El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)
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miércoles, 30 de junio de 2021

EL AÑO 1530 EN VILLANUEVA DE LA JARA

EL AÑO 1530 EN VILLANUEVA DE LA JARA

Villanueva de la Jara y su tierra era una comunidad suficiente en sí misma. Sus hornos (seis en la villa y seis en las aldeas), sus carnicerías, tienda pública, botica o tenería procuraban a sus vecinos el abasto necesario para la vida. La plaza estaba dominada por la torre del reloj, que había construido Pedro de Oma, y cuyo reloj estaba al cuidado del sacristán y era reparado por maestre Pedro, pasado el año 1510 y a su lado se erigían unas casas del ayuntamiento, que no sabemos si se corresponden con las actuales. Es cierto que faltaba un pósito, pero el molino actuaba de regulador de precios y abasto de granos y, otras veces, se aprovechaban las cámaras de algún particular, Alonso Valera, para guardar los excedentes de grano. Los pobres y excluidos contaban con un hospital de acogida, a cargo de Miguel Buenache, que recibía sueldo del ayuntamiento, y no faltaban las obras de caridad, como las dos fanegas que recibían los pobres para pasar la Pascua de Navidad o la fanega de trigo que recibían en Pozoseco durante la procesión que se celebraba en este pequeño pueblo. Tampoco faltaba el vino, tan vital como el pan para la alimentación. A veces era el concejo el que daba limosna a las viudas, otras, pagaba un real por enterrar un muerto que nadie reclamaba, o encargaba, por doce reales, a la mujer de Gonzalo Piñán que criara un niño expósito. Las buenas obras no faltaban, dos vecinos sacaron a la hija del boticario del pozo del hospital donde se había arrojado.

 

Villanueva de la Jara cuidaba sus construcciones públicas: en 1522, un tal Chamocho, cuya familia vemos asentada en San Clemente unos años después, “adobaba” el puente sobre el río Valdemembra y ahora, siete años después, García Castillo Montañes “adobaba” la casa del ayuntamiento o retejaba las carnicerías públicas y construía una nueva cárcel pública. Algo tan trivial como la fabricación de tejas debía estar en manos del ayuntamiento, y al igual que se retejaban las carnicerías, se hacía lo mismo con la casa de la comadre, donde los recién nacidos jareños veían la primera luz de este mundo. Unas puertas nuevas se colocaron en la casa de esta comadre para darle mejor apariencia, mientras Juan García de la Roya obraba en esta partería. Las calles se adobaban también. Martín el de la Cuartera, Vala de Rey y Miguel de Honrubia trajeron sesenta y siete carretadas de piedra, por la que recibieron en pago 670 maravedíes, a los que se sumaron otros 1080 mrs. de 108 carretadas adicionales, y cerca de otras trecientas carretadas más traídas por otros vecinos. Villanueva de la Jara se embellecía, sus calles de tierra se empedraban. Mientras Alonso Pérez llevaba la tierra y Diego del Prado arreglaba el maltratado camino de Iniesta o se arreglaba el camino hacia los molinos Nuevos, auténtico centro nodal de la economía jareña y donde Gómez García llevaba 247 carretadas de piedra para reforzar la presa en el río Júcar. Villanueva de la Jara era una villa cerrada, con una puerta de acceso que ese año de 1529, quizás por temor a algún fenómeno pestífero (por la muerte, se dirá), guardó Martín García de la Presa durante 29 días, con un salario de 20 mrs. diarios, o quizás porque las puertas de Villanueva se cerraban por la noche, temerosa de delincuentes, pues un tal Monedero también se encargó de las puertas de la villa. La verdad es que Villanueva tenía varias puertas y eran varios porteros y que ese año de 1530 se construyeron varias tapias para cercarla, tapias que eran de piedra y que levantaron entre otros, Miguel Sanz, Martín Vala de Rey, Martín de la Cuartera, Clemente Roldán, o los hermanos Alonso y Clemente Sanz; al camino de Iniesta se salía por una de estas puertas. García Montañés levantaba nuevas tapias para la cárcel del pueblo, en la plaza. Noticias de tablas, vigas, tejas y piedras para las casas del ayuntamiento hay este año. Pedro Pastor, de oficio carpintero, recibía once ducados y medios por “andar desvolviendo la casa del concejo e adobando la que está el boticario”, Aunque es demasiado temprano para hacer cábalas sobre las actuales casas del concejo jareño, si bien es cierto que el 17 de noviembre de 1530 el concejo se reunía en las casas del regidor Pascual García y el 27 de octubre de 1532, en la posada del corregidor Bargas, alojado en una casa de Pedro Monteagudo. El adecentamiento de los edificios públicos también se hacía en las aldeas, los hornos de Tarazona y Quintanar (cada aldea tenía dos hornos, uno nuevo y otro viejo) se reformaban o añadían puertas nuevas, al igual que se reformaba completamente el horno de Gil Buenache en Villanueva, hundido el Domingo de Ramos. El citado Juan García de la Roya andaba de aldea en aldea obrando en los hornos. El cantero Juan Gómez de Villanueva ampliaba y reforzaba las paredes de la botica del pueblo en la plaza; a buscar un nuevo boticario, Jaime Maluenda, fue Pedro de Mondéjar con otros vecinos. Los pueblos crecían y necesitaban nuevos servicios: Pascual Sancho veía embargadas unas casas en Casasimarro para destinarlas a carnicerías.

En realidad, la actividad era frenética ese año de 1530, los hombres no estaban faltos de trabajo. Villanueva pagaba deudas de antaño, entre ellas, las debidas al molinero Alonso Martínez por el trigo aportado al cerco de Játiva ocho años antes. Nuevos vecinos se habían instalado en el pueblo en la segunda década de 1520, viviendo de servicios diversos como carreteros, mensajeros (Francisco Zamora iba y venía a Cuenca una y otra vez), oficios manuales de tejeros, cerrajeros, caldereros o cualquier otro (Martín García no tenía descanso como alpargatero y Benito López lo mismo llevaba cartas que adobaba las calles de Villanueva) y siempre con la vista puesta del acceso a la tierra y su cultivo en las tierras aledañas, propiedad del concejo de Alarcón, y que se podían sembrar con el trigo que el concejo proveía, procedente de los molinos Nuevos. Y es que Villanueva de la Jara era una tierra de oportunidades, apellidos de renombre ejercían los oficios más insospechados: Francisco de Villena comerciaba con la venta de clavos, Martín de Buedo o Pedro Monteagudo cobraban por unos cuartones de pino, o caso del primero, por doce tablas provistas al concejo, y Alonso Guilleme empedraba las calles a 50 mrs. de salario, acompañado de otro vecino de Bailen. El oficio de carretero estaba muy extendido en Quintanar del Marquesado, algunos lo tenían como propio, de él vivía Juan Sanz, pero otros, como para Martín Vala de Rey, era fuente suculenta de ingresos. Este Martín Vala de Rey debía ser avispado, pues viendo el negocio, transportaba cualquier materia en su carreta o se dedicaba a repartir el trigo del molino a los labradores. Quizás, en ganancias, era equiparable el oficio de tejero; a retejar el ayuntamiento se dedicaba ese año Juan de Tremen Saiz. Espabilados para una sociedad tan dinámica desde luego no faltaban, Pedro Peinado lo hizo con la langosta. Otros cumplían con su oficio, como el herrero Pascual García que ponía a disposición su fragua para adobar el reloj de la torre con veinte libras de hierro.

Y Villanueva de la Jara procuraba ser una comunidad que daba servicios a sus vecinos: tenía contratado un bachiller de gramática para la educación de sus niños, con salario de 16 reales, cuyo estudio estaba en las casas que había alquilado Juan de la Osa, contrataba algún predicador para los sermones en su iglesia y como a aquel predicador de las Buedas les procuraba pagar la posada y estancia en el pueblo o les daba como pago unas perdices a esos otros frailes llamados Bonegan y Tomás. En las aldeas el que predicaba era fray Pedro de Santa María. El oficio de predicados estaba bien remunerado, siete ducados y tres reales recibió fray Tomás por sus sermones en la Cuaresma. Tampoco faltaba como pago diez arrobas de vino. Otros cometidos eran más mundanos, Juan de la Higuera. Juan Tieso y Pedro Pastor, en número de cuatro, complementaban sus ingresos matando raposas amenazantes de las gallinas, aunque había vecino, caso de Alonso Mondéjar, que lograba llevar toda una “lechugada” de lobos recién paridos hasta las casas del concejo. Y es que en torno al Valdemembra se encontraba todo tipo de fauna salvaje, como marotos, una especie de patos salvajes.

Villanueva de la Jara era una sociedad que se divertía; para agosto se corrían novillos por las calles del pueblo. De tal hecho, tenemos constancia el año 1522, cuando el pueblo permanecía ajeno a la leva forzosa de sus hombres para la guerra de Játiva del mes siguiente. Al igual que en San Clemente, existía un espacio para jugar a la pelota; el concejo de Villanueva recibía la llamada renta del portal de la pelota por valor de 2625 mrs. Existían otras fiestas, unas comunes a otros pueblos y otras chocantes, como la de Santa Águeda, que bien recibió dinero el sastre por unos servicios que desconocemos. Un santero cuidaba la ermita de la virgen de las Nieves, viviendo de la limosna del ayuntamiento, el oficio no debía estar bien pagado, pues Pedro Peinado fue fuera de Villanueva a buscar uno; mejor pagado estaba el sacristán, hasta ocho ducados, aunque recibía salarios pendientes, por regir el reloj y tañer las campanas por las ánimas del Purgatorio.

Los regidores ganaban un sueldo de 300 mrs., pero como siempre sus ingresos reales no respondían a su salario. Los que ganaban dinero eran los escribanos: Francisco Navarro, Alonso García, Antón Clemente o Lope de Araque. La villa tenía dos letrados, el bachiller González y el bachiller Clemente, que cobraban seis ducados cada uno. Los procuradores de Villanueva iban y venían a la corte, a la Chancillería de Granada o a Chinchilla, donde residía el corregidor de las tres villas ese año. Un pleito ocupaba su tiempo: la disputa por la propiedad de una rueda de los molinos Nuevos con Alonso Pacheco. De esos pleitos vivía el escribano Francisco Navarro que, defendiendo los intereses de su pueblo en Granada, recibió 10000 mrs.; no le iba a la zaga en ingresos por cometidos similares Clemente Ruipérez. Quizás el bien más preciado en el pueblo era el papel. Se mantenían las disputas de antaño con Alarcón, pero ahora se buscaban arreglos pacíficos. El asunto más conflictivo era la grana, procurándose dar solución en una junta de los oficiales de uno y otro pueblo que se celebró en Pozoseco. Otra junta, a la que asistió el regidor Fernán Martínez, se celebró en Chinchilla, tal vez, esta era una de las tradicionales juntas del marquesado de Villena, al parecer se trataba sobre la construcción de un puente. En las cuentas de un año después sabemos de la intención de construir un puente en el vado del Parral, junto a unos molinos, y de tratos con la ciudad de Chinchilla, por lo que más bien parece que la junta debió ser entre los dos pueblos para construir el puente. Ese año de 1531, los jareños llevaron cuatro carretas hasta el vado del Parral, para 1533 se repartían peonadas entre los vecinos de las villas y de las aldeas (un total de 208 peonadas por valor de 20300 mrs.) y se firmaban las escrituras entre Villanueva de la Jara y Chinchilla para la construcción de unos molinos; escrituras que se firmarían en Cuenca. Martín López recibiría 37531 maravedíes por la obra de ese molino ese año de 1533.

En un pueblo agrario dedicado al cultivo de granos, donde las viñas, aparte de cultivo familiar y propios del concejo en Gil García, intentaban la gran producción en el camino de Villalgordo del Júcar. En torno a ese camino, el tundidor Pascual Rabadán intentaba la aventura vitivinícola junto a los Mondéjar y los Ruipérez. En Quintanar el concejo cobraba una renta por la guarda de las viñas. Las aldeas se metían en pleitos con el marqués por la propiedad de las tierras que labraban sus labradores, especialmente con Tarazona, allí anduvo de probanzas treinta y seis días el escribano Francisco Navarro; y hasta las aldeas se tuvo que desplazar Alonso Romo a cobrar la correduría.

El verdadero poder de Villanueva de la Jara residía en sus campos de cereal y la expresión de ese poder eran los molinos Nuevos. Las ruedas poseídas por el concejo de Villanueva eran el símbolo de la victoria de los jareños frente a Alonso Pacheco, que poseía la otra parte de los molinos, en cuanto recuperación del excedente agrario para la villa. La Jara había salido victoriosa de los intentos de apropiación señorial, tanto de la Iglesia, a la que se había cedido para de sus rentas en las personas de unos obispos italianos que no pisaban la villa, como de los criados del marqués, Castillos y Pachecos de Minaya. El molino de los Nuevos proveía una maquila sustanciosa en ocho particiones anuales, tomando datos del año 1531, alrededor de 625 fanegas de trigo, de candeal 404 fanegas y de cebada y centeno 134 fanegas. El comercio de granos estaba controlado por el concejo, pero no faltaban los que eludían el control de las sacas de pan. Entre los multados estaba el maestre cantero Jaime Cardos.

 

ANEXO

 

Concejo de octubre de 1532, en casa del corregidor

Corregidor licenciado Bargas

Pedro de Monteagudo, alcalde ordinario

Bachiller González y Pedro García, regidores

Gaspar López, alguacil

Martín López, Alonso Ruipérez,Lorente López de Tébar, Ginés de Móndejar (los tres últimos regidores en 1531), diputados

 

Concejo de cuatro de octubre de 1533, siguen de año anterior, en la sala del ayuntamiento

Pedro Monteagudo y Miguel Mateo, alcaldes

Bachiller González, Juan Sanz de Ruipérez y Pedro García

Clemente Pardo, alguacil

 

Concejo de 18 de noviembre de 1533

Pedro de Monteagudo y Ginés Ruipérez, alcaldes ordinarios

El bachiller García, Pedro Pardo y Aparicio Royo, regidores.

Alonso Cardos, alguacil. 


AGS, CRC, 153, 5

EL CAMBIO DE ÉLITES EN VILLANUEVA DE LA JARA EL AÑO 1529

 

EL CAMBIO DE ÉLITES EN VILLANUEVA DE LA JARA EL AÑO 1529

Era el mes de marzo de 1529 y el viejo problema irresuelto de las cuentas del concejo de Villanueva de la Jara afloró de nuevo. Quisiéramos ver un ajuste de cuentas de los vencedores de la guerra de las Comunidades frente a los perdedores, pero no fue así. Acabada la guerra de las Comunidades, Villanueva de la Jara cerró filas para evitar responder de sus viejos compromisos o ambigüedades, pues el pueblo se comprometió sin comprometerse: envío de hombres en ayuda del marquesado de Villena, que nadie recordaba, envío del procurador Sancho Martínez de Olivenza a la Santa Junta de Tordesillas y al que dos años después se le pedía que devolviera los novecientos maravedíes pues se quería tener su procuraduría ante el máximo órgano de gobierno de las Comunidades, como asunto particular, y silencio absoluto en lo que era más difícil de ocultar, aunque fuera por su visibilidad, un cortijo construido en esa época. En las tierras de la Mancha de Montearagón existen castillos, pero es menos conocida una forma tradicional de fortaleza más popular e improvisada, donde falta la piedra y sobra la tierra, que es el cortijo. Célebre era el cortijo de Las Mesas donde se refugiaron los vecinos insurrectos del pueblo y de los vecinos El Pedernoso o Las Pedroñeras en la guerra del Marquesado, no menos célebre era el cortijo de Santa María del Campo Rus, construido en torno a la casa palacio de los Castillo Portocarrero, arrasado por el valiente capitán Pedro Baeza ante la impotencia de Pedro Ruiz de Alarcón. Ahora cuarenta años después los que construían su cortijo eran los jareños, no sabemos si como bastión de la causa comunera o lo que era más probable como fortaleza defensiva ante lo que pudiera venir a unos vecinos celosos que únicamente abrazaban causa que fuera ligada a la defensa de sus propiedades. Del asunto del cortijo elevó informe el gobernador del marquesado de Villena en 1523 al alto Consejo Real, queriendo librarse de un asunto espinoso. Y es que, a esas alturas, Villanueva de la Jara ya había expiado sus culpas comuneras. Primero, poniendo sus hombres al servicio del prior de San Juan para acabar con los últimos focos comuneros, una vez certificada la derrota de Villalar, aunque la expedición no fue más allá de Las Mesas, después de casi una insegura indiferencia en San Clemente (que tenía mucho que esconder de su compromiso comunero) y una muy probable operación de castigo en Villarrobledo, donde la causa comunera seguía muy viva.

No parece que estos equívocos jareños gustaran mucho a Jorge Ruiz de Alarcón. El señor de Valverde tenía especial inquina a los comuneros, no en vano había sido expulsado y huido de la ciudad de Cuenca, donde era regidor. Al frente de las tropas imperiales se puso para sofocar la gran rebelión de Moya y ofreció de nuevo sus servicios para levantar una decena de compañías de soldados y más de 3000 hombres para acabar con los insurrectos agermanados, que resistían en Játiva y Alcira el año 1522. Es sabida el poco espíritu guerrero que mostraron en el combate estos campesinos militarizados, se conocen pocas pérdidas humanas, pero las pérdidas fueron mucho mayores en las haciendas. El hecho de que se movilizaran a los labradores, a todos (pues el señor de Valverde anduvo buscando a los escasos sesenta o setenta que quedaron en Villanueva para enrolarlos), fue causa que los campos se quedaran sin sembrar ese mes de noviembre de 1522, mientras los jareños, que volvieron a sus casas cinco días ante de la toma de Játiva el 4 de diciembre de 1522, obligaban a Jorge Ruiz de Alarcón a “artimañas de paz” para la rendición de la plaza valenciana.

La operación de Játiva fue un mal trago para la economía jareña, ya que dejó más de setecientos mil maravedíes de deudas, anotadas una a una por el escribano Juan Robres, y que se convertirían en dardo arrojadizo en los próximos años como acusación de enriquecimientos ilícitos durante la guerra y petición de pago de esas mismas deudas a aquellos que tenían las responsabilidades en la guerra. Fue entonces, ese año 1529, ante el corregidor de las tres villas de la emperatriz Isabel (Villanueva de la Jara, Albacete y San Clemente), cuando tres familias: los Clemente, los López de Tébar y los Ruipérez tomaron el asalto definitivo al poder jareño. Eran familias viejas de Villanueva, enriquecidas al igual que otras, pero ahora dispuestas a hacer de la necesidad ajena, virtud, y dar el golpe definitivo a sus compañeros del pasado. Es ahora cuando se produce el declive definitivo de los Talaya, los descendientes de aquel héroe que ofreció su vida por la de su hermano en la pasada guerra del Marquesado. Pero la lista de viejas familias caídas en desgracia fue más amplia, tanto como las de sus haciendas. Y es que la vieja república de labradores se había roto, ahora tocaba la consolidación de unos terratenientes con ínfulas nobiliarias, que miraron para otro lado no queriendo ver las antiguas ordenanzas que declaraba a la villa enemiga de hidalgos. Entre los caídos en desgracia, los descendientes de Fernán Simarro, redactor de las Ordenanzas, y padre fundador de Villanueva de la Jara.

En la ejecución de bienes de 1529 eran parte ejecutada, Juan del Cañavate, Martín López y Aparicio Atalaya. Martín López tenía sus bienes en la vega de la villa, desde Villaverde la vega hasta los juncales, un total de catorce pedazos de hazas cebadales de ochenta almudadas. Juan del Cañavate había cambiado su domicilio a Honrubia, aldea de Alarcón, pero le fueron ejecutadas en Villanueva, veinticinco almudadas en la cañadilla de la Madera, diez almudes de trigo en la vega del Pozuelo y dos hazas trigales de diez almudes en la cañada el Rubial. Mientras Aparicio de Talaya señaló por bienes trescientos almudes en el lavajo del Lobo y el lavajo de las Sendas. Otro de los vecinos que sufrió ejecución de bienes fue Pascual Rabadán, aparte de las casas de morada, le fue ejecutada una viña de 3000 vides camino de Villalgordo, paraje donde se concentraban otras viñas de los Mondéjar, Alonso y Blas o las 1200 vides de Juan López el viejo, también embargadas. Junto a Pascual Rabadán cayeron otros vecinos que tenían sus casas aledañas, Miguel Mateo, Sebastián de Caballón o Alonso Simarro. A Sebastián de Caballón se le enajenó una casa y huerta; Ginés de Ruipérez, unas casas en las calles reales; Pascual Sánchez de Atalaya, otras casas; Juan de Chinchilla, casas linderas de Leonisio Clemente y Clemente Ruipérez; otras casas de Pedro de Beamud; Unos y otros actuaban como fiadores en esta difícil situación, mostrando la solidaridad de un grupo que veía sus horas más bajas. La ejecución de los bienes se haría por Llorente López de Tébar, alguacil, y Antón Clemente, escribano.

Tierra y trigo dominaban la escena política de Villanueva de la Jara. El dominio de los oficios concejiles era clave para el control de una política de abastos que garantizará la alimentación de la población con el arrendamiento de los hornos de Villanueva de la Jara y sus aldeas o bien con la cesión de grano a los particulares para la fabricación de pan cocido en los hornos de su casa. Igual papel cumplían las carnicerías, existentes, al igual que los hornos, en Villanueva y sus aldeas. Los Molinos Nuevos de la ribera del Júcar, donde Villanueva poseía la propiedad de seis ruedas, se había convertido en el principal centro del control de granos de la villa; aparte de los ingresos que procuraba al concejo, los molinos funcionaban como un pósito que regulaba el abasto y los precios de los granos en Villanueva y sus aldeas, abasteciendo del grano para la fabricación de pan o como adelanto para la siembra a los labradores. Si examinamos el año 1529 veremos cómo Leonisio Clemente está detrás de la expedición de todos los libramientos de partidas de granos de ese año. Los agricultores acudían al molino a adquirir prestado el grano de la sembradura del otoño, un grano procedente de las maquilas del molino de las cosechas del verano, pero que les permitía el cereal para la cosecha del año venidero. Eran compras de dos, las que más dominaban, a ocho fanegas de trigo a un precio de nueve reales la fanega, aunque no faltaban los que adquirían un almud nada más. Las ruedas de los molinos Nuevos era librarse de la dependencia de los Pacheco y sus molinos, pero era caer en la dependencia de los oficiales que controlaban el concejo. Además, los labradores cultivaban tierras ajenas del suelo de Alarcón, cuando no dependían de los censos o préstamos de familias como los Castillo sanclementinos. En cualquier caso, sobre el papel de los molinos en las relaciones de producción basta con ver las extensas cuentas del concejo de Villanueva y sus ventas de grano a los pequeños y medianos labradores, una larga lista de hombres que estaban tan cerca de la propiedad de la tierra como de perderla y una larga lista de hombres donde dominan los hombres con apellidos nuevos y desconocidos que habían acudido a la Jara en busca de oportunidades. Uno de esos nuevos vecinos era un hombre conocido por el apellido, Vala de Rey.

 

sábado, 3 de abril de 2021

La mención más antigua de Rubielos

 Al igual que otras aldeas de Villanueva de la Jara, es difícil definir el nacimiento de Rubielos. Únicamente podemos constatar que Rubielos no existía en el amojonamiento de 1481 de Villanueva de la Jara y cuando nos aparece posteriormente es para diferenciar dos pueblos, Rubielos Altos y Rubielos Bajos, que no es sino una misma comunidad, cuya única diferencia es que unas casas están asentadas en suelo de Alarcón y otras casas lo están en suelo de Villanueva de la Jara, respectivamente. Un caso más de dos jurisdicciones para una misma comunidad, que se mantendrá en el tiempo y que a diferencia de las aldeas jareñas del sur esta vez sí dará lugar a dos pueblos diferentes.

No obstante en un expediente de rentas decimales de 1528 ya nos aparece el nombre de Rubielos como un lugar más del arcedianazgo de Alarcón. Rubielos simplemente, sin diferenciar dos entidades, pero ya asomada definitivamente a la Historia. La razón histórica del nacimiento de Rubielos Bajos y Altos reside en las disputas que Alarcón mantiene por frenar el impulso roturador de Villanueva de la Jara hacia el Picazo y Pozoseco. No olvidemos que los límites entre Villanueva de la Jara y Alarcón se situaban en la misma iglesia de Pozoseco o que la dehesa de Robledillo era motivo de litigio entre el alcaide de Alarcón y la familia García de Villanueva de la Jara ya en la década de 1480. 

Mediada la década de 1520 se produce un nuevo e intenso movimiento roturador del que tenemos noticias por los conflictos estudiados de los ganaderos alarconeros (la familia Castañeda) con los colonos en la dehesa de Pozoseco, los asentamientos dispersos entre Casasimarro y El Picazo, en una zona conocida como una entidad poblacional fallida llamada La Ribera del Júcar, la intromisión de labradores jareños en las tierras de El Picazo o la roturación y distribución en quiñones de las pocas tierras adehesadas de El Peral. Sin duda, que alquerías aisladas existían desde antes, pero es ahora, en la década de 1520 y 1530, cuando las tierras llecas se cultivan definitivamente, ocupándose el espacio agrario. Coincidiendo con este nuevo  movimiento agrario, surgen nuevas agrupaciones de población: una de ellas es Rubielos.



Archivo Histórico Nacional, CONSEJOS,28210,Exp.14

sábado, 6 de marzo de 2021

El Peral y Villanueva de la Jara: la grana

 



Fotografía: Juan Pérez Pinilla

La concordia entre El Peral y Villanueva de la Jara vino tras los enfrentamientos de 1484 entre ambos pueblos, que aún sería recordados noventa años después en las Relaciones Topográficas. Tal concordia era sentencia de juez arbitro, para el caso el gobernador del marquesado de Villena, el comendador Pedro de Vaca. El capítulo de mayor fricción en el futuro sería el censo anual de 500 maravedíes que El Peral debía pagar a Villanueva de la Jara, aunque otro de los capítulos que causaría también conflictos sería el incumplimiento de la obligación entre las partes de hacer saber la una a la otra los momentos de desvedamiento de los aprovechamientos comunales, entre ellos, la derrota de la grana.

En la década de los treinta, El Peral sufría la presión de su vecino. Veía negado el acceso a la recogida de grana y trataba de cobrar repartimientos de tributos a los vecinos de la Jara que tenían propiedades en sus términos. Era la pescadilla que se comía la cola; El Peral era un pueblo pobre en recursos y bienes propios y obligado a repartir contribuciones entre sus vecinos para cualquier obra pública, pero los pleitos con Villanueva consumían sus recursos. A la altura de 1534 se veía obligado a un plantar un nuevo repartimiento de 20.000 maravedíes para sufragar los gastos de los contenciosos iniciados con los pueblos vecinos, aunque finalmente solo obtendría licencia para un repartimiento de diez mil maravedíes. Aunque El Peral ganó sentencia favorable del alcalde mayor Ordoñez en agosto de 1533, posteriormente, en mayo de 1538, la Chancillería de Granada se pronunciaría a favor de Villanueva de la Jara.

Las diferencias se habían iniciado en 1532 cuando los jareños habían pregonado la derrota o “deviedo o desvieda de la grana” (tal como se decía en la época) en la plaza pública de su pueblo, pero sin dar noticia a El Peral, que llegó tarde a la recogida. El Peral recordó el incumplimiento de la concordia de 1484 y exigió 5000 maravedíes de pena según marcaban los capítulos de la mencionada concordia. El siguiente paso, fue tomar prendas de las propiedades jareñas por ese valor y no restituirlas a pesar de sentencia contraria de la Chancillería. Las prendas se sacaron del embargo de cincuenta y cinco carneros propiedad de un vecino de Villanueva, llamado Aparicio de la Motilla.

Contra lo que pasa por voz pública y fama, relativo a la dependencia de Villanueva de la Jara, junto a San Clemente y Albacete, al señorío de la emperatriz Isabel como una época dorada, la verdad era distinta. Las villas de realengo como El Peral aprovecharon la actitud partidaria y favorable de la justicia del marquesado, sus gobernadores y alcaldes, para imponer unas condiciones ventajosas. Villanueva no tuvo más remedio que llevar los contenciosos a la Chancillería, pues el corregidor de la emperatriz, licenciado Gudiel de Corbatos, se inhibía.

 

 

Concejo de Villanueva de la Jara, 12 de abril de 1524

 

Pedro García de Villanueva y Juan de Monteagudo, alcaldes

Diego López y Clemeinte Pardo, regidores

Martín García, alguacil

Pedro el Royo, Martín Sanz del Atalaya, Alonso de Ruipérez y Martín García

Testigos: García el viejo, Alonso García de San Clemente, Lorenzo Borgoñés lencero, Alonso Romo corredor

Alonso García, escribano.

 

Concejo de Villanueva de la Jara de 20 de febrero de 1533

 

Pedro de Moneagudo y Miguel Mateo, alcaldes

Bachiller González, Pedro García, Juan Saiz de Ruispérez, regidores

Clemente Pardo, Alonso de Ruipérez, Ginés de Mondéjar, diputados

Sebastián Clemeinte, escribano del ayuntamiento



ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA, PLEITOS, 5332-2

viernes, 5 de marzo de 2021

EL PERAL Y SUS ORDENANZAS DE 1519

 



Contra lo que pudiera parecer el movimiento roturador en la villa de El Peral aún distaba en 1519 de la situación que ya conocemos para el año 1540, con sus campos totalmente labrados y una tierra escasa. Ese año, previo a las Comunidades, los vecinos de Villanueva de la Jara andaban en conflictos con sus vecinos del norte, no por las tierras de labranza, que también, sino por la recogida de la bellota. Los peraleños desvedaban la bellota en fechas señaladas: la bellota de roble para San Miguel, el 29 de septiembre, y la de carrasca para San Lucas, el 18 de octubre; pero ni ellos ni sus vecinos jareños respetaban las fechas. Aunque el principal problema es que unos y otros estaban arrancando y cortando los árboles. Unos pueblos en crecimiento demográfico desaforado estaban acabando con sus recursos naturales: la bellota era escasa y por esa razón el concejo de El Peral procuraba saltarse las fechas señaladas y secretamente desvedar su recogida para hacerla exclusiva de sus vecinos; el mismo concejo, consciente de la necesidad de madera para construcción de casas y arados, había hecho de la madera de sus montes un monopolio, reservándose el derecho de venta. En realidad, el concejo estaba harto de la concordia que años antes se había firmado con Villanueva de la Jara, que le obligaba a pagar quinientos maravedíes a sus vecinos por aprovechar sus comunes, mientras que los suyos, cada vez más menguantes, eran objeto de expolio por los jareños. Por esta razón, el año 1519, El Peral decidió dotarse de unas ordenanzas propias, que le daban el control del uso de sus términos, acabando con los viejos derechos comunales de antaño y tratando de enmendar lo que había cedido con el licenciado Molina en 1481: no cerrar sus términos.

 

Parejas a las ordenanzas de 1519, los peraleños decidieron adehesar parte de sus términos comunes y dedicarlos a la labranza, repartiendo en quiñones o suertes para sus vecinos estas tierras. No obstante, el problema era común tanto para El Peral como para sus vecinos: el hambre de tierras de comienzos de siglo era ahora más difícil de satisfacer para los hombres; los espacios comunales menguantes, la explotación de la tierra dejaba poco espacio para llecos y baldíos y aquellos que primero habían llegado a la apropiación de los espacios estaban constituyendo haciendas de cuatrocientos almudes y hasta mil almudes que abortaba el establecimiento de una capa de pequeños propietarios, que presos de las deudas de los censos comprometidos para adquirir un par de bestias de labor y utensilios para la labranza de apenas cuarenta almudes, o la mitad, luchaban, en un edificio equilibrio, entre la propiedad de la tierra y la exclusión social de los que no podían hacer frente a sus deudas. Aquel círculo de antaño, que permitía al rentero explotar las tierras ajenas de los Ruipérez o los Mondéjar y la posibilidad y adquirir las suyas en terrenos baldíos, ahora era aventura imposible. No solo la desigualdad en la distribución de la tierra se había acentuado es que ya no había tierra disponible para cultivar y ese problema, que era generalizado, era tan manifiesto como sangrante en los reducidos términos de El Peral. Así el repartimiento de quiñones entre los vecinos de El Peral parecía volver a viejas fórmulas medievales de antaño, pero era simplemente un último intento por eludir las tensiones sociales que la falta de tierra y su desigual distribución estaban generando. Curiosamente el repartimiento de tierras de El Peral se hace un año antes del movimiento de las Comunidades de Castilla y quizás esa fuera la razón de la escasa raigambre de los comuneros en este pueblo, vejados y despreciados por sus vecinos, tal como recogen las Relaciones Topográficas: “¿Qué borracherías son estas, porquerazos”, le espetó en la cara un labrador, alcalde de la Hermandad pechero, a estos comuneros, cuando le pidieron su vara de justicia, que el mencionado entendía mucho de la tierra y nada de negocios políticos.

 

Como suele pasar las sociedades van por delante de sus jueces. La sentencia de la Chancillería de Granada de octubre de 1525 reconocía situaciones creadas de hecho: la participación de los comunales de El Peral bajo licencia de este concejo y la propiedad de los quiñones repartidos a los peraleños seis años antes. El debate entre ambos pueblos había evolucionado del aprovechamiento de los comunales a la garantía de pasto en los campos no sembrados.

 

ARCHIVO DE LA CHANCILLERÍA DE GRANADA. PLEITOS. 688-3

 

Concejo de Villanueva de la Jara. 22 de julio de 1519

Martín López, alcalde ordinario

Benito López y Juan García, regidores

Hernando de Utiel, alguacil

García Gómez, Pedro García de Villanueva, Pedro de Atalaya, diputados

Juan de la Osa, escribano de su ayuntamiento

 

Concejo de El Peral en 23 de septiembre 1519, en la sala de la dicha villa

 

Benito Martínez y Juan García de Lázaro, alcaldes ordinarios

Juan Rico y Alonso Ruipérez, regidores

Alonso de Castillejo, alguacil

Mingo Navarro, Alonso Sánchez, Juan de Motilla y Juan Navalón, diputados

Asensio López, escribano

 

Concejo de Villanueva de 17 de febrero de 1525

 

Pedro López de Tébar y Juan de la Osa, alcaldes ordinarios

Juan Tabernero y Pero Saiz Peinado, regidores

Diego Martínez Remelle, alguacil

Diego López, Juan Saiz de Atalaya, diputados.

Escribano Francisco Navarro

 

Concejo de El Peral el año 1528

Mingo Navarro y Juan Rico, alcaldes ordinarios

Pedro de Contreras y Alonso de Córdoba el viejo

Alonso de Córdoba, escribano

jueves, 4 de marzo de 2021

DE LAS RIVALIDADES ENTRE EL PERAL Y VILLANUEVA DE LA JARA

 




Los pleitos de las villas de realengo del marquesado de Villena, en ocasiones, eran pagadas por los particulares. Fue el caso de un grupo de propietarios de Villanueva de la Jara que poseían tierras en los términos de El Peral. Ya conocemos desde la década de 1490, las roturaciones jareñas en El Peral en busca de tierras y los conflictos sangrientos asociados a esta lucha por la tierra entre los dos pueblos vecinos desde una década antes.

Ahora, el 15 de marzo de 1534, los que iniciaron el pleito en defensa de sus intereses y tierras eran siete principales de Villanueva de la Jara: Ginés de Ruipérez, Llorente López de Tébar, Martín López de Tébar, Ginés de Móndejar, Damián de Peinado, Alonso de Escobar y Alonso Pérez. Para el juicio, y en el portal de la audiencia de su pueblo, dieron poder al escribano Sebastián Clemente. Ese mismo día otros tantos vecinos de la Jara firmaron otra carta de poder al mismo escribano y en el mismo sentido. Eran Sebastián Navarro, Pedro Pardo, Francisco de Córdoba, Ángel de Honrubia, Juan Saiz de Pozoseco, Aparicio Royo, Clemente Pardo, María Navarra, viuda de Garci Gómez, Catalina Parda, mujer de Fernán Simarro, y Ana Parda. Por el desarrollo del expediente sabemos que no todos disponían de tierras en El Peral, caso de Juan Saiz de Pozoseco, pero todos mantenían una solidaridad mancomunada.

Aquellos que conocemos un poco la historia de Villanueva de la Jara sabemos que detrás de esta larga enumeración de apellidos se esconden las principales familias del Villanueva de la Jara: familias de gran tradición pasada y proyección futura. Frente a estas familias, el concejo de El Peral se presentaba como un pueblo pobre, con escaso término, cuya tierra era propiedad en gran parte de los jareños y que hacía de la grana de sus escasos montes una fuente suplementaria de ingresos. La Hacienda peraleña no tenía propios, siete ducados se decía que era su fruto en 1538, y cualquier gasto suplementario debía ser sufragado por repartimientos entre sus vecinos. 

El Peral por no tener no tenía término cerrado a diferencia de otras villas de realengo. Cuando el 26 de marzo de 1481 el licenciado Francisco González de Molina llega a la recién eximida villa de El Peral, es recibido por su alcalde Alfonso Lázaro y el regidor Pedro de Calatayud, junto a dos vecinos, Diego de Mondéjar y Alfonso Navarro, actúan en representación de los peraleños frente al concejo de Alarcón, representado por los hermanos Antón y Juan Sánchez Granero. El licenciado Molina estableció doce mojones para El Peral, pero llegado al último y tener que definir los límites con Villanueva de la Jara, trazó una línea imaginaria hasta Iniesta que dividía los antiguos términos comunes por mitades. Lo mismo se hizo con los límites de Motilla y El Peral, que fue limitada por una línea imaginaria equidistante media legua de ambas poblaciones. Aunque la peculiaridad de El Peral es que renunció a cerrar sus términos frente a la villa de Alarcón, manteniendo los antiguos usos comunes de su suelo. La decisión motivada por la buena relación de El Peral con la villa de Alarcón o simplemente por la necesidad de un espacio para una villa que carecía de él, era un talón de Aquiles para El Peral, pues reconocer los viejos usos comunes a Alarcón era reconocerlo a sus aldeas de Villanueva de la Jara y Motilla, cuyos labradores, especialmente en el primer caso, se lanzaron a roturar los baldíos de El Peral.

Los límites no existían entre El Peral y Villanueva no existían y las propiedades de sus vecinos se indiferenciaban en sus términos. Pero el potencial demográfico de Villanueva de la Jara era muy superior al de El Peral, que veía sus términos colonizados por las heredades de los jareños, los cuales se negaban a pagar los pechos que, por sus tierras, reales o concejiles, debía satisfacer en El Peral. A la altura de 1530, El Peral apenas superaba los setenta vecinos, Villanueva de la Jara los trescientos treinta, cifra engañosa, pues Villanueva era un conjunto indiferenciado e integrado con sus aldeas (Casasimarro, Gil García, Quintanar, Madrigueras y Tarazona), que completaban una población añadida de otros cuatrocientos cincuenta vecinos. Es decir, frente a las trescientas almas de El Peral, la tierra de la Jara reunía tres mil habitantes. No se amilanaban los peraleños, que por boca de su procurador Alonso de Córdoba denunciaban la intromisión de los jareños, “que por ser estraños e forasteros oviesen de ser de mejor de condiçión que los propios e naturales veçinos”. El Peral, un pueblo sin propios, veía como los jareños pechaban en su pueblo, detrayendo a los peraleños de una importante fuente de ingresos vía impositiva o negándose a pagar en los repartimientos para las obras concejiles. La negativa de los jareños a pagar impuestos en El Peral fue respondida por la justicia de esta villa poniendo en almoneda y pública subasta las tierras de los jareños deudores. Las diferencias llegaron a su máxima tensión el año 1534; las disputas serían dirimidas en primera instancia por el alcalde mayor del marquesado de Villena, Ruiz de Almarcha, que trasladó su audiencia a la cercana villa de Motilla del Palancar, aunque dado el carácter itinerante de las autoridades del Marquesado, los procuradores de la villa debían seguirlos allá donde iban. No era extraño que las comunicaciones se hicieran en los lugares más insospechados; así, el procurador de El Peral se dirigió al gobernador Luis de Castro en la dehesa de carrascas de su pueblo a comienzos de 1535 cuando iba camino de Motilla.

Las diferencias entre El Peral y Villanueva venían de antaño; en nuestro libro de “El año mil quinientos de la Mancha conquense” hemos narrado la guerra de 1484 entre ambos pueblos. Su comportamiento en la guerra del Marquesado fue asimismo divergente; teóricamente, ambas eran realistas, pero si Villanueva era un reflejo de la lucha de bandos, entre sebosos y almagrados, que vivía la vecina Iniesta, El Peral fue improvisado campo militar de Juan Pacheco, el hermano del segundo marqués de Villena, para sus acciones de venganza. Hasta allí, acudía la familia judeoconversa de los León para denunciar a sus vecinos; denuncias que, como en el caso de Benito de la Osa, acabaron en linchamiento. El Peral fue lugar de refugio de los perdedores de la guerra después de 1480, pues la Jara que se había declarado en sus ordenanzas de 1480 como “enemiga de hidalgos y conversos” era villa poco segura: ya sabemos del repicar de las campanas de su iglesia de la Asunción para quemar la casa de Juan León, antes que pasar por la ignominia de aceptar a este converso como vecino.

Ya nos hemos referido a la "guerra" que se desencadenó entre las villas de El Peral y Villanueva de la Jara en 1484. Los enfrentamientos acabaron con la muerte violenta del alcalde peraleño. Aparte del homicidio, la afrenta era política, pues el muerto, Juan López Berdejo, llevaba en ese momento vara de justicia para reafirmar la pertenencia a El Peral de los términos disputados. Sobre la gravedad de los hechos, contamos con un testimonio de cincuenta años después por parte de Alonso García escribano, vecino de la Jara y testigo presencial de los hechos en su adolescencia:

 

"y que sobre çiertas diferençias que ovo entre las dicha villa de Vllanueva de la Jara y la villa del Peral ovo çierto alboroto de que se juntaron gente de una villa contra la otra en que murieron algunos vezinos de la villa del Peral y de la dicha villa de Villanueva quedaron algunos vezinos heridos e a punto de muerte e por amortiguar las pasiones de entre las dichas villas se dio conçierto entre ellas de que la dicha villa de Villanueva de la Xara abrió su término para que los vezinos de la villa del Peral pudiesen gozar dél ansy como los vezinos de la dicha Villanueva y que para gozar del dicho término quedó la dicha villa del Peral tributaria a la dicha villa de Villanueva de le dar en cada un año de tributo quinientos maravedíes y que con este conçierto y asiento quedaron los de la villa del Peral para poder gozar de los términos de la dicha villa de Villanueva ansy como los vezinos della".

 

Un testimonio más de los hechos es el de Juan Pardo, nacido en 1457, preso durante la guerra en la fortaleza de Alarcón y que recibió, según confesión propia, de los peraleños más de sesenta palos y espadazos en los hechos referidos de 1484. Más que sojuzgamiento de una villa por otra, hemos de pensar en concierto o solución de compromiso, pues El Peral consiguió de los jareños la libertad para recoger grana en sus términos, una vez se desvedara. Hubo algún testigo que definió el acuerdo entre ambos pueblos como confederación. EL acuerdo se plasmó por escrito y se oficializó en un acto al que acudieron los oficiales de los concejos de los dos pueblos en el mojón que los separaba, el llamado de la Pililla. Por parte del concejo de El Peral estuvieron presentes Alonso de Córdoba el viejo, Diego de Mondéjar, Juan de Sancho e Alonso Lázaro.

 

El concierto fue acompañado de una flexibilidad en la aplicación de las ordenanzas de cada una de las villas en el cambio de siglo. Los peraleños daban licencia a los jareños para disfrutas de sus pastos, mientras que estos facilitaban el acceso al pinar de La Losa. No era extraño ver a comienzos de siglo a Martín Remón o a Rodrigo Vera cortar sus pinos para la construcción de sus casas nuevas.

 

Las reticencias, y no poco odio, continuaba en la década de 1530. Los peraleños, en cuanto dispusieron de sentencia favorable para que los jareños con bienes en El Peral contribuyeran por ellos, comenzaron a denominarlos como “los reos”. Es más, amparándose en la pragmática que obligaba a contribuir por los bienes en el lugar donde se poseían y no donde vivían sus propietarios, los peraleños empezaron a considerar a los jareños como unos renegados que antaño habían abandonado su pueblo para irse a vivir a otro. Sin duda, recordaban los orígenes de Villanueva de la Jara, puebla del último cuarto del siglo XV, surgida junto a otras poblaciones de escasa fortuna futura como Valdemembra o Vaciaborrachos, y en cuyo primer poblamiento no debieron ser ajenos los peraleños, como demuestran en el tiempo la persistencia de unos apellidos comunes. Ahora en 1530, los peraleños se marchaban de su pueblo hacia Villanueva de la Jara, donde gozaban de un régimen fiscal más favorable, tal era el caso de Francisco de Córdoba, que apenas si pagaba en su nueva vecindad una centena, mucho menos de lo exigido en su pueblo de origen, donde por su patrimonio debería pagar diez centenas; su ejemplo fue seguido por otros como Juan Alonso o Alonso Navarro. En Villanueva se decía que se pagaban impuestos livianamente. El Peral temía que su pueblo se despoblara.

La posesión de tierras fuera del término municipal propio era algo común. Los motillanos salvaban las limitaciones en extensión en su término redondo con la posesión de tierras en el suelo de Alarcón. Martín Moreno, que ejercía el oficio de cortador de carnes en El Peral, conocía varios casos: Pascual Cardenete, Juan Sánchez de Barchín, Salvador Monedero, Juan Salvador, Blasco García, Benito García de Bernal García, Juan López de Sanclemente o Fernando López. Algunos motillanos, como Juan López de Sanclemente y los herederos de Miguel Sánchez de Talayuelas, tenían heredades en Villanueva de la Jara. Sabemos que los peraleños llegaron al conflicto con los propietarios motillanos en su término, que se negaron a pagar pechos al concejo de El Peral en fecha indeterminada hacia 1510-1515. El conflicto se subsanaría con un concierto entre ambas villas que hemos de suponer acuerdo monetario, tal vez con los propietarios, pues Juan de los Paños, propietario de tierras en El Peral a comienzos de siglo, abogaba por pagar pechos a ese concejo para evitar conflictos.

De la presencia de propietarios forasteros de tierras en El Peral da fe el repartimiento que se hizo en enero de 1534 para pagar el salario del gobernador. El pago se hacía por centenas en relación con el valor de los bienes raíces poseídos. Cada centena eran siete maravedíes:

·        Herederos de don Andrés Clemente, vecino de La Roda. 4 centenas

·        Miguel Sánchez, vecino de las Torres, Reino de valencia. 3 centenas

·        García de Tresjuncos, vecino de Alarcón. 2 centenas

·        Herederos de Juana Navarra, vecina de Iniesta. 1 centena

·        Juan de Almonescer, vecino de Cuenca. 2 centenas

·        La Muda, vecina de Cañavate. Media centena

·        Melchor García, vecino de Iniesta. 1 centena

·        Sebastián Navarro, vecino de San Clemente. 3 centenas

·        Belver, vecino de Baeza. 6 centenas

Luego venía la relación de propietarios de Villanueva de la Jara

·        Juan Tejedor. 5 centenas

·        Juliana Jiménez. 1 centena

·        Diego Lázaro. 2.5 centenas

·        Alonso de Belena. 3 centenas

·        Francisco de Córdoba. 7 centenas

·        Ginés de Mondéjar. 10 centenas

·        Ginés de Ruipérez. 10 centenas

·        Alonso Pérez. 3 centenas

·        Antón de Cuenca. 2 centenas

·        La viuda de García Gómez. 1 centena

·        Herederos de Clemente Pardo. 3 centenas

·        Pedro Pardo. 3 centenas

·        Sebastián de Castillejo. 2 centenas

·        Llorente López de Tébar. 3 centenas

·        El hijo de Jorge García. 1.5 centenas

·        Juan de Monteagudo. 4 centenas

·        Juan del Atalaya. Media centena

·        Herederos de Juan de Álvar Gómez. Media centena

·        Cristóbal del Pozoseco. 2 centenas

·        Miguel de Honrubia. Media centena

·        La viuda de Alonso de Mondéjar. Media centena

·        Alonso Sánchez. Media centena.

·        Los herederos de Juan Sánchez del Pozoseco. Una centena

·        La viuda de Sebastián de Caballón. Media centena

·        Los herederos de Pedro López. Dos centenas y media

·        Martín López pastor. 2 centenas

·        Juan Catalán. Una centena

·        Jorge Remón. Media centena

·        Juan de Belena. 2 centenas

·        Pedro Jiménez (¿). 3 centenas

Treinta jareños poseían bienes en El Peral, amén de otros nueve forasteros. Entre los foráneos, algunos como Francisco de Córdoba, Sebastián Castillejo o Juan de Beleña tenían su naturaleza en el Peral. Las propiedades de los vecinos de Villanueva de la Jara en El Peral eran importantes, en algunos casos, por su naturaleza misma o de la generación de sus padres en este pueblo: Francisco de Córdoba tenía dos pares de casas, tierras y dos o tres suertes de viñas por extensión de doscientas almudadas, Ginés de Mondéjar tenía otro par de casas y cebadales y trigales en cuatrocientas almudadas, herencia de sus antepasados, Sebastián Navarro cien almudes de cereal y Juan de Beleña tenía alrededor de mil vides en El Peral, heredadas de sus padre Álvaro de Beleña, que le cedió también tierras en la Jara . No todos pagaron, respondiendo el concejo de El Peral con la ejecución de sus bienes y la primera haza de una almudada que se puso en almoneda pública fue la de Ginés de Mondéjar, situada al sur del pueblo en la Vega y lindante con hazas de dos peraleños: la huerta de Benito Cabañero y el haza de los herederos de Pedro García. El gesto de embargar el haza de cebadal tenía su valor simbólico, pues estaba en término de El Peral, tal como señalaba un mojón que Ginés Mondéjar había derribado. Y es que las herencias hacían que las fronteras no podían con las tierras legadas por los padres. Los peraleños tenían tierras en Villanueva también: así, los herederos de Andrés Clemente o de Diego de la Jara.

Estos propietarios eran antiguos vecinos o descendientes de vecinos de El Peral; eran vecinos ricos, o, en el argot de la época labradores ricos, tanto por los bienes raíces poseídos como por la contribución que les correspondía por esos bienes. Pertenecían a los grupos de los posteros, aquellos que pagaban más de diez centenas, 70 maravedíes, y a los que estaba reservado el gobierno concejil. Sin embargo, estos hombres había emigrado a la vecina villa de Villanueva de la Jara, donde podían extender con facilidad sus haciendas en una tierra virgen, que, aún en los años treinta, estaba sin roturar. Estos apellidos formarán el patriciado de Villanueva de la Jara. El apego a la tradición familiar y sus haciendas peraleñas dará paso a la búsqueda de oportunidades en Villanueva de la Jara en las décadas de 1520 y 1530, o, caso de Sebastián Navarro, en San Clemente. La realidad era que la villa de El Peral se quedaba pequeña para su “patriciado”; bajo este concepto recogemos a aquellos vecinos posteros que poseían una hacienda superior a doscientas almudadas y que monopolizaban el poder político, pero ahora lo buscaban en el centro de poder en que se estaba convirtiendo Villanueva de la Jara. El caso más paradigmático es el de Ginés de Ruipérez, hijo de Miguel de Ruipérez, que hacía gala de sus cuatrocientos almudes en el Peral para exhibirlos como pasaporte del postero que pedía acceso a los oficios concejiles de Villanueva de la Jara. Ginés de Mondéjar era más explícito y aseguraba que sus bienes los poseía fuera de Villanueva, donde apenas si poseía cien almudes, por el contrario, sus tierras principales se extendían por Alarcón, La Roda, San Clemente y El Peral, hasta llegar a un total de mil almudes, incluidos los cuatrocientos almudes de El Peral, núcleo de las propiedades familiares heredadas de su padre Juan de Mondéjar, vecino de Villanueva. Estas tierras eran explotadas por renteros, tal como aseguraba Juan Rubio, caballero de sierra de Alarcón. No faltaban otros propietarios medios y pequeños, como Pedro Pardo, con cien almudes, procedente de la herencia familiar, compartida con su hermano Clemente Pardo que tenía otras veinticinco almudadas; otras veces, la posesión de bienes en término de El Peral, respondía al impulso roturador de Villanueva, cuyos vecinos roturaban las tierras del pueblo vecino: Llorente López de Tébar tenía 100 almudes; Martín López de Tébar, 45 almudadas; Miguel de Honrubia, veinte; Aparicio Royo, quince almudes, o caso de un principal como Juan Saiz de Pozoseco que disponía de un pequeño heredamiento de quince almudes. Este Juan Saiz de Pozoseco, al igual que Diego López, eran moradores en la aldea de Gil García, desde donde accedían a sus heredades en El Peral; al menos así lo contaba Miguel Prieto, cuyo padre Juan Martínez Prieto ya conocemos como un narrador de primera mano de las guerras del marquesado. Ahora, el hijo emigrará a Socuéllamos con treinta y dos años, hacia 1520, en un flujo de personas a estas tierras, nacido de la exclusión de la tierra o falta de ella en la Mancha conquense.

La posesión de bienes era pareja en las tierras del Marquesado conquense al pago de impuestos, que tenían un carácter progresivo en relación con la riqueza a la vez que daban acceso a los cargos de gobierno del municipio. Pedro de Murcia, un anciano de ochenta años en 1534, detallaba esta relación y el concepto de postería en Villanueva de la Jara durante el primer cuarto del siglo XVI en los repartimientos que por tributos reales o concejiles se hacían según los bienes muebles y raíces poseídos en los términos de Villanueva de la Jara, aunque también en el suelo común de Alarcón:

Por cuatro mil maravedís una çentena, por quarenta almudadas de tierra una çentena y por quarenta cabeças de ganado una çentena hasta llegar al límite de quince çentenas el postero

 

El impulso roturador de Villanueva de la Jara desde el fin de la guerra del Marquesado es frenético; sucesos históricos como la guerra de Granada en la década de 1480 o las crisis pestíferas de comienzos del siglo XVI fueron interrupciones señaladas en un movimiento imparable de conquista de la tierra, pero incapaces de frenar ese impulso. Son tres momentos y tres configuraciones del espacio geográfico: los años finales del siglo XV son de balbuceo de unas sociedades que han heredado las alquerías de sus padres y tratan de configurar un territorio dando lugar a nuevas poblaciones: son las aldeas jareñas del sur y de la ribera del Júcar. Son sociedades tradicionales, donde Alarcón y sus caballeros de sierra mandan y mantienen a raya a unos colonos de frontera, incapaces de gestar espacios propios de convivencia: Las incipientes aldeas son alquerías dispersas, pero los hombres comprenden la necesidad de crear símbolos que den sentido a su comunidad: nacen las iglesias que cuarenta años después están inacabadas; se juega con la indefinición jurídica para arrogarse la propiedad de la tierra, los llecos tributan a Cuenca, libres de las iglesias de Alarcón, pero para aprovechar tal indefinición y no hacerlo a nadie; el monte es de Alarcón, pero oportunidad de libertad en la conquista de su fruto principal, la grana; los pastos también son de Alarcón, pero cada cabeza de ganado embargada es símbolo de pérdida de jurisdicción de la fortaleza, pues en el largo camino que lleva a los infractores presos desde las aldeas lindantes en el sur con el Júcar hasta el castillo de Alarcón, esos bienes prendados se van quedando por el camino en el obligado trato que los caballeros de sierra se ven obligados a pactar con los dueños de las alquerías para obtener cosas tan simples como pan o una cama de descanso; hay muchos aliados de Alarcón y su alcaide en estas tierras, pero la dependencia tributaria de los antiguos bandos desaparece en favor de la individualidad del colono que hace de la posesión de la tierra carta de identidad de su libertad; los hombres, se dotan, en suma, de una identidad colectiva, las aldeas nacen como agrupación de casas en torno al cruce de caminos, lo que antaño era “calle pública”, ahora es calle de particulares, ¿qué si no, es la “calle de los Tenderos” en Tarazona”: son las iniciativas particulares de unos hombres de frontera los que conscientes de defender la privacidad de sus haciendas se unen para formar colectividades.

Llega el segundo momento histórico, pasada la peste de 1508. Villanueva de la Jara es consciente, que es un pueblo que ha nacido por oposición a los poderes medievales que encarna Alarcón, tierra enemiga de hidalgos y conversos, dirán sus ordenanzas de 1480, pero faltan las señas de identidad colectiva que den unidad a un espacio que se extiende por varias leguas en una irradiación roturadora que en pocos años ha conseguido llegar y conquistar los espacios naturales hasta el Júcar. Sus colonos ya no se conforman, herederos del viejo espíritu de frontera, han roto los viejos límites, no solo han fagocitado a El Peral y arrebatado a Iniesta el impulso en las tierras de la Ensancha, sino que sus propiedades han traspasado el Júcar y ocuparán términos de La Roda y San Clemente. Es conquista de la tierra, acompañada y feudataria, en señal de debilidad, de la alianza familiar. Las familias se hacen grandes y las propiedades también: el labrador jareño del siglo XV es el poseedor de una yunta de bueyes de labor y de cuarenta almudadas, medida de capacidad de labranza y medida fiscal, la centena, que da derecho a la participación pública. Se desconfía tanto de los ricos, que el límite de lo tolerable está en quince centenas, es decir seiscientas almudadas, aunque habríamos de reducir esa cantidad a cuatrocientas o quizás la mitad pues en el patrimonio se incluyen las casas o los bienes inmuebles y monetarios; una casa suele valer cuarenta mil maravedíes, que al igual que esa cantidad en numerario es equivalente a una centena fiscal. Sin embargo, surge una minoría, los López de Tébar, Saiz de Pozoseco, Mondéjar o Ruipérez, se hacen con grandes patrimonios que llegan y superan los mil almudes de cereal; son el símbolo del triunfo de una sociedad y son sus principales enemigos. Es la colectividad quien ha levantado la tosca torre, que junto al ayuntamiento preside la plaza de Villanueva de la Jara, y es esta misma colectividad quien encarga al autor de la obra anterior, el vizcaíno Pedro de Oma, la construcción de molinos propios en Los Nuevos. Se disputa el poder feudal de los Castillo y los Pacheco, pero para ver nacer un nuevo patriciado, que disputando el excedente agrario busca en los símbolos de la representación y apariencia del cargo municipal y la capilla familiar la manifestación de su triunfo.

Será el tercer momento histórico de Villanueva de la Jara y sus aldeas, en la década de 1520 y 1530. Es el triunfo definitivo de los jareños o, más bien, de un patriciado, incapaz de ofrecer nuevas oportunidades a los desheredados que el rápido crecimiento ha dejado en el camino. Los hombres emigran en busca de la tierra fuera de los límites del suelo de Alarcón, otros caen en la red de dependencia de los nuevos hacendados; los más atrevidos buscan en las aventuras italianas o indianos hacer realidad el viejo sueño del hombre de frontera.

Esos tres momentos históricos los vivió la familia de Miguel González, su padre Hernán Sánchez y el abuelo Juan González; todos ellos participaron del movimiento roturador de tierras en Villanueva de la Jara, en el suelo de Alarcón, en San Clemente y en La Roda. A decir de Antón Guillén, vecino de La Motilla, en 1538 la roturación de tierras entre Villanueva y El Peral era completa, de modo que no quedaba baldío alguno. Benito García del Peral corroboraba esta afirmación para decir que los términos redondos de Motilla, El Peral y Villanueva de la Jara estaban completamente roturados ese año y era imposible encontrar baldío alguno. La tierra había que buscarla en el antiguo suelo de Alarcón, pero si Motilla aún peleaba por hacerse por las dehesas de Valhermoso para la labranza y Villanueva de la Jara tenía amplios baldíos y llecos en torno a sus aldeas, pertenecientes a Alarcón, El Peral había consumido sus términos para la labranza y solo tímidamente sus labradores se internaban en tierras de Iniesta. Esa es la razón por la que algunos de sus vecinos comenzaron a tomar vecindad en Villanueva de la Jara y así participar en la roturación de tierras al sur de esta villa (aun a costa de afrontar conflictos con Alarcón, algo común con el resto). La realidad, tal como delatan las probanzas de testigos, es que en unos pueblos que al acabar las guerras del Marquesado se movían entre cien y doscientos vecinos, todos estaban emparentados y las propiedades familiares se situaban en diferentes términos municipales, pero el cierre de términos primero y la escasez de tierra después rompió esas solidaridades familiares y obligó a los hombres a tomar vecindad allí donde tenían las propiedades o caso de no hacerlo a sufrir las presiones de los concejos donde las tenían, que no eran otras que la de los propios vecinos de esos pueblos dispuestos a usurpar la propiedad ajena, disfrazada de legalidad de ejecuciones de bienes por impago de pechos en el pueblo donde estaban ubicadas de las propiedades. Desde luego existían grandes propietarios con tierras en diferentes pueblos, pero mantener esas propiedades era difícil si no iba acompañado de alianzas familiares que garantizaran ya no la propiedad sino la participación política en los concejos que dotará a las familias de poder e influencia. Esa es la historia de los Ruipérez, Mondéjar, Saiz de Pozoseco o López Llorente; en algunos casos, las viejas enemistades se olvidaban y, en la mayoría de los casos, el apellido iba detrás de la garantía de la propiedad y solo se mantenía si prevalecía la línea varonil, quedando la mujer reducida, muerto el marido, a “la viuda de” o a “la de”, no tanto para mantener la memoria del marido sino en recuerdo de portadora transitoriamente de derechos de propiedad a favor de los hijos. Propiedad y poder iban unidos; difícilmente se podían mantener las grandes haciendas si la primera no iba ligada al segundo. Así se explica que grandes fortunas como la de los motillanos Pascual Cardenete, poseedor de quinientos almudes de pan llevar, o Alonso Navarro, que superaba los doscientos, se difuminaran con el tiempo

 

 

 

 

 

 

 

Concejo de El Peral octubre 18 de 1537

Diego de Mondéjar y Hernando de Gabaldón, alcaldes

Alonso González y Martín Remón, regidores

Alonso de Castillejo, alguacil

Alonso de Córdoba, Juan de Navalón, Antón Monedero, Felipe García, diputados

 

Concejo de Villanueva de la Jara, 12 de abril de 1524 (debe decir 1534)

Pedro García de Villanueva y Juan Monteagudo, alcaldes

Diego López, Clemente Pardo, regidores

Martín García, alguacil

Martín Sanz del Atalaya, Pedro el Royo y Alonso Ruipérez, diputados

 

Concejo de El Peral, 17 de enero de 1542

Andrés de Alarcón y Juan Cabañero, alcaldes ordinarios

Alonso Navarro, alguacil

Diego Jiménez, Felipe Ruipérez, regidores

Diego de Mondéjar, Hernando Gabaldón, Alonso de Barchín y Alonso González, diputados

 

Concejo de El Peral, 15 de marzo de 1534 (en la sala del ayuntamiento, ya se había abandonado su iglesia y cementerio como lugar de reunión)

Juan Velázquez Granero y Miguel Ruipérez, alcaldes ordinarios

Alonso González y Diego Jiménez, regidores

Juan Cabañero, alguacil

Diego de Mondéjar, Pedro de Córdoba, Ambrosio Contreras, diputados

 

Concejo de El Peral, 13 de octubre de 1534

 

Mingo Navarro y Alonso de la Jara, alcaldes

Alonso de Tórtola y Ginés de Tresjuncos, regidores

Francisco de Beleña, alguacil

Juan Cabañero, diputado

Alonso García, vº de la Motilla, ponedor de las tierras que se venden de los vecinos de la Jara

Miguel del Peral, escribano público

 

Concejo de El Peral de 3 de mayo de 1536

 

Alonso de Córdoba y Antón Monedero, alcaldes

Felipe García, regidor

Gil Rodríguez, alguacil

Alonso de la Jara y Alonso de Tórtola, Francisco de Beleña, diputados

 

Concejo de Villanueva de la Jara de 3 de octubre de 1535

 

Pedro García y Pedro de Monteagudo, alcaldes

Alonso Saiz, Ginés García, Juan Saiz Carretero, regidores

Francisco de Olmeda, alguacil.

Martín López, Antón Clemeinte, Agustín de Valera, diputados

 

PROBANZA DEL PERAL 1534

Alonso de Córdoba el viejo, 65 años, vº de EL Peral, padre de Alonso de Córdoba el mozo

Juan Martínez de Sancho, 50 años, vecino de El Peral

Benito Cabañero, 70 años, vecino de El Peral

Miguel del Peral, 65 años, vecino de El Peral

Mingo Navarro, 60 años, vecino de El Peral

Juan Rico, 66 años, vecino de El Peral

Diego de Mondéjar, 45 años, vecino de El Peral

Alonso García, 45 años, vecino de Villanueva de la Jara

Esteban Espínola, 34 años, vecino de Villanueva de la Jara

Miguel de Ruipérez de Juan de Ruipérez, 50 años, vecino de El Peral

Diego García, morador en la Olmedilla, aldea de Alarcón. 47 años

García de Tresjuncos, vecino de Alarcón.

Melchor García, vecino de Iniesta, 40 años

Pedro Portero, sesenta años, vecino de Iniesta

Alonso Mateo, 45 años, vecino de Iniesta, con propiedades en El Peral

 

Probanza de Villanueva de la Jara, hecha en la Motilla a 24 de mayo d e1536.

 

Martín García de Villanueva, 62 años, vecino de Villanueva

Alonso García escribano, vecino de Villanueva de la Jara, más de 65 años

Pedro de Murcia, vecino de Villanueva de la Jara, 80 años

Juan del Cañavate, morador en Honrubia, aldea de Alarcón. 65 años. Anteriormente fue vecino de Villanueva, donde fue algunos años regidor y alcalde.

Juan de Sancho el viejo, vecino de Villanueva de la Jara, 76 años

Pascual García, vecino de Villanueva de la Jara, 70 años.

Gonzalo Sánchez, vecino de Villanueva de la Jara, 65 años

Miguel González, vecino de la villa de La Roda, 36 años

Juan de Gualda, vecino de La Roda, 45 años

Juan Pardo, vecino de Villanueva de la Jara, 77 años

Pedro de Araque, escribano de Villanueva de la Jara durante veintisiete años, 55 años

Hernán Remón, vecino de la villa de EL Peral, 68 años

Diego Clemeinte, vecino de El Peral, 80 años

Juan Rico, vecino de EL Peral, más de 70 años

Miguel del Peral, vecino de El Peral, 60 años

 

PROBANZA DE 1538

 

Juan Rico, vecino de El Peral, 75 años

Cristóbal de Alarcón, vecino de El Peral, 60 años

Martín Moreno, cortador de carnes, vecino de EL Peral, 65 años, hijo y nieto de Juan Moreno y Juan Moreno.

Pascual Cardenete, setenta años, vecino de Motilla, poseedor de 500 almudes en el suelo de Alarcón

Juan Sánchez de Barchín, labrador, vecino de La Motilla, 50 años.

Blasco García, setenta años, vecino y natural de La Motilla, hijo de Pedro García el rico. Con casería, heredamientos y viñas en suelo de Alacón.

Alonso Cejalbo, setenta y seis años, vecino de La Motilla, hijo de Juan Martínez Cejalbo.

Juan Sánchez Moreno, 56 años, vecino de La Motilla

Antón Guillén, vecino y labrador de La Motilla, 57 años. Hijo de Guillén Catalán

Miguel Sánchez de Valverde, labrador y vecino de La Motilla, 80 años. Hijo de Alonso Sánchez de Valverde y padre de Alonso Valverde

Alonso Navarro, labrador y vecino de La Motilla, 57 años. Pedro Navarro era su padre y Juan Granero, su suegro; su hermano es Pedro Navarro el viejo. Posee cien almudes en término de Alarcón y otros cien en término de El Peral.

Gil Martínez, labrador y vecino de La Motilla. 68 años. Hijo de Alvar Martínez

Alonso de la Jara, labrador y vecino de La Motilla, 73 años. Hijo de Alonso Sánchez de la Motilla y sobrino de Juan Sánchez de Barchín

Gil Bermejo, labrador y vecino de La Motilla, 65 años. Hijo de Juan Bermejo

Benito García de Bernal García, labrador y vecino de La Motilla, 50 años.

Bernal García, escribano. ¿Hermano del anterior?

Benito García del Peral, labrador y vecino de La Motilla, 65 años

 

Probanza de 1542

 

Pedro Alvaro, vecino de Motilla, 60 años. Hijo de Pedro Alvaro, tras diez años en Quintanar como pastor vuelve a Motilla, donde compra tierras.

Juan Rubio, caballero de sierra y vecino de Alarcón. 60 años. Hijo de Juan Rubio y Leonor de Zamora

Diego Clemente, vecino de El Peral, 85 años. Hermano de Andrés. Otro Pedro Clemente en Villanueva, con propiedades en El Peral. Diego tiene parientes en segundo y tercer grado de consanguinidad en Villanueva de la Jara

Juan del Cañavate, vecino de Honrubia, 75 años. Regidor y alcalde en Villanueva en la década de 1510

Miguel González, vecino de La Roda, 81 años. Hijo de Juan Sánchez de Fernán González, vecino de Villanueva de la Jara. Una familia principal de la Jara, dueña de ganados. Miguel abandona con 30 años su pueblo para marchar a La Roda.

Juan de Gabaldón, vecino de la Motilla, 61 años. Hijo de Juan de Gabaldón, natural de Motilla (fallecido en 1539), y hermano de Hernando de Gabaldón, vecino de El Peral

Alonso Sánchez de la Jara el viejo, 80 años. Vecino de la Motilla

Benito Martínez Cortijo, vecino de La Motilla. 65 años, hijo de Benito Martínez Cortijo y nieto de Pascual Sanz de las Heras

Pedro Navarro el viejo, vecino de La Motilla, 59 años, hijo de Pedro Navarro y Pascuala Martínez. Hermano de Alonso Navarro.

Alonso Navarro, vecino de Motilla, más de 60 años. Hermano del anterior. Su suegro es Juan Granero, al igual que sus padres les reconoce vecindad en Alarcón. La familia se desplaza de Alarcón a la Motilla hacia 1505.

Mateo López, vecino de La Motilla, 50 años. Hijo de Pedro Illano

Lope Martínez, vecino de La Motilla, 70 años. Hijo de Lope Martínez

Benito García del Peral, vecino de La Motilla, trabajó a soldada como pastor para el jareño Pedro García

Pascual Cardenete, vecino de La Motilla, 75 años (dos más o menos). Regidor, alcalde y alguacil desde 1510.

Miguel Prieto, vecino de Socuéllamos y natural de la Jara. 55 años, hijo de Juan Martínez Prieto y con cuatro hermanas en la Jara. Hacia 1520 emigra a Socuéllamos

Gómez de Gualda, vecino de La Roda, hijo de Juan de Gualda, vecino de Villanueva de la Jara.

Alonso Álvarez Rebe, vecino de San Clemente, 97 años, ciego

Pedro Hernández, vecino de San Clemente, 66 años.

Alonso Pacheco, vecino de San Clemente, Hijo de Juan Pacheco, señor de Minaya

Pedro de la Fuente, vecino de San Clemente, 60 años

Juan Bonilla, vecino de Minaya, que es de Francisco Pacheco. 75 años

Miguel Sánchez de Tresjuncos, vecino de Minaya

Alonso Hernández, vecino y regidor de Minaya. 61 años. Reconoce que muchos vecinos de Minaya tienen sus tierras en términos de San Clemente y La Roda; así Alonso Sánchez Carretero, Pedro Sánchez Carretero, Pedro Carretero, Lorenzo Carretero y Juan de Alarcón.

Martín Martínez el viejo, morador del lugar de Sisante. Más de 60 años.

Diego Montoya, vecino de Vara de Rey, más de 80 años

Mateo Sánchez, vecino de El Picazo, 65 años

Mateo de Cañaveras, vecino de Alarcón, 80 años

 

 

ANEXO. UN TESTIMONIO EXCEPCIONAL. DE LA PRESENCIA DE JORGE MANRIQUE EN SAN CLEMENTE Y LA LIBERACIÓN DE VILLANUEVA DE LA JARA Y EL PERAL EN LA GUERRA DEL MARQUESADO (1476-1480)

Alonso Álvarez de Rebe es uno de esos personajes históricos anónimos que nos hemos encontrado una y otra vez en documentos muy diversos como testigo en probanzas de pleitos. Es un hombre que habla mucho y que nos cuenta su amplia experiencia como correo del marqués de Villena, unas veces, y en esta presente ocasión como tejedor en la Villanueva de la Jara previa a la guerra del Marquesado. Hombre polifacético y sin estabilidad personal, que complementaba sus ocupaciones cogiendo grana, piña o bellota o empleándose como caballero de sierra al servicio de la villa de San Clemente. Ahora, hacia 1540, después de haberse ganado la vida como tendero en la villa de San Clemente, es un anciano ciego de 97 años, pero con una memoria viva que recuerda la estancia de Jorge Manrique durante la guerra del Marquesado, en la villa de San Clemente (algo que ya adelantamos en nuestro libro de “El año mil quinientos de la Mancha Conquense”) y la liberación de Villanueva de la Jara y El Peral, o cómo actuaba de mensajero de Jorge Manrique con el capitán real Juan Arellano. Así nos narraba los acontecimientos Alonso Álvarez de Rebe en el periodo 1476-1480, testigo de unas villas de realengo que habían levantado sus picotas como símbolo de libertad frente al marqués de Villena:

 

E sabe que fueron aldeas las dichas villas de Villanueva e el Peral (hace) sesenta e tres o sesenta o quatro años porque este testigo lo vio ser e pasar asy en dos años que rresidió en la dicha villa de Villanueva en ofiçio de texedor de paños e porque estando en la dicha villa de Villanueva pasó muchas vezes por la villa del Peral e vio e supo como hera en el dicho tienpo aldea de la dicha villa de Alarcón como lo hera la dicha villa de Villanueva de la Xara e asy es público e notorio que pasados los dichos dos años poco más o menos que este testigo rreesydió en la dicha villa de Villanueva de la Xara se vino de la dicha villa de Villanueva de la Xara syendo en aquella sazón aldea como dicho tiene a vivir a esta villa de San Clemente donde al presente vive e dende en un año o un año e medio después de venido a la dicha villa de San Clemente oyó dezir públicamente en la dicha villa de San Clemente cómo la dicha villa de Villanueva se avía fecho villa e lo mismo la dicha villa del Peral e la Motilla no tiene memoria de las personas a quien lo oyó e que dende a dos años poco más o menos después que este testigo se vino a vivir a la dicha villa de San Clemente de la dicha Villanueva fue este testigo por mandado de don Jorge Manrique que rresydía en aquella sazón en la dicha villa de San Clemente … (roto) çiertas cartas a Juan de Arellano capitán estando el dicho Juan de Arellano en la dicha villa de Villanueva de la Jara y entonçes este testigo como la dicha villa de Villanueva estaba fecha villa porque se ynformó de ello e vio que tenía su picota e ynsynias de villa que tenía jurisdiçión por sy e después de aver ydo a la dicha villa de Villanueva dende medio año fue a la dicha villa del Peral e vio que ansymismo tenía picota e ynsynias de villa como la dicha villa de Villanueva e entonçes oyó dezir que las dichas villas del Peral e Villanueva se avían fecho villas e asy fue público e notorio e pública voz e fama

 

PEDRO DE LA FUENTE, ESCRIBANO DEL AYUNTAMIENTO DE SAN CLEMENTE: ¿PADRE DE CONSTANTINO PONCE DE LA FUENTE?

Pedro de la Fuente se presenta como un hombre de 60 años hacia 1540, que ha desempeñado el cargo de escribano del ayuntamiento de San Clemente casi treinta años. Se presenta como una persona sin parientes en el pleito entre El Peral y Villanueva, y sin antecesores conocidos en la villa de San Clemente. Se presenta a sí mismo como una persona clave en su tiempo, que ha recorrido el marquesado de Villena en sus años de escribano acompañando a gobernadores y alcaldes mayores; conocedor de las escrituras y privilegios de Alarcón por haber tenido acceso a ellos. Menciona como autoridad en su dicho a una generación que conoce a su llegada a San Clemente en 1501: Antón Sánchez Granero, Diego Páez, Diego del Castillo de Alarcón; Miguel de Ruipérez y Juan de Mondéjar de Villanueva de la Jara; Alonso Muñoz, Pedro Sánchez de Origüela, Juan Cantero, Miguel Sánchez de los Herreros, Alvaro Ruiz del Castillo y Juan González de Origúela, escribano, todos ellos de San Clemente, y Miguel García y Alonso García, escribanos de la villa de Villanueva de la Jara.

TESTIMONIO DE MARTÍN MARTÍNEZ EL VIEJO

Natural de Sisante, de mancebo, durante la guerra del Marquesado acompañó como guía hasta Villanueva de la Jara a un capitán del rey Fernando con sus lanzas. Posteriormente marchó en busca de oportunidades a Tarazona, casado con una hija de Juan Tabernero el viejo, trabajo la hacienda de su suegro, que constaba de más de mil almudes. Las propiedades estaban en suelo de Alarcón. Martín volvería treinta años después a su lugar de Sisante, aunque siguió poseyendo una parte de las tierras que su suegro le había cedido.

               Archivo de la Chancillería de Granada. Pleitos. 978-1