El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

Imagen del poder municipal
EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
Mostrando entradas con la etiqueta Santa María del Campo Rus. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Santa María del Campo Rus. Mostrar todas las entradas

martes, 22 de enero de 2019

Santa María del Campo Rus, cuartel general del poeta y capitán don Jorge Manrique

SANTA MARÍA DEL CAMPO RUS: CUARTEL GENERAL DEL CAPITÁN REAL DON JORGE MANRIQUE

En el contencioso que mantenían Santa María del Campo Rus y La Alberca en el invierno de los años 1502 y 1503, ambas villas presentaron las probanzas y memoriales, donde asumían el papel de víctimas durante la pasada guerra del Marquesado y destacaban los grandes servicios prestados a la Corona. 

La Alberca de Záncara fue recompensada por su lealtad a la Corona, ganando el título de villa, y fue castigada por el marqués don Diego López Pacheco, que destruyó el pueblo. En esa carrera de memoriales meritorios ante el Consejo Real, para obtener su favor, el procurador de Santa María del Campo Rus, en nombre de su concejo, elevó un memorial único que nos describe la villa convertida en campamento del capitán general de los Reyes Católicos. Una villa fortificada, centro de las acciones militares contra las gentes del marqués del Villena. Frente al gesto caballeresco, que ha pasado a la historia, de un marqués de Villena cediendo su médico a un moribundo Jorge Manrique, la realidad de la guerra con sus robos: diecisiete mil cabezas de ganado. Posteriormente, la villa de Santa María del Campo se convertirá en nuevo campo de batalla al establecer en ella su cuartel el nuevo capitán real don Pedro Ruiz de Alarcón. La propia villa estimaba sus gastos y daños durante la contienda en medio millón de maravedíes.

                                 (cruz)
                                 Señor
El daño que rreçibió la villa de Santa María del Canpo es lo syguyente
Que en el tiempo que se rreduzió el Alberca con todos los otros lugares ay tubo guarnición el señor don Jorge que aya santa gloria e syenpre estuvo el lugar a seruiçio de sus altezas e tapiado a casamata y todas las calles varradas de tapias e la iglesia con un cortijo que tenía e syenpre tuvo el lugar velas e rrondas e atalayas e syenpre estuvo la gente que en él avía que podía aver quatroçientos onbres a punto de guerra a seruiçio de sus altezas e hazer lo que el señor don Jorge les mandava e que sus capitanes en su nombre e que allí estuvo Garçía de la Madriz capitán del dicho don Jorge e desta causa rreçibió la dicha villa de Santa María del Canpo mucho mal e daño en que los labradores no osaban yr a labrar porque les rrovaban sus ganados e las azémylas de labor e fue puesto el dicho lugar dos veces a saco mano asymesmo estovieron a ende por capitanes del dicho don Jorge que aya santa gloria los Figueroas e en esa villa morió el dicho don Jorge que d’ay salió quando le ferió las gentes del marqués ese mismo día rrovaron e levaron al Castillo de Garçía Muñoz la gente del marqués diez y siete mil caveças de ganado o dende arriva asimismo firieron e mataron muchos honbres de la villa porque tenyan la boz de sus altezas e ansimismo tovo a ende guarnición Pero Rruyz de Alarcón capitán de sus altezas e quando la despojaron las gentes del marqués e le entraron en la villa por fuerça de armas e derrybaron e aportellaron e quemaron muchas casas açerca de la yglesia conbatiendo un cortijo que estava encorporado en la yglesia e lo ganaron por fuerça de armas e hizieron lo derribar e allanar a su costa del lugar de manera que así en lo que dicho es como en no osar salir a labrar los labradores perdió el lugar mucho e aún quedó perdido en muy más diez vezes que la dicha villa del Alberca en seruiçio de sus altezas e todo esto se puede muy vien provar sy necesario fuere que la villa del Alverca no perdió en todas las quexas que tiene dadas en valía de diez myll mrs. e perdió la villa de Santa María del Canpo más de quinyentas myll mrs. en seruiçio de sus altezas que duraron las guerras tres o quatro años
Asymesmo señor el procurador del Alverca no çesa de hazer peteçiones e darlas al Consejo en deseruiçio del señor don Verlandino (Bernardino Castillo Portocarrero) e darlas haziendo rrelaçiones falsas e no verdaderas diziendo que les vien dan el pan y el vino e las viandas e los hornos y más que les destruyen sus panes e sus viñas e otras cosas contenidas en las dichas peteçiones no siendo verdaderas.

AGS. CONSEJO REAL. Legajo 89, fol. 5-VI


sábado, 8 de diciembre de 2018

Los Balmaseda o "el ir por este mundo adelante"



"Casi siempre los que suben, se pierden, puesto que se transforman, se tornan híbridos, bastardos, pierden la originalidad de su clase, sin ganar la de la otra. Lo difícil no es subir sino, al hacerlo, seguir siendo uno mismo."    (Jules MICHELET: El Pueblo)






Hoy, andamos obsesionados buscando una gota de sangre judía en las venas de las familias conquenses de notorio linaje. No dudo que si somos, como cristianos viejos, perseverantes en la búsqueda de esos judíos, denunciados  a sí mismos por el rechazo al olor a tocino, los encontraremos en cualquier rincón. Y sin embargo, el crisol de sangres que han conformado los árboles de las familias conquenses es tan rico como variado. Aquí va un ejemplo, el de nuestros antecesores vascos, pues qué somos los castellanos sino hijos de los vascos, por más que éstos muestren su desapego a nosotros, unos desgraciados y desagradecidos maketos. Al fin y al cabo, si somos castellanos es porque hemos renunciado a ser bárdulos o, simplemente, hemos llegado a conformar una identidad en la apertura a un espacio abierto que, desde las montañas burgalesas, se ha extendido por las llanuras de la Meseta, permitiéndonos abrir nuevos horizontes sin olvidar nuestros orígenes. Las Vascongadas expulsaban hombres a riadas en el siglo XVI, unas tierras poco aptas para el cultivo eran incapaces de mantener la explosión demográfica de la centuria. Los viejas casas solares no daban para tanto hidalgo. Aquellos vascos, dejando su tierra se iban para Castilla, y, donde acababa Castilla, en bella expresión de la época, por este mundo adelante. Estos vascos de los valles salían del rincón de su casa solar y su anteiglesia en busca de la modernidad, perdón, del mundo. Atrás dejaban su pasado. No habían oído hablar de ningún Jaun Zuría; sencillamente decían de sus abuelos y bisabuelos que tomaban sus apellidos de los casas solares de los valles donde vivían. Y estas no eran otras que las de sus mujeres que legaban el apellido a sus hijos. Con el apellido, las madres transmitían el amor por el trabajo, por el orden y por la perseverancia. Este era el genoma de los vascos llegados a La Mancha. A primera vista parecían aquel bretón de Madame Bovary, que balbuceaba su nombre en un ininteligible Charbovari. Mal hablados, y peor entendidos, en su lengua vizcaína, únicamente aportaban la habilidad de sus manos como caldereros, canteros o plateros. Y el orden y constancia de las madres que los habían criado. Eran señores de sí mismos, no había quien contra ellos pronunciara el Quos ego virgiliano. Trabajaban a iguala, pues no admitían servidumbre o jornal. La vileza de sus trabajos no negaba su nobleza, pues era la habilidad de su mano la que guiaba igual el puntero o cincel que la espada. Sin embargo, los apellidos vascos y sus portadores tal como irrumpieron en Castilla, tal fueron olvidados. Levantaron iglesias, palacios y pueblos; labraron unas veces simples calderos y otras retablos; dieron voz a las sociedades y dejaron testimonio de su tiempo como juristas o como simples escribanos, o se embarcaron en Flandes e Italia como soldados. Pero la generación siguiente, sus herederos, olvidó el espíritu arriesgado y la austeridad de los valles; casados con hijas de  labradores ricos, cambiaron la hidalguía de su persona por la de una piedra armera. De ese espíritu de los antiguos vascos participó Andrés de la Puente Balmaseda, pero antes que traicionarlo prefirió dejar en tierras conquenses la familia formada para ir en busca de nuevas aventuras en Flandes. No fue guerrero ni soldado valeroso, únicamente un gran administrador de la intendencia de los Tercios, aportando la calidad y mérito que las madres vascas enseñaban: orden, trabajo y perseverancia.

La historia de los Balmaseda es la del siglo XVI. Hombres ante la adversidad y la necesidad de su superación para sobrevivir. Una vida de tumbos, pero donde los hombres con orgullo buscaban su propio destino y con trabajo labraban su futuro. Un mundo donde la adversidad y la fortuna eran vecinas y no había umbral que las separara. Una sociedad también donde cada uno era hijo de sus obras y forjaba su vida. Un horizonte vital recogido en la estrechura de unas pocas leguas que delimitaban el espacio geográfico de los pueblos y la confianza que en ese mundo adelante allá donde la vista se perdía se abría un nuevo horizonte de oportunidades. Ese es el mundo que vivieron los Balmaseda. La guerra de Granada les sacó de sus valles vascos. El infortunio y la necesidad les impidió regresar a su valle, pues no había varón que cuidará del caserío. Burgos, la urbe cosmopolita les redujo a simples quincalleros y caldereros. Ese mismo cosmopolitismo es el que les abrió nuevos horizontes como mercaderes. Adquirieron tierras y todo parecía que la sentencia de MICHELET iba a ser cierta una vez más, lo difícil no es subir, sino al hacerlo, seguir siendo uno mismo. Pero Andrés de la Puente Balmaseda no renunció a ser él mismo. La rebelión de las Alpujarras le devolvió el espíritu hidalgo y de soldado de su bisabuelo.

Andrés de Balmaseda había llegado a la villa de San Clemente desde Burgos, allí se habían establecido su abuelo y su padre, Juan y Andrés. Juan había casado con Elvira de la Orden. Su hijo Andrés casaría con María Gallo de Escalada. El tronco familiar procedía de Arcentales, en las Encartaciones de Vizcaya, de la casa de Alisedo, en el valle de Sopuerta, de donde era natural el bisabuelo, Juan de Alisedo, casado con Catalina de Bolivar. Los Balmaseda se habían asentado con el tiempo en dos lugares cercanos a dos leguas de Burgos y bajo su jurisdicción, Cortes y San Medel.

Andrés de la Puente Balmaseda gustaba llamarse también por el primer apellido junto al de Balmaseda. El apellido de la Puente no en vano recordaba a los hidalgos de más viejo abolengo de las Encartaciones
tenían los La Puente su casa-torre solar en la calle del Medio, del Ayuntamiento, frente al Ayuntamiento y sobre la Plaza en que se celebraba el mercado "y era una torre de cal y canto antigua e tiene un escudo de armas, que son una puente enzima de un río y una torre enzima de la puente y una cabeza que va entre las ondas del río y un blasón que decía por pasar por la puente me pondré a la muerte (1)

El bisabuelo Juan de Alisedo  vivía en el valle de Arcentales con sus hermanos Sancho  y Diego de Alisedo; hacia 1490 había muerto en la guerra de la conquista de Granada. Juan de Alisedo, llamativamente, había acudido allí con su mujer y con su hijo a la guerra.
que podía auer más de sesenta y dos años que el dicho Juan de Alisedo bisabuelo del que litigaua fue a la guerra de Granada con otros hijosdalgo del valle de Arzentales por llamamiento de los señores Rreyes Católicos de gloriosa memoria y este testigo le vio yr a la dicha guerra y después dende a un año a dos poco más o menos oyó decir a vecinos del dicho valle que abían ydo a la dicha guerra de Granada en compañía del dicho Juan de Alisedo como abía sido teniente de capitán de uno que se llamaua Sancho de Bilbao que fue capitán de la gente que salió de las Encartaciones de Bizcaya y que fallesció en la dicha guerra

Fallecido el bisabuelo, su hijo y su viuda se habían instalado en Burgos; les acompañaba seguramente otro hijo llamado Pedro.

Los vecinos de los valles de Carranza, Sopuerta, Somorrostro, Salcedo o Arcentales eran por naturaleza todos hidalgos. Pero algunos vecinos, unos veinte o treinta labradores, pagaban el llamado pecho de los marcos. Arcentales era un lugar de la yunta de Avellaneda, que junto al valle de Carranza, Sopuerta y Somorrostro formaban un corregimiento y ayuntamiento y juzgado propio. Dentro de las Encartaciones había lugares como Carranza que pasaban por pecheros o al menos los labradores elegían un representante propio, el llamado merino chico,  y en otros, como la casa de Azbal, donde últimamente se habían afincado los Balmaseda, se pagaba un tributo de 50 maravedíes al obispo de Burgos. El último conocido que había pagado dicho tributo en esa casa era Hurtado de la Puente. Conocemos por los testimonios la organización fiscal y política del valle de Carranza, al menos hasta 1545, pues parece que en esa fecha sus vecinos dejaron de pagar pechos y de elegir el merino chico que los recaudaba con destino a don Diego Hurtado de Mendoza, merino mayor de las Encartaciones
los dichos ombres buenos de Carrança como tales pecheros an pagado y pagan en cada cerro (Santiesteba, Soscario, Vianes y Santezilla) el bacón al merino que es un carnero en cada cerro e más docientos maravedíes e más otros pechos rreales 
... que el merino chico de Carrança que esecuta la justicia en el valle de Carrança a seydo e a de ser de los ombres buenos pecheros e labradores del valle de Carrança e lo a seydo del cerro de Vianes 

Los Balmaseda habían llegado a Burgos para establecerse primero en el barrio de Santisteban y luego en los lugares de Cortes y San Medel, junto a la Cartuja de Miraflores, a una y dos leguas respectivamente de la ciudad de Burgos. Eran lugares incluidos en las cinco leguas que a la redonda rodeaban la ciudad de Burgos y por tanto estaban exentos de pagar tributos por privilegios que tenían la ciudad y sus aldeas. San Medel era lugar de la jurisdicción del Hospital de Rey, aunque según algún otro testigo del Monasterio de las Huelgas, cosa explicable por su dependencia de esta institución. La pretendida exención fiscal de San Medel (o Samedel) no parece que fuera completa, pues sus vecinos pagaban cada siete años la moneda forera y anualmente el llamado pecho de la serna al Hospital del Rey y según algún testimonio el pecho de la hermandad al monasterio de San Pedro de Cardeña. La moneda forera, aunque fuera tributo real, había sido cedido por la Corona al Hospital del Rey, que asimismo mantenía ciertas servidumbres feudales como la mencionada serna: obligación de los vecinos de segar un día en el verano en los campos de pan llevar de dicho Hospital.

El padre y abuelo de Andrés de la Puente Balmaseda habían desempeñado oficios viles en la ciudad de Burgos. El abuelo según algunos testigos era llamado Juan de Burgos, aunque el gustaba llamarse de Balmaseda; su oficio era calderero y dedicado a la venta de calderas. Su hijo Andrés de Balmaseda mercadeaba con hierros, plomo y pescado. Pero los Balmaseda eran algo más que quincalleros; se habían convertido en mercaderes con fortuna que habían invertido sus ganancias en bienes raíces en los mencionados lugares de Samedel y Cortes: casas, molinos y tierras de pan llevar, así como algunos ganados. La casa familiar estaba en el arrabal de Cortés, tras mudarse desde el barrio burgalés de Santisteban, pero las propiedades agrarias se situaban en el lugar de Samedel bajo jurisdicción del Hospital de Rey. La hacienda de los Balmaseda en Samedel había sido comprada por el padre Andrés Balmaseda a un hidalgo de ese lugar, llamado García Ordóñez
compró una hazienda que heran tierras de pan llevar e una huerta e otros vienes en el lugar de San Medel que hes del dicho Hospital rreal de Burgos, la qual compró de un tal García Hordoñes parte dello e de otras personas parte dello

Andrés de la Puente Balmaseda había abandonado el hogar familiar con dieciocho o veinte años, hacia 1545 o algún año después, sin rumbo fijo, Un vecino suyo relataba su salida de Burgos como un se fue por este mundo adelante. Tal vez en busca de oportunidades, tal vez huyendo de las estrechuras de un hogar paterno, que debía compartir con otros cuatro hermanastros nacidos de un segundo matrimonio del padre. Había llegado a San Clemente, trabajando como criado en los negocios de un mercader de fama reputada en la villa, Francisco de la Fuente, tal como nos recordaba Juan Ruiz de Casablanca
una grand azienda de mercadurías e mucho ganado e lavor... le a conoçido tener muchos criados y pastores y otros onbres del canpo que entendían en su lavor e en su azienda... rresidía e vivía en casa de Francisco de la Fuente... e viven juntos los susodichos...que a vivido en lavor de pan y en mercadurías y en ser abastecedor de la carne de la dicha villa
Sin embargo, Andrés de la Puente Balmaseda no disponía de casa propia en San Clemente, viviendo, él y sus criados, en la del mencionado Francisco de la Fuente
era en casa del dicho Francisco de la Fuente vezino de la dicha villa de San Clemente e el dicho Francisco de la Fuente a visto este testigo que la a dado y da de comer a el que litiga y a sus criados e él a pagado un tanto por sí e ciertos maravedís a cada uno de sus criados... sin que el dicho Andrés de la Puente Valmaseda aya tenido casa por sy ni comprado mantenimientos ni para sus criados
Nos es difícil imaginarnos a este joven, por muy arriesgado que fuera, capaz de consolidar en apenas un quinquenio y en una tierra tan lejana como la de San Clemente una grosera hacienda, criados incluidos, cuando se nos presenta a él mismo como siendo criado de un mercader, nos dirá un testigo, o al menos de cuyos negocios participaba. En realidad, el mozo Andrés de la Puente había llegado a San Clemente como factor de la hacienda y negocios de su padre; lo que indica que los negocios comerciales de los Balmaseda se extendían por esta zona de la Mancha. Sin embargo, los mismos testigos hablan de otros intereses agrarios y ganaderos de los Balmaseda en esta comarca y que hoy se nos escapan. El hecho de que Andrés se instala en casa de Francisco de la Fuente con varios criados aleja su estancia en San Clemente como la de un simple aventurero para colocar a nuestro personaje como representante de importantes intereses comerciales.

Establecido en San Clemente, no por ello dejó Andrés de visitar el hogar paterno en Burgos. El carácter itinerante de Andrés de Balmaseda queda confirmado, con motivo del poder dado a dos familiares, uno de ellos su padre, residente en Burgos, para las probanzas. Aunque nos aparece ahora como vecino de Santa María del Campo Rus por matrimonio con una santamarieña, sus idas y venidas a Burgos son regulares. Esta inquina del ayuntamiento de San Clemente por hacer pechar a los mercaderes ya la conocemos de antaño, con el caso de un mercader llamado Diego de Estremera, obligado a pagar por partida doble los pechos concejiles y la alcabala del viento en 1544 para ser admitido como vecino. Poco importaba que los mercaderes se avecindaran para ser considerados vecinos de plenos derechos y deberes en los repartimientos y cobrarles por las ventas como si fueran forasteros. 

Con estos antecedentes Andrés de la Puente Balmaseda fue declarado pechero el 16 de octubre de 1556, revocando sentencia favorable de hidalguía de tres de febrero de 1554. No obstante, el proceso se reabría el 18 de diciembre de 1557. No se ponía en duda el carácter vil de los oficios desempeñados por los Balmaseda, sino la veracidad de la franqueza de pechos de los habitantes de Burgos. Andrés Balmaseda aportó testimonio de cómo su padre no pagó pechos en Samedel. No obstante, tuvo que esperar hasta el 10 de octubre de 1580 para obtener sentencia favorable de hidalguía.

Traslado de la partida de bautismo de Andrés de la Puente Valmaseda, bautizado en la iglesia de San Nicolás de 17 de noviembre de 1527

El pleito se había iniciado en agosto de 1552, cuando Andrés de la Puente Balmaseda había sido empadronado con los pecheros y obligado a pagar seiscientos maravedíes de servicio extraordinario, Su negativo le valió que le embargaran una alfombra de ocho ducados. Andrés de la Puente Balmaseda aún disfrutó en vida y ausente de San Clemente, unos veinte años, reconocida hidalguía, otorgada por la referida sentencia de 1580, hasta el día de su muerte, que debió ocurrir en fecha cercana al año 1600. Sus herederos disfrutarían de sus derechos nobiliarios y obtendrían la deseada carta ejecutoria de hidalguía el seis de diciembre de 1608.

Andrés de la Puente Balmaseda había casado con María Mendiola de Santa María del Campo Rus, villa en la que también tomó vecindad. Sus hijos se establecieron en esta última villa. Eran Juan de la Puente Balmaseda y Mendiola, doña María de la Puente Valmaseda y Mendiola casada con Juan Rubio y doña Catalina de la Puente y Balmaseda y Mendiola casada con Cristóbal Galindo.

Junto a la lucha por su hidalguía, Andrés de Balmaseda buscó otros reconocimientos sociales. El siete de octubre de 1564 presenta el título, recién otorgado por el Tribunal del Santo Oficio de Cuenca, de familiar de la Inquisición para que se le reconozca como tal por los oficiales del concejo de Santa María del Campor Rus.

La vida de Andrés de la Puente Balmaseda había dado un giro radical con motivo de la rebelión de los moriscos de las Alpujarras en 1568. Andrés, recuperando la tradición militar del bisabuelo, había participado en la represión de la sublevación. A partir de entonces, había abandonado el hogar familiar, que ya se había establecido en Santa María del Campo Rus, para iniciar una carrera militar como servidor de la Corona, que en parte se nos escapa. Sus hijos, que habían quedado al cuidado de su madre. Cuando muere, Andrés de la Puente es castellano del castillo del Blambet (?) en la Bretaña. Andrés de la Puente Balmaseda no volvió a ver a su familia, aunque no se olvidó de ella, enviándole grandes socorros, a decir de algún coetáneo y vecino. Su carrera militar transcurrió entre las Azores y Flandes, en labores de intendencia militares.
y siempre hasta que murió andubo ocupado y sirbiendo en cargos militares muy honrrados ansi en el dicho castillo siendo castellano de él como en los demás cargos y oficios preheminentes como fueron mayordomo y tenedor de las municiones del exército de Flandes y tenedor de los bastimentos del castillo de Amberes y capitán de infantería de los dichos estados y vehedor y contador en la isla de la Fayal una de las siete de Açores en el Rreino de Portugal
Fue un organizador de la intendencia militar, cuyos servicios serían valorados por grandes militares de la época, entre ellos el insigne conquense y maestre campo de los Tercios, Julián Romero. Contó con el favor del conde de Puñoenrrostro,  del Consejo de Guerra, y de Domingo Zabala, comendador mayor y del Consejo de Hacienda,
y que el conde de Puñoenrrostro y Domingo de Zabala estimaron mucho su persona como tan ymportante a nuestro servicio y lo mismo hiço Julián Romero y el general Sancho Dávila porque todo constaua y parecía por las dichas patentes y zédulas y cartas... por cuyos servicios nos hizimos merced al dicho don Juan (el hijo de Andrés) de quinze escudos de ventaja

En la fortuna personal y material de Andrés de la Puente Valmaseda fue un clave su matrimonio con María de Mendiola. María era hija de Juan de Mendiola Mariaras Iturmendi y la santamarieña Catalina Galindo, que además de la citada, tuvieron una prolífica descendencia: Pedro, Juan Bautista, Jerónimo, Antonio, Ana, Isabel, Catalina y Margarita.

Los Mendiola procedían de Villafranca de Ordizia. El licenciado Juan de Mendiola era hijo de Pedro de Mariaras y Catalina de Mendiola y nieto de Juan de Iturmendi y María de Mariaras. El apellido Iturmendi estaba tomado de la casa solar de la familia. Iturmendi pertenecía a la universidad y anteiglesia de Gainza, jurisdicción de Villafranca.

Gainza, con el monte Aralar al fondo
El licenciado Mendiola abandonó el hogar paterno, camino de Castilla. Pesaba en la decisión, la formación académica recibida y la necesidad de ejercer la profesión. Desconocemos la razón de la aparición del licenciado Juan Mendiola en Santa María del Campo Rus, más allá de su casamiento con una Galindo, pero su presencia se hizo notar
que aunque si la misma habla castellana hablava no podía negar ser vizcayno
Si el licenciado Juan hablaba correctamente el castellano, no ocurría lo mismo con su madre, que le acompañó en su llegada a Santa María del Campo Rus, pues la mujer mal que hablaba y entendía el castellano. A decir verdad el licenciado Mendiola era conocido más por las buenas obras de su oficio que por sus defectos vascos. El licenciado Mendiola era médico y cirujano. Llegado a comienzos de siglo a la Mancha, el licenciado Mendiola nos ha dejado una vida envuelta en el el anonimato, pero que sin embargo le procuró una sólida y acomodada posición social. Las vidas de estas dos familias vascas, Balmaseda y Mendiola, vinieron a juntar sus destinos en la Mancha. Hoy sus apellidos han desaparecido, no su legado.



Sello de placa de la Chancillería de Granada


Concejo de San Clemente de 25 de julio de 1552

Alcaldes ordinarios: Juan de Robles y Juan del Castillo Abengoza
Regidores: don Alonso de Pacheco Guzmán, Alonso de Valenzuela, Gregorio del Castillo, Pedro de Tébar, don Diego Pacheco, Francisco García y Miguel de Herreros.

Concejo de  San Clemente de 18 de julio de 1557

Alejo Rubio, alcalde ordinario; don Alonso Pacheco, Pedro de Tébar, don Diego Pacheco, Francisco García, Sancho López de los Herreros, regidores; Luis Alarcón Fajardo, alguacil mayor;

Concejo de Santa María del Campo Rus de 7 de octubre de 1564

Alonso Sainz Blanco y Pedro Rubio, alcaldes ordinarios
Martín Rubio Prieto, alguacil
Pedro Sánchez y Alejo González, regidores
Juan Sainz Rubio, Gil García Agraz, Juan de Requena; diputados
Diego de Mora, escribano del ayuntamiento

Concejo de Santa María del Campo Rus de 23 de octubre de 1608

Martín de Buedo Hermosa, gobernador por los Ruiz de Alarcón
Rodrigo Ortega Montoya y Francisco González Gallego; alcaldes ordinarios
Francisco de la Solana y Pedro Pérez; regidores
Diego Ortega Montoya, alguacil mayor

Concejo de San Clemente de 24 de octubre de 1608

Bautista de Montoya y Herreros y Juan de Oropesa, alcades ordinarios
Alonso Martínez de Perona, el licenciado Diego de Montoya, el licenciado Miguel de los Herreros, Gómez de Valenzuela, Cristóbal García de Monteagudo; regidores
Francisco de Oviedo, alguacil mayor

                                                     *************************

(1) RIVERA MANESCAU, Saturnino: "Notas para un estudio biográfico del V. P. Luis de la Puente, S. J.".  Revista Histórica. Valladolid. 1924, p. 6

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍA, Signatura antigua: 304-577-24. Andrés de la Puente Balmaseda. 1554-1557


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍA, Signatura antigua: 301-99-71. Juan de la Puente Balmaseda y hermanas. 1608

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍA, Signatura antigua: 301-59-8. Juan de Mendiola Mariaras. Ejecutoria de 15 de febrero de 1576

viernes, 19 de octubre de 2018

Juan de Toro Ramírez, familiar del Santo Oficio de Santa María del Campo Rus




                               Mi agradecimiento a David Gómez de Mora, por darme a conocer este expediente


Juan de Toro Ramírez Arellano, hombre alto y de buena manera de veinte años, era familiar del Santo Oficio de la Inquisición en Santa María del Campo Rus. Hacía gala de ello, usando y extralimitándose en las potestades que el oficio le otorgaba. Para la Cuaresma de 1566 Juan de Toro estaba en Carrascosa de Haro, acompañado de otros dos vecinos llamados Diego Delgado de Rus y Juan Hernández. Alojado en casa de un tal Pedro Fraile, le pidió cebada para los caballos. Solo obtuvo paja. Una pequeña aventura que Juan de Toro convirtió en una pequeña cruzada. Juan de Toro era hombre viajero. Cinco años antes había estado en Madrid, pero ahora en busca de la paja y la cebada necesaria para sus caballos se presentó en Carrascosa como alguacil del Santo Oficio, dotado de una pequeña vara de justicia terminada en forma de cruz, y enfundada en su borceguí. Según unos, su persuasión para conseguir el cereal era simple amenaza; pero otros, iban más allá: usaba artes diabólicas
yo ya he hallado çevada toma ese harnero y ven conmigo Juan Hernández que aquí nos la darán porque ya les he metido el diablo en el cuerpo  
Juan Hernández le recriminó su actitud y el hecho de usar la vara para obtener cebada. La respuesta de Juan de Toro fue más enigmática
valeos el diablo que vara traes para que traes vara y dixo el dicho Juan de Toro... que con esta Dios haze merçed  
Juan de Toro tenía enemigos en Santa María del Campo Rus, pero también contaba con la poderosa amistad del señor del lugar. De hecho, la acusación contra Juan de Toro vino de Francisco García, miembro de una familia declarada enemiga del señor de la villa: los García de Mingo Martín, que por ese año de 1566 estaban enfrentados con don Antonio Castillo Portocarrero, al que buscaban por el pueblo para matarlo. Juan de Toro, alguacil de la villa y al servicio del señor, no escapaba a las iras de los García. Estos enfrentamientos ya los hemos narrado en otra parte y aquí traemos a colación lo que escribimos tiempo atrás para entender el conflicto
La familia García era temida en el pueblo, especialmente por don Antonio Castillo Portocarrero, al que habían amenazado de muerte varias veces. Razones tenía para ello, pues los oficiales que él mismo ponía eran objeto de las iras de los García de Mingo Martín, que era como les gustaba llamarse al clan. Miguel García tenía mala fama, ya no solo por matar hacía año y medio a Martín Chaves, también como estuprador de doncellas y provocador de altercados, así cuando apaleó tiempo atrás a un cobrador de la limosna de Nuestra Señora de Monserrate. Junto a su sobrino Pedro, ya había herido al alcalde Pedro Martínez Rubio, y no se echaba atrás en sus insultos y amenazas de muerte contra don Antonio Castillo Portocarrero. Con fama de bravucones, los García se habían convertido en la bestia negra de la nobleza regional. Se jactaban de haber liberado a un santamarieño llamado Andrés Rubio, retraído en la iglesia de Castillo de Garcimuñoz, por una pendencia con un Melgarejo. La hazaña de los hermanos Francisco y Miguel García fue reivindicada por ambos como ejemplo de que únicamente dos santamarieños valían tanto como todos los vecinos de Castillo de Garcimuñoz. Si Miguel García era bravucón no se quedaba atrás su madre, Francisca Redonda, que reconocía que su hijo salía por las noches a practicar el tiro y amenazaba al alguacil mayor de la villa, Juan de Toro, el día que bajaba con el asno por la calle del licenciado González para someter a vergüenzas públicas y azotar a su hijo, que "quien osara meterse con su hijo no quedara coxón de ellos". (1)
La acusación de Francisco García al Santo Oficio contra Juan de Toro iba contra éste, pero también contra su señor Antonio del Castillo por encubrir su incredulidad y sus blasfemias. La denuncia tiene fecha de 16 de septiembre de 1566. Las acusaciones eran duras. Se acusaba a Juan de Toro de blasfemar delante del Santísimo Sacramento, diciendo que no le valía Dios, ni Rey ni la Santa Iglesia; de afirmar en medio de la plaza del pueblo que el diablo estaba en la Gloria. Aunque la acusación más grave iba dirigida a considerarlo indigno del oficio de familiar que detentaba, pues era incapaz de guardar el secreto que tal oficio llevaba parejo. Es más Juan de Toro pasaba por confidente de su señor don Antonio del Castillo. Pero la rica familia de los García lanzaban la inquina de sus acusaciones contra la baja procedencia de Juan de Toro
es un honbre de baja suerte hijo de una hornera que fue encadenada por loca y es albeitar y hijo de mesonero y con favor de don Antonio hace estas cosas 
No lo sabemos, pero es posible que la enemistad entre Francisco García y Juan de Toro, además de los conflictos entre la familia García y el señor, viniera alimentada por colisión de intereses de dos oficios, que a primera vista pudieran parecer complementarios: Francisco García, un hombre de cincuenta años, se dedicaba a la crianza de garañones, Juan de Toro, era herrador y albéitar. Antes de albéitar, Juan, en sus años de zagal, había sido un leñador que vendía la leña a lomos de un borrico por las calles de Santa María del Campo. Un hermano suyo, Leonardo, había heredado el mesón familiar, mientras que otro llamado Francisco Martínez de Toro ejercía el oficio de albéitar y herrador en Buenache.

Los García, que por entonces empezaban a escapar de las garras de Antonio Castillo Portocarrero, consiguieron el once de enero de 1567 que los Inquisidores nombraran al sanclementino Juan Sánchez Merchante para pasar a Santa María del Campo a proceder contra el díscolo familiar. Se tomaban así Francisco García asegurada venganza de la prisión que sufrieran su hermano Miguel y sus padres. Las acusaciones de Francisco García iban dirigidas contra la honra de Juan de Toro, al que acusaba de ser un hombre vano sin juicio; un borracho, cualidad que le venía heredada de su padre (también llamado Juan), y un putero
Juan de Toro avía ydo con su familiatura  a la mançebía de Belmonte e que un alguazil le pidió las armas y el avía dicho que no se las podía quytar porque hera familiar del Santo Oficio y que el dicho alguazil le avía dicho: pues cómo el Santo Ofiçio ha de andar por las mançebías e que no se las avía osado quytar 
La mala lengua le perdía. Dos veces había sido apaleado como castigo: una en el campo y otra en la plaza de la villa. No debía ser un ejemplo el familiar, pues incluso Juan Hernández, teniente de alguacil, le acusaba. En una ocasión, fue penitenciado por ofrecerse a darle al diablo la Iglesia; en otra, la pena por blasfemar fue de mil maravedíes y seis meses de destierro.

La Inquisición decidió dejar en suspenso al familiar en el ejercicio de su cargo.




(1) https://historiadelcorregimientodesanclemente.blogspot.com/2017/09/santa-maria-del-campo-rus-en-1566.html


Archivo Diocesano Cuenca. Leg. 239, expediente 3112. Juan de Toro, familiar del Santo Oficio, 1567

sábado, 17 de febrero de 2018

El escudo del Palacio del Marqués de Valdeguerrero: el escudo de la familia Ortega

Escudo de los Ortega, en la calle Piquirroti nº 12 de San Clemente
Foto: Laura Mainar Alquézar

Escudo de los Ortega en la llamada Casa de la Reina Mora, San Clemente
http://sanclemente.webcindario.com

Las imágenes superior se corresponden con sendos escudos existentes en la casa de la calle Piquirroti número 12 y en la llamada Casa de la Reina Mora de la villa de San Clemente. Se trata de las armas de la familia Ortega, señores de Villar de Cantos, que también nos aparece en la portada principal del palacio del Marqués de Valdeguerrero y que esta familia adoptó como escudo de armas propio y diferenciado de las armas de los Guerrero de Alcaraz, de donde procedía el fundador del marquesado de Valdeguerrero. El escudo de armas de los Guerrero de Alcaraz se nos conserva hoy en uno de los cuarteles de la piedra armera del palacio de los Martínez del Peral de la Plaza de Astudillo. En el cuartel superior izquierdo aparece el águila de los Guerrero, tal como nos aparece en el dibujo de la colección Salazar y Castro de la Real Academia de la Historia

Escudo con armas de los Guerrero en la casa Martínez del Peral
http://sanclemente.webcindario.com

Escudo de armas de los Guerrero de Alcaraz
RAH


El águila de los Guerrero de Alcaraz aparece también en el segundo escudo de la Casa de la Reina Mora de San Clemente, quizás, porque se trate de la casa de don Diego Ortega Guerrero, caballero del hábito de Santiago desde 1640, hijo de la alcarceña Beatriz Guerrero Girón. La unión  de los Guerrero de Alcaraz con los Ortega de San Clemente se produjo definitivamente con el matrimonio de Catalina Félix Guerrero y Cárcamo, hermana del primer Marqués de Valdeguerrero, con don Rodrigo de Ortega, III señor de Villar de Cantos.

La ejecutoria de hidalguía de los Ortega de San Clemente ya se había logrado hacia 1609 (1), por Francisco de Ortega y su hijo don Rodrigo de Ortega y Avilés, I señor de Villar de Cantos. Incluso ya un Ortega, de nombre Rodrigo había pleiteado su hidalguía en Granada en 1533. La familia remontaba los orígenes nobiliarios a la época de la Reconquista, cuando el capitán Juan de Ortega había bajado del valle del Mena a la conquista de la Mancha, siendo herido gravemente en el campo de batalla en el lugar de Villar de Cantos (que la familia vincularía como señorío propio a la familia), y yendo a morir, según la tradición, a un lugar llamado Pozo de Pilillas, de difícil ubicación hoy en día (existe un cerro de Pilillas en el término de Vara de Rey).

Años antes, un Rodrigo de Ortega, llamado el rico o el viejo, vecino de San Clemente, en 1533, había pleiteado su hidalguía en la Chancillería de Granada. Sería el antecesor de una familia cuya descendencia e intereses patrimoniales se extenderían por las villas de San Clemente, El Cañavate y Santa María del Campo Rus. Su hijo Diego de Ortega y Guerrero pleiteó su hidalguía con la villa del Cañavate, consiguiendo ejecutoria de la Chancillería de Granada, que otorgó un escudo de armas para la familia, y que conocemos por las Relaciones Topográficas de la villa de El Cañavate

Ortega: En la executoria de Diego de Ortega, padre del dicho Pedro de Montoya Ortega, hay un escudo que tiene por armas cuatro campos, y en el campo de la mano derecha en lo más alto hay una espada, y en el otro de la mano izquierda una cruz colorada y en el de abaxo de la mano derecha hay cuatro panelas,  digo cinco panelas, y en el otro vienen cuatro Oes grandes (Relaciones topográficas de Felipe II de la villa de El Cañavate)

Ese escudo es el que nos aparece hoy en la calle Piquirroti 12 (vid. supra) y en el palacio del Marqués de Valdeguerrero (vid. infra)


Escudo de armas en el palacio del Marqués de Valdeguerrero. A diferencia del escudo originario de los Ortega en la calle Piquirroti nº 12, en el primer cuartel parece adivinarse, muy deteriorada la serpiente, superpuesta a la espada, y en el cuarto cuartel se ha añadido un quinto anillo u "o", que se ha intentado identificar con las armas de los Condes de Buenavista Cerro (aunque las armas de este apellido en la casa familiar de Belmonte son muy diferentes). En nuestra opinión el escudo del condado de Buenavista Cerro formado por cinco anilletes de oro, puestos en aspa, en gules (y con lema Mena por la sangre y Buenavista por el Rey) es una creación a partir de los cuatro "Oes" del escudo de los Ortega



En la imágen superior, escudo de los Condes de Buenavista Cerro en la calle del Marqués 11 de la villa de San Clemente
En la imagen inferior, escudo del apellido Mena en la casa de Belmonte del primer Conde de Buenavista Cerro, Don Diego Ventura de Mena y Cortés

Imágenes: escudo del Palacio del Marqués de Valdeguerrero y del Cerro de San Clemente
http://sanclemente.webcindario.com
Imagen del escudo de los Condes de Buenavista Cerro de Belmonte: Laura Mainar Alquézar



La familia de los Ortegas se dividiría en dos ramas familiares con residencia en El Cañavate y San Clemente. Diego Ortega y Guerrero, el que conseguiría ejecutoria para la familia, casó con Isabel Montoya y Araque, vecina de Vara de Rey, en primeras nupcias, y con Isabel Perona en segundas. Del primer matrimonio vienen los Ortega de El Cañavate, que continuaron la línea con Pedro de Montoya Ortega, primogénito de Diego Ortega e Isabel Montoya. Estos Ortega del El Cañavate pasarían a Santa María del Campo Rus, donde conseguirían nueva ejecutoria de hidalguía en 1578 de la mano de Pedro de Ortega y Guedeja, y de esta villa pasarían a la de San Clemente. Regidores perpetuos de Santa María del Campo, ostentarían desde la segunda mitad del siglo XVII el título de Alguaciles Mayores de la villa de San Clemente.

Escudo de los Ortega en Santa María del Campo


Del matrimonio segundo de Diego Ortega y Guerrero con Isabel de Perona vienen los Ortega de San Clemente. Su hijo Rodrigo de Ortega el mozo sigue la línea, aunque en la villa de San Clemente pervivirán dos ramas familiares, los herederos de los dos hijos de Rodrigo de Ortega el mozo, Diego y Francisco, tal como vemos en las genealogías adjuntas

Genealogía de don Rodrigo de Ortega y Ortega, III señor de Villar de Cantos y marido de Catalina Félix Guerrero, II Marquesa de Valdeguerrero. Pretendiente al hábito de la orden de Santiago en 1641
Padres 
Don Rodrigo de Ortega y doña Ynés de Ortega, vecinos y naturales de la dicha villa de San Clemente 
Abuelos paternos 
Don Rodrigo de Ortega, I señor de Villar de Cantos, y doña Ana Rosillo*, vecinos y naturales de la dicha villa de San Clemente. Fundan mayorazgo familiar en Villar de Cantos y jurisdicción de Vara de Rey (Rodrigo de Ortega, I señor de Villar de Cantos era hijo de Francisco de Ortega y López de Olivares y nieto de Rodrigo Ortega el mozo)
Abuelos maternos 
Bautista García Monteagudo y doña Catalina de Ortega**, vecinos y naturales de la villa de San Clemente 
En Madrid, a diez y ocho de enero de hebrero de mill y seiscientos y quarenta y uno
Gregorio de Tapia (rúbrica)
*En realidad, es natural de Vara de Rey
**En realidad, natural de la villa de Cañavate
Genealogía de don Diego de Ortega Guerrero, natural de la villa de San Clemente, a quien su Magestad hiço merced del áuito de Santiago  (1640)
Padres 
Don Diego de Ortega, natural de la dicha villa de San Clemente, y doña Beatriz Guerrero Xirón, natural de la ciudad de Alcaraz,

Abuelos paternos 
Don Miguel de Ortega y Auilés (Miguel de Ortega y Avilés era hijo de Diego de Ortega, a su vez hermano de Francisco de Ortega, que tuvo por hijo a don Rodrigo de Ortega, primer señor de Villar de Cantos), natural de la villa de San Clemente, y doña María Rosillo de Mendoça, natural de la villa de Santa María del Campo 
Abuelos Maternos 
Don Antonio Guerrero, natural de la ciudad de Alcaraz, y doña María Muñoz Xirón, natural de la villa de Carauaca 
Actos positivos 
El padre y el abuelo paterno del pretendiente familiares del Santo Oficio de la Inquisición
En Madrid a veynte y tres de octubre de 1639
Gregorio de Tapia (rúbrica)

Las alianzas familiares de los Marqueses de Valdeguerrero con los Sandoval de Alcaraz, los Melgarejo y los Martínez del Peral llevarían a adoptar los escudos familiares de estos apellidos por las diversas ramas de herederos. Adjuntamos los escudos de armas de estas familias

Escudo de los Sandoval en la casa palacio de los Marqueses de Valdeguerrero en Vara de Rey (hoy de los Melgarejo). El apellido de Sandoval es aportado a la casa de los Marqueses de Valdeguerrero por Vicente Sandoval, que casó con Catalina Félix Guerrero y Sandoval, IV Marquesa de Valdeguerrero

                   
Escudo de la familia Melgarejo, en la casa palacio de los Marqueses de Valdeguerrero en Vara de Rey (hoy de los Melgarejo). El apellido Melgarejo es aportado por Antonia María Melgarejo y Mena, casada con Manuel Sandoval y Sandoval, IX Marqués de Valdeguerrero
Escudo de la familia Martínez de Peral en el Palacio de los Melgarejo de San Clemente. El apellido Martínez del Peral, originarios de Iniesta donde eran regidores perpetuos, es aportado por Julián Martínez de Peral y Martínez del Castillo, casado con Pilar Sandoval y Melgarejo, XI Marquesa de Valdeguerrero
http://sanclemente.webcindario.com


(1) La carta de ejecutoria de hidalguía se presentó junto con otros documentos en el expediente para la obtención del hábito de Santiago de don Rodrigo de Ortega, III señor de Villar de Cantos. No se copió traslado en el expediente, aunque aparece citada al final con fecha de expedición de la Chancillería de Granada de 9 de junio de 1609.

martes, 12 de septiembre de 2017

Santa María del Campo Rus según Tomás López (1787)


Descripción de Santa María del Campo Rus según el Diccionario Geográfico de Tomás López (1787):

La villa de Santa María del Campo Rus tomó su denominación de una hermita antigua de Nuestra Señora de la Concepción que havia en la situación donde se halla el conbento de religiosos calzados de la Santísimo Trinidad, muchos años antes que hubiese casas ni población (Fray Francisco de la Vega y Toraya, en la 2ª parte de las Crónicas de la Religión de la Santísima Trinidad. Libro 556). No se hallan documentos del villazgo, pero por los años de quatrocientos y sesenta se registran algunos papeles en la que la apellidan villa. Por los años de 1564 era propia de Don Antonio del Castillo Portocarrero; después se redimió y últimamente se vendió segunda vez de 1608 a Don Diego Fernando Ruiz Alarcón, del Consejo de Su Majestad, y por herencia se halla en la Casa del Excelentísimo señor duque de Granada de Ega, conde de Xavier, con jurisdicción alta, vaja, mero mismo imperio y actualmente consta de 490 y se gobierna por dos alcaldes ordinarios que elige el señor a propuesta de la villa.


Ay una sola iglesia parroquial, sin anejo, con la advocación de Nuestra Señora de la Asunción. Extramuros de esta población y mui inmediato a ella está fundado desde el año de 1564 el conbento de los religiosos calzados de la Santísima Trinidad, con los privilegios del señor rey Felipe Segundo y del señor don fray Bernardo de Fresneda, obispo de Cuenca. Su iglesia es de vella fábrica y primor, su advocación Nuestra Señora de la Concepción cuya hermita y territorio cedieron el señor y la villa a la religión. En dicha iglesia se venera la prodigiosa imagen del Santo Cristo del Buen Temporal, de vulto de medio cuerpo desnudo, heridas las carnes, coronado de espinas, abiertas las manos y elevados los ojos al cielo, dávida de la señora doña Mariana de Austria, madre de Carlos Segundo a fray Diego Jacinto Galindo, religioso trinitario natural de dicha villa y confesor de la familia real. Dentro de la población se halla situado el santo hospital de Nuestra Señora del Amparo, patrona de la villa, que se venera en su hermita pequeña, situada en proporción para que puedan oir el santo sacrificio de la misa los pobres enfermos que se admiten de todas parte, y para su manutención y medicinas está agregado el medio beneficio servidero de esta parroquia y heredad de tierras, que todo compondrá la cantidad de quatrocientos ducados, poco más o menos.

Está distante de esta población, su capital la ciudad de Cuenca, diez leguas al levante, y dos leguas de distancia se miran las villa de Onrrubia y el Cañabate al mediodía, y a la distancia de tres leguas San Clemente, una legua y al poniente la villa de La Alverca, y otra legua y al norte la de el Pinarejo. La extensión de su término de levante a poniente es de una legua y diez partes de un quarto de otra. De mediodía al norte de legua y media, y de circunferencia, poco más o menos, de cinco leguas, regulada cada una por diez mil varas o pasos castellanos, y todo su término asciende a la cantidad de veinte y siete mil ciento quarenta y tres almudes, poco más o menos, según consta de las operaciones de la Unica Contribución.

Un pequeño arroyuelo de aguas saladas que no tiene denominación nace a la parte de el norte de este término y corre por junto la población hacia el mediodía; sale de esta comprensión por la casa del Villar de Caballeros, y se une en el Término de San Clemente por el que vaja desde la villa de El Cañabate.

Carece este territorio de montes y vosques, y sólo ay unas huertas pequeñas que no producen suficientes hortalizas para el avasto del pueblo.

No se halla documento de su fundación, ni armas ni otros monumentos de antigüedad. Se señalan entre los sujetos más condecorados de esta villa los ilustrísimos don Francisco de Alarcón, obispo que fue de Pamplona, y don Pedro Ruvio Benedicto, actual obispo de Mallorca, y el venerable fray Andrés Ruvio, religiosos trinitarios y mui conocido por su vida penitente y repetidos milagros que hobró Dios por su mediación.

En este territorio se coge trigo, cevada, centeno, avena y demás semillas; vino y azafrán medianamente; y por un quinquenio asciende la cosecha del trigo a diez y ocho mil fanegas, la de cevada a nueve mil fanegas, a quatro mil la de centeno y la de avena a diez mil.

En el año de 1782 se estableció en esta villa de cuenta de la Real Hacienda la Real Fábrica de Salitres, que en lo sucesivo puede ser una de las mejores del reyno, así por el excelente salitre que se labra como por la cantidad que puede producir en lo sucesibo.

Las enfermedades que se padecen más comunes son tabardillos, dolores de costado, y en los dos últimos años tercianas malignas. Los niños que han nacido en cada año, regulados por un quinquenio, son ochenta, y los muertos en cada año, por la misma regulación , ascienden a cinquenta y ocho, de que resulta haver veinte y dos más nacidos que muertos en cada año.

No hai en toda la jurisdicción aguas minerales, piedras preciosas ni otra cosa más notable que las ya manifestadas, y en fe de ello y para que conste lo firmé en dicha villa de Santa María del Campo Rus, a 16 de abril de 1787.

Doctor don Benito de la Torre, cura.

domingo, 10 de septiembre de 2017

Santa María del Campo Rus en 1566: ¿delincuencia común o subversión social?

Santa María del Campo Rus, pueblo levantisco e ingobernable donde los haya, nunca aceptó el dominio señorial de los herederos del mayorazgo fundado por el doctor Pedro González del Castillo. Ya en 1521, con ocasión de las Comunidades de Castilla, don Bernardino del Castillo Portocarrero vio su casa saqueada;  ahora en 1566, parecían repetirse los altercados. La plaza de Santa María del Campo Rus estaba dominada por su Iglesia y las casas palacio de los Castillo Portocarrero. La casa principal de los Castillo Portocarrero, objeto de continuas amenazas, era muestra de la escasa integración de estos nobles en la villa. El castillo de Santiago de la Torre, por contra, era objeto de temor, y con sus mazmorras, símbolo de la opresión señorial.

Los Castillo Portocarrero habían formado un pequeño estado en la zona, formado por la villa de Santa María del Campo Rus y la villa, con su castillo, de Santiago de la Torre. Dicho estado estaba dirigido por un gobernador para la villa de Santa María del Campo y un alcalde mayor para Santiago de la Torre (que actuaba asimismo como alcaide de la fortaleza). Ambos pueblos, desde su concesión al doctor Pedro González del Castillo tenían la condición de villas y presentaban jurisdicciones propias e independientes.
que la dicha villa de Santiago de la Torre no está debaxo de la gouernaçión desta villa de Santa María del Campo porque es jurisdiçión de por sy y es alcalde mayor de la dicha villa el dicho Juan Cano
Un alguacil mayor, junto a un escribano, completaban la organización política establecida por los Castillo Portocarrero. Al mismo tiempo, se respetaba el gobierno local de Santa María del Campo, formado por dos alcaldes ordinarios y dos de la hermandad, regidores, alguacil mayor y otros oficios menores y también se respetaba la jurisdicción propia de Santiago de la Torre, aunque en este último caso, la organización concejil, pensamos que tendería a la desaparición por el poco peso de la villa, asumiendo las funciones de justicia y gobierno el alcalde mayor. Organización concejil tutelada y previamente aprobada por el señor de la villa. El mayorazgo fundado por el doctor Pedro González del Castillo en 1443, incluía como bienes la villa de Santa María del Campo Rus, el lugar de Santiago de la Torre, la heredad de Las Pedroñeras, otra del Robledillo, una casa en Castillo de Garcimuñoz y diversas posesiones en Salamanca: casas en la colación Santa Olalla, cuatro ruedas de aceña en el río Tormes y la heredad de Villorruela, en cuyo lugar se subrogó la heredad de Palacios Rubios.  Don Pedro González del Castillo siempre tuvo especial querencia por la villa de Santiago de la Torre, donde levantó el castillo tal como lo conocemos hoy, de indudables similitudes constructivas a la Torre Vieja, que en San Clemente levantó su hermano Hernán. En la iglesia de Santiago de la Torre pidió ser enterrado, aunque su cuerpo fue trasladado posteriormente a Castillo de Garcimuñoz.

El caso es que para 1566 los Castillo Portocarrero estaban cansados de unos santamarieños cada vez más díscolos. Los incidentes, aun siendo tratados como problemas de delincuencia común, eran desafiantes desplantes al poder señorial. Santa María del Campo Rus tuvo todo el siglo XVI fama de ingobernable. Actitudes agresivas como la de Miguel García arrancando de un mordisco la oreja al alguacil de don Antonio Castillo Portocarrero daban fe de ello. No tardarían los Castillo Portocarrero de deshacerse de los bienes patrimoniales de un mayorazgo en tierras manchegas, causa de molestias y quebraderos de cabeza.

Francisco Moreno, alguacil mayor de la gobernación  de las villas de Santa María del Campo Rus y Santiago de la Torre, llevaba varios días detrás de Miguel García, acusado de matar a uno de los principales vecinos del pueblo: Martín Chaves. Lo encontró una noche de junio, en la calle de la Puerta de la Villa, pero Miguel García, defendiéndose, arrebatándole la espada, se zafó del alguacil, ante la mirada cómplice de una plaza llena de gente. De nuevo, se volverían a encontrar días después, el doce de julio, en el lugar llamado el Pozo de Gil Martínez, camino de San Roque; esta vez, el alguacil sería más expeditivo a la hora de agarrar al fugitivo, pero éste, pasada la primera sorpresa, y ya en la plaza del pueblo, reaccionaría rompiendo la vara de justicia del alguacil y, en un gesto de rabia, arrancando su oreja izquierda de un mordisco. Al alboroto debió acudir el propio Antonio Castillo Portocarrero con sus criados; Miguel, temeroso, se refugió en la iglesia. La iglesia era lugar sagrado, donde la justicia no podía pasar. La iglesia de Santa María del Campo vio, como las de otras muchas villas, retraerse en ella a algunos de sus vecinos perseguidos por la justicia. De hecho, allí se refugiaba un tal Hernando Villagarcía. Poco pareció importar a Juan Fernández, teniente de alguacil y carcelero, a Francisco Moreno, sin oreja y ensangrentado y a otros hombres que pasaron a la Iglesia con intención de detener a Miguel García. Lo ocurrido en la iglesia es digno de aparecer en cualquier novela de aventuras. Juan Fernández, que agarró a Miguel García en la misma puerta de la iglesia e intentó sacarlo de forma violenta, recibió como respuesta un golpe con una piedra que llevaba el huido. El otro delincuente retraído invitaba a Miguel García a encerrarse con él en la sacristía, pero éste veía como se le echaba encima Francisco Moreno, que, entre lamentos y sin oreja, había acudido en persecución de Miguel. Entre refugiarse en la sacristía o hacer frente al alguacil mutilado, Miguel eligió lo segundo al grito de detente bellaco. Esta vez Francisco Moreno fue más expeditivo arrojando su daga, pero errando su blanco, pues la daga acabó clavada en las gradas del altar de Santiago. Miguel respondería, esta vez, tirándole la piedra que llevaba en la mano, sin alcanzar al alguacil.

Que el conflicto era algo más que un problema de delincuencia lo muestra los hechos que siguieron a continuación. Un tal Melchor Rubiales, presente en la iglesia, fue compelido por Juan Fernández a ayudar a detener a Miguel. Pero el mencionado Melchor se puso del lado del preso, gritando a voces favor a la corona, recordando el carácter sagrado del lugar. No era él único en la iglesia que favoreció a Miguel García; allí estaban su hermano Alonso, un tal Alejo Galindo, también refugiado en el templo, y otras personas que siguieron al dicho Melchor en los gritos de favor a la corona. Gritos que demuestran la oposición antiseñorial en el pueblo, que no respetaba los espacios con una jurisdicción privativa, en este caso uno religioso; frente a ellos, los dos alguaciles, Juan Hernández y Francisco Moreno, que contaban con la única ayuda de Juan Rodríguez, repostero de los Castillo Portocarrero, poco podían hacer. Miguel García acabaría encerrándose en la sacristía. Allí continuó hasta que don Antonio del Castillo Portocarrero, acompañado de varios criados, del alcalde ordinario, Francisco de Urriaga, del alcalde de la hermandad, Francisco de Torres, y del alguacil mayor de la villa, Juan del Toro, decidió poner fin a la situación. Con un hacha se derribó la puerta; ante un Miguel García acorralado, don Antonio del Castillo fue el más impetuoso a la hora de arrestarlo, pero fue contenido por el resto de los oficiales que le acompañaban. Miguel García sería conducido a la cárcel con las manos atadas, allí sería sujeto con una cadena y un par de grillos en los pies.

Miguel García fue llevado a la cárcel, primero, juzgado y condenado después, aunque su condena a azotes no se llevó a cabo por la defensa y oposición pública de su padre con la aquiescencia de sus vecinos santamarieños; para finalmente ser llevado a las mazmorras del Castillo de Santiago de la Torre. Hoy vemos esta fortaleza, levantada por el propio doctor Pedro González de Castillo, con cierta pesadumbre al verla en ruinas. Pero en aquel entonces únicamente inspiraba odio y temor. Aunque ni este símbolo de opresión señorial parecían respetar ya los santamarieños, pues por estas fechas la fortaleza era un espacio poco habitable y sin su primigenio uso militar.

Ocho días pasó encerrado Miguel García en las mazmorras del castillo, hasta que en una fuga envuelta en el misterio, y mucho más, en la complicidad de varios convecinos, algunos valedores cercanos, y otros eran hombres que por su oficio debían lealtad a don Antonio del Castillo. En los días sucesivos poco sabemos del paradero de don Antonio Castillo Portocarrero, ausente, mientras Miguel García y sus allegados se paseaban con sus arcabuces y mechas encendidas a plena luz del día, provocando el temor de la justicia del pueblo, que impotente imploraba al Consejo Real que pusiera orden en la villa.

Ya en junio, la situación era muy tensa. Igual que se buscaba a Miguel García, que parecía más ocupado en sus menesteres del campo, otros de los García, como el joven Francisco su sobrino, parecían dispuestos a tomarse la justicia por su mano en la villa. Una noche de junio, haciendo el alcalde Juan Cano de Buedo, el mismo que era alcaide de la fortaleza de Santiago, la acostumbrada ronda nocturna para pacificación y sosiego desta dicha villa, se encontró de bruces con Francisco. El encuentro no respondió a la tranquilidad que buscaba el alcalde, ni se respetaron las pragmáticas que prohibían el uso de armas a partir del tañir de las campanas por la noche ni, lo que era mucho más grave, se respetó la justicia
yendo por la calle donde vive Pero Cano e Martín Blanco, vecinos desta dicha villa en la dicha calle después de aver tañido la canpana de la yglesia desta villa de la queda a Françisco García de Mingo Martín el moço y otro que iva en su conpañía del dicho Françisco Garçía llevavan un arcabuz cargado de polvora e pelota con su mencha ençendida

El clima de tensión que vivía el pueblo lo conocemos por tres testigos, ellos mismos son una muestra de la realidad del momento. Alonso de Rosillo, alcalde de la hermandad, en sintonía con la familia, será un apoyo seguro de los intereses reales en los graves sucesos que la villa vivió por el año de 1583; Pedro de Mondragón es aquel joven sanclementino, hijo de un platero vasco, que vimos enfrentarse a la justicia de su villa en el incidente ya narrado del prostíbulo, y Felipe Vélez, a pesar de su apellido, es uno de esos maestros de cantería vizcaínos que por entonces residían, sin que sepamos por qué, en el castillo de Santiago de la Torre. Francisco García el mozo vivía en casa de su padre, en la llamada calle Nueva; en el incidente de junio, había puesto el arcabuz en los pechos del alcalde Juan de Cano Buedo. Solo la intervención decidida de Pedro Mondragón evitó que el incidente fuera a más. Juan de Cano había iniciado diligencias contra Francisco el mozo, pero llevado por el miedo, había renunciado a proseguirlas, mientras Francisco el mozo seguía en actitud provocadora por el pueblo. Hubo unos días, hasta que Don Antonio Castillo Portocarrero, decide llevar hacia el 23 de julio él mismo la práctica de diligencias para el castigo de culpables, en que el pueblo está sometido a las bravuconadas y a la ley de los García. Incluso el arresto de Miguel García se produce el doce de julio en una situación que, sabiéndose perseguido por la justicia, no parece preocuparle lo más mínimo y realiza sus labores en el campo con toda normalidad. Dicho arresto tiene su causa inmediata en el hecho de que Francisco el mozo se persona en la casa del alguacil Francisco Moreno, arcabuz en mano, a recuperar la espada que previamente el alguacil le ha requisado. Sobre la contumacia de Francisco García el mozo nos da fe el escribano Pedro Gallego; en su testimonio nos presenta a Francisco como un envalentonado que se encomienda a los infiernos, amenaza a sus enemigos con dejarlos muertos a sus pies y con gestos de desafío, tal como hizo delante del teniente de alguacil Juan Hernández, en coger un ascua con la mano para encender la mecha de su arcabuz.

La familia García era temida en el pueblo, especialmente por don Antonio Castillo Portocarrero, al que habían amenazado de muerte varias veces. Razones tenía para ello, pues los oficiales que él mismo ponía eran objeto de las iras de los García de Mingo Martín, que era como les gustaba llamarse al clan.  Miguel García tenía mala fama, ya no solo por matar hacía año y medio a Martín Chaves, también como estuprador de doncellas y provocador de altercados, así cuando apaleó tiempo atrás a un cobrador de la limosna de Nuestra Señora de Monserrate. Junto a su sobrino Pedro, ya había herido al alcalde Pedro Martínez Rubio, y no se echaba atrás en sus insultos y amenazas de muerte contra don Antonio Castillo Portocarrero. Con fama de bravucones, los García se habían convertido en la bestia negra de la nobleza regional. Se jactaban de haber liberado a un santamarieño llamado Andrés Rubio, retraído en la iglesia de Castillo de Garcimuñoz, por una pendencia con un Melgarejo. La hazaña de los hermanos Francisco y Miguel García fue reivindicada por ambos como ejemplo de que únicamente dos santamarieños valían tanto como todos los vecinos de Castillo de Garcimuñoz. Si Miguel García era bravucón no se quedaba atrás su madre, Francisca Redonda, que reconocía que su hijo salía por las noches a practicar el tiro y amenazaba al alguacil mayor de la villa, Juan del Toro, el día que bajaba con el asno por la calle del licenciado González para someter a vergüenzas públicas y azotar a su hijo, que quien osara meterse con su hijo no quedara coxón de ellos. 

Aunque más que de altercados hay que hablar de insubordinación a la autoridad de Antonio del Castillo Portocarrero. En opinión de Ruy González de Ocaña, gobernador del señor en la villa, Miguel García y sus próximos eran un mal exemplo de la rrepública y sus actos iban contra la lealtad e rreverencia que como vasallos deven. Y es que a mediados de julio se había producido un conato de rebelión en la villa. Al conocerse la noticia que don Antonio,el mismo día de la detención de Miguel García, había hecho traer una bestia, a cuyos lomos iba a someter a verguenzas y escarnios públicos al preso; los García, acompañados de otros amigos y valedores, provocaron grandes escándalos, amenazando a su señor y a sus justicias. Amenazas de palabra, pero también se les veía con los arcabuces en la mano rondando por la villa en busca de su señor y de las justicias del pueblo para matarlos. Don Antonio Castillo no se arredraba: formalizó un proceso judicial contra Miguel García de doscientas noventa y ocho hojas, lo encerró con grillos y cadenas e intentó azotarlo después de someterlo a escarnio público. Pero eran muchos los que en el pueblo se le oponían y muchos los que intervinieron en la liberación de Miguel García. Don Antonio Castillo decidió abandonar Santa María del Campo, mientras sus afines permanecían escondidos y encerrados en sus casas. No era para menos, los García se movían en Cuenca para conseguir la excomunión de Antonio Castillo y sus justicias por haber profanado el espacio sagrado de la iglesia y su jurisdicción privativa. La justicia del lugar había sido sustituida por paisanos que rondaban las calles, armados con arcabuces.

Castillo de Santiago de la Torre
La liberación de Miguel García de las mazmorras del castillo de Santiaguillo, tal como la conocemos hoy, fue novelesca. El preso había sido llevado, encadenado en un carro, desde la cárcel de Santa María del Campo al castillo de Santiago de la Torre por el alguacil Juan del Toro y varios guardas, que lo entregaron al alcaide de la fortaleza Juan Cano de Buedo. Allí quedó encerrado en una mazmorra, con dos pares de grillo y la vigilancia de un guarda llamado Juan de Torres. Aunque, contraviniendo las órdenes de don Antonio Castillo, se le quitó la cadena. Miguel García fue encerrado en la mazmorra, sita en lo hondo de la torre de la fortaleza, que era un habitáculo con un único agujero en la parte superior, desde donde se bajaba al preso con una cuerda. Sobre el techo de la mazmorra había una primera pieza y desde aquí por unas escaleras se accedía a una piso superior, la cámara de armas, encima de la sala de armas había otras piezas superiores, aunque no se dice cuántas, todas ellas sin puertas y de libre acceso. Los testigos decían que para sacar a un hombre de la mazmorra eran necesarios otros tres o cuatro hombres tirando de una soga. Difícilmente podía escapar de allí el preso, aparte que el acceso exterior a la torre donde se hallaba era por una puerta con llave y un guarda de vigilancia. Sin embargo, la vigilancia del preso parecía relajada, pues recibió la vista de sus padres y cuñada al menos dos veces, que le llevaban comida, en la que no faltaba la carne y el vino, ropa, sábanas y un almadraque (colchón pequeño) y almohada de lana. Las visitas eran habituales, sobre todo, de la madre y su cuñada, que acudían hasta Santiago con un cherrión (carro de la época). Para el día de Santiago, el preso recibió la visita de su padre y una sobrina llamada Cristina Redonda. Desplazados hasta la fortaleza en un macho y un pollino, llevaron al preso una camisa limpia, una pierna de carne y un pan de una libra. Posiblemente en el pan, esta vez, iba una lima para serrar los grillos de sus pies. Tal vez la lima entró escondida en el pequeño colchón o la almohada, al igual que una soga, o, sencillamente, lima y soga se pasaron al preso a través de una lumbrera en la torre, a poca altura, y que daba luz a la mazmorra. Dicha lumbrera era de cierta anchura, pues por ella metía la cabeza Cristina Redonda, la joven sobrina del reo, de dieciocho años.

El trato de Miguel García en la mazmorra del castillo fue bueno. La mazmorra se limpió antes de meter al preso. Además de sus familiares,que le aportaban compañía, alimentos, vestido e incluso algunos enseres (un escriño y una estera), recibió la visita de otros parientes de El Provencio, tres mujeres y dos hombres que le llevaron melones, agraces y dulces, y la de un clérigo para cumplir con las obligaciones religiosas. Su carcelero Juan de Torres mantenía conversaciones con él hasta pasada la medianoche y su comida era preparada en casa del alcaide Juan Cano. El castillo ya por aquel entonces estaba bastante desangelado. Aparte del preso en la mazmorra y su carcelero, que dormía en el patio de armas, los únicos moradores eran unos vizcaínos, que no estuvieron presentes durante el cautiverio de Miguel García. El alcaide se pasaba durante el día, pero por la noche se quedaba en su casa, permaneciendo en el castillo su hija, durmiendo con un ama vizcaína. Quizás por esta misma existencia sórdida, Miguel García fue sacado de la mazmorra un rato al día siguiente de llegar, que aprovechó para jugar a los naipes con los dos hombres que le sacaron y el propio alcaide Juan Cano, el cual, perdiendo la partida, debió pagar dos ducados al preso. Con el tiempo la vigilancia se relajó, muestra de ello es que los familiares de Miguel García accedieron a la primera pieza de la torre para tratar con él por la apertura superior de la mazmorra y volvieron a hacerlo pero esta vez con total libertad, pues la puerta de la torre estaba abierta, mientras carcelero y alcaide estaban escuchando misa.

Torre en la que estaba encerrado Miguel García,
 delante una parte del lienzo de la muralla desplomada en 2011
Miguel García escapó de su cárcel el día siguiente a la festividad de Santiago, logrando evadirse a través de la lumbrera de la torre con la ayuda de los jirones anudados de una sábana que previamente hizo trizas, o quizás su huida fuera simplemente por la puerta de la torre a la vista de todos. Aunque el alcaide de la fortaleza no dudaba en describir la fuga del preso con un matiz novelesco, cuyo fin no se sabía si era bien para eximirse de toda culpa o bien para realzar la proeza del retenido. Con una soga había ascendido desde el fondo de la mazmorra y utilizando la misma soga, atada al pilar de una ventana geminada de la sala de armas, y una sábana hecha jirones se había descolgado por la pared de la torre. A los testigos, especialmente a los más incrédulos, asombraba la habilidad de Miguel García para lanzar desde el fondo de la mazmorra la soga con un palo atado y más que hubiera quedado atravesado, para hacer de apoyo, en la apertura del techo de la mazmorra y subir hasta él. El tema era objeto de discusión entre los vecinos, aumentando la aureola de Miguel García como un héroe
que el palo que diçen que travesó en la dicha boca de la dicha mazmorra, avía de ser por milagro e no por fuerça echándolo desde abaxo para que se trabesase en la dicha boca, porque syno fue puesto por mano
Así para no aumentar la leyenda de Miguel García se optó por buscar cómplices en la fuga y éstos sólo podían ser los familiares y el guarda de la torre. A falta, pues, de presidiario, le tocó pagar las culpas a su anciano padre, Pedro García. Si su mujer tenía genio, este hombre no lo había perdido a pesar de su vejez. Hasta su casa fue el fiel Juan del Toro a cumplir con las órdenes del señor: pago de cincuenta reales, o embargo de bienes en caso de impago, y prisión del padre del fugitivo. El anciano juramentó a Dios que ni iba a pagar ni a ir a la cárcel, y mucho menos a dejarse arrebatar unas fanegas de cebada como pretendía el alguacil; además sacó a relucir un viejo asunto, maldiciendo a los bellacos y malsines que le habían llevado ochenta reales por echar un asno a las yeguas. Amenazante se mesó las barbas diciendo que ni el alguacil ni su teniente eran hombres para él y que si tuviera las barbas prietas como las tengo blancas aún fuera el diablo. El gobernador ordenará después al alcalde de la hermandad de la villa, Francisco de Torres, para que acompañado de los alguaciles llevaran preso a la cárcel a Pedro García. De nuevo los alguaciles se personaron en la casa de Pedro García para embargar unos costales de cebada, encontrándose con la oposición de su mujer que atrancó las puertas y agredió al alguacil Juan Hernández. Francisca Redonda seguiría a su marido en el mismo destino. Uno y otro, dos ancianos, serían atados con grillos y una cadena. Era un cinco de agosto de 1566. Diligencias similares se llevaron a cabo en la casa del hermano de Miguel, en busca de su sobrino Francisco, pero éste ya se hallaba huido y ni siquiera aparecía amenazante por el pueblo, tal vez había ayudado a la fuga de su tío. Aunque más bien su huida responda al temor a las represalias, pues en un primer momento se refugia con su padre, también en fuga, en el convento de frailes trinitarios. Posteriormente ambos, junto a otro hermano, Alonso García, abandonarán la villa.

Pero hasta ese momento, el pánico se apoderó del pueblo. A los García, bien al fugitivo Miguel o bien a su hermano Francisco y a su sobrino Francisco el mozo, se les veía por las calles con arcabuces o perjurando que iban a matar al señor de la villa o profiriendo sus amenazas en el monasterio de trinitarios de Nuestra Señora de la Concepción, donde se solían esconder, hasta que los frailes atemorizados los echaron. Por un momento la historia de estos días de Santa María del Campo es un anticipo de la España del bandolerismo del siglo XIX, donde los delincuentes tienen cierta aureola de defensores del bien común frente a los poderosos. Ahora, la colisión de intereses es más simple: los agricultores acomodados aguantan cada vez menos las presiones señoriales de los Castillo Portocarrero.

Si la figura de Miguel García es la del campesino afrentado que se ve inmerso en un proceso judicial, visto por el interesado y su padre como un escarnio público, ante sus convecinos, que mancha el buen nombre y honor de la familia. La figura de Francisco García el mozo sobrepasa a la de su tío y su abuelo, va más allá, pues pretende simple y llanamente matar al señor de la villa, como única forma de reparar el honor familiar. Con él, arrastra a toda la familia. Es entonces, cuando don Antonio del Castillo Portocarrero, consciente del peligro subversión que corre la villa, publica su edicto contra Francisco el mozo; el mismo edicto es pregonado en la plaza pública. Va contra el delincuente pero va dirigido a todos los vecinos, como señal de advertencia
Sepan todos los veçinos y moradores abitantes en esta villa de Santa María del Campo y a los parientes, amigos y valedores de Francisco García de Mingo Martín el moço veçino desta dicha villa cómo el Illre. señor don Antonio del Castillo Portocarrero çita, llama y enplaça por primero pregón a Françisco García de Mingo Martín el moço, veçino desta villa, hijo de Françisco Garçía de Mingo Martín sobre rraçón del delito que cometió contra Juan Cano de Buedo, alcalde hordinario desta villa, que andando rrondando a veynte y dos días del mes de junio topó con el dicho Juan Cano de Buedo alcalde y le puso el arcabuz a los pechos... e lo quiso matar ... y le manda que dentro de los nueve días primeros syguientes se venga a presentar en la cárçel pública... y mando poner sus cartas de heditos en la audiençia pública desta villa donde manda que esté los dichos nueve días ... en veynte e nueve días del mes de julio

Lo preocupante era las complicidades con las que contaba Miguel García y sus deudos en el pueblo. El arresto de Miguel García no se nos antoja como el de un perseguido de la justicia. De hecho, se produjo en el pozo de agua, mientras daba de beber con un caldero a sus mulas, cargadas de mies. Según narraba Juan de Toro Ramírez, alguacil mayor de la villa, de treinta y cinco años, el incidente del mordisco había ocurrido a plena luz del día, en la plaza pública y ante varios vecinos, todos ellos en actitud pasiva y de complacencia. Juan de Toro, había ayudado a don Antonio a sacar de la iglesia a Miguel García, pero antes tuvo que escuchar de un vecino llamado Agustín Segovia, que no se entrometiera en el asunto si quería seguir teniéndole como amigo y fueron varios los vecinos que prestaron su apoyo al retraído en la iglesia. Incluso el alguacil Juan del Toro sospechaba que alguien había ayudado a escapar al preso del castillo de Santiago de la Torre. Es más, el carcelero Juan de Torres acabó en presidio.

El carcelero del castillo, Juan de Torres era el que más sabía y así lo demostró en su confesión. Su defensa fue torpe, este hombre reconocía haber cenado la víspera de la fuga con Miguel García, charlando amigablemente hasta la una de la noche, pero después se había quedado dormido profundamente junto a la lumbrera de la mazmorra. Reconocía que Miguel García confesaba querer irse de su prisión, y lo contaba como algo natural, aunque siempre procuraba implicar a Juan Cano como último responsable. Esto era demasiado, pues desbarataba la historia romántica del prófugo Miguel García, para concluir que todo era una componenda del alcaide de la fortaleza, un hombre de confianza de los Castillo Portocarrero.

Sin esas complicidades no se entiende que lo que a simple vista parece un problema de delincuencia común se convirtiera en una subversión social. El momento clave se produjo cuando Miguel García fue humillado a vergüenza pública a lomos de un asno. El primero en protestar, al ver a su hijo ante tal humillación, fue Pedro García. Sus palabras eran las de un padre herido en su orgullo, pero ante todo la negación de cualquier subordinación a cualquier señor, pues, reivindicándose como hombre, defendía la valía personal de cada cual, independientemente de las subordinaciones sociales que a cada uno la vida le deparaba. Pedro García, que se presentó como un hombre de verdad y conciencia, lanzó sus palabras valientes y subversivas en medio de la plaza repleta de vecinos, diciendo que no debía nada a su señor y que él era
mejor que el dicho don Antonio e de mejor casta e que él lo provaría sy hera menester e que no lo estimava en lo que pisava arrastrando los pies por el suelo a manera de puntillaços e tornó a desçir otra vez que no lo tenía ny estimava al dicho señor don Antonio en dos marauedís e que no lo afrentavan a su hixo por traidor y por ladrón
El alcalde Francisco de Urriaga mandó echar a Pedro García, que maldiciendo abandonó la plaza. Pero sus palabras eran expresión de un malestar generalizado, que condujo a Antonio del Castillo Portocarrero a suspender la sentencia. Pedro García no estaba solo, un vecino le acompañó en su salida de la plaza; una vez en casa, intentó que un vecino de La Alberca llamado Isidro Sanchez, pariente de la familia, llevará un mensaje hasta Cuenca para censurar allí la conducta de don Antonio del Castillo, aunque, según él mismo, el fin de su viaje era acudir hasta un rastrojo próximo para avisar a Francisco García de las vergüenzas públicas que iba a padecer su hermano Miguel. Es en este contexto, de temor a una reacción violenta de la familia García, en el que Miguel García es trasladado al castillo de Santiaguillo.

Hoy se nos escapa el simbolismo de estas demostraciones de justicia pública, como no llegamos a entender el sentido del honor o el orgullo de los vecinos de Santa María del Campo Rus en aquellos tiempos. Pero hemos de entender que estos escarmientos públicos reducían a la condición de apestados en su comunidad a aquellos que los padecían. A ellos y a sus familias; de ahí la reacción orgullosa del anciano Pedro García, defendiendo su casta personal o denostando a su señor, comparando la valía de don Antonio del Castillo con el escaso valor de una moneda de dos maravedíes. Hemos de imaginar la escenificación de un acto judicial como eran las vergüenzas públicas: una plaza del pueblo a rebosar de vecinos, presidida la ejecución de la pena por el señor del pueblo y sus justicias en un estrado, mientras un pregonero, en altas voces enumeraba los delitos, acompañado, todos ellos a caballo, por el alguacil mayor de la villa y el escribano para dar fe. En el polo opuesto, la humillación de un reo desnudo y atado a lomos de un burro, escuchando las acusaciones, junto a la columna del rollo o picota que estaba situada en medio de la plaza del pueblo. Era una representación que condenaba al reo a la exclusión de su comunidad y a la reprobación de sus paisanos, que condescendían en el acto con la complicidad de su silencio. Fue justamente ese silencio, muestra de obediencia y sumisión a la autoridad, el que se rompió con las valientes palabras del anciano Pedro García. Un hombre herido en su orgullo por la humillación de su hijo. Antes de declamar contra la autoridad de su señor, el pobre anciano, atemorizado, apenas si mascullaba entre bufidos una ininteligibles palabras, mientras se daba valor a sí mismo dando patadas en el suelo. Y lo hace defendiendo su integridad y la de su familia con el enaltecimiento de los valores de la época, entre ellos, y el principal, el de la casta. Es decir, de quien es cristiano viejo libre de toda mancha de casta mora o judía, frente a un señor y nobleza regional, cuyos antecedentes conversos pervivían en la memoria colectiva de la comunidad. La omnipotencia y riqueza del señor de la villa frente a la pureza de la casta de un campesino no valía ni dos maravedíes. De la defensa personal se pasaba a continuación a justificar el asesinato del señor como simple tiranicidio. La suspensión de la condena de vergüenzas del reo, por don Antonio Castillo Portocarrero, deslegitimaba su autoridad ante la comunidad de sus vasallos.

Tras la huida de Miguel García y el arresto de su padre, el clima en el pueblo es de subversión social. Las amenazas de los García, y sus valedores, contra don Antonio ya son de muerte, e que avía de ser la más pequeña tajada el oreja. Amenazas reales, pues un huido Miguel García se paseaba por el pueblo con su hermano Francisco y sus dos sobrinos, Alonso y Francisco, todos ellos armados con sus arcabuces. La confrontación era abierta y directa. Hasta Santa María del Campo Rus acudió Juan del Castillo, tío de don Antonio, con el fin del apaciguar la tensión en el pueblo. Francisco García, hermano de Miguel, se le enfrentó cara a cara a Juan del Castillo en las casas de un vecino del pueblo llamado Andrés Redondo, espetándole que su hermano Miguel era un hombre de bien y que lo único que había que temer no era por su hermano sino por el señor don Antonio si le venía algún mal al reo. La respuesta de Juan del Castillo fue débil: los García no tenían hacienda para sostener un pleito en la Chancillería de Granada. Era darle la razón a los García, cuya única culpa era no disponer de los recursos para defenderse ante la justicia.

Entretanto la tensión crecía en la calle, la cárcel se llenaba de familiares y valedores de Miguel García. El último en llegar un diez de agosto fue el propio carcelero de Santiago de la Torre, Juan de Torres, acusado de complicidad en la fuga de Miguel García. Juan de Torres tenía poco de cómplice, más bien de buena persona, ocupándose que el preso comiera todos los días a través de la lumbrera de la mazmorra que daba al patio de la fortaleza. Aunque hay que reconocer que se excedía en sus obligaciones pues se desplazaba media legua hasta El Provencio para comprar allí pan, vino y pescado. Pronto le seguiría en la cárcel Cristina Redonda, la sobrina de Miguel, aunque logró salir con fianzas. Luego siguieron el destino carcelario otros, como Melchor Rubiales, Martín Blanco, fiador de Francisco hermano de Miguel, Andrés Redondo, fiador de Isidro Sánchez, el pariente de La Alberca. El régimen carcelario se hacía más riguroso, prohibiéndose visitas y llevar alimentos o ropas a los presos.

¿Quiénes eran estos García? Era una familia extensa, a Francisco, hermano de Miguel, se le conocían seis hijos. Sabemos de parientes en La Alberca y en El Provencio. Era una familia muy estructurada y jerarquizada en torno al patriarca de la familia, Pedro, de setenta y ocho años, y su mujer Francisca, de sesenta y seis años. Era asimismo una familia de campesinos, Miguel llevaba mies en sus mulas cuando se enfrentó con el alguacil Francisco Moreno; su sobrina Cristina Redonda estaba trillando en la era a comienzos de agosto y el secuestro de bienes de Pedro García comienza por trece fanegas de cebada y él mismo llega, en el preciso momento del secuestro de bienes, procedente de la era con una horca. Pero es de suponer que era una familia campesina acomodada. Labradores ricos, pero analfabetos. Se dedicaban al cultivo de campos de cereal, cultivo con tierras muy aptas en Santa María del Campo Rus frente a las poblaciones del sur dedicadas a la vid. Los vestidos de Miguel García, encontrados en una arca y embargados, demostraban una posición social: dos calzas, unas plateadas y otras blancas, capa y sayo de velarte, gorra de terciopelo y jubón de telilla. El colchón y almohada que su padre le llevó a la mazmorra estaban rellenados de lana, no de paja. Pedro García es rico; sabemos por su mujer, que en la arenga de la plaza, Pedro le recordó a su señor haberle dado ya once mil maravedíes; muestra que intentó una solución de conciliación en las muertes provocadas por su hijo y muestra de su riqueza. Además, Pedro García estaba metido en el lucrativo negocio de echar las yeguas al garañón; creemos que los problemas que aquí tuvo están relacionados con la orden real de facilitar la reproducción de caballos para la guerra frente a lo más común en la época que era la cría de mulas, un animal que estaba sustituyendo de forma acelerada a los bueyes para la labranza, alcanzando precios astronómicos. Y para ser simples campesinos, eran campesinos muy bien armados. Aunque, como siempre, las armas llegan después, los conflictos de intereses son anteriores.

El veinticinco de agosto don Antonio del Castillo Portocarrero, que ha desaparecido de escena tras la fuga de Miguel García, ya está de nuevo en Santa María del Campo; asiste a la declaración de Melchor de Rubiales, se muestra conciliador y se apiada de este hombre para que quede libre, pues es padre viudo de siete hijos. Pero su misericordia es interesada, Melchor es aquel hombre que gritó en la iglesia lo de favor en la corona, palabras cuyo significado es la defensa de la jurisdicción privativa de la iglesia y la inmunidad de los espacios religiosos y los clérigos coronados. Es más, Melchor debía ser el mensajero para llevar la misteriosa carta que Hernando de Villagarcía, el otro retraído en la iglesia con Miguel García, escribió a Cuenca. Dicha carta denunciaba sin duda la intromisión de don Antonio Castillo Portocarrero en la jurisdicción eclesiástico y le conducía a ser sometido a juicio ante el provisor de Cuenca o, lo que era más posible, a su excomunión y expulsión de la iglesia.

Para el veintiocho de agosto, la situación en el pueblo parece más tranquila. Se toma declaración a Pedro García y su mujer Francisca Redonda. Si Francisca parece más conciliadora, aunque midiendo sus repuestas, negando cualquier respuesta que pueda comprometer a su familia, Pedro García, ya próximo a los ochenta años, no ha perdido un ápice de su orgullo. Niega de forma tajante todas las preguntas una por una. La testarudez del viejo contrasta con la mayor benignidad de la justicia del gobernador, que va dejando en libertad bajo fianza a los presos, acabando con el rigor carcelario. Poco a poco se busca una solución pecuniaria. El primero en salir de la cárcel es Juan Torres, el carcelero de Santiago, con la excusa de unas calenturas. Para el matrimonio de ancianos las posiciones son más enconadas. Es natural, los hermanos Miguel y Francisco el viejo, junto a los hijos de éste, Francisco el mozo y Alonso, y Hernando Villagarcía siguen huidos; según las noticias, en la localidad de Lezuza. Hasta allí se manda carta requisitoria para la entrega de los fugados.Con pocos resultados.

Por fin, ya el cinco de octubre, el que cede es Pedro García, que manda una petición suplicatoria a don Antonio Castillo Portocarrero. Pedro García, acepta a don Antonio como su señor (beso las manos de v.m.), pero no reconoce culpa alguna y pide su libertad y la de su esposa por motivos de edad y por estar enferma su mujer. Su estancia en prisión ya va para dos meses. La solución dada es monetaria, obligación de dar fianza, y política (reconocimiento del vasallaje debido), aunque presentada como solución humanitaria, atento a su edad ya que sus delitos no lo meresçen, dirá don Antonio. El paso del tiempo convierte el potencial conflicto social en hechos de delincuencia común. Solo entonces, el veinte y uno de noviembre de 1566 se pronuncia el Consejo Real, comisionando al gobernador del Marquesado de Villena para actuar contra los huidos. Es una comisión de veinte días de plazo de término y, por tanto, aunque lo desconocemos, poco creíble que diera frutos. Poco importa, pues lo fundamental es que las cosas habían cambiado radicalmente en Santa María del Campo Rus.

¿Quién había ganado y quién había perdido en este enfrentamiento? Ni don Antonio del Castillo Portocarrero había ganado ni los García habían perdido. Los Castillo Portocarrero abandonaron definitivamente Santa María del Campo Rus y Santiago de la Torre en 1579. Santa María del Campo Rus fue permutada, en un acuerdo con la Corona, por don Antonio Castillo Portocarrero por la villa zamorana de Fermoselle. Pero el precio fue alto para los vecinos de Santa María del Campo, que debieron comprar su libertad por 16.000 ducados. El 17 de marzo de 1579 se les reconocía el derecho de villazgo y jurisdicción propia. La villa de Santiago de la Torre fue comprada por don Alonso Pacheco y Guzmán, que la recuperaba de nuevo para la familia. Don Alonso fundaría mayorazgo con estas propiedades, que de este modo, con sus avatares y disputas familiares, que quedaron convertidas en la finca de los Pacheco de San Clemente y, circunstancias del destino,integrada en el término de esta villa en nuestros días. Los Castillo Portocarrero, que habían adquirido ambas villas de don Rodrigo Rodríguez de Avilés en 1428, perdían definitivamente Santiago de la Torre en favor de los Pacheco.

Si cabe hablar de un gran fracaso, este es el de los García. No es un fracaso personal, es el fracaso de una capa de agricultores acomodados que soñaron hacer de Santa María del Campo Rus una república de labradores ricos. Con el villazgo de 1579, el poder de la villa acabó en manos de escribanos y abogados, la alianza circunstancial de estos advenedizos con los agricultores fue interesada y temporal. Por eso, en los sucesos de 1582, de nuevo un labrador, Martín de la Solana, al igual que el anciano Pedro García, defendió las libertades de la villa ante el gobernador del Marquesado de Villena, Mosén Rubí de Bracamonte. Fue el primer apartado del poder, como lo serán después los advenedizos licenciado González o los Gallego. Cuando en las fiestas de San Mateo de 1582, el gobernador Rubí de Bracamonte se rodea de la vieja nobleza regional en aquel banquete que es respondido por los santamarieños con una rebelión popular, está anunciando el futuro. La rebelión de 1582 sí tiene ahora ese fuerte matiz social que faltaba a los altercados de los García. Sofocada, los agricultores ricos son los perdedores definitivos; el poder local cae de nuevo en manos de los viejos aliados de la familia Castillo Portocarrero, los de Toro y los Rosillo. Pero es algo pasajero, la nobleza regional se está recomponiendo, como lo hacen sus propiedades agrarias,  nuevos actores aparecen en escena como los Piñán Castillo o los sempiternos Ruiz de Alarcón. En 1608, Santa María del Campo pierde su libertad y es vendida a Diego Fernando Ruiz de Alarcón. Cinco años antes, Santiago de la Torre ha devenido en una propiedad integrada en el mayorazgo de los Pacheco.

 AGS. CRC, Leg. 492, Exp, 5. Don Antonio del Castillo Portocarrero frente a Miguel García y consortes. 1566