladrones son expulsados a pedradas de sus calles. El límite definido en 1480 entre Alarcón y Villanueva de la Jara pasa por la mitad del pueblo e incluso atraviesa una de las casas. El impulso repoblador del pueblo, todavía en ciernes, ha roto los mojones. Labradores de a pie se enfrentan a los criados a caballo del alcaide Diego del Castillo. Cuentan con la ayuda de treinta quintanareños y las armas provistas en carros por los jareños. Estos son capaces de levantar un pequeños ejército de ochenta peones armados con lanzas para defender en la ribera del Júcar la molienda de su trigo frente a los de Alarcón.

Aunque los enfrentamientos cotidianos entre los caballeros de sierra de Alarcón y los lugareños no suelen ir revestidos de la épica. Se mueven más en la picaresca del día a día. El agricultor va ganando terreno al monte con el silencio y abnegación de su trabajo. Es el caso, de Motilla del Palancar, donde en torno a sus caminos radiales se van configurando las propiedades. A los viejos campos, cercanos al pueblo, se unen esos otros que los labradores suman, no ya de forma continua e ininterrumpida, sino con  la apertura de nuevos espacios disputados. Así se configura una propiedad donde la posesión de tierra es acumulación dispersa de pagos de diversos dueños por todo el término municipal del pueblo. El término motillano pronto adquiere continuidad con el de su vecina aldea de Gabaldón, arruinada en la guerra del Marquesado, aunque no tanto como nos hacen creer unos lugareños reacios a tomar vecindad para defraudar al fisco. Villanueva de la Jara se olvida de sus viejos conflictos con El Peral, la concordia en el uso común de las tierras es comprensión de que el futuro está en la labranza de las tierras del sur. Las casas de Tarazona, Madrigueras, Quintanar y Gil García ofrecen amplios espacios abiertos, cuya roturación no se para en las dehesas que la villa de Alarcón posee todavía con jurisdicción propia. San Clemente, inmerso en la vorágine de las viñas del sur del término, ha dado la espalda a su hogar de nacimiento. Rus, Perona o Villar de Cantos se abandonan a favor de los ricos terratenientes cerealistas, que aquí, llámense Pacheco, Castillo u Ortega, van también de señores. Intentos señoriales, más bien de terratenientes, que se intentan hacer extensivos a las viejas propiedades que se poseen en Cañavate y sus aldeas. Algo así intentan los Montoya en Pozoamargo, pero Sisante se abre como tierra de oportunidades para todos. Se mantiene la ficción del uso comunal del pinar del Azaraque (al igual que el de la Losa, perteneciente a Villanueva de la Jara), pero la tala indiscriminada de pinos anuncia su destrucción. Incluso en el interior del pinar nacen unas primeras casas de labor, las de Benítez, por aquellos a quienes se había encomendado su guarda.

Sería injusto hablar de conflicto descarnado. Sencillamente las repúblicas pecheras del llano imponen su voluntad, y su economía, a la hidalga Alarcón, levantada sobre los riscos del meandro del río Júcar. Ahora bien, hay una población pequeña y orgullosa, que apenas si tiene llano. Es Barchín y vive de los montes que rodean el pequeño espacio agrario que circunda la villa. Despojado de Gabaldón por los motillanos, tiene puestas sus expectativas de tierras en Valverdejo y Navodres. Ni siquiera es una sociedad homogénea pues los intereses ganaderos pueden más que los de los labradores. Un hombre solo, un ganadero llamado Benito de la Osa desafía el poder que sobre los montes aún se arroga la villa de Alarcón. Lleva su caso anodino, la corta de un pie de carrasca, hasta la Chancillería de Granada. En un principio somete su caso, en busca de la equidad de las viejas tradiciones de la Tierra común, ante la justicia ordinaria de Alarcón. Luego, comprendiendo que ésta se confunde con los intereses propios del marqués de Villena, eleva sus quejas ante el alto tribunal granadino.

El corte de un pie de carrasca, era un hecho anodino, y el patrón de un marco de hierro, que marcaba los límites de lo que se debía respetar, un símbolo. Los seiscientos maravedíes de multa, que se impusieron a Benito de la Osa por arrancar la carrasca, eran un agravio intolerable, que recordaban a los vecinos de Barchín las viejas exacciones señoriales. Y sin embargo, la pena estaba pensada para guardar los viejos montes de la Tierra común. Ahora bien, las mentalidades habían cambiado radicalmente. Ya no se trataba de preservar la tierra y vivir en equilibrio con ella, ahora se la conquistaba. El árbol ni era respetado ni tenía su lugar en los horizontes despejados que se abrían. Además las leyes, aún siendo las mismas no eran entendidas igual por todos. Los vecinos de Barchín, y entre ellos, descaradamente Benito de la Osa, menospreciaban la vieja ley fundada en el fuero de Alarcón. Para Benito de la Osa era indiferente que hubiera cortado rama o cabeza de carrasca, pues él y sus convecinos respondían a sus actuaciones no ante las ordenanzas de la villa madre de Alarcón, sino ante las nuevas condiciones planteadas por la sentencia arbitral de 1503 entre Alarcón y Barchín, dada por dos jueces componedores: Hernando Alonso de Pinar y Álvaro de la Torre. Ya no era necesario respetar el pie de la planta que garantizara si crecimiento futuro. Del gajo o rama se pasaba al desarraigo del árbol y a su extirpación del paisaje:
que los veçinos de la villa de Barchín solamtente heran obligados a guardar las carrascas cabdales y que aún dellas podían cortar rrama y gajo conforme al marco que avían señalado los dichos juezes árbitros y que de las otras carrascas que no llegauan al marco señalado por los dichos juezes árbitros las podían cortar como quisiesen e por bien touiesen

Del marco de hierro había un patrón en Alarcón y una copia idéntica en Barchín. Del grosor del muslo de un hombre, decían los que lo habían visto. Esa era la única ley existente y su plasmación ya no estaba en pergaminos sino en un anillo de hierro, cuyos límites y usos debían respetar todos según fijaba la sentencia arbitral. Benito de la Osa era persona altanera. Ante la justicia ordinaria de Alarcón declaró desafiante la derogación del viejo fuero de Alarcón
porque negava aver ley de fuero en la dicha villa de Alarcón que dispusiese lo que la parte contraria dezía ... e que si tal ley avía lo que negaua estaría derogada por contrario huso e por la dicha sentençia arbitraria
Así pues, frente a la ley de Alarcón, fundada en provechosas ordenanzas más que en su fuero, se alzaba la fuerza del uso contrario y los arreglos arbitrarios entre partes que reconocían la posición de fuerza de cada una de ellas. La sentencia arbitraria había sido ratificada en 1511, el once de agosto, por barchineros y alarconeros en el cabezo del Cadozo Viejo, en los límites entre Barchín y Buenache, que está en un villar viejo. Allí, junto a los mojones, se había fijado qué se podía cortar y qué no
otrosy mandamos que en quanto a la corta de las carrascas sean obligados de guardar y guarden en el término que quedare para la villa de Alarcón las carrascas cabdales con que dellas puedan cotar gajo e rrama con que dexen pie e cabeço e ansimismo sea entendido que en carrasca cabdal a de ser que por el marco que nosotros los juezes fuere señalado el qual dicho marco se lleve uno a la villa de Alarcón y otro como aquel quede en la villa de Barchín el qual dicho marco sea guardado e dende arriba sea guardado en la manera que dicha es so las penas que el fuero de Alarcón dispone y del marco abaxo que pueda gozar e cortar como quisiere en el término que quedare para la dicha villa de Alarcón y en el término que quedare para la villa de Barchín que puedan cortar las dichas carrascas como quisieren e como por el conçejo de la villa de Barchín fuere hordenado

En suma, libertad absoluta de los vecinos de Barchín para cortar sus montes y limitación para arrancar de raíz las carrascas inferiores al marco de hierro en el suelo común de Alarcón. La sentencia arbitral era un reconocimiento más que un llamamiento a lo que se estaba haciendo en todas las tierras del suelo de Alarcón. Contradictoriamente, Barchín , con un terreno más accidentado y más proclive al uso ganadero sería la única villa que preservaría sus masas forestales. El rompimiento de tierras apenas si alcanzó a su aldea Valverdejo, cuyos montes seguían siendo del uso comunal de la Tierra de Alarcón y por cuya causa se inició el contencioso, y en menor medida, escasamente, Navodres. Muestra de la impotencia de Barchín por roturar sus escabrosos montes es que el pleito se eternizó hasta sentencia definitiva de siete de diciembre de 1532, confirmada en grado de revista veinte días después.

Para entonces, el marco de hierro era ya innecesario. Las villas del llano, superpobladas y con su campos completamente roturados, se afanaban en rescatar las viejas ordenanzas de Alarcón. Habían arrasado las dehesas de carrascas e iban camino de hacerlo con los pocos pinares que quedaban en  Azaraque y la Losa. Un deseo proteccionista del pinar se extendió por toda la comarca en los años siguientes. Alarcón protegió sus pinares una legua a la redonda, San Clemente plantó los pinares nuevo y viejo, los motillanos llamaban a la repoblación forestal. Las nuevas ordenanzas de las villas rescataron el viejo espíritu de las viejas ordenanzas de Alarcón, condenando la corta de pino doncel en seiscientos maravedíes. Pero la masa forestal originaria de carrascas había desaparecido, sustituida por los campos de grano y viñas. Los tierras dobladas habían sido sojuzgadas con la azada. Por esas contradicciones de la historia y por las taras que la propia naturaleza impone solo Barchín del Hoyo, había sido capaz preservar sus montes. El único limite a su preservación era el que imponían sus ganaderos.

(1) COLON, Hernando: Descripción y cosmografía de España. Padilla libros. Sevilla 1988. Ed, facsímil. pp, 145 y ss.
(2) BLOCH, Marc. Les caractères originaux de l'histoire rurale française. Paris. Armand Colin. 1968. pp. 1-20

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ CAJA 1623, PIEZA 15. Pleito entre Barchín del Hoyo y Alarcón por la corta de leña en los montes comunales. 1532

jueves, 19 de julio de 2018

Francisco Lucas y el beneficio curado de Motilla del Palancar




En agosto de 1540, el clérigo Francisco Lucas residía en la corte de Roma. Este cura de Motilla del Palancar, que llegaría a ser prior de la Colegiata de Belmonte, vio como su posesión y disfrute de los frutos del beneficio curado de la iglesia parroquial de San Gil era contestado por el burgalés Bernardo de Quirós.

La decisión la había tomado el juez apostólico fray Juan Riaño, comendador del monasterio de Nuestra Señora de la Merced, extramuros de la villa de Alcalá, devolviendo la posesión del beneficio a la rama burgalesa, que lo había poseído con anterioridad a Francisco Lucas. Éste no dudó en acudir al Consejo Real para pedir amparo y defender sus derechos, discutiendo así la competencia de la justicia eclesiástica en el asunto. Su causa la llevó Nicolás de Hungría, en cuya procuraduría había delegado el doce de agosto Francisco Lucas. Nicolás de Hungría, delegaría a su vez en César Muñoz y Antón Pérez.

El beneficio curado de la iglesia de Motilla del Palancar pertenecía a Juan de Lerma, arcediano de Briviesca. Al quedar vacante a su muerte pasó a manos de Luis de Torres, clérigo de la dióceis de Málaga, secretario y escriptor apostólico en la corte de Roma, el 27 de noviembre de 1538. Dos años después, se concedería ese beneficio a Francisco Lucas, posesión hecha efectiva el 28 de febrero de 1540 por mandamiento de Reinaldo, obispo de Santangelo y lugarteniente en el obispado de Cuenca del cardenal y obispo de esta ciudad Alejandro Cesarino. Nicolás de Hungría en nombre de Francisco Lucas tomaría posesión del beneficio de la iglesia de San Gil, en la que no faltó la simbología del ceremonial de la época
(Martín Sanz Moreno, clérigo de la iglesia) lo llevó al altar mayor de la dicha yglesia y le entregó un libro misal en el qual el dicho Nicolás de Vngría en el dicho nonbre leyó una oraçión del santísimo nonbre de Jesús que comiença Deus qui gloriosisimum nomen Ihesu Christi vnigeniti filii tui domini nostri Ihesu Christe ... e continuando la dicha posesión tomó unas anpollas e tañó una campanilla e tomó el ysopo e hechó agua bendita sobre los defuntos e paseose por la dicha yglesia quyeta e pacíficamente sin contradiçión ni perturbación de persona alguna y hechó fuera de la dicha yglesia a todas las personas que en ella estavan e çerró e abrió las puertas prençipales de dicha yglesia
Después se nombró por capellán de dicho beneficio a Martín Sanz Moreno.

La posesión del beneficio curado de Motilla del Palancar sería apelado por el arcediano de Briviesca, Bernardo de Quirós, sucesor en ese arcedianato de Juan de Lerma, y que reivindicó los frutos y rentas de su antecesor, entre ellos el mencionado beneficio de la iglesia de San Gil. El proceso judicial se llevó ante el Tribunal de la Rota, que sentenció a favor del burgalés y ordenando despojar del beneficio a Francisco Lucas. Bernardo de Quirós acudiría ante el citado juez fray Juan de Riaño para que ejecutar la sentencia de la Rota. El 23 de junio de 1540, Bernardo de Quirós tomaba posesión del beneficio curado de Motilla. En su nombre lo hizo su procurador Alonso de Zayas, que se presentó en la iglesia de Motilla; estaba presente el capellán motillano Quiles Moreno, sin duda despojado de la capellanía al tomar posesión del beneficio Francisco Lucas. La misa mayor del día de San Juan, ofrendada por el dicho Quiles, vino a refrendar ante los fieles quién era el poseedor del beneficio. Sin embargo la batalla se estaba dando en Roma, donde residía también Bernardo de Quirós, que procuraba obtener sus propios breves de Paulo III. Pero en España, y en la diócesis de Cuenca, topaba con la oposición del cardenal Cesarino, que ausente había dejado el obispado en manos de Reinaldo de Chancellares y el inquisidor Góngora. El propio cabildo catedralicio se negaba a aceptar los requerimientos de los enviados de Bernardo de Quirós.

Bernardo de Quirós pedía los frutos y rentas de la iglesia de Motilla del Palancar desde el 15 de febrero de 1537, fecha en la que el beneficio curado había quedado vacante por muerte del arcediano Juan de Lerma. Desde esa fecha los benefactores habían sido Luis de Torres y Francisco Lucas. Bernardo de Quirós se apoyaba para sus pretensiones en una cláusula contenida en un proceso fulminado sobre un breve subvinculo piscatoris de 30 de octubre de 1539. Dicho breve y su cláusula habían sido interpretados por un juez burgalés, el comendador del monasterio de la merced de Burgos Francisco Salazar, a favor de Bernardo de Quirós para darle la posesión del beneficio curado de la Motilla.

Francisco Lucas consiguió llevar el pleito por el beneficio curado de la jurisdicción eclesiástica a la jurisdicción civil. Más exactamente, habría que hablar de contencioso entre el Papa y la Corona, arrogándose en este caso el Emperador Carlos un derecho de patronato para el nombramiento de beneficios eclesiásticos. Concretamente, se negaba jurisdicción a fray Luis de Riaño, que únicamente se había limitado a ejecutar la decisión del tribunal de la Rota a favor de Bernardo de Quirós en la interpretación de una cláusula de una bula papal, y se hablaba abiertamente de injerencia papal en el asunto del beneficio de Motilla del Palancar
y aunque an apelado (Bernardo de Quirós) de vos (Francisco Lucas) legítimamente en tienpo y en forma devida de derecho para ante nuestro muy Santo Padre no les avéis querido ni queréis otorgar la dicha su legítima antes todavía proçedéys adelante por çensuras en lo qual les aviades hecho e haziades notoria fuerça e agravio por ende que nos suplicava pues que nos e los otros rreyes nuestros projenitores estuvieron y estamos en posesión de alçar e quitar las semejantes fuerças e agravios
 Ese alçar e quitar las semejantes fuerças e agravios iban dirigidas a las amenazas de excomunión y anatemas declaradas por la sentencia del juez Riaño contra los que intentaran quebrantar la posesión el arcediano de Briviesca
malditos sean ellos y el pan y carne que comieren y vino y agua que bebieren e la tierra que hollaren e todo aquello en que mano pusieren
La carta de anatema iba dirigida, para que velaran por su cumplimiento, a los dignatarios de la diócesis de Cuenca, a sabiendas que eran los primeros en ignorarlas. Reinaldo de Santangelo y el inquisidor Góngora, lejos de atemorizarse acudieron a la jurisdicción real para que declarara nulo el anatema de Riaño.

La respuesta al mandamiento de admoniciones del juez Riaño, vino del propio Reinaldo de Chancellares, que el 28 de junio declaraba nulo el mandamiento de Riaño y poco después apelaba su mandamiento ante la jurisdicción real, nombrando como procurador para entender en el caso a César Muñoz. El mismo día veintiocho Francisco Lucas declaraba en su petición que el único competenete para dar y despojar beneficios curados en la diócesis de Cuenca era el obispo Alejandro Cesarino. Eso suponía, dado el derecho de patronato real en el nombramiento de obispos, dejar el pleito en manos de la justicia secular.

La diócesis de Cuenca en una actitud arrogante conminó al procurador de Bernardo de Quirós, Alonso Zayas, a explicar las bulas y breves que explicaba. Esto era dudar de la autoridad papal. No en vano, el propio Reinaldo puso a disposición del Papa Paulo III todos los bienes temporales y espirituales de la diócesis de Cuenca, después de manifestar que no iba a respetar la carta de despojo del beneficio curado y anatemas del juez Riaño. El Consejo Real reclamó para la jurisdicción real el proceso y mandó trasladar los autos originales del proceso eclesiástico a la Chancillería de Granada para que entendiera en el caso. El dos de agosto se pedía al juez fray Luis Riaño, que remitiera el proceso a la Chancillería de Granada. No disponemos de la conclusión final del proceso, pero sabemos que Francisco Lucas salió triunfante.


Mandamiento de posesión del beneficio curado de la iglesia de San Gil Abad de Motilla de Palancar

Don Rreynaldo por la gracia de Dios y de la Santa Yglesia de Roma, obispo de Santanjelo, lugarteniente general en todo el obispado de Cuenca por el yllustrísimo y rreverendo señor don Alexandro por la miseraçión divina cadenal Cesarino obispo de Cuenca, por quanto paresçió el honrrado varón Nicolás de Vngría, veçino desta çibdad de Cuenca en nonbre e ansí como procurador que se mostró ser del rreverendo Françisco Lucas, clérigo desta dióçesis, cavallero de Sant Pedro, rresidente en corte rromana, procurador en el dicho nonbre nos presentó una bulla de collaçión provisión e canónica instituçión por su yllustrísima señoría fecha al dicho Françisco Lucas del benefiçio curado e parrochial yglesia de la dicha villa de Motilla del Palancar con sus anexos desta dioçésis de Cuenca que antes tenya e poseya el muy rreverendo señor Luys de Torres, secretario y escriptor apostólico por sinple rresinaçión del dicho Luys de Torres segund se contiene en la dicha bula de colaçión e provisión escripta en pergamino en palabras latinas firmada de su yllustrísima señoría sellada con su sello yncluso en una caxa de hoja de millán pendiente en unos cordones rrosados sygnada e suscripta por Angelis Glandomus secretario y escriptor del archivo de la curia rromana e nos pidió mandasemos dar la posesión del dicho benefiçio curado e parrochial yglesia de la dicha villa de Motilla del Palancar con sus anexos al dicho Francisco Lucas  e a el en su nonbre e ansí como su procurador e que le fuese acudido con todos los frutos rrentas e derechos a él en qualquier manera devidos e pertenesçientes e nos vista la dicha bula de colaçión e provisión del dicho benefiçio por su yllustrísima señoría fecha mandamos dar e dimos el presente por el qual mandamos so pena de excomunión e de çincuenta ducados de oro para la cámara de su señoría a qualquier clérigo de la dicha villa que luego de como por el dicho Nicolás de Vngría en el dicho nonbre fuere rrequerido con la dicha bula de colaçión e con este nuestro mandamiento de y entregue al dicho Françisco Lucas clérigo e al dicho Nicolás de Vngría su procurador en su nonbre la posesión rreal e avtual corporal e natural vel casi del dicho benefiçio curado e parrochial yglesia de la dicha villa de la Motilla el Palancar con sus anexos e lo anpare e defienda en ella so las quales dichas penas de excomunión e pecuniaria mandamos a los vezinos e vezinos dezmeros e dezmeras de la dicha villa de Motilla el Palancar e a los terçeros e cogedores e arrendadores e tenedores de los frutos diezmos e rrentas deçimales de la dicha villa e que acudan libremente al dicho Françisco Lucas e al dicho Nicolás de Vngría su procurador en su nonbre con todos los frutos diezmos rrentas e pertenençias derechos venaçiones emolumnetos en qualquier manera devidos e pertenesçientes que se deverán e pertenesçeran al dicho benefiçio curado e parrochial yglesia de la dicha villa de la Motilla el Palancar con sus anexos bien e ansí e a tan cunplidamente como fue acordado al dicho Luys de Torres e a los otros sus predeçesores en el tienpo que lo tuvieron e poseyeron, fecho en Cuenca a veynte y ocho días de hebrero de mill e quinientos e quarenta años. R. eps. santi angeli por mandado de su Rª señoría



Parroquia de San Gil de Motilla del Palancar: capilla de Francisco Lucas
(Foto: Diputación de Cuenca. Descubre Cuenca)


ARCHIVO DE LA CHANCILLERIA DE GRANADA. PLEITOS. Francisco Lucas , sobre derecho de posesión del beneficio curado de Motilla de Palancar. Año 1540. Sign. 5381-4

martes, 10 de julio de 2018

El linaje de los Montoya, de Vara de Rey

Escudo de los Montoya en Pozoamargo
El distintivo familiar son las diez panelas,
rodeadas del cordón franciscano (primer cuartel)



Los testigos más ancianos conocían a Hernando de Montoya desde hacía setenta y cinco años. Hernando, junto a su padre Juan Montoya, había morado en tres villas del Marquesado: Vara de Rey, La Alberca y Las Pedroñeras

Hernando de Montoya, cuarenta años había establecido su casa en La Alberca, donde se había casado. Allí disponía de su hacienda y tierras de labor, los veinticinco años que estuvo casado y los siguientes quince que permanecía viudo. Tenía buena hacienda de labor de pan y ganados. Su padre Juan de Montoya era natural de Vara de Rey. Pueblo que es presentado como pueblo pequeño de menos de ochenta vecinos*. Hacía setenta y tres años que se había casado, viviendo con su mujer Urraca Saiz diez años en esa aldea, hasta que se desplazó a vivir a La Alberca. Allí estuvieron catorce años hasta que se volvió a vivir a Vara de Rey. Allí permaneció otros ocho años hasta que viudo marchó a Las Pedroñeras donde casó por segunda vez, Juan Montoya había pasado dieciocho años de su vida casado en Vara de Rey, catorce en La Alberca, distante tres leguas, y nueve años en la villa de Las Pedroñeras, distante cinco leguas. Esa itinerancia y mal acomodo a cualquier lugar son los responsables de que los Montoya nos aparezcan diseminados por todas las poblaciones del sur de Cuenca.

Miguel Gallego, que con trece años había marchado desde San Clemente a Vara de Rey, había conocido al progenitor del familia: el abuelo Hernando de Montoya, quizás más orgulloso de su hidalguía que sus descendientes, pues se paseaba por Vara de Rey e traya su persona en ábito de ome hijodalgo. Otro testigo recordaba verlo muy viejo paseando por las calles de Vara de Rey con un palo bordón y vivir en la casa que luego heredaría su nieto Luis de Arnedo. Hernando el abuelo estaba casado con Constanza García y había fallecido hacía cincuenta años. Tenía dos hermanos, Diego y Alonso, que vivían en San Clemente. Uno de ellos, creemos que Alonso, fue alcaide de Manzanares.

El abuelo Hernando Montoya tuvo varios hijos. El conocido Juan Montoya, otro llamado Pedro, casado con una sobrina del alcaide de Alarcón, uno más llamado Diego que de Vara de Rey se trasladó a vivir a Pozoamargo (el fundador de Pozoamargo, que según Sandoval llegó desde Minaya), y otros cuatro hijos llamado Lope, Alonso, Francisco y Hernando.

Su hijo Juan de Montoya se había casado con Urraca Saiz, moradora del lugar de Víllora, donde se había celebrado la boda, lugar que era aldea de la ciudad de Chinchilla. Con ella vivió en La Alberca y se mudo a Vara de Rey cuando falleció su padre y al enviudar casó en Pedroñeras, donde había fallecido hacía 38 años

Pedro de Montoya tuvo tres hijos, de nombres Hernando, Villamediana, que vivieron en Vara de Rey, y otro último llamado Pedro de Montoya, que de Vara de Rey pasó a La Alberca y dejó, a su vez, tres hijos: primero de ellos llamado Pedro, que se movió entre Villarrobledo y Vara de Rey, y dos más llamados Alonso y Antonio.

La sucesión de Diego de Montoya, su establecimiento en Pozoamargo y su enlace con los Buedo es conocida gracias al estudio de SANDOVAL. Aunque la descendencia de Diego fue muy prolífica y marcaría el devenir de los Montoya en toda la zona. Tuvo en total siete hijos: Alonso de Montoya, clérigo de misa; Martín y Diego, casados en Villarrobledo; Hernando de Montoya, casado en Minaya; Juan de Montoya, casado en San Clemente (que era alcalde en 1553, herido en los graves altercados de la villa de julio de ese año); Gaspar y Pedro, casados en Pozoamargo.

El cuarto hijo de Hernando de Montoya, llamado Lope de Montoya se marchó a vivir a Valverde. Otros hijos fueron  Alonso de Montoya, casado en la Parrilla, Francisco de Montoya casado en Villanueva de los Escuderos y Hernando de Montoya, casado en la villa de Alarcón y con un hijo llamado Hernando, que marchó a casar a Las Pedroñeras.

Aquí nos interesa la sucesión de Juan de Montoya, que tuvo tres hijos con Urraca Saiz. El mayor de ellos era Hernando, de cuyo periplo por las villas de Vara de Rey, La Alberca y Las Pedroñeras, ya hemos hablado. El mediano García de Vizvarra, casado en Pedroñeras, que dejó dos hijos y una hija. El tercero era Cristóbal de Montoya, casado en Montalbanejo.

Es difícil encontrar los orígenes remotos de los Montoya, las probanzas hacen referencia a un Hernando Montoya anterior, alcaide de Manzanares, cuyo único hijo varón lo mataron (¿en la guerra?). Hernando de Montoya el viejo tenía unos ochenta años cuando murió (habían pasado cincuenta años desde la probanza). Los testigos no aciertan a aseverar si era natural de Vara de Rey o había llegado de fuera como tantos otros. Aunque uno de los testigos aseguraba que una hermana de Hernando, llamada Juana Díaz era natural de Vara de Rey. En cualquier caso, parece que estamos ante una generación que posiblemente sea anterior o coetánea al Maestre Juan Pacheco, quizás su presencia en la zona sea anterior. Creemos que el hermano de Hernando, de nombre Diego (muerto hacía sesenta años), nos aparece presente en el momento que Hernando del Soto, representante de Juan Pacheco, toma posesión de la villa de San Clemente en 1445 y como procurador de la villa de San Clemente para solicitar en 1476 que la villa ni fuera enajenada de la Corona real. De Hernando de Montoya sabemos que era muy respetado por sus vecinos, que todavía le recordaban ya viejo de ochenta años vestido con su zamarro y su capa de cáñamo, paseando por la villa de Vara de Rey.

La probanza se desarrolla ante Rodrigo de Angulo, alcalde ordinario de Vara de Rey, en 1539?

Miguel Gallego, hombre llano pechero de 89 años, labrador y morador de Vara de Rey vecino de la villa de San Clemente
Diego González, labrador, vecino de Vara de Rey y morador de Sisante, 82 años
Diego Escudero, natural de Chinchilla y vecino de Vala de Rey y morador en Sisante, labrador,82 años
Fabián de Gabaldón. vecino de Vara de Rey, labrador, 66 años. Hijo de Hernán Sánchez de Gabaldón


*La aseveración de 80 vecinos para Vara de Rey debe referirse a comienzos de siglo. En 1528, Vara de Rey disponía de 156 vecinos pecheros


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA- HIDALGUÍAS, Hernando de Montoya, vecino de Vara de Rey, Signatura antigua, 303-388-4  

sábado, 7 de julio de 2018

Juan Rosillo, el reductor del Marquesado de Villena


Escudo de armas de la familia Rosillo,
 en la capilla de Santa Ana de la iglesia parroquial de Santiago Apóstol
Juan López Rosillo había tomado decididamente partido por la Reina Isabel desde los inicios de la guerra del Marquesado. Era hombre fiel a la Reina Católica y enemigo enconado del alcaide de Alarcón Hernando del Castillo, el hombre  del marqués de Villena en la zona. No es de extrañar que desde un primer momento recibiera mercedes de la Reina Isabel. El dos de septiembre de 1476, en Segovia, se expedía carta de privilegio e hidalguía a su favor. Juan Rosillo era reconocido como onbre hijodalgo e de solar conoçido e de vengar quinientos sueldos de mis rreynos. La carta sería confirmada posteriormente el nueve de octubre de 1503 y expedida ejecutoria en pergamino con sello de plomo colgado de hilos de seda el catorce de noviembre de 1503, en la ciudad de Segovia.

Curiosamente, la fecha de la carta de hidalguía de Juan Rosillo, dos de septiembre de 1476, coincide con la carta y privilegio que recibió la villa de San Clemente de no ser enajenada de la Corona real.

Carta de merced concedida a la villa de San Clemente para no ser enajenada de la Corona real.
AMSC. AYUNTAMIENTO. Leg. 2/3. Segovia, 2 de septiembre de 1476
La coincidencia de fechas de ambas cartas no es azarosa. Tampoco las formas. Aunque el original de la carta de hidalguía de Juan Rosillo ha desaparecido, sabemos que era una carta de privilegio en papel sellada con sello de cera colorada, al igual que la carta de la imagen superior de no enajenación de la Corona real de la villa de San Clemente. Eran tiempos de guerras, de concesión de mercedes para ganarse fidelidades y no había dedicación ni para el pergamino ni para sellos de plomo colgados de hilos de seda. El privilegio de hidalguía de Juan Rosillo es recompensa por los servicios hechos a la Corona por lo mucho que había trabaxado en que la villa de San Clemente y las otras villas del Marquesado se reduxesen a la obidiençia rreal. Juan Rosillo fue uno de los tres procuradores de la villa de San Clemente que acudieron hasta Segovia para obtener la merced real de no enajenación de la Corona. Los otros dos eran Diego de Montoya (¡un declarado hombre del Marqués!) y Juan López, hijo de Martín López. La petición se hacía después del requerimiento de sumisión a la autoridad real del comendador de Segura, Pedro de Manrique (el hermano del poeta Jorge Manrique), y en un contexto, primavera y verano de 1476, en el que las villas del Marquesado iban cayendo en manos de la autoridad real. En la pequeña triada, que actúo como embajada de la villa de San Clemente, hemos de ver el frágil equilibrio de fuerzas en el que se movían los distintos grupos que luchaban por el poder local en la villa de San Clemente. Junto a Diego de Montoya, nos aparece Juan de Martín López, que junto a otros vecinos como Juan López Tendero o la familia origüela, lucharon por el control del poder concejil, aprovechándose de la reserva de los oficios municipales a los pecheros.

Don Diego Torrente siempre se topó con la falta de datos sobre este Juan López Rosillo, o Juan Rosillo, destacando su papel a favor de la Corona en la guerra del Marquesado, siendo conocido por su protagonismo destacado en dicha guerra como el reductor del Marquesado de Villena. La villa de San Clemente sería tomada por el capitán García de la Madrid al servicio del maestre don Rodrigo Manrique y, fallecido éste, de su hijo Pedro, pero el hombre que alzó a la villa de San Clemente contra el Marqués de Villena fue Juan Rosillo. Su papel agitador se extendió a todas las villas del Marquesado
hiço que se alçase la dicha villa de San Clemeynte contra el Marqués. E a los otros lugares que se alçaron contra el Marqués de Villena e contra la villa de Alarcón, en todo ello entendió como prinçipal parte (1)
Creemos que Juan Rosillo, junto a otros dos hidalgos de la villa de Vara de Rey, Juan Alonso de Palacios y Fernando de Peralta, formaba el núcleo de los almagrados, opuesto al bando de los sebosos del alcaide de Alarcón y enemigos declarados del Marqués de Villena, don Juan Pacheco, y luego de su hijo. Todos ellos tuvieron un papel clave en el levantamiento de las villa de San Clemente y su aldea de Vara de Rey a favor de la Corona real. Juan Rosillo es presentado por Hernando del Castillo como deservidor de Marqués, mal hombre y de mala conciencia, jactancioso, enemigo capital de los conversos y perjuro levantador de falsos testimonios (2). Palabras gruesas de un enemigo irreconciliable, el alcaide del Alarcón, que no debió ser ajeno a la condena de muerte de Juan Rosillo, condena que no acabaría ejecutándose.

Las acusaciones de Hernando del Castillo denunciando el carácter pendenciero de Juan López  Rosillo no eran desacertadas. Junto a sus grandes servicios a la Corona, especialmente en el final del verano de 1479, intentando un mayor compromiso de la villas del Marquesado en la guerra, vinieron en los años de paz múltiples pleitos por ofensas y deudas en los que nuestro protagonista se vio inmerso. Los documentos han sido transcritos por Diego TORRENTE, destacando el pleito por injurias contra su antiguo compañero de procuraduría en 1476 en la ciudad de Segovia Juan de Martín López, alcalde ordinario, que en 1486 le injurió y ofendió públicamente, llamándole traydor e rrobador e falsario. El pleito se prolongó durante dos años, con un perseverante Juan Rosillo dispuesto a conseguir el destierro y condena pecuniaria de su enemigo y defender su honra ante sus rivales. A este pleito seguirían otros con sus vecinos y otros de Castillo de Garcimuñoz o de Belmonte por deudas (3).

Sin embargo, la inquina del alcaide del Alarcón contra Juan Rosillo, creemos que no se responde con la realidad sobre el terreno de la sociedad sanclementina. A diferencia de otras poblaciones como Villanueva de la Jara o Iniesta, la lucha de bandos estaba muy mitigada en la villa de San Clemente o no adquirío la virulencia sanguinaria de otras poblaciones. En la obtención de la merced de no enajenación de la villa de San Clemente de la Corona real hay mucho de oportunismo, que no se entiende sin la letra de la concordia firmada entre la Corona y el Marqués el 11 de septiembre de 1476, fecha de la toma de la fortaleza de La Roda. Según dicha concordia, quedarían en poder real cuantas villas se alzaron a favor de la Corona antes del 8 de septiembre. Hubo prisas, pues, por obtener la merced apenas unos días antes para una villa, la de San Clemente (y su aldea de Vara de Rey), que contaba con declarados partidarios del Marqués. No olvidemos que San Clemente era lugar de residencia habitual de la Marquesa de Villena madre, doña María de Portocarrero. En sus calles había crecido y jugado un Diego López de Pacheco niño. Pero más allá de la anécdota, San Clemente era lugar de residencia de declarados partidarios del Marqués: Diego de Montoya o Diego López de Haro y término donde otros aliados del joven Diego López Pacheco tenían sus haciendas: Hernando del Castillo en Perona o Ruy Saez de Ortega en Villar de Cantos, sin olvidar los Pacheco de la vecina Minaya, que habían recogido la herencia de Hernán González del Castillo. La propia Marquesa disfrutaba por legado testamentario del difunto Juan Pacheco de quinientos mil maravedíes sobre la rentas, derechos y pechos de la villa de San Clemente (junto a las de Belmonte e Iniesta)

En este contexto adverso, Juan Rosillo fue capaz de formar un partido favorable a la Corona. Contaba con la enemistad de la villa con el alcaide de Alarcón, al que no perdonaba sus intentos de hacer de Perona un señorío propio y también con las rivalidades que en Vara de Rey existían entre las familias hidalgas, en especial, entre los Peralta y los Montoya (4). De la actividad militar de Juan Rosillo se conoce poca y responde a una nota sin referencias que nos dejó don Juan José Bautista, según la cual durante el año 1478, siendo campo de batalla la zona de Cañavate, Castillo de Garcimuñoz y Villanueva de la Jara, San Clemente habría figurado al frente de la rebelión contra el Marqués. Pero los datos históricos no confirman este carácter aguerrido de los vecinos de San Clemente y creemos que la mención hace justicia y da fe del valor y arrojo de Juan Rosillo. La carta de hidalguía de Juan Rosillo se obtiene en este contexto de guerra, al igual que la carta de hidalguía obtenida por Juan Alonso de Palacios, En la merced de hidalguía se hace hincapié junto al valor de la tradición más dudosa, aquella del solar conocido, en la remuneración militar, esta del vengar quinientos sueldos. Las hidalguías de estos tiempos de guerra serían muy discutidas en las villas pecheras. Juan Alonso Palacios mantuvo un pleito interminable con la villa de San Clemente hasta obtener confirmación de su hidalguía en 1494. Juan Rosillo tuvo que esperar hasta 1503. Incluso Hernando de Peralta, cuyo padre había ganado en acción militar en la guerra de Granada, en tiempos de Juan II, su hidalguía, entraba en conflictos con la pechera San Clemente, quedando en tierra de nadie al añadir
su ya declarada enemistad al alcaide de Alarcón.

Juan Rosillo estaba casado con Elvira López. Su hijo Antonio casó con María de Haro, el matrimonio tuvo por hijo a Antonio, que casó en La Alberca con Isabel de Alarcón. Es difícil precisar la fechas de la vida de Juan Rosillo, el reductor del Marquesado de Villena, pues no somos capaces de determinar las fechas de las probanzas mandadas hacer por sus nietos y biznietos, anteriores a una nueva ejecutoria de 1582. En años anteriores (la primera datación posterior es un auto de la Chacillería de 1578) se debieron hacer las probanzas. Felipe de Segovia, un anciano de San Clemente de 75 años, recordaba haber conocido a Juan Rosillo como hombre que andaba con palo por ser hombre tan viejo. Había fallecido cincuenta y ocho años antes. Creemos que las probanzas son cercanas a 1570. La razón, la encontramos en el testimonio que, en otra probanza sobre la hidalguía de los Haro, nos dio Juan Rosillo (otro hijo del reductor del Marquesado, nacido pasado el año 1460, que marchó a Chinchilla), que daba como fecha aproximada de la muerte de su padre la década de 1510.

Los Rosillo tenían capilla propia en la iglesia parroquial de Santiago Apóstol. La capilla de Santa Ana, lugar de enterramiento de la familia y fundación al parecer del hijo mayor de Juan Rosillo y Elvira López, Alonso López Rosillo


Capilla de Santa Ana, de la familia Rosillo,
 en la iglesia de Santiago Apóstol de la villa de San Clemente

Poco sabemos de la hacienda de los Rosillo, más allá de la afirmación de un hidalgo sanclementino de ochenta años llamado Francisco Gómez, que nos decía que era hombre que vivía de su hacienda y hacía mucha hacienda ansí en la villa de San Clemente como en otras partes. Sabemos de un vínculo fundado por Juan Rosillo en Pozoamargo. Entre las rentas que gozaba Juan Rosillo, una de ellas era un situado sobre las rentas reales del Marquesado de Villena de quince mil maravedíes


AGS, EMR, leg. 70. Relación de las rentas reales del Marquesado de Villena y Reino de Murcia. 1499-1500

Los Rosillo con el tiempo, y a lo largo del siglo XVI, se diseminaron por las poblaciones cercanas de La Alberca, Santa María del Campo y Villaescusa de Haro. En los años setenta se inician nuevos pleitos en la Chancillería de Granada por ver reconocida la ejecutoria de 1503 ante los concejos de los nuevos lugares de residencia. Los hijos de Antonio Rosillo, hijo de Juan el reductor del Marquesado de Villena, de nombres Antonio y Juan, habían marchado a vivir a La Alberca. A su vez, los hijos del primogénito Antonio vecino de La Alberca se habían establecido en Villaescusa de Haro, caso de Antonio, que fijo su residencia en la aldea de Villar de la Encina, y en Santa María del Campo Rus, caso de Cristóbal. Antonio Rosillo, vecino de Villaescusa de Haro, obtendría ejecutoria de hidalguía el 15 de junio de 1582.

Una rama de la familia se asentaría en Málaga. Los descendientes de Juan Rosillo, nieto de Juan el reductor del Marquesado, pero sin que podamos asegurar de que se trata del hermano de Antonio, establecido en La Alberca

Juan Rosillo que vino de San Clemente, este fue nieto de Juan López Rosillo, llamado el Restaurador del Marquesado de Villena, por lo que los Reyes Católicos le dieron varios heredamientos, con privilegio executoriado, sobrecartando su nobleza en Segovia a 9 de mayo de 1503, (¿octubre?), y la de sus descendientes legítimos, declarándolos a todos por hijosdalgo de sangre de los de vengar 500 sueldos áureos a fuero de España, como dicho Juan López lo era, y que como a tales les guardasen sus preeminencias en todas partes donde hicieren asiento y morada, por lo que el dicho Juan Rosillo y sus descendientes ganaron su executoria de confirmación, de Felipe II en 9 de marzo de 1575 y 16 de abril de 1581. Son descendientes suyos como venidos de la villa de San Clemente a Málaga sus mayores, los Medina Rosillo (5)
Hoy en la Chancillería de Granada tenemos copia de la carta de hidalguía de Juan Rosillo, cuyo original se conservaba en el Archivo de la familia Fontes y que desapareció desgraciadamente durante la guerra.

ARCHIVO DE LA CHANCILLERIA DE GRANADA. HIDALGUÍAS: Antonio Rosillo. Signatura antigua: 301-68-20, 15 de junio de 1582


(1) GARCIA MORATALLA, Pedro Joaquín: La tierra de Alarcón en el Señorío de Villena (siglos XIII-XV). IEA "Don Juan Manuel". Albacete. 2003.  pág. 217. Declaración de Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón, ante el Santo Oficio en el expediente conservado en el Archivo Diocesano de Cuenca (INQUISICIÓN, Leg. 27/480, fol. 114 vº y 115 rº)
(2) Ibidem, pág. 217
(3) TORRENTE PEREZ, Diego: Documentos par la Historia de San Clemente. Tomo I. 1975. pp. 156 y ss.
(4) GARCIA MORATALLA, Pedro Joaquín: La tierra de Alarcón en el Señorío de Villena (siglos XIII-XV). IEA "Don Juan Manuel". Albacete. 2003.  pág. 217. Hernando de Peralta era enemigo declarado del alcaide de Alarcón, Hernando del Castillo. Una rencilla con Pedro de Montoya, casado con una sobrina del alcaide, a la que había acudado de judía, le había llevado a perder el brazo.
(5) GARCÍA DE LA LEÑA, Cecilio: Conversaciones históricas malagueñas. Parte II. Málaga moderna. Imprenta Luis de Carreras. 1792
ARCHIVO DE LA CHANCILLERIA DE GRANADA. HIDALGUÍAS: Antonio Rosillo. Signatura antigua: 301-68-20, 15 de junio de 1582

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jueves, 5 de julio de 2018

Los antecedentes familiares de Francisco Becerril, platero conquense






Los antecedentes de los hermanos Becerril, famosos plateros del Renacimiento conquense (al menos Francisco) se remontaban al abuelo Rodrigo de Potes, en Paredes de Nava, hombre pechero, a decir del procurador del concejo de Cuenca. Incluso, degradando aun más el origen familiar se quería ver en Juan de Potes, un pobre llegado a la villa de Arce, en La Montaña, en el primer cuarto del siglo XV, el origen de los Becerril. Estos antecedentes pecheros, o al menos así presentaba los orígenes de la familia Becerril el concejo de Cuenca, podían más que los deseos de Francisco de Becerril y sus aspiraciones hidalgas, que fueron negadas por la sentencia dada por la Chancillería de Granada en grado de revista el 15 de marzo de 1549. La sentencia sería definitivamente confirmada el ocho de abril de 1549.

Las probanzas de testigos habían comenzado en marzo de 1544 en la villa de Paredes de Nava, aunque el conflicto por la hidalguía se remonta a un año antes. Incluso, según nos dice AMELIA LÓPEZ YARTO, los hermanos Becerril, de la mano del mayor Alonso, ya presentaron probanza de testigos favorables en 1528, que llevaría a la aceptación de su hidalguía por el concejo de Cuenca y a su exclusión de los censos de pecheros de 1535 y 1544. No obstante, cabe dudar de esta afirmación, pues según los testigos la probanza de 1528 fue obra de una generación anterior, el padre Álvaro y su hermano Alonso (1).

Francisco de Becerril era hijo de Álvaro de Becerril, vecino de Cuenca, y nieto de Rodrigo de Potes, vecino de Paredes de Nava, casado con Mari Sánchez. El matrimonio tuvo otro hijo llamado Alonso. Álvaro de Becerril casaría con Mari López, de cuyo matrimonio nacería Francisco el platero. Alvaro de Becerril había llegado a Cuenca desde Paredes de Nava, junto a su hermano Alonso, hacia 1485. Los dos eran muchachos. Aun se conoce un tercer hermano, de nombre Hernán Gutiérrez, que era escudero en Paredes de Nava; un hijo de este Hernán, llamado Sebastián, había sido alcalde de la hermandad en la ciudad de Palencia. La familia de Rodrigo Potes, que falleció hacia 1485, descendía de la casa solar de Arce
hidalgo de las montañas e de solar conosçido que dezía que hera del solar de Arze que es una casa e solar conosçido de hidalgos en la Montaña
Rodrigo se sabe que era hijo de un tal Álvaro de Potes y María Fañez. Entre los hechos de armas que se consideraban distintivos de su hidalguía estaba su participación en la batalla de Toro de 1476, algo retórico en las probanzas de la época. Tal vez la temprana muerte de Rodrigo de Potes (los testimonios de los vecinos de Paredes de Navas le reconocen como mucho una decena de años de residencia en esa villa), obligó a sus hijos Álvaro y Alonso a emigrar a Cuenca, desde esta ciudad mantuvieron el contacto con su madre
e que la escrevían que se fuese a Cuenca con ellos e que ella no quería salir de su tierra
Álvaro y Alonso salieron mozos de su tierra para establecerse en Cuenca y no volver, aunque en 1528 pasaron quince días en Paredes de Nava para hacer probanza de testigos que atestiguara su hidalguía. ¿Cómo llegaron hasta Cuenca? Lo desconocemos, pero los hombres de aquellos años iban de un lado para otro. Y un lugar de encuentro eran las ferias. Alonso Luis (tal vez portugués) encontró a los dos hermanos años después, en la feria de Mondéjar, hacia 1515 (las citas de los testigos casan mal con un Francisco Becerril huérfano, como se ha dicho).

Para esclarecer un poco más sobre los orígenes de la familia Becerril es necesario acudir a la opinión de la otra parte. El concejo de la ciudad de Cuenca presentó una probanza alternativa en febrero de 1547. Allí se aportaba lo que callaba el platero Francisco. Antes de vivir en Paredes de Nava, Rodrigo de Potes y sus hijos habían vivido algunos años en Becerril de Campos, lugar de behetría de mar a mar y villa mal avenida con los hidalgos, donde todo el mundo pechaba. Es más se negaba la residencia de los Becerril en Paredes de Nava. Se acusaba de perjuros a los testigos presentados por Francisco Becerril en Paredes de Nava (2). Los testigos de 1547, presentados por el concejo de Cuenca, fueron especialmente incisivos contra los Becerril. Juan de Nogal se presentó a sí mismo como un gran conocedor de los padrones de hidalgos y pecheros de la villa de Paredes de Nava (y hemos de suponer de la diversidad de grafías antiguas). No en vano, en su poder habían estado los libros de encabezamientos de alcabalas. Confesó no haber visto a ningún Potes o Becerril en los padrones de pecheros o hidalgos de Paredes de Nava, una villa que tenía mil vecinos de población. Tan solo ciento veinte años atrás aparecía un tal Juan de Potes, asentado ya no como pechero sino como pobre. La afirmación no caería en saco roto a oídos de un concejo de Cuenca deseoso de negar la hidalguía a Francisco Becerril.

Pero la mayoría de los vecinos, que por esos laberintos de la historia ya tenían dudas para situar la tierra de Campos si en el Reino de León o si en el de Castilla, en la memoria oral se conservaba el recuerdo de un Rodrigo de Potes y su hijo Álvaro como vecinos de Paredes. Ni una aseveración que confirmase la vecindad de Rodrigo Potes o su hijo en el lugar de Becerril. Las únicas sospechas del paso de la familia Becerril por esta localidad del mismo nombre es a estas alturas una simple suposición: el bisabuelo Álvaro de Potes aparece indistintamente en las declaraciones de testigos como Álvaro de Becerril, quizás tomase el apellido del lugar de su residencia, pero es una hipótesis, nada más que eso, únicamente fundada en las acusaciones interesadas del concejo de Cuenca de atribuir a la familia un origen en un lugar donde todo el mundo pechaba y quizás en el deseo de Francisco, por las razones mencionadas de ocultar ese origen. En cualquier caso el lugar de Becerril no sería sino una más de las estaciones de los Becerril en su periplo.

En realidad, la inquina del concejo de Cuenca contra la hidalguía de Francisco Becerril no era cuestión particular, sino que iba dirigida contra un conjunto de notables que, en opinión del concejo de Cuenca, se hacían pasar por hidalgos. La lista de estos hidalgos pretendidos, cercenada, se presentó ante la Chancillería de Granada el 16 de junio de 1543 era larga, entre ellos figuraban apellidos de renombre: Cañizares, León. Caja, Parada, Chirino, Montemayor, Teruel, Alarcón, Valenzuela, Velázquez, Requena, Castillo, Chinchilla, Barrientos, ... y Francisco de Becerril.

Vecinos de la ciudad de Cuenca, cuya hidalguía fue puesta en entredicho: Juan Caja, Juan de Atienza, hijo de Juan de Atienza, Francisco Ruiz, mayordomo del marqués de Cañete, el licenciado Mancio de León, el licenciado Juan de Pedraza, el licenciado Barrientos, el bachiller Barrientos, el licenciado Santo Domingo, Gómez de Ecija, maestre Miguel Alonso García, Roque Villalpando, Aparicio de Requena, Juan Montesino, María de la Mota, Luisa de Villanueva, Juan del Castillo, Francisco Becerril y sus sobrinos, Diego Hernández de Parada, Juan de Alarcón y Alonso de Alarcón y su hijo Juan de Alarcón, el bachiller Requena, Juan de Valenzuela, Alonso de Valenzuela, Bernaldino de Valenzuela, la de Juan de Rojas.
ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Francisco Becerril. Signatura antigua: 302-309-10

El 16 de junio de 1543 es así una fecha clave y partida de varios pleitos de hidalguías, cuyo estudio es imprescindible para estudiar los orígenes de la baja nobleza conquense. Aunque la lista inicial se filtraría finalmente, dejando al margen de la duda a linajes como los Cañizares, Montemayor, Teruel, Velázquez o de la Muela (no obstante, estos dos últimos linajes los vemos inmersos en pleitos en la Chancillería). Algunos de estos hidalgos apoyarían a Francisco de Becerril en sus pretensiones, tales fueron Juan de Cañizares, Hernando Pérez de Teruel, Gonzalo de Castro o Andrés del Peso. Enfrente, los linajes de mayor peso de la ciudad: Hurtado de Mendoza, guarda mayor de la ciudad, o Luis Carrillo de Albornoz.

Francisco Bezerril platero vº de Cuenca
Hasta 1543, Francisco Becerril disfrutó de la condición hidalga o al menos gozaba de alguna exención de pechos. Como prueba de ello, aportó traslado de los padrones de 1528 y 1535 (y otro intermedio sin fecha), donde aparecía su nombre como exento de pechos. La inclusión de Francisco como hidalgo tiene mucho que ver con la probanza que su padre Álvaro y su tío Alonso hicieron en Paredes de Nava en 1528. La inclusión en los padrones de hidalgos de los años treinta y las probanzas de Cuenca, que no nos ha llegado, y de Paredes de Nava, el año de 1544, fueron determinantes para que la Chancillería de Granada emitiera una primera sentencia de 15 de diciembre de 1544 favorable a la hidalguía de Francisco Becerril


Sentencia de la Chancillería de Granada de 15 de diciembre de 1544, favorable a la hidalguía de Francisco Becerril
ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Francisco Becerril. Signatura antigua: 302-309-10

La respuesta de la ciudad de Cuenca de tres de marzo de 1545, por parte de su procurador Juan de Santacruz, fue durísima: Francisco Becerril era hombre pechero y descendiente de tales, sus ascendientes procedían de Becerril de Campos, pueblo de behetría donde no había hidalgos, el padre y tío de Francisco habían pechado en Cuenca. Aunque las acusaciones más groseras llegaron después. El padre de Francisco Becerril había ejercido varios oficios viles, entre ellos el de zapatero, y el pretendiente a la hidalguía era confeso y descendiente de confesos por parte masculina y varonil. Ambas afirmaciones no venían probadas, aunque la primera, oficio de zapatero y otros viles, parece más convincente. De la segunda acusación, la de judaizante, más grave, no hay aportación de más datos.

El pleito permaneció estancado hasta mayo de 1546. Los meses siguientes se desarrollaron entre infructuosas peticiones de las partes. Hasta que el tres de agosto de 1546, la ciudad de Cuenca consigue nuevo auto de la Chancillería de Granada para aportar nuevos testigos que contradijeran las probanzas de Francisco Becerril. El fiscal Bracamonte y el procurador Santacruz se apoyaron en los pleitos que por hidalguías se seguían contra Juan de Atienza y los hermanos Hernando Velázquez y Juan Velázquez Cuéllar para recusar por impedidos a algunos testigos favorables a Francisco Becerril. La probanza del concejo de Cuenca no se llevó a término, pues el receptor encargado de ella estaba ocupado en los contenciosos de los menederos y nogueroles. La mención de este pleito de los monederos no es baladí, pues detrás del término se esconden los privilegios de exención de pechar que tenían los oficiales de la Casa de la Moneda de Cuenca. Sabemos que Francisco Becerril fue ensayador de la ceca conquense desde 1525 y que seguía ligado a esta ceca en 1553 (3) y que como tal gozaría de exención de pechos. Posiblemente el tema saliera a relucir para negar la hidalguía de Francisco Becerril. Oficiales en la Casa de la Moneda de Cuenca serían también el platero Pedro Román, ligado al taller de Francisco Becerril, y el propio hijo de Francisco, el platero Cristóbal.

Marca de los Becerril, de la ceca de Cuenca


Finalmente, el pleito acabó derivando a la autenticidad de los padrones de exentos o hidalgos. La ciudad de Cuenca presentó por sus procuradores nuevos padrones que demostraban la condición pechera de los Becerril. Los padrones de 1535 no aparecieron. El resultado fue la revisión de la sentencia de diciembre de 1545 y la emisión de una nueva sentencia de 29 de octubre de 1547, que declaraba pechero a Francisco Becerril

Sentencia de 29 de octubre de 1547, declarando pechero a Francisco Becerril
ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Francisco Becerril. Signatura antigua: 302-309-10




Confirmación definitiva de sentencia anterior declarando pechero a Francisco Becerril. 15 de marzo de 1549
ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Francisco Becerril. Signatura antigua: 302-309-10

En suma, el origen de este gran artista se sigue manteniendo en la oscuridad. Hemos pretendido en las contradicciones de probanzas de testigos aportar algunos destellos del gran platero conquense del siglo XVI. Ni siquiera hemos dar por cierto el año de su nacimiento, 1494, dado por veraz. Hoy damos demasiada importancia a esas dicotomías de la época entre ser hidalgo o pechero, cristiano viejo o converso, platero o ensayador de la ceca. Hemos de pensar que para nuestro protagonista estas trabas fueron un obstáculo en su deseo de reconocimiento social, pero quizás un acicate más en su impulso y genio creador.



(1) LÓPEZ-YARTO ELIZALDE, Amelia: Francisco Becerril. CSIC, Madrid, 1991p. 3
(2) Estos testigos, supuestamente mayores de ochenta años, y cuya edad ahora se rebajaba en veinte, eran Juan de la Torre, García Alonso, Antón Luis, Pedro de la Torre, Pedro Lobete, Pedro Monzón y Diego de Palencia Tejedor.
(3) ROYO MARTÍNEZ, María del Mar: "Datos documentales sobre plateros y ensayadores que trabajaron en la ceca de Cuenca en el siglo XVI" en Boletín del Museo e Instituto Camón Aznar. LXVIII (143-166) 1997, pp. 143-165


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍAS. Francisco Becerril. Signaturas antiguas: 302-248-9, 302-246-8, 302-309-10, 301-20-17