El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

sábado, 6 de mayo de 2017

Los Piquinoti y Carrascosilla de Huete: el condado de Villaleal

Escudo de los condes de Villaleal en la casa palacio Piquirroti de San Clemente
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La familia Origüela, esa gran olvidada por la historia de la villa de San Clemente, tuvo que esperar ciento sesenta y ocho años años para ver reconocida la hidalguía a la que tuvo que renunciar el primero de la familia, Pedro Sánchez de Origüela, cuando se avecindó en la villa de San Clemente en 1455. El ennoblecimiento llegó de don Pedro González Galindo, que había amasado su fortuna en el Perú en los últimos años del quinientos; vuelto a España, su posición se vio reforzada por su matrimonio con la también indiana María de Tébar Aldana, prima suya y sobrina del doctor Cristóbal de Tébar. Don Pedro González Galindo consiguió tras litigar con la villa de San Clemente ver reconocida su hidalguía el año 1623. La hidalguía fue acompañada de la correspondiente fundación de mayorazgo, que recaería en un primer momento en su hijo Pedro, aunque la beneficiaria a la larga sería su hermana. Posteriormente, la proyección de la familia escapa del localismo de la villa de San Clemente, por el matrimonio de la hija de Pedro y María, Antonia Galindo, con Francisco María Piquinoti, de familia asentista genovesa, y prestamistas principales de la Corona durante el reinado de Felipe IV. El encumbramiento definitivo de la familia vendría cuando Benito Galindo Piquinoti, hijo de Antonia Galindo y Francisco María Piquinoti, es nombrado Conde de Villaleal el 29 de diciembre de 1676, tal como se reconocía por la escritura otorgada por doña Mariana de Austria, como tutora de su hijo menor Carlos II:

Lo que por mandado de su Magestad la Reyna nuestra señora se asienta y concierta con el señor don Benito Galindo Piquinoti, cauallero de la orden de Alcántara, sobre la merced que su Magestad le haze por vía de venta y contrato onoroso de la jurisdición, señorío y vassallaje del lugar de Carrascosilla del partido de la ciudad de Huete, que se supone tendrá asta treinta vecinos y media legua de término es en la forma y con las calidades y condiciones siguientes

  • La primera condición hace referencia de la venta de Carrascosilla de Huete en el marco del contexto de la venta de veinte mil vasallos del año 1627, para pago del asentista de la Corona Octavio Centurión, a su primer propietario Don Pedro de Amoraga y Salcedo. La aldea vuelve a la Corona el 16 de diciembre de 1673 por no hacer frente a los pagos de la compra Juan Antonio de Amoraga, hijo del comprador. Es entonces cuando Benito Galindo Piquinoti se ofrece a comprar la aldea a la Hacienda Real, que asienta a dicha venta el 24 de junio de 1674, pagando Benito Galindo Piquinoti la mitad al contado y la otra mitad en medias anatas. La escritura de venta es de 28 de junio de 1674
  • La venta se hace por juro de heredad perpetuo con la jurisdicción, señorío y vasallaje de dicho lugar 
  • Benito Galindo Piquinoti debía pagar por cada vasallo dieciséis mil maravedíes en plata  o a seis mil cuatrocientos ducados en la misma moneda de plata por cada legua legal del término, a elección de su majestad o del Consejo de Hacienda
  • Piquinoti debía pagar la media anata de dicha venta 
La venta de formalizó por Real Cédula de Carlos II de cinco de julio de 1674, para entonces ya se había decidido cambiar el nombre al lugar de Carrascosilla a Villaleal. El juez de comisión encargado de dar la posesión de Carrascosilla a Benito Galindo Piquinoti fue Pedro de Herrera Ceballos, acompañado de alguacil y escribano receptor. El acto se celebró un 16 de julio en la casa que en dicho lugar poseía el regidor de Huete don José Graciano Figueroa. Estaban presentes los siguientes moradores del lugar: Juan de Arana, alcalde ordinario, Sebastián Culebras, Sebastián Cantero, Francisco de Arana, Domingo de Arana, Alejo Duque, Jacinto Guijarro y otros vecinos de los que no se dice el nombre. Benito Galindo Piquinoti no estaba presente en el acto de posesión. En Madrid había dado su poder a Pedro Rodríguez Anguix, regidor de Huete, y al capitán Benito Cavero. A Carrascosilla de Huete se le cambiaría el nombre por el de Villaleal, por cédula real de 24 de agosto de 1674. la posesión definitiva de Benito Galindo Piquinoti sobre Carrascosilla de Huete, y creación de facto del Condado de Villaleal, vendría confirmada por escritura dada en Madrid a 29 de diciembre de 1676, que reconocía la venta de dicho lugar el 8 de junio de 1674 por un millón setecientos treinta y cuatro mil novecientos noventa y nueve maravedíes de plata.

La posesión fue contradicha por su anterior propietario Juan Antonio de Amoraga y Espinosa, que era regidor perpetuo de la ciudad de Huete, y el capitán Juan Fernández de Sandoval y Pareja, vecino también de Huete y cesionario de Juan de Vera, que alegaba como acreedor de los Amoraga derechos sobre el lugar, de acuerdo con la venta de 1627 y las obligaciones existentes entre ambos. Pero sus peticiones fueron desechadas.

A continuación se nombraron nuevos oficiales. Alejo Duque como alcalde mayor, Sebastián Cantero por regidor y como alguacil, Francisco de Arana. Luego se tomó posesión simbólica de un horno, que presentaba un lamentable estado de abandono, con la techumbre derrumbada. El pueblo no disponía de cárcel, ni de taberna, ni mesón, ni carnicería, ni tienda.

Carrascosilla de Huete, foto de Faustino Calderón, tomada de la página web
http://lospueblosdeshabitados.blogspot.com.es
Carrascosilla era por entonces un lugar sin vecinos, ocupado por renteros. Tal como se reconocía de mucho tiempo a esta parte a estado sin población esta villa y que los vecinos que auía en ella se an ydo a uiuir a lugares circunuecinos y que los que al presente ay son renteros de don Pedro de Amoraga y don Joseph Graciano (señor de Valdecolmenas), vecinos de Huete. El 19 de julio de 1674 se hizo el recuento de casas y vecinos, que reproducimos por acercarnos al conocimiento del pueblo en aquellas fechas. La villa se había vuelto a poblar en 1672 con renteros, después de estar despoblada desde algunos años atrás, debido a la esterilidad de los tiempos. La villa había estado abandonada durante cuatro años, desde 1669, hasta que en ese año de 1672 se volvió a abrir la iglesia con párroco y de nuevo a lucir la lámpara del Santísimo Sacramento. Propiedad vinculada a los mayorazgos de José Graciano y Pedro de Amoraga, los renteros habían ocupado las casas, incentivados por la exención del pago de impuestos. En realidad, la despoblación de la villa de Carrascosilla fue una artimaña legal de Juan Antonio de Amoraga para no pagar tributos, tal como reconocía el testigo Domingo Duque
que es vecino de la villa de Alcozer y labra diferentes tierras que primero lo fueron de don Juan de Amoragas su tío y su mayorazgo de más de cinquenta años a esta parte y por el pasado del sesenta y nueue diferentes renteros de don Juan Antonio de Amoragas que viuían y heran vecinos desta villa siendo el susodicho señor de ella se fueron a lugares circumbecinos abecindarse así por falta de los frutos como por no pagar su renta y los tributos y hauiéndose quedado el testigo, diciendo el dicho Juan de Amoraga que conuenía que se fuese porque no hauiendo vecindad se daría por despoblada la villa y no pagaría tributos se fue y tomó vecindad en la villa de Valdecolmenas de Abajo
Así, los vecinos de Carrascosilla abandonaron la villa uno tras otro; pero sabedores que no se pagaban tributos, una vez declarada como despoblada la villa, volvieron de nuevo a ella (alguno tan solo dos meses después) para cultivar las tierras. De hecho, la realidad era que los vecinos habían cambiado de vecindad pero no de residencia, por lo que la Iglesia volvió a ser abierta para dar el servicio religiosos a una comunidad estable. Todos los vecinos volvieron, a excepción de tres de ellos, que habían marchado a Saceda del Río. El gran beneficiario de la situación era Juan Antonio de Amoraga que en la argucia había encontrado la solución para recomponer sus decaídas rentas, aunque como sabemos no con la suficiente premura como para pagar sus deudas y evitar que Carrascosilla pasara a los Piquinoti.

En realidad, la decadencia de Carrascosilla de Huete había comenzado mucho antes. A decir de un testigo, la escribanía del concejo había desaparecido hacía cincuenta y siete años, aunque esporádicamente había suplido sus funciones un fiel de fechos. En 1674, la villa ya estaba poblada por once casas que detallamos a continuación
Primeramente entró en una casa que está a la orilla de esta villa como se sale de ella a la ermita de San Seuastián que es del maiorazgo que posee don Juan Antonio de Amoragas, rexidor de la ciudad de Huete, según dijo el dicho alcalde (Alejo Duque), en la qual declaró el susodicho viuía como su maiordomo y asimismo Juan González y Alonso Garrido, mozos de la labranza, vecinos de la ciudad de Huete y que unos ni otros no tenían vecindad en esta villa
Entróse en una cassa acessoria del dicho maiorazgo en que viue María Cantera, viuda de Afonsio de Arana, tiene dos hijos sin hauer tomado estado Domingo de veinte y dos años y Isauel de diez y ocho, y dijo no tenía tomada vecindad y que la tenía en el lugar de Saceda del Río, no tiene criados
Entróse en cassa de Seuastián Cantero, regidor de esta villa, que asiste a esta diligencia, que dijo ser rentero de don Joseph Graciano y ser natural de esta villa casado de primer matrimonio con Francisca García de quien tiene seis hijos: Seuastián de diez y siete años soltero, Julián de doce, Diego Felipe de diez, Ana de siete, Francisco de cuatro y María de diez meses y no tiene criados
Entróse en cassa de Domingo Duque, cassado que fue de primer matrimonio con Isauel Alonso de quien tuuo dos hijos que son vecinos y naturales de Valdo Solmenas, donde están cassados mucho tiempo a y de segundo matrimonio con Catalina de Ygueras, de quien tiene tres hijos, Alonso de veinte, Ysauel de diez y ocho y Ángela de doze, y ninguno a tomado estado y que no tiene tomada vecindad y lo está en Bal de Colmenas y que es rentero de don Gómez de Amoraga vecino de la villa de Alcozer y que en la cassa en que viue es de su maiorazgo
Entróse en cassa del maiorazgo que posee don Joseph Graciano Figueroa, vecinos que dijeron ser de Madrid y señor de Val de Colmenas de Arriua, viue en ella Seuastián de Culebras, cassado de primer matrimonio con María Domínguez, tiene siete hijos: Romualdo de veinte y tres años, Seuastián de diez y ocho años, Ysauel de diez y séis, Lucía María de catorce, Juan de treze, Jacinta Josepha de nueue, Teresa Marta de ocho, no tiene criados ni tomado estado ningún hijo y que no tiene tomada vecindad y que solo es rentero del dicho don Jose Graciano
En dicha cassa viue en compañía de los referidos el licenciado Juan Cano García presuítero, theniente de cura de la parrochial de esta villa no tiene criados
Entróse en cassa que viue Francisco de Arana rentero que dijo ser de don Juan Antonio de Amoraga, casado con Ana de Moia, de primer matrimonio no tiene hijos ni criados ni vecindad tomada
Entróse en una cassa de Gregorio López, que se dijo estar ausente y siruiendo, en la ciudad de Huete de tres años a esta parte y es cassado con María de Arana, que viue en dicha cassa, tiene cuatro hijos, Julián de once años, Francisco de seis, Joseph de cinco y Ana de dos y que no tenía tomada vecindad
Entróse en cassa de Juan de Arana, rentero de don Juan Antonio de Amoraga, cassado de primer matrimonio con Jazinta de Agraz, tiene cinco hijos de Juan de diez años, Ysauel de ocho. Joseph de seis, Afonso de quatro, y Antonio de seis messes y que no tiene criados ni tomado vecindad aunque es natural desta villa 
Entróse en casa de Xacinto Guijarro rentero que dijo ser de don Joseph Graciano y vecino de Valparaiso, cassado de primer matrimonio con Quiteria Martín, tiene un hijo que es de seis meses, nombrado Xacinto que no a tomado vecindad en esta villa
En la cassa última de la dicha villa viue Chistóbal Gómez de hedad de treinta años, soltero, rentero de don Joseph Graciano y dijo no tener vecindad mediante la despoblación
Los mismos renteros de Carrascosilla, en sus testimonios,  nos  dejaron una descripción del pueblo, gracias a la cual podemos recorrer sus términos, bienes de realengo y propios del concejo, incluyendo el deslinde con  un antiguo despoblado llamado Tejer Viejo, el lugar de Saceda del Río y la villa de Verdelpino
y que por auer andado muchísimas veces el término saue que ni en él ni en esta villa no ai castillo ni cassa fuerte ni montes ni prados y valdíos que toquen a su magestad ecepto un ejido que está cercano a el orno del Concejo que será de asta dos fanegas poco más o menos y en él ay el passo y camino para los ganados y fuente y no se a arrendado y se arreinda porque cuando ay obligado assí él como el prado del concejo que está a la salida de el camino de Huete se da para el ganado de la carnicería y sirue también para el ganado de lauor y que assimismo tiene el concejo y son sus propios un montecillo vaxo que es carrascal y algunos robres pqueños que está a la uista del término de el despoblado de Texer Viejo, que era aldea de la ciudad de Huete y lo que produce de los propios y término cerrado seruía para aiuda para pagar los tributos de que se sacó despacho en el tiempo que tomó possesión del señorío para hacer el costo don Andrés de Andrada a quien se le dió y después que se dio por despoblada la villa ymportando mil reales antes más que menos cada año no an perciuido los vecinos marauedís algunos y lo a hecho el mayordomo que es y a sido de don Juan Antonio de Amoraga y se acuerda lo tuvo un año un vecino de Saceda del Río y otro año el licenciado León y el licenciado Vallesteros que son de Valdemorillo y al presente lo tiene y tuvo el año passado el licenciado don Antonio Oroquieta, cura de Caracenilla y a unos y a otros los a visto pastar con sus ganados y que en quanto al término lo que toca a la ciudad de Huete empieza en lo alto del sitio de la Varga y va corriendo por vaxo de la Morrilla asta el cerro de las Puercas donde cierra su término y entrada el de la villa de Verdelpino y va corriendo todas las cumbres de los Hoiaços aguas vertientes las que miran a esta villa y de allí se va continuando en derechura hasta el varranco de la Culebra por encima de el colmenar de el portugués y de allí en derechura al corral de Pascual Gutiérrez, dejándole en la jurisdicción de Verdelpino y de allí se prosigue por la cabeza del cerro de el Enebro asta encima de el poço  de esta villa donde cierra el término de la de Verdelpino y entra el de el lugar de el Texer Viejo, que al presente está despoblado y sin cassa alguna y de el ua siguiendo en rredondo por la cumbre de la buelta del poço quedando las aguas vertientes a esta villa asta llegar al corral que llaman de Pedro Sanz que quedan dentro de esta jurisdición y continúa asta el corral que llaman de Roque, que al presente es del licenciado Juan Cano García theniente cura de esta villa y que da dentro y cierra el término de el dicho lugar despoblado de Texe Viejo y entra en el lugar de Saceda del Río y corre asta el corral de la Senda Blanca por el visso que está por encima del camino de Bonilla y de allí corre asta la caueça de arriua atrauesando la hoia de la Verdad y prosigue a la caueça de el medio, de allí a la caueça de auajo aguas vertientes a lo que mira a esta villa y desde allí corre por deuajo de los Silancos asta el camino real de Huete y mojón de la Varga que es donde se començó 

Archivo Histórico Nacional, CÓDICES, L. 1151. Privilegio a Benito Galindo Piquinoti, conde de Villa Leal, de la jurisdicción, señorío y vasallaje de la villa de Carrascosilla, partido de Huete (Cuenca), a la que se le cambia el nombre por el de Villa Leal. 1676

lunes, 1 de mayo de 2017

San Clemente: de república pechera a república patricia

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No quisiéramos trasladar la idea que con el establecimiento de los regidores perpetuos en 1543, comprados a cuatrocientos ducados el regimiento, se pusiera fin a un periodo de democracia en el gobierno del ayuntamiento de la villa de San Clemente, pero la instauración de estos regimientos perpetuos supuso un punto de inflexión en los gobiernos de las villas del Marquesado de Villena. El gobierno de los ricos ya se denunciaba en San Clemente o Villanueva de la Jara desde finales del siglo XV, pero desde el Consejo Real se procuró intervenir para acabar con los abusos de los poderosos.

En Villanueva de la Jara, la elección de los oficios municipales recaía en unas pocas familias que monopolizaban el poder. Los regidores salientes elegían a los entrantes, en lo que era una fórmula habitual en otras villas.  Se intentó acabar con los abusos en el ejercicio del poder desde la tradición histórica, intentado recuperar lo que el fuero de Alarcón decía en materia de elección de oficios: por suertes entre aquellas personas ociosas que poseyeran caballo, armas y casa en la villa desde hacía un año*. Sin embargo, las protestas en 1495 no venían de una minoría de caballeros villanos. Era el común de los vecinos el que protestaba contra el abuso de una minoría de vecinos ricos que disfrutaba de los propios de la villa en beneficio propio. Por eso la contestación del Consejo Real no podía retrotraerse al fuero de Alarcón; ahora en tiempos de paz eran necesarias unas nuevas ordenanzas, que introdujeran novedades para intentar frenar los abusos: creación de nuevos oficios concejiles, ante quienes los oficiales municipales ya existentes debían responder de su actividad pasada en el ejercicio del cargo; creación del oficio de procurador síndico, que recogía las quejas de la comunidad de los vecinos, e introducir un criterio de capacidad en la elección de los cargos frente al de riqueza u otros criterios medievales de una sociedad militar. Elección por suertes que ampliaba la base de electores y las personas elegibles, que debían ser personas áuiles i sufiçientes e veçinos de la dicha villa, aunque no tobiesen ni obiesen tenido ni mantenido armas ni caballos un año antes. Así un aire de democracia se extendió por los concejos del Marquesado de Villena en las dos primeras décadas del quinientos; superando los intentos de regresión señorial a la muerte de la reina Isabel, ese carácter participativo de la vida municipal llegaría a tener su momento álgido en la época de las Comunidades.

Durante la segunda década del quinientos nos encontramos con concejos amplios, podríamos decir semiabiertos, junto a los regidores aparecen los diputados del común que se han multiplicado en número y que en ocasiones aparecen de modo indiferenciado con la presencia de otros vecinos. El único criterio para la presencia en estos concejos es más que la riqueza la propia valía de las personas. Las reuniones del concejo han dejado de llamarse solamente ayuntamiento, la nueva fórmula que los intitula es la de ayuntamiento y universidad o ayuntamiento y comunidad.

El monopolio del poder municipal por unas pocas familias en Villanueva era la norma común al resto de los pueblos de la comarca. La configuración de la naturaleza del poder municipal tuvo una evolución propia en cada villa, aunque el punto de llegada fuera el mismo: la exclusión de la mayoría de la población. Ya hemos estudiado la evolución del poder concejil en San Clemente. Para nosotros, San Clemente es una república de pecheros. Entiéndase, res pública como concepto de origen medieval confundido con el concepto de bien común, pero también como concepto moderno de que la acción política debía estar al servicio de la comunidad y del interés general. Hoy este concepto de la política nos parece ajeno, pero en aquel entonces este pensamiento impregnaba las mentalidades del común. Ni qué decir tiene, que quien accedía al cargo pronto se olvidaba de sus obligaciones con la comunidad, pero no faltaba quien se las recordara. El oficial debía servir al cargo y no servirse de él.

Torre Vieja
San Clemente era república de pecheros, por supuesto. Nunca admitió esta villa los intentos de señorialización. Hoy la llamada Torre Vieja es un elemento arquitectónico aislado en la villa, es el símbolo de los intentos fracasados de dominio señorial sobre la villa de Hernán González del Castillo. Deseos señoriales que fueron confinados a la villa de Minaya. Hoy, siendo como es la historia vengativa, la Torre Vieja ha devenido en museo etnográfico, nutrido de aparejos y utensilios del pueblo llano. Cuando San Clemente es incluido en los mil vasallos que recibe el marqués de Villena, don Juan Pacheco, en 1445, los capítulos entre ambas partes tienen mucho de concordia y poco de sojuzgamiento. Y no tanto por la letra de los mismos, que no es menuda, sino por los fracasos del maestre de Santiago, Juan Pacheco, para someter al lugar. Lugar que consiguió desde el mismo momento de su incorporación al Marquesado el título de villa, pero también asegurarse el monopolio del poder local. La ratificación de los oficios concejiles correspondía al marqués, pero su intervención ya se discutió desde la primera elección. San Clemente formaba parte, como antigua aldea, de la tierra de Alarcón, pero nunca quiso saber nada de su fuero, como no fuera para el aprovechamiento de su suelo. Alarcón era fortaleza militar, San Clemente tierra de labriegos. Alarcón exportaba caballeros villanos para la reconquista contra los moros; San Clemente procuraba conquistar su propio espacio agrario y recelaba de esos caballeros, que desde su posición de alcaides de fortalezas intentaban apropiarse de las rentas de su trabajo. Que se lo digan si no a Hernando del Castillo, que vio respondido su intento de señorialización de Perona con la respuesta decidida de los sanclementinos, que derribaron la horca colocada, símbolo de la jurisdicción y opresión señorial. El interés de los sanclementinos por el fuero y ordenanzas de Alarcón era interesado. Por las leyes de Alarcón se debían regir los oficios públicos de sus aldeas, ya que no los propios, en su elección y en sus competencias limitadas, sometiéndose a la jurisdicción de la villa de San Clemente, que recordó su primacía especialmente a su aldea de Vara de Rey.

Juan Pacheco, I marqués de Villena
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De entre las cláusulas que se arrancaron al Marqués de Villena por los sanclementinos en los capítulos de 1445, que más bien podríamos llamar concordia, destaca uno: los oficios concejiles quedaban reservados a los hombres pecheros y postreros de la villa. Eso era tanto como negárselos a los criados de don Juan Pacheco y luego su hijo Diego López Pacheco. Bien lo sabía la poderosa familia de los Castillo, alcaides de Alarcón, que tuvieron que esperar a la venta de regidurías perpetuas a partir de 1543 para acceder al poder municipal. Aunque poco lo disfrutaron ante unos pecheros que, sabedores de que nadie nace hidalgo, sacaron a colación en 1547 con el expediente de hidalguía de los hermanos Castillo sus bajos orígenes, descendientes de un aceitero de Castillo de Garcimuñoz, para más inri con sangre conversa.

La reserva de los oficios concejiles en manos pecheras no evitó la formación a fines del cuatrocientos de una nueva oligarquía local, reducida, por testimonios de la época, a quince o veinte familias. San Clemente a fines del cuatrocientos era una población de apenas doscientos vecinos. A pesar de las amplias extensiones de terreno que poseían los Pacheco, señores de Minaya, y Alonso del Castillo, cuyo patrimonio se había visto incrementado por su matrimonio con María de Inestrosa, el extensísimo término de la villa daba oportunidades a cualquier vecino de adquirir tierras o incrementar las propias. El desarrollo agrario ya había comenzado antes de las guerras del Marquesado, en 1477, coincidiendo con la primera fase de la guerra, los Reyes Católicos conceden una dehesa boyal para pasto de los animales de labor, junto al paraje de Rus, sin duda para atraer a la causa real a aquellos agricultores que colonizaban el espacio agrario. No cabe duda, que la guerra y sus requisas provocaron un parón en este primer desarrollo agrario, pero después del fin de la guerra en 1480, una población menguada por la guerra dispuso de nuevo de los amplios recursos de la tierra. La roturación  de montes y la apropiación de dehesas debió ser caótica; todos en mayor o menor medida participaron de esa rapiña. Las diferencias entre San Clemente y su aldea de Vara de Rey, que apenas si debía llegar a los cien vecinos, se olvidaron y sus poblaciones se mezclaron. La población se movía de un pueblo a otro en busca de oportunidades. Los testimonios que poseemos de mediados del quinientos nos muestran personas que habiendo nacido en cualquiera de las villas del Marquesado se desplazaron en su juventud a otras en busca de fortuna. El caso de Hernando López es paradigmático, nacido en San Clemente en 1482, había pasado su niñez entre esta villa y su aldea de Vara de Rey, de joven había cuidado ovejas en los pinares de Villanueva de la Jara, para asentarse finalmente en Motilla, donde residiría tras su matrimonio, llegando a ser regidor de esa villa. Con las oportunidades y la riqueza nacieron las primeras desigualdades y los enfrentamientos.

Castillo de Garcimuñoz, origen de los Origüela
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En San Clemente, desde fines del siglo XV, dos familias comienzan a descollar; son los Herreros y los Origüelas. Miguel Sánchez de los Herreros ha llegado con las guerras, pero se ha integrado en la sociedad sanclementina gracias a su matrimonio con Teresa Macacho. Pedro Sánchez de Origüela lo ha hecho antes, en 1455. Ambos han renunciado a sus pretensiones hidalgas para acceder al poder local. Sin embargo su poder es contestado por las familias excluidas del poder local. Los Origüela son versátiles, saben adaptarse al cambio, enlazan matrimonialmente con los López Tendero, con los Tébar de Castillo de Garcimuñoz, e incluso, para oprobio de una familia que presume de cristiana vieja, con los Rosillo. Pero la contestación de las familias rivales de los Herreros y Origüelas cada vez es mayor. En la década de 1480, se produce una extraña alianza: los hidalgos de Vara de Rey se casan con las hijas de los pecheros de San Clemente. Se les acusa de hacerlo para no pagar pechos, pero es una acusación interesada y falsa, pues los acusadores saben a conciencia que justamente el no pechar es causa de exclusión de los oficios concejiles. Son el caballo de Troya que los Castillo y Pacheco necesitan para deshacer el poder pechero de la villa de San Clemente, odiado ahora por unos vecinos que ven como camina hacia la formación de una nueva oligarquía. La confrontación tardará todavía en llegar.

Los hidalgos, más bien habría que hablar de amalgama de excluidos, ya nobles ya pecheros, prestan su voz a los marginados ante el Consejo Real. Denuncian el expolio de los bienes comunales, el uso de las regidurías en beneficio propio, la malversación de las cuentas públicas. Son acusaciones que se repiten en la década de los noventa por todos los pueblos del Marquesado de Villena. La oligarquía local responde ante una sociedad que se está haciendo más compleja con un programa ilustrado: hospitales públicos, establecimiento de un estudio de gramática en 1494, llegada de la orden franciscana reformada desde el primitivo ideal de pobreza. Es insuficiente, ya en 1488, la comunidad e omes buenos de la villa de San Clemente denuncian a los quince o veinte hombres ricos del pueblo, que dis que mandan. Es la primera vez que aparece el término de hombres ricos. En la Mancha conquense las diferencias no son de sangre, son de riqueza. La expresión de hombres ricos volverá a repetirse en los documentos durante todo el quinientos, para denunciar lo que en la mentalidad popular es sinónimo de fraude, expropiación de los bienes comunales y desigualdad en el repartimiento de impuestos y cargas contributivas. Frente a los hombres ricos surge un concepto opuesto, el de comunidad, también se recupera el de omes buenos, pero ésta es una expresión de menos fortuna, pues se la intentan apropiar aquéllos. El concepto de comunidad no es ya medieval, no es entendido como cuerpo donde cada uno es miembro integrante y encuentra su posición y función social por su nacimiento, es un concepto que nace ante todo del rechazo y oposición frente a aquellos que dis que mandan la dicha villa, fatigan a los vesinos della e destruyen la dicha comunidad. Frente al poder de la oligarquía local se exige la creación de una nueva figura que contrarreste el poder de los regidores: el procurador síndico, que mire por las cosas tocantes a la dicha comunidad.  El conflicto de 1488, ha surgido por un incidente muy grave: la dehesa boyal del pueblo ha sido arrendada a los ganaderos. Los campesinos no tienen donde llevar para pastar a sus bueyes de labranza mientras ven como los pastos de la dehesa de boalaje son comidos por los ganados lanares de Miguel Sánchez de los Herreros o Alonso Sánchez Barriga. La comunidad de los vecinos todavía está en condiciones de frenar a estos hombres ricos, que se ven en la necesidad de integrar sus ganados en las rutas mesteñas, dirección a Murcia. Otros, como Alonso López de Perona, les seguirán en esta aventura ganadera y harán fortuna.

Hasta comienzos del quinientos los conflictos parecen quedar en simples agravios en los que la Corona actúa como poder arbitral, pero con la muerte de la reina Isabel llegan los llamados años malos, años de carestía, de crisis de subsistencias y de peste. Años de regresión señorial, donde Alonso del Castillo intenta convertir los títulos de propiedad, que sobre la aldea de Perona tiene, en dominio señorial. El empobrecimiento de la primera década del quinientos afectó a muchos vecinos de la villa de San Clemente. Frente a la figura del síndico personero surge con más fuerza la nueva figura de los diputados del común. Son ellos los que deben velar por la explotación de los montes y bienes propios, el abasto de lo esencial para los pobres y el respeto de la tasa de granos establecida el 23 de diciembre de 1502. Los precios de los granos se disparaban por la especulación y por los costes de transporte. Sabemos que dos carreteros de Iniesta compraron trigo para la villa en 1503 a razón de 110 maravedíes la fanega, precio fijado por la tasa. Lo tuvieron que hacer en el Campo de Criptana, distante treinta seis leguas de Iniesta. El transporte durante el mes de abril fue penoso por caminos embarrados, en carretas cargadas con doce fanegas cada una y tiradas por bueyes. El transporte, y los portazgos, acabarían elevando el precio a 220 maravedíes. Desconocemos el precio de venta en la villa de Iniesta por los rederos municipales, pero seguramente que nuevos especuladores harían subir el precio final del trigo. Este caso, en el que los carreteros pagaron los platos rotos del malestar social, es un ejemplo de las penurias que debió pasar una población subalimentada en años de carestía, y propensa a ser víctima de epidemias como la peste; población además engañada por los especuladores en años de buenas cosechas.

En San Clemente el problema de abastecimiento se agravaba; a las malas cosechas se unía el control que sobre los cereales ejercía la baja nobleza de los Castillo y Pacheco. En especial, Alonso del Castillo, que poseía grandes posesiones de tierras en torno a Perona, Villar de Cantos, Vara de Rey y sus aldeas y también Cañavate. Es decir, la parte del término municipal de San Clemente y sus aldeas más aptas para el cultivo de cereales. Con razón recordará muchos años después, en 1584, el bachiller Rosillo, vecino de Santa María del Campo Rus, ya perdidos por la villa de San Clemente los graneros de sus aldeas, la buena calidad del trigo de su pueblo frente al trigo rubión de San Clemente, de poca calidad, de menos valor e no tan bueno para pan coçido. Justamente, sería la calidad de las tierras sanclementinas, más aptas para el cultivo de las viñas, las que decidirían su futuro vitivinícola.

La Losa (Casas Benítez)
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Pero el principal control que ejercerá Alonso del Castillo sobre los vecinos de San Clemente será la molienda del trigo con la posesión de los molinos de la ribera del Júcar, en especial los molinos de La Losa. Los conflictos de los Castillo con las villas de realengo comenzaron con el enfrentamiento entre Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón, y Villanueva de la Jara, cuando esta villa intentó construir un molino en las aguas del Júcar allá por 1489. Ocho años después el conflicto seguía latente, las formalidades jurídicas de un Hernando del Castillo a punto de morir, intentado ver reconocidos sus derechos posesorios sobre la ribera del Júcar con la colocación de nuevos mojones, de lo que daba fe el escribano y testigos que le acompañaban, fueron respondidas un veinticinco de febrero de ese año 1497 por los vecinos de Villanueva, que armados a pie y caballos hicieron valer por las bravas sus derechos sobre la margen izquierda del Júcar. Los jareños se presentaron con ochenta hombres armados, hasiendo asonadas de guerra con tanbor e pendón. Los derechos feudales de los Castillo sobre la ribera del Jucar, concedidos por Juan Pacheco en 1462 a Hernando, se habían convertido en un estorbo para el desarrollo de las villas de realengo. En primer lugar, afectaban a la libre circulación de las personas; por eso los jareños contaron con el apoyo de la Corona cuando se propusieron construir un puente sobre el río Júcar en 1501, obviando los derechos de barcaje que pudiera tener la villa de Alarcón. Estos impedimentos a la libre circulación de las personas, iban más allá de los derechos medievales de la villa de Alarcón. La existencia de señoríos como el de El Provencio, en manos de los Calatayud, y Santa María del Campo Rus, propiedad de los Castillo Portocarrero, se traducía en la imposibilidad de sus habitantes, atraídos por las libertades y desarrollo económico de las villas de realengo, de abandonar estos pueblos, pero también en un freno a la libre circulación de mercancías. Obstáculos que venían de la existencia de portazgos en estas villas. Ambas mantenían una posición nodal en los caminos de la época. El Provencio, situado un poco antes de llegar a Villarrobledo y San Clemente, estaba en el camino que desde el Reino de Toledo llegaba hasta el Reino de Murcia; Santa María del Campo Rus, se situaba en medio del camino romano que por Villar de Cantos y Vara del Rey (con un ramal derivado hacia San Clemente) se dirigía hacia La Roda con el mismo destino que el anterior. Los gravámenes de estos portazgos era una agresión directa a la villa de San Clemente, que  había visto ratificado  en los años 1484 y 1508 su derecho al mercado franco de los jueves, ya concedido en 1476.

No obstante el principal enemigo de la república pechera de San Clemente, en los comienzos de siglo fue Alonso del Castillo, y por extensión, dadas las alianzas familiares, los Pacheco de Minaya, ahora asentados en San Clemente por el matrimonio de Alonso Pacheco, hermana del señor de Minaya, con Juana de Toledo, hermana de Alonso del Castillo. Aunque ambas familias solo confluirán con el matrimonio de Juan Pacheco Guzmán y Elvira del Castillo Cimbrón, en la segunda mitad del siglo XVI. Alonso del Castillo ejercía una clara extorsión sobre los vecinos de San Clemente. Aparte de sus discutidos derechos de patronazgo sobre el convento franciscano de Nuestra Señora de Gracia y de jurisdicción señorial sobre la aldea de Perona, la base de su poder estaba en sus extensas posesiones de tierras cerealistas y en el monopolio de los molinos harineros de La Losa, en el río Júcar. De su trigo dependía, en gran parte, el abasto de pan de la villa de San Clemente. Ya en 1502, año de carestía, había prestado 518 fanegas de trigo para el abasto de la villa; la contrapartida fue que la villa de San Clemente tuvo que renunciar en un concejo abierto a su pretensión de edificar un molino propio. Ello condenó a la villa los siguientes años, que tuvo que soportar maquilas aberrantes, incrementadas en un cincuenta por ciento, por el concierto entre Alonso del Castillo y su cuñado Alonso Pacheco, propietario de otros molinos en el Batanejo.

Concejo abierto
La reacción señorial de la primera década del siglo provocó la solidaridad pechera. Nunca los ayuntamientos de la villa de San Clemente fueron tan abiertos y democráticos Al igual que en 1502, en 1513 tiene lugar un nuevo concejo abierto para sufragar la construcción de un molino harinero, repartiendo los gastos entre los vecinos, contribución que se hace extensiva a los hidalgos. El pueblo participa mancomunadamente con sus limosnas a la edificación del convento de Nuestra Señora de Gracia. Los ayuntamientos que han dejado de celebrarse en la iglesia de Santiago Apóstol para hacerlo en un nuevo edificio, son de base más amplia, junto a los dos alcaldes, alguacil y cinco regidores aparece el ya mencionado síndico personero, pero también numerosos diputados del común, que han ampliado su número inicial de dos, confundidos con la presencia de otros vecinos bien como testigos bien rescatando la vieja fórmula de omes buenos. Hasta incluso se rescata la vieja figura del jurado, esta vez como garantía de la probidad de las reuniones y dando fe de las mismas. En 1511 junto a los cinco regidores, nos aparecen hasta un total de siete diputados del común. La celebración de los concejos se hacen según el uso y costumbre que parece invitar al conjunto de la comunidad, a canpana tañida para las cosas de nuestro concejo, pro y bien de la dicha villa e rrepública della. Los Herreros y los Origüela dominan la escena municipal, siempre presentes como alcaldes, regidores o diputados. Junto a ellos otros vecinos de notoriedad, como los López Perona, López de Tébar, Olivares, Andújar, López Cantero o López de Ávalos. En plenos  sucesivos se incorporarán nombres que marcarán la historia sanclementina como Alfaro,  Huertas (emparentados con los Origüela), Simón o Ángel. La aparición de este último apellido en la vida sanclementina a fines del cuatrocientos es una incógnita, más que nada por su origen milanés; su presencia en el gobierno de la villa como alcaldes en tiempos de la emperatriz Isabel será una constante. No obstante, llama la atención que el cargo de síndico personero es ocupado por desconocidos en lo que es una muestra del valor de esta figura como defensora de los intereses populares. Entre los presentes en las reuniones nos aparece en ocasiones algún peraile o destaca la presencia de un cantero llamado Pedro de Oma, que junto a otros vizcaínos, sin vecindad reconocida, se les llama para escuchar su parecer.

Sin embargo, el apogeo de los pecheros, esconde sus propias diferencias y las contradicciones de una sociedad que, recuperado el bache de la crisis de comienzos de siglo, va ganando en número de habitantes y se va haciendo más compleja. A engrosar la población de la villa acuden numerosos vecinos de señorío, que cuentan con la licencia de la reina Juana para abandonar las tierras de los Calatayud, Portocarrero, Pacheco, Castillo o Ruiz de Alarcón. Una nueva ola roturadora de tierras baldías y llecas y de ejidos, acompañada de la desecación de lavajos, pone en explotación nuevas tierras. De nuevo, aparecen los conflictos por el dominio de la tierra y la lucha entre ganaderos y agricultores. San Clemente sigue ganando su espacio interior, pero pierde el acceso a las tierras comunes del suelo de Alarcón frente al resto de villas de realengo que empiezan a cerrar sus términos. Antonio de los Herreros, el hijo de Miguel Sánchez de los Herreros, asume los intereses generales de la villa ante el Consejo Real. ¡Qué contradicción, el hombre más rico de los pecheros de la  villa defendiendo los intereses generales de la comunidad!

En 1512 la confrontación de intereses contrapuestos se nos presenta como un revivir de la vieja lucha entre pecheros e hijosdalgo de fines del siglo anterior. Los hidalgos protestan ante la Chancillería de Granada su exclusión de oficios públicos. Juntos, y en torno a Alonso del Castillo, aparecen los apellidos que pronto marcarán las élites dirigentes de San Clemente en el futuro: Guzmán, Vázquez de Haro, Ruiz de Villamediana, Alarcón, Mejía, Rosillo, Ortega, Valenzuela, Abengoça y otros, procedentes de Vara de Rey, de menos futuro, como de la Serna o Palacios. Junto a ellos, un Antón García, que ha defendido en la década anterior los intereses de la villa como procurador y cuyo hijo Francisco no tendría descendencia masculina y acabaría legando a mediados de siglo su patrimonio a los Haro, y el vizcaíno Pedro de Oma. Este cantero vasco hará una gran fortuna con la fiebre edificadora de comienzos de siglo, su presencia está constatada en San Clemente, pero también inicialmente en Belmonte y en zonas más distantes como Jumilla. Pero los pecheros tienen razones sobradas para excluirlos de los oficios concejiles. Acusan a los hidalgos de ser los protagonistas de los procesos de rapiña de los bienes comunales y propios de la villa, pues tenían tomados muchos términos comunes e baldíos de la dicha villa e dehesas del coonçejo, e que cada día tomavan e ocupavan arándolos e senbrándolos, e los apropiavan ansy, e comyan con sus ganados los panes de los vezinos, e cortavan los montes públicos e vedados.

La acusación de los pecheros era cierta, pero solo en parte. Del proceso de rapiña participaban hidalgos, pero también pecheros como los Herreros, cuyos intereses comenzaban a confluir. La solidaridad de los pecheros se resquebraja. La traición viene de los Herreros. Grandes ganaderos, sus intereses son similares a los de los hidalgos. En el campo pechero, los Origüela se quedan solos. ¿Cuál era el patrimonio de los Origüela? Lo desconocemos, pero sí sabemos por la sucesión de sus testamentos que su patrimonio estaba alejado de los bienes raíces. De la lectura de los testamentos destaca sobre todo una prolífica descendencia que en cada generación supera la decena de hijos. Parece como si su única herencia fuera inundar con la sangre de sus hijos las venas de las familias sanclementinas... infectarla dirán sus enemigos. La acusación llega contra el más señalado de los Origüela, Luis Sánchez de Origüela. Al primogénito, Pedro, casado en segundas nupcias con Ana de Tébar, se le respeta, pero no así a los familiares que el clan tiene en Castillo de Garcimuñoz. El órgano ejecutor es el Santo Oficio; los procesos inquisitoriales se multiplican en toda la comarca.
Sambenitos
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La principal víctima es Luis Sánchez de Origuela, imbuido de ideas avanzadas reflexiona en voz baja contra las tallas de madera religiosas que durante Semana Santa procesionan por las calles de San Clemente, simples iconos sin espiritualidad alguna en su opinión. Las envidias se cebarán contra este hombre, que más de cien años después será recordado por el escribano Miguel Sevillano como un hombre bueno. Su destino, la hoguera, su recuerdo infame permanecerá colgado en un sambenito a la vista de todos los sanclementinos que accedían a la iglesia parroquial por la puerta de Santiago. Otro hombre habituado a ocupar oficios concejiles en el ayuntamiento le acompañará en los procesos de 1517 y en la hoguera: Hernando de Sanclemente, acusado de moro y apóstata.

La derrota de los Origüela, que aún resistirán de modo marginal en los oficios públicos, es el triunfo de los Herreros, que abandonan la causa pechera. Antonio de los Herreros reivindica la condición noble como cofrade de la orden de San Juan, la familia ya había fundado su memoria en la capilla de San Antón, lindante con la de San Antonio de los Pacheco y, aparte de la rama familiar que pervive y mantiene el apellido, lega su patrimonio a tres de las principales familias del pueblo, por casamiento de las tres hijas de Antonio de los Herreros con los antecesores de tres linajes de la villa: Pacheco, Haro y Villamediana.

Carlos V
Los procesos inquisitoriales de 1517 no suponen el fin de la causa pechera, sino que la refuerzan moralmente y la radicalizan socialmente, apoyándose en los sectores de artesanos y menestrales de la sociedad. La solidaridad pechera trasciende las fronteras de las villas y se convierte en movimiento de protesta regional, independientemente de la condición de realengo o de señorío de las villas. Es el movimiento de las Comunidades, que en las tierras de señorío de El Provencio, Santa María del Campo Rus y la más distante de Moya se convierte en movimiento de subversión social contra unos señores que por robar habían arrebatado hasta la honra a sus vasallos. Por un momento se revive el movimiento insurreccional de las guerras del Marquesado. El Provencio se alzará por sus magestades e por la corona rreal, discutirá los títulos jurisdiccionales que sobre la villa tiene su señor don Alonso de Calatayud, y lo expulsará de la villa, que esperará su oportunidad de revancha desde su destierro en Las Mesas. Los vecinos de Santa María del Campo forman comunidad y juran fidelidad al capitán Juan de Padilla, se rebelan contra su señor Bernaldino del Castillo, declarado partidario realista, conscientes que enfrentarse a su señor es enfrentarse al Emperador. Saquean la casa de su señor y su hacienda. Si en el caso de El Provencio es su justicia la que cambia de bando, en Santa María del Campo los alcaldes nombrados por Bernaldino son despojados de sus oficios y nombrados nuevos alcaldes favorables a la causa comunera. El movimiento se dota de una rudimentaria organización militar. En Santa María del Campo, se nombra capitán a Diego Esteban Blanco, en El Provencio a Juan Martínez Bonillo. Más destacable es la solidaridad de las villas de realengo que todavía en abril de 1521 contestan a las peticiones de ayuda de la Junta de Tordesillas (conservamos las respuestas de Villanueva de la Jara y Las Pedroñeras). El ideal que une a villas de señorío y de realengo es el mismo: la reincorporación de los señoríos al patrimonio real y el fin de la injerencia de la baja nobleza regional próxima al marqués de Villena en el gobierno e intereses económicos de las villas. De ahí, la solidaridad pechera que envuelve el movimiento: San Clemente, El Provencio y Cañavate enviarán hombres armados en defensa de sus vecinos sublevados en Santa María del Campo Rus. Lo mismo harán Motilla e Iniesta, que, junto a hombres de Mira y Requena, acudirán en defensa de los sublevados contra los Cabrera en Moya, que para febrero de 1521 están asediando la fortaleza de su señor. Hasta aquí se desplazó el obispo Acuña dispuesto a sumar hombres para la causa, en Iniesta llegó a reclutar cien hombres; los reclutados en Motilla se pusieron bajo las órdenes del capitán Juan de Jara. La represión fue terrible, la conocemos para el caso de Moya, pues nos ha dejado testimonio aquel que la aplicó, el licenciado Montalvo, de las sentencias, muchas de ella a muerte, no se libraron Iniesta y Motilla. Desconocemos el alcance de la represión en El Provencio, Santa María del Campo Rus, Cañavate o San Clemente, que participaron activamente con hombres armados en el movimiento, pero no debió haber indulgencia, dado el carácter popular del movimiento, formado por lo que conocemos de El Provencio, por menestrales, artesanos y otros oficiales, ajenos en su mayoría al cultivo de la tierra. que vivían de su oficio y de la prestación de servicios esporádicos a sus señores o a los concejos.

Carlos V e Isabel de Portugal
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La radicalidad del movimiento comunero no supuso cambios en el gobierno municipal de la villa de San Clemente. Al menos aparentemente, pero la realidad es que el gobierno municipal ganó en estabilidad y cesaron las luchas banderizas. A pesar del vacío de la documentación para el período que va desde el fin de las Comunidades hasta mediados de los años cuarenta, se pueden sacar algunas conclusiones. Los hidalgos siguieron apartados del gobierno de la villa. La sentencia de la Chancillería de Granada que posibilitaba el acceso a la mitad de los oficios municipales es de 1537. Los Origüela volvieron esporádicamente al gobierno municipal, aunque compartiéndolo con familias que, aunque antiguas, ahora adquieren más notoriedad. Hablamos de los Simón, Ángel, Barriga, Olivares o  Perona. De entre ellos destacamos los Simón, de los que poco sabemos, pero que desde mediados de los treinta aparecen muy ligados a la cofradía de Nuestra Señora de Septiembre. Quienes desaparecen de la escena son los Herreros, quizás por dos razones: la falta de herencia masculina en la rama principal y el proceso de reconocimiento de su hidalguía. En el acto de recibimiento de la emperatriz Isabel, el 19 de junio de 1526, los Herreros ya están excluidos del poder concejil y se sitúan del lado de los hidalgos del pueblo (los Castillo, Pacheco, Ortega, Haro o, sorprendentemente, un López de Perona). Fueron años pacíficos de los que poco se sabe, pero la villa debió recibir un nuevo impulso, muestra de ello es que en 1533 se decide construir una nueva iglesia parroquial. Los tratos y ventas debieron aumentar y hubo necesidad de regular el uso de pesas y medidas para evitar los fraudes; señal de que los intercambios eran tan numerosos que ya escapaban del control del almotacén y fieles del ayuntamiento y que en muchas ocasiones se realizaban en los domicilios, entre particulares y ajenos a todo control. Es ahora cuando San Clemente da otro salto cuantitativo en su población, duplicándola desde los setecientos vecinos reconocidos en el censo de pecheros de 1528. San Clemente empieza a definir su estructura productiva, abandonando el cultivo de cereales y decantándose por las viñas, que necesitan una mano de obra menor o al menos más estacional. En 1530, año de penurias, sabemos que de los ochocientos vecinos largos de la villa, apenas cien son labradores, siendo el principal trato la granjería de las viñas. La estructura social de la villa comienza a cambiar, las seis tiendas que la villa tiene en la plaza se muestran insuficientes para abastecer a la población como pequeña se queda la plaza para el mercado de los jueves, que una década después será trasladado a la calle de la Feria, desde el puente del río Rus hasta la misma plaza. Esto dinamizará el barrio del Arrabal, barrio industrioso con sus artesanos con tienda abierta a pie de calle. La república de pecheros agricultores y ganaderos deviene en república de tenderos. Tenderos, vendiendo vino, trigo o cualquier otra mercancía fueron los Tébar, que ahora ponen las bases de su riqueza personal. Los regidores tendrán que ceder, intentarán controlar el abasto al por mayor de la villa, pero la venta al detalle está condenada a escapar a partir de los años cuarenta del control municipal.

La integración de San Clemente en un distrito propio, junto a Villanueva de la Jara y Albacete, y separado del resto de la gobernación del Marquesado, contribuyó a fijar los límites de su territorio frente a las villas comarcanas, de forma no querida en el caso de Vara de Rey, que con sus aldeas de Sisante y Pozo Amargo, fueron amputadas con el proceso de villazgo de 1537. Ese mismo año, los hidalgos obtienen el reconocimiento a disfrutar del acceso a la mitad de los oficios municipales. Pero la victoria hidalga ya no tiene mucho sentido, pues tan solo seis años después se venden las primeras regidurías perpetuas a cuatrocientos ducados cada una. El gobierno ya no es un gobierno ni de pecheros ni de hidalgos; es un gobierno de ricos.
Ayuntamiento de Vara de Rey
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San Clemente se ha hecho tan grande que debe conceder a Vara de Rey su independencia, pues los pleitos y asuntos quedan sin resolver. Las formas tradicionales de gobierno comienzan a entrar en crisis.

A pesar de los reveses económicos de los años cuarenta o cuarenta y uno, la villa siguió un proceso de desarrollo económico continuo. San Clemente empezó a rivalizar como centro administrativo y político del Marquesado. La venta de los oficios de regidores devuelve a primer plano de la política local a los Castillo y, en concreto, a Hernando, uno de los hijos de Alonso del Castillo. Las regidurías perpetuas suponen una crisis de las formas tradicionales de gobierno y de elección de los oficios. La justificación doctrinal del nuevo gobierno lo hará un miembro de una de las familias más favorecidas por el establecimiento de los regidores perpetuos. El doctor Alonso de los Herreros defenderá el gobierno de los escogidos por su capacidad y suficiencia, visible en su riqueza, frente al gobierno de los inhábiles e idiotas, al que lleva la elección por suertes de los oficios, defenderá la autonomía local frente a la intromisión de la justicia real en el gobierno municipal, negando su papel de defensores del bien común de la República, para acabar mostrándose favorable a la transmisión hereditaria de los oficios. Su propuesta era dejar el gobierno municipal en manos de un patriciado urbano, capaces y suficientes, y ricos añadiríamos nosotros. La república de pecheros ha devenido en república de patricios. Pero la sociedad sanclementina no estaba dispuesta a dejar el poder en manos de unas pocas familias que se transmitieran los cargos hereditariamente. Todavía les quedaba una baza: defender la autonomía de los oficios alcaldes, alguaciles, escribano o mayordomo frente a los intentos de convertirlos en cargos añales al servicio de los ricos.

El año de 1547 había un divorcio entre los cargos perpetuos de los regidores y los oficios anuales de alcaldes, alguacil y mayordomo de propios. Los representantes de los oficios anuales del ayuntamiento se estaban haciendo eco de un sentir popular que añoraba los viejos tiempos en que los oficios concejiles estaban al servicio de la res pública y del bien común. Rodrigo de Ocaña en nombre de la villa de San Clemente, cuya representación se arrogaba, además de la de los cargos añales, defendía ante el Consejo Real los viejos tiempos en los cuales los mayordomos de los propios y alhorí y escriuano del concejo y procurador de la rrepública de la dicha villa los eligiese el pueblo y justiçia dél y que la dicha justiçia y dos personas nonbradas por las personas pobres de la dicha villa diesen alvalaes para cortar en los montes y que no tuuiesen mano ny voto en todo ello los rregidores perpetuos de la dicha villa. 


Escribano
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Hay, además, un problema de competencias entre la jurisdicción real, encarnada por el gobernador y su alcalde mayor, y la primera instancia de los alcaldes ordinarios. El problema se agrava porque el gobernador comienza a residir largas temporadas en San Clemente, interviniendo en los asuntos de la villa. De hecho, en 1550 el ayuntamiento le pide que fije su residencia en la villa, pero el gobernador rechaza la invitación. ¿Por qué? pues porque posiblemente se intente hacer del carácter itinerante del gobernador un instrumento para acabar con los despropósitos en materia judicial y de gobierno de las ciudades y villas del Marquesado a cargo de las oligarquías locales. Se intenta crear una escribanía de provincia. Un gobernador itinerante, acompañado de su escribano, podrá advocar para sí el conocimiento de cualesquier causas en las que estén conociendo los alcaldes ordinarios de las villas. La oposición de las villas es frontal y después de varios años de contenciosos acaban consiguiendo la eliminación del nuevo escribano. Con el tiempo la Corona solo conseguirá la creación de un escribano de comisiones, pero ésta es una figura ad hoc y con término de plazo en las comisiones, aunque casi nunca consigue acabar los pleitos iniciados. Las oligarquías de los ricos y el común de las villas se han puesto de acuerdo. Los primeros llevados por el interés sin duda de evitar la injerencia en los propios y pósitos que controlan para su beneficio personal, los segundos en la añoranza de mantener los privilegios concedidos en los últimos años de la reina Isabel otorgando como un propio más la escribanía del ayuntamiento, que debía recaer en personas examinadas, hábiles y suficientes. El escribano era la garantía de la independencia y transparencia de los actos concejiles. El triunfo de las villas es total, es el primer aldabonazo que marcará el fin de la gobernación del Marquesado. Las villas acuden a los tribunales reales para obtener confirmación de su primera instancia en materia civil y criminal. San Clemente obtiene la garantía del respeto a su primera instancia civil y criminal, mero y mixto imperio en 1548, 1549 y 1551. En 1554, obtiene que los presos no saldrán ni serán trasladados de su cárcel.

Alarcón, de donde fue alcaide el primer Hernando del Castillo
Creemos que el agente de la Corona en San Clemente es Hernando del Castillo, regidor perpetuo al menos desde 1547. Es el hijo menor de Alonso del Castillo y en los años finales de la década de los cuarenta es el dominador de la vida municipal. Hasta tal punto que algunos plenos se celebran con Hernando, el gobernador Godínez y los dos alcaldes,alguacil y escribano de comparsas. Pero el dominio es solo aparente. Las tensiones por el poder municipal son muy graves y estallarán de forma violenta. El San Clemente de los años cuarenta es una sociedad rica, aunque cada vez más desigual, donde las esporádicas crisis de subsistencias golpean muy fuerte a los desfavorecidos. Es una sociedad, trasladando conceptos modernos hacia atrás, corrupta. En la multiplicación de los intercambios, en la expansión del negocio del vino, en la incapacidad del concejo por controlar las ventas, algunos encuentran la vía del enriquecimiento fácil. Los arrendadores de los ramos de las alcabalas se quedan para sí gran parte de lo recaudado, pues los conciertos están muy por debajo del valor real de las transacciones, no se llevan libros de registro. La alcabala, impuesto del diez por ciento ad valorem de las mercancías no llega en su recaudación al uno por ciento. La venta de productos básicos está bajo el control del ayuntamiento en sus seis tiendas existentes en la plaza, pero la realidad de las ventas escapa del intervencionismo municipal. Gonzalo de Tébar hace fortuna vendiendo un vino aguado (acusación, es verdad interesada, contra un Origüela), del que sisa seis maravedíes por arroba. Antón Dávalos especula con el pan, aprovecha que la cosecha del cuarenta y ocho ha sido mala; pero se equivoca, es víctima de movimientos especulativos de mayor calado y pierde dos maravedíes por cada libra de pan vendido.

Escudo de los Melgarejo. RAH
Antón Dávalos y Gonzalo de Tébar son peones de poca importancia en este juego de la especulación. Los hilos los mueve, desde Castillo de Garcimuñoz, el licenciado Melgarejo y su madre Catalina Olivares. Con la complicidad de los regidores perpetuos sanclementinos. El ayuntamiento de 9 de noviembre de 1548 es el ejemplo más vivo y vergonzoso de cuando la res pública se humilla y subordina a los intereses privados. Presidía el ayuntamiento Luis Godínez de Alcaraz, a su lado, Hernando del Castillo, junto a los otros regidores, que esta vez sí están presentes en un pleno de enjundia. Son Francisco Pacheco, Sancho López de los Herreros, Cristóbal de Tébar, Francisco de Herreros y Alonso de Valenzuela. Como invitado especial el licenciado Melgarejo. El tema de debate: el abasto de pan a la villa. El año 1548 tendrá una cosecha nefasta, la langosta ha arrasado los campos. La Corona es consciente de la gravedad del problema. Perdona las alcabalas de ese año a los pueblos de la Mancha conquense e incluso las Cortes adelantan seis mil ducados a los pueblos para combatir la plaga (pedirán su devolución en 1555). El problema del abasto de pan se hace acuciante en la villa de San Clemente. Antón Dávalos, abastecedor de panaderías, compra 500 fanegas de trigo, ve una buena oportunidad de negocio. Pero manejando la situación está el licenciado Melgarejo. Ya en 1545, aprovechando la mala cosecha del año anterior, había prestado mil ducados a la villa de San Clemente, que se emplearon en comprar el trigo que el propio Melgarejo vendió, eso sí, obteniendo un margen de beneficio adicional del diez por ciento. La operación se ampliaría en otros mil ducados, en esta ocasión, con intervención directa del regidor Hernando del Castillo.

Para noviembre de 1548, la situación de desabastecimiento de la villa era calamitosa, el trigo alcanza los catorce reales la fanega. De nuevo, en el pleno de 9 de noviembre estaban los mismos actores de 1545. La excusa era pedir un nuevo préstamo de dos mil ducados al siete por ciento de interés, para redimir los censos que la villa tenía contraídos al diez por ciento. El licenciado Melgarejo, que aportaba el dinero, acudió a la reunión sin un real. No importaba, el dinero era virtual, mil ducados, más los intereses, los aportaba con el dinero del censo de 1545, que ahora se redime, el resto con la aportación de varios cientos de fanegas de trigo excedentario que posee y a las que tiene necesidad de dar salida. En la operación intervienen los regidores que obtienen liquidez, en un momento crucial de operaciones especulativas, recuperando el dinero prestando a su propia villa unos años antes. Los precios del pan se hunden, contentando a un pueblo que ha pagado precios de oro desde la primavera del año anterior. Se liberan las doscientas fanegas de trigo del alhorí para abastecimiento de la villa, resultado de las requisas de las cosechas de agosto, para pago de las tercias, de los agricultores y que ahora, habiendo retenido parte del trigo restante para la venta, esperando precios altos, veían como se hundía hasta los nueve reales y medio.

El año de mil quinientos cuarenta y ocho es el año del divorcio entre las capas populares de la sociedad sanclemetina y sus élites dirigentes. Mientras las élites dirigentes entran en disputas por el control del poder municipal, con la compra de regidurías perpetuas, las capas populares comprenden la importancia de la elección de los cargos municipales de alcaldes ordinarios para la defensa de sus intereses y que la oligarquía, en expresión de la época, intenta reducir a cargos añales. Esas mismas capas populares focalizan su odio hacia Hernando del Castillo y sus hermanos Alonso y Francisco, que, en estos momentos intentan conseguir ejecutoria de hidalguía en la Chancillería de Granada. Las acusaciones de criptojudaísmo afloran de nuevo, con una violencia y expresividad que obligarán a sus sucesores, desde sus cargos en el Santo Oficio, a intentar destruir estos expedientes o al menos dejarlos olvidados en las cámaras del secreto. El resultado es que los Castillo son apartados del poder municipal y solo volverán veinte años después, diluidos en los Pacheco, de la mano del alférez mayor de la villa Juan Pacheco Guzmán, casado con Elvira Cimbrón, la hija de Francisco del Castillo. Francisco Mendoza, el hijo de otro de los hermanos, Alonso, casado con doña Juana Guedeja, aprovechará la notoriedad de su suegro en la Corte, para adquirir allí influencia y evadirse de los asuntos locales de su villa natal.

Antes, en las elecciones para alcaldes del año 1549, la alianza circunstancial entre Herreros y Castillos, compartiendo y repartiéndose el poder municipal, se ha roto. Pachecos y Castillos intentan imponer dos testaferros como alcaldes, pero los Herreros deciden tomar el poder con la elección de dos familiares directos como alcaldes: Sancho López de los Herreros y Miguel de los Herreros. El Arrabal no acepta esta elección y su presión consigue imponer como alcalde por los pecheros a un Origüela, Andrés González de Tébar. Será encarcelado y los Herreros se mantendrán en el poder. En la elección de 1552, los Origüela consiguen poner un próximo como alcalde, Hernando de Montoya. La elección ha contado con la oposición de los Herreros, apoyados por familias como los Rosillo, Oviedo o Jiménez Dávalos y un regidor que cada vez tiene más peso, Francisco García, hijo del hidalgo Antón que ya en 1512 se había personado con el resto de hidalgos para obtener la mitad de los oficios de la villa. La lucha de bandos se radicaliza, es una lucha por el poder pero asimismo un conflicto social donde los sectores populares del Arrabal no quieren ser marginados.

Edificio del pósito y carnicerías
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En 1553 las tensiones acumuladas estallan de forma violenta. El motivo aparentemente insignificante, el reparto de la carne de una vaca que el cortador Morillo está despedazando un 24 de julio. El conflicto, narrado en otra parte, acaba con el alcalde ordinario Hernando Montoya herido en la cabeza por jóvenes de las familias Rosillo, Jiménez-Dávalos y Oviedo. Se refugian en la Iglesia tras su acción, arropados por la protección del cura Tristán Pallarés (el tío del que fundará capellanía). Antes los Garnica, padre e hijo, han bajado de su casa en la plaza para defender y salvar la vida del alcalde Montoya. Cuando las noticias llegan al Arrabal se produce una auténtica rebelión popular, varias decenas de vecinos de este barrio suben hasta la Plaza Mayor, no pueden acceder a la Iglesia protegida por varios alguaciles armados, pero asaltarán varias casas en busca de principales del pueblo que han huido, entre ellos, Francisco García, que es el que más odios despierta. Con los jóvenes refugiados en la torre de la Iglesia, la noche es de negociaciones y acuerdos. La justicia del Marquesado se implica para mantener la paz, mientras los más viejos de las familias principales intentan encauzar el conflicto. Los Tébar, la rama más moderada e integrada de los Origüela intenta reconducir la situación llevando el proceso al Consejo Real. Allí denunciarán la acción parcial del alcalde mayor del Marquesado, licenciado Cordobés, a favor de algunas familias principales del pueblo.

Los grandes beneficiarios de 1553 no serán ni Herreros ni Origüelas, sino los Pachecos. Los años hasta final de siglo, son años en los que nuevos actores intervienen en la vida del pueblo. Los Origüela serán marginados por una nueva ola de procesos inquisitoriales en los años sesenta, entre los condenados el nieto de Luis Sánchez de Origüela; varios miembros de la familia emigran a América en busca de fortuna; otros, como la rama de los Astudillos, medrarán desempeñando cargos públicos como escribanos a la sombra del poder de la justicia del Marquesado; unos y otros, irrumpirán con fuerza en la primera década del seiscientos. Mientras tanto, nuevas familias, se hacen un hueco en el panorama sanclementino, destaca entre ellos los Ortega, Francisco intenta patrimonializar el cargo de fiel ejecutor, pero la villa lo reserva para sí por privilegio real. Varios ganaderos como los Monteagudo, Oropesa, Alfaro, Perona o de la Osa incrementan su poder en la villa gracias a su aumento de riqueza, pero tendrán que esperar a la primera década de siglo para dar la batalla en torno a la primera instancia al alférez mayor de la villa, don Juan Pacheco Guzmán, que ahora es el hombre fuerte del pueblo. San Clemente, además de centro administrativo,será centro fiscal. El control de las rentas reales recae en una familia de Vara de Rey, los Buedo. Su ruina será, a comienzos de siglo, la ascensión definitiva al poder de Francisco Astudillo y de Rodrigo de Ortega, primer señor de Villar de Cantos.

Palacio Pedro González Galindo, abuelo de Benito Galindo Piquinoti I conde de Villaleal
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No pretendemos analizar a fondo lo ocurrido en la villa de San Clemente a partir del último tercio del quinientos, dejándolo para otra ocasión. Adelantaremos que la sociedad sanclementina vivió un nuevo impulso tras la guerra de Granada, la presencia de la población morisca, recién instalada, dinamizó la economía el Arrabal, que vio como se multiplicaba las actividades artesanas, esos mismos moriscos aportaron su trabajo como pastores a los ganaderos del pueblo, uno de los sectores con más impulso. Como centro administrativo consolidado desde 1583 con la Tesorería de rentas reales y desde 1586 como cabeza del corregimiento, San Clemente vivió una nueva edad dorada. Pero el desarrollo económico tenía sus pies de barro. El endeudamiento de las familias se incrementó y también el del concejo de San Clemente, que para sufragar los gastos propios de su actividad edilicia o bien para atender las necesidades fiscales de la Corona tomó a préstamo a censo cantidades que finalmente ascenderían a la cantidad de 10.000 ducados. Para pagar los réditos de los censos el pueblo empeñó su patrimonio y sus bienes propios y comunales, incluido el caudal de su pósito, para desgracia de los desfavorecidos. La crisis de 1600 enseñó la realidad descarnada a los sanclementinos y acabó con sus sueños, pero allí estaba Pedro González Galindo, el antecesor de los Piquinoti, dispuesto a arreglar los problemas financieros de la villa y prolongar los sueños dos décadas más. Los Origüela, antiguos tenderos, volvían como rentistas. El odio de la villa se cebó de nuevo contra ellos, su presencia en la villa se hizo imposible. Su casa, el palacio Piquinoti, quedó en ruinas, pero con su maltrecha fachada para recordar al pueblo de San Clemente esa historia olvidada.






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Anexo: la añoranza del buen gobierno desde un documento de 1547
Don Carlos por la diuina clemençia enperador de los rromanos, augusto rrey de Alemania, doña Juana su madre y el mismo don Carlos por la misma graçia rreyes de Castilla, ... a vos el que soys o fuéredes nuestro gouernador e juez de rresidençia del marquesado de Villena o vuestro lugarteniente en el dicho ofiçio, salud y graçia, sepades que Rrodrigo de Ocaña en nonbre de la villa de San Clemente y de los alcaldes, alguasyl e mayordomo della nos hizo relaçión diziendo que para el bien de la rrepública de la dicha villa y vezinos della convenía que los mayordomos de los propios y alhorí y escriuano del conçejo y procurador de la rrepública de la dicha villa los eligiese el pueblo y .justiçia dél y que la dicha justiçia y dos personas nonbradas por las personas pobres de la dicha villa diesen alvalaes para cortar en los montes y que no tuuiesen mano ny voto en todo ello los rregidores perpetuos de la dicha villa y que se deshiziese una tienda que los dichos rregidores tenían hecha y se proueyese como la dicha villa se estuuiese proueyda de bastimentos por los grandes dapnos que de lo contrario se seguirían a la dicha villa como nos podría constar por una petiçión de capítulos de que ante nos hizo presentaçión y nos suplicó lo mandásemos rremediar mandando proueyésedes lo susodicho como por la dicha petiçión él en nonbre del dicho su parte nos lo suplicava e proveer sobre ello como la nuestra merçed fuese lo qual visto por los del nuestro Consejo fue acordado que deviamos mandar dar esta nuestra carta para vos en la dicha rrazón e nos tuvimoslo por bien por la qual vos mandamos que luego veais la dicha petiçión de capítulos que de suso se haze minçión que va firmada de Blas de Saavedra nuestro escriuano de cámara de los que rresiden en el nuestro Consejo y os ynforméys y sepáis la horden que sobre lo en ello contenido se tenía en la dicha villa antes que en ella oviese rregidores perpetuos y de lo que agora se vsa y guarda y de lo que sobre todo convernía proveerse para para el bien y pro común de la dicha villa y vezinos della y de lo que más os paresçiere çerca dello y dentro de quinze días primeros siguientes ynbiéys ante los del nuestro Consejo rrelazión verdadera dello juntamente con vuestro paresçer de lo que en ello se deve proueer çerrado y sellado en pública forma en manera que haga fee para que por ellos visto se prouea lo que sea justo e no fagades ende al por alguna manera so pena de la nra. mrd. y de diez mill mrs. para la nra. cámara, dada en la villa de Aranda de Duero a diez días del mes de dizienbre de mill y quinientos y quarenta y syete años

AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 3/4
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*Tº commo fagan iuez e alcaldes
Mando que el primer domingo después de la fiesta de San Miguel el conçeio ponga iuez e alcaldes e notario e andadores e sayón e almotaçán en cada un anno por fuero. Et cada anno dezimos por esto que ninguno non deue tener offiçio de conçeio nin portiello si non por anno o si todo el conçeio non rogas por él. Et aqueste mismo domingo la collaçión onde el iudgado daquel anno fuere del iuez tal que sea sapient y entendido de partir el derecho del tuerto e la uerdat e de la mentira e aya casa enna çipdat e cauallo

BNE, Mss/282. Fuero de Alarcón otorgado por Alfonso VIII. fol. 38 rº. Entre 1201 y 1300?

domingo, 23 de abril de 2017

Alonso de Torres e Isabel López: moriscos de San Clemente

Alonso de Torres tenía 51 años cuando fue condenado por la inquisición en 1601. No tenía hijos, su mujer, Isabel López, era cinco años mayor que él. Completaba el hogar familiar su sobrina de 20 años. De profesión joyero de cosas de mercería, como él mismo se llamaba, su trabajo le había reportado una posición desahogada en la sociedad sanclementina. No ocultaba su riqueza; tanto él como su mujer hacían ostentación de ella: les gustaba vestir bien y en su casa, decorada con buen gusto, se podían encontrar un ajuar y muebles dignos de cualquier hogar de las familias ricas del pueblo. Quizás esa misma ostentación de la riqueza y las envidias que despertaba fue la causa de su infortunio personal. Al igual que otros había forjado su riqueza en los años ochenta y había sabido sacar partido a las deseos de la nueva clase de ricos que forjada en las dos últimas décadas quería visualizar de cara al exterior su estatus social.

Pero Alonso de Torres era morisco. El medro y éxito personal de un miembro de una minoría marginada chocaba con los fracasos ajenos. Más si cabe en aquellos años de cambio de siglo, en los que la crisis de subsistencias y la peste del año 1600 provocaron la ruina de muchas familias. Ruina que fue acompañada de la desestructuración social: tras la peste, un cuarto de las casas sanclementinas tenían por cabeza de familia una viuda, la mortalidad infantil había hecho estragos. Un hombre rico, como lo era Alonso de Torres, pronto sería víctima de las envidias y la estigmatización social; al margen de la sociedad por su sangre mora y con una familia atípica, dos mujeres en su casa, sin varón para heredar, su mujer  y una sobrina. No tardó el Santo Oficio en fijarse en la rectitud de la costumbres morales y religiosas del joyero, quizás no tan escandalosas como su confiscable riqueza. Denunciado al Santo Oficio en 1600, sus antecedentes, había sufrido otro proceso en 1580, poco le ayudaron. Acusado de hereje y apóstata fue reconciliado y condenado. Sus bienes confiscados. Alonso dejó sola a Isabel López, que sin asustarse, decidió litigar con el fisco por los bienes confiscados a su marido: como suyos reivindicó los bienes que había aportado como dote del matrimonio, inexistentes, pero también la mitad de los bienes gananciales de sus años de matrimonio.

que todos los vienes que se hallan quando se disuelue el matrimonio son gananziales si no prueban el marido y muger ser capitales suyos y también está determinado por ley del rreyno que la muger por el delito del marido no pierda los bienes multiplicados

Isabel López era una morisca, natural de la comarca de Zenete en el Reino de Granada, al igual que su marido, que era de Andarán, desde donde habían llegado en 1571 con aquellas columnas de moriscos que paulatinamente se fueron asentando por los pueblos manchegos y de Castilla. Alistados, es decir, asentados en los padrones que la Corona realizaba, obligando a la población morisca a fijar su residencia en los pueblos. Isabel López era una viuda litigante, capaz de enfrentarse a la Suprema de la Inquisición en un largo y costoso pleito durante ocho años, gracias a la solidaridad y apoyo jurídico de otros moriscos como Jerónimo de Renera de Pastrana o Juan de Ceraín, criado del Rey. El pleito sobre restitución de bienes embargados sería ganado por Isabel López por sentencia de 19 de septiembre de 1609, que venía a ratificar otra de 2 de noviembre de 1605, pero todavía en noviembre de ese año su procurador pedía ejecución de sentencia, que nunca se produjo. El proceso finalizaría bruscamente por la expulsión de la población morisca decretada en 1610.

Isabel López se reivindicaría a sí misma como artífice de la fortuna amasada por su marido. Ambos eran pobres en el momento de casarse
y lo que ay de hacienda ... lo an ganado y multiplicado durante su matrimonio ayudándose el uno al otro 

Alonso e Isabel se habían casado en 1572, apenas dos años después que ambos llegaran a la villa de San Clemente. Isabel no tenía familiares; Alonso, un hermano en Murcia llamado Hernando, cuya hija adoptó el matrimonio. Desarraigados y forzados por la necesidad de iniciar una vida en lugar no deseado y unas creencias aceptadas de mala gana, se casaron en la parroquial de Santiago. Es verosímil que llegaran con lo puesto y que con sus brazos desnudos se forjaran su destino y fueran capaces de amasar una fortuna. La pericia de Alonso como mercader, más bien buhonero, facilitaría el ascenso social del matrimonio, que además disponían de una conocida tienda de mercería en el arrabal del pueblo. A decir de algún testigo, no era raro ver en sus inicios a Alonso de Torres pedir limosna o alquilarse a jornal para poder comer. Pero habían sabido hacerse con una posición social respetable. Prueba de ello es que entre los vecinos que testificaron a favor del derecho de Isabel López a la hacienda de su marido estaban gente respetable como el cura Cristóbal de Iranzo, que los había casado, Alonso de Astudillo Ramírez, para el que había trabajado Alonso Torres,  el regidor Francisco Serrano, Andrés Granero y Alarcón, el clérigo Diego de Villanueva Montoya, el capitán Juan de Fresneda, Francisco de la Carrera. Muchos de estos hombres eran advenedizos en la sociedad sanclementina que, al igual que el morisco, con su trabajo se habían ganado el respeto social y también los odios; algunos de ellos a su éxito personal unían el estigma de ser conversos. El éxito acompañado del rechazo social provocó la solidaridad entre estos hombres del arrabal.

Alonso de Torres era un hombre de éxito. Del trapicheo, Alonso trasegaba con vino con los cueros a cuestas, y mercadeo de baratijas había pasado a poner una pequeña tiendezuela de mercería en su casa particular, que poco a poco se convirtió en popular centro de transacciones. Sus ganancias y hacienda crecieron de forma desmesurada, provocando el recelo de otros vecinos. Pero Alonso de Torres siempre se mantuvo fiel a sus orígenes. Mantuvo sus tradiciones y creencias traídas desde Granada y puso su riqueza al servicio del resto de sus hermanos moriscos, ayudando a casar huérfanas, dando limosnas a los necesitados y rescatando a algunos de su nación.

Nos quedamos maravillados con el despegue y desarrollo económico de la villa de San Clemente en el siglo XVI, que deviene en la llamada pequeña corte manchega, pero viendo las obras civiles y religiosas e imaginando las desaparecidas casas palacio de las que apenas quedan blasones, cerramos nuestros ojos e imaginación soñando en lo que fue el auténtico motor del desarrollo sanclementino: hablamos del barrio del Arrabal. Este abigarrado barrio, con el que solo pudo acabar aquella riada del río Rus del año 1589, que se llevó cuatrocientas casas, era el San Clemente feo, el de la arquitectura popular de casas de mampostería, el San Clemente maldito, donde no faltaba un prostíbulo junto al juego de la pelota, adonde de modo indiferenciado, a lo uno y a lo otro, acudían los jóvenes de familias de bien del pueblo; el Arrabal era asimismo el San Clemente hereje de población conversa y luego morisca y refugio de clérigos que en algún caso sabían escribir con carácter hebraicos; era el San Clemente recluido en su gueto que los domingos acudía a misa a la parroquial de Santiago Apóstol, accediendo por esa puerta gótica que dejaba a un lado el altar y las capillas nobles, pero que se abría de forma cruel con dos hileras de una docena de sambenitos pertenecientes a aquellos vecinos del Arrabal quemados por sus ideas. Pues quemado por sus ideas librepensadoras lo fue Luis Sánchez de Origüela, como por la misma razón acabaría quemado el morisco Hernando de Sanclemente.

San Clemente perdió en 1600 alrededor de tres mil habitantes por la peste, pero más calamitosa para su historia fue la riada del río Rus. Con la riada, además de las cuatrocientas casas, se fueron dos cosas: el ímpetu de los moradores de un barrio como el Arrabal y la memoria colectiva de la villa de San Clemente. La principal minoría que vivía en ese barrio, los Origüela, y sus descendientes los Galindo, los Astudillo o los Tébar abandonan su espíritu emprendedor de comerciantes y tenderos buscando primero la prebenda del oficio público, la canonjía religiosa o la rentas censales, y luego, el ennoblecimiento social o su integración en las cofradías de cristinos viejos. Cuando la riada se lleva los registros parroquiales que el clérigo Juan Caballón el viejo guardaba en su casa del barrio de Roma, se pierde algo más que un conjunto de papeles. Con los papeles se van las señas de identidad de muchas familias sanclementinas. Señas no deseadas pues en las partidas de bautismo aparecían parentescos no queridos, como los que emparentaban a muchas familias con sangre conversa o, caso de los Ortega, con el referido morisco Hernando Sanclemente. Tal como nos recordaba el licenciado Miguel de Perona Montoya en 1641, prácticamente todo el pueblo estaba infectado por la sangre de los Origüela, que ha cundido tanto. Pero la sangre conversa, acompañada del dinero, se diluía con facilidad en las venas de los cristianos viejos. La sangre morisca, no.

Quizás el único delito de Alonso de Torres, y de su mujer Isabel López, fue buscar el reconocimiento y un hueco en la sociedad sanclementina. Más que la memoria de su marido, Isabel defendió ese derecho al reconocimiento social de los miembros de la minoría morisca. En su caso, el mérito está que esa lucha fue reivindicando su papel como mujer que había ayudado a labrar la fortuna familiar. En su causa no estuvo sola, del expediente se deduce el valor de su joven sobrina María Torres, que asumió la defensa de los intereses de la familia, ya presentando testigos ante el Santo Oficio, ya actuando como procuradora ante la Suprema.

El matrimonio de Alonso e Isabel hizo fortuna rápidamente. El vendedor ambulante de vinos gozaba a finales de siglo de la principal tienda de San Clemente. Sus casas de morada estaban en el barrio de Roma, en la calle llamada de Serna el viejo, junto a las del clérigo Cristóbal del Pozo y las del licenciado Melchor de Perona, aunque una de las entradas de las casas daba a la actual calle Nueva. Las casas no eran del matrimonio sino que las poseían en alquiler de su propietario Cristóbal García de Ávalos. Las casas de su propiedad las tenía cedidas a su sobrina María Torres y a su yerno Luis de Córdoba, morisco natural de Villanueva de la Jara. Las primeras debían ser más espaciosas, nada más pasar al portal se accedía a la tienda llamada de joyería. Tal concepto debemos entenderlo en un sentido amplio, pues las joyas propiamente dichas eran la parte menor de la tienda, dedicándose la venta a todo tipo de lienzos, telas y prendas de vestir. Alonso de Torres era un tendero, pero su fortuna comenzaba a emplearla en la compra de tierras. Poseía un haza trigal, camino del Hituelo, y un majuelo de seiscientas vides, camino de Sisante. Pero Alonso Torres no era agricultor, el haza trigal estaba en barbecho y no explotaba directamente la viña. Era su yerno quien administraba las tierras, llevadas en arrendamiento.

Cuando el veintitrés de octubre de 1601 Alonso Torres ingresa en la cárcel de San Clemente, apresado por el alguacil de la Inquisición Luis Conde, es un hombre de 51 años. El secuestro de bienes comienza por la misma ropa que lleva puesta. Su vestimenta es la de un hombre acomodado, capa y sayo, medias de aguja negras, zapatos negros buenos, jubón y cuello de holanda, camisa de lino, una pretina de cuero y un sombrero negro de toquilla. El inventario de los bienes de su tienda completa setenta folios; una exhaustiva descripción que incluye todo tipo de lienzos y vestimentas, en su mayoría de importación extranjera, calzados, bolsos, bisuterías, piezas de ferretería, botellas, cajas de madera, cuerdas, cueros, jabones, legumbres, especias, imágenes religiosas y rosarios, ropas de frailes, y un largo etcétera de cosas diversas. La tienda de Alonso de Torres se complementaba con la de su yerno Luis de Córdoba, que además de participar de la venta de los enseres de su suegro, comerciaba con granos. Además el morisco Alonso disponía de un macho valorado en trescientos reales y de dinero en efectivo por valor de unos 5000 reales. El negocio de Alonso de Torres carecía de complejidad y era de carácter familiar, a pesar de la diversidad de géneros, aunque Alonso y su mujer asistían en la tienda y Luis de Córdoba asumía el papel de agente comercial para las compras. La propiedad de las mercaderías era a partes iguales entre Alonso y su yerno, aunque una parte menor del negocio intervenía al tercio otro morisco llamado Diego de Benavides. No obstante desconocemos el ámbito de estas transacciones, que sin duda superaban el marco local; por una deuda, sabemos que había comprado veintiuna mantas en Toledo a poco más de veinte reales cada una. Sus clientes eran variados entre los vecinos de la villa, no faltando el mismo corregidor. Luis de Córdoba, pues su suegro era analfabeto, llevaba la contabilidad del negocio en un libro, donde se apuntaban las ventas y las deudas, que eran pocas. No se vendía de fiado y los pagos se tenían que hacer al contado o se admitía el empeño de ciertas cosas; así un sanclementino dejó en prenda al morisco un salero y seis cucharas de plata.

Alonso de Torres, acusado de herejía y apostasía, sería sentenciado por los inquisidores de Cuenca el quince de junio de 1603, admitido a reconciliación con hábito y cárcel perpetua y confiscación de todos sus bienes muebles y raíces para la cámara de su Majestad.  En su confesión reconoció haber apostatado del cristianismo hacía treinta años, que era tanto como reconocer que nunca había practicado la religión católica. Es a partir de este momento cuando Isabel López inicia su contencioso para intentar recuperar la mitad de los bienes del matrimonio.

La sentencia de dos de noviembre de 1605 sería contraria al fisco real, obligándole a pagar a Isabel López la mitad de los bienes confiscados y la mitad de las costas procesales. Aunque el pleito se enquistaría durante cuatro años por negarse a devolver el fisco real la supuesta parte de Luis de Córdoba, al considerarle socio en los negocios de Alonso de Torres. Hoy nos resulta difícil imaginarnos el valor de las mujeres moriscas, pero la prisión de sus maridos les obligó a defender su hacienda y su familia. Isabel López no se resignó ante la condena de su marido, no lo haría María de Torres, cuando en una actitud vengativa de la Inquisición en 1603 su marido Luis de Córdoba fue encarcelado por hereje. La resistencia de estas dos mujeres es la resistencia del gueto morisco, que en 1605 sufrió una persecución inquisitorial con una inquina que la población morisca no había conocido anteriormente. Alonso de Torres había iniciado los procesos contra moriscos en San Clemente. La población musulmana existente en San Clemente antes de la llegada de los moriscos granadinos debía ser pequeña en número. Sólo conocemos ocho procesos antes de la llegada de los granadinos: el proceso contra Hernando de Sanclemente de 1517, coetáneo del de Luis Sánchez de Origüela, y siete procesos contra mujeres en los años 1562 y 1563. En la década de los setenta, los moriscos sanclementinos gozan de una tranquilidad que contrasta con las acusaciones del Santo Oficio contra los moriscos de Cañavate y Villanueva de la Jara que sufren una enconada persecución de la que el caso más destacado es el de Hernando de Chinchilla, que, sin duda, está provocado por el conflicto que mantiene con Martín Cabronero, vecino de Quintanar, por la explotación de unas tierras. Incluso hasta final de siglo los moriscos sanclementinos no son molestados, pero la causa abierta contra Alonso de Torres en 1580 ya anuncia la tormenta de comienzos de siglo, otros dos moriscos del pueblo son encausados, al igual que Isabel de Herreros en 1582. Los noventa solo se ven marcados por los procesos de 1593, entre los que destaca el de Alonso Molina.

Pero el año 1600, los procesos inquisitoriales se reavivan, al calor de la profunda crisis de comienzos de siglo, esta vez contra los condenados en 1580: dos hombres, Alonso de Torres y Diego Benavides, socios en los negocios, vuelven a ser encausados. Son los líderes de la comunidad morisca. La población morisca de San Clemente se defiende, apoyada como hemos visto, por vecinos no moriscos de la villa. Entre los defensores, un converso como Francisco Carrera, que ve encausado a su hijo Jerónimo de Herriega; aunque los dardos apuntan al doctor Tébar. Otros defensores como el licenciado Perona les motiva un interés económico; los Perona son ganaderos, los moriscos pastores. Moriscos y conversos son víctimas de las acusaciones, pero los conversos son demasiado poderosos y su sangre está diluida entre las principales familias del pueblo. A pesar de las acusaciones, serán los grandes beneficiarios de la crisis. Es en la primera década del siglo cuando los hermanos Tébar, Diego, recién llegado de América, y el cura Cristóbal, mancomunadamente comienzan a adquirir tierras. No tardarán en acusar a los moriscos, buscando un enemigo en quien focalizar las iras. El doctor Tébar denunciará su fe fingida; en el proceso de Luis Cordoba de 1603 se decía sin ambages que estaba mal empleado cuanto se hacía por estos perros moros . No faltaba razón en las acusaciones, esas setenta y tres familias moriscas de San Clemente nunca han estado integradas, ni tampoco se les ha permitido su asimilación. La llegada de los moriscos granadinos vino a reforzar la pequeña comunidad ya existente. Ya nos hemos referido de los procesos de 1563. Entoncés, en torno a María Sanz Horra, se reunían las mujeres para rememorar tierras y tiempos de moros. En 1593, el morisco Alonso de Molina es acusado por su propia esposa, cristiana. No sólo su fe, sus costumbres también son diferentes. Isabel de Herreros afirmará en 1582 ante el Santo Oficio que no solo se lavan con motivo de su casamiento o su muerte, sino que también lo hacen varias veces durante todo el año. En 1605, una vecina delata que los hijos de la morisca Isabel González comen tocino en su casa a escondidas de su madre.

A partir de 1600 la suerte de la comunidad morisca de San Clemente está decidida. La detención de Torres y Benavides es el golpe que pone al grupo ante un sino adverso. En 1603, el detenido es Luis de Córdoba; es un morisco orgulloso de su fe, y a diferencia de su suegro, muy culto; ha ordenado a un compañero morisco que copiase en lengua árabe un ejemplar del Corán. En su biblioteca tiene un libro prohibido para la población morisca: Sermones del anticorán. Es un libro antiislámico, pero que detalla con total precisión, aunque sea para negarlos, los principios de la fe islámica. El proceso de Luis de Córdoba es el principio de la debacle. La sentencia favorable que obtiene Isabel López en noviembre de 1605 sobre los bienes de su marido es un espejismo. Los años 1603 a 1605 marcarán el fin de la comunidad morisca. Los procesos inquisitoriales se suceden en cadena, ahora es cuando se concentran la mayoría de los treinta procesos inquisitoriales contra los moriscos de la villa existentes en el Archivo Diocesano de Cuenca: Luis Herrera, Melchor Barrio, Isabel Vizma, Isabel Molina, Isabel González, María Torres, Jerónimo Muñoz, Marco Martínez, Luis Aguilar, Leonor González y Luis de Córdoba, de nuevo reincidente en 1608.

Mientras Isabel López sigue su cruzada particular en defensa de sus intereses ante la Suprema. Será capaz de mantener vivo el proceso hasta el año 1609; entretanto, cuatro años antes, su marido ha muerto. Sus esfuerzos son baldíos, el 10 de julio de 1610 se hace pública la expulsión de los moriscos de las dos Castillas.



Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN, 4534, Exp. 11. Pleito fiscal de Isabel López, 1603-1609


GARCÍA ARENAL, Mercedes; Inquisición y moriscos. Los procesos del Tribunal de Cuenca. Siglo XXI editores. Madrid 1978