El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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sábado, 19 de marzo de 2016

Labradores ricos y moriscos en Quintanar del Marquesado (1573): Martín Cabronero

El 10 de octubre de 1573, Pedro de Aroca, en nombre de Martīn Cabronero, se presenta ante la justicia ordinaria de Villanueva de la Jara denunciando que Hernando Chinchilla y el resto sus parientes moriscos han incumplido el contrato con él firmado para la explotación de la heredad y huerta cedidas en la dehesa de Galapagar. Martín  Cabronero que, durante el proceso, no reconocerá la competencia jurisdiccional de los alcaldes ordinarios de Villanueva de la Jara,  se verá obligado por la vecindad en este pueblo de los moriscos a iniciar un pleito que le llevará en algún momento a  prisión:

Muy magnífico señor, Martín Cabronero vecino de la villa de Quintanar digo que yo di en arrendamiento el heredamiento que tengo e poseo donde dizen dehessa del Galapagar término de la villa de Alarcón a Hernando Chinchilla y otros tres hermanos suyos e a Juan de Almodóvar e otros hermanos suyos cristianos nuevos que por todos son seis por doze años como se contiene en la escriptura de contrato que hizimos me rrefiero aunque es privada suscripta de nuestros nombres y hellos me abían de rresponder con la mitad de los frutos que coxiesen e para sembrar en el dicho heredamiento les empresté treinta y quatro fanegas de cevada y quatro fanegas y media de trigo y setecientos e cinquenta e cinco rreales en dinero e les di otros ynstrumentos y otras cosas que me son obligadas a pagar después que ubieron alçados los frutos que en el dicho heredamiento sembraron anse alzado y no queren estar y pasar por el dicho arrendamiento y anse traydo los dichos frutos e aunque en mi poder están ochenta fanegas de cevada que an de aver de la parte que se coxió en la dicha dehessa que no bastan para mi pagamento anse traydo los linos y panizos e otros frutos que se coxieron e aunque tenemos calculado nuestras quentas e por ellas me deben novecientos y diez rreales con los bueyes me an hecho muchos daños en los árboles

La demanda se presentó ante Agustín de Utiel, que todavía ejercía su cargo de alcalde del año anterior. Para el veinte de octubre de 1573 ya habían tomado posesión como alcaldes de Villanueva de la Jara Dionisio Clemente y Juan de Mondéjar. Ante ellos acudieron los hermanos Chinchilla y Almodóvar con su propia versión, no contentos con las cuentas que presentaba la otra parte, a la que acusaban de usurpar un terreno de barbecho propio adyacente con las tierras de Martín Cabronero. La versión de los moriscos debió parecer más convincente a los alcaldes de Villanueva. Martín Cabronero dudó entonces de la competencia de los alcalde de Villanueva para juzgar su causa. Quintanar había conseguido su villazgo y la autonomía jurisdiccional doce años antes, aunque en la práctica parece que los pleitos se seguían sustanciando ante la justicia ordinaria de Villanueva. Martín Cabronero se agarró a este privilegio para no considerar competentes a los alcaldes ordinarios de Villanueva y pedir que la causa se conociese por los alcaldes de Quintanar. Poco le valió pues los alcaldes de Villanueva lo encerraron en la cárcel, de donde sólo salió cuando un socio suyo llamado Martín de Minaya pagó fianza, y aún así tuvo que comprometerse a no salir de la villa hasta que no hiciera cuentas con los moriscos. Por su parte, los moriscos de voz de su procurador Alonso Hernández denunciaban que lo que era un simple contrato de aparcería con disfrute a mitad de los frutos, trataba de convertirse por Martín Cabronero en préstamo usurero por pedir intereses por el capital adelantado. La sentencia del alcalde Dionisio Clemente recogía un acuerdo entre las partes.

condenaba e condeno a los dichos hernando de chinchilla e consortes que den e paguen al dicho martín cabronero duzientos e treinta e çinco rreales  que confiesa le deben y ansymismo el dicho martín cabronero les dé y entregue luego ochenta e nuebe fanegas de çebada en grano que confiesa deberles y seys fanegas de linuesso e quatro celemines de panizo

Los hermanos Chinchilla pagarían 235 reales a Martín Cabronero y éste les entregaría 89 fanegas de cebada, seis de linuezo y cuatro de panizo. Pero, o bien Martín Cabronero, libre en Quintanar, no tenía intención de cumplir la sentencia o bien Hernando Chinchilla no tenía ningún interés en reconocer que se había saldado la cuenta. Medio años después le eran embargados dos pollinos que su fiador Martín Minaya tenía en Villanueva, junto a algunos enseres de Minaya, que serían rematados para diciembre de 1574. Martín Cabronero intentaría parar el proceso presentándose en Villanueva con un pretendido acuerdo con Alonso Hernández, al que se había llegado por cédula de 10 de enero de 1574. Había arreglado cuentas con los moriscos, comprándoles la cebada que les debía a tres reales y medio, dos reales por debajo de la tasa, fijada en medio ducado. En las cuentas, y en nombre del clérigo Lorencio Vala de Rey, les había restado cicateramente 18 reales del entierro del padre de los moriscos, Bernardino de Chinchilla. No cabe duda que la operación había sido muy beneficiosa para Martín Cabronero y otras cuatro fanegas de cebada adeudas a la viuda de Alonso García.

Poco después Hernando Chinchilla, en lo que creemos una clara venganza de Martín Cabronero*, era denunciado ante el Santo Oficio de Cuenca. La acusación era de bigamia; la población morisca seguía conservando sus creencias, mal adaptadas a su nueva religión, y sus costumbres, y Hernando Chinchilla no era una excepción. Era acusado de bigamia, habiéndose casado dos veces, con Leonor de Trujillo y Angelina de Vargas.

Pero algo falló en los cálculos de Martín Cabronero. Hernando Chinchilla efectivamente sería condenado por la Inquisición por bigamia. Una parte de la condena se refería a la confiscación de bienes para el fisco real. Para hacer efectiva esta confiscación se rescató la sentencia del alcalde Dionisio Clemente sobre la deuda de 89 fanegas que Cabronero debía pagar a los hermanos Chinchilla. Cabronero intento aportar la cédula de 10 de enero por la que se habían cerrado las cuentas. No le valió de nada, pues el licenciado Calahorra, juez del Santo Oficio para la confiscación de bienes, dictó la ejecución de bienes y prisión de Martín Cabronero con fecha de 26 de mayo de 1576. Hasta Quintanar se desplazó para ejecutar la orden el alguacil Pedro de Sazeda. El señalamiento de bienes para la ejecución se hizo en 200 fanegas de cebada, de las que se tomó la parte adeudada. Dos vecinos de Quintanar, Ginés de Vala de Rey y el licenciado García, se constituyeron en fiadores, y Martín Cabronero fue conducido a la cárcel de Quintanar, donde por entonces si había alcaide, debía estar ocupado en sus labores del campo, encomendándose a los alcalde Francisco y Martín Gómez pusieran guarda al preso. Desde la cárcel escucharía los sucesivos pregones que se extendieron hasta el siete de junio, fecha en que las doscientas fanegas se remataron en la persona de Juan Simarro por diez mil maravedíes. Simarro era un simple testaferro del reo, al que cedería las doscientas fanegas rematadas en presencia del alguacil del Santo Oficio y otros vecinos entre los que siempre estaba presente el regidor Garci Donate. El alguacil Saceda seguiría con el ritual de su misión, mandando encarcelar esta vez, además de a Martín Cabronero, a su fiador Ginés de Vala de Rey; se comprometía a guardarlos en prisión la mujer del ausente alcaide, que contaba como dudosa garantía con la palabra de no abandonar la cárcel de los dos presos. Sabedor de estas garantías, Saceda trasladaría a la cárcel de Villanueva a Martín Cabronero, que decide llevar su defensa a Cuenca apoderando al procurador Mateo Calvete; pero la sentencia del licenciado Calahorra de 30 de agosto de 1576 es condenatoria. Será recurrida al Consejo de la Suprema el 12 de febrero de 1577 por un Martín Cabronero, que se presenta a sí mismo como labrador. Sin que sepamos el fallo final.

* El proceso de Hernando Chinchilla por bigamia se conserva en el Archivo Diocesano de Cuenca (ADCu. Leg. 264, nº3611. Proceso contra Hernando de Chinchilla de Villanueva de la Jara por bigamia, 1575)


Archivo Histórico Nacional,INQUISICIÓN,4532,Exp.7. Pleito fiscal de Martín Cabronero. 1573-1577

sábado, 12 de marzo de 2016

El doctor Tébar y la peste de 1600

La España del siglo XVII era cada vez menos una sociedad del mérito y un poco más el fruto de la delación. La acusación anónima en el momento oportuno podía hundir la vida de una persona o, en su inoportunidad, acabar con las ambiciones propias. En la sociedad sanclementina de comienzos del seiscientos, el doctor Cristóbal era una figura respetada en una villa muy abierta. Especialmente por el papel central que debió tener la Iglesia en la peste del año seiscientos, auxiliando a muchos vecinos. Pero el doctor Tébar era un hombre también muy rico, muy bien relacionado en la corte y con importantes conexiones con el mundo indiano a través de su hermano Diego de Tébar. Ambos hermanos, Cristóbal y Diego (que vuelve del Perú por estos años), ampliarán su hacienda con la compra de múltiples tierras entre los años 1605 y 1607. No es de extrañar que en este contexto las envidias afloraran y, con ellas, las acusaciones de judaísmo contra una familia cuyos antecedentes eran conocidos por todos en la villa de San Clemente.

La ocasión se presentará propicia cuando un sobrino del doctor Cristóbal de Tébar pase a Indias y deba obtener la preceptiva información de testigos sobre limpieza de sangre. Jerónimo de Herriega y Carrera pasará a Santo Domingo en la Española en 1609, acompañado de un criado llamado Pedro Ruiz de Alarcón, pero antes sufrirá una grave acusación sobre sus antecedentes familiares judaicos.

La acusación contra el bachiller Jerónimo de Herriega (o Arriaga) y Carrera, presbítero y teniente de cura de la iglesia de San Clemente, vino el año de 1607 del licenciado García Ángel, notario del Santo Oficio, haciéndose eco de una acusación de un clérigo llamado Juan del Campo que reconocía haber visto en un breviario propiedad del mencionado Jerónimo los nombres de los meses escritos en lengua hebraica. La acusación, que ya se había formulado con poco éxito dos años antes, no era falsa, pues la página del breviario con los meses en hebreo hoy nos aparece en el expediente conservado entre los papeles del Consejo de la Inquisición. Como acusación complementaria el licenciado García Ángel aportaba los antecedentes familiares de Jerónimo, que se remontaban a Luis de Orihuela:
Meses en hebreo

Gerónimo de Herriega y Carrera, clérigo de la dicha villa, se hordenó de missa abrá siete o ocho años con ynformación que hiço de limpieça con comissión del prouissor, la qual entiendo está en los papeles de Pedro de Pedrosa, notario que fue en la audiencia episcopal desta ciudad y por ella constará de los testigos los quales qualificaron al susodicho falsamente porque es hijo de Bernardina del Castillo y nieto de Juan de Origüela y bisnieto de Luis de Origüela relaxado por el Sancto Officio.

Jerónimo Herriega había mentido dos veces, sosteniendo su limpieza de sangre, en el momento de ordenarse sacerdote y, recientemente, el 10 de marzo de 1608, con motivo de la información de testigos necesaria para pasar a las Indias. Era notorio en el pueblo que su bisabuelo Luis Orihuela había sido quemado en 1517 por judaizante y su sambenito estaba colgado en la iglesia parroquial de Santiago. Uno de los testigos de la información de 10 de marzo de 1608, había sido el doctor Cristóbal de Tébar, cura de la villa y futuro fundador del Colegio de la Compañía de Jesús. García Ángel centrará ahora las acusaciones en el parentesco de Herriega con el doctor Tébar.

Cristóbal de Tébar era amigo de Fray Cristóbal Rodríguez, que recientemente había sido nombrado Arzobispo de Santo Domingo en la isla de La Española. Valiéndose de esa amistad el doctor Tébar vio la oportunidad de colocar a su deudo Jerónimo Herriega como vicario y provisor en el mencionado arzobispado. García Ángel vería el momento de cortar tan fulgurante carrera eclesiástica de Herriega en la información de testigos que sobre la limpieza de sangre se había de realizar a comienzos de marzo de 1608, y de paso, apuntar a su principal objetivo, el doctor Tébar. No dudó en denunciar cómo esa información se estaba preparando falsamente por el doctor Tébar en su propia casa con ayuda de testigos, parientes y amigos de la familia Origüela, entre los que incluía a la justicia que tramitaba los autos:

cómo se hacía en esta villa la dicha información y el juez ante quien era Pedro Sánchez de Santacruz alcalde hordinario que es al presente primo hermano del dicho doctor Téuar y primo segundo o primo hermano de la madre del dicho Gerónimo de Herriega, los quales son todos del linaje de los origüelas

Las acusaciones de García Ángel iban más allá, acusando de judaizantes al escribano y otros testigos, que aparecían en la información que ahora en su poder remitía al tribunal de la Inquisición de Cuenca

la información original que se hiço ante Fernando de Iniesta escriuano, muy deudo del sobredicho y advierto a v.s. que Miguel Cantero testigo presentado es descendiente de Diego Sánchez de Valdoliuas y Teresa Rodríguez, él relaxado en estatua y ella reconciliada con ábito perpetuo y es hombre que hará dos años por la octaua de Corpus Christi que se está excomulgado de participantes y sólo a estado absuelto algunas veces por ocho o diez días o por la solenidad de las pascuas 


La mencionada información de testigos de Herriega fue preparada por el doctor Tébar. Los testigos se limitarían a firmar. La ascendencia del futuro pasajero a Indias no fue más allá de los padres, Bernardina del Castillo y el doctor Francisco Carrera; se resaltaron sus estudios en Derecho por la Universidad de Salamanca, su servicio como teniente de cura durante siete años en la iglesia parroquial de Santiago junto a su tío, y, sobre todo, su compromiso y riesgo personal en la peste que sufrió el pueblo en 1600. Fueron testigos el propio doctor Tébar, Pedro Sánchez Carnicero, Miguel López de Lope el viejo, Roque de Salcedo, escribano público, Miguel Cantero y Agustín Valenzuela. La información remitida por García Ángel al Tribunal de la Inquisición de Cuenca, sería reclamada desde Madrid por el Consejo de la Suprema, donde el expediente quedaría archivado y olvidado. Jerónimo Herriega pasaría a Indias a ocupar su puesto de provisor en el arzobispado de Santo Domingo (1).

Todos los testigos repitieron los mismos argumentos, empezando por el doctor Tébar, y todos recalcaron la labor arriesgada y desprendida del joven Herriega durante la peste de 1600, que en palabras de su tío se expresaba así

Firma del doctor Tébar
el qual administra los sacramentos en su iglesia mayor con mucha aceptación de toda esta villa, especialmente en el año de seiscientos pasado que ubo enfermedad de peste en la que murieron más de tres mill personas y enfermaron más de ocho mill y entonzes fue tan buen obrero de la viña de Dios que administró los santos sacramentos sin adventurar a el peligro de su vida a todos los enfermos de suerte que causó gran devoción que un clérigo tan mozo anduviese tan diligente



El testimonio del doctor Tébar, que por entonces contaba 56 años (lo que nos permite fijar el año de su nacimiento hacia 1552), fue ratificado por el resto de los testigos, haciendo especial hincapié en el valor durante el contagio de 1600 de aquel joven recién ordenado. Lo llamativo son las cifras, el mal había afectado a más de ocho mil personal, de las que más de tres mil murieron. Diego Torrente Pérez estudió este contagio que asoló la villa de San Clemente durante seis o siete meses, confirmando las cifras mencionadas; el propio ayuntamiento reconocía para el 27 de diciembre de 1600 alrededor de 2800 muertos y cuatro mil enfermos. A pesar de los esfuerzos por establecer un cordón sanitario a finales de mayo, el ayuntamiento reconocía que la peste había alcanzado el 20 de junio el pueblo en una calle cerca de la Cruz Cerrada. Los intentos por aislar este foco fueron baldíos. De cara al exterior, se intentaba negar el problema en las contestaciones que se daban al corregidor de Cuenca; hasta que a finales de julio se reconoció la gravedad del contagio, la necesidad de echar mano de las provisiones y dinero del pósito de don Alonso de Quiñones y pedir ayuda urgente a la Junta de Salud constituida en la Corte. La villa se hizo con los servicios de un cirujano, el licenciado Muñoz, que complementó los servicios del licenciado Villanueva, mientras se mandaba a Pedro de Tébar a Madrid para solicitar ayuda a los hermanos del Hospital de Antón Martín y la llegada de un médico entendido de la corte llamado Diego Núñez. Los enfermos fueron trasladados al hospital de Santa Ana y a una casa aneja que en la Celadilla había cedido el alférez mayor de la villa, don Juan Pacheco. Como siempre en estas ocasiones, los gestos más nobles fueron acompañados de los más ruines. La solidaridad de Villarrobledo, cediendo 4.000 fanegas de trigo, escondía la oportunidad del negocio, por contra, el ofrecimiento de La Roda fue desprendido; Vara de Rey, cerró sus puertas a los sanclementinos; mientras los pobres eran hacinados en el hospital, a los ricos se les permitía ser atendidos en su casa; el alférez mayor Juan Pacheco huyó del mal, refugiándose en su lugar de Perona. Para finales de octubre la peste empezaba a remitir y ya el cuatro de enero de 1601 se daba por desapestada la villa. El coste económico del contagio fue desorbitado, alrededor de 6.000 ducados; una villa endeudada entonces ya por los gastos heredados de las suntuosas edificaciones en torno a la plaza y las obras que se llevaban a cabo desde 1593 en la cárcel por Joaquín de Obieta y Juan de Zuri y la nueva construcción del puente de Santa Ana, echó mano de las ganancias del pósito (2).

Nos son llamativas las cifras de enfermos y mortandad. Fueron más de ocho mil los vecinos afectados. Los datos de población que tenemos para San Clemente son para 1591 de alrededor de 1570 vecinos o familias, esto supondría que la práctica totalidad de la población de la villa se vio afectada por la peste y que el índice multiplicador de cuatro para hallar la población de la villa se quedaría corto, siendo preciso multiplicar el número de vecinos por cinco o seis para calcular el número habitantes. Más sorprendente es la capacidad de recuperación de la villa que en poco más de una o dos decenas de años ya contaba con más de dos mil vecinos. ¿Son reales estas cifras?. Quizás el número de victimas esté exagerado, pero también es verdad que la población de San Clemente debió crecer rápidamente, y lo haría desde comienzos del siglo XVII, motivado por el establecimiento en esta villa de la sede del corregimiento, que la convertía oficialmente en capital de la comarca. Se puede añadir como explicación que la villa tenía una población flotante muy importante, especialmente para el verano por las cosechas, vendimias y transacciones comerciales que culminaban en la feria de septiembre; quizás esa fue la causa de no querer reconocer la gravedad del problema, en un momento de máxima actividad y flujo de personas, hasta finales de julio, o que en agosto todavía se negara el mal. En cualquier caso, la villa salió exhausta y endeudada después de la peste; dan fe de ello los registros municipales de comienzos de 1606, con más de mil familias pobres y un cuarto de viudas entre la composición total de vecinos del pueblo.

La peste de 1600, vino precedida por las malas cosechas de los dos años anteriores, que dejaron a la población muy debilitada y propensa al mal. La peste no sólo afectó a la villa de San Clemente; Pérez Moreda (3), que ha delimitado esta peste en los años 1596-1602, la ha definido como peste exclusivamente castellana y ha estudiado como incidió en diversas poblaciones del Sur de la provincia de Cuenca: mortalidad elevada en Belmonte desde 1599, año en que cae la natalidad en El Cañavate y en Motilla del Palancar, caída que se prolongó en esta villa durante 1601. Sobre los estragos de la peste contamos además con el testimonio del médico de la villa de Cañete más al norte, citado por el mismo autor. En suma, se puede dudar de la exactitud de las cifras pero no de la virulencia del mal en algunos pueblos de la Manchuela, cuyo estudio futuro vendrán a complementar y confirmar los datos que disponemos de la villa de San Clemente.




(1) Archivo General de Indias,CONTRATACION,5313,N.9
(2) TORRENTE PEREZ, Diego: Documentos para la Historia de San Clemente. Ayuntamiento de San Clemente. 1975.  Tomo II, pp. 326-330
(3) PEREZ MOREDA, Vicente: La crisis de mortalidad en la España Interior. Siglos XVI-XIX. Siglo XXI. Madrid. 1980. pp. 257-265


Archivo Histórico Nacional, INQUISICIÓN, 1924, Exp. 21 Proceso criminal de Gerónimo de Herriega Carrera, 1607-1608

viernes, 11 de marzo de 2016

El Peral y Juan Simarro hacia 1630 (IV)


Juan Simarro apenas si estuvo diez días en Cuenca. Para el mes de diciembre de 1631 ya estaba de regreso en El Peral; con razón se quejaba el fiscal Vallejo de la benignidad de los Inquisidores, no de todos, hacia el inculpado. Sus adversarios utilizaron las amenazas que había proferido contra el alguacil Blas Sánchez para obtener nuevo mandamiento de los Inquisidores conminándole a presentarse de nuevo en Cuenca una vez pasado el día de Reyes de 1632. Pero Juan Simarro, muy temeroso, no aparecía por su domicilio. Razones más que fundadas tenía para ello, pues los hechos se habían precipitado de forma trágica en la villa de El Peral.

El 14 de diciembre de 1631, poco antes de medianoche, el alcalde ordinario Ginés de Tresjuncos, acompañado de sus dos hijos, Diego y Ginés, y tres vecinos más del pueblo, Bartolomé Moreno, Juan Navalón y Juan de Alarcón, con destrales y hachas rompieron la puerta del domicilio del presbítero Tomás Simarro, matándole de una estocada. En la misma casa vivía también su hermano Ginés Cabronero, que recibió varias heridas en la cabeza que le causaron la muerte; dejó una viuda preñada y cuatro hijos menores. Nadie hizo nada en el pueblo por detenerlos. A pesar de los autos de la justicia de San Clemente, los agresores se paseaban libremente por el pueblo, hasta que se despachó orden desde Madrid ya el 4 de septiembre de 1632, ordenando su prisión y remisión de la causa a la Chancillería de Granada. Las penas dictadas, de las que no sabemos si llegaron a ser confirmadas y ejecutadas, fueron durísimas y ampliadas a tres vecinos más: siete condenados a la horca y dos a galeras.

los dichos delatores, sus deudos y parientes le an muerto a mi parte dos ermanos, el uno sazerdote y el otro seglar nacido todo sobre la compra de la bara de alguacil mayor e por el dicho delito siete de ellos están condenados a ahorcar y dos a galeras

Para el mes de junio ya se sentía suficientemente seguro para volver y no abandonar su casa. Es más decide renunciar a la familiatura de la Inquisición y así dejar de ser molestado. Pero sus enemigos no cejarán en sus denuncias ante el Tribunal inquisitorial de Cuenca. El 15 de septiembre vendrá la orden de detención definitiva de un Juan Simarro, ausente en esos momentos en la villa de Madrid. Se pedirá el embargo de 44 fanegas de trigo, que Juan tiene como heredero de su finado hermano, el presbítero Tomás; como uno de los cuatro herederos le corresponden 11 fanegas, que serán las secuestradas y vendidas a precio de 18 reales la fanega y destinadas a partes iguales para el pago de Juan Aguilera, alguacil desplazado desde Cuenca para apresar al inculpado, y al comisario y cura de Motilla, Fernández de Bobadilla, encargado de las diligencias. El 6 de octubre se despacha nueva orden de prisión, que esta vez si se ejecutará, siendo detenido por el comisario Mateo Fernández de Bobadilla y llevado el 19 de octubre a la cárcel de Motilla, desde donde será trasladado a Cuenca el día siguiente por Sebastián López Lucas, regidor y familiar de esa villa.

Para el trece de noviembre Juan Simarro llevaba 24 días encarcelado en Cuenca con una pierna quebrada. Decide querellarse contra el Inquisidor doctor Sebastián Frías por considerar que actúa por enemistad contra él; aquél se abstendrá en el proceso. El doctor Frías es amigo y pariente de los hermanos Luján, para los que en 1625 había intentado se les concediera el título de familiar del Santo Oficio, pero el nombramiento había recaído en Juan Simarro

que abrá siete años que yo pretendí ser familiar de la Santa Inquisición de la dicha villa a que hicieron oposición Ginés de Tresjuncos, Gabriel de Luján, Andrés de Luján y Domingo de Luján, vecinos de la dicha villa que los dichos luxanes se nombran parientes del Doctor Sebastián de Frías Inquisidor Apostólico de Cuenca que los reconoce por tales parientes y ellos son enemigos declarados míos y como tales de tres años a esta parte que faltó de la dicha Inquisición el Inquisidor Vallejo y entró en la presidencia de ella el dicho Doctor Frías me han perseguido en el dicho tribunal con tan grande instancia faborescidos del dicho Doctor que en los dichos tres años me an echo parecer en aquella ciudad llamada de los dichos Inquisidores más de seis veces por causas afectadas y sin fundamento considerable




Los enfrentamientos de Juan Simarro con sus vecinos venían de lejos. En 1627, había presentado, como era de rigor, su título de familiar ante el ayuntamiento de El Peral. La posesión de este título conllevaba ciertas preeminencias y franquezas; una de ellas era la exención de alojar soldados o de bagajes. Hasta cinco veces se había visto obligado a alojarlos en su casa y en alguna ocasión se le habían requisado sus mulas para trasladar a dichos soldados. Por eso, Juan Simarro se había querellado el 30 de marzo de 1630 de los alcaldes ordinarios Alvaro Monedero y Pedro López Espinosa. La respuesta de estos fue ordenar al alguacil mayor Francisco Valverde su encarcelamiento, orden llegada desde San Clemente el 15 de febrero, pero paralizada hasta entonces, y que respondía a querella presentada por el propio alguacil; el encarcelamiento sería ejecutado con bastante ensañamiento. Poco antes los Inquisidores de Cuenca habían dictado auto determinando que no correspondía disfrutar de exención alguna en el alojamiento de soldados, por ya gozar del título de familiar otro vecino con más antigüedad y ser El Peral villa de menos de trescientos vecinos.

Cuando por fin se pronuncie sentencia el 20 de noviembre de 1632, por los inquisidores don Enrique de Peralta y Cárdenas y Tomás Rodríguez y Monroy, será condenatoria: una multa de 4.000 maravedíes más 2.704 maravedíes de las costas judiciales y dos años de destierro de la villa de El Peral, uno de ellos voluntario, no pudiendo acercarse a esta villa en un contorno de cuatro leguas. El 11 de diciembre Juan Simarro apelará ante la Suprema.

Durante el primer año de su destierro, Juan Simarro no perdió el contacto con su pueblo y sus propiedades. Pero ese año fue muy aciago; el pedrisco azotó por tres veces los campos, los frutos de la cosecha de pan y vino fueron muy escasos. Juan Simarro no pudo pagar las penas económicas que le había impuesto el Santo Oficio, por lo que fue conminado el 8 de julio de 1633 desde Cuenca a pagar bajo pena de excomunión. No pareció afectarse mucho Juan, que había vuelto a su pueblo tras el año de destierro y no debía andar muy lejos el 30 de noviembre cuando se leyó en la iglesia de El Peral la orden de los Inquisidores Apostólicos excomulgándole. El comisario Bobadilla comentará

que es tan temerario que no hace el sentimiento que debiera de estar excomulgado


Para este hombre la religión debía ocupar un lugar subalterno a la devoción que profesaba a su hacienda. Aprovechando que la villa había pedido ante el Consejo real que sus vecinos fueran escusados de costas e imposiciones de forma temporal, se acogió a la provisión concedida el 14 de diciembre de 1633 para pedir que se eximiera durante las Pascuas navideñas del pago de costas adeudas con el Santo Oficio.

A partir de aquí Juan Simarro se embarcará en la defensa de su causa en Madrid ante la Suprema, de la mano de su procurador Damián Martínez Cabeza de Vaca. Pero el 9 de junio de 1634, los Inquisidores de Cuenca todavía pedían el pago de las costas. El 30 de septiembre llegará la sentencia definitiva de la Suprema del Consejo de la Inquisición, que confirmará las penas dictadas por el tribunal de Cuenca. La única compensación a su batalla legal fue la recuperación en mayo de 1637 del título de familiar que le había sido retirado.



AHN. INQUISICION. 1925, Exp. 7. Proceso Criminal contra Juan Simarro, familiar de la Inquisición de El Peral, 1630-1634

miércoles, 9 de marzo de 2016

El Peral y Juan Simarro hacia 1630 (III)

La sumaria del proceso contra Juan Simarro estaba concluida el 24 de septiembre de 1630, dos días después, dada su incomparecencia ante el Santo Oficio, era declarado en rebeldía y ordenada su prisión. El 28 de octubre, Juan Simarro se encontraba preso en la cárcel de familiares del Santo Oficio. Contaba entonces con 36 años, era el prototipo de labrador rico con tierras e intereses en varios pueblos de la comarca, aunque el núcleo de su hacienda estaba en el lugar llamado Casas de María Simarro. Consciente de la enemistad que le creaba su posición económica intentó defenderse con aquellos que mantenían una relación de dependencia de él. Buscó la exclusión de sus enemigos, recusando al comisario del Santo Oficio de Motilla, licenciado Mateo de Bobadilla, que había hecho las diligencias previas, y limitando el número de acusadores a los que el fiscal Alonso de Vallejo podía echar mano, reducido a los antiguos enemigos.

Las nuevas declaraciones de testigos durante el mes de noviembre corrieron a cargo del comisario del Santo Oficio de Iniesta, el licenciado José de Tórtola. Los contrarios a Juan Simarro ratificaron su anterior declaración. Fueron escasos los nuevos testimonios acusatorios, entre ellos el herrero Francisco de Villora y el labrador Benito Jiménez, que culparon al acusado de haberlos engañado para falsificar papeles en la causa contra Francisco Valverde. En la falsificación también había participado un hermano de Juan Simarro, llamado Ginés Cabronero.

La información de testigos presentada por Juan Simarro, al que se le había permitido asistir a los interrogatorios, contaría con el apoyo del común de los labradores de El Peral: Alonso de Beleña, Francisco Leal, los hermanos Andrés y Martín García Lázaro, Gil de Alarcón, Juan de la Jara o Juan Leal, y algunos de los regidores que le debían su oficio como Juan García; otros desempeñaba oficios de zapateros como Juan de Agraz. Los acusadores pasaban a ser acusados: se servían de los oficios añales para su provecho propio, la deuda impagada por Francisco Valverde se había cargado sobre los vecinos, los más de ocho mil ducados de deuda de la villa, lejos de redimirse, eran excusa para que algunos principales adehesaran en provecho propio las tierras del concejo, Juan Simarro había sido humillado y encarcelado unos meses antes por Pedro López de Espinosa, librándose de su prisión sólo gracias a la intervención del corregidor de San Clemente

que lleuó a la cárcel preso al dicho juan simarro asido y le echó una cadena y le asió al cepo y saue que el dicho alcalde no le quiso soltar aunque traxo mandamiento de san clemente para que lo soltaran asta que vino un alguacil de san clemente para soltarlo

La elección de oficios por suertes escondía el monopolio de seis o siete vecinos en el disfrute de los cargos de forma rotatoria; el interés privado en el uso de los oficios se manifestaba en la pesada carga del censo que soportaba la villa, en el aniquilamiento de los propios y rentas de la villa y en la desaparición del pósito.

Las pasiones enfrentadas de los testigos mostraban una sociedad rural muy desigual, donde Juan Simarro, sin duda tan codicioso como los demás, había sabido ganarse el favor del común. Este hombre, al que los testigos definían como de cuerpo pequeño, había sabido sacar provecho personal del odio que generaban los seis o siete vecinos principales del pueblo. Además, las posiciones estaban especialmente enconadas ese año, después de un verano que había sido muy estéril en la cosecha de frutos. Juan Simarro, en su papel de víctima, reconocía  no disponer de numerario para pagar las costas del proceso; mientras desde el inicio del proceso, su mujer. Bárbara García, y su hermano, el presbítero Tomás, se habían hecho cargo de las labores de vendimia y sementera en las tierras familiares de Casas de María Simarro.

Para julio de 1631, la sentencia de los Inquisidores de Cuenca ya estaba preparada, pero Juan Simarro no tenía, ocupado como estaba en la cosecha, intención de presentarse; pedía dos meses de plazo para recomponer una hacienda quebrada por la mala cosecha del año anterior. Después de hacer oídos sordos a un nuevo requerimiento y desafiar la excomunión a que se le condenaba, se ordenó su prisión el 8 de octubre. Para detenerle, se desplazará hasta El Peral de nuevo el alguacil inquisitorial Blas Sánchez, pero Juan Simarro está sobre aviso. El alguacil iniciará un periplo que, de El Peral, le llevará a San Clemente, a la entrada del pueblo, a la altura de la ermita de San Cristóbal, encuentra al huido que escapa después de amenazarle con una escopeta; en su persecución llega a Sisante, los molinos del Júcar y Villanueva de la Jara, donde el prófugo tiene amigos y parientes. Vuelta a El Peral, donde el alguacil auxiliado por el licenciado Tresjuncos y Pedro López de Espinosa, logra reunir treinta hombres para apresar al fugitivo, que previamente ha vuelto a amenazar con su escopeta al licenciado Tresjuncos y a Gabriel de Luján, pero no lo encuentran en su casa. Se secuestran diversos bienes que poseen en el pueblo, cien fanegas de trigo y objetos personales de su ajuar, así como un carro y un par de mulas. Se procede a la subasta de lo bienes por orden de Blas Sánchez que se ha alojado en el mesón del pueblo. El alguacil se volverá de vacío a la ciudad de Cuenca, pero poco después Juan Simarro es detenido en las viñas de su propiedad, cerca de la ermita de San Cosme y San Damián, tras un rifirrafe con el licenciado Tresjuncos y Gabriel Luján, alcaldes ordinario y de la hermandad en ese momento. Será conducido por cuatro hombres a Cuenca, pero en el lugar de Gabaldón, con ayuda de su hermano Ginés y su cuñado, intentará sin éxito librarse de sus captores a pedradas. Finalmente se ordenará que sea conducido a Cuenca por el alguacil mayor del Santo Oficio Gonzalo Guerra de la Vega. Allí se le tomará de nuevo declaración el 29 de octubre; desafiante negará los cargos. A su natural rebeldía, se une la confianza de que está suficientemente protegido. El arresto que se determina es simple obligación de no abandonar la ciudad de Cuenca. Juan Simarro, de hecho, ha llegado por su propio pie a Cuenca, pues en el mismo lugar de Gabaldón ha contado con la colaboración del Alonso de Zamora, familiar del Santo Oficio en ese pueblo. Incluso su hermano Ginés Cabronero, que por el incidente de las pedradas ha sido conducido a la cárcel de Motilla, cuenta con la complicidad del alcalde Lucas Navarro para quedar libre.


                                                                                       (continuará)


AHN. INQUISICION. 1925, Exp. 7. Proceso Criminal contra Juan Simarro, familiar de la Inquisición de El Peral, 1630-1634

martes, 8 de marzo de 2016

El Peral y Juan Simarro hacia 1630 (II)


Tras la crisis de comienzos del seiscientos, El Peral, al igual que otras villas, había recurrido al crédito para afrontar las penurias de sus vecinos y las nuevas cargas fiscales. El resultado era un concejo ahogado por deudas de más de ocho mil ducados. El pago de los intereses incidía directamente en el aprovechamiento de los propios, destinados ahora al pago de la deuda y de las nuevas imposiciones; medida que entraba en colisión con algunas familias acomodadas del pueblo, habituadas a usar y abusar de los mismos en beneficio propio y que no querían dejar escapar los beneficios de las licencias reales para su arrendamiento. La elección de oficios adquiría un papel nodal en este juego de intereses. Los defensores de los cargos añales, es decir, regidores elegidos anualmente por San Miguel, presentaban este sistema como el gobierno ideal de la república en defensa del bien común. Por contra, la compra de regimiento perpetuos y la instauración de un ayuntamiento cerrado era la expresión de la claudicación a los intereses oligárquicos. Juan Simarro y sus hermanos, llegados al pueblo hacia 1610 desde Villanueva de la Jara eran pues el más vivo retrato del gobierno al servicio de las oligarquías. Pero esto era simplificar demasiado la realidad del pueblo. Los acusadores, como veremos, no eran pobres aldeanos, sino los vecinos principales, que se habían visto alejados del control del pueblo por la presencia de este advenedizo llamado Juan Simarro. Además el contencioso tenía una veste jurisdiccional; mientras algunos vecinos del pueblo defendían la resolución de los conflictos dentro del pueblo, defendiendo la primera instancia de su justicia ordinaria, Juan Simarro actuaba como el caballo de Troya del corregidor de San Clemente. De hecho, no dudaba en denunciar a sus vecinos, ante la justicia de la cabeza de partido, cuando sus convecinos se apropiaban indebidamente de los propios de la villa, presentándose cínicamente como defensor del bien común. Ni qué decir tiene que las desgracias de sus paisanos redundaba en su provecho personal.

Los conflictos por el control de los oficios municipales era viejo. El Peral también había participado en la compra de regimientos perpetuos, pero el sistema no había cuajado y con la muerte de sus propietarios los oficios se habían consumido definitivamente hacia 1588. Sólo la presencia de Juan Simarro y sus hermanos había vuelto a la actualidad los regimientos perpetuos, que se volvieron a implantar en 1618. Aunque con escaso éxito, pues la villa puso pleito y lo ganó consiguiendo la retirada de estos oficios. No cejaría Juan Simarro en su empeño, pero esta vez, se haría con la vara de alguacil mayor del pueblo, puesta a servicio del corregidor de San Clemente. El paso siguiente lo daría en 1629, cuando puso el dinero necesario para comprar de nuevo cinco regimientos perpetuos, dejándolos en manos de allegados. Como tantos otros, se haría con un oficio de familiar de la Inquisición como mejor garantía de su persona.

Pero sus enemigos eran muchos y transcendían del pueblo. Es más, las primeras acusaciones contra Juan Simarro no vinieron del pueblo; su creciente poder no era bien visto en los pueblos aledaños. La denuncia directa vino de un familiar lejano, vecino de Villanueva de la Jara. Pronto se sumarían vecinos significados de otras villas, que aparecían como testigos de cargo, apoyando un nuevo memorial presentado por Andrés de Luján y Frías, también vecino de Villanueva. Se sumaron a la acusación en Villanueva de la Jara, el cura doctor Pedro de Hervías, y, en Iniesta, el doctor Cantero, encabezando una panoplia de autoridades y vecinos principales

En Villanueva con el dotor Pedro de Ervías, cura desta villa, y con Gaspar Prieto, Martín Ferrer, don Juan Ferrer, don Juan Prieto, el licenciado Alonso Hortega, el licenciado Pedro Gamir y el licenciado Pedro García Navarro y toda la rresta del lugar, en la Motilla el cura el licenciado Diego García, los alcaldes, el regidor Benito Martínez y toda la rresta del lugar, en Iniesta el dotor Cantero con toda la rresta del lugar, en el Campillo Alonso de Frías, Julián Martínez, Cristóbal Obejero, y toda la rresta del lugar

Cuando el cura de Motilla y comisario del Santo Oficio, el licenciado Mateo Fernández de Bobadilla, fue enviado a El Peral a recibir los testimonios de la sumaria conteniendo las acusaciones contra Juan Simarro, no faltó ninguno de sus enemigos a la cita, entre ellos, todos los vecinos más notorios de la villa: Álvaro Monedero, alcalde por los hombres buenos, Pedro López de Espinosa, alcalde por los hijosdalgo, el regidor perpetuo Alonso García Moreno, el licenciado Isidro Monedero y Gracia, teniente de cura, el licenciado Ginés de Tresjuncos, Gabriel de Luján y Frías, Francisco de Valverde, Pedro Jiménez, Francisco de Valverde el mozo, alguacil mayor, Andrés Monedero, regidor perpetuo, Benito Jiménez, familiar del Santo Oficio, Alonso Gómez, Andrés de Luján y Frías, vecino de Villanueva de la Jara.

Era Juan Simarro un hombre desvergonzado, conocido por sus bravuconadas. En alguna ocasión que no se había salido con la suya, había amenazado con abrasar el lugar y echarle fuego y hacerles a algunos vecinos desta dicha villa consumir las haciendas. En las declaraciones de estos testigos no faltaron los insultos a Juan Simarro, presentado como un mal criado y persona inquieta que los trae a todos revueltos, para mayor vergüenza de su hermano, el presbítero Tomás Simarro, reprendido públicamente por el obispo:

por fomentar estas disensiones y pleitos le quitó el seruicio de la iglesia desta dicha villa el señor obispo don Andrés Pacheco y sobre fomentar estas causas se le causaron al dicho licenciado Simarro (Tomás) muchos pleitos en la audiencia episcopal y le llebaron preso y le bio este declarante al dicho señor obispo reprehenderle públicamente con mucha aspereça

Hasta los dos regidores perpetuos, que supuestamente le debían su puesto, declararon en su contra, habiendo sido forzados a aceptar su cargo. El resto de declaraciones era una suma de agravios; testigos perjudicados por las denuncias de Juan Simarro, que tenía especial habilidad para implicar a la justicia de San Clemente y otras villas contra sus vecinos. A Francisco de Valverde, preso hasta en diez ocasiones en San Clemente, le había arruinado la hacienda, le acusaba de apropiarse indebidamente, como depositario que era, de diecinueve mil cuatrocientos reales procedentes del arrendamiento de las dehesas y destinado a redimir un censo tomado por la villa, y también de talar las dehesas del pueblo. Los pleitos que tenía que afrontar en San Clemente le habían costado 150 ducados. Inútilmente se excusaba con la devaluación que había sufrido el dinero custodiado, afectado por una de tantas rebajas de moneda o devaluaciones de los Austrias. A Pedro López de Espinosa, que había intentado advocar su causa como alcalde ordinario, lo había denunciado ante la justicia de Vara de Rey por talar leña en esa villa, pagando con sus huesos en la cárcel y sufriendo una multa de 60 reales. Ginés de Tresjuncos, que se había significado doce años antes en la supresión de los oficios de regidores perpetuos, le acusaba de perder 500 ducados de su hacienda por las denuncias sufridas de Juan. Por último, eran especialmente agrias las acusaciones de los hermanos Luján y Frías, acusados por Juan Simarro de taladores, que hacían hincapié en la falta de virtudes y honestidad de Juan Simarro para ser comisario del Santo Oficio; a su falta de decoro, incluido su intento de enredarlo con una tal María Motilla, se añadía el intento de acusarle de palabras heréticas, pues en cierta ocasión había jurado por el alma de Christo.

  

                                                                           (continuará)




AHN. INQUISICION. 1925, Exp. 7. Proceso Criminal contra Juan Simarro, familiar de la Inquisición de El Peral, 1630-1634

jueves, 3 de marzo de 2016

El Peral y Juan Simarro hacia 1630

El Peral hacia 1630 era una población pequeña, pero orgullosa de su antigüedad; apenas si llegaba al centenar y medio de vecinos, población que mantenía desde el último cuarto del siglo XVI. Las Relaciones Topográficas, que le concedían 160 vecinos (aunque un memorial, próximo en el tiempo, de 1572 reducía esa cifra en veinte vecinos), nos hablan del parentesco y procedencia de un tronco común de los vecinos como causa de sus limitaciones demográficas. Quizás fuera una afirmación exagerada, pero un pueblo donde todos se conocían estaba poco dispuesto a reconocer las diferencias de riqueza entre sus vecinos. Eso no quita para que viviera como el resto de los pueblos un cierto proceso de patrimonialización de los oficios desde mediados del siglo XVI con la venta de los regimientos perpetuos y la concentración del poder local. Pero la aventura del ayuntamiento cerrado duró poco y hacia 1590 se habían consumido los oficios de regidores perpetuos, volviéndose a la elección por suertes. Pero, al igual que la cabeza del corregimiento, la villa de San Clemente, pasada la crisis de 1600, el pueblo experimentó un renacer que duraría dos décadas, antes que se empezara a vislumbrar la crisis en los años treinta, que conduciría al cataclismo de los años cuarenta y a que el pueblo viera su población reducida a 53 vecinos. Con ese pequeño renacer nuevas familias se encumbraron en el  pueblo, que de la mano de su riqueza impondrían su voluntad; fue entonces cuando esta pequeña comunidad empezó a quebrarse. El odio pronto se cebaría con una familia de recién llegados: los hermanos Simarro. El alcalde ordinario de la villa por el estado de los hijosdalgo, Gabriel Luján Frías, sabía recoger el sentimiento del común del pueblo:

saue por auer sido muchas veces alcalde y aber tenido otros oficios de aiuntamiento en esta villa ser muy dañoso a el buen gouierno della el auer regimientos perpetuos en ella y lo saue y le consta que abrá quarenta años poco más o menos (la declaración es de 1630) que en esta villa auía oficios de regidores perpetuos y por ser dañosos y de gran perjuicio a la república todo el común se juntó y los consumieron= y abrá doce años poco más o menos que el dicho juan simarro y sus hermanos y sus cuñados tornaron a traer comprados cinco oficios de reximiento y por las atrocidades que con ellos acían y pleitos que se lebantauan por este testigo muchas veces a el pueblo a pique de perderse por las pesadumbres y agravios que acían todo el pueblo se tornó a conbocar y bolbieron a consumirlos y los consumieron con pleito que esta billa tubo con ellos= y saue que quando estubo en esta tierra el oidor menchior molina que abrá poco más de un año fue el dicho juan simarro en sus seguimientos asta que asentó con el dicho oidor quatro oficios de regimientos y saue que el susodicho no a tomado ningún oficio de los dichos en su caueça aunque se saue públicamente tiene gastado en ello mucho dinero por lo quel es público en esta villa no pretende más de destruir las haciendas de los vecinos della como dicen muchos



                                                                    (continuará)

Parte 2ª
Parte 3ª
Parte 4ª

AHN. INQUISICION. 1925, Exp. 7. Proceso Criminal contra Juan Simarro, familiar de la Inquisición de El Peral, 1630-1634, fol. 61

domingo, 28 de febrero de 2016

Don Juan López Cantero: comisario de la Inquisición de Iniesta (III)

La declaración  de testigos a favor de Juan López Cantero es un testimonio del control que ejercía sobre la vida municipal. Pero ese control estaba empezando a quebrarse por la crisis que estaba sufriendo la sociedad hispana en la coyuntura de mediados del siglo XVII. La guerra de Cataluña y el reclutamiento de soldados estaba dislocando las comunidades locales. Desde 1598 existía una milicia de soldados, reorganizada en 1610, 1625 y 1636; era un cuerpo inoperativo de vecinos armados que gozaban de ciertas preeminencias y no sabían nada de la guerra. Pero la última reforma de 1636, que constituyó cuatro compañías en el corregimiento de San Clemente, ya tenía como finalidad su preparación para la guerra. El reclutamiento forzoso de hombres llegó con las levas forzosas de Rodrigo Santaelices en 1640 y 1641. Iniesta debió aportar los milicianos de la compañía de Miguel López Cantero, capitán de la villa de Iniesta y sobrino de nuestro protagonista, que acabaría muriendo en la guerra. En total fueron 55 hombres los pedidos a Iniesta y su tierra; la mayoría desertaron. Pero el esfuerzo reclutador de la Monarquía era continuado y en las campañas siguientes se pidió un contingente anual de seis a ocho mozos a la villa. Allí estaba don Juan López Cantero, excusando del servicio militar a los vecinos de la villa, intentando mantener brazos para la labranza de la tierra y reclutando a foráneos. Su casa se había convertido en hospicio de huérfanos de guerra y doña Catalina Espinosa, su anciana madre, en virtuosa amparadora de pobres.

Don Juan López Cantero era el hombre de los intereses de la Monarquía en la villa de Iniesta, como lo era Francisco de Astudillo Villamediana en San Clemente. Esa fue la causa de la ruina de ambos. Para 1646, la Monarquía estableció la llamada composición de milicias, se trataba de sustituir la aportación de hombres para la guerra por dinero. Se entraba en una nueva escalada contributiva que, ejecutada por la nueva figura de los superintendentes de milicias o de rentas, dejaría exhaustos a los pueblos. Pero ese año de 1646 fue de transición, dándose opción a las villas de optar entre la contribución de hombres o la de dinero. Por necesidad o por obligación se optó por la primera, en tanto que don Juan López Cantero intentaba hacer de la redención al servicio militar un negocio con la concesión de préstamos a los reclutados para eximirse. Así, de momento se reclutaron hombres. El sargento mayor Francisco de Torres, por entonces en Villanueva de la Jara, pidió a Iniesta de 6 a 8 hombres; fueron enviados cuatro, conducidos hasta esa villa por el alcalde Julián de la Cárcel Contreras. Pero el sargento mayor pidió uno más, pues esperaba al menos cinco. Deprisa y corriendo se intentó enrolar un nuevo soldado por el alcalde que había quedado en Iniesta, Alonso Martínez del Peral el menor. La obligación legal para el reclutamiento era echar mano de los padrones de soldados de milicia, celosamente guardados por los concejos y por cuyo acceso imploraba Francisco de Torres. Uno de los inscritos en ese padrón era Alonso Jiménez, el malogrado novio de Quiteria Herreros, futura madre de los hijos de don Juan López Cantero. Sobre la forma, o lo poco que se guardaban las formas, en el reclutamiento de soldados tenemos el testimonio del licenciado Alonso Castellanos:

en cumplimiento de las órdenes de su magestad porque hauiendo venido una para que se sacase cierta cantidad de soldados hauiéndolos remitido a don Francisco de Torres sargento mayor a la villa de Villanueva de la Xara por hauer faltado uno despachó segunda con todo apremio lo qual comunicó con este testigo Alonso Martínez del Peral el menor alcalde ordinario que entonces era y diciéndole que no tenía remedio y que para escusar de molestia i bejación a la villa era forçoso remitir el soldado que faltaua y así que al punto saliese por el lugar y prendiese al primero que encontrase y lo remitiese y el dicho alcalde en esta conformidad salió a buscarlo y yendo con el cuidado desta diligencia encontró en una calle al dicho Alonso ximénez que benía con su açada de cauar de las viñas y así lo prendió siendo ya de noche y muy de madrugada al día siguiente lo remitió al dicho sargento mayor.
(testimonio del licenciado Alonso Castellanos, fol, 67 rº)

El incidente del reclutamiento del soldado Alonso Jiménez sería recordado cinco años después. En su origen estaba el deseo de Juan López Cantero hacia su novia, Quiteria Herreros, joven de diecisiete años, y la apropiación de la misma como un bien más de su hacienda. El problema es que la muchacha puesta en depósito en casa del doctor Suárez le fue arrebatada a éste para ser llevada a casa de don Juan de donde no saldría hasta ser llevada cinco años después al convento de la Encarnación de Albacete, tras dejar dos hijos en custodia de López Cantero. Tal agravio se sumaba a otros muchos que levantarían un clima de rencor y odio hacia nuestro protagonista. Don Juan mantenía una independencia total del vicario con un espacio propio en la Iglesia en torno a capilla de Santa Ana, propiedad de su familia, que curiosamente sería la más afectada por el incendio; había hecho de la ermita y hospital de San Miguel un espacio reservado para uso privativo de su madre; se había enemistado con su primo hermano, Pedro López Cantero Serrano, por la herencia familiar, y había encontrado la oposición de algunos vecinos principales: a Sebastián de Vega y Juan Ibáñez, con pretensiones hidalgas, les había forzado a empadronarse con los pecheros, a Juan Valverde Núñez, Asensio Villanueva, Alonso Cano y Benito Martínez del Peral les había obligado a hospedar a compañías de soldados con sus capitanes y soldados, Juan de Olmeda y el citado Benito Martínez del Peral tenían deudas y cuentas pendientes con el comisario, Juan Rabadán había sido preso por volver a la villa sin respetar el cordón sanitario que se había establecido con motivo de la peste de 1648. Este cúmulo de agravios había creado en la villa un frente contrario a López Cantero. Al frente de la revuelta se situaba el doctor Suárez que ora en la sacristía de la Iglesia ora en los campos o domicilios particulares no dejaba de intrigar:

que los émulos y enemigos de dicho don Juan son el doctor don Alonso Suárez, vicario desta villa, Juan Rabadán Gutiérrez, Juan de Valverde Marzo, Juan de Valverde Núñez, Benito Martínez del Peral, y Alonso Martínez del Peral el mayor, y Asensio López Villanueva, Antonio López, don Sebastián de Vega, Juan Ibáñez, Benito Pajarón, ... y que el dicho vicario lo es por causa de que el dicho don Juan Cantero no ba como los demás clérigos asistiéndole delante del cabildo va desde la iglesia a su casa ni le acompaña en los actos públicos, y que dicha enemistad es tan cierta que a quatro años le tiene ojeriça , y e conoce que a este testigo le dijo abrá como seis días don Pedro López Cantero Serrano, primo hermano del dicho don Juan Cantero, estando con su primo disgustado le llegó a decir el doctor Suárez que si quería que se capitulase a dicho don Juan Cantero en el Consejo Supremo de Ynquisición que él lo haría
(testimonio de Julián de la Cárcel Contreras, fol. 61 rº)


Las declaraciones de testigos en Iniesta acabaron el cuatro de mayo de 1651, mientras don Juan López Cantero seguía, en palabras que ocultaban la dura realidad, hospedado en un mesón de Cuenca esperando una resolución del Inquisidor. Pero tuvo que esperar a la ya referida toma de declaración del doctor Suárez que también se hallaba en la ciudad y a las conclusiones finales del fiscal Vallejo que llegarían el día 13. En ellas, el fiscal mantenía todas y cada una de las acusaciones y pedía el máximo rigor en las penas. La sentencia condenatoria del Inquisidor Jacinto Sevilla, no obstante, fue mucho más benigna de lo deseado por el fiscal:

fallamos atento los méritos del dicho prozeso que debemos mandar y mandamos que el dicho licenciado Juan López Cantero procure continuar las funciones sacerdotales diciendo missa por lo menos los días principales y preciándose de acudir al coro y ebitar el escándalo que de lo contrario se sigue= y por la culpa que resulta se le condena en las costas deste prozeso y en quatro mill marauedís para gastos deste Santo Oficio

Pero aún le quedaba un rosario de apelaciones que viviría como auténtico calvario. La sentencia confirmada por el Consejo de la Suprema el 6 de julio de 1651, debió ser nuevamente ratificada seis años después. Para entonces,  el licenciado Juan López Cantero se había dejado cinco años de su vida y hacienda en las cárceles inquisitoriales, que él nos hacía pasar por posada o mesón. Lo de dejarse la vida es algo más que una metáfora, pues murió el doce de julio del año 1655. Antes le había precedido su madre. Dejó como único y universal heredero a su procurador en los juicios, el presbítero Juan Risueño Alfaro. No lo aceptaría Pedro López Cantero Serrano, primo hermano de don Juan, que emprendería una batalla legal por el mayorazgo fundado por sus tíos Pedro y Catalina. En el reparto de los bienes del mayorazgo también sería parte una niña, llamada Catalina Espinosa como la abuela; era la hija natural de don Juan y la monja Quiteria; el otro hijo creemos que había fallecido. Esa intención de don Juan, de reconocer a sus hijos naturales, quizás fuera el detonante de todo el proceso inquisitorial.


AHN. INQUISICIÓN. 1927, Exp. 10. Proceso criminal contra Juan López Cantero, comisario del Santo Oficio de Iniesta por vida escandalosa y amancebamiento. 1651-1657



Don Juan López Cantero: comisario de la Inquisición de Iniesta (II)


Desde el 14 abril de 1651, don Juan López Cantero se hallaba en Cuenca, instalado en una posada, que decía él y que no era sino cárcel inquisitorial . Allí ha acudido en cumplimiento de orden del Inquisidor de Cuenca, que le ha conminado a dejar Iniesta en el plazo de una hora y presentarse en Cuenca inmediatamente. Don Juan López Cantero, desde su posada, asiste durante dos semanas al interminable paso de los días, pero sus continuas peticiones para que se le escuche caen en saco roto. Por fin el 19 de abril es recibido por el Inquisidor Jacinto Sevilla, pero acudía como reo inculpado.

El todopoderoso don Juan López Cantero se defenderá inocente y torpemente. Este presbítero, nacido en 1596 y ordenado de epístola desde 1621, después de haber estudiado gramática en Belmonte y Villarejo, reconocía dejar a un lado sus obligaciones sacerdotales y la de decir misa, pues era hombre ocupado en la administración de su hacienda. No hacía en su proceder sino lo que hacían otros que con menos cumplen. Mezclando tiempos y lugares intentaba demostrar que no estaba en los momentos y lugares más comprometedores, pero no dejaba de reconocer su flaqueza por las mujeres y, en concreto, su incontinencia con Quiteria Herreros con la que reconocía haber engendrado dos hijos. Conscientes de su pecado, ella expiaba sus pecados en un convento en Albacete, él manteniendo en su casa a los dos hijos.

Si en algo parece intachable Juan López Cantero es en la acción de gobierno, que, por cierto, no ejercía directamente. Poseedor de cinco regimientos vinculados al mayorazgo fundado por sus padres, los mismos se hallaban en manos de familiares y próximos: Pedro López Cantero Serrano, Pedro López Cantero Atienza, Juan Ruiz Jara, el doctor Manuel Martínez y Pedro Pérez Serrano. Como muestra de buen gobierno de la república se aportaba que en doce años sólo dos pleitos habían sido apelados al corregidor de San Clemente.

La débil defensa que de sí mismo hizo don Juan López Cantero, dejó el camino libre al fiscal Juan de Vallejo para pedir el 20 de abril las máximas penas contra su persona y sus bienes. Sólo entonces pareció entender el acusado la gravedad de las acusaciones y la precariedad de su situación; respondiendo con memoriales negando los hechos y las irregularidades de un procedimiento del que desconocía los acusadores y los autos de la sumaria que le condenaban. Iniciará su defensa alegando su indefensión en un proceso, cuya instrucción han llevado con probada malicia el comisario inquisitorial Alonso Sánchez de la Fuente y el notario Juan de Mohorte. Aunque no conseguirá parar el proceso, el Inquisidor Apostólico de Cuenca Jacinto de Sevilla ordenará nuevas averiguaciones en Iniesta, donde se iniciarán nuevos interrogatorios comisionando al licenciado Juan Martínez de Villamayor y al notario Luis Maestro Caja. Al final, y por ausencia del primero, las averiguaciones corresponderán al notario y al comisario de Motilla del Palancar, Tomás Tendero, que iniciaran la toma de testigos el primero de mayo. Pero para entonces Juan López Cantero, a través de su madre, ha preparado su defensa, ganándose la voluntad de los acusadores.

Los testigos tibios de la primera declaración no dudarán en cambiar su versión. El licenciado Miguel Mateo nos presentará a don Juan como el hijo modélico de doña Catalina Espinosa, viuda virtuosa, acogedora de pobres y huérfanos en su casa, y al propio encausado como hombre honesto que

vive con mucha justificación y como un cartujo dando muy buen exemplo

Pero la exaltación de la madre iba más allá de sus virtudes. Viuda del doctor Pedro López Cantero había sabido mantener y administrar sus bienes y hacienda, vinculados a un mayorazgo, incluidos cinco oficios de regimiento arrendados a otros tantos vecinos. Hemos de sospechar que ante un Juan ausente, sería la madre quien defendiera el honor familiar. Las declaraciones fueron corroboradas por el alcalde ordinario Alonso Martínez del Peral, también fluctuante en sus opiniones, que aportó el modo cómo se había hecho el reclutamiento para la guerra de Cataluña. Unos años antes, un conocido por nosotros, el Sargento Mayor Francisco de Torres andaba desplazándose por las villas para reclutar soldados. En Iniesta se había personado para reclutar seis u ocho, para ello contó con la ayuda de la justicia del lugar, que finalmente le había dado cuatro o cinco jovenzuelos de los que menos falta hacían en la villa. Igualmente tibio en su declaración fueron Juan Valverde Marzo, el regidor Pedro Pérez Salvador, Juan Ibáñez, Juan de Valverde Núñez y Benito Pajarón. Sólo fue recalcitrante a modificar su anterior declaración Asensio López Villanueva, que ratificó de forma escueta y tajante su anterior declaración; el vicario de la villa prefirió ausentarse a la ciudad de Cuenca.

El doctor Alonso Suarez era consultor del Santo Oficio, visitador general del obispado de Cuenca y vicario de la villa de Iniesta. Su testimonio, del que sacó traslado el notario Maestro Caja, había sido determinante para inculpar en el primer momento al licenciado don Juan López Cantero. Ahora se le tomará de nuevo, el diez de mayo, declaración; pero esta vez en Cuenca, alejado de su pueblo y por ende libre de toda presión o coacción. Para desgracia del acusado, ratificará cada una y todas las acusaciones. El vicario, al que hemos de suponer de gran rigor en materia de costumbres se convertirá en azote fustigador de los excesos del acusado.

No obstante don Juan López Cantero contaba con muchas complicidades en el pueblo o, al menos, conservaba suficiente poder para defenderse. En la presentación de testigos a su favor que hizo el licenciado Juan Risueño Alfaro, teniente del vicario, estaban la mayoría de principales, oficiales públicos e hidalgos de la villa, incluso alguno de los acusadores: Julián de la Cárcel Contreras, alcalde ordinario por el estado noble, Pedro Ponce de Guzmán, el licenciado Alonso Castellano, abogado de la villa y regidor, el licenciado Alonso Lucas, abogado y teniente mayor del vicario, Alonso Ponce de León, regidor y familiar del Santo Oficio, Alonso Martínez del Peral el mozo, familiar del Santo Oficio, Alonso Jiménez, el licenciado Pedro Blasco, presbítero, Miguel Mateo Rabadán, escribano, el doctor Manuel Martínez, regidor y médico de la villa, Juan Ruiz Jara, regidor, y el licenciado Martín de Cubas, presbítero. Acompañando a la relación de testigos presentó una relación de servicios hechos a la villa de Iniesta que no deberían caer en el olvido. En su casa se habían alojado a su costa corregidores y alcaldes mayores de San Clemente y Cuenca, jueces, administradores de rentas y sargentos mayores. De un modo u otro, él controlaba la administración de justicia, la leva de soldados y la recaudación de impuestos. Nadie como él había contribuido a la reconstrucción de la Iglesia, abrasada unos años antes, y su embellecimiento, corriendo con la mitad de los gastos y dotándola con un órgano de ocho mil reales. La propia villa le debía quince mil reales y dependía de él para el abasto de carnes en años de necesidad como el de 1649. Tal benefactor público tenía demasiados apoyos para ser presa fácil de la Inquisición.



AHN. INQUISICIÓN. 1927, Exp. 10. Proceso criminal contra Juan López Cantero, comisario del Santo Oficio de Iniesta por vida escandalosa y amancebamiento. 1651-1657

viernes, 26 de febrero de 2016

Don Juan López Cantero: comisario de la Inquisición de Iniesta (I)

El licenciado Juan López Cantero, comisario del Santo Oficio en la villa de Iniesta, no parecía tener mucho apego a su profesión religiosa; a pesar de haberse ordenado sacerdote 28 años antes, no hacía uso de su misión pastoral más allá de la rutinaria misa anual del jueves santo. El resto del año vivía muy profanamente y bastante alejado de la rectitud moral que exigía su oficio. Ya desde su misma ordenación vivía amancebado con una mujer casada, situación que se prolongó durante 16 años hasta la muerte de la mujer. El engañado viudo tuvo que soportar una nueva humillación cuando el cura se llevó a su casa a las hijas del matrimonio. Su desenfreno y lujuria le arrastró a compartir esta mujer con otras dos: una joven, de cuyo novio, cual si fuese despechado rey David con Urías, dio cuenta, enviándolo a la guerra de Cataluña, del que falsamente se decía que había muerto, quizás para ocultar su deshonra. Su hartazgo, una vez satisfechos sus apetitos, y hacerse con los dos hijos habidos de la relación, le había llevado a meter a la pobre mujer de monja en un convento. Pronto buscaría la sustituta en una mesonera del pueblo.

Este desenfreno en su vida personal tenía su parangón en el dominio de la vida del pueblo. Su riqueza era desmesurada, tenía una hacienda valorada en 80.000 ducados; su fortuna le garantizaba una posición de preponderancia, denunciada por uno de sus acusadores, siendo propietario de cuatro regidurías perpetuas, con que tiene tiranizada la República y está hecho dueño absoluto de la tierra.

El memorial que incluía las acusaciones invitaba a que se tomara declaración a vecinos principales del pueblo. Las declaraciones se sucedieron, desde el día dos, a comienzos de marzo de 1651, a cargo del licenciado Alonso Sánchez de la Fuente, comisario del Santo Oficio y del notario Juan de Montesinos. No todos se atrevieron a declarar contra López Cantero. El regidor Pedro Sánchez Salvador obvió los temas más espinosos. Diego de Cubas era primo suyo y evitó cualquier declaración acusatoria. Pero otros fueron más atrevidos. Asensio López Villanueva cargó contra el comisario, ratificando cada una de las acusaciones, escaso celo sacerdotal y vida mujeriega, e incorporando otras nuevas:

y que abiendo muerto la mujer casada de quién decía se llebó a su casa el dicho don Juan Cantero dos ijas que dejó la dicha difunta y después de algunos años murió la una en casa del dicho don Juan Cantero y la otra después de algunos días  de la muerte de la dicha se la bolbió al dicho su padre y ésta a estado con el dicho su padre y un ermano clérigo que tiene asta agora que abrá un mes poco más o menos que el dicho don Juan Cantero se la bolbió a llebar a su casa donde está de presente=
y en quanto a que tubiese amistad el dicho don Juan Cantero con otras dos mujeres con casa aparte antes que muriese la mujer casada arriba referida= dixo este declarante no lo sabe
Al tercero capítulo dixo este declarante que lo que sabe que es público y notorio que el dicho don Juan López Cantero que abrá ocho años poco más o menos tubo amistad con Isabel Martínez mujer soltera y se decía ser natural de la villa de Moya con la qual ubo nota y escándalo de que trataba torpemente con ella y que la tenía casa aparte en la qual en la qual la trataba y comunicaba con mucha murmuración y le parece este testigo que abrá siete años poco más o menos que la envió a Granada donde murió y ansimismo save que después de aber inbiado la dicha mujer a Granada tubo amistad el dicho don Juan Cantero con otra mujer soltera natural de esta villa que se llama Quiteria Errero  en la qual tubo dos ijos que tendrán la niña cuatro o cinco años y el niño tres o quatro años poco más o menos los quales tiene en su casa el dicho don Juan Cantero criándolos y alimentándolos y sabe abrá dos años que metió monja a la dicha Quiteria Errero en un convento de Albacete y en quanto a la amistad que se dice tener en  un mesón este declarante dixo no saber nada

La declaración más esperada era la del doctor Alonso Suárez, consultor del Santo Oficio y vicario perpetuo de la villa. Sin duda por la autoridad moral e institucional de su testimonio. No lo haría hasta el día siguiente, tres de marzo, después de ser requerido con insistencia. Centró sus acusaciones en la displicencia en el ejercicio de sus obligaciones religiosas por Juan López Cantero y obviando manifestarse sobre otras relaciones, sí que lo hizo en la relación mantenida por el acusado con Quiteria Herrera

una mujer vezina desta villa se salió de casa de sus padres y bino ante el dicho bicario pidiendo por marido a un ijo de vezino de dicha villa y el dicho vicario la puso en depósito en casa de Benito de Peñarrubia Texero y después supo y fue público que a la persona que pidió a esta mujer la echaron a la guerra y se dixo públicamente que lo iço el dicho don Juan Cantero con mano poderosa sólo a título de que no se casase con la dicha mujer con quien el dicho don Juan Cantero estuvo amancebado con mucha nota y escándalo

Juan de Valverde Núñez, Alonso Martínez del Peral, a la sazón alcalde ordinario, y el licenciado Miguel Mateo ratificarían las acusaciones. El último nos aporta la noticia curiosa que unos años antes se había quemado la iglesia parroquial. Del mismo sentido fueron los testimonios de otros principales de la villa como Benito Pajarón, Juan de Valverde Marzo y Juan Ibáñez, pero sólo el último se atrevió a denunciar, a diferencia de los testigos anteriores que no pasaban de la insinuación, el poder despótico que don Juan López Cantero ejercía en la villa

que el dicho don Juan Cantero es hombre rico y muy poderoso y que a todos los tiene supeditados y debajo de su voluntad y que en esta villa no se ace más de lo que el quiere por ser tan poderoso y que tiene quatro o cinco rregimientos con los quales y otros que tiene de su bando ace lo que quiere en el ayuntamiento nombrado por alcaldes y otros oficios a quellos de quien él tiene gusto que lo sean

Así tras las acusaciones morales aparecía ahora un trasfondo de rivalidad política y lucha banderiza. Pero el pesquisidor no consiguió una acusación concreta contra la actuación política de Juan Cantero. Es más cuando intento extender sus averiguaciones visitando las casas de cuarenta vecinos del pueblo, no obtuvo más que murmuraciones, pero ni un testimonio escrito. El temor que despertaba don Juan Cantero sólo tenía parangón con su poder. El pesquisidor licenciado Alonso Sánchez de la Fuente no dudaría en zanjar sus averiguaciones en Iniesta y remitir los autos al Tribunal de la Inquisición de Cuenca. Hasta esta ciudad, y viendo que el proceso se escapaba de su control en la villa de Iniesta, se fue don Juan López Cantero para defender su inocencia y presentarse como víctima de un complot urdido por los principales de su pueblo y algunos comisarios de la Inquisición. Pero la necesidad obligaba.


                                                            (continuará)

AHN. INQUISICIÓN. 1927, Exp. 10. Proceso criminal contra Juan López Cantero, comisario del Santo Oficio de Iniesta por vida escandalosa y amancebamiento. 1651-1657

domingo, 4 de octubre de 2015

Las acusaciones judaizantes de Juan Rosillo contra Francisco de Astudillo Villamediana

Según Juan Rosillo la ascendencia de la abuela paterna de Francisco de Astudillo Villamediana era la siguiente

abuelos paternos: francisco fernández de astudillo, escribano de oficio en dicha villa, y catalina de molina, ija de ana de molina; ana de molina es ija de alonso núñez de molina y de Juana núñez, reconciliados, vecinos de cuenca, cuyo san benito esta en dicha ciudad y donde del apellido ay los sanbenitos siguientes: alonso lópez de molina, judayçante  quemado,  álbaro  de  molina  judayçante 

Las acusaciones judaizantes del licenciado don Miguel Perona Montoya contra Francisco de Astudillo Villamediana

“Que el primero que tiene noticia que viniese a esta villa de los fernández
fue  francisco  fernández,  visabuelo  del  pretendiente que  vino  con  un
correjidor que no sabe como se llamó, y fue su alguacil, y que no sabe de
donde viniesse ni sabe ni tiene por cierto lo que se le pregunta de ser hijo de
moro de almería y que aunque ha oydo lo tiene por ablilla y sin fundamento
y éste casó con teressa de astudillo, visabuela deldicho pretendiente, hija de
fernando de astudillo, natural de la vª de Yniesta y de maría simón, natural desta villa, los quales tubieron por hijo a francisco fernández de astudillo,