Códice de Osuna, BNE, MSS.FACS/999
Las elecciones de oficios concejiles de 1546 despertaron las
rivalidades en el seno del patriciado iniestense. El gobierno del concejo de
Iniesta estaba formado por dos alcaldes, dos alguaciles y, desde 1543, diez
regidores perpetuos. Ese año de 1546 se hicieron dos elecciones. La primera,
tal como era uso y costumbre, el día de San Miguel; la segunda, revocando la
primera, unos pocos días después, por la intervención directa del alcalde mayor
de marquesado de Villena, el licenciado francés. La elección de oficios
elegibles, alcaldes ordinarios y alguaciles, se hacía por los oficiales del
ayuntamiento anterior y los regidores perpetuos. Si la primera elección de 29
de septiembre se hizo por dos tercios de los oficiales; la segunda, a decir de
uno de los bandos, se hizo por tres regidores perpetuos únicamente, acompañados
por el alcalde mayor. Se denunciaba expresamente a Juan Zapata, su hermano y un
primo.
Desde el año 1543, Iniesta disponía de ocho regidores
perpetuos, pero tras las protestas de la familia Zapata, que acusaba de
desequilibrios en el poder de la villa por estar en minoría respecto a una
parcialidad de cinco regidores, se crearon dos nuevas regidurías perpetuas
hasta un total de diez, que en 1546 eran: Andrés de Nuévalos, Juan Garrido de
Bernal Saiz, Miguel Cabronero, Juan Ruiz de la Almarcha, Ginés de la Jara, Juan
de Zapata, Benito García, Francisco de Lorca, Francisco Granero de Iniesta y
Agustín Montes. Viejos apellidos como los Garrido, García o Zapata con otros
advenedizos y faltando otros apellidos como los López Cantero de gran
proyección futura y otros como los Espinosa, familia de tradición y que no
tardaría en despuntar. La figura en alza en la década de 1540 era Juan Zapata,
que había atraído hacia sus intereses a otros regidores como Francisco Granero,
Francisco de Lorca o Juan Ruiz de la Almarcha o Agustín Montes o familiares por
parte materna, una Castañeda. Enfrentados a los Zapata, las viejas familias
pecheras de los Garrido o los García, acompañadas de otras como los Cabronero,
Nuévalos o la Jara. Aparentemente era un viejo conflicto de hidalgos,
representados por los Zapata, frente a los pecheros, liderados, por los Garrido
y la figura tan ascendente como fugaz de Andrés Nuévalos. Quizás posiciones
ambiguas como los de la familia Espinosa era causa de su exclusión del poder,
aunque Pedro de Espinosa, que actuaba como alcalde de la hermandad, procuraba
minar el poder desmesurado que estaban alcanzando los Zapata. Los viejos
representantes del poder pechero se negaban a aceptar a los hidalgos como
tales, al tiempo que les acusaban de “palabras atrevidas para revolver a la
villa”.
Hidalgos se pretendían Juan Zapata, Francisco de Lorca y
Francisco Granero, que el 18 de septiembre alegaron ante el Consejo Real una
sentencia favorable de la Chancillería de Granada para ser admitidos en los
oficios concejiles elegibles: alcaldes y alguaciles. Una pretensión que
escondía la ambición de Juan Zapata por controlar el poder concejil, colocando
en los oficios a él mismo, a su hermano García y a su pariente Pedro de
Castañeda. La cosa iba más allá de pecheros e hidalgos, tal como reconocía el
alcalde Gabriel Martínez, si habían de entrar hidalgos en el ayuntamiento,
antes de entrar los Zapata y sus emparentados los Castañeda era preferible que
lo hiciera el licenciado Espinosa junto al pechero Juan Garrido de Alcalá.
Aunque no todos eran favorables a este dominio de la vida municipal por Zapatas
o Espinosas; un conjunto de pecheros enriquecidos luchaban por acceder al poder
y nuevos hombres, o viejos según lo queramos ver, se sumaban a la lucha por el
poder: Juan Risueño cedía su cargo de alcalde a Benito Martínez del Peral.
Los pecheros impusieron su voluntad en la elección de San
Miguel de 1546, eligiendo alcaldes a Gabriel Martínez y Juan Risueño y como
alguaciles a Juan de Atienza y Antón Albarrilla. En estos momentos de disputas,
la presencia del alcalde mayor del marquesado, bachiller Mejía, intentaba poner
una paz, que era simple claudicación a los intereses del bando más fuerte y que
mostraba su impotencia remitiendo los autos de la elección del oficio concejil
al gobernador Pedro Martínez de Avellaneda, por entonces en Hellín, para su
posterior aprobación. La mascarada de las elecciones iba acompañada de las
amenazas encubiertas. La decisión de San Miguel de 1546 no se respetó ni pasado
un solo día; a caballo, por las calles de Iniesta, iba el alcalde mayor Mejía
buscando oficio de escribano para nombrar nuevo alcalde que satisficiera a
todos. Tal voluntad recayó en Juan Garrido de Alcalá, pero el nuevo alcalde
renunciaba inmediatamente ante las amenazas de los Zapata, pues, aunque honrado
y de buena conciencia, no parecía presentable en sociedad, por su poca dicción
y la fealdad que le provocaban unas enormes hinchazones en la cabeza, para, a
las pocas horas, volver a aceptar el cargo ante la presión del bando contrario.
El asunto iniestense llegaría hasta el gobernador Avellaneda el cuatro de
octubre, sin duda a instancia de los Zapata, que desde Hellín y a quince leguas
de distancia decide enviar al otro alcalde mayor del marquesado, el licenciado
Francés y en un intento de aliviar la guerra de bandos, mandaba desterrar a una
legua de Iniesta a Juan Garrido de Bernal Saiz y Andrés de Nuévalos, por una
parte, y a Juan Zapata y Juan Granero de Iniesta, por otra. Decisión
aparentemente ecuánime pero que significaba el apartamiento del poder de los
dos primeros regidores, Garrido y Nuévalos, que eran quienes a la sazón lo
detentaban. Con razón se quejarán los dos regidores que el gobernador cedía la
paz y sosiego en la buena gobernanza por intereses apasionados.
El “golpe de estado” de los Zapata para hacerse con el
gobierno local de Iniesta tuvo lugar el ocho de noviembre de 1546. Previamente,
Juan Zapata y su hermano García habían arrancado del alcalde mayor licenciado
Francés la nulidad de las elecciones de San Miguel de 1546. Hubo ausencia de
tres regidores, pero aparte de la falta de Francisco Lorca por enfermedad y el
pusilánime Agustín Montes, se dejó notar la de Juan Garrido, con su ausencia y
la del licenciado Espinosa (que como alcalde de la hermandad no tenía derecho a
estar en los ayuntamientos) la oposición al partido de los Zapata quedó muy
menguada y defendida por Andrés Nuévalos que sería incapaz de mantener la
solidaridad del partido pechero frente a las ambiciones hidalgas. En los
memoriales presentados por ambos bandos queda patente una desigual visión
política: el bloque pechero defendió el tradicional y buen gobierno de la
villa, la falta de pasión y buen celo en el ejercicio de los oficios públicos y
la no entrada en los oficios de los hidalgos, pues, en sus palabras, no lo
habían hecho desde que la villa era de cristianos; la familia Zapata
simplemente advocó la necesidad de un equilibrio en las parcialidades de la
villa reflejado en el gobierno local. Es curioso como hoy en día andamos presos
de ver parcialidades y bandos en los conflictos concejiles de antaño, pero el
concepto de parcialidad fue término usado y abusado por una futura oligarquía
que quería acabar con el gobierno de las repúblicas pecheras de las primera
cuatro décadas. De hecho, el hermetismo y control del poder concejil por una
oligarquía pechera que fue cerrando día a día la base de electores, sería denunciado
por las familias hidalgas que exigían ese poder para sí: se denunció primero la
corrupción de ese poder pechero para a continuación disolver el mismo,
consiguiendo sumar, es decir, comprar voluntades enemigas. Es lo que hicieron
los Zapata en Iniesta, ganándose el favor de algunos regidores pecheros como
Miguel Cabronero o Juan de la Jara o la del propio obispado para conseguir la
excomunión de sus rivales, bajo excusa de haber sacado de la iglesia del Hospital
a un tal Cosme Maldonado, una irrupción en lugar sagrado bastante común en las
justicias ordinarias de la época. Una práctica común para eliminar enemigos
como podía ser esa otra de inhabilitar para cargo público por delitos de
sangre; tal era el caso de Miguel Cabronero, suspendido por dos años.
Aquel cuatro de noviembre de 1546, el ayuntamiento presidido
por el licenciado Francés eligió por alcaldes ordinarios a Juan Zapata y Miguel
Cabronero y por alguaciles a García Zapata y a Juan de la Jara. Los Zapata
dominaban pues los cargos añales; el suspenso por delito de sangre Miguel Cabronero
tenía las manos atadas por una sentencia condenatoria y Juan de la Jara, hijo
de Ginés, dependía de la inconstancia de su padre. Por primera vez, y muy a pesar
de Andrés Nuévalos, los hidalgos entraban en las suertes, a mejor decir
cooptación, de los cargos añales por primera vez “desde que la villa era de
cristianos”.
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