Es arriesgado decirlo, pero la fundación del convento de las clarisas de
San Clemente nace con las Comunidades de Castilla o es el resultado de su
fracaso. El embrión de este convento fueron unas beatas: una viuda, la
Melchora, a la que se unieron dos mujeres llamadas las "toledanas".
¿Cuándo tomaron esa decisión? no lo sabemos. Quizás esta Melchora, sin llegar a
sus extremos, se dejará llevar del espiritualismo exacerbado que vivía el sur
de Cuenca, que llevaría a la heterodoxia a mujeres como Isabel de Moratalla.
Tal vez por el recuerdo del auto de fe de dos de febrero de 1517, con varias
condenas inquisitoriales; tal vez, las malogradas experiencias milenaristas de
las Comunidades en San Clemente, donde el gobierno municipal fue sustituido por
una junta de un capitán y doce miembros como Cristo y sus apóstoles, el caso es
que la Melchora se apresuró a pedir en 1522 al recién nombrado provincial de la
nueva provincia de Cartagena, fray Pedro Limpias, el plácet para su
"movimiento" e integración en la Tercer Orden femenina del
franciscanismo. El primer convento sería la propia casa de la Melchora, hasta
que otro comunero fracasado, el hidalgo y mercader Martín Ruiz de Villamediana,
en su testamento de 1523, dejó una donación pecuniaria y una casa para residencia
de las beatas.
Así, entre mercaderes y beatas guiadas de una espiritualidad interior nació
el nuevo convento. Mercaderes zamoranos y de Tierra de Campos estarían detrás
de este nuevo convento y del nacimiento de la cofradía de Nuestra Señora de Septiembre,
que desde siempre hará gala de pureza religiosa y de rechazo del mundo
converso. De esas familias zamoranas y ambiente anti converso saldrá el gran
Constantino de la Fuente, al que se da un origen judío. Sí que la pervivencia y
futuro de las clarisas (Tercera Orden) sanclementinas dependería del mundo
converso: a la salvación de una primera experiencia fracasada llegaría Isabel
de Pedrola, otra descendiente de conversos de Castillo de Garcimuñoz.
No se puede olvidar tampoco el contexto de la orden franciscana. El
contexto local, la existencia del convento masculino de Nuestra Señora de
Gracia, pues edificio conventual e iglesia ahora se levantaban, y el contexto
en el que se movía la propia orden. En la provincia franciscana de Castilla
existían tres divisiones menores, las custodias de Toledo, Abrojo y Murcia que
ahora se pretendían eliminar por un Capítulo general celebrado en Roma en 1517,
pero el resultado fue el contrario y por una Congregación de la orden de 20 de
mayo de 1520, celebrada en San Juan de los Reyes, la hasta entonces custodia
murciana quedó convertida en provincia. La nueva provincia tenía entonces
dieciocho conventos masculinos y trece femeninos y su andadura no estuvo exenta
de polémicas por la integración de los conventos de Cuenca, Huete y San Miguel
del Monte en la nueva provincia. Un territorio más reducido para una mejor
administración y un mejor conocimiento de la realidad. Una oportunidad para las
experiencias religiosas de beatas, que ahora podían encontrar su lugar en la orden
seráfica. Esa oportunidad la vieron la Melchora y sus compañeras las Toledanas.
Aunque la experiencia sanclementina vino precedida por la fundación de un nuevo
convento de Santa Clara en Huete. Si bien el convento optense tenía precedentes
dos décadas antes, su carta de naturaleza tiene lugar el 14 de diciembre de
1520, cuando cuatro monjas del convento de Santa Clara de Alcocer pasan a Huete
a fundar el nuevo convento. Dichas monjas eran Catalina de Sandoval y sus dos
hermanas Isabel y María, más otra monja, cuyo nombre se nos dice que se ignora,
en palabras del padre Ortega. Esa monja anónima es Guiomar del Castillo, hija
de Alonso del Castillo y Toledo, fundador del convento de Nuestra Señora de
Gracia del San Clemente. Pero la intervención conversa en la fundación del
convento sanclementino tendría que esperar. Es más, creemos que en la primera
fundación del convento hubo un fuerte componente anti converso y estuvo
liderado por la familia Ruiz de Villamediana. Sería fácil ligar mercaderes y
franciscanismo, pero nos es mucho más fácil ver la primera fundación de las
clarisas en el contexto de las enemistades entre los mercaderes zamoranos y de
Tierra de Campos y los conversos de San Clemente. En la memoria reciente estaba
el linchamiento del converso Hernán Rodríguez, donde los zamoranos habían sido
parte activa, como será actor principal el hijo de Martín Ruiz de Villamediana
en la posterior muerte del hijo del bachiller Rodríguez.
MARTÍN RUIZ DE VILLAMEDIANA: EL MERCADER DE TIERRA DE CAMPOS QUE FUNDÓ EL
CONVENTO DE CLARISAS DE SAN CLEMENTE
Hasta la Chancillería
de Granada fue don Antonio Ruiz de Villamediana el año de 1545 en busca de una
ejecutoria que reconociera la hidalguía que le negaba el ayuntamiento de San
Clemente. Buscó el testimonio de los grandes hombres de la villa, que lo habían
sido todo en la primera mitad de siglo, pero a decir de sus enemigos eran
hombres ya viejos y cansados. Alonso Pacheco Guzmán, hermano del difunto señor
de Minaya, era un anciano de setenta y cinco años, doliente de la ijada; Juan
de Caballón, de apellido hidalgo y de Castillo de Garcimuñoz había
asentado hacienda como agricultor, contaba con ochenta años, era un anciano
derrengado que apenas se tenía en pie; Pedro de la Fuente, antiguo escribano de
sesenta y cinco años, o Miguel Sánchez Sevillano, que será padre de escribanos
y de sesenta y cinco años, eran personas que apenas salían del pueblo ni
siquiera de su casa; Francisco de Olivares o Pedro de Albelda contaban con
setenta años, hombres ya muy mayores para testificar en Granada. Claro que,
curiosamente, quien tachaba a estos testigos era Antonio de la Fuente, de
sesenta y dos años, humillado en su pretensión de hidalguía por el concejo
sanclementino.
Ese año también
pleiteaba por su hidalguía Alonso de Valenzuela, que vio como sus testigos eran
tachados de viejos e impedidos. En este caso, estaban Antonio Rosillo y Hernán
Vázquez de Haro el viejo, los dos de setenta y siete años, viejos y pesados,
gotosos tal como también se decía, o Alonso González de Origüela, de setenta y
cinco años, un hombre quebrado por la perlesía. Parecía como si toda una
generación que había levantado la villa desde la nada o se había aprovechado
del pueblo para sus ambiciones personales era ahora condenada al desván de la
memoria olvidada de la villa de San Clemente. Sin embargo, eran estos hombres
ancianos y desvencijados los que podían dar fe de la llegada de tierras lejanas
de hombres desarraigados en busca de fortuna. Algunos eran hombres con un
pasado familiar glorioso, pero en San Clemente de comienzos del quinientos
valía poco el apellido y todo se fiaba al mérito personal.
Cuarenta años después
las cosas había cambiado radicalmente. La venta de regidurías perpetuas desde
1543 había dejado en papel mojado la exclusión que sufrían los hidalgos para
acceder a los oficios concejiles. Al igual que Alonso Valenzuela o Antonio Ruiz
de Villamediana, Juan Granero también acudió a la Chancillería de Granada y
asimismo recusó a varios testigos, quizás alguno de ellos todavía recordará la
revocación de la hidalguía concedida a Antón Sánchez Granero.
Pero treinta años, en
1512 los hidalgos sanclementinos ya intentaron que su reconocida condición
hidalga se viera reflejada en la reserva de la mitad de los oficios públicos y
conseguir así su acceso al poder. No lo consiguieron, aunque entre los que no
cejaron en el empeño y yendo contra las leyes pecheras de la villa
sanclementina destaca Martín Ruiz de Villamediana, que sorprendentemente
aparece, sin que tengamos explicación racional, como alcalde de los hijosdalgo
en la villa de San Clemente el año de 1517 (tal vez, porque su verdadero cargo
era alcalde de la hermandad). Cuatro años antes, un veintiuno de julio de 1513,
presentaba demanda ante la Chancillería de Granada para ver reconocida su nobleza,
heredada de padre y abuelo y demostrada en las guerras. Cinco meses antes, los
regidores Alonso Manzano, Juan López, Pedro Sánchez de Origüela y Pascual Simón
lo habían inscrito en el padrón de pecheros (el único que había, pues en San
Clemente nunca hubo libro de hidalgos), obligándole a pagar las diez centenas,
un tributo concejil de diez reales, como hombre postero que
era.
Que el concejo sanclementino no permitía veleidades hidalgas quedó demostrado
cuando el jurado y mayordomo del concejo, Alonso de las Mesas, acompañado de
escribano y del alguacil Garcilópez, se presentó en el domicilio de Martín Ruiz
de Villamediana para embargarle una alfombra. La escena, en el domicilio de
Martín, fue ejemplo del tesón y orgullo que podía mostrar un hidalgo, consciente
de su naturaleza. Ante el escribano, alguacil y mayordomo reafirmó su condición
hidalga y su negativa a pechar, antes perpetuar su libertad e posesión. Amenazó
con quejarse de los regidores ante la reina Juana. Él era un mandado, le
respondió el jurado y mayordomo Alonso de Mesas, o dinero o prendas. Acabaron
por llevarse la mencionada alfombra, ante un desafiante Martín que pidió al
escribano Pedro de la Fuente traslado de los hechos. Con dicho testimonio se
presentó en el ayuntamiento un diez de julio para anunciarles su decisión de
defender sus derechos ante la Reina. Juan de Olivares y Benito García, alcaldes
aquel año, le respondieron que si era hidalgo mostrase el privilegio de tal.
No tardaría Martín
Ruiz de Villamediana en presentarse ante el concejo sanclementino con una carta
real citatoria, con sello de placa de las armas de la reina Juana (las mismas
de los escudos laterales del edificio del actual ayuntamiento); una carta
citatoria expedida por la Chancillería de Granada con fecha 21 de junio de 1513
La carta citatoria no llegaría a San Clemente
hasta el 21 de agosto. Ese día, entre los citados, además del ayuntamiento en
pleno y sus miembros ya citados estaban los diputados Pedro Sánchez de Origüela
el viejo y Martín López de Tébar y el bachiller Rodríguez. Para el veintiocho
de agosto los regidores sanclementinos deciden personarse con procurador en el
pleito para frenar las pretensiones del pretendiente. Martín Ruiz de
Villamediana había llegado como muchos otros con el cambio del siglo. Había
llegado a la Mancha no a guerrear, sino traído por la necesidad de buscar hogar
familiar propio y las amplias oportunidades que estas tierras ofrecían. El
calificativo de postero indicaba su reciente llegada. Pero alcanzada una
posición social exigió ver reconocida su nobleza. La disparidad de pareceres
entre el pretendiente y el concejo sanclementino se trató de esclarecer con la
probanza de testigos que la Chancillería de Granada ordenó el 28 de septiembre.
El primero de febrero de 1514 la Chancillería reconocía por hidalgo a Martín
Ruiz de Villamediana e imponía silencio perpetuo al concejo de San
Clemente. El día nueve de febrero, Martín obtenía ejecutoria con sello
de plomo pendiente de hilos de seda.
¿Quién era este hombre que se pretendía
hidalgo de solar conocido y posesión? Martín Ruiz de Villamediana había llegado
de Tierra de Campos. Sus orígenes se repartían entre la villa de Tiedra y la de
Tordehumos.
El abuelo de Martín, Lope Ruiz, era vecino de la villa de Tiedra, donde había
muerto hacia 1475; veinte años después en el mismo lugar había fallecido su
padre Diego Ruiz. En el hogar paternal de Tiedra vivió Martín, hasta que joven
se desplazó a Tordehumos, donde casó con la hija de un mercader, llamada
Constanza Ruiz, allí vivió durante diez años. De Tordehumos saldría en busca de
nuevas oportunidades hacia San Clemente. Era el año de 1502.
Valga una pequeña reflexión sobre este pequeño
pueblo vallisoletano, nos referimos a su papel nodal en las Comunidades de
Castilla, que no creemos casual. Pedro Girón, hijo del conde de Urueña toma el
mando de las tropas comuneras el 27 de noviembre de 1520, cuando Padilla se
retira a Toledo, expulsando a las tropas del Almirante. Pedro Girón hará de
Villagarcía de Campos el cuartel de su ejército, pero con tres centros
auxiliares menores: Villafrechós, Urueña y Tordehumos.
El abuelo de Martín, Lope Ruiz, había llegado a
Tiedra siendo un niño, acompañaba a su madre viuda y a otros dos hermanos.
Llegados en la pobreza más extrema, la madre sin embargo supo litigar y ganar
la hidalguía para sus hijos de su difunto marido, un tal Cristóbal, según
aseguraba un vecino de San Cebrián de Mazote, llamado Alonso de la Rosa. Esa
hidalguía fue la que salvó a la familia, pues fue el reclamo para que un rico
del pueblo, llamado Diego Alonso de la Rosa, casara a su hija única María con
Lope Ruiz. Del matrimonio de ambos, nació Diego Ruiz, que casó con una vecina
de Urueña, Catalina Sánchez, y se rodeó de los símbolos de un buen hidalgo:
poseía dos caballos y era asistido por un escudero. Diego era un caballero
auténtico, partícipe de la vida militar como alférez del maestre de Calatrava.
Si alguien conocía bien a Martín Ruiz de
Villamediana era Antonio de la Fuente, nacido hacia 1484, el cual había
emprendido junto a sus hermanos el viaje para asentarse en San Clemente,
acompañado de Martín. Había coincidido en Tordehumos y hasta el fallecimiento
de Martín, en 1523, en la villa de San Clemente. Antonio de la Fuente había
vivido en Tordehumos al servicio y en casa del suegro de Martín Ruiz, un tal
Rodrigo Sánchez. Nos queda en la oscuridad aquel viaje. Sabemos que los
hermanos Antonio y Cristóbal de la Fuente traían con ellos a su madre ciega,
aunque luego lo negaran en el pleito de hidalguía de 1526. Martín Ruiz de Villamediana
venía con su mujer Constanza y sus hijos. Si la necesidad podía ser causa de la
emigración de los hermanos de la Fuente, no parecen tal los motivos de la
llegada de Martín, con fama de rico ya en origen. Unos y otros haría gran
fortuna en la villa de San Clemente. Seguimos con la duda cuando llegaron a la
villa de San Clemente. Solo podemos hacer conjeturas con las declaraciones de
testigos. Antonio de la Fuente declaraba en 1546 conocer a Antonio Ruiz de
Villamediana desde hacía cuarenta y cinco años en Tordehumos. Allí había Martín
vivido con su mujer durante un periodo de siete a diez años, es decir, haciendo
cuentas, la llegada a San Clemente fue en el periodo de 1500 a 1510. Periodo
demasiado amplio e incierto, sobre todo, si pensamos que detrás de todas estas
conjeturas lo que se esconde es nuestro anhelo de certificar el nacimiento de
Constantino Ponce de la Fuente.
Para mayor desgracia nuestra, la probanza de
testigos de Antonio Ruiz de Villamediana, a comienzos de 1546, se desarrolla en
un hervidero de pasiones y conflictos en la villa de San Clemente. La inquina
que debían guardar a Antonio algunos regidores era mucha. Entre ellos, los
regidores Cristóbal de Tébar y Francisco Jiménez o el alcalde bachiller Avilés.
Si añadimos el resto de cargos municipales, los regidores Hernando del Castillo
Toledo, Alonso García o Francisco de los Herreros, comprenderemos que bastantes
disputas existían entre ellos como para ceder el poder que detentaban a esos
otros de la Fuente y Ruiz de Villamediana, a los que habían cortado las alas y
ambiciones hacía veinte años. El clan de los zamoranos tenían vedado el acceso
al poder, pero contaban con el apoyo de varios hidalgos que en esos vaivenes de
la política sanclementina se decantaban por unos u otros según la oportunidad.
Bien se preocupó el concejo de evitar la declaración de estos testigos,
coetáneos del fallecido Martín Ruiz de Villamediana; hombres ancianos que por
su misma vejez podían decir cosas inconvenientes. Viejos, pero hombres
respetados: Pedro de la Fuente, escribano (el hombre que hizo de reclamo para
el viaje de los inmigrantes de Tierra de Campos), Alonso Pacheco o Hernán
Vázquez de Haro o simplemente dos labradores, Miguel Sánchez Sevillano, hombre
muy respetado en el pueblo, y Juan de Caballón, pechero por las circunstancias,
pero cuyo apellido era rancio y de abolengo.
Los Ruiz de Villamediana era una familia que
sobraba en el San Clemente de mediados de siglo. En ese mundo de rivalidades,
donde los hijos habían asentado el poder que los padres les habían dejado con
la forja de sus fortunas y hacienda, la mayor arma arrojadiza de unos y otros
era asomarse al gaznate del vecino a oler o no oler el resuello a tocino y
acusar al adversario de sangre judía. Los Ruiz de Villamediana, a diferencia de
sus vecinos, podían mostrar sus indiscutibles credenciales como caballeros y
cristianos viejos. Viejos cristianos y piadosos, pues entre las mandas
testamentarias de Martín Ruiz de Villamediana estaba la fundación de un
convento de clarisas en 1523.
A pesar de las oposiciones de los regidores,
Antonio Ruiz de Villamediana sacó adelante su probanza de testigos, que de
impedidos, gotosos y viejos dementes pasaron a recuperar su condición de
hombres respetados, y con algunos años menos de los que decían sus delatores.
En tal circunstancia, parece que fue decisivo el apoyo de Antonio Ruiz de
Villamediana recibió de un hombre llamado Juan Guerra, alcalde de la hermandad
por el estado pechero aquel año de 1546. Hombre respetado, y cómo no, zamorano,
que posiblemente había llegado con otro parroquiano llamado Francisco
Fernández, destinado a procrear la estirpe más rica del pueblo y la más odiada:
los Astudillo.
Hernán Vázquez de Haro fue el primero en
declarar un ocho de marzo de 1546, tenía alrededor de sesenta y cuatro años
(sus enemigos le daban trece años más). No podía ser imparcial, pues una hija
de su cuñado estaba casada con Antonio Ruiz. Declaraba que el patrimonio de los
Ruiz de Villamediana era el de cualquier otro hombre de la villa: ganados y
granjerías, pero en mucha cantidad. Como hidalgos, los Villamediana
se paseaban a caballo por la villa, a la que, a su decir, habían llegado hacía
cincuenta años (¿antes de 1500, pues?). Martín Ruiz de Villamediana había
fallecido con más de cincuenta años, sesenta según otros, dejando viuda a
Constanza, que había sobrevivido casi veinte años más a su marido, refugiada,
como beata, en el convento de clarisas que la familia había fundado. Martín
Ruiz de Villamediana había formado parte del colegio de cuatro electores que
nombraba cada año para San Miguel, en la capilla de los Herreros de la iglesia
de Santiago, alcalde de la hermandad por el estado de los hijosdalgo, cargo que
él mismo había desempeñado en muchas ocasiones. Su condición de elector y
elegido la había heredado su hijo Antonio, que además, aprovechando que los
hidalgos habían visto reconocido por provisión real hacia 1540 su derecho a
ocupar uno de los dos cargos de alcalde ordinario, había sido elegido en el
periodo de 1543 a 1544 como alcalde por los hidalgos. Demasiada ambición para
no estar en la mirada de sus rivales.
Alonso Pacheco se presentó como un hidalgo, pues
era hijo y pariente de los señores de Minaya, de sesenta y cinco años. Contaba
cómo Martín Ruiz había procurado dar una buena educación a su hijo Antonio,
llevándole a la escuela en San Clemente (el estudio de gramática que se fundó
en 1495) y, posteriormente, prosiguiendo los estudios en Belmonte. Martín
también buscó buen casamiento para su hijo Antonio, enlazándole
matrimonialmente con una hija de Antonio de los Herreros. Alonso Pacheco fue
capaz de darnos la fecha exacta de la llegada de Martín Ruiz de Villamediana a
San Clemente: el año de 1498, aunque para desdecirse poco después y asegurar
que había tratado con él durante veintiocho años, es decir retrotrayendo la
llegada al año 1495. Fechas ambas inciertas. Por entonces, ya no había guerras.
Y es que Martín Ruiz de Villamediana no llegó como militar sino como mercader
de paños y sedas. Instalándose en la villa y poniendo tienda propia. Eso
explica el gran caudal que había hecho, más bien incrementado, en tan poco
tiempo, invertido después en ganados y viñas. El labrador Miguel Sánchez
Sevillano, que recordaba la venida de Martín a la villa, le acompañó a la
compra de ganados. Alonso Pacheco daba como fecha de fallecimiento de Martín el
año de 1523, a los sesenta años. Martín. pues, era un mercader, pero que nunca
olvidó los signos de distinción de su hidalguía. Hombre que paseaba a caballo
por la villa y que poseía varios criados. Martín ya había llegado como hombre
rico a San Clemente y con criados; éstos eran los hermanos Antonio y Cristóbal
de la Fuente.
En una
sociedad abierta como la de San Clemente, ¿cómo diferenciar un hidalgo de un
pechero? Es evidente que el signo incontestable era la ejecutoria de hidalguía.
No todos podían sobrellevar el coste de un juicio en la Chancillería de
Granada. De ahí el interés en visibilizar esa hidalguía en la presencia en el
colegio de electores de alcaldes de la hermandad y, en estos tiempos en los
que, tal como diría Miguel Perona, cien años después, el carnicero, concediendo
las libranzas de refacción de la sisa, todavía no despachaba sus propias cartas
ejecutorias, el interés de los pretendiente a hidalgos se dilucidaba en el
momento del repartimiento de la alcabala, un impuesto universal a pagar por
todos, nobles o pecheros. El concejo se reunía para nombrar seis pecheros que
redactaban un padrón de pecheros para el repartimiento de la alcabala entre los
vecinos. Poco después lo hacían dos hidalgos que formaban un padrón propio y
decidían el modo de pago y la cuantía. Este padrón se tomaba como base para la
exención del servicio ordinario y la expedición de cédulas para no pagar la
sisa de la carne. Por supuesto que la villa de San Clemente nunca reconoció
estos padrones de hidalgos, pero tampoco se enfrentó claramente a ellos, en la
medida, que por el hecho de pagar impuestos reales, los hidalgos eran
coaccionados en cualquier momento para pagar los pechos concejiles. Parece que
esa autonomía de los hidalgos para repartir sus impuestos, fue aprovechada por
el concejo sanclementino en 1514 para exigir una contribución a los nobles con
motivo de la construcción del molino del Concejo, en el vado del Fresno.
Otro de los
testigos fue el escribano Pedro de la Fuente, hombre pechero de setenta y cinco
años. Pedro de la Fuente era de la familia zamorana de la Fuente. A diferencia
de Antonio o Cristóbal, no se había preocupado de su condición hidalga, pues le
procuraba más beneficios el ejercicio del oficio mecánico de su escribanía. Por
él sabemos que Martín era factor de su futuro suegro Rodrigo Sánchez en el
negocio de mercader de telas y sedas. Esto nos hace de Martín un hombre
viajero, tal vez en el vecino Portugal (¡el cristiano viejo en contacto con las
comunidades judías del país vecino!), donde buscaba los contactos para proveer
de mercancías y contactos al negocio de su suegro, pero también en el resto de
la Península y por supuesto en las sociedades manchegas que ahora tomaban
impulso, convirtiéndose en mercado a conquistar. Sobre la complejidad de los
negocios de su suegro solo podemos asegurar que trataba con cierta
compañía de otros mercaderes. Pedro de la Fuente nos desvela
definitivamente la llegada de los de la Fuente y Ruiz de Villamediana a San
Clemente. Era el año de 1502
e
que en el año de quinientos e dos este testigo vido que el dicho Martín Rroyz
se vino a la dicha villa de San Clemeynte con la dicha Constança Rroyz su muger
y con hijos y venido a la dicha villa compró la casa que de presente tiene el
dicho Antonio Rroyz e le vido que vivió en la dicha villa de mercadurías
teniendo tienda de paños e sedas e de ganados e viñas e otras grangerías,
porque quando vino a la dicha villa truxo cabdal para ello y con su muger este
testigo tuvo conversaçión e trato dende que vinyeron fasta que fallesçió que
fue en el año de veynte e tres años e que entonces serya de edad de sesenta
años.
Pedro de la
Fuente ya vivía en San Clemente donde ejercía como escribano, fue él quien
sirvió como lazo de unión con sus dos hermanos, Cristóbal y Antonio, criados de
Martín Ruiz de Villamediana, para que todos ellos acudieran a la villa de San
Clemente. La razón pudiera ser la unión no consentida de Martín con Constanza,
por el padre de la mujer, Rodrigo Sánchez, que veía con muy malos ojos cómo su
fortuna podía acabar en manos de su factor, un hombre ya viejo, treinta y cinco
años, cuando decide casarse con Constanza hacia 1498. Pero de la declaración de
Pedro es difícil deducirlo
supo
e fue público que el dicho Martín Rroyz se avía casado a ley e bendiçión con la
dicha Constança Rroyz su muger en la dicha villa de Tordehumos e lo oyó dezir a
Antonio de la Fuente e Christóbal de la Fuente sus hermanos naturales de la
çibdad de Çamora criados que fueron del dicho Martín Rroyz e vinieron con él
desde la dicha villa de Tordehumos a la dicha villa de San Clemeynte e a
Françisco Rroyz e a otros parientes del dicho Martin Rroyz e a un bachiller
hermano de la dicha Costança Rroyz que les oyo dezir que hellos los avían visto
velar e casar e que al tienpo que fallesçió el dicho Rrodrigo Sánchez de
Tordehumos padre de la dicha Costança Rroyz e suegro del dicho Martín Rroyz
paresçió ante este testigo como escriuano que a la sazón hera de la dicha villa
la dicha Costança Rroyz dio poder al dicho Martín Rroyz su marido para que
fuese a cobrar la herencia que le pertenesçía de dicho su padre e vido que lo
truxo e cobró
Quien
realmente nos da una información definitiva de Martín Ruiz de Villamediana es
el labrador y antiguo regidor Juan de Caballón, de setenta años en 1546, que
por vivir al lado de la casa de Martín conocía todos sus secretos. Entre esos
secretos estaba un turbio asunto: la muerte del hijo del bachiller Rodríguez en
que Antonio, el hijo de Martín, se vio implicado. La familia Rodríguez era de
origen judía y los Ruiz se lo recordaron, pero aquellos acusaron a éstos de
moros. No era la primera vez que se recurría a esta acusación para
desprestigiar a alguien. Las averiguaciones no fueron más allá. Juan Caballón nos
desveló el pasado de Martín y confirmó los motivos de su venida a la villa de
San Clemente. Martín ya conocía la villa de San Clemente de mozo, pues la había
visitado en compañía de su futuro suegro, Rodrigo Sánchez. Era su criado,
actuando como factor para las compras y ventas, en San Clemente compraba la
lana de los ganados de la villa y vendía telas
e
lo conosçió que venía con el dicho Rrodrigo Sánchez a la dicha villa de San
Clemente a tratar en paños e lanas e lo traya por su criado más tienpo avrá de
sesenta años (al
finalizar las guerras del Marquesado)
Por Juan
Caballón sabemos que la compañía comercial de Rodrigo Sánchez estaba formada
por tres socios; el citado, Alonso de Palacios y Andrés de Dueñas. Martín,
enamorado de la hija de Rodrigo, acabó mal con su amo y presumiblemente con la
moza preñada; tal eventualidad pudo ser el desencadenante de la venida de
Martín a San Clemente, aunque no lo creemos pues convivió tres o cuatro años en
Tordehumos, o simplemente la decisión pudo estar marcada por las posibilidades
de negocio que ofrecía una zona en expansión que conocía bien. De hecho, los
desencuentros con su amo acabaron en colaboración. Martín Ruiz de Villamediana
llegó así a una tierra que conocía, donde su suegro era respetado como mercader
de prestigio y donde tenía el terreno abonado para establecerse
independientemente con su propio negocio
el
dicho Martín Rroyz se avía casado por amores con una hija del dicho Rrodrigo
Sánchez su amo y que avía estado muy mal con él sobre lo susodicho e que
después lo perdonó e ovo por bien su casamiento e que después avrá quarenta e
quatro años (en
1502) poco más o menos que el dicho Martín Rroyz se vino a la dicha
villa de San Clemeynte e truxo consigo a la dicha Costança Rroyz su muger y
venidos como su suegro le fazía cara e favoresçia le fiaban en la tierra todo
lo que quería e puso tienda de paños en la dicha villa
Así Martín Ruiz de Villamediana
llegó a San Clemente con su mujer Constanza y dos criados, unos jovenzuelos,
los hermanos de la Fuente, Antonio de dieciocho años y Cristóbal, del que
desconocemos la edad.
Achgr, 401-488-3
En San Clemente les esperaba el hermano mayor
Pedro de la Fuente, escribano del concejo, que ya tenía residencia en la villa.
Pedro apenas si llevaba unos meses en la villa de San Clemente, pues el 18 de
noviembre había sido nombrado por la Corona como escribano de esa villa. Tenía
veintidós años. El traslado de ese documento se nos ha conservado en el
Registro General del Sello de Simancas
La figura de
Pedro de la Fuente ha pasado demasiado inadvertida hasta ahora. Quizás nuestra
visión de él cambie, si apostamos que estamos ante el padre de uno de los
mayores intelectuales del siglo XVI: el doctor Constantino Ponce de la Fuente.
Con Martín
Ruiz de Villamediana llegó su mujer y en brazos de Costanza iba su hijo recién
nacido, Antonio, que según otros ya tenía cuatro o cinco años. A la larga él es
quien recibirá la herencia familiar. Además de las casas principales, heredó el
patronazgo de la capilla familiar del Descendimiento de la Cruz del monasterio
de San Francisco y una sustanciosa hacienda que no podemos cuantificar, formada
por ganados, viñas, esclavos y la propia tienda familiar. Atrás, en la villa de
Tiedra, manteniendo el linaje familiar quedaron sus hermanos Sebastián, Diego,
Pedro y Gregorio. Diego defendería los intereses de su hermano en la
Chancillería de Valladolid. Antonio Ruiz de Villamediana entroncaría con una de
las familias principales del pueblo, al casar con Teresa, hija de Antonio de
los Herreros. Decía Antonio Rosillo, un hidalgo de ochenta años en 1546, que el
dicho Antonio de los Herreros nunca hubiera dado su hija a un converso, para
justificar la naturaleza de cristiano viejo de Antonio Ruiz y su padre. Del
matrimonio de Antonio y Teresa nació el bachiller Alonso Ruiz de Villamediana.
A la sombra de
los Ruiz de Villamediana otros hicieron fortuna. Además de los hermanos de la
Fuente, destaca la figura de Miguel Sánchez Sevillano, un labrador que compraba
y vendía ganados para los Villamediana y que acabó instalándose en su casa,
donde durante seis años devino en administrador de sus negocios. En su día
analizamos la figura de Miguel Sánchez Sevillano como antecesor de los
Sevillano, hoy estamos tentados de ver en Miguel, nombre repetido una y otra
vez, el patriarca de esta famosa familia de escribanos sanclementinos.
El principal legado, sin embargo, por el que se
conoce a Martín Ruiz de Villamediana no es por sus dotes como mercader ni por
su hidalguía, sino la fundación del convento de monjas clarisas de la Asunción
de la villa de San Clemente. Tal hecho los recogió el Padre Ortega en 1740
A
este tiempo, murió un Hombre Noble, natural de la misma Villa de San Clemente,
llamado Martín Ruiz de Villamediana: y en su testamento, que otorgó el día ocho
del mes de octubre, del año de 1523 dexó determinado,que una Casa, muy capaz,
que él avía heredado de un deudo suyo, y al presente, servía de Hospital, para
recoger los pobres, ésta se convirtiesse en un Monasterio de nuestra Orden:
añadiendo que si el Monasterio, fuesse de Santa Clara, dexaba también, de su
misma hacienda, para ayudar a formarle veinte mil maravedís, y si fuesse de la
Tercera Orden, diez mil (BNE, 2/1127-2/1129. ORTEGA, Pablo Manuel. Chrónica de la Santa Provincia de
Cartagena, de la Regular Observancia de N. S. P. S. Francisco. Volumen I.
Libros III y IV. Entre 1740 y 1753. Pp. 165)
La fundación necesitaría de
refundación medio siglo después para mantener un convento un tanto
desvencijado. Que la andadura del convento fuera tan tortuosa en sus principios
se debió a la rivalidad entre la Melchora, una rica hacendada viuda, poco dispuesta
a someterse a reglas y la fuerte personalidad de Sor Ana Sánchez empeñada en
imponer el orden en la pequeña congregación. La historia de los primeros pasos
la describió detalladamente el Padre Ortega
LA FUNDACIÓN SEGÚN EL PADRE PEDRO
MANUEL ORTEGA
La Fundación de este Monasterio de Religiosas
Terceras, de N. P. S. Francisco, de la villa de San Clemente, la pone el R. P.
Laguna, con mucha claridad, por aver tratado, y comunicado, á muchas
Religiosas, que conocieron a las mismas Fundadoras; y passó en esta forma. Una
Muger principal, vecina de este Pueblo, llamada la Melchora (no sé si por
nombre, apellido, ó cognominación), quedó Viuda, sin Hijos, y con una
competente hacienda. Movida de aquellos primeros fervores, que suelen traer,
solamente la apariencia, y sobreescrito de desengaño, y viene á ser efecto de
un sentimiento natural, determinó, vestir el Ábito penitente de la Tercera
Orden, de N. P. S. Francisco, y consagrar, su hacienda, á Dios, convirtiendo su
Casa, en un Monasterio de dicha Orden. Comunicó, estos intentos, con el M. R.
P. Fr. Pedro de Limpias, Provincial, que era, en la ocasión, de esta Provincia:
y éste, prudente, y Doctíssimo Prelado, presumiendo, que su vocación era
perfecta, le alabó mucho la resolución, de abandonar, de aquel modo, las
aparentes delicias del mundo, aspirando a las inamissibles, y verdaderas, del
Cielo. Vistióle, pues el Ábito de dicha Orden Tercera; y poco después, a otras
dos Mugeres, que se le juntaron, y les llamaban las Toledanas: y supuestas las
precissas diligencias, que corrieron á la dispossición de este Doctor Prelado,
admitió baxo de su amparo, régimen y obediencia, dicha Fundación; porque assí
fueron desde el principio, los intentos de esta Muger.
Para que dicha Fundación, se fuesse anivelando á
la vida Regular, determinó. el mismo Prelado, que passasse, del Monasterio de
Villanueva de los Infantes, que era del mismo Instituto, una Religiosa, de
mucha virtud, y especialíssimo Don de govierno, llamada Sor Ana Sánchez; de la
que á su tiempo, escriviremos, con alguna extensión. A esta Religiosa, nombró,
el mismo Provincial, por Madre, y Prelada, del nuevo Monasterio, para que le
governasse, y fuesse instruyendo, en las regulares Leyes, aquellas nuevas
Racionales Plantas, para que, á su tiempo, diessen maravillosos frutos de
virtudes. Aquí fue, donde se conoció aver sido muy bastarda la vocación de la
referida Viuda: pues sintiendo, con notable extremo, el que no la huviessen
nombrado á ella, por Prelada de la nueva Comunidad, cometió una baxeza, muy extraña
de una Muger de sus prendas. Hechó, ignominiosamente, de dicha su Casa, a la
referida Religiosa, Sor Ana Sánchez, como a algunas otras virtuosas Mugeres, que
ya se le avían juntado, con ánimo de seguir aquella Santa Vida. Viendo el
Guardián, que era, del Convento de N. P. San Francisco, de la misma Villa de
San Clemente, que este desayre, no se quedaba en aquellas pobres Beatas, sí que
se encaminaba, y dirigía, principalmente, a su Prelado Provincial, tomó la mano
en el desempeño, explicándose éste, en dos diligencias, ayrosamente
desenfadadas. La primera, fué quitarle el Ábito de la Orden á la dicha Viuda,
con no menor ignominia, que ella, avía quitado la habitación, a aquellas pobres
Religiosas. Y la segunda, buscarles una decente Casa, donde se mantuviessen,
hasta que, por los Prelados Superiores, se tomassen otras providencias.
A este tiempo, murió un Hombre Noble, natural de
la misma Villa de San Clemente, llamado Martín Ruiz de Villamediana: y en su
testamento, que otorgó el día ocho del mes de octubre, del año de 1523 dexó
determinado, que una Casa, muy capaz, que él avía heredado de un deudo suyo, y
al presente, servía de Hospital, para recoger los pobres, ésta se convirtiesse
en un Monasterio de nuestra Orden: añadiendo que si el Monasterio, fuesse de
Santa Clara, dexaba también, de su misma hacienda, para ayudar a formarle
veinte mil maravedís, y si fuesse de la Tercera Orden, diez mil. Como las
referidas Beatas, se hallaban sin Casa, para su habitación determinaron, con
parecer de los Prelados, admitir esta limosna, y aplicarse a poner, dicha Casa,
en forma de Monasterio; lo que se consiguió, con ayuda, de algunas otras
devotas Personas, y por la buena disposición, de la dicha Religiosa, Sor Ana
Sánchez. Estuvo, esta Venerable Muger, governando este monasterio 20 años; en
los quales padeció, indecibles trabajos, los más de ellos, ocasionados de la
repulsa de la dicha Melchora, la que, para esto, no olvido al Monasterio, ni á
sus Habitadoras. Passados los dichos 20 años, se bolvió esta Religiosa, á su
Monasterio de Infantes, en el qual acabó la carrera de esta mortal vida, con
grandes créditos de Santidad, como bolveremos a escrivir, con más dilatada pluma,
conformándonos al orden chronológico. La antigüedad de este Monasterio de S.
Clemente, señalan, y determinan, assí el Illmo. Señor Gonzaga, como el R. P.
Laguna, á este año referido, de 1523, en el qual otorgó su Testamento, el dicho
Cavallero Villamediana; pero ciertamente, me parecía a mí, devérsele dicha
antigüedad, desde el año, en que el M. R. P. Provincial, de esta Provincia,
admitió, dicho Ministerio, á su obediencia: y á lo menos, desde que entró en
él, la referida Religiosa, Sor Ana Sánchez.
Passados algunos años, vino este Monasterio, de
San Clemente, á una notable, y lastimosa pobreza; á cuyo tiempo una Señora, muy
principal, llamada Doña Isabel de Pedrola, hija del Comendador Tristán Ruiz de
Molina, y, de doña Catalina Suárez, vecinos de la Villa del Castillo de
Garcimuñoz; aviendo quedado Viuda, de un Hombre Noble, llamado Rodrigo Pacheco,
vecino de la villa del Cañavate, despreciando quanto el mundo aprecia, se
retiró a este Monasterio, a poner fin el curso de su vida mortal. Llevó esta
Señora, consigo, como unos doce, ó catorce mil ducados, en diversas
possessiones: y con esto, pudo repararse el Monasterio, y assimismo dar
principio á la Iglesia, que aún no la tenían. Estas Religiosas o Beatas, como
no guardaban clausura, por este tiempo, passaban todas, en Comunidad, al
Convento de N. P. S. Francisco, que está muy cercano: y allí, recibían los
Santos Sacramentos; y las que murieron, hasta aquel tiempo, se enterraron en
nuestra Iglesia. Por esta razón, aviendo muerto la dicha Doña Isabel de Pedrola,
antes que se finalizase la dicha Iglesia de dicho Monasterio, dexo dispuesto,
que fuesse depositado antes que se finalizasse la Iglesia de dicho Monasterio,
dexó dispuesto, que fuesse depositado, su cuerpo, en la de nuestro Convento, y
finalizada la nueva de su Monasterio, se trasladasse á ella, como con efecto,
se executó, el día 23 de Abril, del año de 1606. En el de 1586 siendo
Provincial de esta Provincia, el M. R. P. Fr. Juan Malo, tomaron, estas Beatas,
el Velo, y assimismo, hicieron el voto de clausura. El Título de este
Monasterio, es la Assumpción de N. Señora: y suelen habitarle, ordinariamente,
unas 30 Religiosas, aunque el tiempo, y otras circunstancias, varían este
número.
BNE, 2/1127-2/1129. ORTEGA, Pablo Manuel.
Chrónica de la Santa Provincia de Cartagena, de la Regular Observancia de N. S.
P. S. Francisco. Volumen I. Libros III IV.
Entre 1740 y 1753. Pp. 163 a 165
La narración de la fundación del convento toma
como testimonio las aportaciones orales de las propias monjas que conocieron a
la Melchora y las Toledanas, siendo recogida esta tradición por el padre Laguna
y posteriormente por fray Pedro Manuel Ortega. La Melchora, viuda, sin hijos y
con una competente hacienda, decidió consagrar su hacienda a Dios, con el
beneplácito de fray Pedro Limpias. Estos dos protagonistas parecen estar en el
primer impulso del nuevo convento: la Melchora puso su casa como morada del
nuevo convento y fray Pedro Limpias dio el visto bueno para que la Melchora
vistiese el hábito franciscano de la Tercera Orden y se incorporarán dos
mujeres más a la nueva fundación, llamadas las Toledanas. Del beaterio de unas
mujeres y su deseo de vivir la existencia según el Evangelio y el ejemplo de
San Francisco de Asís nació este primer embrión de convento formado por estas
tres mujeres, que llevaban una vida seglar sin tomar los votos de la Orden. El
contexto, una villa de San Clemente, en pleno desarrollo económico y necesitada
de obras caritativas y solidarias para acoger a los marginados de una sociedad
que crecía demasiado rápido, iba acompañado del intento de la Iglesia de
organizar la comunidad cristiana, evitando experiencias heterodoxas que serían
condenadas en el auto de fe de dos de febrero de 1517.
Las beatas era figura muy popular en los inicios
del siglo XVI y lo continuó siendo a lo largo del siglo. En pueblos medianos y
grandes no falta esta figura en los padrones de los pueblos. Mujeres que
adoptaban una vida eremítica o solitaria, dedicada a la oración, la piedad y
las obras de caridad hacia el prójimo.
A pesar de todo, el ejemplo de la Melchora y las
Toledanas era suficientemente anárquico e independiente de toda disciplina
superior como para que no provocara recelos en el provincial fray Pedro de
Limpias, que optó, para “nivelar” la nueva comunidad, por enviar a una
religiosa de Villanueva de los Infantes para organizar la nueva comunidad. Hecho
que creemos se produce ese año 1522. La religiosa fue vista como una intrusa
por la Melchora, debiendo intervenir el propio provincial, quitando el hábito
de la Tercera Orden a la Melchora y buscando nueva casa a las religiosas. Es en
este momento cuando se produce la donación testamentaria de Martín Ruiz de
Villamediana, cediendo una casa que hasta entonces había servido de hospital. Esa
donación testamentaria de ocho de octubre se tiene por fecha de fundación del
convento de la Asunción de San Clemente. La casa y dinero dejado por Martín
Ruiz de Villamediana, diez mil maravedíes (pues hemos de suponer que se cumplió
la manda testamentaria para un convento de la Tercera Orden), apenas si ayudó
para mantener una existencia renqueante del nuevo convento, que, con las
insidias de la Melchora por medio, acabó en la miseria. Después de veinte años
de existencia, en lo que debió ser reconocimiento de un fracaso, sor Ana
Sánchez emprende el camino de vuelta hacia el convento de clarisas de
Villanueva de los Infantes. El primer ensayo de un convento femenino
franciscano en San Clemente parecía haber fracasado. El fracaso es comprensible
desde una visión más amplia que nos acerque al ambiente social de San Clemente
en el segundo cuarto del siglo. El impulso de la villa de comienzos de siglo se
había ralentizado como las expectativas de una población que dejaron de ver en
la nueva sociedad que se creaba el viejo sueño evangélico. Hombres y mujeres de
las dos primeras décadas del siglo XVI eran “hacedores”, luego la sociedad
sanclementina deviene más estática. Importa más conservar lo que se ha creado y
faltan los impulsos creadores. Los símbolos de ese impulso de ese comienzo de
siglo eran la erección del convento franciscano de Nuestra Señora de Gracia y,
seguramente, unas nuevas casas de ayuntamiento, construcciones simbólicas de un
proyecto urbanístico mayor que había generado un nuevo pueblo con agregación de
casas, respondiendo a una cuadruplicación de la población. Los nuevos centros
espirituales del pueblo actuaban como motor de ese desarrollo urbanístico, que
era asimismo comercial. Si el convento de Nuestra Señora de Gracia, aun estando
en el extremo del pueblo, había forjado un nuevo espacio entre dicho convento y
la Torre Vieja, con el asentamiento de familias principales en torno a la casa
fuerte existente y sus almenas, como los Castillo o los Ruiz de Villamediana,
la ermita de los Remedios era invitación a la construcción de nuevo barrio en
el Arrabal de aquellos que sin nada llegaban. En el Arrabal, en torno a las
casas de los Rodríguez y Origüela se hacinaban nuevas construcciones y surgían
nuevos centros espirituales, simples eremitorios, luego con mayor fortuna en su
devenir: la ermita de San Juan, centro espiritual de los conversos
sanclementinos, San Nicolás, y como símbolo infranqueable de los cristianos
viejos, la cofradía ubicada en la ermita de Nuestra Señora de Septiembre. La
villa de San Clemente se rompe como pueblo; la visión idílica que hace ya casi
un siglo nos presentó Enrique Fontes del San Clemente que conocieron los
Pacheco de un pueblo con pocas casas y muchas rosas, rodeado de eras,
muta en pueblo rodeado de viñedos y abigarrada, como anárquica, agregación de
casas en el Arrabal. Es probable que sea en esta época (como sucede en
Villanueva de la Jara, con la virgen de las Nieves) cuando se afiance la
devoción a la virgen del Remedio, fenómeno pestífero de 1508 por medio.
El convento de franciscanas de San Clemente tenía por destino el fracaso,
pero en la década de los cuarenta aparece la figura de Isabel de Pedrola. La
hagiografía, al igual que con Martín Ruiz de Villamediana, quiere ensalzar la
virtud y nobleza de estos personajes. Pero la vida de Isabel de Pedrola fue
camino de espinas. Si uno se queda con las breves notas de su vida, Isabel nos
aparece como hija de un comendador de Santiago y fiel esposa de un hombre
noble, Rodrigo Pacheco. La realidad fue muy diferente. En ella, recayó la herencia
familiar y los catorce mil ducados que harían posible la fundación del
convento, si bien tras múltiples pleitos y encontronazos familiares; su
matrimonio fue prometedor, pero acabó en fracaso, siendo repudiada por su
marido.
Isabel de Pedrola era hija de un comendador de
Santiago, Tristán Ruiz de Molina, y de Catalina Suárez. La Historia tenía para
ella un papel secundario: o monja o un buen casamiento. Participaría de ambas
condiciones, pero para no llevar bien ninguna. En la mente de sus padres no estaba
que Isabel heredara la hacienda familiar, La herencia familiar, que era
extensa, estaba reservada para su hermano Sancho. Detrás de los títulos y
apellidos se escondía una familia conversa, cuyo destino fue parejo al declinar
de Castillo de Garcimuñoz y los Pacheco. Esa familia era la de los Alcaraz, con
varios procesos inquisitoriales.
Pero vayamos con el destino aciago de Isabel de
Pedrola. El matrimonio del comendador Tristán Ruiz de Molina y Catalina Suárez
tuvo tres hijos: Sancho, que había fallecido luchando en la batalla de Rávena
del año 1512, Francisca, a quien su padre había reservado un puesto como monja
en las comendadoras de Granada, aprovechando su posición santiaguista, e
Isabel, condenada al matrimonio. A Isabel no se le dejaba más salida que el
matrimonio, pues una de las cláusulas testamentarias de su madre dejaba claro
que debía renunciar a su herencia si se metía a monja. Mal principio, pues,
para quien habría de fundar un convento. Lo del matrimonio fue verdaderamente
una condena, pues le tocó casar de segundas con Rodrigo Pacheco, que
previamente se había casado con la hija del arcediano Gómez de Ballo. El caso
es que el matrimonio, ni el primero ni el segundo, dieron frutos, quizás por la
impotencia de Rodrigo, que, no obstante, era dado a los amoríos con una tal
Muñoza, de quien sospechamos que ponía su cuerpo al servicio tanto de Rodrigo
Pacheco como del señor de Valverde, especialmente del segundo con el fin de
desplumar la herencia de Rodrigo Pacheco. Isabel de Pedrola se vio así repudiada,
pero no amilanada, pues llegó a una separación de bienes con su marido al
tiempo que defendía para sí la herencia de sus padres. Los Pacheco, no obstante,
intentaron callar estas desavenencias y se atrevieron a presentar la fundación
de las clarisas de San Clemente como una decisión conjunta del matrimonio
Don Diego Pacheco de Avilés casó con doña María
del Castillo y tuvieron a don Rodrigo Pacheco, casó con Isabel de Piedrola y
fueron fundadores del convento de religiosas franciscas de San Clemente
Toca, pues, hablar de los padres de Isabel de
Pedrola; una de las familias principales y más reconocidas de Castillo de
Garcimuñoz. El símbolo de su significancia en esta villa eran las capillas de
enterramiento que las familias tanto del comendador Tristán como de Catalina
Suárez poseían en la iglesia de San Juan de Castillo de Garcimuñoz. Esas
capillas eran la de Jesús y la de Santiago. La primera correspondiente a la
familia del comendador Tristán Ruiz de Molina; la segunda, a la de la madre
Catalina Suárez. Tristán Ruiz de Molina era hijo de Andrés Jiménez de Pedrola y
Violante Olivares, mientras que de su mujer desconocemos el nombre del padre y
conocemos el de la madre, Inés de Alcaraz. Si sobre el apellido Olivares
creemos tener sospechas de sangre conversa, esa sospecha se convierte en
realidad en el caso de María de Alcaraz, hermana de Inés de Alcaraz, esposa del
comendador Alonso Sánchez de Inestrosa, que sería madre de María de Inestrosa,
esposa, a su vez, de Alonso del Castillo y Toledo, quien fundará el convento de
Nuestra Señora de Gracia de la villa de San Clemente. De esta forma, Isabel de
Pedrola sería prima hermana de María de Inestrosa. Así, dos fundaciones, que
parecen distantes en apariencia, guardan una clara relación por pertenecer a
una misma familia. Difícilmente, se hubiera levantado el futuro convento de la
Tercera Orden de la Asunción, si en los años centrales del siglo XVI el
convento masculino de Nuestra Señora de Gracia no hubiera acogido a las monjas,
convirtiéndose en un monasterio dúplice, durante unas décadas. De los
orígenes conversos y la sangre judía que portaba Isabel de Pedrola ya hemos
hablado. Ese pasado judaizante iba parejo al apellido Alcaraz de la abuela,
pero la fama de los Pedrola entre los contemporáneos como familia hidalga era
incontestable. Isabel había recuperado el a56pellido al que había renunciado su
padre, el comendador de Santiago Tristán Ruiz de Molina. Sin embargo, el
apellido y el linaje de los Pedrola pesaba mucho y era muy conocido en la
localidad jiennense de Arjona. Allí, los Pedrola se tenían por el principal
linaje del pueblo y se les tenía por descendientes de un condestable de
Castilla don Ruy López Dávalos y Pérez de Pedrola, en tiempos de Enrique III de
Castilla. La relación de la familia con los Pacheco de Belmonte venía por haber
estado Gonzalo de Pedrola al servicio de don Pedro Girón, maestre de Calatrava
y hermano de Juan Pacheco
La segunda fundación del convento de clarisas de
San Clemente respondería a una decisión legataria de Isabel de Pedrola, sin que
sepamos la fecha exacta, pero que creemos debió acaecer a mediados de la década
de los cuarenta. Dos son las razones que nos llevan a pensar así: en esas fechas
Isabel de Pedrola gana el juicio con su sobrino Agustín de Pedrola por la
herencia familiar, y el propio estado lastimero del convento coincide con una
época de necesidad y carestía en la zona, coincidente con las malas cosechas de
comienzos de la década y la posterior plaga de la langosta de los años
1547-1548. Sí conocemos la base material para su construcción, los doce o
catorce mil ducados que cita el padre Ortega, correspondientes a las
propiedades familiares en la dehesa de Nava de los Aragoneses en Moya, las
heredades de Valtablado, que situábamos en Guadalajara, pero hoy creemos
ubicadas en la aldea desaparecida de ese nombre en Beteta, y otras propiedades
concentradas en Castillo de Garcimuñoz,
junto a los dineros recibidos por la fundadora.