El corregimiento de las diecisiete villas (fotografía: Jesús Pinedo)


Imagen del poder municipal

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EL CORREGIMIENTO DE LAS DIECISIETE VILLAS EN LA EDAD MODERNA (foto: Jesús Pinedo)

domingo, 2 de octubre de 2016

San Clemente: una sociedad fundada en el mérito

Cada uno es hijo de sus obras
Yo no estoy preñado de nadie -respondió Sancho- ni soy hombre que me dejaría empreñar del rey que fuese, y aunque pobre, soy cristiano viejo y no debo nada a nadie; y si ínsulas deseo, otros desean otras cosas peores, y cada uno es hijo de sus obras; y debajo de ser hombre puedo venir a ser papa, cuánto más gobernador de una ínsula...

Los Haro habían llegado a San Clemente en la segunda mitad del siglo XV. La concesión del título de villa había creado las condiciones para un rápido despegue poblacional y económico y la llegada de numerosas familias. En apenas medio siglo la villa pasó de los ciento treinta vecinos en 1445 a los setecientos vecinos de setenta y cinco años después. Los segundones y bastardos de familias principales eligieron San Clemente por lugar de residencia: Pedro Sánchez de Origüela, venido de Castillo de Garcimuñoz en 1455, sin duda contaba con la protección de Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón y hombre del Marqués de Villena en la zona. Coetáneamente llegaría Miguel Sánchez de los Herreros desde Segovia, tal vez en compañía de su padre Alonso; arraigaría en el pueblo, casando con Teresa López Macacho, y haría tal fortuna que intentaría unir su familia con los Pacheco, con el matrimonio de dos de sus nietas con miembros de esa familia. De Juan López Rosillo desconocemos todo; convertido en paladín y hombre de confianza de los intereses de la reina Isabel la Católica en la villa de San Clemente y en todo el Marquesado, su linaje sería incapaz de imponerse al resto de familias en el pueblo y acabaría diluyéndose en la comarca. Los Valenzuela llegarían desde Toledo, aunque la familia procedía de Córdoba, Por último, los Vázquez de Haro llegarían de Ocaña, en Toledo. Procedían de la línea bastarda de Juan de Haro, señor del Busto, o eso decían, pues el licenciado Villanueva, comisario de la Inquisición y azote de la buena fama de las familias sanclementinas, les otorgaba un origen más humilde, procedente de la localidad de Ocaña. Desde esta villa, acompañando a su padre Francisco, Diego de Haro había llegado a San Clemente, donde casó con Urraca Ludeña, es de suponer que de la familia de los antiguos propietarios de Minaya, que habían vendido en 1444 su jurisdicción a los Pacheco.

Capilla de San José o Pallarés (1)


A excepción de Juan López Rosillo, el hombre de la Corona en San Clemente (y en el Marquesado) y los Granero, que procedentes de Alarcón, remontaban sus orígenes a Calatayud (llegados primero a Iniesta, habían adulterado el apellido Granado en Granero), el resto de personajes nobiliarios citados eran declarados partidarios del Marqués de Villena. Su llegada a San Clemente estaría sin duda ligada a su servicio a los criados reconocidos del Marqués de Villena: García Pallarés, alcaide de Chinchilla, y Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón; sin olvidar a los Pacheco de Minaya, receptores de la herencia de Hernán González del Castillo en San Clemente, el artífice de la Torre Vieja. GARCIA MORATALLA ha señalado la oposición entre almagrados y sebosos durante la Guerra del Marquesado, apelativos que trasladan el conflicto político al de la limpieza de sangre, en lo que era clara acusación contra el origen converso de la baja nobleza del sur de Cuenca. Almagrados eran los Rosillo, pero también hidalgos rancios de Vara de Rey como los Palacios o los Peralta; sebosos eran Montoyas u Origüelas. Sin embargo, en San Clemente, el conflicto entre ambos bandos nunca alcanzó la virulencia de Villanueva de la Jara, Iniesta o Jorquera ni las personas se definían por adscripción a bandos, pues vivían en una sociedad tan dinámica y cambiante que sus lealtades estaban supeditadas a sus fortunas personales, fruto de su mérito y de sus obras. Quizás la razón esté en que en San Clemente siempre se mantuvo a raya a los hombres del Marqués de Villena, bien por la exclusión bien por el compromiso. Desde 1445, en el mismo momento de entrega de la villa a don Juan Pacheco, su criado Hernando del Soto, se veía impotente para imponer un gobierno afín en la villa y obligado a aceptar una república de pecheros; Hernando del Castillo, alcaide de Alarcón , fracasaría en su intento de convertir en señorío el lugar de Perona en 1480, como fracasaría su hijo Alonso treinta y cinco años después en su intento de patronazgo sobre le convento de Nuestra Señora de Gracia, llamado comúnmente de los frailes o el intento de monopolizar el derecho feudal de maquila sobre los molinos que de La Noguera a La Losa  poseía en la ribera del Júcar. Las extensas propiedades territoriales que los Pacheco o los Castillo poseían en los términos de San Clemente nunca fueron correspondidas con derechos señoriales. Tanto para el caso del convento como de los molinos, Alonso debió buscar la fórmula del compromiso con el concejo de San Clemente.

La baja nobleza sanclementina, sobre todo en el caso de Pachecos y Castillos, tenía la posesión de tierras pero estaba al margen del gobierno local. Los pecheros tenían el poder y gobierno de la villa, pero no tenían las tierras, o no tanto como era su deseo. Pero bien supieron aprovechar su dominio del poder local para iniciar un proceso de expolio y rapiña de los bienes concejiles. La apropiación de las dehesas y roturación de montes del pueblo es una constante en el último cuarto de siglo del cuatrocientos. Pero el poder de los pecheros no es triunfo del común de la república sino la oligarquización del gobierno municipal en manos de quince o veinte familias. Algunos como los Origüelas o los Herreros, tan versátiles como camaleónicos han renunciado a sus pretensiones hidalgas. Saben que el ejercicio del poder desde la pechería les reporta más beneficios.

Frente a este ejercicio usurpador del poder por los pecheros, los hidalgos protestan. Consiguen una primera entrada en el gobierno de la villa, reviviendo un oficio impropio de su condición; el de procurador del común. Revivir la idea de Comunidad es peligroso pero ahora la solidaridad pechera comienza a resquebrajarse: los Herreros no están presentes en el pleito que inician en 1512 los hidalgos por su acceso a los oficios públicos, pero en la lucha por el poder local van cambiando de alianzas. todavía en los años 1514 y 1515 comparten el gobierno de la villa con los Origüela, pero a partir de 1517, con el proceso inquisitorial de Luis Sánchez de Origüela, los marginan y no ocultan sus ansias de ennoblecimiento. Antonio de los Herreros que en 1514 ha sido alguacil y en 1515 procurador del común, se hace con un hábito de la orden de San Juan y pide que se le exima de tributos y borre de los padrones de pecheros.

En la marginación de los Origüela (que coincide con los compromisos que los Castillo se ven obligados a alcanzar con el concejo sobre patronazgo del convento de franciscanos y molinos de la ribera del Júcar) ha debido pesar el recelo de sus adversarios por el poder conseguido, con una hábil política de alianzas matrimoniales. La prolífica descendencia que les lleva a extenderse y mezclarse con nuevos matrimonios con todas las familias sanclementinas son fruto de dos afortunados enlaces de Pedro Sánchez de Origuela, el hijo del primer Origüela que llega a la villa. El primer matrimonio con Elvira López Tendero, la hija de uno de los pecheros dominadores de la villa de finales del siglo XV, les da el acceso al poder municipal. Aunque es el segundo matrimonio con una vecina de Castillo de Garcimuñoz, Ana de Tébar, la que consolida su poder económico. La riqueza familiar, mal vista por sus enemigos, fue pareja a las disputas por la herencia entre los herederos de las dos ramas familiares. El símbolo de la caída de la familia es la condena a la hoguera en 1517 de Luis. Un hombre que imbuido de una mezcla de escepticismo y luteranismo avant la lettre dudaba del valor religioso de las imágenes de Semana Santa que se paseaban en procesión por el pueblo.

La familia Castillo o los Origüela siempre fueron rechazados en la villa de San Clemente. Alonso Castillo nunca consiguió capilla propia en la Iglesia de Santiago, eligiendo como lugar de enterramiento del convento de San Francisco. Los Origüela tampoco dispondrían de capilla, aunque las primeras generaciones fijarían su sepultura en esta Iglesia, pero el reavivamiento de los procesos inquisitoriales contra la familia les llevan a fijar desde mediados de siglo los enterramientos en el convento de San Francisco. También los Ortega, encumbrados al poder local tardíamente, buscarán allí su sepultura. Por contra, el resto de familias que tantos obstáculos vieron por ver reconocida su hidalguía en el pueblo, procurarán hacer visible sus cualidades diferenciadoras allí donde eran más visibles: en las capillas de la Iglesia Mayor de Santiago.

La capilla de San Antonio o del Santo Cristo quedará fijada como el espacio familiar reservada a los Pacheco de Minaya (y también sus deudos de San Clemente). La fundación había correspondido a Hernán González del Castillo, que como última voluntad había dispuesto ser enterrado en este lugar junto a los huesos de su padre, Lope Martínez Macacho, nieto según la genealogía familiar del fundador de la villa, Clemén Pérez de Rus. La capilla de San Antón será el lugar de enterramiento de los Herreros. Había sido fundación de Miguel Sánchez de los Herreros y su mujer Teresa López Macacho hacia 1500. Allí serán enterrados los miembros de la familia y cumplirá la función de ser lugar de elección de los alcaldes de la hermandad por el estado de los hijosdalgo. La capilla de San José, o de Pallarés como se le conoce, será el lugar de enterramiento de García de Pallarés, el antiguo alcaide de Chinchilla, que no dudaría en mutar su fidelidad al Marqués de Villena en favor de la Corona. Hoy en la magnífica decoración de la capilla, que incluye el epitafio del fundador, nos aparece en el escudo inserto en el frontón el recuerdo de los Sotomayor, testimonio de la mujer de García Pallarés, doña Catalina María de Sotomayor. El caso es que el patronazgo de la capilla está en manos de un Hernán Vázquez de Haro a finales del siglo XVI. Entre tantos rivales, los Rosillo, que tenían sus propiedades vinculadas en Pozoamargo, tendrán su capilla propia, la de Santa Ana, fundación del hijo de Juan López Rosillo, el reductor del Marquesado; testimonio de una preeminencia social lograda, a diferencia del resto de familias, por su lealtad a la Corona. Habría que hacer mención, por último, a la capilla de Santa Catalina, adquirida por Alonso de Valenzuela en 1598.

Unos se hicieron con un nombre y otros lo dejaron en el olvido en aquella revolución económica y demográfica que convirtió el desierto manchego, que veía Pretel en tiempos de don Juan Manuel, en la nueva tierra de las oportunidades de la época de los Reyes Católicos. Pero San Clemente fue en el quinientos una sociedad abierta, una sociedad del mérito fundado en el trabajo, y por qué no decirlo en el arribismo, donde cada uno era hijo de sus obras y podía recordar a los demás sus orígenes, poco envidiables en la mayoría de los casos. Cuando los vascos llegan a comienzos de siglo como simples picapedreros o plateros en la fiebre constructora de comienzos del quinientos harán recordar a los sanclementinos su condición de recién llegados y advenedizos a la villa, como ellos. Pero los Oma o los Mondragón tienen su casa solar en pie, allá en tierras vascas, dando testimonio de sus orígenes y, caso de los Oma, como atestiguará la ejecutoria de hidalguía reconocida en 1535, a media legua del árbol de Guernica. Los sanclementinos, por contra, les podían recordar que debajo de ser hombres podían venir a ser cualquier cosa.



(1) Imagen tomada de JIMENEZ HORTELANO, Sonia: La Iglesia Parroquial de Santiago (San Clemente, Cuenca). Nuevos datos para su estudio. Ars Longa. nº 22, 2013

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