El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

sábado, 20 de febrero de 2021

LA SIGNIFICACIÓN HISTÓRICA DE SANTIAGO DE LA TORRE

 



Santiago de la Torre se llamó en origen El Quebrado; "que ahora llaman Santiago" se dirá en una carta de avenencia entre el obispo de Cuenca y el comendador de la Orden de Santa María de Cartagena por la partición de los frutos decimales de su iglesia, fechada en 1279. Sin embargo, Santiago, como otras tantas poblaciones, desaparece de los textos en el desierto documental del siglo XIV, justo en el momento que nace El Provencio como puebla a la Historia. El andar renqueante de ambos pueblos en el trescientos confundirá a los hombres varias decenas de años después y en el deseo de buscar identidad a los pueblos hará a uno y otro, sin razón en el caso de Santiago, como lugares de Alcaraz amputados a esta tierra. Ni uno ni otro pagarán diezmo a las tazmías de Alarcón.

Pero es en la primera mitad del siglo XV, cuando Santiago el Quebrado surge a la historia. Se dice que un criado de los Pacheco, Rodrigo Rodríguez de Avilés, es quien adquiere el lugar, aunque quien presta sus servicios a Juan Fernández Pacheco (prestaciones carnales incluidas) es su suegra, pero este judío de Ocaña, que presta sus servicios al rey Juan II con varias lanzas, es para los de Alarcón caballero que defiende sus intereses y en virtud de los cuales recibe Santiago como donadío en 1404. A este Rodrigo Rodríguez de Avilés le acompañó la desgracia, preso de los moros, la fortuna de este arrendador de impuestos se pierde en su rescate, pero sus herederos llevarán la sangre de la madre Beatriz Hernández, conocida como la pachequita, bastarda y hermanastra de María Pacheco, y a su sombra medrarán, cuando se hacen con el señorío de Minaya.
No obstante, el protagonismo de la política de esta zona de la Mancha conquense corresponde en el segundo cuarto del siglo XV al doctor Pedro González del Castillo. De este hombre y de su familia apenas si se sabe nada en su origen; procedente del Castillo de Garcimuñoz, se ha asociado como un miembro más de una de las familias más enigmáticas del obispado de Cuenca: los Origüela. A la espera de que otros demuestren la filiación, no tenemos más constatación de su sangre Origüela que el testamento de su sobrino Pedro, pero tenemos sospechas para pensar que su sangre judía debía quizás más a los Cabrera que a los Origüela. De su padre letrado, Lope Martínez, heredó el oficio en la corte; de su madre Teresa nada sabemos, ni siquiera el apellido. De hecho, el doctor Pedro no quiso recordarlo, adjudicando el paterno, y su hermano Hernán, que se llevó los huesos del padre a enterrar a San Clemente, se olvidó de los de su madre.
El doctor Pedro González del Castillo y su hermano Hernán eran figuras al alza, bajo la sombra y poder del condestable Álvaro de Luna y ambos constituyeron, con permiso de los Pacheco de Belmonte, el núcleo de poder más fuerte en las inmediaciones del Záncara y del río Rus. En 1428, el doctor Pedro convierte el donadío de Santiago comprado a los Avilés en señorío jurisdiccional, esa jurisdicción se extiende a Santa María del Campo Rus, al tiempo que se dota de una hacienda inmensa, centrada en Santiago y en Las Pedroñeras, sus tierras llegarán a los muros de este lugar. Aunque la base de su poder serán los molinos, en el Júcar y en el Záncara. Su hermano Hernán intentará lo propio en San Clemente, aunque parece llegar tarde a cualquier intento de creación de señorío jurisdiccional.
Es en torno a la década de 1430 cuando esta zona nace para la Historia, aquellos pequeños lugares de Santa María del Campo Rus o San Clemente, donde don Juan Manuel descansaba en sus salidas de Castillo de Garcimuñoz, comienzan a tener historia escrita (desgraciadamente desaparecida en gran parte). Para los aldeanos la visión de ese renacer son las torres que se levantan ante sus ojos: la de Santiago, que ahora se llamará de la Torre, y la de San Clemente, la llamada Torre Vieja. Con estos González del Castillo, los aldeanos de las cuencas del río Rus y el Záncara despiertan a la historia de una familia los González Castillo, y sus parientes Origúela, incardinados en la política del Reino como miembros de los Consejos, embajadores en los concilios o entablando hábiles alianzas con poderosas familias, tales los Portocarrero en Salamanca, los Prestínez en Burgos o los Franco, judíos conversos de Toledo. El símbolo de ese poder es la torre de Santiago y esa otra fortaleza de Torres del Castillo en Salamanca. El doctor Pedro González del Castillo sueña con su fortaleza de Santiago y sus deudas con sus tierras de origen conquenses, quiere ser enterrado en la iglesia del Quebrado, hasta parece renegar de su alianza con los Portocarrero, pues, olvidando un malogrado primer matrimonio, quiere hacer de su bastardo el licenciado Hernán el heredero de su linaje, obviando los intereses de su mujer. Ahora bien, la fortuna es cambiante y la del doctor Pedro irá ligada a la del condestable Álvaro de Luna; cobijado a su sombra ha sido incapaz de ver el fulgurante ascenso de Juan Pacheco.

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Los sueños del doctor Pedro González Castillo de crear un gran señorío en torno a Santiago de la Torre pronto se desvanecieron. Su dominio en Santiago de la Torre y Santa María del Campo Rus era pequeño Estado, que, al igual que El Provencio en manos de los Calatayud, era sombra de la concesión regia del marquesado de Villena al maestre don Juan Pacheco. Además, los capítulos entre el doctor Pedro y el concejo de Santa María del Campo tenían más de concordia que de sojuzgamiento.
Las disputas familiares acabaron con toda posibilidad de crear una entidad de importancia. La mujer del doctor Pedro González del Castillo, Isabel Portocarrero, se apresuró a garantizar de su marido la constitución de un mayorazgo que legara a su hijo Juan los bienes familiares, pero en esa costumbre e invento castellano de la llamada mejora del tercio y quinto, gran parte de los bienes fueron a un hijo bastardo anterior, el licenciado Hernán González del Castillo, que daría lugar a dos linajes diferenciados, los Alarcones de Sisante, y los Ruiz de Alarcón, otros más, que conservarán la parte de la herencia en torno a la llamada aldea y molino del Licenciado (en Castillo de Garcimuñoz y junto al Júcar). Como se ve, los apellidos habían cambiado, en este caso, por asunción de apellidos maternos, pero es que estamos ante una de las familias conquenses más camaleónica, ya no tanto por ocultar el apellido Origüela sino por mandar a hacer puñetas un apellido tan común como el de González, pero que en boca de los contemporáneos debía ir acompañado de algún otro tenido por infecto, es decir, judío.
Muerto el doctor, ni la viuda ni los hijos hicieron mucho por mantener la obra del padre. Juan Castillo y su hermano Alonso Portocarrero andaban a la gresca, el segundo ni aceptaba la herencia del bastardo Hernán ni el mayorazgo del primogénito. Dicho en pocas palabras, el hecho de que el padre le legara sus libros no lo debió dejar muy satisfecho. Y, es que, aunque el chico salió buen estudiante, su madre Isabel Portocarrero, de la que tomó el apellido, pensaba para él la herencia centrada en tierras salmantinas e incluida en el mayorazgo de Juan. Alonso, al que se le insinuaba la posibilidad de vestirse los hábitos, comprendió que si quería ser alguien, mejor letrado que cura, y mejor en la Corte que en el pueblo. Fue su elección (sería maestre sala de los Reyes Católicos), la que salvó a la familia, pues su hermano Juan tuvo la idea de declararse partidario de la Beltraneja en la primera fase de la guerra de Sucesión castellana, allá por 1476. Si conservó sus posesiones de Santiago de la Torre, fue más por la inteligencia ajena de los reyes, que por la propia, pues, con ánimo de dividir a sus enemigos, le perdonaron su error y su hacienda. Quiero decir que su cambio de fidelidad, malgré lui, evitó que el castillo de Santiago de la Torre se convirtiera en una de esas fortalezas desmochadas o aniquiladas, tal como le pasó al castillo de El Cañavate.
Mientras los hermanos Juan y Alonso seguían con sus disputas familiares (las normales, cuando hay dinero por medio); disputas que llegaron hasta la muerte de Juan; el pueblo de Santiago de la Torre parecía ajeno a todo y vivía la segunda mitad del siglo XV como un revival. Los viejos siempre recuerdan un pasado mejor, pero en el caso de Santiago, no parecían equivocarse, pues había conocido un lugar habitado por cien vecinos, es decir unas cuatrocientas almas, un pueblo feliz con sus fiestas y sus músicos y, sobre todo, un pueblo de pastores. De Santiago, será la familia, luego sanclementina, de los Herreros, que decían ser descendientes de los conquistadores de Madrid (algo, de esa u otra ciudad, a lo que todos podremos aspirar si rascamos en nuestros ancestros) o tal decían doscientos años después, ahora, a finales del siglo XV, se dedicaban a hacer dinero: criando ganado y predicando su odio a los Pacheco o a cualquiera de sus aliados. Era un caso notorio, pues los santiagueros no disponían de tantas cabezas de ganado, aunque fue la posesión de ovejas y cabras la causa de su decadencia como pueblo y su reducción a menos de treinta casas hacia 1520.
En esa decadencia, parte de culpa, bastante diríamos, tuvieron los provencianos y los sanclementinos, que, aunque de amigos tenían poco, por no decir nada, sí participaron de una idea común: intentar hacerse ricos, o al menos salir de la miseria, plantando viñas. Fue un movimiento roturador frenético; largas lenguas de hileras de viñedo salieron de ambos pueblos para confluir. Su resultado fue que acabaron con los pastos de las ovejas de Santiago de la Torre y, mucho peor, desecaron los lavajos y arroyos. Las aguas corrientes devinieron en estancadas y, de ahí, en foco de enfermedades que diezmaron las ovejas y la población de Santiago de la Torre. Los más arriesgados, o necesitados, abandonaron el pueblo, se convirtieron en agricultores y emigraron a Las Pedroñeras en cuyo auge no es ajena la migración santiaguera.
Mientras sus vecinos se iban, su señor, Bernardino del Castillo Portocarrero, hijo de Juan y nieto de Pedro, competía con su amigo Alonso de Calatayud, por establecer un régimen de terror con sus vasallos. La fortaleza de Santiago era tan odiada como la de los Calatayud en El Provencio. Si la de los Calatayud sería arrasada por los provencianos en Las Comunidades, la de Santiago de la Torre se había librado treinta años antes de ser quemada por los mismos provencianos que hasta allí acudieron con sus carros llenos de paja. No parece que eso arredrara a don Bernardino con fama de colgar de las almenas a alguno de sus alcaides.

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Cuando Hernando de Colón, el hijo de Cristóbal, llega a Santiago de la Torre en 1517 o algún año antes, si es que le dio tiempo a visitar tantos lugares para su Cosmografía, encuentra un lugar en irremediable decadencia: treinta vecinos lo pueblan, nos dirá, cuando ha poco tenía doscientos, en cifra tan exagerada como lo será él mismo, que el hombre intentaba emular en sus descubrimientos en España lo que su padre el Almirante encontró en Indias. Sobre el declinar de Santiago no le faltaba razón, sin saber las causas. Hemos adelantado algunas de ellas, la más sugerente en estos tiempos de pandemias es la de unas aguas infectas y estancada y unos ganados transmitiendo sus enfermedades a los hombres. Causa subsidiaria de otra principal. "La revolución del año mil quinientos en la Mancha conquense" provocó la huida de los vecinos de las tierras de señorío; no hemos de pensar en vecinos agazapados y con escasos enseres huyendo nocturnamente de sus pueblos, no, sino familias que a plena luz del día destejaban los techos de sus casas y demolían las piedras de sus muros para construir nuevas casas en tierras de realengo. Quien lo relataba así era un impotente Alonso de Calatayud, que veía desmochar su pueblo de El Provencio en vano intento de crear otro en 1510: Villanueva de la Reina. Todo el mundo quería casa libre de ataduras señoriales y campos o viñas en propiedad... tierra sobraba. Era la misma tierra que los pastores santiagueros hollaban; la ruina de los pastores y sus ganados los obligó a mutar sus ocupaciones y a adaptarse a los cambios. Hoy se llama a eso resiliencia o al menos eso dicen los próceres y triunfadores de este capitalismo equinoccial, entonces era ganarse el pan, llevados los hombres de la necesidad.
Los hombres abandonaron Santiago de la Torre hacia las villas de realengo en busca de la tierra que sobraba, bien a El Provencio bien a San Clemente o bien a la arruinada, por las guerras, La Alberca. Aunque su principal destino fue Las Pedroñeras. Sin ánimo de crearme enemigos en este pueblo he de decir que Las Pedroñeras debe sus existencia histórica a Santiago de la Torre. Solo la vitalidad de los nuevos repobladores santiagueros dio el impulso a esta pequeña villa para lograr la suficiente identidad que garantizara su existencia frente a la amenaza de los Castillo Portocarrero y los Pacheco de Belmonte, con ambiciones en Robredillo de Záncara, sus molinos y sus tierras. Las Pedroñeras a comienzos del siglo XVI fue un peón más en las ambiciones territoriales de la villa de San Clemente, que quería llevar sus fronteras hasta el Záncara y se inventó un aliado en los pedroñeros para negar su existencia a provencianos y santiagueros. Aunque quien pusieron los hombres para hacer posible ese proyecto fueron los santiagueros. El modelo fue el mismo, que por ejemplo en El Cañavate. Los pastores santiagueros, devenidos por la necesidad en labradores, explotando como renteros las tierras que los Castillo Portocarrero poseían en Las Pedroñeras (alrededor de dos mil ducados de hacienda); al faltar hombres y sobrar tierra, las condiciones de los arrendamientos eran favorables a los colonos, que pronto comenzaron a roturar otras tierras llecas y conseguir su propiedad por las ventajas forales del suelo de Alarcón. Señores y colonos se beneficiaban de la nueva situación, aunque el conflicto estalló por los usos tradicionales... y comunales. A todos les movía el interés particular, pero todos necesitaban de los viejos usos comunales: mientras la propiedad privada crecía, la comunal menguaba. Dehesas boyales empequeñecidas, mientras las bestias de labranza aumentaban; tierras de pastizal sustituidas por las viñas, en tanto que los nuevos colonos comprendían que mantener el ganado era una oportunidad de negocio para el abasto de unas villas de realengo en crecimiento desaforado, y, en fin, cosas tan simples como necesidad de esparto para alpargatas para los pies, troncos de carrasca para edificar casas o labrar arados, masiega para colchones de las camas o bellotas para comer.
Para impedir estos usos comunales se erigía ahora la fortaleza de Santiago de la Torre (o para esconder el trigo que tanto Alonso de Calatayud o Bernardino del Castillo robaban con eso que llamaban el rediezmo). No hemos de pensar en grandes mesnadas al servicio del señor ni los lugareños lo veían así tampoco. La fortaleza de Santiago estaba en manos de un alcaide y un puñado de criados armados al servicio de don Bernardino: una pandilla de malhechores a los ojos de los contemporáneos o ,más bien, unos de tantos necesitados en un mundo de bribones en el que todos perseguían lo mismo, su propio interés, en el que todos se conocían o tenían lazos familiares y en el que lo común eran los tratos... hasta que los labradores se internaban en los espacios comunes que don Bernardino ahora adehesaba; entonces, y los más propicios a ser víctimas eran los pedroñeros, de los tratos se pasaba a la somanta de palos que solía recibir el intruso de los "caballeros " de don Bernardino, aunque la cosa se solía arreglar con alguna multa o embargo de algún útil, mediante la visita a las mazmorras del castillo de Santiago de la Torre, situadas en el inferior de su torre de homenaje. Como siempre, los hay con exceso de celo y dispuestos a hacer del servicio a su señor la negación de su persona; tal era un alcaide Cisneros, quizás ocupara el puesto en el umbral de los años 1520 a 1530. Este hombre inspiraba terror en los pueblos vecinos por su crueldad. Quizás (y disculpen la digresión) era como aquel guarda de Castillo de Albaráñez un cabrón redomado, un tal de la Madre, que hizo imposible la vida a mis antepasados de Arrancacepas y llegó a matar a alguno de ellos en sus aventuras nocturnas por hacerse con leña. El alcaide Cisneros, sin ser consciente, sustituía en crueldad a su señor don Bernardino del Castillo, que decidió colgarlo de las almenas del castillo y exponer su cuerpo a la visión de los labradores, no tanto porque su crueldad compitiera con el señor, sino porque se estaba quedando con las exacciones que le pertenecían. Claro que para ganarse esas rentas "feudales" don Bernardino se lo había trabajado desde comienzos de siglo; lo sabían bien alberqueños o santamarieños. ¿El principal motivo de disputa? La caza de conejos. Claro que si París bien vale una misa, don Bernardino se dio cuenta tarde que un conejo no valía la pena para desencadenar una revolución, la de las Comunidades.

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La figura del doctor Pedro González del Castillo sigue siendo una incógnita. Hombre de gran significación en la corte de Juan II, comenzamos a tener noticia de él por algún documento del Archivo Municipal de Cuenca, que en su día transcribió TIMOTEO IGLESIAS MANTECÓN, situando a Pedro González de Castillo en 1426 como Alcalde de Provincia. No obstante, las genealogías familiares sitúan a nuestro doctor como uno de los letrados castellanos destacados en el compromiso de Caspe defendiendo en 1412 los intereses de Fernando de Antequera a la Corona de Aragón. ¿Cuál es el problema? pues que tanto Zurita en sus Anales como Bofarull en el estudio de los documentos señalan que el doctor que acudió a Caspe fue Pedro Sánchez del Castillo. Es cierto que sabemos de un criado de Pedro González del Castillo, también doctor, ambos compartirían capillas de enterramiento en el convento de agustinos de Castillo de Garcimuñoz. La familia siempre defendió que Pedro González del Castillo era el Pedro Sánchez del Castillo citado por Zurita en sus Anales. Nosotros por nuestra parte estamos habituados a estos Origüela jugando indistintamente con el apellido Sánchez y González.
Pero de la genealogía de los Castillo Portocarrero destacamos su expresa mención a la construcción del castillo de Santiago de la Torre, tanto en la genealogía de la BNE como en esa otra menos conocida, donada al archivo de Trujillo por los descendientes (y cuyo conocimiento debo a Juan de Orellana Pizarro). Es difícil dar total veracidad a una familia que inventó varias genealogías (donde por no coincidir no coincidía el nombre del padre del doctor), pero no podemos de dejar de transcribir el siguiente párrafo (que confirma y detalla ese otro de la BNE), en este momento que se va a comenzar la restauración del castillo de Santiago:
"Sirvió Pedro González del Castillo con singular valor y fidelidad a los señores Reyes don Juan el Segundo de Castilla y don Fernando el I de Aragón, de los quales recibió grandes honores y mercedes que se omiten por no dilatar este memorial. Fundó a sus expensas con facultad real el castillo de Santiago de la Torre, en tierra de Cuenca, y en tierra de Salamanca la casa fuerte de la Quatro Torres, sumptuoso edificio. Edificó en su villa de Sancta María del Campo, en la capilla mayor de la Yglesia matriz , un magnífico sepulchro par él y sus descendientes, assí mesmo un convento de trinitarios calzados"

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Don Bernardino del Castillo Portocarrero salió reforzado de la guerra de las Comunidades de Castilla; a diferencia de su colega don Alonso de Calatayud había visto el movimiento comunero del verano de 1520 desde lejos, en Salamanca. Había evitado el bochorno de su aliado, el señor de El Provencio, sometido a un juicio popular por sus vecinos. Ninguno de los dos se había visto libre de la ira popular, pues si los provencianos la emprendieron contra la fortaleza de la familia Calatayud y sus odiadas mazmorras. don Bernardino vio como los santamarieños saqueaban el palacio de los Castillo Portocarrero en Santa María del Campo Rus y robaban (o expropiaban) el trigo de sus cámaras. Sin embargo, no tenemos noticias de que el castillo de Santiago de la Torre fuera objeto de la furia del populacho, aunque dudamos que fuera centro de la resistencia señorial en un momento que los Calatayud estaban retirados en Las Mesas y los Portocarrero lejos de la zona.
Acabadas las guerras de las Comunidades es probable que el emperador buscase una política de conciliación con los perdedores a la par de la represión del movimiento, pero los patricios de las repúblicas pecheras habían perdido su oportunidad y Carlos V no les perdonará su tibieza. El sanclementino Antonio de los Herreros se había ofrecido al prior de San Juan para luchar con los focos rebeldes persistentes después de Villalar, pero para mayo de 1521 se le comunica que ya no es necesario. Es más tres años después, cuando en los interminables conflictos entre El Provencio y San Clemente, los últimos invaden la primera villa con dos compañías de cuatrocientos hombres (¡todo el pueblo sanclementino armado!), Carlos V decide poner fin a esos micropoderes pecheros. Se habla del señorío de Isabel de Portugal como la época dorada de la villa de San Clemente, pero esta época fue de regresión señorial en la propia villa y de reforzamiento de los poderes externos. Es ahora, cuando don Bernardino del Castillo Portocarrero cierra su villa de Santa María del Campo a los usos comunes tradicionales y es ahora cuando Santiago de la Torre adquiere el valor de símbolo del poder señorial. Claro que junto a los vecinos apaleados por robar leña en las dehesas de Santiago surge el gran propietario que adquiere tierras en el segundo movimiento roturador de los años alrededor de 1530 que sigue a ese otro de comienzos de siglo.
La reacción de don Bernardino Castillo Portocarrero fue tajante, impidiendo a los vecinos foráneos labrar sus tierras; entre los perjudicados estaba el provenciano García Sánchez que poseía en propiedad varias hazas en el donadío de Santiago de la Torre. Sabemos que los provencianos con propiedades en Santiago sacaban su trigo del donadío hasta las eras de El Provencio para evitar las exacciones de los Castillo Portocarrero. Entre ambos contendientes se debió llegar, en los primeros años de la década de 1520, a acuerdo, que no era sino reforzamiento del poder señorial de los Castillo Portocarrero tras la guerra de las Comunidades, con la obligación de los labradores de ceder una oncena parte de su cosecha a don Bernardino del Castillo. La solución vino después de pleito entre los provencianos y don Bernardino del Castillo Portocarrero, sustanciado en la Chancillería de Granada, que reconocía a los provencianos a sacar sus mieses del donadío y a don Bernardino cobrar un onceno de cada fanega cosechada. Las relaciones con los labradores de Las Pedroñeras también se enturbiaron. Era un punto de inflexión que acababa con una época, en la que santiagueros o pedroñeros se consideraban un mismo pueblo, como hermanos y revueltos se decía (de hecho, era común que los pedroñeros hicieran un alto con sus mulas y carros en Santiago, donde, convidados, comían en común), y en la que no se conocían fronteras. Hacia sus dos montes de encinas, el viejo, en el camino de las Pedroñeras, y el nuevo, en el camino de La Alberca, acudían los convecinos a por la bellota, y hacia la dehesa de Majara Hollín y sus humedales habían acudido hasta los años veinte los provencianos, los pedroñeros y sanclementinos con sus carretas para recoger la masiega empleada para rellenar los colchones de sus camas, mientras sus mulas pacían, o para buscar espárragos entre las primeras viñas plantadas. Ahora, Majara Hollín se desecaba, sus ganados se perdían y lo que era dehesa santiaguera era objeto de disputas entre provencianos y sanclementinos por su control. Entre los provencianos que compraban tierras en Santiago el Quebrado destacaba Julián Grimaldos, además del citado García Sánchez, y otros como Pedro Sánchez de Bartolomé Sánchez que se dedicaban a romper los llecos en el camino de La Alberca, que se avinieron a pagar el onceno a don Bernardino, según recogía el testimonio de un labrador provenciano que andaba entre su pueblo y Santiago para recoger limosnas para el ermitaño que guardaba la ermita de Santa Catalina. Mientras El Provencio y Las Pedroñeras crecían en la década de los treinta, con trescientos diez y ciento ochenta vecinos, respectivamente; Santiago de la Torre, apenas si llegaba a los veinte. El empuje roturador de los vecinos de Las Pedroñeras se centraba en la hoya de Hernán Gil y en el camino de Santiago a Robredillo de Záncara.

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El poder de los Castillo Portocarrero estaba muy debilitado a mediados del siglo XVI y su fortaleza de Santiago de la Torre era mole tan impresionante como desolada. En 1565 era un lugar poco deseado como vivienda, aunque el alcaide tenía residencia allí, prefería la vivienda de Santa María del Campo Rus. Aparte de su mujer y su hija por la fortaleza se dejaba ver únicamente una cuadrilla de canteros vascos, alojados temporalmente.
Ahora, desde mediados de siglo, el mayorazgo de los Castillo Portocarrero había caído en Antonio, hijo de Bernardino, nieto de Juan y biznieto del doctor Pedro. El hombre no hizo mucho por mejorar la imagen de los Castillo Portocarrero en la comarca y, de hecho, se convirtió en el miembro del clan más odiado, sin llegar a hacer los méritos de su padre Bernardino. Siguió haciendo de la fortaleza de Santiago su centro de operaciones para, con unos pocos criados y su alcaide, negar el acceso a los espacios adehesados de la familia, pero su autoridad estaba siendo discutida en su principal villa, Santa María del Campo Rus. Quien ponía en duda su autoridad eran los García de Mingo Martín, unos labradores a los que su enfrentamiento con los Castillo Portocarrero había convertido en forajidos con cierta aureola romántica que andaban con escopeta en la mano para matar a don Antonio. No es que los hijos fueran agresivos, más bien el padre y la madre encarnaban un clan de alma indómita, creyéndose capaces de acabar ellos solos con toda la nobleza de la zona. Al menos, valentía e ira mostraba el tal Miguel García, que arrancó de un mordisco la oreja del alguacil de don Antonio, después de matar a Martín Chaves, aliado de don Antonio. El clan se atrevía a atacar la fortaleza de Castillo de Garcimuñoz, para liberar a un tal Rubio de la garra de los Melgarejo. En fin, "un mal ejemplo para la república" que decía el hombre de confianza de don Antonio. El resto es una novela de Merimée, un Miguel García refugiado en la iglesia de Santa María, vista por los santamarieños como refugio y lugar de jurisdicción real, además de eclesiástica, frente al poder señorial; apresado el malhechor en la iglesia por un iracundo don Antonio, poco dispuesto a respetar jurisdicciones ajenas, y la vergüenza pública del reo a lomos de asno y torso desnudo, mientras su anciano padre se plantaba delante de la procesión punitiva en desafío al poder de don Antonio al grito de que "quien osara meterse con su hijo no quedara cojón de ellos". Miguel García arrestado en las mazmorras de Santiago de la Torre y su fuga después que madre y hermana, y la complicidad de algún provenciano la facilitaran. La fuga de Miguel García fue clásica, valiéndose de unas sábanas hechas jirones, aunque según otros fue por la puerta, cosa creíble porque carcelero y preso solían jugar juntos a las cartas. Gracias a la cárcel y fuga de Miguel, conocemos cómo era la torre de Santiago: Miguel García fue encerrado en la mazmorra, sita en lo hondo de la torre de la fortaleza, que era un habitáculo con un único agujero en la parte superior, desde donde se bajaba al preso con una cuerda. Sobre el techo de la mazmorra había una primera pieza y desde aquí por unas escaleras se accedía a una piso superior, la cámara de armas, encima de la sala de armas había otras piezas superiores, aunque no se dice cuántas, todas ellas sin puertas y de libre acceso. Los testigos decían que para sacar a un hombre de la mazmorra eran necesarios otros tres o cuatro hombres tirando de una soga. Difícilmente podía escapar de allí el preso, aparte que el acceso exterior a la torre donde se hallaba era por una puerta con llave y un guarda de vigilancia.
Muestra de que el poder de don Antonio Castillo Portocarrero estaba muy debilitado es que la pagó con sus padres. Claro, él no, que andaba huido. Pero, tanto Pedro García el padre como su mujer Francisca Redonda era un matrimonio de armas tomar; ni en la cárcel los doblegaron: el viejo amenazaba, sus barbas eran canas pero prietas.
¿Quiénes eran estos García? Era una familia extensa, a Francisco, hermano de Miguel, se le conocían seis hijos. Sabemos de parientes en La Alberca y en El Provencio. Era una familia muy estructurada y jerarquizada en torno al patriarca de la familia, Pedro, de setenta y ocho años, y su mujer Francisca, de sesenta y seis años. Era asimismo una familia de campesinos, Miguel llevaba mies en sus mulas cuando se enfrentó con el alguacil Francisco Moreno; su sobrina Cristina Redonda estaba trillando en la era a comienzos de agosto y el secuestro de bienes de Pedro García comienza por trece fanegas de cebada y él mismo llega, en el preciso momento del secuestro de bienes, procedente de la era con una horca. Pero es de suponer que era una familia campesina acomodada. Labradores ricos, pero analfabetos. Se dedicaban al cultivo de campos de cereal, cultivo con tierras muy aptas en Santa María del Campo Rus frente a las poblaciones del sur dedicadas a la vid. Los vestidos de Miguel García, encontrados en una arca y embargados, demostraban una posición social: dos calzas, unas plateadas y otras blancas, capa y sayo de velarte, gorra de terciopelo y jubón de telilla. El colchón y almohada que su padre le llevó a la mazmorra estaban rellenados de lana, no de paja. Pedro García es rico; sabemos por su mujer, que en la arenga de la plaza, Pedro le recordó a su señor haberle dado ya once mil maravedíes; muestra que intentó una solución de conciliación en las muertes provocadas por su hijo y muestra de su riqueza. Además, Pedro García estaba metido en el lucrativo negocio de echar las yeguas al garañón; creemos que los problemas que aquí tuvo están relacionados con la orden real de facilitar la reproducción de caballos para la guerra frente a lo más común en la época que era la cría de mulas, un animal que estaba sustituyendo de forma acelerada a los bueyes para la labranza, alcanzando precios astronómicos. Y para ser simples campesinos, eran campesinos muy bien armados. Aunque, como siempre, las armas llegan después, los conflictos de intereses son anteriores.
Las complicidades de los García en la zona mostraban la debilidad de los Castillo Portocarrero, enfrentados a los vecinos de los pueblos por las cortapisas al disfrute de los bienes comunales. El clima era de subversión total al poder señorial. Esa es la razón por las que don Antonio decide abandonar su Cuenca en 1579, con un trato con la Corona que le cede Fermoselle a cambio de Santa María del Campo Rus, pero el paso de esta villa a realengo costó a sus vecinos 16000 ducados. Santa María del Campo Rus como villa de realengo fue un experimento fallido, pero fue, en mi opinión, una de las causas del fin de la gobernación del Marquesado de Villena, escindido en dos corregimientos (San Clemente y Chinchilla) tras la sublevación de la villa contra el gobernador Rubí de Bracamonte y la nobleza regional que acudiendo a la ceremonia de colaciones, pensaba que el pueblo era fruto maduro para apropiarse de él. Las terribles condenas sufridas por los santamarieños son conocidas.
Santiago de la Torre continúo en poder de don Antonio unos años más, hasta mayo de 1590, que la vende a don Alonso Pacheco de Guzmán, regidor de Toledo, aunque de los Pachecos sanclementinos, descendientes de Alonso Pacheco, segundón del señor de Minaya. Junto a su mujer, fundarán mayorazgo, pero la descendencia, femenina, no acompañará. Su hija casará con Juan Pacheco Guzmán, el otro, es decir el imbécil, caballero de Alcántara, pero una marioneta en manos de su madre. Su culpa no fue tanto andar enfrentado con los Ortega de San Clemente, a lo que tenía por bastardos por intentar emparentarse con los Pacheco, recordando a estos y a su pesar, los torcidos que son los troncos de los árboles genealógicos, sino ser incapaz de garantizar una línea sucesoria digna, precedente de esa situación de múltiples herederos que ha llevado al castillo de Santiago a la ruina.

domingo, 31 de enero de 2021

 La plaza de toros de Cuenca en el siglo XV, según los documentos de la época (1497)

"que esa dicha çibdad tiene un coso e plaça adonde se corren los toros e que por ancho del pasa el rrío de Huécar e que en los tienpos pasados Juan de la Bachillera fizo un molino en el dicho rrío del Huécar e que para él fizo una presa en mytad de la dicha plasa e coso de que la dicha çibdad diz que rresçibió mucho agrauio e que después puede aver un año que el dicho rrío cresçió se lleuó la dicha presa e queriendo la tornar a fazer el dicho Juan de la Bachillera diz que esa dicha çibdad se opuso a ello e no ge la consintieron hazer "
Juan de la Bachillera volvería a levantar la presa ante la oposición de la ciudad

Archivo General de Simancas, RGS,LEG,149702,96

sábado, 30 de enero de 2021

El abastecimiento de agua a la ciudad de Cuenca en 1494

 




El abastecimiento de agua a la ciudad de Cuenca (1494)

 

“por parte de la dicha çibdad nos fue fecha rrelaçión que nos ovimos mandado dar una çédula por la qual diz que mandamos quesa dicha çibdad juntamente con el dean y cabildo della uiesen cómo se podía traer a la dicha çibdad çierta agua e seyendo todos conformes la fisyesen traer segund que más largamente en la dicha nuestra çédula se contiene e que al tienpo que la dicha nuestra çédula se dio diz que se platicava entre vosotros que la dicha agua que auía de traer que fuese de rrío de Xúcar e que agora se a hablado e platicado entre vosotros que se auía de traer de rrío de Guécar en lo qual esa dicha çibdad e rrepública della rreçebiría dapno porque se perdería las hortalisas de la dicha çibdad que se rregan con la dicha agua e porque asy se quitase alguna parte del rrío se quitarían las moliendas de la rribera e que vernía grande dapno al trato de los paños porque todos los tintes están en la dicha rribera e que segund la poca agua del rrío se rrequería echarles a perder sy se les quitase alguna parte del agua del dicho rrío e que sería muy costoso e que no se podría sostener el hedifiçio que para ello se fisyese


El Consejo Real determinó hacer y mandar información al respecto

 

Archivo General de Simancas, RGS, LEG, 149411, 303

Se da por fecha de construcción del acueducto que hizo posible llevar el agua a la ciudad de Cuenca

martes, 19 de enero de 2021

Los Tébar de la Hinojosa

 Hernando, Diego y Lope de Tébar eran hijos de Lope de Tébar y Catalina de Gámez. Lope de Tébar era hijo de Hernando de Tébar, que casado con Mencía de Perrillas, tuvieron otros dos hijos García Álvarez de Tébar y Arias de Tébar, que había marchado a vivir a Cañavate. Hernando casaría de segundas con Juana de Araque.

Los antepasados de la familia Tébar se  tenían por señores de la aldea de Tébar: 

e que sus pasados auían seydo señores de Téuar e que estaua a par de Alarcón

Guiomar de Ayala era viuda de Juan Alonso, un hidalgo de La Hinojosa, había llegado a esta aldea desde la villa de Cervera en compañía de su abuela, Juana de Alarcón, por el año 1470. Allí ya conoció a Hernando de Tébar con casa y hacienda, pero Guiomar sabía por su suegra Isabel, que era natural de Tébar, que la familia de los Tébar se tenían antaño por señores de este lugar del mismo nombre, de donde habían tomado el apellido

e que el bisabuelo de los que litigauan (tres hermanos Tébar de la Hinojosa en 1550) que se dezía Pedro Álvarez de Téuar e que un hermano suyo heran señores de Téuar e que vendieron aquel lugar e que el dicho Pedro Álvarez de Téuar bisabuelo de los que litigaban se bino a biuir en biuió en el dicho lugar de Hinojosa y el otro su hermano biuió en Montaluanejo e que los susodichos eran fijodalgos e caualleros e personas generosas

Pedro Álvarez de Tébar una vez vendida su hacienda se había ido a vivir a  a Montalbanejo. Allí había tenido tres hijos que extenderán el linaje familiar por varios lugares. El primer hijo Fernando casó y vivió en la Hinojosa; Juan de Tébar se estableció en Montalbanejo, aldea de Alarcón, y Rodrigo en Almendros, en el común de Uclés. Algunos testigos nos hablan de otro hermano, Lope de Tébar, asentado en Montalbanejo, que sería padre de Juan de Tébar, canónigo de Palencia.

El tronco familiar principal estaba en Hinojosa, donde Hernando tuvo por hijos a Lope y otros dos hermanos: García Álvarez de Tébar, que permaneció en Hinojosa, y Arias de Tébar, que marchó a Cañadajuncosa. De Lope de Tébar sabemos que de mancebo estuvo bajo la protección de Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón.


Testigo, Juan de Luz, vecino de la villa de Villalgordo que es de don Juan Pacheco de Silva, hombre hijodalgo de 77 años. Hijo de Juan de Luz

Fernando de Tébar había casado en La Alberca, Diego de Tébar en La Parrilla y Lope de Tébar en La Hinojosa.


ACHGR, HIDALGUÍAS, Signatura antigua, 301-23-13

lunes, 18 de enero de 2021

La residencia de oficios concejiles en San Clemente en 1547

 

Residencia de los oficios concejiles de San Clemente por el gobernador Carbajal, 13 de mayo de 1547

 

El gobernador Carbajal veía la villa de San Clemente dividida en dos parcialidades. Ese año de 1547 eran alcaldes el bachiller Avilés y Antón de Castañeda y alguacil mayor Gregorio de Perona, oficios electos que ejercían el gobierno de la villa junto a ocho regidores perpetuos. A decir del gobernador Carbajal las dos parcialidades estaba integradas en dos bandos definidos:

·        El alcalde Antón Castañeda, y los regidores Francisco Pacheco, Alonso Pacheco Guzmán, Hernando del Castillo e Inestrosa Toledo, Sancho López de los Herreros, Francisco de los Herreros.

·        El alcalde bachiller Avilés, el alguacil Gregorio de Perona y los regidores Cristóbal de Tébar, Alonso García y Francisco Jiménez. Este último, sin duda víctima de las presiones, había renunciado a su cargo de regidor en favor de Rodrigo Pacheco, hijo de Francisco.

El gobernador denunciaba dos parcialidades enfrentadas con el único fin de controlar el gobierno municipal de la villa, intentando contradecir el espíritu de la ejecutoria de 1538 que obligaba a la elección por suertes de los oficios de alcaldes y alguacil y estableciendo un nuevo sistema por votación directa para imponer sus candidatos o, caso de las elecciones de 29 de septiembre de 1546, nombrando dos alguaciles, uno de cada parcialidad.

El gobernador Carbajal determinó durante treinta días a todos los regidores perpetuos, en tanto que la residencia era mandada al Consejo Real para que decidiera. No obstante, dejaba ejercer sus oficios temporalmente, para no dejar a la villa sin gobierno, a algunos de los cesados: Cristóbal de Tébar, Hernando del Castillo, Alonso García y Francisco de los Herreros. Sentenció que los oficios se eligieran por suertes, pero excluyendo a los deudos y parientes de los oficiales a la sazón.

 

La elección de 1546, por votos, se había hecho con la complicidad del alcalde mayor licenciado Francés. No obstante, la sentencia del gobernador doctor Rodrigo Suárez Carbajal fue desigual, benévola con unos y ejemplarizante con otros:

  • El alcalde bachiller Avilés, el alguacil Perona, y los regidores Cristóbal de Tébar, Alonso García y Francisco Jiménez fueron absueltos por haber defendido el espíritu de la ejecutoria de 1538 frente al alcalde mayor.

·        Los regidores Francisco Pacheco, Alonso Pacheco Guzmán, Hernando del Castillo e Inestrosa Toledo, Sancho López de los Herreros, Francisco de los Herreros fueron condenados a diez mil maravedíes por haberse saltado la ejecutoria

·        El gobernador condenó a los cinco regidores anteriores por celebrar ayuntamientos apartados y sin el escribano del ayuntamiento para cesar el procurador de la villa, Andrés González de Tébar, y al solicitador de pleitos Antonio de Alarcón, que defendían los intereses de San Clemente en Granada frente al regidor Francisco Pacheco, señor de Minaya, que ambicionaba incorporar una parte del término de la villa de San Clemente. A esos ayuntamientos apartados intentó hacer frente, con poco éxito, el gobernador Pedro Martínez de Avellaneda. La condena de los cinco regidores fue multa de 6000 mrs. a cada uno.

·        En el mencionado ayuntamiento separado de revocación de poderes tuvo un papel determinante el alcalde ordinario Antón de Castañeda, que descerrajó la puerta del ayuntamiento para acceder al mismo. Fue condenado a no usar el oficio de alcalde durante seis años so pena de destierro de diez años del marquesado de Villena y multa de 20000 maravedíes

·        Condena contra Antón de Castañeda de 3000 mrs. por haber revocado sentencia contra Miguel Sánchez de los Herreros y por no haberse inhibido en la causa que la justicia del marquesado seguía contra Juan de Ortega Castillo, condena de tres mil mrs., treinta días de prisión y destierro de un año del marquesado, y se remiten autos al Consejo sobre alzar depósito en connivencia con los Pacheco.


ACHGR, PLEITOS, 721-6

La elección de oficios concejiles de 1548 en San Clemente

 

El último gobierno concejil, en 1542, antes del establecimiento de los regidores perpetuos estaba formado por Pedro Rodríguez de Olivares y Alonso Oropesa como alcaldes ordinarios, Francisco de Perona, Amador López de Ávalos, Pedro López de Garcilópez y Antonio de la Fuente, regidores, y Miguel Vázquez de Haro, alguacil, junto a los diputados Francisco García y Alonso López de Garcilópez.

La división de la sociedad sanclementina se reflejaba en los repartimientos de alcabalas: se nombraban seis repartidores por los pecheros (a su vez divididos en tres estados: mayor, mediano y menor) y dos repartidores para los hidalgos. Pero en 1542, el repartimiento lo hacían seis pecheros, obviando los dos recaudadores hidalgos.

El establecimiento de los regidores perpetuos en 1543 en San Clemente supuso la venta de ocho regidurías, cinco de las cuales fueron compradas por hidalgos y tres de ellas por pecheros. Entre los pecheros, las dos más señaladas fueron las que compraron Sancho López de los Herreros y Cristóbal de Tébar. Pronto los Herreros que acumularon más regidurías se pusieron de acuerdo con los hidalgos para dominar los oficios elegibles, cambiando la tradicional elección por suertes en elección por mayoría de votos. En su intento chocaron con Cristóbal de Tébar que, representado en la Chancillería de Granada por el licenciado Perona, defendió la permanencia de un colegio de cuatro hidalgos y doce pecheros para la elección de alcaldes y alguacil. La disputa saltó en la elección de oficios de 1544 y fue llevada a la Chancillería de Granada a comienzos de 1545. La disputa era vieja y duraba ya más de medio siglo: era la disputa por el poder entre los Herreros y los Origüela, que ahora habían vuelto a la primera escena, blanqueando el apellido con el de Tébar como harán después con el de Avilés.

Los primeros encontronazos de los pecheros fueron con Francisco Pacheco, señor de Minaya, que pretendía ampliar los términos de su villa, y contra su primo Alonso Pacheco. Parece que, en la elección de 1543, pusieron un Garcilópez como alcalde, hombre de paja al servicio de sus intereses.

Las alianzas iban y venían; los Herreros se habían aliado con Francisco de Pacheco, señor de Minaya, y eran acusados, no sin razón de intentar cercenar los términos de San Clemente en beneficio de Minaya. También contaban con la alianza de Alonso Pacheco Guzmán, uno de los principales hacendados de San Clemente, pero esta alianza se rompió en seguida por la irrupción como regidor perpetuo de Hernando del Castillo e Inestrosa, el nieto del alcaide de Alarcón, que era cuñado y que pronto unieron a su alianza familiar otra de carácter político para hacerse con el poder en San Clemente. Herreros y Tébar atisbaron enseguida el peligro, que afectaba a la misma independencia jurisdiccional de San Clemente. Por esa razón, las enemistades entre Herreros y Tébar se olvidaron, y junto a los Pacheco de Minaya y los Valenzuela intentaron formar un grupo hermético que evitara la entrada de los Castillo en el gobierno municipal. No obstante, Hernando del Castillo y Alonso Pacheco supieron jugar sus cartas, ofreciéndose como garantía de estabilidad del poder concejil a los gobernadores y sabiéndose ganar a los pecheros o nobles discutidos que habían sido apartados del poder, caso de los Perona o Rosillo, o aquellos miembros de la baja nobleza apartados del poder, los de la Fuente, víctimas de los cambios: primero con la ejecutoria de 1538 que permitió a los hidalgos entrar en el poder o el establecimiento de las regidurías perpetuas en 1543.

Durante unos meses del año 1543 hubo una convivencia del viejo esquema municipal, dos alcaldes, cuatro regidores y un alguacil mayor (y la permanencia de unos diputados del común desfigurados) con los nuevos ocho regidores creados. No obstante, parece que el gobierno cayó en cuatro de esos regidores perpetuos, por ausencia del resto, y la permanencia de Francisco del Castillo Inestrosa, regidor añal, que garantizaba la presencia de la familia ante un Hernando del Castillo e Inestrosa que era una de los beneficiaros de la compra de regidurías perpetuas.

La lucha por el poder municipal en 1543 se trasladó de las regidurías al control de los oficios añales, alcaldes y alguacil. Y esa lucha tomó forma en el dilema de si los nuevos cargos añales debían ser votados por el concejo saliente o sacados en suertes. La elección de cargos entrantes por los miembros de la corporación saliente no era nueva, de hecho, San Clemente tuvo una estructura municipal compuesta por siete oficios concejiles y siete diputados, que en este último caso coincidían con los oficiales del año anterior. Al menos teóricamente, pues la realidad que el número de diputados variaba según las luchas por el poder, extendiendo su número para dar cabida a la diversidad de intereses y, en algún momento, llegando a ser concejos abiertos. Pero los concejos abiertos de comienzos de siglo pronto devinieron en asamblea tumultuarias en la que las diferentes facciones movilizaban a una parte del pueblo contra la otra. Estas disputas concejiles eran representación de la complejidad que había alcanzado la sociedad sanclementina: el odio que despertaban los Castillo o los Pacheco a comienzos de siglo, grandes hacendados y dueños de los molinos, seguía vivo, pero el equilibrio de las fuerzas pecheras estaba roto: los herederos de Miguel Sánchez de los Herreros buscaban el control total de la política concejil, aparte de los Tébar, el resto de familias pecheras eran incapaces de disputar ese poder. Desde luego existían multitud de propietarios, pero San Clemente ya no era una república de labradores, a pesar de lo extendido de la pequeña y mediana propiedad, pues se habían multiplicado otras capas sociales desligadas de la propiedad de la tierra. Es ahora, como si fuera una pequeña Albion adelantada a su tiempo, cuando San Clemente comienza a ser llamada una república de tenderos. Algún día se valorará en su justa medida esos intercambios que llegaban a las ferias de Mondéjar, a Madrid, Sevilla o Lisboa, por donde erraban los sanclementinos. Detrás de la expresión república de tenderos se amparaban los mercaderes de éxito o simples buhoneros, oficios diversos a mitad de camino entre el verlag system y la reglamentación concejil, junto a leguleyos, escribanos, alguaciles, mayordomos o simples criados al servicio de alcaldes mayores o gobernadores, clérigos beneficiados y toda una legión de hombres sin propiedad ni oficio alguno que acudían a la villa con ocasión de los trabajos agrícolas, de la vendimia o al mercado franco de los jueves. Esta es la razón por la que la Corona siempre dudaba de los padrones concejiles de San Clemente, pues ocultaban una población no reflejada, flotante o con residencia temporal en la villa. Es justo ahora, cuando nace la república de tenderos, cuando empieza a desintegrarse la república de labradores, cada vez más integrada en una economía monetaria arrastrada por procesos inflacionarios que llevará al endeudamiento de esta capa social. El sueño de la república de tenderos se extendería durante más de medio siglo, sueño que contribuiría a revitalizar la llegada de moriscos treinta años después. Pero era solo eso, un sueño.

Las disputas comenzaron con motivo de la elección de oficios de 1543. Al ayuntamiento presidido por el alcalde mayor, el licenciado Gamonal, acudieron el alcalde ordinario Antonio Ruiz de Villamediana, el alguacil Gonzalo de Tébar y el regidor Francisco del Castillo Inestrosa, todos ellos cargos añales, y junto a ellos tres de los nuevos regidores perpetuos: Alonso Pacheco Guzmán, Cristóbal de Tébar y Alonso García. No estaba el otro alcalde ordinario, preso por una causa pendiente, ni la mitad de los regidores perpetuos, entre ellos, Hernando del Castillo e Inestrosa. Si Antonio Ruiz de Villamediana impuso la presencia de hidalgos en los cargos añales según la ejecutoria de 1538, que les otorgaba a ocupar la cuarta parte; Alonso Pacheco Guzmán impuso un sistema de elección directo por votos, negando el tradicional de suertes, por el buen gobierno de la villa, se decía. Contaba con el apoyo de Cristóbal de Tébar y Alonso García, pero la solidaridad de los Tébar estaba rota, pues Gonzalo de Tébar tomó partido con Antonio Ruiz de Villamediana en su apoyo de la elección por suertes, con un colegio electoral votado nominalmente de seis pecheros y dos hidalgos.

Se mandó a escribano para tomar fe de lo que votaban los ausentes en el concejo. El alcalde Pedro Barriga se mostró favorable a las suertes, pero sobre todo por un colegio electoral que volvía al viejo espíritu pechero de la villa de San Clemente y estaría formado para la elección de alcaldes por el bachiller Rodríguez, Alonso González de Origüela, Pedro de la Fuente, Gines de los Llanos, Miguel López Cantero y los hidalgos Alonso Pacheco y Baltasar Granero y para la elección de alguacil al hidalgo Hernando Peralta y a los pecheros Cristóbal Ángel y Esteban González. Sus preferidos eran Alonso Pacheco y Alonso González de Origüela como alcaldes y Cristóbal Ángel para alguacil. Era costumbre el nombramiento de en el mismo ayuntamiento del alcalde de la hermandad pechero por votación, para cuyo cargo Pedro Barriga elegía a Rodrigo López de Valcárcel. La elección del alcalde de la hermandad hidalgo correspondía a este estamento, aunque no creemos que estuviera asentado el colegio electoral de cuatro miembros que se impuso después; es más Pedro Barriga pedía que fuera elegido, en su caso Alonso Valenzuela, por los oficiales del ayuntamiento, ya pecheros ya hidalgos. Las diferencias iban más hacia al sistema de elección que a los elegidos, pues Hernando del Castillo, abogando por el sistema de votos, tenía unos mismos candidatos: Alonso Pacheco Guzmán, el bachiller Rodríguez y Estaban González.

El alcalde mayor Gamonal impondría la elección por votos, aunque algunos de los oficiales votaron por un colegio electoral y no por candidatos directos. Se rompía así una tradición que se remontaba al privilegio que Juan Pacheco dio a la villa en 1445 (nombramiento anual por suertes de los oficios concejiles entre pecheros y posteros, idóneos y suficientes. Otra cláusula de la carta seria motivo de discordia futura, que los elegidos no pudieran repetir en tres años). Este fue el sentido de los votos:

  • Antonio Ruiz Villamediana votó para que entraran en suertes, como alcaldes, el licenciado Herreros, Andrés González, Luis de Alarcón y Cristóbal de Herreros, como alguacil, Martín de Oma, Cristóbal Ángel y Sancho López de los Herreros el mozo, Miguel Sánchez de los Herreros el mozo.
  • Alonso Pacheco votó directamente como alcaldes el bachiller Rodríguez y Alonso Pacheco de Guzmán y alguacil Esteban González.
  • Cristóbal de Tébar votó en el mismo sentido que Alonso Pacheco.
  • Alonso García votó como los dos anteriores
  • Gonzalo de Tébar como los tres anteriores

A pesar de las quejas de Antonio Ruiz Villamediana, la elección siguió adelante y, el grupo mayoritario decidió arrogarse el nombramiento de los dos alcaldes de la hermandad, incluido el hidalgo, cuyo nombramiento recayó en Luis de Alarcón; el pechero, en cabeza de Miguel Sánchez de la Pastora. El escribano del ayuntamiento, Rodrigo Ocaña, proclamó a voces los nombres de los electos desde la ventana de la sala del ayuntamiento.

La unanimidad entre los Tébar y los Pacheco de 1543 se rompió en la elección de San Miguel de 1544. Cristóbal de Tébar, apoyado por Sancho López de los Herreros, Francisco Jiménez, que había comprado regidurías, Alonso García y el alguacil Francisco Monteagudo, que había sustituido a Esteban González, manifestaron su deseo de volver al antiguo sistema de suertes. En el otro grupo estaban Alonso Pacheco, Alonso Pacheco de Guzmán, Francisco Pacheco, Hernando del Castillo, el bachiller Rodríguez y Francisco de los Herreros. Ganó el segundo grupo que impuso la elección por votos, decantándose por el licenciado Herreros y Diego de Alarcón Fajardo para alcaldes y Antón Gómez para alguacil. Pero en torno a Cristóbal de Tébar se consolidaba una oposición a los Castillo y Pacheco que conocemos gracias a la lista de un memorial de agraviados: Jerónimo Montoya, Baltasar Granero, Diego de Haro, Hernando Montoya, Diego de Montoya, el licenciado Herreros, el licenciado Perona, el bachiller Avilés, Cristóbal de los Herreros, Miguel Sánchez de los Herreros, Alonso González de Origüela, Juan de Caballón, Andrés González, Cristóbal Ángel el viejo, Esteban Ángel, Miguel López Cantero, Felipe Segovia, Juan López Perona, Gregorio del Castillo, Cristóbal Aguado, el bachiller Ángel y el mismo Cristóbal de Tébar. Ese año fueron nombrados para alcaldes de la Hermandad Hernando Montoya y Rodrigo Albelda.

Una vez más, según tradición, los nombres de los electos fueron proclamados por el escribano desde una ventana del dicho consystorio que sale a la plaça pública de la dicha villa donde estaban muchas personas.

La lucha sería sin cuartel en los próximos años: luchas de bandos y cuchilladas por doquier, pleitos en la Chancillería de Granada que acabaron en intentos de progroms anticonversos contra los Castillo, pero lo que se estaba dilucidando en la villa de San Clemente era la oposición al dominio de un patriciado enriquecido ya fueran los pecheros como los Herreros ya los Pacheco o los Castillo, familias embrionarias de la presente y futura nobleza regional. Mientras los Tébar, simple rama de los Origüela vivían esas contradicciones, afortunados y perdedores, en el seno del linaje familiar. Las décadas de 1540 y 1550, serían convulsas y de las luchas sociales nacería un nuevo patriciado que traicionaría el espíritu igualitario del San Clemente de comienzos de siglo.

La definición de bandos se produce en febrero de 1545, cuando Sancho López de los Herreros el viejo, apoyado por su familiar Francisco de los Herreros, decide tomar en común partido con Cristóbal de Tébar para cerrar el paso a los Pacheco y a los Castillo. Se trataba de que se volviere al sistema de suertes y se obviara la votación directa por los oficiales salientes de los oficiales entrantes. La iniciativa era apoyada por los hijos de Antón García, Francisco y Alonso (este último con regiduría perpetua) y el regidor Francisco Jiménez, un hombre de fortuna que nos reaparecerá en los disturbios de 1553, y asimismo de otros marginados de la política municipal como Pedro Garnica o Antonio Ruiz de Villamediana.

 

El divorcio definitivo en la elección de oficios se produjo en 1548, aunque la residencia del gobernador Carbajal de 1547, presentándose como ecuánime, contribuyó a acelerar el proceso, pues eliminaba de la política concejil a uno de los actores más poderosos, los señores de Minaya. El 29 de septiembre de ese año, los cargos cesantes del municipio salieron de la sala del ayuntamiento, negándose a participar en una elección que contradecía la ejecutoria de 1538. En la sala se quedaron solos dos regidores, Alonso Pacheco y Hernando del Castillo, y el alcalde mayor, bachiller Orozco, que fue recusado por los opositores. El asunto sería llevado a la Chancillería de Granada por un grupo de vecinos de San Clemente (Rodrigo de Albelda, Antón de Ávalos, Francisco de Albelda, Miguel Salamanca, Pedro Juárez, Pedro de Villamayor, Benito López y Diego de Caballón), que se movía en el segundo plano de la política y eran testaferros de otros, a decir de sus enemigos, al servicio de Cristóbal de Tébar y Francisco Pacheco, señor de Minaya. El acusador era Cristóbal de Tébar, y quien había amañado la elección era Hernando del Castillo Inestrosa y Toledo.

El 29 de septiembre de 1548 estaban presentes en el ayuntamiento, bajo la presidencia el alcalde mayor bachiller Orozco, los oficiales elegidos del año anterior y los regidores perpetuos: los alcaldes ordinarios, Pascual Valenzuela, sacado de prisión para la sesión, y Francisco de Olivares; los regidores, Francisco Pacheco, Hernando del Castillo, Alonso Pacheco, Cristóbal de Tébar, Sancho López de los Herreros, Francisco de los Herreros, don Rodrigo Pacheco, Alonso de Valenzuela y el alguacil Pedro de Alarcón. Aunque el sistema por suertes ya había sido discutido en 1544, ahora, Alonso Pacheco y Hernando del Castillo, pidieron que los votos de los candidatos no fueran proclamados en voz alta por los presentes, sino que cada uno emitiera sus votos apartada y secretamente en presencia del escribano que diera fe. El alcalde mayor se sumó a esta petición; los dos alcaldes salientes, junto a los regidores Francisco Pacheco y Alonso Valenzuela, y el alguacil Pedro de Alarcón Fajardo propusieron sus nombres en secreto, pero los dos Herreros y Cristóbal de Tébar se mantuvieron al margen y en silencio. Esta vez la acusación de Alonso Pacheco y Hernando del Castillo fue directa, acusando a ambas familias de esquilmar los propios, provocar la ruina de la villa con sus parcialidades y ponerse de acuerdo, eso sí, para colocar a sus deudos en el ayuntamiento

 

La importancia de este concejo era ya no solo la elección de alcaldes (licenciado Perona y Alonso Martínez Bermejo) y alguacil (Martín de Oma) favorables a Hernando del Castillo, sino que se aprovechó la sesión para nombrar aquellos oficios que el concejo tenía como propios: la escribanía recayó en Rodrigo de Ocaña por 120.000 mrs., la almotacenía, en Francisco de Ávalos por 27.000 mrs., la correduría, en favor de Miguel de la Serna por 310 ducados, la escribanía del ayuntamiento en Juan Rosillo, mayordomo de propios en Francisco Rodríguez el mayordomo del alhorí en Francisco Suárez de Figueroa, alcalde de la hermandad Ginés de la Osa y procurador de pobres de la villa, Hernán Sánchez Coronado. Un conjunto de apellidos nuevos o marginados del poder, caso de los Rosillo o Ávalos, que entrarán en los oficios menores de la política municipal al servicio de las grandes familias. Es simbólica la entrega de llaves del escribano del ayuntamiento entrante al saliente. Rodrigo de Ocaña entregó a Juan Rosillo cuatro llaves:

Que entregue sus llaves al dicho Juan Rrosillo y se siente en la silla donde yo el escriuano estava y ansí fue fecho, que se sentó en la dicha silla e yo el escriuano le entregué quatro llaves, una del arca de tres llaves, y otra del arca mayor y dos de dos cajones

El caso es que, al día siguiente de San Miguel de 1548, se procedió a la subasta de rentas y propios del concejo. La subasta se hacía desde debajo de la sala del ayuntamiento con el alcalde mayor Orozco, los oficiales elegidos y dos regidores solamente, Hernando del Castillo y Alonso Pacheco, con presencia de gran número de personas y, en lo que era un ayuntamiento paralelo, los cinco regidores excluidos que acudían a la subasta desde el cercano cementerio (lugar sagrado que les evitaría la persecución judicial). La postura de la escribanía corrió a cargo de Juan Robredo, por cien mil mrs., próximo a Cristóbal de Tébar, pero tuvo que ceder ante el remate a favor de Rodrigo de Ocaña por 120000 mrs. El arrendamiento de la escribanía suponía colocar a próximos como Sebastián de Oviedo, Rodrigo de Albelda, Francisco de Ocaña, Francisco Castillo, Lope González o Francisco Hernández. Así, las prebendas se multiplicaban al mismo ritmo que los oficios, aunque la lucha por nombrar estos escribanos continuaba hasta el final en medio de disputas.

Si la subasta de la escribanía se hacía a la vista de todos los vecinos en la plaza pública, el arrendamiento del resto de rentas se hacía en la sala del ayuntamiento, sentados los oficiales en sus poyos. La almotacenía se remataba junto a la fiesta del correr de dos toros, que recayó en Amador Rabel por 1000 mrs. de prometido; la cárcel quedó para Hernando de Avilés que recibía por este oficio mil mrs.; la caballería de sierra se remató en Ginés Romero, en once ducados; la correduría era uno de los oficios más ambicionados, por eso Miguel de la Serna pagó 310 ducados.

La ruptura ese año fue total, socavando los bandos existentes. El hecho de que los alcaldes y alguacil salientes se negaran a entregar las varas de justicia o el abandono de la sala del ayuntamiento por cinco de los regidores era la señal de salida de una crisis definitiva. A la disputa entre las viejas familias, Herreros y Tébar (es decir, Origuelas), se unía ahora la ruptura definitiva de los Pacheco; la rama sanclementina de esta familia defenderá en el futuro unos intereses alejados de sus parientes, los señores de Minaya. La alianza entre Alonso Pacheco y Hernando del Castillo, cuyas familias entroncarán matrimonialmente en la segunda mitad del siglo con el matrimonio de Juan Pacheco Guzmán y Elvira del Castillo y Cimbrón, es el símbolo del poder de los dos grandes terratenientes del pueblo, dueños de tierras en Rus y Perona y de los molinos Nuevos y de la Losa, y es el símbolo del final de una época: la de la república de los labradores de comienzos de siglo; no es que los Herreros o Tébar representen un espíritu igualitario, es que son incapaces tanto de mantener el viejo equilibrio de poderes como de monopolizar el gobierno concejil. La ejecutoria de 1538, al permitir la entrada de los hijosdalgo supuso el ariete que derribó el viejo poder de las familias pecheras. El final de la década de 1540 y 1550 será de una lucha sin cuartel por el control del poder concejil. Serán los Tébar, apoyados por las diferentes ramas de Origüelas y otras alianzas circunstanciales los que encarnen ese viejo espíritu de la república pechera y traten de impedir el acceso al poder y su monopolio por los Castillo, pero el arma usada es la acusación de judaísmo, de la que ni unos ni otros están libres.

 

ANEXO: VOTACIONES DE 29 SEPTIEMBRE DE 1548

 

Pascual Valenzuela, alcalde:

  • Hernando de Montoya, Antonio Ruiz, Diego de Haro, Juan de Oma, el bachiller Francisco Rodríguez, Esteban Ángel, Andrés González de Tébar, Gregorio del Castillo, Sancho López el mozo, Alonso de Oropesa, Gonzalo de Tébar, Martín López Merchante, Miguel Sánchez de los Herreros, yerno del bachiller, Diego Ángel, Juan López de Perona, hijo de Alonso López de Perona, Alonso Martínez Bermejo

Francisco de Olivares, alcalde

  • Hernando de Montoya, Antonio Ruiz, Diego de Haro, Juan de Oma, el bachiller Francisco Rodríguez, Esteban Ángel, Andrés González de Tébar, Gregorio del Castillo, Sancho López el mozo, Alonso de Oropesa, Gonzalo de Tébar, Martín López Merchante, Miguel Sánchez de los Herreros, yerno del bachiller, Diego Ángel, Juan López de Perona, hijo de Alonso López de Perona, Alonso Martínez Bermejo

Don Francisco Pacheco, regidor

  • Hernando de Montoya, Antonio Ruiz, Diego de Haro, Juan de Oma, el bachiller Francisco Rodríguez, Esteban Ángel, Andrés González de Tébar, Gregorio del Castillo, Sancho López el mozo, Alonso de Oropesa, Gonzalo de Tébar, Martín López Merchante, Miguel Sánchez de los Herreros, yerno del bachiller, Diego Ángel, Juan López de Perona, hijo de Alonso López de Perona y hermano del licenciado Perona, Alonso Martínez Bermejo

Alonso Valenzuela, regidor

  • Hernando de Montoya, Antonio Ruiz, Diego de Haro, Juan de Oma, el bachiller Francisco Rodríguez, Esteban Ángel, Andrés González de Tébar, Gregorio del Castillo, Sancho López el mozo, Alonso de Oropesa, Gonzalo de Tébar, Martín López Merchante, Miguel Sánchez de los Herreros, yerno del bachiller, Diego Ángel, Juan López de Perona, hijo de Alonso López de Perona y hermano del licenciado Perona, Alonso Martínez Bermejo

Pedro de Alarcón Fajardo, alguacil

  • El bachiller Francisco Rodríguez, Juan López de Perona, Andrés González de Tébar, Alonso González de Origüela, Gregorio del Castillo, Diego de Haro, Antonio Ruiz de Villamediana, Alonso Martínez Bermejo, Diego Ángel, Esteban Ángel, Miguel Sánchez de los Herreros, hijo de Bernardino de los Herreros, Juan de Oma, Hernando de Montoya, Hernando de Bustos, Diego de Ortega, Pedro Rosillo.

Propuesta final del alcalde mayor, a instancias de Alonso Pacheco y Hernando del Castillo

  • Por el estado hidalgo: Antonio Ruiz, Juan de Oma, Martín de Oma, Hernando de Peralta
  • Por el estado pechero: Martín López Merchante, Alonso Martínez Bermejo, Amador de Ávalos, Pedro Rosillo, licienciado Perona, Francisco Martínez labrador, Pedro de la Fuente, Fernando Figueroa, Sancho López el mozo, Gregorio del Castillo, Esteban Ángel, Juan López de Perona (estos tres últimos nombres en sustitución de tres impedidos: Pedro Juárez, Francisco Jiménez y Rodrigo Albelda)

ACHGR, PLEITOS, 721-6

lunes, 11 de enero de 2021

Oficios concejiles, elecciones de la villa de San Clemente, 1538-1542

 

Elección de 29 de septiembre de 1538

 

Es la primera elección según la ejecutoria de 1538. Se echan a suertes 16 nombres seleccionados por el concejo saliente, de los que se dice que son hábiles, suficientes y rezagados: doce posteros y cuatro hidalgos. Los oficios sacados a suertes son:

  • Hernando del Castillo, alguacil
  • Alonso Pacheco, Miguel Sánchez de los Herreros. Alcaldes
  • Pedro de Garnica, Sancho López de los Herreros, Cristóbal de Tébar, Miguel López de los Herreros, regidores
  • Lope Peinado, alcalde de la hermandad
  • Juan de Olivares y Juan de Montoya, alcaldes de mestas

Se nombra como escribano nuevo del ayuntamiento por los recién elegidos a Hernán Rosillo

 

Elección de 29 de septiembre de 1539

 

Se sigue el mismo método que en la elección de 1539. Un niño llamado Vasco Herreros, hijo de Cristóbal Barbero, saca a los siguientes oficiales:

  • Diego de Haro, alguacil
  • Alonso González de Origüela y el bachiller Avilés, alcaldes ordinarios
  • Ginés de Llanos, Juan de Ludeña, Juan López de Perona, el bachiller Rodríguez, regidores
  • Alcalde de la hermandad, Francisco Muñoz.
  • El licenciado Perona y Alonso Martínez Bermejo, alcaldes de mestas

 

Elección de oficios de 29 de septiembre de 1540, ante el gobernador del Marquesado, licenciado Mercado.

 

Mismo procedimiento que el año anterior. Salen elegidos

  • Francisco García, alguacil
  • Diego Gallego y Hernán Vázquez de Haro, alcaldes
  • Alonso López de Garcilópez, Juan de Caballón, Miguel López de Ávalos, Antonio López de Garcilópez, regidores
  • Melchor de Sevilla, alcalde de la hermandad
  • Ginés de Llanos y Juan López de Perona, alcaldes de mestas

 

Elección de oficios de 29 de septiembre de 1541, ante el gobernador Francisco Méndez de Carbajal y los alcaldes mayores del Marquesado Garciano Sánchez y bachiller Gamonal

 

El procedimiento es similar a años anteriores, aunque ahora se excluyen expresamente a aquellas personas que tengan pleitos pendientes con el concejo o sean arrendadores, o fiadores, de rentas reales o concejiles. Ahora las pelotas de cera hechas en turquesas se meten en un cántaro, que saca un hijo del licenciado Perona

  • Miguel Vázquez de Haro, alguacil.
  • Amador López de Ávalos, Antonio de la Fuente, Francisco de Perona, Pedro López de Garcilópez, regidores
  • Pedro Rodríguez y Alonso de Oropesa, alcaldes
  • Juan de Caballón y Francisco García, alcaldes de mestar

 


Elección de oficios de 29 de septiembre de 1542, ante el gobernador Francisco Méndez de Carbajal

 

Sigue procedimiento de año anterior, saca las bolas el hijo del gobernador

  • Gonzalo de Tébar, alguacil
  • Antonio Ruiz de Villamediana y Pedro Barriga, alcaldes ordinarios
  • Sancho López de los Herreros, Francisco Ludeña, Juan Sánchez, yerno de Manzano, Pedro Rosillo, regidores
  • Andrés Marín (¿), alcalde de la hermandad
  • Alonso de Oropesa y Miguel Vázquez de Haro, alcaldes de mesta

 

 ACHGR, PLEITOS, 721-6