EL CAMBIO DE ÉLITES EN VILLANUEVA DE LA JARA EL AÑO 1529
Era el mes de marzo de 1529 y el viejo problema irresuelto de las
cuentas del concejo de Villanueva de la Jara afloró de nuevo. Quisiéramos ver
un ajuste de cuentas de los vencedores de la guerra de las Comunidades frente a
los perdedores, pero no fue así. Acabada la guerra de las Comunidades,
Villanueva de la Jara cerró filas para evitar responder de sus viejos compromisos
o ambigüedades, pues el pueblo se comprometió sin comprometerse: envío de
hombres en ayuda del marquesado de Villena, que nadie recordaba, envío del
procurador Sancho Martínez de Olivenza a la Santa Junta de Tordesillas y al que
dos años después se le pedía que devolviera los novecientos maravedíes pues se
quería tener su procuraduría ante el máximo órgano de gobierno de las
Comunidades, como asunto particular, y silencio absoluto en lo que era más
difícil de ocultar, aunque fuera por su visibilidad, un cortijo construido en
esa época. En las tierras de la Mancha de Montearagón existen castillos, pero
es menos conocida una forma tradicional de fortaleza más popular e improvisada,
donde falta la piedra y sobra la tierra, que es el cortijo. Célebre era el cortijo
de Las Mesas donde se refugiaron los vecinos insurrectos del pueblo y de los
vecinos El Pedernoso o Las Pedroñeras en la guerra del Marquesado, no menos
célebre era el cortijo de Santa María del Campo Rus, construido en torno a la
casa palacio de los Castillo Portocarrero, arrasado por el valiente capitán
Pedro Baeza ante la impotencia de Pedro Ruiz de Alarcón. Ahora cuarenta años
después los que construían su cortijo eran los jareños, no sabemos si como
bastión de la causa comunera o lo que era más probable como fortaleza defensiva
ante lo que pudiera venir a unos vecinos celosos que únicamente abrazaban causa
que fuera ligada a la defensa de sus propiedades. Del asunto del cortijo elevó
informe el gobernador del marquesado de Villena en 1523 al alto Consejo Real,
queriendo librarse de un asunto espinoso. Y es que, a esas alturas, Villanueva
de la Jara ya había expiado sus culpas comuneras. Primero, poniendo sus hombres
al servicio del prior de San Juan para acabar con los últimos focos comuneros, una
vez certificada la derrota de Villalar, aunque la expedición no fue más allá de
Las Mesas, después de casi una insegura indiferencia en San Clemente (que tenía
mucho que esconder de su compromiso comunero) y una muy probable operación de
castigo en Villarrobledo, donde la causa comunera seguía muy viva.
No parece que estos equívocos jareños gustaran mucho a Jorge Ruiz
de Alarcón. El señor de Valverde tenía especial inquina a los comuneros, no en
vano había sido expulsado y huido de la ciudad de Cuenca, donde era regidor. Al
frente de las tropas imperiales se puso para sofocar la gran rebelión de Moya y
ofreció de nuevo sus servicios para levantar una decena de compañías de
soldados y más de 3000 hombres para acabar con los insurrectos agermanados, que
resistían en Játiva y Alcira el año 1522. Es sabida el poco espíritu guerrero
que mostraron en el combate estos campesinos militarizados, se conocen pocas
pérdidas humanas, pero las pérdidas fueron mucho mayores en las haciendas. El
hecho de que se movilizaran a los labradores, a todos (pues el señor de
Valverde anduvo buscando a los escasos sesenta o setenta que quedaron en
Villanueva para enrolarlos), fue causa que los campos se quedaran sin sembrar
ese mes de noviembre de 1522, mientras los jareños, que volvieron a sus casas
cinco días ante de la toma de Játiva el 4 de diciembre de 1522, obligaban a
Jorge Ruiz de Alarcón a “artimañas de paz” para la rendición de la plaza
valenciana.
La operación de Játiva fue un mal trago para la economía jareña,
ya que dejó más de setecientos mil maravedíes de deudas, anotadas una a una por
el escribano Juan Robres, y que se convertirían en dardo arrojadizo en los
próximos años como acusación de enriquecimientos ilícitos durante la guerra y
petición de pago de esas mismas deudas a aquellos que tenían las
responsabilidades en la guerra. Fue entonces, ese año 1529, ante el corregidor
de las tres villas de la emperatriz Isabel (Villanueva de la Jara, Albacete y
San Clemente), cuando tres familias: los Clemente, los López de Tébar y los
Ruipérez tomaron el asalto definitivo al poder jareño. Eran familias viejas de
Villanueva, enriquecidas al igual que otras, pero ahora dispuestas a hacer de
la necesidad ajena, virtud, y dar el golpe definitivo a sus compañeros del
pasado. Es ahora cuando se produce el declive definitivo de los Talaya, los
descendientes de aquel héroe que ofreció su vida por la de su hermano en la
pasada guerra del Marquesado. Pero la lista de viejas familias caídas en
desgracia fue más amplia, tanto como las de sus haciendas. Y es que la vieja
república de labradores se había roto, ahora tocaba la consolidación de unos
terratenientes con ínfulas nobiliarias, que miraron para otro lado no queriendo
ver las antiguas ordenanzas que declaraba a la villa enemiga de hidalgos. Entre
los caídos en desgracia, los descendientes de Fernán Simarro, redactor de las
Ordenanzas, y padre fundador de Villanueva de la Jara.
En la ejecución de bienes de 1529 eran parte ejecutada, Juan del
Cañavate, Martín López y Aparicio Atalaya. Martín López tenía sus bienes en la
vega de la villa, desde Villaverde la vega hasta los juncales, un total de
catorce pedazos de hazas cebadales de ochenta almudadas. Juan del Cañavate
había cambiado su domicilio a Honrubia, aldea de Alarcón, pero le fueron
ejecutadas en Villanueva, veinticinco almudadas en la cañadilla de la Madera,
diez almudes de trigo en la vega del Pozuelo y dos hazas trigales de diez
almudes en la cañada el Rubial. Mientras Aparicio de Talaya señaló por bienes
trescientos almudes en el lavajo del Lobo y el lavajo de las Sendas. Otro de
los vecinos que sufrió ejecución de bienes fue Pascual Rabadán, aparte de las
casas de morada, le fue ejecutada una viña de 3000 vides camino de Villalgordo,
paraje donde se concentraban otras viñas de los Mondéjar, Alonso y Blas o las
1200 vides de Juan López el viejo, también embargadas. Junto a Pascual Rabadán
cayeron otros vecinos que tenían sus casas aledañas, Miguel Mateo, Sebastián de
Caballón o Alonso Simarro. A Sebastián de Caballón se le enajenó una casa y
huerta; Ginés de Ruipérez, unas casas en las calles reales; Pascual Sánchez de
Atalaya, otras casas; Juan de Chinchilla, casas linderas de Leonisio Clemente y
Clemente Ruipérez; otras casas de Pedro de Beamud; Unos y otros actuaban como
fiadores en esta difícil situación, mostrando la solidaridad de un grupo que
veía sus horas más bajas. La ejecución de los bienes se haría por Llorente
López de Tébar, alguacil, y Antón Clemente, escribano.
Tierra y trigo dominaban la escena política de Villanueva de la
Jara. El dominio de los oficios concejiles era clave para el control de una
política de abastos que garantizará la alimentación de la población con el
arrendamiento de los hornos de Villanueva de la Jara y sus aldeas o bien con la
cesión de grano a los particulares para la fabricación de pan cocido en los
hornos de su casa. Igual papel cumplían las carnicerías, existentes, al igual
que los hornos, en Villanueva y sus aldeas. Los Molinos Nuevos de la ribera del
Júcar, donde Villanueva poseía la propiedad de seis ruedas, se había convertido
en el principal centro del control de granos de la villa; aparte de los
ingresos que procuraba al concejo, los molinos funcionaban como un pósito que
regulaba el abasto y los precios de los granos en Villanueva y sus aldeas,
abasteciendo del grano para la fabricación de pan o como adelanto para la
siembra a los labradores. Si examinamos el año 1529 veremos cómo Leonisio
Clemente está detrás de la expedición de todos los libramientos de partidas de
granos de ese año. Los agricultores acudían al molino a adquirir prestado el
grano de la sembradura del otoño, un grano procedente de las maquilas del
molino de las cosechas del verano, pero que les permitía el cereal para la
cosecha del año venidero. Eran compras de dos, las que más dominaban, a ocho
fanegas de trigo a un precio de nueve reales la fanega, aunque no faltaban los
que adquirían un almud nada más. Las ruedas de los molinos Nuevos era librarse
de la dependencia de los Pacheco y sus molinos, pero era caer en la dependencia
de los oficiales que controlaban el concejo. Además, los labradores cultivaban
tierras ajenas del suelo de Alarcón, cuando no dependían de los censos o
préstamos de familias como los Castillo sanclementinos. En cualquier caso,
sobre el papel de los molinos en las relaciones de producción basta con ver las
extensas cuentas del concejo de Villanueva y sus ventas de grano a los pequeños
y medianos labradores, una larga lista de hombres que estaban tan cerca de la
propiedad de la tierra como de perderla y una larga lista de hombres donde
dominan los hombres con apellidos nuevos y desconocidos que habían acudido a la
Jara en busca de oportunidades. Uno de esos nuevos vecinos era un hombre
conocido por el apellido, Vala de Rey.
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