"Casi siempre los que suben, se pierden, puesto que se transforman, se tornan híbridos, bastardos, pierden la originalidad de su clase, sin ganar la de la otra. Lo difícil no es subir sino, al hacerlo, seguir siendo uno mismo." (Jules MICHELET: El Pueblo)
Hoy, andamos obsesionados buscando una gota de sangre judía en las venas de las familias conquenses de notorio linaje. No dudo que si somos, como cristianos viejos, perseverantes en la búsqueda de esos judíos, denunciados a sí mismos por el rechazo al olor a tocino, los encontraremos en cualquier rincón. Y sin embargo, el crisol de sangres que han conformado los árboles de las familias conquenses es tan rico como variado. Aquí va un ejemplo, el de nuestros antecesores vascos, pues qué somos los castellanos sino hijos de los vascos, por más que éstos muestren su desapego a nosotros, unos desgraciados y desagradecidos maketos. Al fin y al cabo, si somos castellanos es porque hemos renunciado a ser bárdulos o, simplemente, hemos llegado a conformar una identidad en la apertura a un espacio abierto que, desde las montañas burgalesas, se ha extendido por las llanuras de la Meseta, permitiéndonos abrir nuevos horizontes sin olvidar nuestros orígenes. Las Vascongadas expulsaban hombres a riadas en el siglo XVI, unas tierras poco aptas para el cultivo eran incapaces de mantener la explosión demográfica de la centuria. Los viejas casas solares no daban para tanto hidalgo. Aquellos vascos, dejando su tierra se iban para Castilla, y, donde acababa Castilla, en bella expresión de la época, por este mundo adelante. Estos vascos de los valles salían del rincón de su casa solar y su anteiglesia en busca de la modernidad, perdón, del mundo. Atrás dejaban su pasado. No habían oído hablar de ningún Jaun Zuría; sencillamente decían de sus abuelos y bisabuelos que tomaban sus apellidos de los casas solares de los valles donde vivían. Y estas no eran otras que las de sus mujeres que legaban el apellido a sus hijos. Con el apellido, las madres transmitían el amor por el trabajo, por el orden y por la perseverancia. Este era el genoma de los vascos llegados a La Mancha. A primera vista parecían aquel bretón de Madame Bovary, que balbuceaba su nombre en un ininteligible Charbovari. Mal hablados, y peor entendidos, en su lengua vizcaína, únicamente aportaban la habilidad de sus manos como caldereros, canteros o plateros. Y el orden y constancia de las madres que los habían criado. Eran señores de sí mismos, no había quien contra ellos pronunciara el Quos ego virgiliano. Trabajaban a iguala, pues no admitían servidumbre o jornal. La vileza de sus trabajos no negaba su nobleza, pues era la habilidad de su mano la que guiaba igual el puntero o cincel que la espada. Sin embargo, los apellidos vascos y sus portadores tal como irrumpieron en Castilla, tal fueron olvidados. Levantaron iglesias, palacios y pueblos; labraron unas veces simples calderos y otras retablos; dieron voz a las sociedades y dejaron testimonio de su tiempo como juristas o como simples escribanos, o se embarcaron en Flandes e Italia como soldados. Pero la generación siguiente, sus herederos, olvidó el espíritu arriesgado y la austeridad de los valles; casados con hijas de labradores ricos, cambiaron la hidalguía de su persona por la de una piedra armera. De ese espíritu de los antiguos vascos participó Andrés de la Puente Balmaseda, pero antes que traicionarlo prefirió dejar en tierras conquenses la familia formada para ir en busca de nuevas aventuras en Flandes. No fue guerrero ni soldado valeroso, únicamente un gran administrador de la intendencia de los Tercios, aportando la calidad y mérito que las madres vascas enseñaban: orden, trabajo y perseverancia.
La historia de los Balmaseda es la del siglo XVI. Hombres ante la adversidad y la necesidad de su superación para sobrevivir. Una vida de tumbos, pero donde los hombres con orgullo buscaban su propio destino y con trabajo labraban su futuro. Un mundo donde la adversidad y la fortuna eran vecinas y no había umbral que las separara. Una sociedad también donde cada uno era hijo de sus obras y forjaba su vida. Un horizonte vital recogido en la estrechura de unas pocas leguas que delimitaban el espacio geográfico de los pueblos y la confianza que en ese mundo adelante allá donde la vista se perdía se abría un nuevo horizonte de oportunidades. Ese es el mundo que vivieron los Balmaseda. La guerra de Granada les sacó de sus valles vascos. El infortunio y la necesidad les impidió regresar a su valle, pues no había varón que cuidará del caserío. Burgos, la urbe cosmopolita les redujo a simples quincalleros y caldereros. Ese mismo cosmopolitismo es el que les abrió nuevos horizontes como mercaderes. Adquirieron tierras y todo parecía que la sentencia de MICHELET iba a ser cierta una vez más, lo difícil no es subir, sino al hacerlo, seguir siendo uno mismo. Pero Andrés de la Puente Balmaseda no renunció a ser él mismo. La rebelión de las Alpujarras le devolvió el espíritu hidalgo y de soldado de su bisabuelo.
La historia de los Balmaseda es la del siglo XVI. Hombres ante la adversidad y la necesidad de su superación para sobrevivir. Una vida de tumbos, pero donde los hombres con orgullo buscaban su propio destino y con trabajo labraban su futuro. Un mundo donde la adversidad y la fortuna eran vecinas y no había umbral que las separara. Una sociedad también donde cada uno era hijo de sus obras y forjaba su vida. Un horizonte vital recogido en la estrechura de unas pocas leguas que delimitaban el espacio geográfico de los pueblos y la confianza que en ese mundo adelante allá donde la vista se perdía se abría un nuevo horizonte de oportunidades. Ese es el mundo que vivieron los Balmaseda. La guerra de Granada les sacó de sus valles vascos. El infortunio y la necesidad les impidió regresar a su valle, pues no había varón que cuidará del caserío. Burgos, la urbe cosmopolita les redujo a simples quincalleros y caldereros. Ese mismo cosmopolitismo es el que les abrió nuevos horizontes como mercaderes. Adquirieron tierras y todo parecía que la sentencia de MICHELET iba a ser cierta una vez más, lo difícil no es subir, sino al hacerlo, seguir siendo uno mismo. Pero Andrés de la Puente Balmaseda no renunció a ser él mismo. La rebelión de las Alpujarras le devolvió el espíritu hidalgo y de soldado de su bisabuelo.
Andrés de Balmaseda había llegado a la villa de San Clemente desde Burgos, allí se habían establecido su abuelo y su padre, Juan y Andrés. Juan había casado con Elvira de la Orden. Su hijo Andrés casaría con María Gallo de Escalada. El tronco familiar procedía de Arcentales, en las Encartaciones de Vizcaya, de la casa de Alisedo, en el valle de Sopuerta, de donde era natural el bisabuelo, Juan de Alisedo, casado con Catalina de Bolivar. Los Balmaseda se habían asentado con el tiempo en dos lugares cercanos a dos leguas de Burgos y bajo su jurisdicción, Cortes y San Medel.
Andrés de la Puente Balmaseda gustaba llamarse también por el primer apellido junto al de Balmaseda. El apellido de la Puente no en vano recordaba a los hidalgos de más viejo abolengo de las Encartaciones
tenían los La Puente su casa-torre solar en la calle del Medio, del Ayuntamiento, frente al Ayuntamiento y sobre la Plaza en que se celebraba el mercado "y era una torre de cal y canto antigua e tiene un escudo de armas, que son una puente enzima de un río y una torre enzima de la puente y una cabeza que va entre las ondas del río y un blasón que decía por pasar por la puente me pondré a la muerte (1)
El bisabuelo Juan de Alisedo vivía en el valle de Arcentales con sus hermanos Sancho y Diego de Alisedo; hacia 1490 había muerto en la guerra de la conquista de Granada. Juan de Alisedo, llamativamente, había acudido allí con su mujer y con su hijo a la guerra.
que podía auer más de sesenta y dos años que el dicho Juan de Alisedo bisabuelo del que litigaua fue a la guerra de Granada con otros hijosdalgo del valle de Arzentales por llamamiento de los señores Rreyes Católicos de gloriosa memoria y este testigo le vio yr a la dicha guerra y después dende a un año a dos poco más o menos oyó decir a vecinos del dicho valle que abían ydo a la dicha guerra de Granada en compañía del dicho Juan de Alisedo como abía sido teniente de capitán de uno que se llamaua Sancho de Bilbao que fue capitán de la gente que salió de las Encartaciones de Bizcaya y que fallesció en la dicha guerra
Fallecido el bisabuelo, su hijo y su viuda se habían instalado en Burgos; les acompañaba seguramente otro hijo llamado Pedro.
Los vecinos de los valles de Carranza, Sopuerta, Somorrostro, Salcedo o Arcentales eran por naturaleza todos hidalgos. Pero algunos vecinos, unos veinte o treinta labradores, pagaban el llamado pecho de los marcos. Arcentales era un lugar de la yunta de Avellaneda, que junto al valle de Carranza, Sopuerta y Somorrostro formaban un corregimiento y ayuntamiento y juzgado propio. Dentro de las Encartaciones había lugares como Carranza que pasaban por pecheros o al menos los labradores elegían un representante propio, el llamado merino chico, y en otros, como la casa de Azbal, donde últimamente se habían afincado los Balmaseda, se pagaba un tributo de 50 maravedíes al obispo de Burgos. El último conocido que había pagado dicho tributo en esa casa era Hurtado de la Puente. Conocemos por los testimonios la organización fiscal y política del valle de Carranza, al menos hasta 1545, pues parece que en esa fecha sus vecinos dejaron de pagar pechos y de elegir el merino chico que los recaudaba con destino a don Diego Hurtado de Mendoza, merino mayor de las Encartaciones
los dichos ombres buenos de Carrança como tales pecheros an pagado y pagan en cada cerro (Santiesteba, Soscario, Vianes y Santezilla) el bacón al merino que es un carnero en cada cerro e más docientos maravedíes e más otros pechos rreales
... que el merino chico de Carrança que esecuta la justicia en el valle de Carrança a seydo e a de ser de los ombres buenos pecheros e labradores del valle de Carrança e lo a seydo del cerro de Vianes
Los Balmaseda habían llegado a Burgos para establecerse primero en el barrio de Santisteban y luego en los lugares de Cortes y San Medel, junto a la Cartuja de Miraflores, a una y dos leguas respectivamente de la ciudad de Burgos. Eran lugares incluidos en las cinco leguas que a la redonda rodeaban la ciudad de Burgos y por tanto estaban exentos de pagar tributos por privilegios que tenían la ciudad y sus aldeas. San Medel era lugar de la jurisdicción del Hospital de Rey, aunque según algún otro testigo del Monasterio de las Huelgas, cosa explicable por su dependencia de esta institución. La pretendida exención fiscal de San Medel (o Samedel) no parece que fuera completa, pues sus vecinos pagaban cada siete años la moneda forera y anualmente el llamado pecho de la serna al Hospital del Rey y según algún testimonio el pecho de la hermandad al monasterio de San Pedro de Cardeña. La moneda forera, aunque fuera tributo real, había sido cedido por la Corona al Hospital del Rey, que asimismo mantenía ciertas servidumbres feudales como la mencionada serna: obligación de los vecinos de segar un día en el verano en los campos de pan llevar de dicho Hospital.
El padre y abuelo de Andrés de la Puente Balmaseda habían desempeñado oficios viles en la ciudad de Burgos. El abuelo según algunos testigos era llamado Juan de Burgos, aunque el gustaba llamarse de Balmaseda; su oficio era calderero y dedicado a la venta de calderas. Su hijo Andrés de Balmaseda mercadeaba con hierros, plomo y pescado. Pero los Balmaseda eran algo más que quincalleros; se habían convertido en mercaderes con fortuna que habían invertido sus ganancias en bienes raíces en los mencionados lugares de Samedel y Cortes: casas, molinos y tierras de pan llevar, así como algunos ganados. La casa familiar estaba en el arrabal de Cortés, tras mudarse desde el barrio burgalés de Santisteban, pero las propiedades agrarias se situaban en el lugar de Samedel bajo jurisdicción del Hospital de Rey. La hacienda de los Balmaseda en Samedel había sido comprada por el padre Andrés Balmaseda a un hidalgo de ese lugar, llamado García Ordóñez
compró una hazienda que heran tierras de pan llevar e una huerta e otros vienes en el lugar de San Medel que hes del dicho Hospital rreal de Burgos, la qual compró de un tal García Hordoñes parte dello e de otras personas parte dello
Andrés de la Puente Balmaseda había abandonado el hogar familiar con dieciocho o veinte años, hacia 1545 o algún año después, sin rumbo fijo, Un vecino suyo relataba su salida de Burgos como un se fue por este mundo adelante. Tal vez en busca de oportunidades, tal vez huyendo de las estrechuras de un hogar paterno, que debía compartir con otros cuatro hermanastros nacidos de un segundo matrimonio del padre. Había llegado a San Clemente, trabajando como criado en los negocios de un mercader de fama reputada en la villa, Francisco de la Fuente, tal como nos recordaba Juan Ruiz de Casablanca
una grand azienda de mercadurías e mucho ganado e lavor... le a conoçido tener muchos criados y pastores y otros onbres del canpo que entendían en su lavor e en su azienda... rresidía e vivía en casa de Francisco de la Fuente... e viven juntos los susodichos...que a vivido en lavor de pan y en mercadurías y en ser abastecedor de la carne de la dicha villa
Sin embargo, Andrés de la Puente Balmaseda no disponía de casa propia en San Clemente, viviendo, él y sus criados, en la del mencionado Francisco de la Fuente
era en casa del dicho Francisco de la Fuente vezino de la dicha villa de San Clemente e el dicho Francisco de la Fuente a visto este testigo que la a dado y da de comer a el que litiga y a sus criados e él a pagado un tanto por sí e ciertos maravedís a cada uno de sus criados... sin que el dicho Andrés de la Puente Valmaseda aya tenido casa por sy ni comprado mantenimientos ni para sus criados
Nos es difícil imaginarnos a este joven, por muy arriesgado que fuera, capaz de consolidar en apenas un quinquenio y en una tierra tan lejana como la de San Clemente una grosera hacienda, criados incluidos, cuando se nos presenta a él mismo como siendo criado de un mercader, nos dirá un testigo, o al menos de cuyos negocios participaba. En realidad, el mozo Andrés de la Puente había llegado a San Clemente como factor de la hacienda y negocios de su padre; lo que indica que los negocios comerciales de los Balmaseda se extendían por esta zona de la Mancha. Sin embargo, los mismos testigos hablan de otros intereses agrarios y ganaderos de los Balmaseda en esta comarca y que hoy se nos escapan. El hecho de que Andrés se instala en casa de Francisco de la Fuente con varios criados aleja su estancia en San Clemente como la de un simple aventurero para colocar a nuestro personaje como representante de importantes intereses comerciales.
Establecido en San Clemente, no por ello dejó Andrés de visitar el hogar paterno en Burgos. El carácter itinerante de Andrés de Balmaseda queda confirmado, con motivo del poder dado a dos familiares, uno de ellos su padre, residente en Burgos, para las probanzas. Aunque nos aparece ahora como vecino de Santa María del Campo Rus por matrimonio con una santamarieña, sus idas y venidas a Burgos son regulares. Esta inquina del ayuntamiento de San Clemente por hacer pechar a los mercaderes ya la conocemos de antaño, con el caso de un mercader llamado Diego de Estremera, obligado a pagar por partida doble los pechos concejiles y la alcabala del viento en 1544 para ser admitido como vecino. Poco importaba que los mercaderes se avecindaran para ser considerados vecinos de plenos derechos y deberes en los repartimientos y cobrarles por las ventas como si fueran forasteros.
Con estos antecedentes Andrés de la Puente Balmaseda fue declarado pechero el 16 de octubre de 1556, revocando sentencia favorable de hidalguía de tres de febrero de 1554. No obstante, el proceso se reabría el 18 de diciembre de 1557. No se ponía en duda el carácter vil de los oficios desempeñados por los Balmaseda, sino la veracidad de la franqueza de pechos de los habitantes de Burgos. Andrés Balmaseda aportó testimonio de cómo su padre no pagó pechos en Samedel. No obstante, tuvo que esperar hasta el 10 de octubre de 1580 para obtener sentencia favorable de hidalguía.
Traslado de la partida de bautismo de Andrés de la Puente Valmaseda, bautizado en la iglesia de San Nicolás de 17 de noviembre de 1527 |
El pleito se había iniciado en agosto de 1552, cuando Andrés de la Puente Balmaseda había sido empadronado con los pecheros y obligado a pagar seiscientos maravedíes de servicio extraordinario, Su negativo le valió que le embargaran una alfombra de ocho ducados. Andrés de la Puente Balmaseda aún disfrutó en vida y ausente de San Clemente, unos veinte años, reconocida hidalguía, otorgada por la referida sentencia de 1580, hasta el día de su muerte, que debió ocurrir en fecha cercana al año 1600. Sus herederos disfrutarían de sus derechos nobiliarios y obtendrían la deseada carta ejecutoria de hidalguía el seis de diciembre de 1608.
Andrés de la Puente Balmaseda había casado con María Mendiola de Santa María del Campo Rus, villa en la que también tomó vecindad. Sus hijos se establecieron en esta última villa. Eran Juan de la Puente Balmaseda y Mendiola, doña María de la Puente Valmaseda y Mendiola casada con Juan Rubio y doña Catalina de la Puente y Balmaseda y Mendiola casada con Cristóbal Galindo.
Junto a la lucha por su hidalguía, Andrés de Balmaseda buscó otros reconocimientos sociales. El siete de octubre de 1564 presenta el título, recién otorgado por el Tribunal del Santo Oficio de Cuenca, de familiar de la Inquisición para que se le reconozca como tal por los oficiales del concejo de Santa María del Campor Rus.
La vida de Andrés de la Puente Balmaseda había dado un giro radical con motivo de la rebelión de los moriscos de las Alpujarras en 1568. Andrés, recuperando la tradición militar del bisabuelo, había participado en la represión de la sublevación. A partir de entonces, había abandonado el hogar familiar, que ya se había establecido en Santa María del Campo Rus, para iniciar una carrera militar como servidor de la Corona, que en parte se nos escapa. Sus hijos, que habían quedado al cuidado de su madre. Cuando muere, Andrés de la Puente es castellano del castillo del Blambet (?) en la Bretaña. Andrés de la Puente Balmaseda no volvió a ver a su familia, aunque no se olvidó de ella, enviándole grandes socorros, a decir de algún coetáneo y vecino. Su carrera militar transcurrió entre las Azores y Flandes, en labores de intendencia militares.
y siempre hasta que murió andubo ocupado y sirbiendo en cargos militares muy honrrados ansi en el dicho castillo siendo castellano de él como en los demás cargos y oficios preheminentes como fueron mayordomo y tenedor de las municiones del exército de Flandes y tenedor de los bastimentos del castillo de Amberes y capitán de infantería de los dichos estados y vehedor y contador en la isla de la Fayal una de las siete de Açores en el Rreino de Portugal
Fue un organizador de la intendencia militar, cuyos servicios serían valorados por grandes militares de la época, entre ellos el insigne conquense y maestre campo de los Tercios, Julián Romero. Contó con el favor del conde de Puñoenrrostro, del Consejo de Guerra, y de Domingo Zabala, comendador mayor y del Consejo de Hacienda,
y que el conde de Puñoenrrostro y Domingo de Zabala estimaron mucho su persona como tan ymportante a nuestro servicio y lo mismo hiço Julián Romero y el general Sancho Dávila porque todo constaua y parecía por las dichas patentes y zédulas y cartas... por cuyos servicios nos hizimos merced al dicho don Juan (el hijo de Andrés) de quinze escudos de ventaja
En la fortuna personal y material de Andrés de la Puente Valmaseda fue un clave su matrimonio con María de Mendiola. María era hija de Juan de Mendiola Mariaras Iturmendi y la santamarieña Catalina Galindo, que además de la citada, tuvieron una prolífica descendencia: Pedro, Juan Bautista, Jerónimo, Antonio, Ana, Isabel, Catalina y Margarita.
Los Mendiola procedían de Villafranca de Ordizia. El licenciado Juan de Mendiola era hijo de Pedro de Mariaras y Catalina de Mendiola y nieto de Juan de Iturmendi y María de Mariaras. El apellido Iturmendi estaba tomado de la casa solar de la familia. Iturmendi pertenecía a la universidad y anteiglesia de Gainza, jurisdicción de Villafranca.
Gainza, con el monte Aralar al fondo |
El licenciado Mendiola abandonó el hogar paterno, camino de Castilla. Pesaba en la decisión, la formación académica recibida y la necesidad de ejercer la profesión. Desconocemos la razón de la aparición del licenciado Juan Mendiola en Santa María del Campo Rus, más allá de su casamiento con una Galindo, pero su presencia se hizo notar
que aunque si la misma habla castellana hablava no podía negar ser vizcaynoSi el licenciado Juan hablaba correctamente el castellano, no ocurría lo mismo con su madre, que le acompañó en su llegada a Santa María del Campo Rus, pues la mujer mal que hablaba y entendía el castellano. A decir verdad el licenciado Mendiola era conocido más por las buenas obras de su oficio que por sus defectos vascos. El licenciado Mendiola era médico y cirujano. Llegado a comienzos de siglo a la Mancha, el licenciado Mendiola nos ha dejado una vida envuelta en el el anonimato, pero que sin embargo le procuró una sólida y acomodada posición social. Las vidas de estas dos familias vascas, Balmaseda y Mendiola, vinieron a juntar sus destinos en la Mancha. Hoy sus apellidos han desaparecido, no su legado.
Sello de placa de la Chancillería de Granada |
Concejo de San Clemente de 25 de julio de 1552
Alcaldes ordinarios: Juan de Robles y Juan del Castillo Abengoza
Regidores: don Alonso de Pacheco Guzmán, Alonso de Valenzuela, Gregorio del Castillo, Pedro de Tébar, don Diego Pacheco, Francisco García y Miguel de Herreros.
Concejo de San Clemente de 18 de julio de 1557
Alejo Rubio, alcalde ordinario; don Alonso Pacheco, Pedro de Tébar, don Diego Pacheco, Francisco García, Sancho López de los Herreros, regidores; Luis Alarcón Fajardo, alguacil mayor;
Concejo de Santa María del Campo Rus de 7 de octubre de 1564
Alonso Sainz Blanco y Pedro Rubio, alcaldes ordinarios
Martín Rubio Prieto, alguacil
Pedro Sánchez y Alejo González, regidores
Juan Sainz Rubio, Gil García Agraz, Juan de Requena; diputados
Diego de Mora, escribano del ayuntamiento
Concejo de Santa María del Campo Rus de 23 de octubre de 1608
Martín de Buedo Hermosa, gobernador por los Ruiz de Alarcón
Rodrigo Ortega Montoya y Francisco González Gallego; alcaldes ordinarios
Francisco de la Solana y Pedro Pérez; regidores
Diego Ortega Montoya, alguacil mayor
Concejo de San Clemente de 24 de octubre de 1608
Bautista de Montoya y Herreros y Juan de Oropesa, alcades ordinarios
Alonso Martínez de Perona, el licenciado Diego de Montoya, el licenciado Miguel de los Herreros, Gómez de Valenzuela, Cristóbal García de Monteagudo; regidores
Francisco de Oviedo, alguacil mayor
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(1) RIVERA MANESCAU, Saturnino: "Notas para un estudio biográfico del V. P. Luis de la Puente, S. J.". Revista Histórica. Valladolid. 1924, p. 6
ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍA, Signatura antigua: 304-577-24. Andrés de la Puente Balmaseda. 1554-1557
ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍA, Signatura antigua: 301-99-71. Juan de la Puente Balmaseda y hermanas. 1608
ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. HIDALGUÍA, Signatura antigua: 301-59-8. Juan de Mendiola Mariaras. Ejecutoria de 15 de febrero de 1576
Me gustó mucho el artículo, muy informativo. Yo nací en Barakaldo (Vizcaya) en el 51, mi padre era nacido en Ayuelas (Miranda de Ebro), es decir que el buscar trabajo en AHV le retornó a la tierra origen de Bizcaya. Un saludo.
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