El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

lunes, 4 de abril de 2016

El ocaso de los Buedo y el ascenso social de Francisco de Astudillo (III)

La elevación de la segunda puja de don Rodrigo de Ortega obligó a Francisco de Astudillo y a Martín de Buedo Gomendio a un nuevo concierto de 8 de marzo de 1612, firmado ante el escribano Bartolomé de Celada. La puja subiría hasta los 12.050 ducados, haciéndose necesaria la colaboración y aportación financiera del capitán Francisco Rodríguez Garnica para que Astudillo ganara la subasta. Aún así don Rodrigo de Ortega por medio de Bautista García Monteagudo se haría con los bienes de la cañada del Abad. Astudillo se haría con el oficio de tesorero elevando su precio en 1.700 ducados más y la viña y olivares de la cañada de Sisante, elevando su precio en 194.110 maravedíes sobre los 425.000 ofrecidos por don Rodrigo.

El concierto o pacto entre Astudillo y Buedo incluía la aceptación por éste último que los bienes se remataran en Astudillo o su cuñado el capitán Rodríguez Garnica. El oficio de tesorero que sería rematado en el capitán por 9.700 ducados, sería cedido inmediatamente en Astudillo, que a su vez daba la posibilidad de revertirlo en Buedo a los seis años, si estaba dispuesto a pagar un precio de 8.000 ducados, inferior al remate. De ese dinero del precio del oficio de tesorero, se descontaron 3.800 ducados a pagar a los fiadores del censo de Juana de Guedeja (Diego de Agüero y sus consortes Cristóbal Galindo y Miguel García Macacho), y que Astudillo debía abonar a la Real Hacienda en un plazo de seis meses. En cuanto a los bienes raíces, treinta mil vides, 1.500 olivos, molino de aceite, casas, mulas y aperos de labranza, que se remataron en Astudillo por 2.350 ducados,  serían cedidos a Martín de Buedo Gomendio, según escritura posterior de 12 de agosto de 1612, que para recuperarlos se comprometía a pagarle a Astudillo 4.000 ducados en un periodo de cuatro años de 1613 a 1616, a razón de mil ducados anuales. El propio Buedo reconocía que la hacienda que se le iba a ceder rentaba alrededor de 600 ducados. Contaba, además, Martín de Buedo para recuperar sus bienes con el cobro de diversas deudas: de las rentas reales, 70.000 maravedíes de San Clemente, 560.000 maravedíes de Iniesta y diversas deudas particulares, 1.000 ducados del concejo de Vara de Rey como cesionario que era de un censo del convento de monjas de San Antonio el Real de Segovia, 100 ducados de Gómez de Valenzuela y el dinero de las mulas que Martín de Buedo había vendido a su familiar Pedro de Buedo.

Pero cuando se cumplió en marzo de 1613 el primer plazo del remate, Martín de Buedo no pudo pagar, por lo que Astudillo pidió la ejecución de bienes del tesorero. Aprovechando para quedarse de forma definitiva con el oficio de tesorero (aunque el título sólo sería expedido dos años más tarde por la Contaduría de Mercedes) y para el remate del resto de bienes de Martín, que de prenda predatoria pasarán a plena propiedad, ya no sólo de Astudillo, sino de don Rodrigo de Ortega. Ambos habían llegado a un acuerdo para rematar el proceso ejecutivo de un año antes. Así acuerdos y conciertos se mudaban según los intereses de las partes y, porque no decirlo, las ambiciones y egoísmos personales. Francisco de Astudillo, que tenía facilidad para los conciertos, era hombre que no perdonaba los incumplimientos. Por eso, esta vez humillaría a Martín de Buedo, incluyendo en la ejecución de los bienes tres esclavos, de nombres Lucas, María y Beatriz, a los que Buedo tenía especial cariño. Astudillo, que en todo procuraba mantener las formas legales, había convenido con Buedo en 1612, hacer postura por dichos esclavos para cedérselos a continuación a Buedo a cambio del ganado lanar de éste. Apenas un año después Astudillo pedirá también los esclavos con la excusa de que el remate de los esclavos había caído en Juan de Araque, a quién había comprado los esclavos, dejando sin valor el concierto.

Francisco de Astudillo, mientras tanto, llevaba un doble de juego con Martín de Buedo. Antes de la ejecución de bienes había sido apoderado por Buedo para la cobranza de las rentas reales de Iniesta; ahora, Astudillo, en posesión de la tesorería consideraba que los 560.000 maravedíes cobrados correspondían a su ejercicio como tesorero y, de hecho, fueron destinados inmediatamente al pago del asentista Gerónimo Serra, privando de esta forma a Buedo de los 1.500 ducados que pretendía recaudar en Iniesta para hacer pago de sus obligaciones. Además, Astudillo, que como escribano que era, daba muestras de pulcritud en cuestiones legales, reducía las buenas formas a la plasmación por escrito de los compromisos, pero no a los medios para conseguir sus objetivos y la firma de escrituras de renuncia de Martín de Buedo:

y para que no le pidiese los demás bienes referidos con el poder que tiene con las justicias y vecinos de la dicha villa de San Clemente, desde que usa el dicho oficio procuró perseguir al dicho Martín de Buedo, buscándole calumnias para prendello y buscándole con gente de a cauallo y de a pie por los campos y en su casa, y cercándola muchas veces para el dicho efecto, solo a fin de obligallo a que otorgase en su favor dos escrituras, una en que hiciese dexación del oficio,y otra en que aprobase los dichos remates y posesiones, y se apartase de qualquiera derecho que tuviese contra él. Y el dicho Martín de Buedo compulsó y apremiado contra su voluntad, otorgó las dichas escrituras ante Francisco Rodríguez escriuano de la villa de San Clemente la escritura en que hizo dexación del dicho oficio de Tesorero y ante Bartolomé de Celada escriuano asimismo la escritura en que aprobó el dicho remate, y hizo apartamiento de los dichos derechos

Astudillo, muy dado a los equívocos, había sabido dar una nueva lectura a las concertaciones de 1612. Se suponía que los 4.000 ducados que Buedo se había obligado a restituir a Astudillo, pertenecían al censo de la memoria de Juana Guedeja, pues Buedo hacía frente a un pleito ejecutivo contra su fiador en dicho censo Diego de Agüero, que había conseguido salvar con los cuatro mil ducados cedidos por Astudillo a Buedo, destinados a pagar el principal de dicho censo, pero del que no reconocía que se hubiera dado la propiedad de sus bienes raíces como garantía, sino que sólo se había cedido su uso para pago de los mil ducados anuales. No lo entendía así Francisco de Astudillo, que por vía ejecutiva decidió quedarse con un olivar y 30.000 vides.

Martín de Buedo había tejido toda una serie de alianzas para garantizar la posesión de sus bienes. No cabe duda que su principal aliado era Francisco de Astudillo, pero en la almoneda habían acudido otros hombres de paja, familiares de Martín, para hacerse con los bienes y evitar que cayeran en manos de Rodrigo de Ortega. Así Pedro de Buedo había adquirido las mulas y Juan de Araque, los esclavos. Ahora todo este entramado de intermediarios se hundía.

En este enrevesado juego no debía permanecer pasivo don Rodrigo Ortega. Enseguida exigiría a Astudillo que le entregará los frutos de la explotación de la hacienda de Buedo como pago de sus deudas, cosa que Astudillo hizo. Además, sabemos que don Rodrigo Ortega había prestado dinero al concejo de Vara del Rey, que incapaz de devolverlo tendrá que vender su jurisdicción en favor de aquél. Desde entonces, la justicia de Vara de Rey, y por varios siglos, quedará en mano de Rodrigo Ortega y sus sucesores los Marqueses de Valdeguerrero. Hemos de suponer que para mantener su independencia jurisdiccional el concejo de Vara de Rey lucharía hasta el límite, y la forma más a mano que tenía era cobrar 37.000 reales que Martín de Buedo debía al pósito de esa villa. Incapaz de pagar, Martín de Buedo se vio inmerso en un pleito con el concejo de Vara de Rey, ante el Consejo Real; Astudillo, que se había constituido en fiador de Buedo para garantizar su presencia en el juicio y que no huyera, fue traicionado por Buedo, que no se presentó ante el Consejo Real, obligándose Astudillo a entregar la fianza dada para evitar su prisión y verse embarcado en un pleito ante el Consejo Real por tiempo de dos años, que le costaría más de tres mil ducados. Desde ese momento, cualquier compromiso entre Astudillo y Buedo fue imposible.

Firma de Francisco de Astudillo








ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ Caja 2854, PIEZA 7. Martín de Buedo Gomendio, vecino de Vara de Rey, con Francisco de Astudillo, tesorero de rentas reales del Marquesado de Villena, vecino de San Clemente sobre el oficio de tesorero. 1620

domingo, 3 de abril de 2016

Los señores de Villora y la villa de San Clemente



Don Eugenio de Zúñiga y Cerda, señor de Villora, hijo de don Eugenio de Zúñiga y Cerda y doña Ana de Liébana, casó en 1640 con Francisca de Cantos Villodre, una adolescente de quince años, y que era natural de San Clemente. Era hija de dos vecinos de San Clemente, don Rodrigo de Cantos Royo, que aquel año era corregidor del Marquesado de Moya, y doña Ana de Villodre y Montoya. Adjuntamos la partida de bautismo de doña Francisca de Cantos:

En San Clemente a onze días del mes de diziembre de mill y seiscientos y veinte y cinco años, yo Juan de Cauallón, clérigo de theniente de beneficiado maior, baptizé a Ana Francisca hija de don Rodrigo de Cantos y de su muger lexítima doña Ana de Villodre, nazió a segundo del dicho, fue su compadre de pila el señor Diego del Castillo, corregidor deste partido, declarósele la obligazión y parentesco, testigos Esteuan Sánchez y Gaspar Martínez, y lo firme Juan Cauallón

AHP Zaragoza - Partidas sacramentales. AHPZ - P/1507/5. Certificaciones de bautismos, casamientos y defunciones de los señores de Villora


El capitán (debe decir Licenciado) don Rodrigo de Cantos Royo, aunque avecindado en San Clemente, era natural de Albacete, y sus ancestros procedían de esta última villa y de la de Alcaraz. Al emparentar su hija con los Zúñiga de Villora, ambas familias unieron sus destinos. Hoy se conserva una Casa de los Picos o Palacio Villora en San Clemente; es arriesgado señalar este edificio, anterior sin duda en su construcción a 1600,  como la morada de don Rodrigo de Cantos y descendientes, pues a fecha de hoy no lo podemos probar. De lo que tenemos constancia escrita es de la presencia de los Zúñiga, señores de Villora en la villa de San Clemente:

Manuel González del Mazo, escribano de su Magestad del número y ayuntamiento órdenes u comisiones de la villa de San Clemente certifico y doy fe como oy día de la fecha pasé al conbento de relijiosas franciscas sita en ellas y preguntando a las señoras doña Ana Micaela de Ortega Jurado Abadessa , doña Mariana de los Herreros, doña María Leonor de Ortega, doña Catalina de la Torre bicaria, doña María Melgarejo, y doña Antonia Ortega monxas discretas en dicho combento si tenían libro donde se sentaban las relijiosas que fallecían en él, lo exibiesen para dar testimonio de los días y años en que habían fallecido las señoras Magdalena de Zúñiga y doña Jertrudis de Zúñiga monjas que abían sido en dicho combento a que me respondieron no tener libro para el referido efecto; más quera notorio a todas las dichas señoras y a las demás que componen la comunidad como la dicha señora doña Magdalena de Zúñiga murió el día onze de noviembre del año pasado de mill setezientos y beinte y quatro años y la dicha señora Jertrudis de Zúñiga el día beynte y nuebe de jullio del año pasado de mill setezientos y beynte y ocho y para que conste donde combenga doy el presente que signé y firmé en la villa de San Clemente en veynte tres días del mes de agosto de mill setezientos y treynta y un años



AHP Zaragoza - Partidas sacramentales. AHPZ - P/1507/5. Certificaciones de bautismos, casamientos y defunciones de los señores de Villora



Don Hernando Gallego Calderón caballero de la orden de Santiago, secretario del Rey nuestro señor y de su Consejo de la Santa y General Ynqusizión en lo tocante a la Corona de Castilla y de León, certifico que por mandado de los señores de dicho Consejo se rezibieron ynformaciones de la genealogía naturaleza y limpieza de don Antonio Nicolás de Cantos Roio como para ofizial de el Santo Ofizio al thenor de la memoria de sus padres y abuelos que es como se sigue
Genealogía de don Antonio Nicolás de Cantos Royo natural de la ciudad de Alcaraz

                                                        padres
El capitán Rodrigo de Cantos Roio, natural de Albazete, y doña Ana Sabuco Alfonso, natural de la dicha ciudad de Alcaraz

                                                      abuelos paternos
Rodrigo Roio y doña Isabel de Cantos, naturales de la villa de Albazete

                                                      abuelos maternos
Gerónimo Sabuco y doña María Alfonso, naturales de la dicha ciudad de Alcaraz

(Madrid a 20 de marzo de 1660)

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(Eugenio de Zúñiga y Cerda) pretendía contraher matrimonio por la palabra de presente según el orden de la Santa Yglesia con la señora doña Ana Francisca de Cantos Billodre, hija del señor Don Rodrigo de Cantos corregidor de la villa de Moya y de la señora Ana de Billodre y Montoya, vecinos de la villa de San Clemente

(Certificación del cura párroco de Villora, licenciado Pedro Santos Gaitán, de 1 de julio de 1640)

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En la Ciudad Real a seis días del mes de agosto de mill seiscientos y cinquenta y siete años fue traydo a la Yglesia un hijo de don Eugenio de Zúñiga Fonseca y Cerda, caballero de la orden de Santiago, y de doña Ana de Cantos Royo su muger lexitíma mis parrochianos , al qual yo el licenciado don Vicente de León Ponce, cura de Nuestra Señora del Prado desta dicha ciudad avía echado agua de Baptismo en su casa, a los diez y ocho días del mes de julio por estar en peligro de muerte en que le tubo al dicho niño, el señor don Rodrigo de Cantos Royo, corregidor de esta ciudad su abuelo, y le puse por nombre Christóbal Antonio, hícele los exorcismos y demás ceremonias y fueron compadres los señores Christóval Belarde Treuiño, regidor perpetuo y doña Juana de Zéspedes Valdés, a quien avisé el parentesco y obligaciones y lo firme= Lizenciado León Ponce=

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AHP Zaragoza - Partidas sacramentales. AHPZ - P/1507/5. Certificaciones de bautismos, casamientos y defunciones de los señores de Villora

sábado, 2 de abril de 2016

El señorío y mayorazgo de Villora y sus intereses en la Manchuela

Torre albarrana de la fortaleza de Villora
Los Zúñiga, señores de la villa de Villora, vincularon sus bienes a dos mayorazgos. Su valor total era de 140.000 ducados. El primero, con muchas reminiscencias feudales, se centraba en la villa de Villora, de la que eran señores desde 1499. A los derechos señoriales sobre los vecinos de Villora, se unía la propiedad de varias dehesas en la zona, molinos, tierras y rentas sobre los productos de las cosechas. El segundo mayorazgo, nucleado en torno a las casas familiares de Cuenca y la propiedad de un regimiento, recogía además las rentas de diversos censos correspondientes a préstamos a diversas villas del corregimiento de San Clemente, sus vecinos y otras villas de la tierra de Cuenca. Creemos que esos censos están directamente relacionados con los procesos de villazgo y exención de diversas aldeas en la década de los sesenta. Creemos que las cifras cuadran con la cantidad que, por ejemplo, pagó Quintanar por su villazgo. Está por estudiar si aparte de los beneficios de la rentas anuales de los censos, los Zúñiga tenían otros intereses en la zona. De momento, y como veremos en una próxima entrada, tenemos constatado que el nieto de don Eugenio Zúñiga, propietario en este momento del mayorazgo, casaría con una vecina de San Clemente: la hija de don Rodrigo de Cantos, y que varias nietas profesarían como monjas franciscanas en esta villa.


Genealogía de los Villora

La generosa familia de Zúñiga y la Cerda trae su origen de la Casa Real de Navarra en la de Bejar y emparentada con otras de Castilla; Don Diego de Zúñiga, hijo segundo de Don Albaro de Zúñiga y de Doña Isabel de Manrrique, Duques de Arébalo, Placencia y Béjar, sirbió a los señores Reyes Católicos en las Guerras de Granada, quien casó con Doña Juana de la Cerda, de la Casa de Medinaceli, hija de Don Luis de la Cerda y Doña Francisca de Castañeda, dueños de la villa de Villora, y de la de Traspinedo, Yémeda, y de(he)sas de Pancrudo, Cortina y Fuencaliente, por los años de 1499 según resulta de la cuenta de mercedes, que hizo a los vecinos de la dicha villa de Villora; tuvieron por sus hijos a Francisco de Zúñiga y a Doña Francisca, ésta casó con el conde de Cabra y llevó en dote a Traspinedo de quien vienen los Duques de Sessar, y el dicho Don Francisco que fue del ábito de Santiago, y sirvió en las guerras de su tiempo, sucedió en la dicha villa de Villora, Yémeda y de(he)sas referidas por los años de 1504, según lo manifiesta la misma carta de mercedes, refrendada por éste que casó con Doña Beatriz de Fonseca, y tuvieron a Don Luis que le sucedió y murió sin hijos, por lo que entró a poseer la referida villa y de(he)sas Don Diego de Zúñiga que habiéndose ordenado fue abad de Parraces y primer Marqués de Huélamo, por fallecimiento de éste sucedió don Antonio de Zúñiga, que casó con Doña María Recalde, y tuvieron a Don Francisco y Don Luis Oydor que fue de la Real Chancillería de Granada y Don Diego capitán de infantería de Italia y éstos murieron sin hijos recaiendo por ello dicha villa de Villora, de(he)sas de Pancrudo, Cortina y Fuencaliente en aquel (Francisco de Zúñiga) que casó con doña Magdalena de la Mota y murió en la villa y corte de Madrid estando de procurador de Cortes por la ciudad de Cuenca, como regidor que era en las que se celebraron en 1574, dejó por su hijo y sucesor en la dicha villa, heredamientos y dehesas a Don Eugenio de Zúñiga, caballero de la orden de Santiago y regidor de la ciudad de Cuenca, y procurador de Cortes dos veces, la una año de 1595, y la otra de 1602, en que se hizo el servicio, y casando con Doña Magdalena de Medrano tuvo a Don Eugenio de Zúñiga, caballero de la orden de Santiago, sucesor en la dicha villa de Villora, Yemeda y Dehessas, el qual en su mujer Doña Ana de Liébana tuvo al sobredicho Don Eugenio de Zúñiga, caballero de la orden de Santiago, dueño de dichas villas de Villora y San Payo, heredamientos y dehesas, que en su mujer Doña Francisca Royo y Cantos tuvo a los suplicantes con otros religiosos (Don Eugenio de Zúñiga y Cerda, cuyas son las villas de Villora, heredamientos de Yémeda y dehesas de Pancrudo, Cortina y Fuencaliente y las fortalezas y feligresías y concejos de San Payo y sus hermanos, don Rodrigo de Zúñiga, caballerizo de V. Majestad, Don Antonio de Zúñiga, general de Artillería, y gobernador de Melilla, Don Luis de Zúñiga, capitán de caballos y sargento mayor de un tercio de caballería y don Joseph de Zúñiga, capitán de caballos, y Don Christóval de Zúñiga capitán de infantería..... habría que añadir, como veremos, dos hermanas profesas en el convento de franciscanas de San Clemente)

AHP Zaragoza - Expedientes Casa Ducal de Híjar            
AHPZ - P/1-77-15 - Antecedentes y noticias sobre la solicitud que D. Eugenio de Zúñiga hizo a Carlos II, para que le concediese el título de marqués de Villora para sí y sus sucesores. Contiene borrador del diploma con título de Castilla, de marqués de Villora, expedido por Felipe V. Madrid, 8 de abril de 1717

Mayorazgo de Villora

Memorial de bienes de los mayorazgos de la villa de Villora y la ciudad de Cuenca en que don Eugenio de Çúñiga mi señor a sucedido por fin y muerte de Don Francisco de Çúñiga y Cerda su padre y de doña Madalena de la Mota su madre que son los siguientes (estamos hablando en los años correspondientes a finales del quinientos)

                                             Mayorazgo de Villora

Primeramente la villa de Villora con su jurisdición cibil y criminal alta baja mero y mixto ymperio en todo y su castillo en ella en que ponen su alcayde con derechos de fortaleza y castillaje y un alcayde mayor para la ajudicatura son los vecinos vasallos y renteros por ser todo del señor términos, tierras, casasa viñas y güertas, y yerba y término cerrado y redondo, hacienda de mucha cantidad y calidad della que si se podiera vender por lo anejo y perteneciente a la dicha villa y mayorazgo della habrá quien dé sesenta mill ducados y se an ofrecido muchas vezes

Primeramente pagan el concejo y vecinos de la dicha villa de Villora ciento y sesenta y cinco fanegas de trigo para en cada un año por renta y yerba que a la tasa de su magestad que siempre vale allí por ser raya de Valencia monta dos mill y novecientos y setenta reales (18 reales la fanega)

Pagan pilas los dichos vecinos y molinero treynta fanegas de trigo grano en cada un año por el molino de los golpes que es del dicho señor y está en la dicha juridisción en el río Cabriel que valen quinientos y quarenta reales

Para el dicho concejo y vecinos diez ducados en cada un año por la renta de la güerta del señor

Pagan el dicho concejo y vecinos setenta reales por un pedazo de majuelo que dicen el Largo

Pagan el dicho concejo y vecinos treynta y seys reales cada un año por un  pedazo de viña que llaman de Samartín

Pagan los susodichos dos ducados en cada un año por un pedazo de oliuar y viña que llaman la Caveçada

Pagan los dichos vecinos quarenta y seys reales cada año por el pedazo que llaman de acaydía y molinillo

Paga el dicho concejo y vecinos de Villora por basallaje docientas cargas de leña y cien cargas de paja que a real son trecientos reales

Paga el concejo y vecinos del lugar de Cardenete que amojona con el término y juridisción de Villora docientas y veynte fanegas de trigo y cebada por mitad de censo perpetuo en cada un año por la vega de Yemeda y molinos de ella y deessas de Ygualada y dados y rinconada que a la tassa montan dos mill y nibecientos y setenta reales

Yten cincuenta ducados en cada un año por las yerbas de la deessa de Fuencaliente que está en la juridisción de Enguídanos y amojona con la de Villora es deessa de mucha caça mayor y menor y pesca passa por ella el río Cabriel

Yten diez y syete ducados de renta en cada un año por otra deessa más pequeña que llaman de la Cortina que está en la dicha juridisción y amojona con Villora

Yten cien ducados con sus maravdís de renta en cada un año por la deessa de la muela Pancrudo que está en la juridisción de Cuenca junto a las majadas

Yten ciento y quarenta y tres mill y cinquenta y cinco maravedís de renta y juros en cada un año por prebilejio de su magestad los cinquenta y cinco mill sobre las alcabalas y rentas de la ciudad y partido de Güete y los ochenta y ocho mill y cinquenta y cinco sobre las alcabalas y rentas de la ciudad y partido de Cuenca a razón de a veynte

Yten otro pedazo de güerto que llaman el Cerrado que tiene por merced Bartelomé real por sus días dase del dos ducados quando se arrienda

Yten la capilla mayor de la dicha villa de Villora que tiene el señor para su entierro

Monta el mayorazgo de la dicha villa de Villora en cada un año quatrocientos y quarenta y seys mill quinientos y treynta y siete maravedís

                                             Mayorazgo de Cuenca

Primeramente unas cassas principales pegadas con el monasterio de la concepción francisca con su oratorio en ellas con buleto de su santidad para decir missa en él y su jardín balen las dichas cassas a común estimación ocho mil ducados ay en ellas un alcayde y mayordomo quando se arrienda dan cien ducados dellas

Yten ducientas y quarenta mill maravedís de renta y censo en cada un año sobre el concejo y vecinos de la villa de Quintanar con facultad real y salario y sumisión a Cuenca (es decir, hablamos de 640 ducados de renta al año, un interés de 14 al millar, o siete por ciento, creemos que por los 9.000 ducados pedidos por la villa para la compra de su jurisdicción y villazgo)

Yten diez y seys mill y setenta y dos maravedís de censo en cada un año sobre Martín de Tebar y García Donate y otros consortes vecinos de la dicha villa de Quintanar con salario y sumisión a Cuenca

Yten nobenta y tres mill setecientos y cinquenta maravedís de censo en cada un año sobre el concejo y vecinos de la villa de Taraçona con facultad real salario y sumisión a Cuenca

Yten trece mill trecientos y ochenta y ocho maravedís de censo en cada un año sobre Juan de Mondéjar y Francisco de Mondéjar y consortes vecinos de la villa de Taraçona con salario y sumisión a Cuenca

Yten cien mill setecientos y catorce maravedís de censo en cada un año sobre el concejo y vecinos de la villa de la Minglanilla con facultad real salario y sumisión a Cuenca

Yten cinquenta y seys mill y ducientos y cinquenta maravedís de censo en cada un año sobre el concejo y vecinos de la villa de Cañada del Oyo con facultad real salario y sumisión a Cuenca

Yten quarenta y nuebe mill trecientos y diez y nuebe maravedís de censo en cada un año sobre el concejo y vecinos de la villa de Fuentes facultad real salario y sumisión a Cuenca

Por manera que montan las rentas del mayorazgo de Cuenca un quento (un millón) trecientas y veynte y nuebe mill seiscientos y quarenta y un maravedís

Tiene más son Eugenio mi señor ciento y doce mill y quinientos maravedís de renta y juro de por vida por merced de su magestad por un prebilegio sobre la renta del Solimán y açogue de Castilla

(continúa con la dote de su mujer doña Magdalena de Medrano)

Baldrá el principal de las casas y mayorazgo de Cuenca y regimiento a común estimación más de ochenta mill ducados contado a como se acostumbra la renta de heredades y cassas y juros y censos a como está el mayorazgo de Villora monta más de sesenta mil ducados por ser lo más basallos y yerba y pan de renta

La dote monta catorce mill ducados sin lo de Medinaceli

Monta el principal de todo ciento y cinquenta y quatro mill ducados


AHP Zaragoza - Expedientes Casa Ducal de Híjar                    
AHPZ - P/1-140-3 - Inventarios, tasaciones y particiones de bienes pertenecientes al Estado de Villora. 1579-1740


 

viernes, 1 de abril de 2016

El abad de Parraces, señor de Villora, contra el concejo de Iniesta (1552)

Traemos aquí el pleito entre el abad del monasterio de  Parraces en Segovia, don Diego de Zúñiga y Fonseca, y la villa de Iniesta por la pretensión del primero de talar 500 pinos para la reparación de los molinos de su propiedad en el río Cabriel.  Dicho pleito se desarrolló entre los años 1551 y 1552. El abad de Parraces era señor de la villa de Villora y de dos lugares, que un siglo después aparecen como despoblados e incluso con su nombre mal recordado en las cartas receptorías para el cobro de las rentas reales, Toya y Silanco.

Choca la pretensión del abad de disfrutar del aprovechamiento comunal de los pinos según era uso y costumbre de los vecinos con la prohibición del ayuntamiento que, con la excusa de obtener rentas para la redención de un censo de 1600 ducados con que está cargada la villa, decide cercar una amplia zona de pinar para uso exclusivo del concejo con el fin de redimir el mencionado censo. Se obligaba así al abad de Parraces a obtener su leña en un lugar distante tres leguas: el llamado barranco de la Sal, seguramente en la actual Minglanilla. Eso suponía de hecho una prohibición de la tala de leña por los altos costes y dificultades del transporte. El contencioso lo acabaría ganando don Diego de Zúñiga y Fonseca, después de tres sobrecartas de la Chancillería de Granada en el que se le reconocía el derecho a la corta de leña para la reparación  de sus molinos:


Don Carlos.... a todos los corregidores, asystentes, gobernadores, alcaldes y otros juezes y justiçias qualesquier ansi de la villa de yniesta como de todas las ciudades, villas y lugares de los nuestros rreynos y señoríos y a cada uno de vos que con esta nuestra carta fuéredes rrequeridos salud y gracia; sepades que pleito está pendiente en la nuestra corthe y chançellería ante el presydente y oydores de la nuestra audiençia  que rresyde en la çiudad de Granada entre don Diego de Çuñiga abad de Parrazes cuyas diz que son las villas de Villora, Toya y Silanco y su procurador en su nombre de la una parte y el conçejo justicia rregimiento de la dicha villa de Yniesta y su procurador en su nombre de la otra sobre rrazón de cortar madera y rramas en los términos de la dicha villa de Yniesta para el rreparo de los molinos del dicho don Diego de Çuñiga y sobre las otras causas y rrazones en el proçeso del dicho pleito contenidos ... por parte del dicho don Diego de Çuñiga nos fue pedido y suplicado mandásemos que en el entretanto que el dicho pleito se syguía fuese amparado en la posesión y costumbre que avía tenido y que pudiese cortar las dichas maderas y hazer los dichos aprovechamientos para benefiçiar los dichos molinos y sus presas ...

(auto de 10 de abril de 1551)... y el dicho don Diego de Çuñiga y Fonseca sea amparado en el cortar de la madera y rrama que tubiere neçesidad para el rreparo de los dichos molinos y presas sobre que está pleito pidiendo liçençia para ello al dicho conçejo de la dicha villa de Yniesta y no de otra manera

Diego de Zúñiga obtendría carta de confirmación de ese auto por la Chancillería de  Granada de 6 de junio de 1551, que comunicaría un criado suyo al concejo de Iniesta el 22 de diciembre. El supuesto obedecimiento de la villa de Iniesta no fue sino una interpretación torticera del auto. Al fin y al cabo el auto exigía la concesión previa de licencia para la tala de leña.

La respuesta del concejo de Iniesta para negarse a aceptar dicho auto, fue una modificación apresurada de las ordenanzas de los caballeros de la sierra de la villa de Iniesta, limitándose los espacios reservados para el aprovechamiento vecinal de montes. De hecho, se celebró concejo el 15 de enero de 1552, que reproducimos por su interés para la historia de Iniesta, con la única finalidad de impedir el uso de los montes al abad de Parraces, aunque se limitará sobre el papel también al resto de vecinos:

En la villa de Yniesta a quinze días del mes de henero año de mill e quinientos e çinquenta e dos años estando en la sala del ayuntamiento de la dicha villa, siendo llamados a campana rrepicada y estando en él los muy magníficos señores Blas López e Garçía Çapata alcaldes ordinarios de la dicha villa, Andrés de Niévalos, Benito García, Juan Çapata de la Estrella, Agustín Montes, Francisco de Lorca, Juan Çapata de Castañeda, Migel Cabronero, Antón Granero, Françisco de las Casas, rregidores ofiçiales del dicho conçejo dixeron que el de dicha villa conçejo della pretenden vender mucha cantidad de pinar en los términos desta villa en las partidas del rrío Cabriel desde el mojón de Enguídanos fasta el Xorquera para con los dineros que de los dichos pinares se hizieren quitar la carga del çenso que esta villa tiene que son mill e quinientos ducados de que de tenellos rresulta gran daño a esta dicha villa y porque el dicho conçejo e villa tiene provisión espeçial de su magestad rremitida y dirijida al señor gobernador deste marquesado para que faga çierta ynformaçión aaly contenida para que hecha se dé liçençia para la dicha venta e corta del dicho pinar e porque que aquél para entonçes esté guardado para que mejor e más buenamente sean vendidos los pinos que se ovieren de vender que será en gran cantidad e porque en los que ansí se vedare no se corte cosa ninguna fata en tanto que lo sobredicho sea complido ; por ende mandaua e mandaron que se haga vieda en el dicho pinar en esta manera: desde la peña Gil Muñoz y al barranco la Çarça e a los añojales que de dizen de la de Yepes e de allí a do nace el agua y por el barranco de Beamud que todo el barranco que de dentro y de aquí al puntal de la cueva la Higuera  y desde aquí a los majadales de la vereda de la casa el Prado y de aquí a una loma que está ençima de la senda Requena a ojo de la casa el Prado y desde aquí a la casa y herilla de Juan López de la Minglanilla y desde aquí dereçerá al pino la Grana que está en el camino de Castelseco y de allí en dereçera y a ojo del barranco la Sal e al mojón de Enguídanos por las quales partidas y señales de suso contenidas fasta el dicho rrío Cabriel dixeron que çerraban e vedaban para que ningunos veçinos desta villa ni de otras partes puedan cortar ningunos pinos sy no fuere con liçençia espresa de todos los dichos señores del dicho ayuntamiento e si algunos veçinos e forasteros cortaren caygan en la pena de las ordenanças de los los cavalleros de la syerra e para esto se guarde mandaron se apregone públicamente en la plaça desta villa. Blas López, Garçía Çapata, Migel Cabronero, Andrés de Niévalos, Agustín Montes, Benito Garçía, Antón Granero, Juan Çapata de Castañeda, Françisco de Lorca, Juan Çapata, Françisco de las Casas, y a diez e syete de enero del dicho año en la plaça pública de la dicha villa abiendo mucha gente presente se apregonó lo susodicho por Christóval Rodrígez pregonero... e yo el dicho Diego de Talauera scriuano susodicho ante quien pasó la dicha ordenança e pregón por virtud de la dicha rreal provisión ...

 Don Diego de Zúñiga protestará la actitud maliciosa del concejo de Iniesta, que había reinterpretado en provecho propio la exigencia de la Chancillería de Granada de hacer información sobre la necesidad del abad para reparar los molinos, mutándola en el señalamiento de términos vedados para la corta de leña:

(Petición de Diego Zúñiga) ... y que teniendo entendido la notoria nesçesidad que tenía su parte le avía dado la dicha liçençia pero con grande cautela señalando en el varranco la sal que hera lo más lejos y más apartado y donde la madera no se podía sacar ni aprovechar ni llevar y estaba más de tres leguas de los dichos molinos y que pues que la liçençia que se avía de pedir hera para que se pudiese y entendiese si su parte tenía nesçesidad e no para nombrar ni señalar lugar donde se avía de cortar la dicha madera pues hera cosa sabida y notoria que guardando majadas e bedados en todos los términos de la dicha villa se avía cortado y cortava y que solamente su parte quería y pretendía hazer y cortar según y como se avía fecho y hazía por todos los veçinos de la dicha villa porque nos pidió e suplicó le mandásemos dar nuestra sobrecarta ... mandando que su parte pudiese cortar las dichas maderas en los dichos términos más cercanos de los dichos molinos

(auto de 4 de marzo de 1552, refrendado en sobrecarta de 26 de abril de 1552) .. se manda al dicho conçejo justiçia e rregimiento de la dicha villa (de Iniesta) que la guarden y cumplan y en guardándola y cumpliéndola en la liçençia que uvieren de dar al dicho don Diego de Çúñiga o a sus arrendadores para cortar la madera y rrama que uvieren menester para el rreparo de los dichos molinos se la señalen y den en los lugares y partes que se da y acostumbra dar a las otras personas que tienen molinos en el término de la dicha villa...


El concejo de Iniesta se negó a cumplir este nuevo auto, alegaba que habiendo enviado a dos procuradores a visitar los molinos del abad no quedaba demostrada la necesidad de la reparación y era necesario realizar una información al respecto, pues cortar los pinos donde quería el abad (ni mas ni menos que quinientos pinos) suponía no respetar la cláusula que exigía guardar las majadas, cotos y vedados de los términos de la villa de Iniesta, que como hemos visto habían sido modificados hacía menos de un año. La Chancillería emitiría nuevos autos de 25 de junio y veintitrés de septiembre de 1552, dando finalmente sobrecarta el 30 de septiembre favorable al abad de Parraces, don Diego de Zúñiga. Con esa sobrecarta se presentaría el abad ante el concejo de Iniesta, el 22 de diciembre de 1552, para exigir su cumplimiento. Eran entonces alcaldes ordinarios de Iniesta Pedro de la Jara y Juan Risueño, que siguiendo la costumbre de poner la provisión real sobre sus cabezas la obedecieron

e los dichos señores alcaldes dixeron que lo oyan e tomaron las dichas provysiones rreales en sus manos e las besaron e pusieron sobre sus cabeças ...



ARCHIVO HISTÓRICO PROVINCIAL DE ZARAGOZA.  AHPZ-P 1406/4. Pleitos Sobre Adminstración. Reales Provisiones de Carlos I, autorizando a Diego de Fonseca, abad de Parraces, a cortar los pinos de la villa de Iniesta (Cuenca) que le sean necesarios para la construcción de unos molinos. 1551-1552

miércoles, 30 de marzo de 2016

El ocaso de los Buedo y el ascenso social de Francisco de Astudillo (II)

Don Rodrigo Ortega y Avilés ( o Tébar que era su verdadero apellido materno) tenía razones para la enemistad con Martín de Buedo Gomendio. Sus campos eran limítrofes, don Rodrigo además poseedor de una fortuna valorada, en palabras de Francisco de Astudillo, en 80.000 ducados, necesitaba del arrendamiento para explotar sus tierras. De hecho, Martín de Buedo además de explotar sus tierras, cultivaba en régimen de arrendamiento otras de su vecino Rodrigo. Además de esta confluencia de intereses agrarios, existían otros intereses más encontrados entre ambos contendientes. Rodrigo de Ortega tenía varios juros situados en las rentas reales del Marquesado de Villena, de las que Martín era tesorero. La ordenación de pagos tras la bancarrota de 1607, había puesto los juros de don Rodrigo en la cola para el cobro de sus intereses, por detrás de los asentistas extranjeros con preferencia en los pagos. Pero si un Lucas Palavesín o un Gerónimo Serra estaban dispuestos a esperar la lógica de los procesos ejecutivos para cobrar, no así don Rodrigo, sabedor de los bienes raíces que el tesorero tenía al lado de los suyos.

... aunque parece haber ofrecido más por él (por el oficio de tesorero) don Rodrigo de Ortega porque lo hazía a emulación y por quitársele a Francisco de Astudillo, y quedar el susodicho con él, por tener algunos juros, sobre las rentas de la dicha Tesorería que por ser posteriores a otros muchos los cobraua mal, y quería hazerse pagado de su mano, estimando esto más que perder tres ni quatro mil ducados por ser hombre rico, que tiene más de 80.000 de hazienda y caudal

Por contra, Francisco de Astudillo y Martín de Buedo Gomendio no tenían muchas razones para la animosidad. La colaboración había sido la norma entre ambos. Francisco de Astudillo se había encargado, al menos en 1607, de la recaudación de las rentas reales de San Clemente, y unos años después de las de Iniesta. Durante los años 1608 y 1609, Francisco de Astudillo era alcalde mayor de San Clemente (lo que demuestra su imbricación con el poder, pues este cargo solía estar expresamente prohibido a los naturales de la villa donde residía el corregidor). Tuvo que actuar en un caso en el que estaba implicado Martín de Buedo Gomendio, que se hallaba en pleitos con la mujer de su hermano Juan, doña Beatriz Enriquez, natural de Fresneda, sobre la posesión de ciertos bienes en la villa de San Clemente que esta mujer pedía como restitución de su dote y con los que Martín de Buedo había debido ampliar su hacienda, como ya hiciera con su hermana Catalina. El 26 de abril de 1608, el licenciado Arburola, alcalde mayor de Cuenca y futuro juez en la almoneda de bienes de Martín de Buedo, había conminado a Francisco de Astudillo, como alcalde mayor de San Clemente, para que diese posesión de esos bienes a doña Beatriz

para que se le diese la posesión de ciertos bienes que el dicho su marido tenía en esa dicha villa para con ellos ser pagada de la dote que auía lleuado a su poder y en especial se le diese de un censo que el dicho su marido auía mal vendido y disipado a martín de buedo tesorero de alcaualas de esa dicha villa (1)

Por complicidad con Martín de Buedo, Astudillo había mirado para otro lado, haciendo caso omiso al auto, por lo que fue de nuevo requerido por el Consejo Real con fecha de 5 de febrero de 1609, para que cumpliera lo ordenado. Aun así, se habría de expedir nueva requisitoria por el juez Carranza y el pleito se volvería a reabrir en 1612 al calor de las ejecuciones contra el tesorero.

Los contratos entre las dos partes, Astudillo y Buedo, solían obviar las escrituras de obligación e, incluso durante el periodo de desavenencias y ejecuciones que va de 1612 a 1618, se preferían las escrituras de concierto entre ambas partes. En una fecha tan tardía como la de 1618, Astudillo se postulará como garante y fiador de Buedo, en la palabra dada por éste de presentarse voluntariamente ante el Consejo de Hacienda. Sólo cuando Buedo incumple su palabra y Astudillo está a punto de ser encarcelado, cualquier acuerdo, por interesado que fuera (y primaba más el interés que la buena voluntad), se hace imposible. Por esa razón, el proceso ejecutivo contra Martín de Buedo, en lo que beneficia a Astudillo se nos presenta como un discurrir lento, donde los bienes ejecutados van cayendo del lado de este último paulatinamente: tesorero, esclavos, tierras y casas. Pero Francisco de Astudillo no era un agricultor ni tenía relación con la tierra, eso explica que igual que se apoderará con excesiva prontitud de la tesorería de rentas reales, intentará mantener una posesión temporal de las tierras de Buedo, manteniendo a éste como inquilino de las mismas para facilitarle unos ingresos con los que poder saldar las deudas con su antiguo socio. Francisco de Astudillo, que se hará con los servicios de Felipe Valero, vecino de Vara de Rey, como administrador para la explotación de las tierras, se nos presenta como un terrateniente torpe (hecho que le culpará Buedo). Así es comprensible que a la larga el principal beneficiario de los bienes raíces de Martín de Buedo sea don Rodrigo de Ortega, que, siguiendo la tradición familiar, basará su fortuna en la propiedad de tierras.

(1) AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 96/20


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ Caja 2854, PIEZA 7. Martín de Buedo Gomendio, vecino de Vara de Rey, con Francisco de Astudillo, tesorero de rentas reales del Marquesado de Villena, vecino de San Clemente sobre el oficio de tesorero. 1620

Una apelación en Barchín del Hoyo (1666)


Es posible que para 1666, Barchín del Hoyo no tuviera ni siquiera los 180 vecinos que le atribuía el censo de 1646; una cifra muy alejada de los 305 vecinos que le atribuía el censo de millones de 1591 y que le aseguraba pasar con creces los mil habitantes. Los mismos vecinos del pueblo se quejaban de las recientes guerras y una excesiva presión fiscal como causa de la ruina de esta villa y apuntaban como los vecinos huyendo de esta situación crítica habían iniciado un imparable éxodo hacia el Reino de Valencia. Este vaciamiento del interior en beneficio de la periferia debió ser una constante en otros pueblos comarcanos.

El pueblo gozaba de privilegio para que sus alcaldes juzgaran en primera instancia. Esta preeminencia, no obstante, debió ser vista por algunos vecinos como ejercicio arbitrario de la justicia por los vecinos principales del pueblo. Por eso no dudaban en acudir en defensa de su derecho ante la justicia del corregimiento de San Clemente, al tener reconocida los vecinos de Barchín tal derecho en grado de apelación.

Uno de los vecinos que ejerció tal derecho, como conocedor del mismo, fue Francisco Martínez. El mencionado vecino había sido víctima de un proceso ejecutivo de dudosa legalidad contra sus personas y bienes seguido por el alcalde ordinario de la villa Damián de la Parrilla. Dicho alcalde incapaz de embargar bien alguno a Julián García, padre de Francisco, por las deudas contraídas en la administración de la panadería pública de la villa se las exigiría a su hijo, que acabaría pagando la deuda y vería embargado un pollino de su propiedad que alcanzaría en pública subasta el valor de 150 reales.

Francisco Martínez debía conocer sus derechos y por eso exigió un traslado de los autos ejecutivos para poder acudir ante la justicia de San Clemente. Eso no hizo sino agravar su situación; Damián Parrilla acabaría encarcelándole. No obstante un perseverante Francisco Martínez se haría oír ante el alcalde mayor de San Clemente solicitándole que conociera su pleito en grado de apelación. El auto del alcalde mayor de San Clemente, el licenciado Francisco Calderón, es tajante en las formas, ordenando la soltura de Francisco y la remisión de los autos en el plazo de tres días ante su audiencia para conocer en grado de apelación dicho auto. Pero la falta de continuidad del proceso nos indica que la causa se sustanciaría en Barchín y con pocas garantías para el acusado. La debilidad de la justicia del corregidor y alcalde mayor es notoria en esta época. En la propia villa de San Clemente muchos agravios de los vecinos que antes acudían ante el corregidor son resueltos por autos muy parcos de regidores del ayuntamiento escritos en el dorso. La sociedad castellana pleiteante de Kagan parece dar paso a las mendicantes peticiones de agravios donde se espera más la concesión y la gracia que la justicia. Por esta misma razón nos llama más la atención el tono altanero y orgulloso y la exquisitez jurídica de Francisco Martínez en pedimento de su derecho:

... citado el dicho alcalde debajo de graves penas y so pena de ellas no me prenda ni moleste ni haga vejaciones contra mi persona y bienes... que cumpla luego y sin dilazión alguna con lo que se le manda ni impida la remisión de dichos autos declarándole por incurso en las penas si no lo cumpliere con los apercibimientos necesarios...



AMSC. CORREGIMIENTO. Leg. 64/56. Admisión de apelación de Francisco Martínez, vecino de Barchín del Hoyo, en causa ejecutiva seguida contra su padre por alcance en la panadería. 1666

viernes, 25 de marzo de 2016

San Clemente: la memoria histórica olvidada

Palacio Piquinoti,casa de Pedro González Galindo
Aquel año de 1612 todo parecía igual que hacía diez años, pero las cosas habían cambiado radicalmente en la villa de San Clemente. Don Juan Pacheco y Guzmán, alférez de la villa, y su mujer Elvira Cimbrón estaban enfrentados a la villa y su poder muy debilitado, su intento de señorialización de Perona les procuró la enemistad de todo el concejo. El doctor Cristóbal de Tébar nunca había sido tan rico, gracias a las aportaciones de su hermano Diego, vuelto del Perú; entre ambos se habían construido un emporio económico centrado en dos núcleos: la hacienda de Matas Verdes, en Villarrobledo, y la hacienda de las Cruces, en la futura aldea de Casas de Fernando Alonso, pero sus enemigos ya empezaban a cerrar filas contra él, y desde 1608 intentaban involucrar a algunos de sus familiares con acusaciones de judaísmo ante el Santo Oficio. Mucho debieron pesar estas acusaciones en su decisión de donación de sus bienes a la fundación de un Colegio de la Compañía de Jesús. El sobrino político del doctor Tébar, Pedro González Galindo, intentaba hacer aceptar su vecindad en San Clemente. Este indiano que había abandonado mozo su pueblo natal, volvía a él, para instalarse en el palacio hoy derruido de la calle Piquirroti. !Qué mal ha tratado San Clemente a uno de sus hijos más predilectos! Vituperado por sus vecinos cuando paseaba junto a su mujer María de Tébar por las calles de la villa, modificado el apellido Piquinoti en Piquirroti, para denunciar sus orígenes conversos, olvidando la ligazón matrimonial de los González Galindo con los principales banqueros de Felipe IV, y, hoy en día, dejando en la ruina su casa palacio. La historia es cruel y más su recuperación. Por eso, es curioso el gran esfuerzo que se ha hecho por recuperar la iglesia del Colegio de la Compañía de Jesús. Quizás, las autoridades actuales sean inconscientes que lo que están recuperando sea la infame memoria de los Origüela. Aquella ermita de Nuestra Señora de Septiembre, reconvertida en iglesia de los jesuitas, era la predilecta de los Origüela, y su cofradía del mismo nombre, su refugio para defender la pureza de su fe de cristianos viejos. Lástima que la actual iglesia reformada de los jesuitas no pueda recuperar dos recuerdos familiares que antaño se encontraban en la Iglesia de Santiago: uno no querido, el sambenito del chamuscado en 1517 Luis Sánchez Origüela, y otro especialmente deseado por la familia, la querida lámpara de plata que colgaba frente al altar mayor de la Iglesia y para la que Pedro González Galindo, consciente de los odios que despertaba en la villa, había reservado en caso necesario su querida ermita de Nuestra Señora de Septiembre, de la que, elevada a la categoría de Iglesia del Colegio de los jesuitas, se había garantizado el patronazgo en sus descendientes por deseo del doctor Tébar.

¿Qué hacían las familias de solera de la villa ese años de 1612? Los sempiternos Rosillo, cuya memoria estaba garantizada en la capilla de la Iglesia de Santiago, seguían en guerra con todos y diluyendo su apellido en otras familias de más futuro como los Ortega. Su última guerra había sido con los Vázquez de Haro, antes de la crisis de 1600, por la capellanía de Tristán Pallarés, asociada a la olvidada capilla de San José de la Iglesia de Santiago (hoy simplemente de Pallarés). Los Haro, con sucesión femenina, en lo que era una condena para la época, habían sabido enlazar vía matrimonial con esos desconocidos que son los Tribaldos. Desconocidos hasta que aparece el doctor Fernández Tribaldos, fundador del Colegio de Manchegos de la Universidad de Alcalá, donde durante siglo y medio se formarán gran parte de las élites de la Manchuela conquense. Hoy, en el Archivo Histórico Nacional se conserva los expedientes de limpieza de sangre de estos jóvenes bachilleres: los Tribaldos, sustituido este apellido desde mediados de siglo XVII por el de sus sucesores los Lucas, y los de otros jóvenes de familias principales de la comarca. Pero no debemos olvidar, cuando consultemos cada uno de estos expedientes, en aquellos otros jóvenes que se les negaba la admisión en la Universidad de Alcalá de Henares, como Francisco de Astudillo Villamediana, obligados a ir a estudiar a Salamanca. Hasta allí llegarán las acusaciones de su raíz infecta de sangre judaica.

Mientras, los Oma, seguían alejados, es un decir, en Belmonte, bajo la protección del Marqués de Villena. No tardarán en volver, reforzados con nuevas alianzas familiares con los Conejero de Cuenca. Los Herreros, cuya memoria se mantiene en la capilla de San Antón de la Iglesia de Santiago, y en sus derrumbadas casas palacio de la villa de las que sólo quedan fachadas maltrechas y los escudos familiares con sus dos leones sujetando el caldero, se mantenían vivos en la villa: determinantes en la elección de alcaldes de la hermandad por el estado noble e imponiendo sus capitanes en las compañías de milicias. Pero la pequeña corte manchega, que es San Clemente, se les queda pequeña, sus ambiciones pasan por su presencia en los Consejos de Guerra y Hacienda de la Monarquía. Por su parte los Pacheco, divididos en tres ramas familiares, ven como Rodrigo Pacheco, el hijo del alférez mayor, intenta su proyección social más allá de la villa con un aventurado matrimonio con una pariente de los duques del Infantado de Guadalajara. El nieto de la saga honrará el apellido familiar como teniente general de las galeras de España.
Castillo de Santiago de la Torre
Juan Pacheco y Guzmán, caballero de la orden de Alcántara, mantendrá viva la presencia de los Pacheco en la vida sanclementina de mediados del seiscientos, pero es sólo una sombra de su homónimo el alférez mayor de la villa. Su única virtud, o más bien la de su madre, saber concertar un matrimonio con su prima Beatriz que ha heredado el mayorazgo de Santiago de la Torre, que doscientos años después su padre Alonso ha recuperado para la familia vinculando en 1603 la propiedad, incluido el castillo que hoy se nos cae, como mayorazgo. Se alejarán del protagonismo del pueblo, pero no olviden que cuando aparezca un Mesía como el mayor hacendado del pueblo a mediados del siglo XVIII, se trata de un Pacheco.

¿Y los Castillo? De la mano de los Pacheco, nos hace olvidar la pervivencia de esa otra rama familiar de los Castillo y de la figura del jesuita Francisco Castillo e Inestrosa, que allá por 1613 mantenía firme y orgulloso su ascendencia judaica ante el Santo Oficio de Cuenca. Hombre de mundo, que debía conocer bien los entresijos de Roma, por su estancia allí en años pasados, y que ahora en San Clemente andaba en tratos con la pequeña comunidad de marranos o conversos portugueses existente en la villa. Y no hablamos sólo de aquel tendero llamado Simón Rodrigues, dedicado al trato de sedas y especias, sino de los que hacían tratos con los añinos de La Roda para proveer de materia prima a algún sombrero de Lisboa o de los Luises, esos enigmáticos hermanos, que habían establecido en el campo un pequeño fondaco de los portugueses, almacén desde donde debían comerciar y vender productos en toda la comarca... casas aisladas que estuvieron a punto de dar lugar a una nueva aldea.

Los Perona se han volcado con la ganadería a finales del quinientos. Han conseguido poder. Hasta el punto de plantarse ante Juan Pacheco, alférez mayor de la villa, en la defensa de la jurisdicción ordinaria de San Clemente. Su presencia es hasta tediosa en el ayuntamiento; les pasa lo que a los Ortega, que su apellido se repite insistentemente entre los nombres de los regidores de la villa. Ahora, los Perona, de pastores darán el salto a abogados de los Reales Consejos. Pero la actividad de estos letrados se centra en los negocios de San Clemente; a veces, más que abogados y de la compañía de otros, como el licenciado Villanueva o los Rosillo, parecen intrigantes siempre presentes allí donde hay polémica. Algo similar ocurre con los Ruiz Ángel, viven en estos años su reconocimiento social como familiares y notarios del Santo Oficio, pero esta familia siempre más apegada a lo terrenal, buscan la seguridad familiar del negocio como abastecedores de carnicerías. Acusadores de los Origüela y los Tébar hacia 1608, no dudarán aliarse con un converso como Astudillo veinticinco años después en el abasto de carnes y renegar de él poco después. Aunque si algo nos inquieta del apellido Ángel es qué hacía una familia milanesa desde fines del cuatrocientos en San Clemente.

Si algo marcará la historia de San Clemente ese año de 1612, será la irrupción con fuerza de dos hombres en la vida de la villa: don Rodrigo de Ortega y Francisco de Astudillo. Enemigos acérrimos y colaboradores necesarios cuando el interés eran común. No tendrán piedad con el arruinado Martín de Buedo Gomendio, apoderándose de su hacienda. Disputarán su poder en la villa, agasajándola con inolvidables octavas del Corpus. El triunfador a la larga será don Rodrigo de Ortega. Su triunfo es la victoria del terrateniente sobre el poder financiero de Astudillo; victoria del hidalgo que remonta, con sus sombras, sus orígenes a los primeros hidalgos de la conquista, sobre el advenedizo converso que reconstruye sus orígenes entre pobres hidalgos residentes bien en las montañas de Zamora bien en un pueblo de Guadalajara llamado Millana, cuando no entre pobres de Hellín cuyo pasado se niega o conversos del Castillo de Garcimuñoz de cuyo origen se reniega. Astudillo es un símbolo de la multiplicidad de orígenes de los vecinos de San Clemente que, en la riqueza de sus diversas procedencias, construyeron su pasado histórico común. Su derrota es el símbolo del fin de una sociedad cosmopolita. Los Astudillo, quizás por escapar de ese gueto de conversos donde vivían, que sus enemigos llamaban la calle de la Amargura, habían soñado con crear una zona de recreo ciudadana, diríamos hoy, en torno al espacio de la Celadilla. Un espacio de descanso y recreo, con sus bancos de piedra y su alameda. Las ilusiones familiares y de muchos vecinos serían destrozadas en 1641, igual que lo fueron los chopos, cortados a hachazos, y los bancos de piedra, salvajemente rotos a mazazos.

No nos podemos olvidar tampoco de los escribanos. Ante ellos pasan muchos de los tratos de los vecinos del pueblo y saben aprovecharse de ello en beneficio propio. Su sentimiento de grupo o corporativo es muy fuerte. Tanto que han constituido una cofradía propia unos pocos años antes: la de los Cuatro Evangelistas o de la Vera Cruz. Entre ellos destacan dos que harán fortuna y serán regidores del ayuntamiento sanclementino: Bartolomé de Celada y Miguel Sevillano. El segundo constituye saga familiar con sus hijos. Miguel y su hijo Juan darán fe de los acuerdos del concejo durante cuatro décadas, pero sobre todo, no lo olvidemos, serán uno de los principales agentes de la Monarquía en el corregimiento de las diecisiete villas para imponer su política centralizadora.

Mientras, otras familias claves en el espacio vital sanclementino en el último tercio del siglo XVI se deshacían. Los García Monteagudo, mantenían su presencia en la vida política del concejo, con Bautista, que casado con Catalina Ortega, pronto legaría su título y hacienda a los Ortega. Los Santacruz parecen renacer con el segundo matrimonio de doña Ana González Santacruz con Bernardo Ramírez de Oropesa, hombre de voluntad férrea y uno de los mayores ganaderos del pueblo. A su sombra se arrimará Francisco de Astudillo, aunque la principal beneficiaria será la familia Melgarejo; con uno de ellos, Tomás, había casado, para ser repudiada, Ángela, la hija de Francisco de Astudillo padre.

Otras familias se les ve presentes todavía en los albores del nuevo siglo, pero han perdido el empuje del siglo anterior. Tales son, por citar algunos, los Granero, los Alfaro, los Caballón, los Ávalos,  o los Vala de Rey. Pero, quién se acuerda de aquel capitán Vala de Rey, que había luchado con el Duque de Alba en Flandes, si no es algún descendiente empeñado en recordar el pasado militar de una familia condecorada con cinco laureadas de San Fernando. Otros, como los Caballón, de intereses más mundanos, permanecen anónimos, pero recuperarán protagonismo a mediados de siglo como depositarios del dinero de la hacienda real. Esa es la historia de San Clemente, el honor y la reputación conviviendo con lo más mundano.

¿Y las familias hidalgas? Se ha dicho una y otra vez que San Clemente es tierra de hidalgos. Falso; ningún pueblo como éste ha puesto tantas cortapisas a los hombres por ver reconocida su hidalguía. San Clemente es más bien una tierra importadora de hidalgos. De hidalgos venidos de Vascongadas, como los Mondragón, los Oma y otros que como canteros, arquitectos o plateros vinieron a levantar sus edificios civiles, religiosos y todo su patrimonio artístico. La presencia de apellidos como Zuri, Obieta, Meztraitua o Zalbide se perderán en este siglo XVII, pero su legado renacentista pervivirá para siempre. De hidalgos judeoconversos procedentes del Castillo de Garcimuñoz, como los Castillo, los Piñán o los Origüela, que reconocida o no su hidalguía la hacen imponer a golpe de ejecutoria. Y sobre todo de hidalgos procedentes de Vara de Rey. Alarcón es cabeza reconocida de la Reconquista con justicia. Nos olvidamos de Vara de Rey. Nunca ha habido pueblo tan pequeño y que haya soportado tantas familias hidalgas en su escasa vecindad. ¿No será que estas familias hidalgas se ganaron su nobleza en el campo de batalla de la Reconquista de los siglos centrales del medievo? Montoya, Pérez de Oviedo, Ortega, Rosillo, Alarcón, Cuéllar, Granero, Buedo y un largo etcétera mantendrán con orgullo su casa solar en Vara del Rey o en la aldea de Pozoamargo. Ahora bien, la pureza de la sangre cuesta mantenerla sin dinero. Los Montoya se han mezclado con los Origüela en San Clemente y un Pérez de Oviedo casa con una hermana de Pedro González Galindo. Es curioso como los Montoya omnipresentes en los oficios públicos del quinientos ahora escogen el celibato en el seiscientos. La familia dará grandes predicadores y calificadores del Santo Oficio de la Inquisición.

Pero San Clemente no sólo importa hidalgos,  también vendrán pecheros en busca de fortuna. Aquí llegarán los Rodríguez Garnica de Hellín (el segundo apellido de San Clemente les dará aceptación en la villa). Se les conocerá como los pelagatos, pero mal que les pese a las viejas familias sanclementinas, que no dudan en expulsar al regidor Francisco Rodríguez Garnica de la procesión de la virgen de Rus,  la representación de la villa ante la Corte y los Reales Consejos recae en esta familia y sus parientes los Pérez de Tudela. Otros como los Cantero vienen de Iniesta y dejarán notar su presencia con la fuerte personalidad de doña Elvira Cantero. Pero los venidos de Iniesta siempre han provocado rechazo; no es la acusación de baja procedencia que pesa sobre los Rodríguez de Hellín, es la interesada acusación de judaísmo. Los Fernández, luego transformados en Astudillo, y los Guerra vienen de Sanabria en Zamora. Otros tienen una procedencia más cercana, tales los de la Osa de Barchín del Hoyo. Con ésta y otras villas comarcanas, la permeabilidad de San Clemente en el intercambio de vecinos es constante. La reconstrucción de la historia de San Clemente no es posible si no se enfoca desde una proyección regional, que rompe los límites del Obispado de Cuenca para adentrase en ese espacio más amplio del Marquesado de Villena.

Es la población pechera la que muestra la heterogeneidad de la villa de San Clemente. Algunos con apellidos comunes como García o López, que se adornan de ecos nobiliarios,transformados en apellidos compuestos como los García Monteagudo o los López de Garcilópez. Pero esta mayoría anónima, dotada de apellidos del común, y desde su trabajo de jornaleros, pastores, comerciantes, albañiles o artesanos, fue la que levantó y construyó en su abnegación y constancia el pueblo que conocemos. Algunos de ellos, como esa minoría de poco más de setenta familias moriscas, no tenían más apellido que el que se habían visto obligados a tomar de prestado. Criticados hasta la saciedad por el doctor Tébar por su escasa profesión religiosa, nadie hizo ascos en recibirlos cuando llegaron en el cambio de los años 1570 a 1571 para aportar los brazos que escaseaban para el pastoreo y la labranza que supliera a los jóvenes de la villa muertos en la rebelión de las Alpujarras. No se tendrá contemplación con ellos, ni la Inquisición en los cuarenta años que vivieron en la villa ni la Corona cuando llegue en 1609 la hora de expulsarlos.

A pesar de todo, en 1612, la sociedad sanclementina sigue siendo una sociedad abierta. Su Plaza Mayor, presidida por su imponente ayuntamiento, convertido desgraciadamente hoy en un almacén de anticuario repleto de cosas modernas, es un espacio que invita a todo el mundo. Hay que tener mucha imaginación para ver en ella la antigua casa familiar de los Herreros, pero el espacio cívico creado por el ayuntamiento, la Iglesia de Santiago o el edificio del pósito y carnicerías nos permiten recrear en nuestra fantasía aquellas espectaculares fiestas del Corpus, los tenderetes de los comerciantes que durante la feria de septiembre se levantaban en las calles aledañas, las representaciones de los comediantes o las fiestas de toros con sus toriles en la planta baja de la casa del concejo. Las fiestas y diversiones públicas eran sufragadas por un patriciado urbano que dominaba el poder local, su munificencia desinteresada no ocultaba su egoísmo interesado. Sus decisiones políticas cada vez estaban más alejadas del buen gobierno que simbolizan las figuras en relieve del friso corrido de la cornisa.
La representación del hombre que sujeta con fuerza en una mano una soga,  expresión de la jurisdicción propia y del poder local de una villa orgullosa de sus libertades mientras que con la otra mano caída sujeta la gorra de quien, descubriéndose, sabe reconocer su subordinación a un poder superior, el de la corona, garante del bien de la república, ya no representa a los regidores que dentro de la sala del ayuntamiento ejercen un poder arbitrario; un patriciado tan egoísta en la paz como cobarde en la guerra.
Tan sólo el hombre renacentista, que con la espada en una mano y el libro en la otra, parece un símbolo para la esperanza y que nos recuerda el trasnochado ideal que don Quijote intenta revivir en su discurso de las letras y las armas. Es como si la villa de San Clemente no quisiera olvidar el espíritu cervantino que había sido la causa de su crecimiento y esplendor, que no es otro que el cada uno es hijo de sus obras.

Y, sin embargo, al igual que la Plaza Mayor empezó a cerrarse con los arcos que se levantaban, la sociedad sanclementina empezó a cerrarse y a perder dinamismo. Sobrevivió a la guerra de Granada, pero no superaría el agotador esfuerzo de las banderas que para la recluta de soldados se levantaban en la plaza desde finales de los años veinte ni la terrible sangría de jóvenes enviados a la guerra de Cataluña desde 1640, perseguidos de noche sin descanso por los campos con candiles, tal como hacía el corregidor Antonio Sevillano. Los patios renacentistas de las casas familiares fueron sustituidos por el recogimiento de la vida interior de las monjas del convento de San José y Santa Ana. Las casas palacio renacentistas, hechas a la medida del hombre, sustituidas por las casonas de los Oma o los Valdeguerrero, con grandes balconadas símbolo de su poder, pero cuya única condescendencia al exterior eran unos tímidos adornos rococós. Un Rodrigo de Ortega, llamado el rico, y símbolo en el quinientos de la nueva capa social de los labradores acomodados, ha sido sustituido por su descendiente del mismo nombre, convertido en señor de Villar de Cantos y Vara de Rey y, luego en la persona de sus sucesores, Marqués de Valdeguerrero. El nieto de Francisco de Astudillo, aparte de su título de Gentil Hombre de Boca de Su Majestad, es poco lo que aporta a la villa, acabando su herencia en manos de la Iglesia. Los sucesores de Pedro González Galindo terminarán huyendo de la villa, con la que acabarán metidos en pleitos interminables, convertidos en Condes de Villaleal, cambiando el nombre a una pequeña aldea llamada Carrascosilla de Huete con la que poco o nada tenían que ver. San Clemente ya no recuperará nunca el esplendor de antaño. Ni siquiera en el siglo XVIII, cuando todavía centro administrativo de la comarca, su poder es contestado por otros pueblos que, empujados por la pujanza del siglo, hacen ostentación de su independencia frente a la antigua cabeza de partido, convertidos en nuevas sedes de corregimientos.

Entre estos dos sanclementes, el abierto renacentista y el cerrado del barroco, hay un edificio anterior en el tiempo y que debería actuar en su permanencia como lazo de unión: el convento de San Francisco o de Nuestra Señora de Gracia.
Convento de Nuestra Sra. de Gracia (1)
Su aspecto disonante en un espacio renacentista esconde las huesos de multitud de personas principales de la villa allí enterrados. Todos juntos sin distinción de su sangre, noble o pechera, conversa o cristiana vieja. Tumbas que en su devenir diacrónico conservan los huesos de los sanclementinos que construyeron y vivieron la historia del pueblo, dando continuidad a las generaciones sucesivas.



(Valga este artículo como breve bosquejo del San Clemente de comienzos del siglo XVII y como respetuosa denuncia del estado de abandono de algunos de sus edificios históricos)

(1) Imagen tomada de José García Sacristán

jueves, 24 de marzo de 2016

El ocaso de los Buedo y el ascenso social de Francisco de Astudillo

Era el inicio del año 1612 y Martín de Buedo Gomendio se hallaba acorralado por sus deudores. Apenas si habían pasado cinco años desde que su hermana Catalina, tutora del menor Martín y viuda del capitán Alfonso Martín de Buedo, le había cedido la tesorería de rentas reales del Marquesado de Villena. El supuesto acuerdo familiar no ocultaba los apuros de la viuda ni tampoco las ambiciones y falta de escrúpulos familiares de Martín de Buedo. Era nuestro protagonista una persona que no se arredraba; nada más acceder al cargo de tesorero, en noviembre de 1605, había tenido un sonoro encontronazo con el corregidor de Chinchilla por el cobro de las tercias reales en especie. Su ambición por controlar el trigo excedentario de las tercias, y con ello controlar el precio de este producto, posiblemente no le dejara ver su aislamiento, traducido en falta de apoyos y colaboración de las autoridades y personas principales de la villa de San Clemente. Seguramente que sabía que podía confiar poco en don Rodrigo Ortega, cuyas tierras en Vara de Rey eran colindantes y cuya enemistad debía ser fama pública, pero un personaje como Francisco de Astudillo, antiguo escribano y servidor de diversos oficios públicos al servicio del corregidor de San Clemente, denostado y odiado en la sociedad sanclementina, más allá de la natural desconfianza, no debía procurarle más temores ni mucho menos predisposición al rechazo.

Cuando Martín de Buedo Gomedio fue alcanzado en las cuentas de su tesorería de 1610 y 1611 por un total de más de ocho millones de maravedíes, alrededor de 22.000 ducados, el primer postor que acudió a hacer la correspondiente puja sobre los bienes embargados fue don Rodrigo de Ortega. Sólo una persona parecía capaz de mejorar esa postura o al menos era capaz de tejer las suficientes alianzas para una puja más alta, pues nos parece dudoso que en el San Clemente de aquel tiempo, nadie superara en liquidez o numerario en efectivo al referido Rodrigo de Ortega, excluyendo claro está a los hermanos Tébar o al indiano Pedro González Galindo. Ese hombre era un converso, de la familia de los Orihuela, que había medrado a la sombra del corregidor. Había fortunas sanclementinas que venían del último tercio del siglo XVII. Algunas de ellas, con la crisis de comienzos de siglo se arruinaron. Pero los hubo avezados como Francisco de Astudillo que empezaron a descollar con el cambio de siglo. Poco sabemos de la consolidación de su fortuna que comenzaría como servidor público y sabría asegurar cuando entroncó familiarmente con los Rodríguez Garnica de Hellín (conocidos como los Pelagatos, pero con contactos en la corte por medio del procurador Rodríguez de Tudela). Francisco de Astudillo había casado con Ana María García de Villamediana, hija de Francisco Rodríguez Garnica, pero con un segundo apellido materno, Villamediana, que contribuiría a limpiar la imagen de la baja extracción social de su procedencia y hacer olvidar su sangre conversa con su matrimonio con una cristiana vieja, de las familia de abolengo en la villa y ejecutoria de nobleza ganada en la Chancillería de Granada.

Sería Francisco de Astudillo el elegido por Martín de Buedo Gomendio para sacarlo del atolladero en el que se encontraba aprisionado. Para hacer frente a su deuda, Buedo Gomendio vio cómo se ponían en almoneda sus bienes y cómo el principal postor era don Rodrigo de Ortega. La venta del oficio de tesorero era insuficiente para saldar sus deudas, pues Martín Buedo tenía otras obligaciones. No ha mucho que había tomado prestados en dos censos cerca de 4.000 ducados dotados por Juana Guedeja para sufragar las obligaciones que conllevaban la memoria fundada tras su muerte, pero Martín no podía pagar los réditos de los dos préstamos y sus fiadores, entre los que destacaba Diego de Agüero, no parecían muy dispuestos a respaldarle con su dinero, pretendiendo cobrarse de los bienes del dicho Martín el capital necesario para la redención de dichos censos. Se sumaba a estas cargas, el dinero adeudado por Buedo al pósito de Vara de Rey del que había tomado prestado a censo otros 37.000 reales. En resumen, Buedo Gomendio había hecho una apuesta arriesgada, había pedido prestados cerca de 8.000 ducados fiando su futura fortuna al ejercicio del oficio de tesorero de rentas reales del Marquesado de Villena, pero sus proyectos se había roto por la quiebra de las finanzas de la Monarquía en 1607. La bancarrota de ese año había llevado a Felipe III a postergar los pagos de la Monarquía con los asentistas extranjeros mediante un programa de conversión de la deuda flotante en deuda consolidada; es decir, nuestro tesorero vio como nuevas obligaciones de pago se acumulaban en su tesorería en forma de los llamados juros, títulos de deuda a largo plazo situados en las rentas reales del Marquesado, o lo que es lo mismo, las alcabalas y tercias del Marquesado estaban hipotecadas al pago de los asentistas extranjeros. Hasta San Clemente llegarían las exigencias de un Lucas Palavesín o un Gerónimo Serra y con ellos llegaría la ruina del tesorero.

Don Rodrigo de Ortega con su puja mostraba a Martín de Buedo su penosa situación. Ofrecía 10.000 ducados para adquirir la totalidad de los bienes del tesorero, que quedaba en la más absoluta ruina. Don Rodrigo pretendía comprar el título de tesorero por 8.000 ducados, sus tierras y casas por 1.500 ducados y sus mulas y aperos de labor por 5.500 reales. Martín de Buedo se quedaría sin hacienda y sin blanca para pagar las deudas correspondientes a los réditos del censo del pósito de Vara de Rey y al principal del censo de Juana Guedeja que le pedía su fiador Diego de Agüero para librarse de sus obligaciones. No le quedó más remedio que acudir a buscar la ayuda de quién únicamente en San Clemente estaba dispuesta a prestársela. Ese era Francisco de Astudillo, despreciado en el pueblo por sus antecedentes familiares conversos ligados a los Origüela y su baja extracción social.

Ambos, Buedo y Astudillo, acordarían por escritura de 10 de febrero de 1612 una fórmula transaccional para evitar que los bienes en almoneda cayeran en mano de don Rodrigo de Ortega. Francisco de Astudillo se comprometía en mejorar la puja de don Rodrigo en 2.000 ducados, subiendo la cifra ofertada hasta 12.000 ducados. La oferta por el título de tesorero subía hasta los 9.500 ducados; por las tierras de labor y heredad en Vara de Rey se subía la puja en 500 ducados hasta 2.000 ducados y se mantenían los 5.500 reales en las bestias y aperos de labranza, confiando que, una vez perdida la opción a las tierras, don Rodrigo desistiera.

El acuerdo transaccional entre Astudillo y Buedo radicaba en que se trataba de encubrir la postura de Astudillo como una donación inter vivos de carácter temporal, en el que no había pago de intereses pero si condiciones draconianas para la devolución del dinero. Francisco Astudillo adquiría el título de tesorero por seis años pero con el compromiso de que si Martín de Buedo al cabo de ese tiempo le devolvía los 8.000 ducados, el oficio volvería de nuevo a él o a su familia. Astudillo aportaba los 4.000 ducados necesarios para pagar a Diego de Agüero, fiador de Buedo en los censos tomados de Juana Guedeja, y deseoso de librarse de las obligaciones contraídas. Astudillo incluso cedía la explotación de las tierras de Vara de Rey a Martín de Buedo, para que con su fruto pudiera pagar los réditos del censo de Juana Guedeja y del pósito de Vara de Rey y, es más, cedía en la posibilidad de que Buedo le devolviera los 4.000 ducados prestados a razón de 1.000 anuales y una renta anual, garantizándose la recuperación de sus heredades.

Francisco de Astudillo se presentaba como el benefactor de Martín de Buedo Gomendio, a cambio de las rentas temporales que había de proveerle el uso de la tesorería durante seis años y una exigua renta de arrendamiento a pagar por Buedo por la explotación de sus heredades. Martín de Buedo, en una situación límite, confiaba en recomponer su hacienda en un plazo de cuatro a seis años, cobrando las rentas reales adeudadas por pueblos como Iniesta y la ayuda de algunos familiares de Cuenca. Por supuesto, Francisco de Astudillo pensaba que el desembolso de los doce mil ducados no era sino inversión que recuperaría acrecentada con las rentas reales cobradas en los próximos seis años y maquiavélicamente jugaba la carta de quedarse, dadas las condiciones draconianas, con el oficio de tesorero y convertirse en terrateniente a costa de Martín, cuyas tierras quedaban hipotecadas a los pagos anuales comprometido con Astudillo. Pero uno y otro calculaban mal; don Rodrigo de Ortega se disponía a mejorar su propia oferta de 10.000 ducados  y la de los 12.000 de Astudillo por los bienes de Buedo. Tanto Astudillo como Ortega estaban arriesgando demasiado y poniendo sobre la mesa la totalidad de sus capitales. ¿Qué garantías tenían para incrementar sus ofertas? Esas garantías eran las alianzas familiares que ambos habían tejido en esos años. Era la hora de los cuñados. En ayuda de Rodrigo de Ortega acudió Bautista García de Monteagudo, casado con su hermana Catalina. En socorro de Astudillo llegaría el capitán Francisco Rodríguez Garnica, hermano de su mujer.


                                                          (Continuará)





ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ Caja 2854, PIEZA 7. Martín de Buedo Gomendio, vecino de Vara de Rey, con Francisco de Astudillo, tesorero de rentas reales del Marquesado de Villena, vecino de San Clemente sobre el oficio de tesorero. 1620

miércoles, 23 de marzo de 2016

La tesorería de rentas reales del Marquesado y el ocaso de los Buedo.

El capitán Martín Alfonso de Buedo había muerto en 1605, durante veinticinco años había desempeñado el título de tesorero de rentas reales del Marquesado de Villena. Nada más morir se iniciará una disputa por la posesión de la tesorería, en la que los principales actores serán su viuda, Catalina de Buedo Gomendio, vecina de San Clemente, y su cuñado, y hermano de la anterior, Martín de Buedo Gomendio.

Catalina de Buedo Gomendio, como tutora y curadora, intentaba hacer valer los derechos de sus hijos menores, entre ellos el mayor, también llamado Martín de Buedo. El 18 de febrero de 1607 presentará una escritura defendiendo los derechos de su hijo Martín, pues el título de tesorero había sido comprado por dos vidas por su padre; pero quien realmente ejercerá la tenencia será el mencionado tío del menor, Martín de Buedo Gomendio, que usará del título en nombre de su sobrino en un primer momento, para hacerse después con el título por dos vidas. Se valdrá de la argucia de ampliar el título por una vida más en los sucesores del menor Martín, pero al no poder ni él ni su madre pagar los 1100 ducados del privilegio, será el tío quien pague la cantidad y adquiera los derechos al título de los sucesores de Martín de Buedo el menor.

En mayo la viuda Catalina de Buedo Gomendio, acuciada por las deudas, es incapaz de defender los intereses de sus hijos. Los bienes heredados del difunto capitán Martín Alfonso de Buedo son puestos en almoneda. Son subastados el título de Tesorero, por lo que correspondía a la primera vida en manos del hijo Martín, y diversos bienes, que incluían casas principales y accesorias, huertas, cebadales, ganados, sembrados, barbechos y mulas de labor. El título y los bienes serán comprados por el sanclementino Diego de Agüero y su mujer por la cantidad de 9.000 ducados. No tardará en traspasar por 4.500 ducados el título de tesorero al tío de los menores deshauciados, el citado Martín de Buedo Gomedio y su mujer Ana de Preceda Borgoño, que se harán con la propiedad plena del título de tesorero de rentas reales del Marquesado. La relación entre Martín de Buedo y Diego de Agüero era financiera, pues el segundo era el fiador de Martín de Buedo Gomendio, en el pago de un censo que éste había tomado de principal de 3.800 ducados y perteneciente a la memoria fundada por doña Juana Guedeja.

Martín de Buedo Gomendio sería incapaz de defender la tenuta del título de tesorero. La reordenación de la deuda de 1607 le llevaría a una serie de impagos a los asentistas extranjeros como los hermanos Castro, Palevesín o Jerónimo Serra, dueños de juros situados sobre las rentas del Marquesado. Alcanzado por los impagos de 1610 y 1611, se vería abocado a la bancarrota, a la ejecución de bienes y a su prisión. Hasta 1620 no tendrá posibilidades de pleitear para defender e intentar recuperar su hacienda. Unos años antes había renunciado a defender sus bienes, tratado como un apestado en la villa de San Clemente, a la que se impedía su paso y el de los procuradores y humillado por sus acreedores Francisco de Astudillo y Rodrigo de Ortega:

Y que viéndose tan pobre, sin tener de donde sacar dinero para seguir el pleyto, por auerse alçado con toda su hazienda, y andar huyendo por los campos, y el dicho Astudillo ser hombre tan poderoso, y tener de su mano a las justicias, y quererle meter en una cárcel, para no pedir su justicia

Ya nos hemos referido al expolio de sus bienes por don Rodrigo Ortega, ahora nos compete estudiar el papel del otro actor en este desahucio: Francisco de Astudillo, el padre.


                                                          (continuará)


ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA (AChGr). 01RACH/ Caja 2854, PIEZA 7. MARTIN DE BUEDO GOMENDIO, VECINO DE VARA DEL REY, CON FRANCISCO DE ASTUDILLO, TESORERO DE LAS RENTAS REALES DEL PARTIDO DEL MARQUESADO DE VILLENA, VECINO DE SAN CLEMENTE, SOBRE EL OFICIO DE TESORERO. 1620

martes, 22 de marzo de 2016

Censo de moriscos de 1594: San Clemente

Los censos de moriscos en el Obispado de Cuenca han sido estudiados por Mercedes García Arenal (1). Se elaboraron (nos quedan) en 1581, 1589 y 1594. El presentado aquí se corresponde al de 1594; el censo original de ese año se conserva en el Archivo Diocesano de Cuenca. El presentado aquí es una copia de la colección Pascual Gayangos existente en la Biblioteca Nacional, que es un resumen del original existente en Cuenca y que no tiene la minuciosidad de datos que nos aporta el primero. En San Clemente vivían 259 moriscos correspondientes a 74 familias (en este concepto incluimos 5 familias unipersonales). A ellos habría que sumar 23 moriscos más agrupados en siete familias que vivían en Perona y Villar de Cantos. Frente a la creencia generalizada de una población prolífica, el número de miembros por familia se sitúa en 3.5. La edad de los hijos nos muestran matrimonios muy tardíos para la época.

El censo próximo de millones indica una población global para San Clemente de 1572 vecinos; es decir, el censo de moriscos supone un 4.70% de la población. En los censos confeccionados en 1581 y 1584 había censados 164 y 236 moriscos, respectivamente.



 San Clemente

  • Hernán López de edad de 38 años
  • Catalina López su mujer  de 38 años
  • María su hija de edad de 13 años
  • Ysauel su hija de 11 años
  • Luysa su hija de quatro años
  • Gerónima de seys meses
  • Ana su hija de dos años
  • Fernado su hijo de 9 años
  • Catalina su hija de 7 años