EL CAÑAVATE Y SUS ALDEAS
sábado, 13 de enero de 2024
EL CAÑAVATE Y SUS ALDEAS. LA COMISIÓN DEL LICENCIADO FRÍAS
lunes, 8 de enero de 2024
El censo de la sal de 1631: un testimonio
El censo de la sal de 1631 comenzó a andar con una real cédula de 3 de enero de ese año. Se trataba de establecer un impuesto sobre la venta de este producto que se consideraba monopolio de la Corona. El censo de vecinos elaborado para tal fin es uno de los más completos del Antiguo Régimen. Desgraciadamente, para el caso de Cuenca la información que nos ha llegado es muy parca. A pesar de ello, nos han quedado testimonios de las averiguaciones; así, un documento de Bartolomé Contreras de la Cárcel, receptor enviado a Iniesta para averiguar si existían alhoríes de sal u otros puntos para la distribución de la sal. El once de enero de 1631 el doctor Pedro López Cantero y Jerónimo Segovia contestaban negativamente.
SALARIO DEL CORREGIDOR
VECINOS DE SAN CLEMENTE 1559
Diego de Abengoza era hijo de Nuño de Abengoza, en 1559 da su poder a Martín Carvajal para que defienda la causa de su hidalguía en Granada.
Oficios concejiles en abril de 1559
Francisco de Zapata y de Cisneros, gobernador del marquesado de Villena
Andrés González de Tébar, alcalde ordinario
Francisco de Ortega, alguacil mayor
Sancho López de los Herreros y Alonso González de Santacruz, regidores
ACHGR. HIDALGUÍAS, SIGN. ANT, 303-356-8
domingo, 7 de enero de 2024
LA CONSTITUCIÓN DE 1812 LLEGA A SAN CLEMENTE
¿CÓMO LLEGÓ LA CONSTITUCIÓN DE 1812, LA PEPA, A SAN CLEMENTE?
Los ejemplares de la Pepa o Constitución de 1812 no llegarían a San Clemente hasta el mes de agosto. De hecho, tenemos constancia de la jura de algunos ayuntamientos de la zona, como el de La Roda, durante ese mes. Se nos conserva un oficio del General de los 2º y 3º ejércitos que, en nombre del secretario de Gracia y Justicia, remite tres ejemplares de la Constitución a la Subdelegación de Rentas del Partido de San Clemente, con estas palabras:
"En cumplimiento de ello paso a manos de v.m. los tres ejemplares de la Constitución... debe publicarse y jurarse este libro inmemorial que nos asegurará de un modo incontestable, serán en vano todos los esfuerzos del tirano por subyugarnos y la libertad de todos los ciudadanos españoles, sacándonos de la apatía e inacción en que la arbitrariedad y despotismo yacía algunos años.
Estoy penetrado de la suma importancia y lo sagrado del objeto y creo que v.m. también se penetrará de iguales sentimientos y se apresurará a cumplir con la mayor brevedad, solemnizando y ejecutando con la mayor exactitud cuanto S. M. se digna mandar en sus soberanos decretos y que hará sin la mínima falta cuanto le corresponde y esté de su parte para la rigurosa observancia de la Constitución en el concepto de que cualquiera omisión será inevitablemente de la más funesta transcendencia e insensiblemente nos irá conduciendo otra vez a nuestra ruina
AMSC. CORREGIMIENTO
Una apelación judicial en Barchín (1666)
A pesar de los privilegios de primera instancia conseguidos por las villas y de los intentos de sus justicias de que los asuntos judiciales de los pueblos no salieran de ellos; los vecinos protestaron una y otra vez las decisiones de sus alcaldes ordinarios. Acudir a la Chancillería de Granada era muy costosa, pero la solución se encontró haciendo de los alcaldes mayores de San Clemente un tribunal intermedio de apelación, próximo y que apenas suponía gastos. Tal es el caso de la apelación presentada por Francisco Martínez, vecino de la villa de Barchín, contra la sentencia judicial del alcalde Damián de la Parrilla dada contra su padre Julián García, al resultar alcanzado en el servicio de la panadería del pueblo. Julián Martínez vería embargado un pollino valorado en ocho ducados (ochenta y ocho reales) y que sería rematado y vendido en ciento cincuenta reales. Julián Martínez acudió ante el alcalde mayor de San Clemente, Francisco Calderón que pidió se remitiesen a su audiencia los autos. No creemos que se llegarán a enviar. Era septiembre de 1666
AMSC. CORREGIMEINTO
sábado, 6 de enero de 2024
Quintanar del Rey y el poder de los Ruipérez
El Quintanar del Rey de mediados del siglo XVII se movía entre Oñates y Ruipérez, que acaparaban los oficios concejiles de la villa. Aunque no siempre los matrimonios eran los queridos. Una Ruipérez, María se había casado con un foráneo, Juan Ruiz de Bujanda. Un extranjero mal aceptado por la familia y menos cuando pretendió y consiguió en 1626 la posesión de los vínculos y mayorazgos fundados por Juan Sáez de Ruipérez y María Gómez su mujer y Diego Pérez de Oviedo. Juan de Bujanda acabaría preso por las intrigas de Juan de Ruipérez, hombre poderoso y regidor. El derecho sobre los bienes vinculados no significó la posesión efectiva, por lo que en 1644 se envío desde Granada un receptor para que Juan Bujanda pudiera tomar posesión del mayorazgo. Juan Ruipérez no solo no lo aceptó sino que agredió y apresó al receptor enviado y al mismo Juan Bujanda.
El 26 de noviembre de 1644 llega desde Granada el receptor Francisco Gómez Izquierdo para hacer efectiva a favor de Juan Ruiz de Bujanda y su mujer María Ruipérez o María Pérez de Oviedo los bienes del patronato fundado por Juan Sáez de Ruipérez y su mujer. La heredera de ese patronato era María Ruipérez Oviedo. El receptor granadino, fiel al mandato de la Chancillería, que ordenaba la reposición de los bienes del patronato y sus frutos, desde la muerte del primer poseedor, a favor de Bujanda, mandó que se soltará de la prisión a Bujanda al tiempo que procedía contra Juan Ruipérez, regidor perpetuo de Quintanar, y Ana Carretera. La situación se enrevesó porque un receptor era eso: el que recibía los actos, pero la justicia recaía en el alcalde Pedro Cuartero Oñate, por comisión del alcalde ordinario de la villa ausente. Con la ayuda de otro próximo a los Ruipérez, el licenciado Juan Cuevas, el receptor Francisco Gómez pasó de acusador a acusado de ocultar alrededor de dieciocho de las cuarenta páginas de los autos del proceso que portaba y puesto en prisión con grillos, junto a Juan Ruiz de Bujanda. El licenciado Juan Cuevas Arostegui era un experto en derecho, hasta tal punto que deslegitimó al receptor granadino, aduciendo que su comisión se limitaba a otro menester en Vara de Rey y Pozo Amargo y que por tanto estaba cometiendo un delito por no entregar los autos de un asunto para el que no tenía comisión. De hecho, Cuevas se pasó leyendo desde las dos de la tarde hasta la noche para acabar determinando que faltaban varias hojas. Para dirimir las diferencias se buscó la casa del cura Juan Alarcón y Tébar, pero el encuentro, pensado para una solución pacífica acabó con amenazas veladas entre el licenciado Cuevas y el receptor granadino.
La detención del receptor fue novelesca, a la entrada del mesón donde se hospedaba y entre forcejeos del alcalde Pedro Cuartero y Juan Ruipérez, mientras el receptor recordaba su papel de oficial real y su inviolabilidad, que poco parecía preocuparle a sus enemigos. Aún así, el receptor granadino no perdió los papeles, es decir ni el comportamiento que exigía su oficio ni los papeles de su escribanía, que recogió de su habitación, tras pedir permiso, y de la que salió con su sombrero y gesto de gallardía. Bien es cierto que salió con la boca ensangrentada, una mano chorreando sangre y la sotana de negro luto desgarrada por el pecho y que al entrar en la cárcel recibió unos cuantos empujones por negarse a entregar sus papeles. Al parecer, uno de los dos alcaldes del pueblo, Martín Oñate Arroyo, que había cedido su vara en Pedro Cuartero, entendió la afrenta y problemática que era apresar a un receptor de la Chancillería de Granada, decidiendo soltar de la prisión a Bujanda y al receptor. Pero el receptor se negó a salir de la cárcel. Un alcalde no era nadie para decidir su soltura de prisión, decisión que solo podía corresponder a la Chancillería de Granada. Con razón la respuesta que obtuvo del receptor cuando antes le habían puesto los grillos era para tomársela como amenaza: "tráteme usted como hombre de bien y mire que estoy enfermo de gota y que puede venir por lo que hace riesgos". El alcaide le contestó: "otros más honrados, los han tenido". Se pusieron varios guardianes para vigilar a los presos, llamándonos la atención el apodo de uno de ellos, Pedro Ruipérez "el desabrido". El rigor de la justicia quintanareña contra el receptor granadino se entiende por el interés que en el asunto tenía Juan Ruipérez y el papel de comparsas que en torno a él jugaban los oficiales de justicia. Los odios podían más que la razón: el hecho de que tanto Bujanda como el receptor granadino fueran encadenados respondía a la rabia de verlos tranquilamente a los naipes en la cárcel, lo cual era, por otra parte, lo más normal en aquellos tiempos. Es más, la soltura del receptor granadino de la cárcel solo se produjo cuando la Chancillería mandó nuevo receptor, acompañado de alguacil con vara de justicia, y vino acompañada de la prisión del hombre de confianza de Juan Ruipérez, el licenciado Cuevas Arostegui (un abogado de Villanueva de la Jara), hasta que, aquel en gesto de desafío, lo mando soltar de la cárcel al guardián, que no era otro que Alonso, el hijo de Juan Ruipérez, que ostentaba el título de alguacil mayor de Quintanar. Bien es verdad que la estancia del licenciado Cuevas en la cárcel fue bastante buena, salía a comer a casa de su guardián Alonso y juntos jugaban a las tablas en la cárcel. Mientras que el liberado y los Ruipérez se paseaban y pavoneaban por la plaza del pueblo, el receptor daba por finalidad su estancia en Quintanar para dar cuenta en Granada.
Son ralas las noticias que tenemos del Quintanar de 1645. La vida se desarrollaba en su plaza, se nos habla de un hospital viejo, dándonos a entender que existía otro más reciente. En la misma plaza estaba el mesón de Pedro Sáez, donde se alojaban viajeros o los receptores que aquí describimos. Su cárcel, en una esquina de la plaza, que conocemos como habitación de mala muerte hacia 1590, es ahora más segura, con grillos para presos y un alcaide, Pedro Montoya; aunque es cierto que los presos, salvo si están encadenados, suelen perder el tiempo jugando a los naipes y a las tablas con sus carceleros . Si en 1575, Quintanar se nos presenta como un pueblo de labradores, para reconocer a continuación que la mayoría trabajan a jornal, en 1645 no vemos una sociedad tan simple. Creemos que en las Relaciones Topográficas no se está diciendo toda la verdad o se exagera la pobreza, al fin y al cabo, estos cuestionarios tenían una finalidad fiscal y las mentiras hemos de verlas como piadosas. Tres años antes, la sociedad quintanareña se define como una comunidad de labradores desencabalgados. Setenta años después, el trabajo a jornal debe ser común, pero, a pesar de que estamos viendo los peores años del siglo, con reclutamientos forzosos a Cataluña, el deseo de independencia parece muy vivo. No olvidemos que es en estos años, cuando los quintanareños disputan tierras con los tarazoneros, una muestra de que el pueblo aún tenía impulso. En 1645, desde luego, vemos una y otra vez esa denuncia de las personas poderosas que dominan el pueblo, lanzando los dardos directamente contra Juan Ruipérez y su hijo Alonso, pero ante nuestros ojos pasa una sociedad compleja de labradores, mesoneros, cerrajeros, abogados, herreros, maestros zapateros de obra prima ... es decir, una sociedad compleja en la que la desigualdad es la norma, pero los estratos profesionales eran muy comunes. Si bien lo que nos llama la atención eran esas personas que se "sustentan de su trabajo" o dedicadas a "hacer los caminos". Unos y otros parecen tener cierta independencia personal y no dudan en testificar contra los poderosos del pueblo. Por la misma época, sabemos de carreteros quintanareños que transportan comediantes de Murcia a San Clemente, pero no creemos ver a carreteros como los de Almodóvar del Pinar, sino a simple aventureros que se dedican a empleos varios, desde transporte de cualquier cosa y por cualquier medio a recaderos de servicios pagados. Un grupo de hombres que huyen de la tierra, porque no la tienen y porque huyen de un trabajo servil a jornal. Estos hombres son odiados por los Ruipérez, pues escapan a sus redes clientelares. Es el caso de nuestro protagonista, Juan Ruiz de Bujanda, un advenedizo que ha tenido la fortuna de casarse con una Ruipérez y al que se ve como un pobre que ambiciona la riqueza de esta familia,... con razón.
En Quintanar del Rey, en 1645, que por esa moda de cambiar el nombre de los pueblos había cambiado el suyo Quintanar del Marquesado por el de Quintanar del Rey, era un pueblo desconocido. Otros pueblos habían cambiado el nombre como Vala de Rey, que ahora, tras el intento de escindirlo de realengo, se llamaba Vara de Rey. En el caso de Quintanar del Rey daba igual, era un pueblo del que no se tenían noticias en Granada. Por eso, cuando Juan de Bujanda fue hasta Granada para quejarse de su cuñado Juan Ruipérez, que lo tenía preso en la cárcel por disputarle su hacienda, y consiguió que se despachará un receptor para entender en el asunto, el receptor designado Francisco de Rojas Orense se equivocó de pueblo y apareció en Quintanar de la Orden. Allí le dijeron que había otro Quintanar a veinte leguas que no sabían bien cómo se llamaba si del Rey o del Río o de Tarazona. Por fin el quince de enero de 1645, Francisco de Rojas, en compañía del alguacil Luis de Ávila llegaría al pueblo que él llamaba Quintanar de Tarazona. Su llegada, un domingo de noche no debió agradar al escribano. Al día siguiente, por la mañana Rojas, al tiempo que ordenaba soltar de prisión a Juan de Bujanda pedía que se le pagaran sus salarios del camino
ACHGR. PLEITOS CIVILES, C 9868-16
domingo, 31 de diciembre de 2023
DIEGO Y MARTÍN DE MONTOYA, HIDALGOS DE VILLARROBLEDO
El pleito entre Diego y Martín de Montoya con el concejo de Villarrobledo de la Vega se inició en 1540, cuando el mayordomo del concejo, Juan Crespo, escribió su nombre en los libros del concejo e intentó cobrarles 250 y 150 maravedíes, respectivamente del servicio ordinario de ese año. Los dos hermanos se negaron y les serían embargadas dos sobremesas de medina y de montería.
Concejo de Villarrobledo de la Vega en 11 de junio de1541
Martín de Funes y Pedro Morcillo, alcaldes ordinarios
Juan del Bonillo, Sebastián López Delgado, Urgenio Fernández, Diego Aguado, Sebastián Molina, regidores
Gonzalo López, alguacil
Pedro de Montoya, hidalgo de Villar del Águila
Los intentos de Pedro Montoya, vecino de Villar del Águila, por conseguir ejecutoria de hidalguía chocaron con el concejo de ese lugar en 1590. Pedro de Montoya era hijo de Felipe Montoya, que se había avecindado en Villar del Águila y antes había sido vecino de Palomares y Villanueva de los Escuderos. La madre era Catalina Hernández de Castro, natural y vecina de Villar del Águila e hija de un hidalgo, Rodrigo de Castro.
El abuelo era Francisco Montoya, vecino de Villanueva de los Escuderos, casado con María de Villanueva. Francisco había llegado a esta localidad desde su pueblo: Vara de Rey y Pozo Amargo. Francisco seguía el camino de la diáspora de otros miembros del linaje, que desde Vara de Rey, se habían extendido por otras villas de la región: San Clemente, EL Cañavate, La Alberca, Las Pedroñeras, Belmonte, Villarrobledo, Montalbo o Casasimarro.
Pedro de Montoya decía estar emparentado con los Montoya de Villarrobledo, Diego y Martín, que habían conseguido ejecutoria de hidalguía frente a este concejo. Había casado dos veces, la primera en Altarejos y la segunda en Villar del Águila. Pedro de Montoya se había reservado asiento principal junto al altar mayor de la iglesia de Villar del Águila y reservarse correspondiente sepultura, había ejercido del oficio de regidor, de alcalde de la hermandad por los hijosdalgo y cualesquier símbolo que diera carta de naturaleza a su hidalguía y fuera manifestación de poder ante sus convecinos. Su vida social se ajustaba a su condición y pronto entablaron amistad con los hidalgos de las tierras de Huete y Cuenca, mientras adornaban sus casas de paños, escudos y armas. ¿Qué distinguía a estos nobles de sus vecinos? Ellos mismos nos lo dicen: "vestidos negros de paño y seda, criados y criadas y negros que les servían en plata labrada de jarras y tazas, candeleros, saleros y jícaras y otras cosas para el servicio de sus personas y habían tenido y tenían paños franceses y reposteros con sus armas colgadas en sus casas y lanceras con sus lanzas y otros aderezos y cosas de casas principales, las cuales cosas en el dicho lugar de Villar del Águila no las tenían los pecheros, aunque fueran ricos". En misa, Pedro de Montoya tenía un escaño privilegiado, "entre él y el altar no se ponía nadie", nos dirá un vecino. A los Montoya, por su sangre nobiliaria se los rifaban los labradores ricos. Pedro Montoya había casado en Villar del Águila con la hija de un labrador rico llamado Julián Martínez, que para hacer posible el matrimonio, había entregado como dote de su hija cuatro mil ducados. Julián Martínez tenía la riqueza y ahora buscaba el reconocimiento social: la hidalguía con el casamiento de su hija y el poder con su hijo, que era conventual de la orden de Santiago en Uclés, antes de dar el paso a ser capellán del rey Felipe II.
Nos atrae la figura del abuelo Francisco de Montoya, pues queremos ver en él una aventura fallida de nueva repoblación de un lugar. Francisco de Montoya, salido de Vara de Rey, se había instalado en las llamadas Casas de Pascual López, próximas a Villar del Saz de don Guillén, aunque pronto había escapado de su aislamiento en el campo para irse a vivir y casar en Villanueva de los Escuderos. La narración de la figura de Francisco de Montoya por sus contemporáneos no deja de ser panegírica. Físicamente, "hombre de buen cuerpo y de buen talle ahidalgado y de gran valor"; en cuanto a su riqueza, no dejaba lugar a dudas: hombre muy rico, con doce manadas de ganados, vacas y yeguas.
Francisco de Montoya era uno de los siete hijos de Hernando de Montoya, el progenitor de la familia en Vara de Rey, que con sus siete hijos daría lugar a varias ramas familiares en diversos pueblos de toda la Mancha conquense. Hernando estaba casado con Constanza García de Peñaranda. Entre los siete hermanos, destacaba la figura de Diego de Montoya, al que debemos tener por fundador y "hacedor" del pueblo de Pozo Amargo. Diego debía ser una figura principal en toda la comarca y muy respetado. De él se decía que era hijodalgo principal y rico, pero, sobre todo, buen cristiano. Pozo Amargo, fundación de la familia Montoya hacia el año 1500, era famoso entonces por estar dotado de un hospital, que debían ser simples casas de la familia al servicio de todo aquel que las necesitara: "que a todos los pobres que iban al dicho lugar de Poçoamargo si llegaban a mediodía les daban de comer y a los que llegaban a la tarde les daban de cenar y los recogían y daban posada aquella noche y de almorzar otro día". La descripción por pueril que nos parezca, nos da a entender que el nacimiento de Pozo Amargo, además de hacienda de los Montoya, tiene su razón de ser en un lugar de paso y descanso para viajeros, que, por el antiguo camino murciano, o romano, se dirigía al camino real principal que desde Toledo iba a Cartagena y Murcia. Este camino que se quiere ver como antigua calzada romana y que posteriores testimonios no llegan a diferenciar si camino o vereda, es evidente que se había mantenido vivo por el tránsito de los ganados en la época medieval.En torno al benefactor Diego de Montoya, casado con Catalina Alonso de Palacios, nacería Pozo Amargo, aunque la continuidad del linaje en la villa sería vía femenina con la hija de Diego y Catalina, Catalina Montoya, que casaría hacia 1520 con García de Buedo. Así, Buedo sería el apellido predominante en Pozo Amargo, mientras que dos hermanos de Catalina Montoya, Diego y Martín marcharían a Villarrobledo.
Poco a poco, vamos conociendo a estos siete hermanos que darían lugar a otros tantos linajes. Del último que tenemos noticias es Alonso, que se establece en La Parrilla. Los Montoya, por lo menos hasta mitad de siglo fueron capaces de mantener la solidaridad familiar. Las noticias que tenemos es que mantenían una fluida correspondencia epistolar entre ellos, acudían, con sus criados y caballos, y perfectamente aderezados, a las bodas de sus deudos y demás hechos con notoriedad social, y procuraban dotarse de capillas principales en las iglesias para su enterramiento. Francisco de Montoya se hizo con una capilla en la iglesia de Villanueva de los Escuderos, donde sería enterrado tanto él como su hijo Felipe: "(Francisco de Montoya) había hecho y labrado una capilla muy principal en la parte del Evangelio, cerca del altar mayor y de la sacristía, en medio della y del altar y en ella estaba el susodicho y su hijo Felipe enterrados y en la dicha capilla estaba el escudo de las armas de los Montoyas y los tenían dos grifos, uno de una parte y otro de otra y no se acordaba de las armas que estaban en el dicho escudo y que las armas que les parescía había unas paneras (se debían corresponder con las diez panelas conocidas de los Montoya). Otro testigo sí nos describe al detalle el escudo y las armas de los Montoya: "y encima del entierro tenía el escudo de las armas de los montoyas que eran diez corazones y un cordón de San Francisco alrrededor". ¿Cuándo incorporan los Montoya el cordón de San Francisco a su escudo?¿la acción hospitalaria de uno de los Montoya, Diego, el fundador de Pozo Amargo, está ligado al franciscanismo llegado en 1503 a San Clemente?. preguntas sin respuestas, pero que algún día quizás conozcamos. Otro símbolo de los Montoya en Villanueva de los Escuderos eran sus casas: "que començó a labrar unas casas muy grandes e principales y de cantería en el dicho lugar de Villanueva de los Escuderos, que si se acabasen parescerían casas de señor". Los Montoya gozaban de prestigio militar; un nieto de Francisco de Montoya e hijo de un tío de la familia, hermano de Felipe y llamado Pedro, había sido ayo de los pajes de don Juan de Austria y participado en la batalla de Lepanto, donde había muerto.
ACHGR. HIDALGUÍAS, 301-86-14. Pedro de Montoya, vecino de Villar del Águila. Ejecutoria de 31 de marzo de 1594
sábado, 30 de diciembre de 2023
Los derechos del duque de Frías en Sisante
El duque de Frías se había arrogado los derechos de borra, asadura y portazgo de los ganados trashumantes que pasaran por el suelo de la villa de Sisante por ejecutoria de 1 de agosto de 1645, expedida por la Chancillería de Granada. Dicho derecho le otorgaba una cabeza de ganado de cada mil