Son los años de la década de 1540 el momento en que surge
una élite que dominará la vida política, social y económica del sur de Cuenca.
Los hombres que formarán esta élite vienen de la primera mitad del siglo y son
herederos de viejas rivalidades de sus abuelos forjadas en las guerras del
Marquesado. El conflicto por el poder en la década de 1540 es descarnado,
devenido en violento en la década siguiente. Se nos presente como el último
estertor de las repúblicas pecheras por impedir el acceso a los ayuntamientos
de los hidalgos, que ahora ganan a golpe de ducados ejecutorias de la Chancillería
de Granada, pero el conflicto surge en un contexto de la primera gran crisis económica
que viven las sociedades del sur de Cuenca desde esa otra del quinquenio negro
de 1504-1508. Si entonces el hambre y la peste se abatieron sobre unas sociedades
famélicas que empezaban a levantar los pueblos y fue revulsivo superador para
una sociedad en ciernes; ahora en 1540, las sociedades de realengo del antiguo
suelo de Alarcón son sociedades ya maduras: el manto de sombra que las nubes de
langosta proyecta por los pueblos es presagio anunciador de una década
calamitosa. Ahora los hombres ya no tienen esa capacidad de regeneración;
conquistado el espacio agrario, los principios malthusianos se muestran con
toda claridad, pero no es solamente que no haya más tierra para conquistar,
aunque la hay en espacios incultos, es que el espacio agrario creado y limitado
por las capacidades de los hombres y sus técnicas es objeto de desigual
reparto. Ya no se labran nuevas tierras, vistas como nuevas oportunidades para
los desposeídos de ella, sino que algunos las pierden en medio de un proceso inflacionario
y de crisis. La desigualdad en el reparto de la tierra tiene su corolario en el
desigual reparto del poder. El emperador Carlos, siempre preso de sus
necesidades financieras vende en 1543 las regidurías de los pueblos. Las villas
tenían en los pueblos gobiernos dominados por oligarquías pecheras: los
oficiales del año anterior elegían para San Miguel a los nuevos o, en otros
casos, se elegían colegios de electores constituidos por una veintena de
hombres. En la mano de los niños que sacaban las bolas de cera de los elegidos,
por pocos que fueran los llamados, se quería ver unas sociedades tan dinámicas
y permeables como llenas de oportunidades. Sin embargo, el establecimiento de
las regidurías perpetuas lo enfanga todo; el monopolio de los puestos de regidores
por unas pocas familias se define entre los años cuarenta y cincuenta. Es un
proceso claro aparentemente, a golpe de cartas de pago de cuatrocientos
ducados, pero manifestado violentamente en las elecciones de los pocos oficios
elegibles que quedan: alcaldes ordinarios y alguaciles. Disputas en los ayuntamientos
en medio de la voluntad comprada corruptamente de alcaldes mayores del
marquesado de Villena, prisiones y destierros de los rivales y cuchilladas para
eliminarlos en lucha mafiosa alejada de aquellas rivalidades heroicas de sesenta
años antes durante la guerra del marquesado.
Es ahora cuando se forjan los patriciados definitivos de las
villas de realengo del sur de Cuenca, mutados en nueva nobleza de proyección
regional. La lucha es despiadada: la sangre de cristiano viejo, comprada en
ejecutorias de la Chancillería de Granada, es carta de naturaleza de esta nueva
élite; no todos las consiguen, no tanto por ser incapaces de superar la infecta
sangre conversa, sino por ser incapaces de superar los odios generados por la
aversión a la riqueza ajena. El caso más claro de los que fracasan es el de los
Castillo de la villa de San Clemente, que camaleónicamente sabrán esconder su
sangre en la no más pura de los Pacheco. Aunque los nombres que nos quedan en
los papeles son los de los triunfadores: Pacheco y Herreros en San Clemente, López
de Tébar y Clemente en Villanueva de la Jara o Espinosa y Zapata en Iniesta.
Los citados es una muestra simplificada de estas nuevas élites (novedosas en el
encumbramiento y viejas con su presencia en los pueblos), pues la lista de
apellidos es más amplia, tan amplia como la nueva sangre pechera que portan,
reflejo de alianzas matrimoniales y recomposición de haciendas). Es ahora,
cuando aparecen citados apellidos de gran proyección futura, en la marginalidad
de los papeles, por citar uno: Martínez del Peral. Y es ahora cuando de forma
definitiva se rompe el falso equilibrio de poder nacido tras el movimiento
comunero; equilibrio tortuosamente recompuesto y roto en los años treinta. Es a
partir de la década de los años cuarenta cuando se asiste al gran proceso urbanizador
de las villas de realengo del sur de Cuenca, extendido durante medio siglo y que
hemos heredado, y a su vez heredero de comienzos de siglo, con sus espacios
públicos, sus edificios religiosos o sus casas palacio. Las villas manchegas,
pueblos de labradores, juegan con ser pequeñas ciudades en una implosión de
mercaderes y pequeños artesanos, a medio camino entre el verlag system y unas
mal formadas ordenanzas. Pero la realidad es que les falta el impulso creador
de comienzos de siglo, tal que a sus nuevas élites.
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