El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

Imagen del poder municipal
EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

domingo, 3 de diciembre de 2023

El patronazgo de Jerónima de Terreros y los Villamediana

 Hoy, cualquiera que intente buscar entre los actuales apellidos de San Clemente el apellido Ruiz de Villamediana no lo hallará entre ninguno de sus vecinos. Dicen que la sucesión por línea recta de varón está condenada a desaparecer pasadas unas cuantas generaciones, pues lo que sobrevive es la descendencia femenina. Es lo que ocurre con los descendientes de Martín Ruiz de Villamediana, un mercader de Tordehumos, en Tierra de Campos, llegado a San Clemente en 1502. Este hombre, hidalgo, mercader, comunero y fundador de un convento de la Tercera Orden franciscana es uno de los grandes olvidados de la Historia de la villa de San Clemente. Su cuerpo tal vez repose en la capilla del Descendimiento de Nuestra Señora de Gracia de la villa de San Clemente. En un pueblo, donde todos estaban bajo sospecha de tener en sus venas sangre conversa, los Ruiz de Villamediana eran respetados como cristianos viejos. Pero, ¿rehuyeron la sangre conversa? Sí, al menos hasta el siglo XVII, para gran escándalo de sus convecinos. La integración del linaje en el pueblo vino por el casamiento del hijo de Martín con la hija de Antonio de los Herreros. Era el dinero el que hacía olvidar viejas diferencias familiares, avivadas en la época comunera, con tomas de partido opuestas. En el siglo XVI, el linaje de los Ruiz de Villamediana se nos escapa. Creemos que no fueron ajenos a su tiempo y, abandonando la tienda que les había procurado la riqueza, se dedicaron a los ganados y tierras. Intentaron traspasar los límites de su villa, como tantos otros, estudiando leyes con el licenciado Alonso, y entre la villa y los intentos por superar sus límites se movieron en el siglo XVII, momento en el que la falta de sucesión masculina, creemos que hace desaparecer el apellido. Fue gran escándalo en la villa de San Clemente y causa de repudio que Francisco de Astudillo, el escribano que haría una de las grandes fortunas de San Clemente, intentara limpiar su sangre con un matrimonio con una Villamediana llamada Ana María. El escudo de los Villamediana lo vemos en la nombrada capilla del Descendimiento, replicado varias veces, tal como nos muestran las imágenes de Francisco Martínez Montoya, y también en el imponente escudo de la casa de Oma. Pero quizás es más desconocido que los Villamediana escaparon de las redes clientelares de San Clemente para iniciar aventura común con la familia de los Terreros y que la hacienda familiar empezó a girar en torno a la villa de Carrascosa de Campos.

En 1628, Martín Ruiz de Villamediana era el último epígono de la saga familiar del mismo nombre, iniciada por el mercader de Tierra de Campos. Podemos reconstruir la genealogía de los Ruiz de Villamediana, sin riesgo a equivocarnos:

El mercader Martín Ruiz de Villamediana llega a San Clemente en 1502 con su esposa Constanza Ruiz. El matrimonio tendrá por hijo a Antonio Ruiz de Villamediana, que casará con la hija de Antonio de los Herreros, llamada Teresa. Del matrimonio nacería el bachiller Alonso Ruiz de Villamediana (aunque tal vez este bachiller sea el licenciado Alonso y nos podamos saltar una generación), del que desconocemos su esposa, pero que sería el padre del licenciado Alonso Ruiz de Villamediana y de Isabel Terreros su mujer. Creemos que del matrimonio vienen Martín Ruiz de Villamediana, Jerónima Terreros Villamediana y Ana María Ruiz Villamediana y se mencionan otros siete hijos e hijas más. Sabemos que Martín, al igual que el padre, sería enviado a estudiar en Alcalá de Henares. El padre Alonso era un abogado de prestigio en la villa de San Clemente, aunque probablemente Martín no siguiera los pasos de su padre.

A desvelar la genealogía nos ayuda el conocimiento del vínculo o patronazgo heredado por Isabel de Terreros, mujer del licenciado Alonso. El vínculo había sido fundado por la madre de Isabel, Jerónima de Terreros y sobre el pretendían derechos Martín Ruiz de Villamediana como hijo natural de Isabel de Terreros, pero también Gonzalo Carrillo de Toledo y su mujer María Carrillo de Alarcón, vecinos de Castillo de Garcimuñoz, junto a su hijo Francisco Carrillo de Toledo. Creemos que las disputas venían por dos matrimonios de Jerónima. Jerónima de Terreros era vecina de Villanueva de Alcardete, dependiente de Quintanar de la Orden (pero natural de Carrascosa del Campo),  y estaba casada con el licenciado Novillo, vecino de Quintanar de la Orden, si bien creemos que este fue un segundo matrimonio. Los bienes integrantes, vía mayorazgo, del vínculo y patronazgo eran los siguientes: 

  • Una tierra, término de Carrascosa de Campos, que dicen Cifuentes, aledaños de partes del Pulpón, cabe de trigo y cebada una yunta: ochenta almudes de cebada y cuarenta de trigo
  • Otra tierra en el dicho término, delante de la Cañada la Peña, donde dicen el Rubial, de dos almudes de trigo
  • Otra tierra en dicho término, donde dicen el Siluego o el Ulbero, en la era de Pablo Ruiz, de dos almudes de cebada.
  • Otra tierra en dicho término, en la Loberuela, donde dicen Hurtaperros, de cinco almudes de cebada
  • Otra tierra en dicho término, en la Tasugera, de dos almudes de cebadas.
Creemos, aunque no lo sabemos con certeza que el pleito lo ganaron los Carrillo


Probanza de testigos de Martín Ruiz de Villamediana, año 1628

Don Fernando de Araque y Montoya, 52 años
Fernando de Iniesta, escribano público, 50 años
Juan de la Torre Alarcón, 60 años
Francisco de Vargas, 78 años
Martín de Buedo Alarcón, 62 años
Alonso de Moya Fuente, labrador, 78 años
Melchor García de Jaén, 62 años
Capitán Francisco Rodríguez de Garnica, 50 años
García Hernández Peinado, labrador, 76 años, vecino de Carrascosa del Campo
Pedro Sánchez Castellero, labrador, vecino de Carrascosa del Campo
Diego de Plaza, labrador, vecino de Carrascosa del Campo
Andrés Martínez, labrador, vecino de Carrascosa del Campo
Juan Fuerte, mesonero y labrador, vecino de Carrascosa de Campo
Melchor García, labrador y vecino de Carrascosa de Campo

ARCHIVO DE LA CHACILLERÍA DE GRANADA. PLEITOS CIVILES. C-9692-20






sábado, 2 de diciembre de 2023

Juan Fernando Gabaldón de Vara de Rey (1692)

 



Juan Fernando Gabaldón de Vara de Rey, Expediente de información y licencia de pasajero a indias de Juan Fernando Gabaldón Vara del Rey, alcalde mayor de Papantla, a Nueva España. CONTRATACION,5454,N.3,R.109

Las Pedroñeras vs. La Alberca

 Llegado el siglo XVIII y el año 1727, los conflictos entre Las Pedroñeras y La Alberca continuaban en torno a la delimitación de términos. Los sitios en litigio eran los molinos del río Záncara, el sitio de la venta de Santo Domingo y Fuente del Záncara.

Los alberqueños tenían muy claro cuáles eran los límites y confines con Las Pedroñeras y así expresaban que los confines con sus vecinos iban desde el sitio que llamaban el Cahozo, viniendo del molino de Angostura, donde se partía el camino que baja a Santa María del Campo y venía a La Alberca, partiendo jurisdicción entre La Alberca y Las Pedroñeras y Villaescusa de Haro, siguiendo por deslinde con Las Pedroñeras el carril y camino llamado de las Carretas, confinando a la parte derecha con la dehesa de la Vacariza hasta dar al río Záncara, puente y ermita de Santo Domingo. Curiosamente, las principales beneficiarias del paso del puento eran las monjas dominicas del convento de Santa Catalina de Sena, en Belmonte, que cobraban por el paso de los ganados un derecho de borra y asadura. Sobre la posible ubicación de la ermita de Santo Domingo nos decía un testigo: " el camino y carril que llaman de las carretas hasta dar vistas a la ermita y puente de Santo Domingo que se aparta una senda a la derecha y sigue hasta dicha puente

No obstante, los alberqueños, en sus propias palabras, decían que se habían dejado perder una legua de término frente a sus vecinos: desde el pozo que llaman Ramos hasta el cerro Perdigón, dando vuelta al molino del Castillo, partiendo términos de La Alberca con la aldea del Robredillo, aldea a la que reconocían como lugar de Las Pedroñeras. De hecho, la memoria de los hombres todavía recordaba a la aldea de Robredillo como tal, pero ya se había olvidado la vieja aldea de Santo Domingo el Amarguillo, cuyos vecinos, según leyenda, habían muerto por beber el agua donde había caído una salamanquesa.

Las divergencias por los términos alcanzaban a los nombres de los lugares. Así la fuente del Cabalgador para los pedroñeros era la fuente del Caballo para los alberqueños. El problema era la calidad del agua; la fuente del Caballo, internada en el término de La Alberca, tenía fama de tener "la mejor agua que se halla en esta tierra". Ahora esta fuente era pretendida por los pedroñeros, que intencionadamente querían apodar esta fuente con el sobrenombre del Cabalgador. En realidad, la fuente del Cabalgador era la conocida como fuente del Záncara, en el límite antiguo entre ambas villas y a una legua de la anterior. Los más viejos recordaban que el nombre de fuente del Cabalgador venía "por nacer al pie de una peña mediana capaz para que desde ella se pudiera montar qualquier cabalgadura".

Por el contrario, los alberqueños no tenían reparo en reconocer que la ermita de Santo Domingo estaba al otro lado del puente. Hasta la ermita llegaban pedroñeros y alberqueños en procesión, celebrando conjuntamente y, a decir de los de La Alberca, respetando las jurisdicciones marcadas por los mojones:

"y auiendo concurrido dichas justizias (de La Alberca) a una prozesión que se azía a la hermita de Santo Domingo que está inmediata a dicha puente de la parte de allá del río para pasar las desta villa dexaban las varas a esta parte y ofreziéndose que las de Pedroñeras viniesen a ella dexaban las suias a el lado de la ermita"

Pero los alberqueños no olvidaban los términos concedidos por don Jorge Manrique en enero de 1479. Los límites de su villa eran los que confinaban con Belmonte: "que en lo antiguo llegaba la jurisdizión desta villa al zerro Perdigón confinando con el del Robredillo desde el pozo Ramos por donde confinaba con Belmonte y por el molino del Castillo, donde se conservan tres cruces en una piedra de su fábrica en señal de división de términos". Así expresaba Juan Peñaranda los derechos de La Alberca:

"Si primer mojón en el sitio que llaman el Caozo en la punta que está a la falda del monte de este nombre, y parte las jurisdziones desta dicha villa, la de Villaescusa de Haro y la de las Pedroñeras, con quien se sigue este pleito y en el dicho sitio se apartan los caminos de Santa María del Campo y el que viene a esta villa y desde el sigue el deslinde con este término y el de Pedroñeras por el carril y camino que llaman de las Carretas hasta dar vista a la puente del río Záncara y hermita de Santo Domingo que abrá una legua con poca diferencia desde donde se aparta una senda a la derecha dexando el dicho carril que continua el dicho deslinde y confines de los dos referidos términos asta la misma puente que se a tenido siempre por mojón desta jurisdicción y cuia razón por concesiones muy antiguas y confirmadas por todos los señores reyes hasta el señor don Phelipe Quinto que Dios guarde de cobrar en este término diferentes derechos y entre ellos el de la borra y asadura de los ganados de los vezinos y forasteros al real convento y relixiosas de Santa Catalina de Sena que reside en la villa de Belmonte, los que en su nombre an tenido poder para esta administrazión, lo an cobrado luego que an entrado dentro de dichos límites sin embarazo alguno y entre los que lo an pagado an sido los ganados de los señores de las Pedroñeras... que en tiempo que se azía una fiesta en la hermita del señor Santo Domingo que queda zitada, donde solían concurrir las justizias de una y otra villa para entrar la de las Pedroñeras a la parte dacá de la puente dexaban las varas, y lo mesmo suzedía para pasar la desta a la parte dallá"

Los testigos de Las Pedroñeras defendieron unos mojones diferentes que les asignaban la legua en discordia: desde el mojón que llamaron de Peñalba y está junto al monte de Santiago en la división de su jurisdizión con la desta villa siguiendo las cumbres a la vista del río Záncara y a su derecha vertientes a dicho río hasta el zerrico Rubio que se compone de mata parta y rubia y desde él a otro que le llaman el cerro Abubillo y desde este mirando a Matacabras a la fuente del Caualgador que aora llaman del Caballero, que dixo ser el último que traía deslinde con dicha villa de la Alberca y que desde él entraua la de Villaescusa". Llama la atención la generalidad con que se describen los últimos mojones. Las Pedroñeras se arrogó el derecho sobre estas tierras limítrofes alegando que hacía seis años el provisor de Cuenca había considerado estas tierras como pertenecientes a la iglesia de Robredillo, bien es verdad que los alberqueños "se fueron y sin su intervención se executó" el auto del representante judicial del obispado. Otros derechos que alegaban los pedroñeros es que los molinos del Záncara (el Concejo y la Angostura) nunca habían pertenecido a La Alberca ni la ermita de Santo Domingo tampoco, pero esto lo reconocían también los alberqueños. El enfrentamiento entre ambas villas fue tal que los alberqueños se negaron a que se pusieran los mojones al gusto de los pedroñeros y amenazaron a estos "a que las asaduras desta villa avían de quedar colgadas de los chaparros primero que se quitase un pie de tierra". Al parecer el nombre de Matacabras tenía su razón de ser.

Algún testigo pedroñero arriesgaba más, defendiendo la dehesa Vacariza como propia y detallando los mojones que desde la fuente Cabalgador (ahora del Caballero) iba derecho a Matacabras y a la huesa del Judío. Pero los alberqueños no aceptaban estos mojones, aunque algún pedroñero quisiera ver como señal o hito una cruz cincelada en la fuente del Caballero. Muestra de las diferencias es que se intentó un compromiso entre ambos pueblos. Por Las Pedroñeras estaban su alférez mayor Francisco Magnes Guerrero y por La Alberca don Álvaro de Montoya. Allí en tierra de nadie, el alberqueño pronunciaría graves palabras: "que por cada tierra que se quitase a la villa de la Alberca se avía de dexar cada uno un ala del hígado y que visto lo determinado y la mucha gente que traía tuvieron a bien los de otra villa retirarse".

Para los pedroñeros los límites entre ambas villas no era el río Záncara sino las "cumbres" donde se situaba una venta, la de Santo Domingo, al lado del puente. Es más, los pedroñeros alegaban que el término en disputa era históricamente perteneciente al despoblado de Robredillo. Cierto o no, el caso es que Las Pedroñeras hacían pagar los tributos reales al ventero en su villa y ponían aranceles para el gobierno de la misma. Del mismo modo, los pedroñeros se habían arrogado un derecho sobre los molinos junto al río Záncara, obligados a pagar tres fanegas de trigo "de los bancales que a cada molino tocan". Las Pedroñeras alegaba viejas costumbres para fundar derechos históricos: así, el levantamiento por su justicia de un cadáver muerto violentamente o los ya tradicionales de embargos, como se recordaba en el año 1693, cuando fueron prendadas cuatro cabras y descuartizadas en la carnicería de la villa.

Quien sí sabía los mojones para defender los intereses de Las Pedroñeras era Diego Montoya: "el señalamiento del término que se le dio en lo primitivo al término de Robredillo y consta en los apeos siguientes executorias que tiene ganadas esta villa que dicho moxón está de la otra parte de dicho molino del Castillo en la cumbre enmedio de los caminos que van a San Clemente de dicho molino y el que viene para dicha cumbre desde Villar de Enzina a Santiago diez y ocho pasos deste y treinta del otro, los quales les parece a este testigo que son los que tiene por sí medidos en un apeo que se executó el año noventa y nueve con la villa de San Clemente, que es con quien alinda y desde allí se prosigue dicho deslinde por dichas cumbres asta llegar a un zerro que está en medio de los dos caminos el qual va desde la venta de Santo Domingo y el que va desde ella a la Alberca que es un cerro pequeño y alto con la falda Rubial y la cumbre Cascaja, desde el qual se rexistra la hermita de Santo Domingo y este moxón parte términos San Clemente, el Aberca y esta villa, desde dicho moxón mirando algo a la derecha del norte asta llegar a dos zerros que son el remate de la cañada de Pedro Bacarizo y en el de la derecha azia la Alberca y más alto está otro mojón que alinda solo con término del Alberca y est a villa y desde allí mirando azia el mismo paraxe de la derecha de norte enzima de una fuente que en la diferencia de papeles que van mencionados en unos se llama del Caualgador y en otros del Cauallero, que según la explicación de lo antiguo viene a ser todo uno, como doce o catorce pasos de dicha fuente a otro moxón que estaba señalado en un hito con una cruz la que tiene entendido a sus mayores la hizo con un pico y peto de azadón un abuelo".

No obstante, las pretensiones de Las Pedroñeras serían negadas por vecinos de Villar de la Encina, pastores, que se sumaron a las tesis de La Alberca, y que hacían llevar los límites de la punta de Alcahozo y el molino de la Angostura hasta el molino del Castillo con referencia al camino de las Carretas y la vereda de Ganados que confluían el el puente y ermita de Santo Domingo, donde las monjas de Santa Catalina de Sena, gozaban del derecho de borra y asadura.


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. PLEITOS CIVILES, C-10413-4

domingo, 26 de noviembre de 2023

Villanueva de la Jara en 1639: una villa apretada y afligida

 En 1639, Villanueva de la Jara seguía el mismo camino que el resto de villas del corregimiento de San Clemente: el de quiebra de su hacienda municipal y el de la ruina económica de la propia villa. Los prohombres de su ayuntamiento, con apellidos que marcarán el devenir del pueblo en el siglo XVII (López de Tébar, Ferrer, Clemente, Ruipérez o Cañavate), reconocían que las deudas de la villa ascendían a 16000 ducados y que los prestamistas tenían su vecindad en Cuenca, Requena y Quintanar del Rey. Lo que no se decía era la vinculación familiar y comunidad de intereses de los miembros del concejo con esos prestamistas.

El origen de la ruina estaba fuera, en las necesidades militares de la Corona, y el reclutamiento, esta vez forzado, de hombres y recaudación de dineros para la llamada dotación de presidios. Los presidios eran plazas fuertes, donde se ubicaban soldados, que como arietes, ahora defensivos de la amplia geografía del imperio español en Europa, mantenían a salvo España del enemigo exterior. Las tornas habían cambiado para el todopoderoso Imperio y ahora se temía por la llegada de la guerra al suelo patrio. Ya en 1598 se había formado una milicia general de Reino, un primer y potencial ejército peninsular que debía defender con miles de hombres, reclutados en cualquier momento, el territorio peninsular de los ataques extranjeros. Aunque en el primer tercio del siglo XVII, la preocupación estuvo en la costa mediterránea y los ataques berberiscos, en la década de los treinta se decidió apuntalar los presidios africanos con nuevos hombres y, poco después, ante el peligro francés, se buscaron nuevos destinos para los reclutas en Huesca y el norte de Cataluña o plazas como Fuenterrabía, eso que hoy llaman Hondarribi, y que, entonces, se hizo famosa el año 1637, por un reclutamiento en toda Castilla de hombres para levantar el cerco francés. Si alguna vez ha existido un sentimiento patrio de España fue en aquella ocasión, especialmente después de la victoria contra los franceses, bien es verdad, que los soldados reclutados no sabían que, tras ser embarcados en Cartagena, su destino era Vascongadas. De estos reclutamientos tendremos ocasión de hablar, pues fueron muy crueles: jugaban las rencillas para deshacerse de vecinos del pueblo no queridos o poco asentados, junto a foráneos y gente rahez. La tragedia es que el común no llegó a ver que los próximos reclutas serían los labradores mientras araban sus campos.
Pero hasta que llegó el cataclismo de la década de los cuarenta y la guerra catalana, los hombres y los pueblos vivían ajenos a un futuro catastrófico que se avecinaba. Villanueva de la Jara no era diferente a otros pueblos. Una minoría enriquecida se estaba haciendo con el poder. El acaparamiento de tierras iba acompañado de su participación en los proyectos monárquicos que exigían cada vez más dinero. La Corona vendía todo, y ese todo era lo que los pueblos habían tenido como propio. Lo compraban las élites del pueblo: la almotacenía o correduría (pues estos impuestos municipales iban a sus bolsillos, en gran parte) o el oficio concejil de alguacil mayor, y pagaban los vecinos con nuevas sisas y repartimientos de tributos. Es ahora, cuando las viejas familias, que han adquirido una proyección regional, así los López de Tébar con enlaces familiares con los Ferrer en Requena, los Ruipérez presentes en las viejas aldeas jareñas de Tarazona y Quintanar o los Clemente, que de las aldeas dan el salto a Cuenca, adquieren esa notoriedad que ya no han abandonado hasta el presente. Su ascenso social va parejo a la ruina de los pueblos.

Villanueva de la Jara para hacer frente a sus deudas tuvo que consignar bienes y rentas para pagarlas en virtud de un decreto de 13 de octubre de 1636. Se decía que el concejo de la villa estaba muy apretado y de día en día se iba apretando más y sus oficiales estaban afligidos por no tener ni un real con que pagar. Era tal la presión de los acreedores, que la villa pedía que los pagos se graduaran en el tiempo para hacerlos efectivos y se nombrara un administrador para llevar las cuentas del concejo. Los gastos se habían multiplicado en los últimos años: la compra del privilegio de almotacenía y correduría había supuesto dos mil trescientos ducados, mientras que los donativos otorgados a la Corona ascendían a cinco mil ducados. En esta situación, Villanueva pidió una consolidación de su deuda, es decir, una graduación en los pagos y el nombramiento de un administrador que evitara las vejaciones y constantes gastos añadidos que le suponía el envío constante de ejecutores por los acreedores.

Entre los dineros tomados prestados a censo estaba un censo de 2500 ducados tomados en Requena al convento de monjas de la recolección de San José de la orden de San Agustín. Otros censualistas eran el convento de monjas de Santa Clara de Villanueva de la Jara, don Francisco Gómez de Sandoval, caballero de Santiago, como marido de doña María Román y Ortega, vecinos de Cuenca y regidor, doña Ana de la Cadena, viuda y vecina de Cuenca, don Melchor Granero de Heredia, vecino de Alarcón, Juan de Oñate Parreño, vecino de Quintanar del Rey, y Pascual Caiz, vecino de Quinatanar y de Villanueva de la Jara.

GASTOS ANUALES DEL CONCEJO DE VILLANUEVA DE LA JARA en 1637
  • Salario del corregidor de San Clemente: 17500 maravedíes
  • Salario del oficio de alférez mayor de la villa: 2500 mrs.
  • Salario de veintinueve regidores perpetuos a 500 maravedíes cada uno: 14500 mrs.
  • Salario de alcaide de la cárcel: 14000 mrs.
  • Salario de la persona que rige el reloj: 6000 mrs.
  • Salario del portero del ayuntamiento: 4500 mrs.
  • Salario del pregonero: 9000 mrs.
  • Salario del organista: 6000 mrs.
  • Salario del sacristán que toca las oraciones y a las ánimas del Purgatorio de noche: 3000 mrs.
  • Limosna que se da cada año a los conventos de San Francisco y de Nuestra Señora de las Nieves por los sermones de Cuaresma: cien reales (3400 mrs.)
  • Salario a los músicos de voces y chirimías que asisten a la iglesia parroquial de la dicha villa: 20000 mrs.
  • Salario del que toca el "uajín": 6000 mrs.
  • A los músicos que asisten con chirimías y van tocando delante del Santísimo Sacramento cuando se lleva a los enfermos: 6000 mrs.
  • Para la procesión del día de la Cruz de mayo hasta Nuestra Señora de Pozoseco, a una legua de Villanueva, y del pan, vino y queso que se da a los pobres: 15000 mrs.
  • La media anata de lo que procede en cada un año de las rentas de la escribanía, de la correduría y de la almotacenía del año 1637, se mando cobrar la décima del dicho año, y los seis antecedentes: 92301 mrs., 13180 mrs. al año
  • El salario del mayordomo de los propios: 8000 mrs.
  • Por cada raposa que se mata, 100 mrs. y de los lobos que se traen muertos, de ayuda de costa y por recoger la camada de los lobeznos: 200 reales (6800 mrs.)
  • De llevar la recaudación de la bula de la cruzada hasta la ciudad de Cuenca: 200 reales (6800 mrs.)
  • Gastos de la fiesta del Santísimo Sacramento del Corpus Christi y su octava: 20000 mrs.
  • De los gastos necesarios para reparar las dos casas de molinos: 200 ducados (75000 mrs)
  • De los gastos necesarios para reparar los once hornos en la villa y lugares de su jurisdicción, algunos de ellos hundidos: 600 ducados (225000 mrs.)
  • De los gastos necesarios para reparar la torre que tiene un reloj, con riesgo de hundimiento del chapitel: 600 ducados (225000 mrs.). Según algún testigo, los gastos podían llegar a mil ducados
  • Por los gastos de despachos para la guerra y otros ordinarios enviados por el corregidor de San Clemente: 100 ducados (37500 mrs.)
  • Por llevar los soldados de presidios a la villa de San Clemente y vestirlos y darles de comer hasta que parten de San Clemente: cien ducados (37500 mrs.)
  • Salarios del escribano y contador por tomar las cuentas de propios: 3400 mrs.
  • Del pago de las pensiones de los censos y llevar los dineros a Alarcón, Cuenca, Requena y Quintanar: 330 reales (11220 mrs.)
  • Gastos de papel sellado: 10200 mrs.
  • Reparación de la cárcel, sala del concejo, puentes y caminos: 50 ducados (18750 mrs.)

Ayuntamiento de Villanueva de la Jara de 10 de enero de 1638

Pedro López de Tébar y don Martín Ferrer, alcaldes ordinarios
Andrés Clemente, Pedro González de Tébar, Jorge Gabaldón, Antonio López Cardos, el licenciado Juan de Poblete y Tébar, Gregorio García, Alonso de Ruipérez, Juan Cano Carretero, don Andrés Pardo, Andrés de Gura Clemente, Pedro Monteagudo Cañavate, Alonso Cañavate, Martín Saiz, don Andrés de Alarcón Rosales, Juan Prieto y Juan Ortín Cardos

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA, PLEITOS CIVILES, C-9819-19

Cárcel de San Clemente

 Planos para la reforma de la cárcel de San Clemente, Cuenca, año 1834









En las otras imágenes:

1. Inscripción de portada: ESTA OBRA SE HIZO REYNANDO LA MAGESTAD DEL REY DON PHILIPPE NUESTRO SEÑOR 2 DESTE NOMBRE, SIENDO SU CORREGIDOR DON FERNANDO DEL PRADO SEÑOR DE LAS VILLAS DEL VALLE DEL VAL DE TUEXA, AÑO 1597

2. Edificio actual, muy modificado

3. Lateral del viejo edificio en una fotografía de 1922 (al fondo)


Plano: Archivo Chancillería de Granada, MPD, 38

domingo, 19 de noviembre de 2023

Galeotes en 1625

 Las necesidades militares de la Corona marcaban los tiempos de la justicia. El año 1625, la falta de galeotes para las galeras se hizo acuciante y los corregidores de los partidos pertenecientes a la Chancillería de Granada recibieron un auto para que vaciaran las cárceles y encaminarán a los presos con destino a las galeras de España al tiempo que se animaba a nuevos procesos para procurar nuevas condenas con este fin, alegando que los caminos estaban llenos de ladrones y salteadores:

"En la ciudad de Granada a ocho días del mes de marzo de mill y seiscientos y veinte y cinco años los señores alcaldes del la audiencia de su magestad dixeron que an entendido la falta que las galeras de España tienen de forzados para el avío dellas, ansí por carta de su magestad como por otros avisos y ansimismo an entendido la poca seguridad que ai en los caminos por los muchos ladrones y salteadores que las justicias se descuidan en asegurarlos para proveer en el caso del remedio conviniente."

La orden de la Chancillería era tajante y expeditiva, ordenando a corregidores, justicias ordinarias y de la hermandad que enviasen en el plazo de un día tras recibir la orden a las galeras a todos los galeotes que estuvieren condenados para este castigo y un plazo de dos días para finalizar los pleitos pendientes por apelación, el primer día sentenciando y el segundo día para ser enviados a la Chancillería de Granada donde se daría inmediatamente sentencia definitiva para facilitar el pronto envío de los sentenciados a galeras, Además, se conminaba a las justicias locales a velar por mantener seguros los caminos de ladrones, salteadores y gente de mal vivir en lo que era invitación compulsiva a buscar nuevos candidatos para llenar las galeras de su majestad.

No obstante, de nuevo, una cosa eran lo pretendido y otra lo que se podía hacer en aquella monarquía de los austrias. La Chancillería daría auto definitivo el 18 de marzo, pero la orden no la recibirían los verederos que habían de llevarla hasta el diez de junio. A pesar de que se marcaba un recorrido a estos mensajeros de ocho leguas por día (unos 50 kilómetros), no llegaron a San Clemente hasta el doce de agosto. El licenciado Olmedo alcalde mayor del corregimiento se limitó a sacar traslado de la orden y dejar copia en el archivo, sin que, por las noticias que tenemos, hubiera especial preocupación por iniciar las "redadas" necesarias para llenar de galeotes las galeras de España. Sabemos que cuatro años antes, en Villarrobledo, unos condenados a galeras se habían escapado (1)


(1) AMSC. CORREGIMIENTO, LEG. 94/46


AMSC. CORREGIMIENTO

Contrabandistas de seda en Campillo de Altobuey

 El paso entre el Reino de Castilla y el Reino de Valencia se hacía, en la zona norte, a través del puerto seco de Requena, donde los comerciantes estaban obligados a registrar sus mercancías y pagar los correspondientes derechos aduaneros. Al igual que hemos visto en el puerto seco de Almansa, el contrabando estaba a la orden del día. Una de las mercancías más valoradas en este comercio era la seda, transportada por arrieros, se intentaba introducir en Castilla de forma fraudulenta. A este comercio se dedicaban algunos vecinos de Campillo de Altobuey, entre ellos, Diego Sánchez y otros que no conocemos su nombre, que en mayo de 1607 fueron sorprendidos pasando dos cargas de seda sin registrar por la "raya" que separaba ambos Reinos. Denunciados ante el licenciado Manuel Rodríguez de Castro, teniente de alcalde de sacas de puertos secos, las cargas de seda les fueron requisadas. Los contrabandistas fueron apresados en la cárcel de Motilla del Palancar, pero sabedores de los conflictos de jurisdicciones que acompañaban estos casos intentaron enredar judicialmente el asunto para librarse de un castigo seguro. 

Entre las instancias judiciales que entendieron en el asunto, estaba en primer lugar los alcaldes ordinarios de Campillo de Altobuey, que, vecinos de los encausados, intentaron que el asunto se entendiera en la villa. Era apartar el caso de la justicia privativa de los alcaldes de sacas, razón por la cual los contrabandistas serían encarcelados en Motilla. Pero la prisión en Motilla, perteneciente al corregimiento de San Clemente hizo que entendiera en el asunto el alcalde mayor de San Clemente Fernando de Vera, que decidió llevar a los  mercaderes campillanos a la cárcel más segura de Villanueva de la Jara. Era una solución aparentemente más neutral pero que levantó nuevas ampollas. La razón: el Consejo de Hacienda que estaba adquiriendo una justicia privativa sobre los asuntos de tributos, requirió el once de agosto al alcalde mayor de San Clemente para que remitiese a los presos y los autos originales obrados a Madrid, pues consideraba como injerencia la actuación de la justicia sanclementina del alcalde mayor. En realidad, la complejidad de la España de los austrias y su administración polisinodial creo una maraña de jurisdicciones privativas añadidas a la ya existentes. Nuevas jurisdicciones aparecieron como la fiscal del Consejo de Hacienda o la militar del Consejo de Guerra o de los comisarios y superintendentes a partir de 1640. Entretanto, los más avezados jugaban con esta confusión de jurisdicciones para eludir las leyes.


AMSC, CORREGIMIENTO, LEG. 94/11

miércoles, 15 de noviembre de 2023

Dos iglesias, dos momentos históricos

 Dos villas de San Clemente; dos momentos históricos


Hay dos iglesias en la villa de San Clemente que en su construcción representan dos momentos de su pasado histórico: una es el pasado de su éxito, otra el presente de su fracaso. La Iglesia de Santiago Apóstol parece ganar el Cielo con sus columnas y nervaduras de una planta salón y palaciega; la iglesia de Nuestra Señora de Gracia se encoge en sus formas achaparradas, amenazando ruina. Apariencias engañosas de dos momentos históricos que marcan el nacimiento y ruina de una villa: el triunfo de unos hombres con voluntad de hierro, forjadores del presente y del futuro, en aquellos años de comienzos del quinientos, y la abulia de esos otros a los que pesa demasiado el legado de sus padres y abuelos.


Cuando se edifica la iglesia de Nuestra Señora de Gracia, la villa de San Clemente es un pueblo de setecientas u ochocientas almas dedicadas a la labranza, que sale de una sociedad dominada por unos pocos pastores, señores de ganado, y terratenientes que con matones a sueldo imponen su ley. Es la reina Isabel quien impone la suya  a estos camorristas, condenándolos al destierro y a azotes; acaba con las disputas estériles y unos hombres, que dejan de acuchillarse, se dedican a trabajar en mancomunado esfuerzo. Vivirán los peores años que quizás ha vivido la Historia de España, los que van de 1502 a 1508: malas cosechas, hambres y la peste de 1508, la peor de las que ha vivido España en la Edad Moderna y la que ha sido llevada en su desgracia con mayor entereza por los hombres. En aquellos años de comienzos del quinientos, las únicas armas eran la abnegación, que compartía lugar con la resignación, y la ayuda mutua y solidaridad entre los hombres. Esa solidaridad no hubiera sido posible sin unos pocos hombres comprometidos con el ideal de pobreza de la reforma cisneriana de las órdenes mendicantes. Estos primeros frailes franciscanos que llegan a San Clemente, desposeídos de todo bien, tenían menos que sus vecinos y daban su esfuerzo desinteresado para vertebrar una sociedad hambrienta. Fueron traídos por el rico de la villa, Alonso del Castillo y Toledo, en una más de esas políticas sociales de cualquier época, pero devinieron en el catalizador que imbuyó un espíritu de superación. A esa villa arruinada de comienzos del quinientos llegaron hombres de todas partes, desheredados de sus lugares de origen y oportunistas ante la necesidad ajena, y comenzaron a construir una iglesia: símbolo del  triunfo de su voluntad, pues lo que nacía era una sociedad nueva de hombres que ganaban la tierra, libres de ataduras. El pueblo creció hasta los tres mil o cuatro mil habitantes y la iglesia y su claustro, lugar de encuentro de hombres de todas partes y condición, se erigieron a un lado de la entrada del pueblo para acoger a los nuevos vecinos que por el camino de Cuenca y Alarcón llegaban  en busca de su oportunidad. La sociedad sanclementina resistió y triunfó y el frágil techo de su iglesia, levantado por unos vascos a los que se les caían todas las iglesias, también.


Los hijos y nietos lo recibieron todo y dilapidaron más de lo que se les había dado. Andrés de Vandelvira les ofreció la gloria y el cielo, pero lo rechazaron; quería construir una gran bóveda oval coronando la iglesia de Santiago. La sociedad sanclementina se enfrentó en un falso debate, ¿quién aportaba el dinero? ¿los ricos? Era una discusión falaz; a comienzos del quinientos Nuestra Señora de Gracia se construyó con las limosnas de unos hombres harapientos, pero orgullosos y libres en su único deseo de serlo; a mediados de siglo, los hombres están acomodados en su mediocridad. Discusiones estériles del pueblo se trasladan a sus regidores: las viejas capillas se derruirán, el espacio de la plaza Mayor desaparecerá, ahogando la visión del ayuntamiento; palabras engañosas para negar un  proyecto urbanístico nuevo dominado por la gran cúpula. De nuevo, vuelven los vascos, que han aprendido ahora sí a levantar bóvedas nervadas; de Vandelvira quedará la imitación de una estructura palaciega que respete el nuevo espacio concejil creado a inicios de siglo. Es un mundo visual donde domina la apariencia; la fuerza de aquellos hombres de mil quinientos ya no existe. Cuando Felipe II pregunta a los vecinos del pueblo por su historia, estos hombres no están deslumbrados por su nueva iglesia de Santiago, sino que traerán a colación los logros de sus abuelos de mil quinientos.


San Clemente en mil quinientos cincuenta cree vivir su esplendor e inicia el camino de su decadencia. La vida sedentaria ha olvidado el viejo espíritu de frontera. Cuando el tendero Antón López de Garcilópez se queja ante el gobernador de la "estrecheza de la plaza", este se sorprende, sin entender que Antón es un creador de riqueza que se siente más a gusto en el anárquico arrabal que en las formas cuadriculadas del nuevo espacio urbano. La ciudad se abre pero las mentes se estrechan, pues los proyectos comunes de unos hombres que se sienten partícipes e iguales han desaparecido. Lo sabrá expresar muy bien el doctor Alonso de los Herreros: la república concejil y pechera de San Clemente no puede caer en manos de idiotas y rezagados, sin saber que justifica en su negación a esos mismos idiotas y rezagados que ocupan a perpetuidad los oficios públicos.


domingo, 5 de noviembre de 2023

Pacheco de El Pedernoso

 Rodrigo Pacheco con su mujer Catalina de Alarcón engendraron a Juan Pacheco, que casó primera vez con Leonor Guzmán, y una segunda con tal María (a la que algún testigo atribuía también el apellido Pacheco). Este segundo matrimonio tuvo tres hijos: Gonzalo, Tristán y Luis. Gonzalo Pacheco se asentó en El Pedernoso


ACHGR, HIDALGUÍAS, SIGN. ANT. 301-66-30

LOS PACHECO CONTRA EL CONVENTO DE LA ASUNCIÓN DE SAN CLEMENTE

 A la muerte de Francisco de Mendoza y Castillo, en 1598, dejará en su testamento toda su hacienda para la fundación de un convento femenino del Carmelo Descalzo en sus casas principales de vivienda. Francisco de Mendoza había recibido gran parte de la fortuna de los Castillo sanclementinos, era hijo de Alonso de Mendoza e Inestrosa y María Mendoza y estaba casado con Juana Guedeja. Añadía una serie de condiciones:

  • Que en dicho convento hubiere dos capellanes. Uno de ellos debía decir una misa diaria por su alma, el resto de la fortuna iba a la fabrica de dicho convento, gastos de sacristía y ornamentos
  • Que dos monjas del dicho convento fueran del linaje Castillo
  • Dejaba como patrón de dicho convento a quien fuera señor de Perona, tal condición recaerá en su prima Elvira Cimbrón y Castillo, que ya era poseedora de la mitad de Perona y se hará con la otra mitad. Elvira estará casada con Juan Pacheco Guzmán, alférez mayor de la villa. 
  • Si las carmelitas descalzas no aceptaban esta fundación, la herencia de Francisco de Mendoza iría a las monjas del convento franciscano de la Asunción, con las condiciones anteriores
La fundación carmelita encontró, no obstante, demasiados inconvenientes. El primero de ellos que don Francisco Mendoza dejaría como usufructuaria de sus bienes a la viuda Juana de Mendoza, que enseguida entró en pleitos con los derechos que se arrogaban Elvira Cimbrón y su marido Juan Pacheco. El segundo inconveniente fue que el Carmen Descalzo desistió de fundar convento en San Clemente, quizás por las intrigas del matrimonio formado por don Juan Pacheco y Elvira Cimbrón, intentando marginar de la administración del legado testamentario a la viuda Juana Guedeja. De hecho, doña Elvira Cimbrón se quedó con la administración de la hacienda de su finado primo Francisco Mendoza, entrando en un largo pleito que solo se resolvería y temporalmente con una concordia el cinco de septiembre del año 1627, donde la mencionada Elvira impuso unas condiciones que tampoco eran nada despreciables para las franciscanas de la Tercera Orden del convento de la Asunción: el convento recibía las casas principales y accesorias de Francisco de Mendoza y un juro de dos millones y cien mil maravedíes con sus rentas anuales de 95600 maravedíes. Las condiciones eran que los frutos recibidos de la herencia de Francisco de Mendoza durante veinte años (8000 ducados) se destinasen a la fundación de los capellanías de la familia Pacheco-Cimbrón y que, además de las dos monjas impuestas por Francisco Mendoza en su testamento, se añadiera otra monja sin dote alguna, y que en señal de patronazgo se concediera a la familia una capilla al lado del Evangelio, con sitios y estrado para la familia, derecho de poner reja para cerrarla, las armas de la familia en su escudo y derecho de enterramiento para la familia en dicha capilla. Además se imponía la obligación de dos misas cantadas al año por las almas de los difuntos de la familia.

Estas condiciones fueron consideradas como impuestas por las monjas franciscanas, que dieron su poder al padre guardián del convento franciscano de Nuestra Señora de Gracia, fray Francisco de Quirós, para que hiciera valer sus derechos. La situación fue muy tensa entre doña Elvira Cimbrón y las monjas franciscanas; al parecer, el conflicto llegó a las amenazas directas contra las monjas en el invierno del año 1627 al 1628, teniendo que ceder a las pretensiones de Elvira Cimbrón. Las monjas estaban defendiendo la no intromisión de la familia Pacheco-Cimbrón (o Castillo) con el nombramiento de capellanes, pues de religiosos y confesores ya les proveía la orden masculina, pero también defendían intereses patrimoniales, pues dudaban que fueran a recibir nada de los cuatrocientos ducados de las rentas anuales de la hacienda dejada por Francisco Mendoza y disfrutada por Elvira Cimbrón y su marido durante veinte años y las mismas monjas consideraban que la pretensión de la capilla del Evangelio y su condiciones costarían mantenerla alrededor de tres mil ducados; rentas que, lógicamente, querían administrar las monjas y no dejar en manos de la familia Castillo; es decir, las monjas estaban dispuestas a conceder el privilegio de enterramiento junto al Evangelio al mejor postor y postulantes parecía que había varios.

El pleito se reavivó el año 1647, siendo abadesa del convento Ana de Hermosa y ya difunta Elvira Cimbrón


Testigos


Don Sebastián Moreno de Palacios vive de su hacienda en la calle de don Francisco de Araque. 70 años, primo hermano de la abadesa Ana de Hermosa.

Don Francisco de Alarcón Fajardo, hijodalgo, regidor perpetuo, 52 años

Martín Alfonso de Buedo, hijodalgo, viven en la placeta de Astudillo, 48 años

Pascual López de Lerín, labrador y familiar del Santo Oficio,  vive en la calle Ancha de San Cristóbal, 75 años

Baltasar de la Fuente, familiar y notario del Santo Oficio de la ciudad de Cuenca, 54 años. Tiene una hija profesando en ese convento.

Esteban de Vara de Rey, labrador, vive en la calle Ancha de San Cristóbal, 75 años

Cristóbal Ángel de Olivares, labrador, vive en la calle del cura Tébar. 75 años

Felipe Ruiz de Arce, labrador y regidor perpetuo, 80 años

Cristóbal García de Perona, vive de su hacienda en la calle del Olmo de Pallarés. 98 años

Juan Ramón Barbero, herrero antes y ahora labrador, vive en la calle de la Rambla. 60 años

Juan del Castillo Villaseñor, labrador e hijodalgo, vive en la calle de los Carrascosas, 60 años

Diego Esteban Patiño, clérigo de epístola, vive en el Arrabal, 46 años


ACHGR, PLEITOS CIVILES, SIG. ANT. C-10382-14