El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

domingo, 22 de mayo de 2022

VIEJOS Y NUEVOS PROYECTOS

 Las sociedades del siglo XVI del sur de Cuenca viven en este periodo unas décadas doradas y de plenitud. Pese a lo que se pueda pensar una época tan elogiada contrasta con la parquedad de fuentes documentales. La gran explosión de documentos notariales, o al menos su conservación, se corresponde ya con las décadas del final de la centuria. Nos aparecen entonces las grandes propiedades en las compra ventas y en las cartas de obligación en la que los principales de los pueblos presentan como garantía sus propiedades para los préstamos a censo. El cierre de los poderes locales es paulatino y se impone a golpes de ejecutoria y compra de oficios; es un síntoma más unas sociedades de día en día más cerradas, sociedades de oropel que viven un renacer de su urbanismo y arquitectura y que viven del impulso de comienzos de siglo. Ese dinamismo heredado es el que les hace superar, con facilidad fingida, crisis como la de la década de los cuarenta. Una sociedad de grandes manifestaciones en sus fiestas y celebraciones religiosas, pero que sacrifica a una parte de ella: cuando los hombres llegaban a la Mancha conquense en 1500 les movía un ansia de libertad y esperanza; ahora, mediado el siglo, los que llegan, vienen obligados por la necesidad, la mayoría, o consolidando fortunas, unos pocos. Se busca la notoriedad: las nuevas iglesias se imponen sobre el solar de las antiguas, los ayuntamientos son galerías porticadas, tan abiertas a las plazas como cerradas sus salas de reunión a los vecinos, y las portadas adinteladas de las casas principales se coronan con piedras armeras. Los pueblos viven de contrastes: en el arrabal sanclementino conviven las casas de tenderos o escribanos, con sus plantas bajas para el oficio y el negocio y esos otros segundos pisos (aunque es más común la recamara a ras del suelo) para residencia familiar, con esas pobres edificaciones de mampostería de las que cada mañana salen hombres a cultivar campos ajenos, con el hato de pan, vino y poca carne. Es un mundo sórdido, aparentemente lleno de vivacidad y griterío por el día, pero tenebroso y peligroso en la nocturnidad.

Las viejas comunidades se separan, no solo los hombres también los pueblos. Al calor de una riqueza heredada, las villas y sus tierras desaparecen: las aldeas se van de sus villas madres o, a mejor decir, las familias principales hacen de las aldeas sus "reinos" propios, que confunden con sus haciendas: pasa en Vara de Rey, en un sueño de viejas familias que viven de gloriosas tradiciones pasadas y no comprenden que por no tener no tienen el dinero para pagar su villazgo ni el de sus aldeas: Sisante o Pozoamargo, devenidas en fincas particulares. Algo similar ocurrirá con el desmembramiento de Villanueva de la Jara, pero aquí Tarazona o Quintanar, el villazgo más bien es necesidad de control de familias principales y tradicionales, que han olvidado el espíritu pechero, y ahora deben regir sus haciendas y los hombres a los que han desligado de la propiedad y han sometido. Quizás nos equivoquemos, pero Iniesta y sus vecinos parecen encontrar en sus aldeas un alivio para evitar estas confrontaciones sociales, mientras Motilla y El Peral inician una aventura imposible por evitar los procesos de oligarquización, que condenará a El Peral a su marginalidad, mientras Motilla aún podrá soñar en las posibilidades que le ofrece Gabaldón y una relación nunca rota con Alarcón. Los movimientos continúan y los hombres siguen con sus huidas en busca de las oportunidades negadas, no tienen por qué ir lejos, a la guerra en Italia o las Indias, a veces esas oportunidad se buscan más cerca: en los pueblos de Ciudad Real, y de ese flujo viven y crecen las antiguas aldeas de Belmonte: El Pedernoso, Las Mesas o Las Pedroñeras. Mientras otros pueblos son presos de su herencia: Barchín, un pueblo serrano, se acogerá a sus ordenanzas, que son la garantía de su medio natural, para ver pasar tanto como despreciar a aquellos que pretenden primacía, ya Buedos ya Pereas. Aunque es en los pueblos al sur de Alarcón y Castillo de Garcimuñoz donde mal que se convive y acaba aceptando por necesidad y cansancio a unas viejas familias, criados del marqués, que a falta de imponerse en el gobierno de los pueblos grandes como San Clemente, hacen de los campos la fuente de su riqueza y garantía de permanencia familiar. La ruina política de Garcimuñoz y Alarcón se esconde de las casas palaciegas de estas familias, al menos en Alarcón, pues el Castillo sufre una auténtica huida de familias principales hacia sus aldeas y las de Alarcón. Es un proceso generalizado, de una u otra forma, los pueblos dejan de ser pueblos para ser la finca de alguien. Un proceso complejo que nos ha de llevar en los próximos meses a estudiar fenómenos como "la descomposición de Castillo de Garcimuñoz", "la fantasía que vive Alarcón" y ese esplendor falso que viven San Clemente o Villanueva de la Jara. Las viejos, y nuevos, centros de poder parecen mantener su grandeza, que deben al trabajo de las antiguas aldeas, entretanto las repúblicas pecheras compiten en manifestaciones de arquitectura templaria, edilicia o palaciega, pero esta manifestaciones visuales de poder esconden la desigual distribución de la renta en los campos y el germen de los fracasos futuros.
Algo tan simple aparentemente, y tan complejo en su esencia, es lo que esperamos que vea la luz en un próximo libro para finales del año que viene, cuya redacción va llenando poco a poco el blanco de los folios

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