EL NACIMIENTO DE LAS ALDEAS DE VILLANUEVA DE LA JARA
EL NACIMIENTO DE LAS ALDEAS DE VILLANUEVA DE LA JARA
En la mitad de la centuria del quinientos, los gobiernos
municipales estaban cayendo en manos de oligarquías cerradas. No es que antes
fueran ayuntamientos abiertos, pero ahora el poder local era pretendido ser
monopolizado por algún apellido afortunado. Era el caso de Castillo de
Garcimuñoz, donde Francisco Melgarejo quería hacer valer su fortuna, estimada
en cincuenta mil ducados, para controlar el poder municipal. El clan Melgarejo
pasaba por ser uno de los más ricos de toda la comarca, además del citado
Francisco, su madre poseía una fortuna de veinte mil ducados, y los hermanos
Diego y Valeriano de ocho a diez mil cada uno. Claro que una cosa era la
ambición de los Melgarejo y otra la realidad de unas enemistades y odios
soterrados, que afloraban tan pronto como esa ambición despuntaba. Si las
ambiciones de los Melgarejo para hacerse con el señorío de Valera de Yuso tuvo
que ceder ante la rama sanclementina de los Castillo, el intento de ver
reconocida su posición económica con el reconocimiento social en su pueblo,
Castillo de Garcumuñoz, chocó con la oposición de las familias de la villa, que
enseguida recordaron la ascendencia judía de la familia.
Fue en febrero de 1569, cuando siguiendo la tradición de los
libelos, que por lo que vemos eran más comunes de lo que se pueda pensar, y así
lo reconocía nuestro testigo Pedro de Liébana, cuando al ayuntamiento del
Castillo de Garcimuñoz llegó una carta cerrada desde la Corte con graves
injurias contra Francisco Melgarejo y su familia:
“que se extendió tanto la malicia en la dicha villa que
puede aver ocho o nueve días poco más o menos tiempo que echaron una carta
cerrada e sellada con un sobre escripto para el ayuntamiento de la dicha villa
del Castillo con dos reales de porte, la qual echaron en los poyos plaços de la
audiencia de la dicha villa que es el más público lugar de la dicha villa la
qual carta venía enviada como de la
corte de su magestad e se dize públicamente en la dicha villa que lo que la
carta conthenía eran muchas ynjurias contra los dichos melgarejos e otras
personas de la dicha villa que según dizen los que avían oydo leer hera que
dezían que los dichos melgarejos el dicho Francisco Melgarejo e los demás de
sus debdos thenían más de conversos e judíos que de hidalgos”
Aunque la carta iba cerrada, hubo quién, cuyo nombre
delataremos después, tuvo la idea de llevarla a la iglesia del convento de San
Agustín, donde se leyó, ni más ni menos que cuatro veces, ante una gran
concurrencia de vecinos, que se encargaron por el boca a boca de propagarla por
todos los pueblos de la comarca. O eso decía algún testigo, confundiendo la
rumorología con la verdad, pues la lectura había sido más restringida y la el
escaso celo en guardar el secreto la causa de su divulgación.
El licenciado Melgarejo había ido a la Corte, dos meses
antes, a traer una provisión real que facultaba a los hidalgos para entrar en
los oficios concejiles de la villa. La vuelta con la provisión sentó mal en el
pueblo, con improvisadas juntas de vecinos, murmuraciones y apelaciones a poner
en conocimiento del marqués de Villena la alteración de la elección de los
oficios concejiles. El sacristán Alonso de Villarreal la vio y entregó al
escribano de Castillo de Garcimuñoz, Alonso Calero, acabando la carta en manos
del alcalde Ambrosio de Alarcón, quien es de suponer que tenía pocas simpatías
a los Melgarejo, pues fue él quien la divulgó. Las acusaciones de la carta eran
tan comunes como reales en la época; la ascendencia judía disimulada y el
soborno de testigos para conseguir ejecutorias de hidalguía eran prácticas
habituales, no era tan común atreverse a propagar públicamente estas verdades. El
caso es que todos decían haber jurado para no contar las “cosas malas” que
decía la carta, pero todo el mundo conocía el texto. Ambrosio Alarcón reunió en
el claustro del convento de San Agustín a varios vecinos del pueblo para leer
la carta, bajo juramento de no desvelar su contenido: el bachiller Valenzuela,
alcalde ordinario, Felipe de Guadarrama, escribano, Alonso de Piñán, regidor,
Miguel de Portilla, teniente de alguacil, y fray Cristóbal de Caballón, prior
del convento de San Agustín. La lectura de la carta en lugar sagrado era
intencionada, de l mismo modo que la lectura bajo juramento de no divulgarla en
el ayuntamiento, lugar público.
La vida social de Castillo de Garcimuñoz transcurría a
mediados del siglo XVI en torno a sus edificios emblemáticos, pero el castillo
parecía ajeno. Los hombres se reunían en el claustro del convento de San
Agustín o a la entrada de la iglesia de San Juan, aunque el lugar predilecto de
sociabilidad era la plaza pública, donde residía el ayuntamiento. Allí, sus dos
alcaldes impartían justicia en una sala que se abría a la plaza, separada
únicamente del exterior por una verja y dotada de una puerta para el acceso. En
el interior de la sala, llamada portal por los vecinos, estaban los llamados
“poyos plazos”, unos asientos de madera, donde se celebraba la audiencia de los
juicios ante el alcalde ordinario y el escribano. Desde esta sala se subía por unas escaleras a
un corredor superior, que daba a una sala donde se reunía el concejo de la
villa en reunión ordinaria todos los viernes, amén de las sesiones
extraordinarias; no faltaba un archivo dotado con cajones para guardar los
privilegios y actas de la villa y, en la sala de reuniones, un brasero, donde
se solían quemar las cartas y papeles más comprometidos. El ayuntamiento
contaba con un reloj mecánico que marcaba los tiempos de la vida del pueblo y
al que cada mañana Alonso de Villarreal, que compaginaba el oficio de sacristán
con el de portero del ayuntamiento, controlaba su correcto funcionamiento,
adobaba y regía, se decía. Alonso se daba por cargo el regir el reloj, orgullo
del pueblo, y cada mañana acudía al ayuntamiento con su llave para esta misión.
El caso es que Francisco Melgarejo fue cerrando el círculo
para arrinconar a sus enemigos. Logró ante el gobernador Hernández de Cuéllar
la prisión de Alonso Villarreal que encontró la carta, la de Gonzalo y Jerónimo
Inestrosa, padre e hijo, que habían depositado la carta la noche de antes y
que, caso de Gonzalo, se enfrentó a espadazos con Francisco Melgarejo, eran suegro
y yerno, en el corredor de la primera planta del ayuntamiento, aunque la cosa
parece que no llegó a más, quizás por la superioridad de los Inestrosa,
apoyados por un negro, propiedad de la familia. Gonzalo de Inestrosa era de la
opinión, anterior al libelo, que la concesión de la mitad de los oficios a los
hidalgos era contraria a la nobleza de la villa, en tanto entraban en los
cargos concejiles personas de dudosa reputación, en expresa mención a los
Melgarejo. Las acusaciones de Francisco Melgarejo iban directas contra su
suegro Gonzalo de Inestrosa, presentando incluso manuscrito del mismo para
cotejar con la letra de la carta que ni aparecía ni nadie desvelaba su
paradero. La realidad era que todos querían zanjar el asunto ante un indignado
Francisco Melgarejo que pedía la pena de muerte para los difamadores. Pero los
hombres más respetados del pueblo, como el regidor e hidalgo Alonso Piñán y Salazar,
el regidor Juan de Liébana, el alcalde Valenzuela o el licenciado y médico
Núñez guardaban silencio. Curiosamente tanto Inestrosa como Melgarejo eran
hidalgos, aunque estos últimos habían conseguido la ejecutoria hacía poco.
Teóricamente una provisión de reserva de la mitad de los oficios debía
beneficiar a ambos, pero la realidad es que los Inestrosa veían la presencia de
los Melgarejo como una intromisión. Es posible que lo que se estaba poniendo en
cuestión era el régimen de lo veinticuatro establecido en 1493, aunque por los
nombres que nos aparecen este régimen de gobierno, fundado en el fuero de Sevilla,
estaba muy adulterado, de la reserva de las viejas familias a los oficios, se
había pasado a la presencia de muchos advenedizos, y los Melgarejo, sin ser
tales, eran los más peligrosos.
Los Melgarejo, se decía en Castillo de Garcimuñoz, que tanto
tenían de conversos como de hidalgos. Y es que en el pueblo nadie quería
remover viejos asuntos turbios de sangre, en los que todos tenían algo que
temer, en expresión de un exculpatorio testigo “a los Melgarejo no les tocaba
de sangre judía sino el cabo de las agujetas”. En tanto unos se empeñaban en
tapar, otros propagaban a los cuatro vientos. La carta en posesión de Ambrosio
Alarcón era tal cerilla junto a barril de pólvora, pues el alcalde la leía y
releía por las calles del Castillo de Garcimuñoz. Y es que Ambrosio de Alarcón
no daba descanso a los Melgarejo. El veintiocho de febrero de 1569, diez días
después de la primera carta, Ambrosio interrumpió en plena misa, en el convento
de San Agustín, al hombre del marqués de Villena en el Castillo, el gobernador
Hernández de Cuéllar: otra carta había aparecido tras la verja de la sala de
audiencias del ayuntamiento. El gobernador no dudó, mandando quemar la carta
sin abrirla, pero la curiosidad de los presentes, Ambrosio Alarcón, el regidor
Piñán y el escribano Calero pudo más; no había lumbre a esas horas y poco
costaba leer el escrito, pero esta vez la carta estaba en blanco, pues se
trataba de una broma de mal gusto. En blanco o no, daba igual. En Castillo de
Garcimuñoz era imposible guardar los secretos, a la noticia de la nueva carta
habían acudido varios vecinos del pueblo enterados de la súbita aparición y
como cada cual entendía lo que quería entender nuevos rumores se extendieron
por el pueblo. La rumorología en Castillo de Garcimuñoz tenía como lugares de
propagación los edificios religiosos. El gobernador Cuéllar desconfiaba del
fervor religiosos de las autoridades; los principales sospechosos de la autoría
de la carta habían sido vistos el dieciocho de febrero en la iglesia de San
Juan, la claustra del convento de San Agustín, la iglesia de Nuestra Señora de
la Concepción y el cementerio anejo a esta última iglesia. Incluso Gonzalo de
Inestrosa decía haber recibido las primeras noticias de la carta por su mujer,
presente en la iglesia de San Juan, oyendo misa.
Mientras unos jugaban a juegos peligrosos, Gonzalo de
Inestrosa trataba de erigirse en defensor del buen gobierno de Castillo de
Garcimuñoz, reconviniendo a su yerno Francisco Melgarejo, para que no alterase
los oficios concejiles de la villa: “porque era poner a fuego a esta república
y destruir las conciencias de ella y hacer año en las haciendas”. Junto al
prior de San Agustín, Pedro de Arboleda y el licenciado Meléndez intentaban
sosegar la república. Viejos conceptos de hombres viejos, en las antípodas de
nuevas generaciones que veían el poder y la riqueza un fin en sí mismos.
Mientras Melgarejo estaba para pocos compromisos, habiendo conseguido la cárcel
de Gonzalo de Inestrosa y su hijo Jerónimo, primero en la sala del ayuntamiento
y luego en casa de Catalina Tapia, aunque su pretensión era meter a su suegro
en la cárcel pública. Si era el mentor ideológico de los opositores a sus
ansias de dominar la república de Castillo de Garcimuñoz poco importaba que
fuera o no el autor material de los hechos, era culpable.
AGS, CRC, LEG. 215-3
En la persona del conde de Buendía, de la familia Acuña, recaía el cargo de alcalde mayor de mestas y cañadas, aunque ejercía su oficio con seis lugartenientes. Estos alcaldes entregadores tenían entre sus competencias:
En 1567, se asigna al alcalde entregador Luis Ortiz el
partido de Cuenca que comprende: primeramente, Cuenca, sus señoríos, la Mancha
y lo reducido del marquesado de Villena. Murcia y Cartagena, que se entiende
las villas y lugares de la sierra aquel cabo y Lorca con Moratalla y Moratalla,
Socuéllamos con todos sus términos.
En 1567, se presenta demanda contra Eugenio de Adrada por
haber sembrado media fanega de viña en la cañada y vereda de Santa Catalina. La
plantación de viñas en esta cañada se remontaba a más de cien años atrás, según
los perjudicados. Allí también poseía una viña Andrés Peláez plantada hacía más
de cincuenta años. Se discutía si la cañada de Santa Catalina que bajaba hasta
El Provencio era recorrida o no por los ganados serranos, o vereda para los
servicios de los ganados de la dicha villa que venían por ese camino hasta el
pueblo a esquilar y aunque se reconocía que alguna vez habían pasado por la
vereda ganados serranos con destino a los extremos, ahora era poco transitada
por los mismos. Eran dos casos diferentes, sobre los que el alcalde entregador
determinó de forma diferente: respeto de las viñas antiguas, pero sentenciando
en contra de las plantadas a comienzos de siglo. Era evidente que el desarrollo
de los viñedos había expulsado de esta ruta a los ganados.
En la cañada de San Cristóbal, en la mojonera con Alcaraz
también surgían los conflictos: “que hera cañada y vereda rreal y muy antigua
para los ganados de los hermanos del concejo de la mesta de la dicha villa del
Provencio y algunas veces para los serranos que venían de los estremos a las
sierras a pasar y salir al puerto que dicen de Socuéllamos donde nos pagan
servicio y venían a pasar el dicho puerto de Socuéllamos los dichos ganados por
la dicha cañada y vereda y veredilla que decían de San Cristóbal en tiempo de
aguas porque por la cañada que decían de la mojonera de Alcaraz donde los
dichos serranos tienen por más cosaria cañada no podían por ella pasar en el
dicho tiempo sino hera por la dicha cañada de San Cristóbal por yntercesión que
avía un puente en ella por donde pasaban los dichos ganados y por la cañada que
decían mojonera de Socuéllamos a un rrío que se decía Záncara por donde los
dichos serranos yban y en la dicha cañada no avía puente y por esta causa los
dichos ganados serranos venían a pasar la dicha cañada que decían Sant
Cristóbal y avían visto que para los dichos ganados hera cañada rreal y vereda
muy antigua”.
La cañada de San Cristóbal estaba rompida en 1567 con campos
de siembra y alguna viña por labradores como Gil López, Ginés Esteban,
Francisco López, Francisco Perona, Bartolomé López el viejo, Pedro Sanz de
Grimaldos, Juan López de Grimaldos, Pascual Carrasco, Cristóbal Sánchez de las
Casas, Francisco Romero, Juan López de Medina, Mateo Medina, Diego de Poveda, Pedro
Catalán, Hernán Sanz de Haro, Bartolomé López. Clemén Sanz, al igual que Pascual
Sancho de don Sancho y otros, tenía sembrado un campo de nabos en la cañada
llamada de Las Pedroñeras y Miguel Díaz el viejo, Pedro Porras, Pedro Sánchez
de la Mota, Alonso Hernández de Titos, la viuda de Alonso del Provencio, Pedro
Hernández, Francisca Romera, Hernando de Jérez, Andrés Ruiz y Diego López Pérez
sendos campos de cebada. En la cañada de San Roque, un paraje a la salida del
pueblo en la cañada de Santa Catalina, el que rompía tierras era Miguel
Sanciller.
La rotura de las cañadas se hacía con la labranza de
pequeñas hazas de tierra de menos de media fanega de extensión, cultivadas de
cereal y, en menor medida, de vid. El cultivo de nabos, muy extendido en la cañada
que iba a Las Pedroñeras, alternaba con los barbechos en el año de descanso de las
tierras de pana llevar. La extensión de estas hazas o majuelos, todas
inferiores a la mencionada fanega, no lleva a pensar en la posibilidad de un
repartimiento de tierras previas entre vecinos. De hecho, el concejo de El
Provencio no aceptaría los autos del alcalde entregador y los apelaría ante la
Chancillería de Granada. La apelación del concejo de El Provencio tenía su
sentido en el contexto de la política del Reino. Felipe II había decidido
asumir para la Corona el oficio de alcalde mayor entregador cedido en su tiempo
al conde de Buendía, en palabras de la propia provisión real de 15 de agosto de
1568, por la actuación siniestra y sin experiencia de los seis alcaldes
entregadores que nombraba. En el fondo del asunto, estaba el rompimiento de
tierras en los pueblos para hacer frente a la presión demográfica. El Provencio
era un caso más. Ese mismo mes de agosto, la Mesta celebraba una asamblea de
hermanos en Ayllón, encomendando para el partido de Cuenca, un nuevo alcalde
entregador, el doctor León, para revisar las sentencias dadas por su predecesor.
Los intereses de la villa de El Provencio serían defendidos por su síndico
Andrés Hernández.
El alcalde mayor Pedro León procedió a un nuevo deslinde de
las cañadas:
·
La dicha cañada e vereda que dicen de San Roque
se mida desde la senda que va a Santa Catalina que está junto al majuelo de
Alonso García e de allí adelante como va a Santa Catalina se mida por las
noventa varas que su magestad manda que aya de cañada e desde allí a la dicha
villa del Provencio mando que quede por acogida e se guarde ansí como al
presente está e que los señores de las
viñas que tienen en la dicha acogida las cierren
·
La vereda que dizen de las Pedroñeras, que no
es vereda de serranos sino vereda del lugar e por ella no pasavan ganados que
fuesen de cañada, se guarde ansí como al presente está sin que esté más ancha
ni angosta pues está como antiguamente solía estar que es como está al presente
agora syn que en ella aya otra medida ny marco real pues no es cañada de las
que su magestad manda aya noventa varas.
·
En la dicha vereda que dicen de San Cristóbal
desde la mesma hermita adelante que está entre villas se esté como al presente
está sin más anchura porque antiguamente no estaba más ancha y es muy poca
distancia de tierra e salen luego los ganados estendidos en esta cañada real
cosaria más de en tiempo de aguas e necesidad que acostumbran algunas veces
pasar ganados serranos e desde la dicha hermita de San Cristóbal viniendo para
esta villa no embargante que no sea cañada real por pertenecer costumbre los
dichos ganados serranos de por ella pasar mandábase a la dicha acogida de cinco
cuerdas que son setenta y cinco varas conforme a la concordia que entre el procurador
del concejo de la Mesta y de esta villa a avido e que los señores de las
tierras sean obligados a dexar el un año de la una parte las dichas setenta y
cinco varas
La Chancillería de Granada daría por buenos estos apeos el 29
de diciembre de 1571. La ejecutoria será de 8 de enero de 1572
AHN, DIVERSOS-MESTA,166, N.2.
Provencio (Cuenca). Ejecutoria contra la villa de Provencio sobre roturas en la
cañada.
******************
Concesiones del Cardenal de Tortosa, Adriano de Utrecht a la ciudad de Cuenca
1.- Concesión de un mercado franco los jueves:
"que agora e de aquí adelante quanto nuestra voluntad e merçed fuere se haga en esa dicha çibdad un mercado el día del jueves de cada semana para que todas las personas que a él vinieren sean francos de alcauala de todos los mantenimientos que a la dicha çibdad truxieren y en ella se vendieren o conpraren e contrataren el dicho día jueves de cada semana" (1 de diciembre de 1520)
2.- Concesión de once jurados, uno por collación
"vos damos liçençia e facultad para que de aquí adelante en quanto nuestra merçed e voluntad fuere cada una de las colaçiones desa dicha çibdad pueda llegar e nonbrar un jurado para que esté en el rregimiento de la dicha çibdad e esté presente a todo lo que en ella se hiziere e platicare con tanto que no tenga voz no voto, pero mandamos que si alguna cosa se hiziere en el dicho rregimiento de que a los dichos jurados o qualquier dellos paresca que la dicha çibdad e su tierra rreçiben agrauio que lo puedan contradezir e tomen por testimonio syn contradiçión ante escriuano del conçejo desa dicha çibdd el qual se lo aya de dar o dé para que nos puedan hazer saber lo que asy se oviere fecho o sy fuere en perjuiçio de la dicha çibdad lo mandemos rremediar" (Medina de Rioseco, 27 de noviembre de 1520)
Se pide, el 13 de abril de 1521, al teniente de corregidor licenciado Palencia se saque un traslado ante escribano de estas dos provisiones, pues se van a llevar a la corte para confirmar y se teme se puedan perder. Poco después le concejo de Cuenca ordenará la retira de sus cuatro procuradores en la Santa Junta, que salvo Alcocer, vuelven ese mismo mes o comienzos de enero a la ciudad. El traslado de las dos cartas va a acompañado de una misiva al emperador Carlos para que las confirme, al tiempo que pide se castigue a Rodrigo Manrique por su intento de tomar la ciudad el 18 de octubre de 1520. Ambas peticiones habían sido citadas como causa de deservicio a la Corona en el perdón de los gobernadores a la ciudad 13 de marzo de 1521.
Evidentemente detrás de estas misivas está Luis Carrillo, que ha intentado mantener un equilibrio con los comuneros de la ciudad con estas concesiones que ahora se ven peligrar. Con fecha de 13 de abril de 1521, también, Luis Carrillo de Albornoz escribía una carta personal al Emperador para que se concediesen dos escribanías que había quedado vacante en Motril y Salobreña la una y en Almuñecar la otra. Lo curioso es cómo Carrillo se presenta en un lenguaje enrevesado como un fiel servidor del emperador: "haunque mis serviçios no lo merescan tenga memoria dello" o "que nadie pienso me haze ventaja de quantos serbydores tiene vuestra majestad". Si a estas alturas el compromiso parece imposible con viejos enemigos como Rodrigo Manrique, se busca compromisos con viejos enemigos como el regidor Andrés Valdés, desterrado en agosto de la ciudad por los comuneros, que manda una carta ese 13 de abril al emperador para ver reconocidos sus servicios. Luis Carrillo se ha garantizado el apoyo del corregidor Rodrigo de Cárdenas unos días antes, que en carta de 4 de abril abogará por él, presentándolo como "para la paçificaçión desta provinçia de todo esto es mucha cabsa Luys Carryllo de Albornos". Previamente la ciudad de Cuenca ha decidido mandar en favor del prior de San Juan gente de guerra y artillería, como ya lo ha hecho anteriormente en apoyo del marqués de Moya.
Por carta de 3 de septiembre de 1520, Fernando de Cabrera y Bobadilla, I Conde de Chinchón, e hijo segundón de Andrés Cabrera, marqués de Moya pedía refuerzos para controlar la situación en sus estados. Entre sus haberes el control de Almoguera para el bando realista y una cita a las tierras de Cuenca y Huete:
"más aún fueron causa que Cuenca e Huete y toda la comarca se rreduziese y allí veníamos todos los servidores de su magestad a cobrar ayuda y favor"
Francisco Bazán era señor de Valera de Yuso*, el 27 de septiembre de 1520 se hallaba en Honrubia, un lugar dependiente de la villa de Alarcón, acogido por aliados y amigos, después de escapar de su villa tras el alzamiento de los vecinos de su pueblo contra su jurisdicción y señorío y despojar sus propiedades y bienes. Según la confesión del propio interesado en un memorial a un procurador que enviaba a la Santa Junta, ni más ni menos, pidiendo justicia, y que recogió hace ya tiempo Gutiérrez Nieto(1), los sublevados, sus vasallos, le habían echado de su pueblo, en una rebelión armada en la que se habían apropiado del grano de sus cámaras y molinos del vino de sus tinajas y de cualquier cosa de valor de su casa, apropiándose de más de ciento cincuenta corazas y coseletes, ballestas, escopetas y otras armas.
El humillado señor pedía recuperar pues sus bienes y señorío, amparándose en la Ley de Valladolid. La primera reivindicación de sus vasallos era liberarse del yugo señorial y ser de realengo.
"que un día del mes de setienbre próximo pasado deste presente año los veçinos de la dicha villa de Valera vasallos del dicho don Françisco por fuerça con armas se alçaron con la dicha villa diziendo querían ser rrealengos e se dieron a la çibdad e comunidad de Cuenca y le tienen despojado de su posesión"
Reivindicación que han querido ver historiadores como Diago motivo de equívoco en la actitud de los propios comuneros de la ciudad de Cuenca de recuperar para la ciudad viejas aldeas en condición de señorío. Por los testigos que nos aparecen en la escritura de Honrubia hemos de presuponer que Francisco Bazán fue a refugiarse en casa de Diego de Origüela, un viejo criado de los Pacheco y de Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón. La defensa de su causa la llevarían a Tordesillas Diego de Origüela y Alonso de Alcocer, que acompañaron a Cristóbal de Torrijos, procurador de Francisco Bazán.
Cristóbal Torrijos, vecino de Castillo de Garcimuñoz, llevó el memorial de agravios y la carta que le otorgaba el poder de Francisco Bazán ante la Reina Juana y la Santa Junta, que por entonces residía en Tordesillas, un ocho de octubre. No se lo pensó mucho la Junta, que sin duda veía con desagrado estas rebeliones antiseñoriales y que el nueve de octubre de 1520 contestó con un escueto "que se verá", para añadir a continuación "que se comunique con los procuradores de Cuenca", una apelación que era invitación peligrosa a la ciudad de Cuenca a entender en los asuntos de una aldea que hacía tiempo se movía en la política del marquesado de Villena y alejada de los intereses de la Tierra de Cuenca a cuyo suelo pertenecía.
Los procuradores de Cuenca ante la Santa Junta, Juan de Guzmán y Juan de Olivares, responderían con una dura carta desde Tordesillas el 10 de octubre negando todo derecho o razón a Francisco Bazán, pero sobre todo declararon intencionadamente la pertenencia de Valera de Yuso a la tierra de Cuenca y al realengo, haciendo suya la aspiración de sus habitantes de volver a la Corona:
"que la dicha Valera de Yuso es de la dicha çibdad de Cuenca y de vuestra Corona rreal"
Por boca de su procurador se defendería don Francisco de Bazán, que el 16 de octubre pidió amparo para la restitución de su señorío en el plazo de tres días según la Ley de Valladolid. Acusó a los procuradores de Cuenca de connivencia con sus vasallos sublevados, pues " es un mismo dicho e rrazón". La insistencia de Francisco Bazán en buscar una solución rápida al conflicto chocaba con los intentos de los dos procuradores conquenses de alargar el contencioso en el tiempo, se beneficiaban de la situación sobre terreno mientras intentaban hacerse con los papeles que mostraran la cesión de Valera de Yuso a Alonso Sánchez de Inestrosa como una usurpación en tiempos de Enrique IV. No olvidemos que el comendador Alonso Sánchez de Inestrosa tuvo que ser perdonado por Isabel la Católica tras la primera fase de la guerra de Sucesión castellana para recuperar la villa de Valera.
Don Francisco Bazán fracasaría en su intento de una pronta devolución de Valera, pues el 22 de octubre, los diputados de la Junta emplazarían a la ciudad de Cuenca y a los vecinos de Valera para exponer sus razones. Los intentos nuevos de Francisco Bazán para que fueran escuchadas sus pretensiones con un nuevo juicio de calumnia de testigos fue desechada por los diputados comuneros de Tordesillas. Don Francisco Bazán debió esperar mejores tiempos, mientras que pueblos del sur de Cuenca como Albaldejo del Cuende, Altarejos u Olmeda se alzaban contra sus señores, viejos herederos de los criados del marqués de Villena.
*Francisco de Bazán era alcaide de Requena y señor de Valera de Yuso, casado con Elvira de Inestrosa, hija del comendador Alonso Sánchez de Inestrosa, señor de la villa. Los derechos de Elvira sobre la villa serían cedidos a su sobrino Melchor Carrillo, hijo de su hermana Constanza
(1) GUTIÉRREZ NIETO, Juan Ignacio: Las comunidades como movimiento antiseñorial. Planeta, Barcelona, 1973, pp. 188-189
(2) DIAGO, Máximo: "El movimiento comunero en Cuenca y su provincia" en Castilla en llamas, la Mancha comunera, coordinado por Miguel F. Gómez Vozmediano, Ed. Almud, 2008
Decía el gran historiador Michelet que "casi siempre los que suben, se pierden, puesto que se transforman, se tornan híbridos, bastardos, pierden la originalidad de su clase, sin ganar la de la otra. Lo difícil no es subir sino, al hacerlo, seguir siendo uno mismo". Es dicho que siempre he aplicado a los demás más que a uno mismo, pues fiel he seguido a mi ubicación en los infiernos, más en el papel de condenado que de diablo.
Era el año 1560 y el regidor iniestense Francisco Lorca andaba preso en la cárcel. Su delito, añadir unas cuantas "eses" a una provisión real. La acusación había partido de los hermanos Atienza y otros vecinos contra los regidores del ayuntamiento. Se acusaba especialmente a Francisco de Lorca y a Alonso López de falsedad documental al haber adulterado el texto de una ejecutoria para quedarse con una mayor parte de las rentas
"atento que presenta la carta executoria e husaron della en fabor de los dichos justicias en regidores de la dicha villa se prueba que consta estar añadidas las dichas letras como por ella consta que piden de sus arrendamientos pidiendo la renta de don Juan Manuel juntamente con la del refitor de la meytad della y en la primera carta dize de su arrendamiento e se prueba por otra letra e tinta".
La condena contra los regidores perpetuos Francisco Lorca y Alonso López, dictada por el alcalde mayor Estrada en mayo de 1560, fue fulminante, dos años de destierro y diez mil maravedíes para la cámara de su majestad. Apenas si había pasado dos años del cohecho.
La denuncia contra los regidores había nacido de los hermanos Cristóbal y Alonso Iniesta, que habían visto embargado el pan de su cosecha por negarse a pagar las fraudulentas rentas. La condena de Francisco Lorca fue sentida por el concejo de Iniesta como propia, haciendo causa común con el regidor y llevando el caso a la Chancillería de Granada. Al ser emplazado Alonso de Iniesta por la Chancillería de Granada y citado a presentarse en el plazo de quince días en Granada, después de una primera notificación infructuosa por hallarse en Valencia, este alegó sabiamente que los delitos los cometían las personas no las instituciones, pues el había denunciado a particulares no a concejos
Fuente: ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA, PLEITOS, 5396-5. PLEITO ENTRE LA JUSTICIA Y REGIMIENTO DE LA VILLA DE INIESTA, CON VECINOS DE DICHA VILLA, SOBRE ARRENDAMIENTO DEL PAN
Ayuntamiento de 1558
Alcaldes ordinarios: Pedro de la Jara y el bachiller Garci Zapata
Regidores: Juan Zapata, bachiller Agustín Montes, Alonso López, Martín Mateo, Juan García, Francisco de las Casas, Miguel Cabronero, Benito García, Antón Granero, Francisco de Lorca
Alguaciles: Pedro Jiménez de Contreras y Juan de Villanueva
Códice de Osuna, BNE, MSS.FACS/999
Las elecciones de oficios concejiles de 1546 despertaron las
rivalidades en el seno del patriciado iniestense. El gobierno del concejo de
Iniesta estaba formado por dos alcaldes, dos alguaciles y, desde 1543, diez
regidores perpetuos. Ese año de 1546 se hicieron dos elecciones. La primera,
tal como era uso y costumbre, el día de San Miguel; la segunda, revocando la
primera, unos pocos días después, por la intervención directa del alcalde mayor
de marquesado de Villena, el licenciado francés. La elección de oficios
elegibles, alcaldes ordinarios y alguaciles, se hacía por los oficiales del
ayuntamiento anterior y los regidores perpetuos. Si la primera elección de 29
de septiembre se hizo por dos tercios de los oficiales; la segunda, a decir de
uno de los bandos, se hizo por tres regidores perpetuos únicamente, acompañados
por el alcalde mayor. Se denunciaba expresamente a Juan Zapata, su hermano y un
primo.
Desde el año 1543, Iniesta disponía de ocho regidores
perpetuos, pero tras las protestas de la familia Zapata, que acusaba de
desequilibrios en el poder de la villa por estar en minoría respecto a una
parcialidad de cinco regidores, se crearon dos nuevas regidurías perpetuas
hasta un total de diez, que en 1546 eran: Andrés de Nuévalos, Juan Garrido de
Bernal Saiz, Miguel Cabronero, Juan Ruiz de la Almarcha, Ginés de la Jara, Juan
de Zapata, Benito García, Francisco de Lorca, Francisco Granero de Iniesta y
Agustín Montes. Viejos apellidos como los Garrido, García o Zapata con otros
advenedizos y faltando otros apellidos como los López Cantero de gran
proyección futura y otros como los Espinosa, familia de tradición y que no
tardaría en despuntar. La figura en alza en la década de 1540 era Juan Zapata,
que había atraído hacia sus intereses a otros regidores como Francisco Granero,
Francisco de Lorca o Juan Ruiz de la Almarcha o Agustín Montes o familiares por
parte materna, una Castañeda. Enfrentados a los Zapata, las viejas familias
pecheras de los Garrido o los García, acompañadas de otras como los Cabronero,
Nuévalos o la Jara. Aparentemente era un viejo conflicto de hidalgos,
representados por los Zapata, frente a los pecheros, liderados, por los Garrido
y la figura tan ascendente como fugaz de Andrés Nuévalos. Quizás posiciones
ambiguas como los de la familia Espinosa era causa de su exclusión del poder,
aunque Pedro de Espinosa, que actuaba como alcalde de la hermandad, procuraba
minar el poder desmesurado que estaban alcanzando los Zapata. Los viejos
representantes del poder pechero se negaban a aceptar a los hidalgos como
tales, al tiempo que les acusaban de “palabras atrevidas para revolver a la
villa”.
Hidalgos se pretendían Juan Zapata, Francisco de Lorca y
Francisco Granero, que el 18 de septiembre alegaron ante el Consejo Real una
sentencia favorable de la Chancillería de Granada para ser admitidos en los
oficios concejiles elegibles: alcaldes y alguaciles. Una pretensión que
escondía la ambición de Juan Zapata por controlar el poder concejil, colocando
en los oficios a él mismo, a su hermano García y a su pariente Pedro de
Castañeda. La cosa iba más allá de pecheros e hidalgos, tal como reconocía el
alcalde Gabriel Martínez, si habían de entrar hidalgos en el ayuntamiento,
antes de entrar los Zapata y sus emparentados los Castañeda era preferible que
lo hiciera el licenciado Espinosa junto al pechero Juan Garrido de Alcalá.
Aunque no todos eran favorables a este dominio de la vida municipal por Zapatas
o Espinosas; un conjunto de pecheros enriquecidos luchaban por acceder al poder
y nuevos hombres, o viejos según lo queramos ver, se sumaban a la lucha por el
poder: Juan Risueño cedía su cargo de alcalde a Benito Martínez del Peral.
Los pecheros impusieron su voluntad en la elección de San
Miguel de 1546, eligiendo alcaldes a Gabriel Martínez y Juan Risueño y como
alguaciles a Juan de Atienza y Antón Albarrilla. En estos momentos de disputas,
la presencia del alcalde mayor del marquesado, bachiller Mejía, intentaba poner
una paz, que era simple claudicación a los intereses del bando más fuerte y que
mostraba su impotencia remitiendo los autos de la elección del oficio concejil
al gobernador Pedro Martínez de Avellaneda, por entonces en Hellín, para su
posterior aprobación. La mascarada de las elecciones iba acompañada de las
amenazas encubiertas. La decisión de San Miguel de 1546 no se respetó ni pasado
un solo día; a caballo, por las calles de Iniesta, iba el alcalde mayor Mejía
buscando oficio de escribano para nombrar nuevo alcalde que satisficiera a
todos. Tal voluntad recayó en Juan Garrido de Alcalá, pero el nuevo alcalde
renunciaba inmediatamente ante las amenazas de los Zapata, pues, aunque honrado
y de buena conciencia, no parecía presentable en sociedad, por su poca dicción
y la fealdad que le provocaban unas enormes hinchazones en la cabeza, para, a
las pocas horas, volver a aceptar el cargo ante la presión del bando contrario.
El asunto iniestense llegaría hasta el gobernador Avellaneda el cuatro de
octubre, sin duda a instancia de los Zapata, que desde Hellín y a quince leguas
de distancia decide enviar al otro alcalde mayor del marquesado, el licenciado
Francés y en un intento de aliviar la guerra de bandos, mandaba desterrar a una
legua de Iniesta a Juan Garrido de Bernal Saiz y Andrés de Nuévalos, por una
parte, y a Juan Zapata y Juan Granero de Iniesta, por otra. Decisión
aparentemente ecuánime pero que significaba el apartamiento del poder de los
dos primeros regidores, Garrido y Nuévalos, que eran quienes a la sazón lo
detentaban. Con razón se quejarán los dos regidores que el gobernador cedía la
paz y sosiego en la buena gobernanza por intereses apasionados.
El “golpe de estado” de los Zapata para hacerse con el
gobierno local de Iniesta tuvo lugar el ocho de noviembre de 1546. Previamente,
Juan Zapata y su hermano García habían arrancado del alcalde mayor licenciado
Francés la nulidad de las elecciones de San Miguel de 1546. Hubo ausencia de
tres regidores, pero aparte de la falta de Francisco Lorca por enfermedad y el
pusilánime Agustín Montes, se dejó notar la de Juan Garrido, con su ausencia y
la del licenciado Espinosa (que como alcalde de la hermandad no tenía derecho a
estar en los ayuntamientos) la oposición al partido de los Zapata quedó muy
menguada y defendida por Andrés Nuévalos que sería incapaz de mantener la
solidaridad del partido pechero frente a las ambiciones hidalgas. En los
memoriales presentados por ambos bandos queda patente una desigual visión
política: el bloque pechero defendió el tradicional y buen gobierno de la
villa, la falta de pasión y buen celo en el ejercicio de los oficios públicos y
la no entrada en los oficios de los hidalgos, pues, en sus palabras, no lo
habían hecho desde que la villa era de cristianos; la familia Zapata
simplemente advocó la necesidad de un equilibrio en las parcialidades de la
villa reflejado en el gobierno local. Es curioso como hoy en día andamos presos
de ver parcialidades y bandos en los conflictos concejiles de antaño, pero el
concepto de parcialidad fue término usado y abusado por una futura oligarquía
que quería acabar con el gobierno de las repúblicas pecheras de las primera
cuatro décadas. De hecho, el hermetismo y control del poder concejil por una
oligarquía pechera que fue cerrando día a día la base de electores, sería denunciado
por las familias hidalgas que exigían ese poder para sí: se denunció primero la
corrupción de ese poder pechero para a continuación disolver el mismo,
consiguiendo sumar, es decir, comprar voluntades enemigas. Es lo que hicieron
los Zapata en Iniesta, ganándose el favor de algunos regidores pecheros como
Miguel Cabronero o Juan de la Jara o la del propio obispado para conseguir la
excomunión de sus rivales, bajo excusa de haber sacado de la iglesia del Hospital
a un tal Cosme Maldonado, una irrupción en lugar sagrado bastante común en las
justicias ordinarias de la época. Una práctica común para eliminar enemigos
como podía ser esa otra de inhabilitar para cargo público por delitos de
sangre; tal era el caso de Miguel Cabronero, suspendido por dos años.
Aquel cuatro de noviembre de 1546, el ayuntamiento presidido
por el licenciado Francés eligió por alcaldes ordinarios a Juan Zapata y Miguel
Cabronero y por alguaciles a García Zapata y a Juan de la Jara. Los Zapata
dominaban pues los cargos añales; el suspenso por delito de sangre Miguel Cabronero
tenía las manos atadas por una sentencia condenatoria y Juan de la Jara, hijo
de Ginés, dependía de la inconstancia de su padre. Por primera vez, y muy a pesar
de Andrés Nuévalos, los hidalgos entraban en las suertes, a mejor decir
cooptación, de los cargos añales por primera vez “desde que la villa era de
cristianos”.
Son los años de la década de 1540 el momento en que surge
una élite que dominará la vida política, social y económica del sur de Cuenca.
Los hombres que formarán esta élite vienen de la primera mitad del siglo y son
herederos de viejas rivalidades de sus abuelos forjadas en las guerras del
Marquesado. El conflicto por el poder en la década de 1540 es descarnado,
devenido en violento en la década siguiente. Se nos presente como el último
estertor de las repúblicas pecheras por impedir el acceso a los ayuntamientos
de los hidalgos, que ahora ganan a golpe de ducados ejecutorias de la Chancillería
de Granada, pero el conflicto surge en un contexto de la primera gran crisis económica
que viven las sociedades del sur de Cuenca desde esa otra del quinquenio negro
de 1504-1508. Si entonces el hambre y la peste se abatieron sobre unas sociedades
famélicas que empezaban a levantar los pueblos y fue revulsivo superador para
una sociedad en ciernes; ahora en 1540, las sociedades de realengo del antiguo
suelo de Alarcón son sociedades ya maduras: el manto de sombra que las nubes de
langosta proyecta por los pueblos es presagio anunciador de una década
calamitosa. Ahora los hombres ya no tienen esa capacidad de regeneración;
conquistado el espacio agrario, los principios malthusianos se muestran con
toda claridad, pero no es solamente que no haya más tierra para conquistar,
aunque la hay en espacios incultos, es que el espacio agrario creado y limitado
por las capacidades de los hombres y sus técnicas es objeto de desigual
reparto. Ya no se labran nuevas tierras, vistas como nuevas oportunidades para
los desposeídos de ella, sino que algunos las pierden en medio de un proceso inflacionario
y de crisis. La desigualdad en el reparto de la tierra tiene su corolario en el
desigual reparto del poder. El emperador Carlos, siempre preso de sus
necesidades financieras vende en 1543 las regidurías de los pueblos. Las villas
tenían en los pueblos gobiernos dominados por oligarquías pecheras: los
oficiales del año anterior elegían para San Miguel a los nuevos o, en otros
casos, se elegían colegios de electores constituidos por una veintena de
hombres. En la mano de los niños que sacaban las bolas de cera de los elegidos,
por pocos que fueran los llamados, se quería ver unas sociedades tan dinámicas
y permeables como llenas de oportunidades. Sin embargo, el establecimiento de
las regidurías perpetuas lo enfanga todo; el monopolio de los puestos de regidores
por unas pocas familias se define entre los años cuarenta y cincuenta. Es un
proceso claro aparentemente, a golpe de cartas de pago de cuatrocientos
ducados, pero manifestado violentamente en las elecciones de los pocos oficios
elegibles que quedan: alcaldes ordinarios y alguaciles. Disputas en los ayuntamientos
en medio de la voluntad comprada corruptamente de alcaldes mayores del
marquesado de Villena, prisiones y destierros de los rivales y cuchilladas para
eliminarlos en lucha mafiosa alejada de aquellas rivalidades heroicas de sesenta
años antes durante la guerra del marquesado.
Es ahora cuando se forjan los patriciados definitivos de las
villas de realengo del sur de Cuenca, mutados en nueva nobleza de proyección
regional. La lucha es despiadada: la sangre de cristiano viejo, comprada en
ejecutorias de la Chancillería de Granada, es carta de naturaleza de esta nueva
élite; no todos las consiguen, no tanto por ser incapaces de superar la infecta
sangre conversa, sino por ser incapaces de superar los odios generados por la
aversión a la riqueza ajena. El caso más claro de los que fracasan es el de los
Castillo de la villa de San Clemente, que camaleónicamente sabrán esconder su
sangre en la no más pura de los Pacheco. Aunque los nombres que nos quedan en
los papeles son los de los triunfadores: Pacheco y Herreros en San Clemente, López
de Tébar y Clemente en Villanueva de la Jara o Espinosa y Zapata en Iniesta.
Los citados es una muestra simplificada de estas nuevas élites (novedosas en el
encumbramiento y viejas con su presencia en los pueblos), pues la lista de
apellidos es más amplia, tan amplia como la nueva sangre pechera que portan,
reflejo de alianzas matrimoniales y recomposición de haciendas). Es ahora,
cuando aparecen citados apellidos de gran proyección futura, en la marginalidad
de los papeles, por citar uno: Martínez del Peral. Y es ahora cuando de forma
definitiva se rompe el falso equilibrio de poder nacido tras el movimiento
comunero; equilibrio tortuosamente recompuesto y roto en los años treinta. Es a
partir de la década de los años cuarenta cuando se asiste al gran proceso urbanizador
de las villas de realengo del sur de Cuenca, extendido durante medio siglo y que
hemos heredado, y a su vez heredero de comienzos de siglo, con sus espacios
públicos, sus edificios religiosos o sus casas palacio. Las villas manchegas,
pueblos de labradores, juegan con ser pequeñas ciudades en una implosión de
mercaderes y pequeños artesanos, a medio camino entre el verlag system y unas
mal formadas ordenanzas. Pero la realidad es que les falta el impulso creador
de comienzos de siglo, tal que a sus nuevas élites.