El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

sábado, 1 de mayo de 2021

La crisis de 1540 y la forja de nuevas élites

 

Son los años de la década de 1540 el momento en que surge una élite que dominará la vida política, social y económica del sur de Cuenca. Los hombres que formarán esta élite vienen de la primera mitad del siglo y son herederos de viejas rivalidades de sus abuelos forjadas en las guerras del Marquesado. El conflicto por el poder en la década de 1540 es descarnado, devenido en violento en la década siguiente. Se nos presente como el último estertor de las repúblicas pecheras por impedir el acceso a los ayuntamientos de los hidalgos, que ahora ganan a golpe de ducados ejecutorias de la Chancillería de Granada, pero el conflicto surge en un contexto de la primera gran crisis económica que viven las sociedades del sur de Cuenca desde esa otra del quinquenio negro de 1504-1508. Si entonces el hambre y la peste se abatieron sobre unas sociedades famélicas que empezaban a levantar los pueblos y fue revulsivo superador para una sociedad en ciernes; ahora en 1540, las sociedades de realengo del antiguo suelo de Alarcón son sociedades ya maduras: el manto de sombra que las nubes de langosta proyecta por los pueblos es presagio anunciador de una década calamitosa. Ahora los hombres ya no tienen esa capacidad de regeneración; conquistado el espacio agrario, los principios malthusianos se muestran con toda claridad, pero no es solamente que no haya más tierra para conquistar, aunque la hay en espacios incultos, es que el espacio agrario creado y limitado por las capacidades de los hombres y sus técnicas es objeto de desigual reparto. Ya no se labran nuevas tierras, vistas como nuevas oportunidades para los desposeídos de ella, sino que algunos las pierden en medio de un proceso inflacionario y de crisis. La desigualdad en el reparto de la tierra tiene su corolario en el desigual reparto del poder. El emperador Carlos, siempre preso de sus necesidades financieras vende en 1543 las regidurías de los pueblos. Las villas tenían en los pueblos gobiernos dominados por oligarquías pecheras: los oficiales del año anterior elegían para San Miguel a los nuevos o, en otros casos, se elegían colegios de electores constituidos por una veintena de hombres. En la mano de los niños que sacaban las bolas de cera de los elegidos, por pocos que fueran los llamados, se quería ver unas sociedades tan dinámicas y permeables como llenas de oportunidades. Sin embargo, el establecimiento de las regidurías perpetuas lo enfanga todo; el monopolio de los puestos de regidores por unas pocas familias se define entre los años cuarenta y cincuenta. Es un proceso claro aparentemente, a golpe de cartas de pago de cuatrocientos ducados, pero manifestado violentamente en las elecciones de los pocos oficios elegibles que quedan: alcaldes ordinarios y alguaciles. Disputas en los ayuntamientos en medio de la voluntad comprada corruptamente de alcaldes mayores del marquesado de Villena, prisiones y destierros de los rivales y cuchilladas para eliminarlos en lucha mafiosa alejada de aquellas rivalidades heroicas de sesenta años antes durante la guerra del marquesado.

Es ahora cuando se forjan los patriciados definitivos de las villas de realengo del sur de Cuenca, mutados en nueva nobleza de proyección regional. La lucha es despiadada: la sangre de cristiano viejo, comprada en ejecutorias de la Chancillería de Granada, es carta de naturaleza de esta nueva élite; no todos las consiguen, no tanto por ser incapaces de superar la infecta sangre conversa, sino por ser incapaces de superar los odios generados por la aversión a la riqueza ajena. El caso más claro de los que fracasan es el de los Castillo de la villa de San Clemente, que camaleónicamente sabrán esconder su sangre en la no más pura de los Pacheco. Aunque los nombres que nos quedan en los papeles son los de los triunfadores: Pacheco y Herreros en San Clemente, López de Tébar y Clemente en Villanueva de la Jara o Espinosa y Zapata en Iniesta. Los citados es una muestra simplificada de estas nuevas élites (novedosas en el encumbramiento y viejas con su presencia en los pueblos), pues la lista de apellidos es más amplia, tan amplia como la nueva sangre pechera que portan, reflejo de alianzas matrimoniales y recomposición de haciendas). Es ahora, cuando aparecen citados apellidos de gran proyección futura, en la marginalidad de los papeles, por citar uno: Martínez del Peral. Y es ahora cuando de forma definitiva se rompe el falso equilibrio de poder nacido tras el movimiento comunero; equilibrio tortuosamente recompuesto y roto en los años treinta. Es a partir de la década de los años cuarenta cuando se asiste al gran proceso urbanizador de las villas de realengo del sur de Cuenca, extendido durante medio siglo y que hemos heredado, y a su vez heredero de comienzos de siglo, con sus espacios públicos, sus edificios religiosos o sus casas palacio. Las villas manchegas, pueblos de labradores, juegan con ser pequeñas ciudades en una implosión de mercaderes y pequeños artesanos, a medio camino entre el verlag system y unas mal formadas ordenanzas. Pero la realidad es que les falta el impulso creador de comienzos de siglo, tal que a sus nuevas élites.

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