EL AÑO 1530 EN VILLANUEVA DE LA JARA
Villanueva de la Jara y su tierra era una comunidad suficiente en
sí misma. Sus hornos (seis en la villa y seis en las aldeas), sus carnicerías,
tienda pública, botica o tenería procuraban a sus vecinos el abasto necesario
para la vida. La plaza estaba dominada por la torre del reloj, que había
construido Pedro de Oma, y cuyo reloj estaba al cuidado del sacristán y era
reparado por maestre Pedro, pasado el año 1510 y a su lado se erigían unas
casas del ayuntamiento, que no sabemos si se corresponden con las actuales. Es
cierto que faltaba un pósito, pero el molino actuaba de regulador de precios y
abasto de granos y, otras veces, se aprovechaban las cámaras de algún
particular, Alonso Valera, para guardar los excedentes de grano. Los pobres y
excluidos contaban con un hospital de acogida, a cargo de Miguel Buenache, que
recibía sueldo del ayuntamiento, y no faltaban las obras de caridad, como las
dos fanegas que recibían los pobres para pasar la Pascua de Navidad o la fanega
de trigo que recibían en Pozoseco durante la procesión que se celebraba en este
pequeño pueblo. Tampoco faltaba el vino, tan vital como el pan para la
alimentación. A veces era el concejo el que daba limosna a las viudas, otras,
pagaba un real por enterrar un muerto que nadie reclamaba, o encargaba, por
doce reales, a la mujer de Gonzalo Piñán que criara un niño expósito. Las
buenas obras no faltaban, dos vecinos sacaron a la hija del boticario del pozo
del hospital donde se había arrojado.
Villanueva de la Jara cuidaba sus construcciones públicas: en
1522, un tal Chamocho, cuya familia vemos asentada en San Clemente unos años
después, “adobaba” el puente sobre el río Valdemembra y ahora, siete años
después, García Castillo Montañes “adobaba” la casa del ayuntamiento o retejaba
las carnicerías públicas y construía una nueva cárcel pública. Algo tan trivial
como la fabricación de tejas debía estar en manos del ayuntamiento, y al igual
que se retejaban las carnicerías, se hacía lo mismo con la casa de la comadre,
donde los recién nacidos jareños veían la primera luz de este mundo. Unas
puertas nuevas se colocaron en la casa de esta comadre para darle mejor
apariencia, mientras Juan García de la Roya obraba en esta partería. Las calles
se adobaban también. Martín el de la Cuartera, Vala de Rey y Miguel de Honrubia
trajeron sesenta y siete carretadas de piedra, por la que recibieron en pago
670 maravedíes, a los que se sumaron otros 1080 mrs. de 108 carretadas
adicionales, y cerca de otras trecientas carretadas más traídas por otros
vecinos. Villanueva de la Jara se embellecía, sus calles de tierra se
empedraban. Mientras Alonso Pérez llevaba la tierra y Diego del Prado arreglaba
el maltratado camino de Iniesta o se arreglaba el camino hacia los molinos
Nuevos, auténtico centro nodal de la economía jareña y donde Gómez García
llevaba 247 carretadas de piedra para reforzar la presa en el río Júcar.
Villanueva de la Jara era una villa cerrada, con una puerta de acceso que ese
año de 1529, quizás por temor a algún fenómeno pestífero (por la muerte, se
dirá), guardó Martín García de la Presa durante 29 días, con un salario de 20
mrs. diarios, o quizás porque las puertas de Villanueva se cerraban por la
noche, temerosa de delincuentes, pues un tal Monedero también se encargó de las
puertas de la villa. La verdad es que Villanueva tenía varias puertas y eran
varios porteros y que ese año de 1530 se construyeron varias tapias para
cercarla, tapias que eran de piedra y que levantaron entre otros, Miguel Sanz,
Martín Vala de Rey, Martín de la Cuartera, Clemente Roldán, o los hermanos
Alonso y Clemente Sanz; al camino de Iniesta se salía por una de estas puertas.
García Montañés levantaba nuevas tapias para la cárcel del pueblo, en la plaza.
Noticias de tablas, vigas, tejas y piedras para las casas del ayuntamiento hay
este año. Pedro Pastor, de oficio carpintero, recibía once ducados y medios por
“andar desvolviendo la casa del concejo e adobando la que está el boticario”, Aunque
es demasiado temprano para hacer cábalas sobre las actuales casas del concejo
jareño, si bien es cierto que el 17 de noviembre de 1530 el concejo se reunía
en las casas del regidor Pascual García y el 27 de octubre de 1532, en la
posada del corregidor Bargas, alojado en una casa de Pedro Monteagudo. El
adecentamiento de los edificios públicos también se hacía en las aldeas, los
hornos de Tarazona y Quintanar (cada aldea tenía dos hornos, uno nuevo y otro
viejo) se reformaban o añadían puertas nuevas, al igual que se reformaba
completamente el horno de Gil Buenache en Villanueva, hundido el Domingo de
Ramos. El citado Juan García de la Roya andaba de aldea en aldea obrando en los
hornos. El cantero Juan Gómez de Villanueva ampliaba y reforzaba las paredes de
la botica del pueblo en la plaza; a buscar un nuevo boticario, Jaime Maluenda,
fue Pedro de Mondéjar con otros vecinos. Los pueblos crecían y necesitaban
nuevos servicios: Pascual Sancho veía embargadas unas casas en Casasimarro para
destinarlas a carnicerías.
En realidad, la actividad era frenética ese año de 1530, los
hombres no estaban faltos de trabajo. Villanueva pagaba deudas de antaño, entre
ellas, las debidas al molinero Alonso Martínez por el trigo aportado al cerco
de Játiva ocho años antes. Nuevos vecinos se habían instalado en el pueblo en
la segunda década de 1520, viviendo de servicios diversos como carreteros,
mensajeros (Francisco Zamora iba y venía a Cuenca una y otra vez), oficios
manuales de tejeros, cerrajeros, caldereros o cualquier otro (Martín García no
tenía descanso como alpargatero y Benito López lo mismo llevaba cartas que
adobaba las calles de Villanueva) y siempre con la vista puesta del acceso a la
tierra y su cultivo en las tierras aledañas, propiedad del concejo de Alarcón,
y que se podían sembrar con el trigo que el concejo proveía, procedente de los
molinos Nuevos. Y es que Villanueva de la Jara era una tierra de oportunidades,
apellidos de renombre ejercían los oficios más insospechados: Francisco de
Villena comerciaba con la venta de clavos, Martín de Buedo o Pedro Monteagudo cobraban
por unos cuartones de pino, o caso del primero, por doce tablas provistas al
concejo, y Alonso Guilleme empedraba las calles a 50 mrs. de salario,
acompañado de otro vecino de Bailen. El oficio de carretero estaba muy extendido
en Quintanar del Marquesado, algunos lo tenían como propio, de él vivía Juan
Sanz, pero otros, como para Martín Vala de Rey, era fuente suculenta de
ingresos. Este Martín Vala de Rey debía ser avispado, pues viendo el negocio,
transportaba cualquier materia en su carreta o se dedicaba a repartir el trigo
del molino a los labradores. Quizás, en ganancias, era equiparable el oficio de
tejero; a retejar el ayuntamiento se dedicaba ese año Juan de Tremen Saiz.
Espabilados para una sociedad tan dinámica desde luego no faltaban, Pedro
Peinado lo hizo con la langosta. Otros cumplían con su oficio, como el herrero
Pascual García que ponía a disposición su fragua para adobar el reloj de la
torre con veinte libras de hierro.
Y Villanueva de la Jara procuraba ser una comunidad que daba
servicios a sus vecinos: tenía contratado un bachiller de gramática para la
educación de sus niños, con salario de 16 reales, cuyo estudio estaba en las
casas que había alquilado Juan de la Osa, contrataba algún predicador para los
sermones en su iglesia y como a aquel predicador de las Buedas les procuraba
pagar la posada y estancia en el pueblo o les daba como pago unas perdices a esos
otros frailes llamados Bonegan y Tomás. En las aldeas el que predicaba era fray
Pedro de Santa María. El oficio de predicados estaba bien remunerado, siete
ducados y tres reales recibió fray Tomás por sus sermones en la Cuaresma. Tampoco
faltaba como pago diez arrobas de vino. Otros cometidos eran más mundanos, Juan
de la Higuera. Juan Tieso y Pedro Pastor, en número de cuatro, complementaban
sus ingresos matando raposas amenazantes de las gallinas, aunque había vecino,
caso de Alonso Mondéjar, que lograba llevar toda una “lechugada” de lobos recién
paridos hasta las casas del concejo. Y es que en torno al Valdemembra se
encontraba todo tipo de fauna salvaje, como marotos, una especie de patos
salvajes.
Villanueva de la Jara era una sociedad que se divertía; para
agosto se corrían novillos por las calles del pueblo. De tal hecho, tenemos
constancia el año 1522, cuando el pueblo permanecía ajeno a la leva forzosa de
sus hombres para la guerra de Játiva del mes siguiente. Al igual que en San
Clemente, existía un espacio para jugar a la pelota; el concejo de Villanueva
recibía la llamada renta del portal de la pelota por valor de 2625 mrs. Existían
otras fiestas, unas comunes a otros pueblos y otras chocantes, como la de Santa
Águeda, que bien recibió dinero el sastre por unos servicios que desconocemos.
Un santero cuidaba la ermita de la virgen de las Nieves, viviendo de la limosna
del ayuntamiento, el oficio no debía estar bien pagado, pues Pedro Peinado fue
fuera de Villanueva a buscar uno; mejor pagado estaba el sacristán, hasta ocho
ducados, aunque recibía salarios pendientes, por regir el reloj y tañer las
campanas por las ánimas del Purgatorio.
Los regidores ganaban un sueldo de 300 mrs., pero como siempre sus
ingresos reales no respondían a su salario. Los que ganaban dinero eran los
escribanos: Francisco Navarro, Alonso García, Antón Clemente o Lope de Araque. La
villa tenía dos letrados, el bachiller González y el bachiller Clemente, que
cobraban seis ducados cada uno. Los procuradores de Villanueva iban y venían a
la corte, a la Chancillería de Granada o a Chinchilla, donde residía el
corregidor de las tres villas ese año. Un pleito ocupaba su tiempo: la disputa
por la propiedad de una rueda de los molinos Nuevos con Alonso Pacheco. De esos
pleitos vivía el escribano Francisco Navarro que, defendiendo los intereses de
su pueblo en Granada, recibió 10000 mrs.; no le iba a la zaga en ingresos por
cometidos similares Clemente Ruipérez. Quizás el bien más preciado en el pueblo
era el papel. Se mantenían las disputas de antaño con Alarcón, pero ahora se
buscaban arreglos pacíficos. El asunto más conflictivo era la grana,
procurándose dar solución en una junta de los oficiales de uno y otro pueblo
que se celebró en Pozoseco. Otra junta, a la que asistió el regidor Fernán
Martínez, se celebró en Chinchilla, tal vez, esta era una de las tradicionales
juntas del marquesado de Villena, al parecer se trataba sobre la construcción
de un puente. En las cuentas de un año después sabemos de la intención de
construir un puente en el vado del Parral, junto a unos molinos, y de tratos
con la ciudad de Chinchilla, por lo que más bien parece que la junta debió ser
entre los dos pueblos para construir el puente. Ese año de 1531, los jareños
llevaron cuatro carretas hasta el vado del Parral, para 1533 se repartían
peonadas entre los vecinos de las villas y de las aldeas (un total de 208
peonadas por valor de 20300 mrs.) y se firmaban las escrituras entre Villanueva
de la Jara y Chinchilla para la construcción de unos molinos; escrituras que se
firmarían en Cuenca. Martín López recibiría 37531 maravedíes por la obra de ese
molino ese año de 1533.
En un pueblo agrario dedicado al cultivo de granos, donde las
viñas, aparte de cultivo familiar y propios del concejo en Gil García,
intentaban la gran producción en el camino de Villalgordo del Júcar. En torno a
ese camino, el tundidor Pascual Rabadán intentaba la aventura vitivinícola
junto a los Mondéjar y los Ruipérez. En Quintanar el concejo cobraba una renta
por la guarda de las viñas. Las aldeas se metían en pleitos con el marqués por
la propiedad de las tierras que labraban sus labradores, especialmente con
Tarazona, allí anduvo de probanzas treinta y seis días el escribano Francisco
Navarro; y hasta las aldeas se tuvo que desplazar Alonso Romo a cobrar la
correduría.
El verdadero poder de Villanueva de la Jara residía en sus campos
de cereal y la expresión de ese poder eran los molinos Nuevos. Las ruedas
poseídas por el concejo de Villanueva eran el símbolo de la victoria de los
jareños frente a Alonso Pacheco, que poseía la otra parte de los molinos, en
cuanto recuperación del excedente agrario para la villa. La Jara había salido
victoriosa de los intentos de apropiación señorial, tanto de la Iglesia, a la
que se había cedido para de sus rentas en las personas de unos obispos
italianos que no pisaban la villa, como de los criados del marqués, Castillos y
Pachecos de Minaya. El molino de los Nuevos proveía una maquila sustanciosa en
ocho particiones anuales, tomando datos del año 1531, alrededor de 625 fanegas
de trigo, de candeal 404 fanegas y de cebada y centeno 134 fanegas. El comercio
de granos estaba controlado por el concejo, pero no faltaban los que eludían el
control de las sacas de pan. Entre los multados estaba el maestre cantero Jaime
Cardos.
ANEXO
Concejo de octubre de 1532, en casa del corregidor
Corregidor licenciado Bargas
Pedro de Monteagudo, alcalde ordinario
Bachiller González y Pedro García, regidores
Gaspar López, alguacil
Martín López, Alonso Ruipérez,Lorente López de Tébar, Ginés de
Móndejar (los tres últimos regidores en 1531), diputados
Concejo de cuatro de octubre de 1533, siguen de año anterior, en
la sala del ayuntamiento
Pedro Monteagudo y Miguel Mateo, alcaldes
Bachiller González, Juan Sanz de Ruipérez y Pedro García
Clemente Pardo, alguacil
Concejo de 18 de noviembre de 1533
Pedro de Monteagudo y Ginés Ruipérez, alcaldes ordinarios
El bachiller García, Pedro Pardo y Aparicio Royo, regidores.
Alonso Cardos, alguacil.
AGS, CRC, 153, 5
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